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sábado, 28 de junio de 2025

 


¿Qué te sugiere la palabra “progreso”?

Un cine que había en mi barrio, en Tirso de Molina, que era el cine Progreso y que pasados los años se convirtió en el Teatro Nuevo Apolo. En la época en la que comenzaron a crearse salas de cine se ponían nombres muy bonitos, como “Progreso”.

¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?

La empatía.

¿Cuál consideras que es su peor defecto?

La falta de empatía, el egoísmo.

Color favorito.

El rojo.

Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?

En perderlo.

Animal preferido.

El perro.

Elige un paseo.

Por el campo.

¿Cómo combates el miedo?

No lo combato, no sé combatirlo, me puede.

¿Qué habilidad te gustaría tener?

Poder tocar música con cualquier instrumento.

¿Qué opinas de la IA (Inteligencia artificial)?

Que es un oxímoron, si es inteligencia no puede ser artificial.

¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?

Cuando te haces mayor sí, corre que se las pela.

Autor literario preferido.

Galdós.

Ciudad donde vivirías.

En una en la que uno se pueda desarrollar, encuentre trabajo y casa y se pueda hacer una vida normal. Y que tenga mar.

Elige una parte del día.

Las mañanas.

¿Echas de menos el silencio?

A veces. 

Contesta el cuestionario: Ana Belén

Fecha: 4 junio 2025



Aquel verano, cada tarde de camino a las playas coruñesas, sonaba en bucle en mi coche Agapimú. Los hombres de mi entorno estaban enamorados de Ana Belén. Algunas mujeres, también. No se podía ser más famosa ni más deseada. La escena de la película Morbo, unos años antes, en la que Ana se despoja del traje de novia en una gasolinera, dejando ver su ropa interior de blanco crochet o la ducha en la caravana, botella de agua incluida, que sugería más que mostraba, tuvo mucho que ver.

A nadie vamos a descubrir quién es Ana Belén porque nunca dejó de estar presente en nuestras vidas en teatro, cine y con su música, que de todo ha hecho mucho y muy bueno.

Como no deja de hacer, ahora está en plena promoción de su nuevo disco Vengo con los ojos nuevos y cumpliendo con su gira “Más D Ana” por toda España, que comenzó el 6 de abril y finalizará el 23 de diciembre en el Movistar Arena de Madrid.

Una ocasión única será poder disfrutarla en “Noches del botánico”, el próximo 3 de julio en Madrid. No corran, las entradas están agotadas…

S.T.


EL PUDRIDERO
ISABEL BANDRÉS

Han llegado ya los calores del verano. Con ellos nos invaden la molicie, el relajo… y de pronto, nos asalta, una vez más, la corrupción. Otra vez. Podemos decir, como Unamuno, que nos duele España y, de paso nos duele el mundo, porque estamos en un momento de tensión y de cambio hacia algo que no nos gusta nada a los demócratas. Corrupción viene del latín corruptio que, a su vez, se deriva del verbo latino rumpere que significa romper: romper la ley, la confianza, la ética y con esa ruptura viciar, pudrir, envilecer no solo la política sino la vida de todos nosotros. Para la democracia, la corrupción es un veneno letal porque extiende el manto de la sospecha sobre todo el sistema, fomenta la desconfianza en los partidos y empuja al votante joven hacia partidos de extrema derecha o de extrema izquierda que nada tienen que ver con la democracia liberal. La serpiente de los totalitarismos nace del podrido huevo de la corrupción.

Lo peor de la corrupción es que nos corrompe a todos. Si roba un político importante, ¿por qué yo voy a cumplir con mis deberes cívicos si ellos, los que nos representan, no los cumplen? Las corruptelas invaden la sociedad y todos, poco a poco, nos deslizamos hacia aguas putrefactas y mal olientes donde chapoteamos junto con otra bacteria mortífera para una sociedad abierta y plural: la polarización.

Está claro que nadie aprende de sus propios descarríos ni de los ajenos. Muchos gobiernos han caído en España, principalmente, por la corrupción. Pues nada, erre que erre, tropezando siempre en la misma piedra. Muchos son los ciudadanos que apartan la mirada si la mierda viene de “los suyos” y señalan “matices” diferenciales con la inmundicia de “los otros”. Los corruptos son todos iguales. Hacen todos lo mismo y tienen el mismo discurso. Revisen, por favor, la hemeroteca. Un corrupto lo es sea alto, bajo, gordo, flaco, de derechas, de izquierdas o medio pensionista. Estamos constantemente en la ambivalencia moral mientras el escepticismo cívico crece. Todos lo sienten, todos piden perdón, pero no hay ninguno que, tras el ya clásico acto de contrición pública, devuelva lo robado, se eche cenizas sobre la cabeza y se retire al desierto en plan anacoreta para purgar sus desmanes. ¿Usted conoce a alguno? Yo, no. Si todos los corruptos lo hiciesen, el Sahara tendría super población de penitentes flagelándose. Disculpen ustedes este desahogo producto de una hartura superlativa.


¿Qué pulsión empuja al corrupto: la avaricia, el poder, el narcisismo…? Existe en estas gentes un deseo irresistible de romper las normas, de demostrar que ellos pueden porque están muy por encima de todo y de todos. ¿Qué deseo les hace romper con los limites elementales de la convivencia? Decía el poeta Schiller que “El hambre y el amor mantienen cohesionada la fábrica del mundo”. Es decir, las cosas sencillas como la supervivencia y el afecto hacia los otros. Cuando ese principio se rompe, aparece la avaricia sin límites, el odio y la crueldad hacia el otro. Las pulsiones de vida son sustituidas por las pulsiones de muerte. La experiencia y Freud nos dicen que los seres humanos somos todos fácilmente corruptibles. Quevedo ya lo comentó: “Poderoso caballero es don dinero”. Tenemos que volver a los clásicos.

España es uno de los países más corruptos de la Unión Europea y Dinamarca, el menos. ¿Los daneses nacen con el gen de la bondad y los españoles con el de la perversión? Naturalmente que no. Los daneses tienen unas leyes y unos controles institucionales que la limitan. La regeneración solo es posible si se cambian las leyes controladoras, se amplía la transparencia en la economía de los partidos, desaparecen los aforamientos y se eliminan los indultos a los condenados por corrupción. Algunas palabras quedan muy bien en los discursos, pero están vacías de contenido. Hay que recordar que España no ha desarrollado todavía la Estrategia Nacional Anticorrupción prevista en la ley 2/2023. Además, hacemos muy poco caso a las recomendaciones que, sobre esta materia, nos envía la Unión Europea.

El daño que la corrupción causa a la economía es brutal. Se deduce que, si se contuviesen las corruptelas durante 15 años, nuestro PIB subiría notablemente. Según un Informe de la Comisión Nacional de los Mercados y Competencia, se calculan 47.000 millones de euros anuales de sobrecostes de la obra pública a consecuencia de un deficiente sistema de contratación. ¿Cuántas plazas de hospitales, cuántas viviendas públicas, cuánto alivio a las clases más desprotegidas supone ese despilfarro? A menos corrupción más protección social y más democracia. Lo vemos en los países más honrados: Dinamarca, Nueva Zelanda, Suecia…

 

¿Quieren regenerar el país? ¿Quieren terminar con la subida de los ultraderechistas? Elaboren leyes efectivas. En definitiva, copien la legislación de Dinamarca y verán como terminamos siendo tan honrados, aunque no tan rubios, como ellos. Y, por favor, no polaricen. Los ciudadanos estamos muy cansados y muy hartos del “tú más” y de la palabrería hueca. No recuerdo dónde leí la expresión “la corrupción es la supresión de lo humano en lo humano”. Es justamente eso, el corrupto se deshumaniza mientras deshumaniza a los otros que, para él, son meros objetos a los que esquilmar y manipular. Corrupto lo puede ser cualquiera y de cualquier ideología, país, raza y condición social. La honradez, sobre todo cuando se pisa moqueta y poder, es una mosca blanca. Consolémonos, las moscas blancas no abundan, pero existen.

Las pulsiones del mal, de la crueldad y del odio, mantienen cohesionada a una sociedad deshumanizada y corrupta. Pero las fuerzas del bien conforman una fuerza integradora que nos lleva a construir lazos afectivos con los otros, actitudes honradas y sociedades libres y abiertas. El buen hacer puede ser muy atractivo. No debemos olvidar que la democracia se mantiene porque los ciudadanos honrados cumplen todos los días con sus deberes. Nos esperan tiempos abrumadores. Pero a pesar de la pestilencia, pasen ustedes un buen verano.

ISABEL BANDRÉS 




“LA MIEL Y LA MENTIRA PARA EL FONDO TIRAN”
MARÍA LUISA MAILLARD

El otro día, leyendo el magnífico libro de Federico Rampini El suicidio occidental, me hice varias preguntas. El subtítulo del libro: “El error de revisar nuestra historia y cancelar nuestros valores”, nos orienta ya sobre los mecanismos internos que han contribuido, según el autor, a dicho “suicidio” programado. ¿Somos tan conscientes de ello como lo son aquellos países que comienzan a dominar el panorama internacional?, sería la primera pregunta.

El autor, periodista y analista geopolítico, que ha vivido en China, Turquía y Arabia Saudí, entre muchos otros países, intenta contemplar el progresivo declive de Occidente desde la estupefacta mirada de “los otros”. Si no valoramos nuestra herencia cultural y reescribimos negativamente nuestra historia, ¿cómo nos van a valorar fuera de nuestras fronteras?, se pregunta. Mientras China, Rusia o Turquía reescriben sus libros de texto para impregnarlos de orgullo nacional y autoestima, Occidente los reescribe para cuestionar con radicalidad nuestra tradición civilizatoria. ¿Somos tan culpables? ¿Y de qué?, sería la segunda pregunta.

El autor constata, por ejemplo, que Occidente, en su época colonial y de predominio —que ya ha perdido, por cierto—, no sólo fue igual o menos cruel que el mundo árabe, otomano o ruso en su época expansionista; sino que, en muchos casos, exportó cultura y progreso. Entonces se pregunta: ¿Por qué Occidente se flagela y sus dirigentes piden perdón? No nos imaginamos a Xi Jinping ni a Putin ni a Erdogan flagelándose por los daños causados en los territorios ocupados por sus respectivos países a lo largo de la historia, señala el autor.

¿Y el cuestionamiento de nuestros valores? Sería la tercera pregunta. No existe ninguna cultura que haya logrado formular los Derechos Humanos, ni legalizar la emancipación de la mujer, ni elaborar una forma de gobierno como la democracia, ni lograr un estado del bienestar para la mayoría de sus ciudadanos. Ya Denis Rougemont en su artículo “Decadencia, caída, renacimiento. O la evolución de la idea europea de 1923 a 1963”, al señalar los dos elementos que habían contribuido a la prosperidad de Europa en el periodo tratado: la descolonización y la creación de organismos supranacionales, alerta sobre una grieta: los países descolonizados se sienten atraídos por la prosperidad europea; pero no aceptan los valores que la han hecho posible. ¿Hemos estado, desde entonces, contribuyendo a dicha desvalorización desde dentro? Sería la cuarta y decisiva pregunta.

Ahora que asistimos al deterioro evidente de las democracias occidentales desde la corrupción y los populismos de signo autoritario, ahora que empezamos a ser irrelevantes en el panorama internacional, sería el momento de retomar esa pregunta: la situación actual, ¿es el precio de la libertad o hemos cometido algún error en el camino? 

Federico Rampini desmenuza con ejemplos concretos la devaluación de los valores occidentales en Estados Unidos, a través de la cultura woque, trasplantada a Europa desde los claustros universitarios americanos; pero cuyo origen es europeo. Algunos, como el ecologismo extremo o la sofocante y abusiva burocracia, afectan a la economía; otros, como el respeto a las minorías, se convierten en una demonización del hombre occidental —sexista, racista y explotador— y de su tradición cultural “manchada” por el pecado del capitalismo. Platón, Aristóteles, Dante, Bethoven o Shakespeare estarían incluidos en el lote. Quien no acepte ese pensamiento único, sufre la censura de “la cancelación” que, en Estados Unidos y en ciertos estamentos profesionales, se convierte en la pérdida de trabajo y de la posibilidad de conseguirlo. La “cancelación” tiene como contrapartida la impunidad de los “afines” que no son sino los que ejercen el poder de forma populista desde esos presupuestos.

Me voy a permitir subrayar la pérdida que pienso se encuentra en el sustrato de dicha evolución, la de la palabra, origen de nuestra cultura. ¿Qué ha sucedido con la palabra? María Zambrano, en 1962, al analizar la evolución del lenguaje en las sociedades occidentales, señala su empobrecimiento. Describe un lenguaje agresivo en torno al “yo opino”, plagado de adjetivos e interjecciones, y con un verbo esquematizado. Un lenguaje que desconoce al interlocutor y a la circunstancia en que se emite. La filósofa lo opone al “modo antiguo del hablar”, ejemplificado en refranes y dichos populares, que se caracterizaba por señalar una realidad, como, por ejemplo: “La miel y la mentira para el fondo tiran”. Lo importante no era lo que uno pensase o sintiese, sino que ello fuera verdad. Era un habla que limitaba el uso del yo y del adjetivo, y el verbo estaba desplegado en todas sus posibilidades para atender a la circunstancia en la que se emitía el mensaje.

La clave se encuentra, me parece, en la unión de palabra y verdad, hoy en desuso en nuestros lares. Ya no se habla para decir una verdad. La verdad se ha vuelto problemática. Es, simplemente, fruto de un acuerdo. Y así hemos llegado a la “posverdad”, es decir, a la legitimación de la mentira, siempre que dicha mentira se convierta en verdad por un acuerdo que atiende a los intereses de los que ejercen el poder económico y político. Si a ello unimos el predominio de las ideologías sobre el pensamiento —ya señalado por Hanna Arendt en los años cincuenta—, que implica la pérdida de la argumentación y el referente de la realidad, en aras de una verdad inmutable, empezamos a aproximarnos al paso adelante que hemos recorrido hasta llegar al momento actual. Espoleados, eso sí, por el espectacular desarrollo de una de las variantes del “progreso”: las tecnologías de la comunicación.

La realidad de nuestra situación es que a muchos ciudadanos la mentira política les parece legítima. Y, lo que es más grave, irrelevante la palabra fundamentada en una justicia independiente del poder político, igual para todos, la base de nuestro actual sistema democrático. El nuevo proyecto de Ley Orgánica del Poder Judicial, elaborado por el gobierno de España, pretende socavar la palabra de los jueces en aras de la palabra de una fiscalía que depende del poder ejecutivo. ¿Somos conscientes de las consecuencias, ahora que tenemos pruebas de la extensión de la corrupción entre los que detentan el poder y de su mentira?

MARÍA LUISA MAILLARD




IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
50. NIÑAS CON LIBROS MUY SERIAS
INÉS ALBERDI

La mayoría de las niñas que leen, o tienen un libro en sus manos, que hemos encontrado en las obras desde el XVIII en adelante, se nos muestran serias y atentas. Ahora queremos presentar una serie de ellas que acentúan esa actitud de seriedad y de atención a la lectura. Son niñas que parecen estar absortas en lo que hacen, muchas veces exagerando el gesto de su responsabilidad.

Greuze, ya en el XVIII, nos deja la imagen de una niña que, sentada ante una mesa, sostiene en sus manitas una pequeña cartilla que absorbe toda su atención.

Jean Baptiste Greuze, Francia (1725-1805)
La lectora, s/f
Musée Cognacq-Jay, París

Greuze se dedicó sobre todo a escenas de género y pintura histórica, pero tiene varios retratos de niñas seria leyendo. Alguna de ellas tan seria que parece estar triste, parece a punto de echarse a llorar. Una jovencita que aparta por un momento sus ojos del libro, pone sus manos sobre él y parece tener una pena tremenda.

Jean Baptiste Greuze, Francia (1725-1805)
Estudiante con libro de texto, 1757
Galería Nacional de Escocia, Edimburgo

En el XIX son numerosas la imágenes de niñas muy serias con un libro en sus manos. En Inglaterra, los prerrafaelitas, que pintaron sobre todo a sus amigos y miembros de su familia, tienen numerosos retratos de niños.

Everett Millais nos ofrece la imagen de una niñita, de apenas cinco a seis años, muy seria que parece estar preparada para ir a la iglesia, que tiene a su lado un misal enorme. Parece que es ese enorme misal el que le preocupa y le hace parecer tan concentrada, esperando escuchar su primer sermón cuando apenas le llegan los pies al suelo.

John Everett Millais, Gran Bretaña (1829-1896)
Mi primer sermón, c. 1862
Guildhall Art Gallery, Londres

Su amigo y colega de la hermandad prerrafaelita, Burne Jones, retrata otra niña, quizás un poco mayor, también muy seria y con aire preocupado ante un libro. Tapa las estampas del mismo mientras mira severamente a un lado como si no supiera que actitud tomar ante un mayor que quiere retratarla.

Edward Burne Jones, Gran Bretaña (1833-1898)
La pequeña Dorothy Matersdorf, 1893-94
Colección privada

También formando parte de esta hermandad inglesa, el gran pintor de temas históricos y mitológicos, que llego a ser ennoblecido por la reina Victoria, Frederick Leighton nos dejó un retrato de niña leyendo. En él vemos una niña, mayor que las anteriores, vestida con elegancia, que se concentra en la lectura con mucha atención y seriedad. Todo el entorno está muy cuidado, especialmente la alfombra sobre la que se sienta la niña.

Frederik Leighton, Gran Bretaña (1830-1896)
Estudio en un atril, 1877
Sudley House, Liverpool

Por la misma época, encontramos retrato de niñas muy serias leyendo en diversos paises europeos. En Austria, Eybl nos presenta una niña concentrada en la lectura, en un retrato conmovedor que parece extender la seriedad alrededor de toda la escena. Suponemos que la niña está sola y no tiene  pensamientos más que para su libro, que podría ser de tema religioso.

Franz Eybl, Austria (1806-1880)
Chica leyendo, 1850
Colección privada

En Francia, Bourguereau retrata diversas niñas leyendo y hemos escogido las dos que parecen mirar al artista con mayor seriedad. Son retratos llenos de sentimiento en los que las niñas, además de mostrar su belleza e inocencia, reflejan una seriedad intensa en la mirada. Hay algo en todas las obras de este autor que nos lleva a preguntarnos sobre la relación entre el pintor y sus modelos, pues parecen retratos que comprenden sus sentimientos y preocupaciones.

William-Adolphe Bourguereau, Francia (1825-1905)
El libro de cuentos, 1877
Museo de Arte del Condado de Los Ángeles

William-Adolphe Bourguereau, Francia (1825-1905)
La lección difícil, 1884
Colección privada

En Suiza, el retrato de niña seria con libro es de Anker, el artista que se especializó en pintar niños. Anker tuvo seis hijos y muchos nietos y los retrató en numerosas ocasiones.

En este caso nos presenta una niña que parece pensar más en su pelo que en el libro que tiene delante. La seriedad de su actitud nos permite pensar que el libro se le presenta como una obligación, mientras su interés y atención están en la trenza. Podría ser que pensara en los deberes mal aprendidos mientras se peina para ir a la escuela y ello es lo que la preocupa y la pone tan seria.

Albert Anker, Suiza (1831-1910)
Niña haciéndose una trenza, 1887
Fundación para el Arte, la Cultura y la Historia, Winterthur, Suiza

Un poco mas adelante, en los Estados Unidos, tenemos otros retratos infantiles con libros. En el primer caso, una niña muy pequeña, pues los pies no le llegan al suelo, se concentra en lo que parece un libro enorme para sus años. Quizás solo sabe comprender las imágenes y su seriedad hace juego con la ignorancia del texto que tiene delante.

John George Brown, Gran Bretaña (1831-1913)
Una hora de ocio-Primera lectora, 1881
Colección privada

En el segundo caso, la niña seria deja por un momento de leer su libro para mirar de frente al artista que la retrata.

William MacGregor Paxton, Estados Unidos (1869-1941)
Elizabeth Blaney Lisant, 1916
Colección privada

Tambien hemos encontrado retratos de jovencitas, niñas con algunos años más, que se concentran de forma muy seria en la lectura. Una de ellas en compañía de su perro, quizas su mejor amigo, y otra a solas, a la que vemos únicamente sentada delante de su mesa de lectura.

James Charles, Gran Bretaña (1851-1906)
Leyendo, s/f
Colección privada

May Vale, Australia (1862-1945)
Niña leyendo, c. 1890
Galería Nacional Victoria, Melbourne

Mas adelante en el tiempo tenemos este retrato de niña leyendo que nos ha dejado Matisse, en el que la lectora pone toda su atención y toda su seriedad sobre el libro.

Henri Matisse, Francia (1869-1954)
Marguerite leyendo, 1906
Museo de Bellas Artes, Grenoble  

Ya en el siglo XX volvemos a ver un retrato de niña seria, de la mano de un artista ruso que pasó su vida haciendo retratos de género de su región natal de Kuban. Es un retrato de lectora en la que la seriedad y la tristeza se impone por encima de la belleza de la niña que levanta sus ojos del libro para mirar al frente y a la lejanía.

Vasili Kirillovich Nechitailo, Rusia (1915-1980)
La colegiala Ksyusha, 1955
Colección privada

INÉS ALBERDI




LUCIDEZ EXTRAVIADA
FELIPE VEGA

En la ciudad de Zúrich, en lo alto de una colina estratégicamente situada frente al lago, se encuentra un discreto cementerio al que se accede utilizando el tranvía número cinco, título también del poema que Raymond Carver dedicó a su visita al lugar, realizada por él y su mujer, Tess Gallagher, en los años ochenta del pasado siglo.

Carver hacía el trayecto con un fin: visitar la tumba de James Joyce. La encontró enseguida. Es fácil. Su emplazamiento destaca en el camposanto gracias a una escultura, realizada en bronce, que representa al autor de Ulysses sentado, fumando un cigarrillo para el resto de la eternidad.

Tras cumplir con su primer objetivo, Carver se halló frente a una segunda sorpresa. A escasos metros de la tumba de Joyce, la pareja se topó con una modesta losa cuadrada en la que figuraba inscrito un nombre, un apellido y dos fechas: Elías Canetti. 1905-1994. Unas flores recién plantadas y el verde del parterre remataban la fotografía de aquel lugar, que Carver había tomado utilizando palabras, no película.

Este descubrimiento se corresponde con el del pequeño redescubrimiento de un intelectual, nacido en Bulgaria, que el tiempo y la mediocridad ambiental compinchados se empeñan en enterrar por segunda vez. Y el objeto de ese redescubrimiento se apoya en la nueva edición, el pasado año, de su libro Fiesta bajo las bombas; meticulosa reunión de memorias y retratos que tienen en común las estancias de Canetti en el Reino Unido, desde la Segunda Guerra Mundial hasta su partida de la isla en 1988.

Se trata del cuarto volumen perteneciente a su monumental autobiografía, que comienza con La Lengua absuelta, es seguido por el volumen titulado La antorcha al oído y finaliza con la publicación de El juego de ojos. Fiesta bajo las bombas es, pues, un libro póstumo editado por la hija de Canetti y además se trata de un libro inacabado.

La totalidad de su obra enlaza —en el pasado siglo de la violencia—, con los libros y el pensamiento de escritores alemanes procedentes de la llamada Escuela de Frankfurt, a la que pertenece otro escritor inclasificable, Walter Benjamin, cuya obra sigue generando, hoy en día, estudios e interpretaciones de todo tipo debido a la amplitud de sus aportaciones intelectuales y artísticas.

ELÍAS CANETTI

La capacidad de observación de Canetti y, en consecuencia, la riqueza de sus escritos, abarca un universo que camina en paralelo al de escritores de importancia, pero dando la impresión de que, unos y otro, viven en un planeta distinto.

Canetti elabora una forma literaria que, al igual que una flecha, atraviesa el ensayo, la novela y las memorias, con una deslumbrante reflexión sobre realidades que continúan vigentes (el poso de la realidad siempre está vigente, mal que nos pese).

Sus libros destilan la fragancia literaria de autores y autoras como Kafka, Musil o Hannah Arendt, que saben conjugar las variadas disciplinas teóricas en páginas llenas de reflexiones deslumbrantes, a día de hoy, que combinan ficción y ensayo. Por eso mismo, su obra es difícil de clasificar, y esa dificultad tiende a volverse en contra suya. Al no comportarse académicamente se le impide acceder a los cánones literarios prestablecidos previamente, y de ese modo se desconoce la enorme importancia de su obra. Todos los libros escritos pueden haber sido traducidos, pero no por eso leídos.

A pesar de sus orígenes en la Beocia de los romanos (de donde era Espartaco), la lengua y el pensamiento de Canetti son alemanes de la cabeza a los pies. Su escritura, por tanto, se encuentra repleta de oraciones subordinadas que se enredan entre ellas como si fueran un racimo de uvas, seduciéndonos e intrigándonos con cada párrafo: “Lo peor de Inglaterra son las momificaciones: la vida como una especie de momia dirigida a distancia. No es, como se dice, lo victoriano (la máscara de la hipocresía se puede arrancar, y detrás hay algo), es la tendencia a momificarlo todo, que empieza con la medida y la justicia y termina con la impotencia de los sentimientos”.

La escritura de Canetti suele ser punzante. Cada palabra —como es habitual entre los buenos escritores—, ocupa un lugar preciso, el del espacio adecuado para la reflexión, que nace, precisamente, de cada una de ellas, y de la dedicación por parte del lector. Por este motivo el escritor merece toda la atención. Al menos por parte de un lector o de una lectora con interés por seguir la evolución de la sociedad occidental durante sus últimos cien años. Y todo por escrito.

FELIPE VEGA


EL CANAL DE CASTILLA
O EL SUEÑO DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
BELÉN GÓMEZ y BIENVENIDO PICAZO

Todo el mundo sabe que Madrid está a tiro de piedra de la península de Indochina o del Salar de Uyuni, razón por la cual llegarse hasta la Tierra de Campos es una tarea hercúlea y onerosa, al alcance sólo de los ánimos más dispuestos y las huchas más agraciadas.

Llevábamos tiempo dándole vueltas a esta tenebrosa excursión, acaso solamente iniciática y, por fin, al cabo de unos cuantos lustros de dudas, aviones y otras postmodernidades, hemos puesto rumbo a la Castilla de mi infancia ¿de nuestra infancia, quizá?; sea, dejémoslo en singular para no involucrar a nadie.

Ampudia es un lugar tan estupendo como otro cualquiera en miriámetros a la redonda, pero José Antonio y Maribel regentan un hotelito de lo más peligroso, puesto que, si uno quiere visitar estos parajes, tiene que hacer caso omiso de la biblioteca que atesoran, las estancias que nos envuelven y acogen y, más prosaicamente, los opíparos desayunos a la carta con los que nos amanecen. Dicen que sus paredes son de papel, pero a nosotros no nos la dan, en todo caso, papel de celofán.

Cual orgullosos adelantados de tiempos pretéritos, tomamos posesión de nuestros aposentos, pero como aquí las distancias son lo que son, nos dispusimos a consumir las últimas horas de luz en la capital provincial. La tarde se puso densa y, al punto, nos vimos en Kansas o sabe Dios dónde, porque una suerte de extraña oscuridad, algo de viento y algún taimado trueno, nos hizo imaginar que avistaríamos a Dorothy junto a su inseparable Totó y, claro, seguimos cautos y obedientes el camino de baldosas amarillas. El previsible tornado quedó en unas cuantas gotas vespertinas sin mayor trascendencia, pero ríanse ustedes de la, tan estomagante como dizque mítica, Ruta 66. Estamos a dos pasos de mitos, estos sí, reales, sin propagandas de celuloide y seguimos desdeñando nuestro patrimonio, el real y el imaginario. Sigamos con la introspección.

Canal de Castilla, a la altura de Medina de Rioseco, Valladolid

El Canal de Castilla era el pretexto inicial para volver por estos pagos, más en cada curva del camino hay un motivo para detenerse, verbigracia, el imponente mirador de Autilla del Pino. Si Jean Cocteau, desde lo alto de Chinchilla sobre la manchega planicie exclamó aquello de “He visto el planeta”, no sé qué hubiese dicho desde Autilla. Pasmados nos quedamos con todos los Campos de Castilla a nuestra merced; de piedra es lo menos que se puede decir al comprobar cómo se nos desprendía la mandíbula. Si no hubiese sido por la bruma y la hora, apuesto que, con unos pequeños saltos, hubiésemos avistado El Sardinero o a Fermín de Pas escrutando la siesta de Vetusta.

Teníamos ganas de volver a Palencia y visitar su más que justificada bella desconocida, la Catedral de San Antolín; sin entrar en odiosas comparaciones, nada como perderse por su mutismo y su esplendoroso gótico. Palencia y gótico y románico o incluso renacimiento son, claro está, sinónimos, pero haríamos mal en simplificar. Decía Bardem que nunca pasa nada, pero caminando por la Calle Mayor, se nos antojó ver a Betsy Blair ruborizada y perseguida por un cantamañanas.

El paseo se nos hizo de lo más agradable, haciendo abstracción del hecho de que cada vez las ciudades, por pequeñas que nos puedan parecer, se asemejan cada día más unas a otras. Todas sueñan, emboscadas tras sus agobiantes franquicias, con ser Berlín o Manhattan, qué bobada más decadente. El caso es que no en todos los lugares se encuentra una plaza tan agradable como para quedarse un buen rato degustando un vino de la zona, o cualquier otro brebaje que sacie nuestra sed y engrandezca el disfrute.

Castillo de Ampudia, Palencia

En la ensenada de Medina de Rioseco teníamos pensado tomar el barquito que nos mostrase, siquiera durante una hora, parte del sueño que quedó en lo que todavía podemos disfrutar, pero que infelizmente la inmensa mayoría de los españoles desconoce. La cosa es que no habíamos reservado y tuvimos que esperar hasta el día siguiente, pero Medina no nos dio tregua porque es un pueblito interesante por el lado que uno lo quiera mirar, tan es así que un día nos supo a poco. La iglesia de Santa María con la capilla de los Benavente justifica por sí sola la visita. Excuso relatarles los detalles, sólo permítanme destacar que Eugenio d’Ors la calificó de “Capilla Sixtina del arte castellano”; más allá de la hipérbole, recréense con las creaciones de Juan de Juni o Jerónimo del Corral.

Plaza Mayor, soportales, empedrados, más iglesias, museo de la Semana Santa, a poco interés que se tenga, la de Rioseco es una buena excusa incluso para ver pasar un rebaño de ovejas de lo más orondas y protegidas.

El canal fue ideado para la comunicación de Castilla con los puertos del Norte y así poder facilitar el tránsito de la lana, la cebada, el vino o cualquier otro bien que pudiese exportarse. Los avatares del destino, las telarañas de las arcas, las guerras propias y extrañas y la insolencia del ferrocarril, dieron al traste con un sueño que terminó en pesadilla. Los caminos de hierro ahorraban tiempo y también podían transportar grandes cantidades de enseres de todo tipo, asunto que hizo imposible la competencia con las barcazas. Pudimos subir a bordo y tocar, siquiera un poco de soslayo, un trocito de historia.

Capilla de Los Benavente, iglesia de Santa María
en Medina de Rioseco, Valladolid

Encaminados por las recomendaciones de José Antonio, nuestro encantador anfitrión, pusimos el timón hacia Becerril de Campos, pueblo que, no ha mucho, obtuvo el galardón de más bonito de España. Más allá del entorchado, meramente turístico, ciertamente es un lugar muy recomendable por fuera y por dentro de algunos de sus edificios más emblemáticos. San Pedro Cultural suena más a firmamento que a gótico; en todo caso, su visita no decepciona. El ayuntamiento, y disculpen la obviedad, tiene una fachada única. Más soportales y más gentes sencillas y acogedoras que lo saludan a uno por la calle, así, sin venir a cuento y, quieras que no, caramba, estas gentes del terruño parecen más seres humanos que los urbanitas que nos las damos de no sé bien qué.

En Ampudia, para cerrar el círculo, resulta que hay más soportales, tan evocadores como bien cuidados, un castillo y hasta una coqueta plaza de toros. El castillo es privado, tan privado que sirve de residencia a los legítimos dueños que salvaron el edificio de una ruina segura y que hoy alberga una colección de lo más ecléctica y didáctica.

Cerramos aquí un capítulo que se abrirá a la menor ocasión. Paisaje infinito, silencio, llanura, Historia, belleza, páramo, Castilla.

BELÉN GÓMEZ y BIENVENIDO PICAZO



EL VERANO
JAIME GARCÍA NAVAJO

“Ver el cielo del verano es poesía, aunque nunca se encuentre en un libro. Los verdaderos poemas siempre se escapan”. Emily Dickinson. 

Las semanas finales de la primavera acogen un calor propio del duro julio de Madrid y los noticiarios escupen noticias que quisiéramos no conocer. Las circunstancias son favorables para la escapada. Huir a lugares amables y acogedores. El cercano verano se asoma como una esperanza de ruptura de la cotidianeidad y de alejamiento de la cruda realidad en la que estamos instalados. La evasión de la gran ciudad es una necesidad.

“¿Quién permanece en la ciudad en agosto?
Sólo los pobres y los locos,
Las viejecitas olvidadas,
Los jubilados con su mascota,
Los ladrones, algún buen hombre, y los gatos”.
Primo Levi, Agosto (Fragmento).

El verano como espacio de libertad, de encuentro con uno mismo, de compartir con los que nos rodean…. Pero, ¿ahora los veranos son así o, por el contrario, una prolongación de la vida que llevamos el resto del año? ¿Y si las vacaciones, tal como están planteadas, no dejan de ser una prolongación del trabajo? ¿Se puede veranear sin dejar de “producir”?

Si nos han sido propicias, la infancia, la adolescencia o nuestra primera juventud son rincones a los que acudir para rescatar esos momentos de, parafraseando a Nuccio Ordine, “utilidad de lo inútil”. Días en los que disfrutamos de instantes que este mundo, que pone precio a todo, despreciaría por improductivos.

En estas fechas, nos asaltan los recuerdos de aquellos veranos. Los mios se desarrollaron en un pueblecito del norte mesetario, de donde era originaria la familia de mi padre. Es la zona donde se forjó el nacimiento del Condado de Castilla. Una localidad que, en verano, cuando volvían los estudiantes hijos de los lugareños y los veraneantes (como se llamaban a los que habían buscado un futuro lejos de aquella aldea), rondaba la mareante cifra de 300 habitantes (en invierno no llegan a 10). Estamos en lo que se ha venido a llamar España vacía, un mundo que tan bien describieron escritores como José Jiménez Lozano y Miguel Delibes.

El pueblo se ubica en la salida de un desfiladero que mira al norte y donde, muy cerca, el Ebro transcurre entre profundos cañones. Hacia el sur se abre un valle que anuncia las llanuras castellanas, “ancha es Castilla”.

“Bajo el plenilunio del verano ardiente,
en el campo yerto de la tierra parda,
en medio del cuadro del cielo esplendente,
la montaña inmóvil, la planicie larga”.
Rubén Darío, Estío.

Las vacaciones escolares se prolongaban durante casi tres meses y el verano transcurría lentamente, muy lentamente. Las jornadas transcurrían con parsimonia, marcadas por las faenas del campo. El pueblo, un conjunto de casas de muros de sillería, algunas blasonadas, y cubiertas de teja lo suficientemente inclinadas para soportar la carga de la nieve en invierno. Presidiendo, una iglesia con una mezcla de estilos arquitectónicos y cada extremo del caserío custodiado por un palacio.

“Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
 
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma”.
Antonio Machado, Noche de verano. 

En esos años vi desaparecer un mundo, una forma de vida, agricultura y ganadería tradicionales que dieron paso a concentraciones parcelarias y explotaciones intensivas. La vida de los agricultores era muy dura. Minifundios repartidos por una orografía imposible que sólo permitía laborar con bueyes, pequeños huertos junto al río y algunas ovejas. Economía de subsistencia. El clima extremo del lugar tampoco era de gran ayuda. No había agua corriente. La fuente era un trasiego de cántaros, botijos y cubos. Por su parte, las vacas, bueyes, mulas, burros, ovejas y cabras disponían de dos pilones.

A veces, el sueño nocturno se veía alterado, antes del amanecer, por el sonido que hacía el vecino para uncir la pareja de bueyes y salir a segar o a recoger la mies en alguna de esas tierras perdidas entre los vallejos que circundaban el pueblo. Al anochecer, volvían los rebaños de ovejas que, de manera incomprensible para mí, conocían la casa del amo donde dirigirse. También, los majestuosos bueyes se refrescaban en los pilones.

“Bajo el pesado yugo tú no sientes la pena
y así ayudas al hombre que tu paso apresura,
y a su voz y a su hierro contesta la dulzura
doliente con que gira tu mirada serena”.
Giosuè Carducci, El Buey (Fragmento). 

Los servicios del pueblo eran mínimos. A determinada hora el panadero de la localidad vecina pasaba por ofreciendo sus productos. Una vez por semana venía el pescatero. Había un carnicero, un cartero que simultaneaba su actividad con la labranza, dos cantinas y un teléfono que ofrecía sus servicios en una de ellas. Era frecuente que los veraneantes recibieran el aviso de conferencia para una hora determinada.

Cuando tenías edad y fuerza para la tarea, a veces, ayudabas a algún vecino en las tareas de trilla, a beldar o a guardar paja para el invierno.

“Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón”. Miguel Delibes, El camino.

Los momentos de aburrimiento eran abundantes y obligaban a usar la imaginación para romperlos. Los libros eran buenos aliados y en la maleta nunca faltaba hueco para ellos. En mi generación muchos han labrado su afición a la lectura gracias a momentos como los de la siesta, en los que el silencio debía ser absoluto. Con el tiempo se fue formando una cuadrilla cuyas andanzas se convirtieron en la comidilla del pueblo. Las jornadas se extendían hasta el infinito y en ellas cabían múltiples posibilidades.

El río ofrecía tramos hondos y cenagosos. Eran pozas que generación tras generación eran reconocidas como seguras para el baño. Antes de la comida o para pasar una tarde sin plan, era una buena alternativa. Aguas frías y oscuras, que en otras partes del cauce eran cristalinas y bajaban entre lustrosas piedras.

“Cantar del agua del río.
Cantar continuo y sonoro,
arriba bosque sombrío
y abajo arenas de oro.
Y cantar, cantar, cantar
de mi alma embriagada y loca
bajo la lumbre solar”.
Juana de Ibarbourou, Estío (Fragmento). 

En ocasiones, los componentes de la cuadrilla echábamos los reteles y pasábamos la tarde en el coto de pesca hasta el anochecer. Al día siguiente estaba asegurada una buena cangrejada de merienda, placer imposible desde hace tiempo por la desaparición de la especie autóctona.

Durante las fiestas, una parte de los mozos volteaban las campanas, el resto sacaban en procesión al santo y el más fornido aguantaba el peso del pendón. Y por supuesto la misa, los hombres en el lado de la epístola y las mujeres en el lado del evangelio. Misas celebradas por Don Santos, un cura que hacía honor a su nombre, pero cuya atropellada pronunciación hacía ininteligible la ceremonia.  Y por la noche verbena. Las fiestas se sucedían en los pueblos de la comarca.

Otras veces, la pandilla desaparecía entre los montes cercanos, visitando las piedras de un castro o de un dolmen, recorriendo los altos páramos donde eran sobrevolados por buitres y águilas o explorando cuevas que daban paso a los complejos kársticos de la zona. En una de ellas, posteriormente, unos paleontólogos hallaron restos de neandertales.

“En las tardes azules de verano iré por los senderos,
picoteado por el trigo, a pisar la hierba menuda:
Soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda”.
Arthur Rimbaud, Sensación (Fragmento). 

También, se imponía la excursión en bicicleta, visitando las localidades vecinas. En una de ellas Miguel Delibes tenía su casa de veraneo. 

“Las calles, la plaza y los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia. Y Daniel, el Mochuelo, sabía que por aquellas calles cubiertas de pastosas boñigas y por las casas que las flanqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir”. Miguel Delibes, El Camino. 

Algunas noches, cuando en frío viento del norte no hacía su aparición, nos tirábamos en una de las eras mirando el espectáculo de la Vía Láctea y, por San Lorenzo, las Perseidas mientras hablábamos mucho, mucho: de nuestras inquietudes, del incierto futuro, de nuestros estudios, confidencias de adolescentes... 

“Muchas tardes, ante la inmovilidad y el silencio de la Naturaleza, perdían el sentido del tiempo y la noche se les echaba encima. La bóveda del firmamento iba poblándose de estrellas y Roque, el Moñigo, se sobrecogía bajo una especie de pánico astral. Era en estos casos, de noche y lejos del mundo, cuando a Roque, el Moñigo, se le ocurrían ideas inverosímiles, pensamientos que normalmente no le inquietaban”. Miguel Delibes, El Camino. 

Y como en la canción, el final del verano se anunciaba con las tardes frías y tormentas con terribles truenos y lluvias que despertaban el agradable olor a tierra mojada.

“La lluvia de agosto: lo mejor del verano ha terminado y el nuevo otoño aún no ha nacido, el extraño tiempo de la mudanza”. Silvia Plath, Diarios. 

Memoria de placeres sencillos, cuando se vivía el presente sin renunciar al pasado y soñando con lo que estaba por llegar. Sin embargo, la actual dictadura de la inmediatez reduce nuestra realidad a una sucesión de fugaces experiencias que impide encontrar un sentido de transcendencia. 

“He aquí, en pocas palabras, la génesis de mi discurso de esta tarde. Cuando hace cinco lustros escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel, el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel, el Mochuelo, era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia, pero absolutamente irracional. Posteriormente mi oposición al sentido moderno del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo más acre y radical hasta abocar a mi novela Parábola del náufrago, donde el poder del dinero y la organización quintaesencia de este Progreso termina por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad”. Miguel Delibes, Discurso de ingreso en la RAE.

JAIME GARCÍA NAVAJO



LA SEXUALIDAD COMO UNA CONSTRUCCIÓN
SOCIAL Y CULTURAL
LIDIA ANDINO
 

Muchas veces hemos escuchado decir que el psicoanálisis “todo lo explica por la sexualidad”. Un prejuicio que se suele venir montado en otro que es adjudicar a la espontaneidad un valor de verdad, cuando lo más espontáneo es el prejuicio y no lo transparente de nuestro pensamiento.

Por eso me gustaría plantear en este breve artículo algunas consideraciones entre sexo y sexualidad que ayuden a deshacer la fusión compulsiva entre genitalidad y sexualidad. El sexo como cumplimiento genital está al servicio del control; dicho de otra manera, cuando se funde sexo y sexualidad la ideología es la reproducción, digamos la ampliación de la familia. Ni Freud, ni ningún psicoanalista ha dicho jamás que esto no sea necesario, lo que se dice es que ahí no se juega la sexualidad, sino el mandato de la especie.

La moderna exaltación de la soberanía del cuerpo, de la mano de la escenificación del sexo (televisión, técnicas sexuales, cirujano-plásticas), ha provocado el mayor grado de intrusión y dominio que se conoce en la historia. Hasta ahora sabíamos del dominio sobre los territorios, sobre los bienes, y las riquezas, pero no sobre los cuerpos.

La sexualidad no es objeto de evidencia, nunca está donde creemos que está, no es observable ni visible, está siempre descolocada, tramada en palabras. Por eso ninguna técnica puede dar cuenta de ella. Ahí donde el sexo se hace ostensible a través de posturas ensayadas y maniobras predeterminadas que tratan de hacer previsible lo imprevisible, la sexualidad se recluye en moradas incalculables, fuera de las representaciones habituales y de sus estrategias de captura.

Es precisamente mediante ingeniosos aparatos, profusos recetarios, avanzados modos de confort intelectual y “control mental” que la sexualidad se disocia de la dimensión humana del lenguaje para someterla a los vaivenes de la fisiología y de la neuroanatomía. Cuando no se la equipara con la del mundo animal donde, para nuestra fascinación, nunca se va a pérdida ni se falla, porque la pistola es disparada cuando el instinto dio en el blanco.

Esa exhibición de sexo con que se decoran tantos escenarios mediáticos, protésicos, solo sirve para reprimir y taponar los laberintos de una sexualidad que siempre deriva por otros pasadizos, en otra escena.

De ahí que les deseo a nuestras lectoras y lectores que las artes eróticas no les sean ajenas, especialmente en estas próximas vacaciones que están a punto de llegar.

Gracias y les deseo un merecido descanso.

Hasta la próxima.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista

 



ISABEL ZENDAL (1773-s/f )
MARÍA LUISA MAILLARD

Es bastante probable que, si escuchamos el nombre de Isabel Zendal, nos venga a la mente el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, que construyó la Comunidad de Madrid, con motivo de la epidemia del COVID 19, con el fin de reducir la presión de los hospitales públicos. Situado en Valdebebas, se inauguró el 1 de diciembre de 2020 y hoy en día es un centro de referencia para enfermedades infecciosas y neuronales.

No sucedería lo mismo si preguntásemos en Galicia, lugar donde nació Isabel Zendal y donde se considera una heroína local, cuya ciudad natal, La Coruña, la ha homenajeado con dos esculturas; la primera, en el año 2003; La segunda, ya en 2025 se encuentra próxima al hospital donde ejerció como rectora; al igual que la calle que lleva su nombre.

Poco se sabe de la vida de Isabel Zendal, aunque sí se encuentra ampliamente documentada la hazaña que llevó a cabo y que en 1950 fue reconocido por la OMS. Isabel Zendal fue, según este organismo, la primera enfermera en la historia en formar parte de una misión internacional humanitaria. Y no fue una misión cualquiera, ya que contribuyó a salvar millones de vidas. Fue uno de los más extraños viajes de la medicina y la ciencia en el s. XIX: transportar viva la vacuna de la viruela en el cuerpo de niños, para mitigar la alta mortalidad infantil que se estaba produciendo en las colonias españolas de ultramar.

Nació Isabel Zendal en 1877 en el municipio de Ordes, localidad próxima a La Coruña. Sus padres Jacobo Zendal e Ignacia Gómez, agricultores, eran “pobres de solemnidad”, según consta en sus partidas de defunción. Fue la segunda de los nueve hijos que tuvieron, tres de los cuales fallecieron antes de cumplir un año. Isabel, debía de ser una niña espabilada pues fue la única del lugar que recibió clases particulares del párroco. Quizá por ello, cuando en 1786 perdió a su madre, debido a la viruela, que ya comenzaba a hacer estragos en España, debe abandonar su hogar para ponerse a trabajar. Tenía 13 años.

En 1793 consigue un puesto como ayudante en el Hospital de la Caridad de La Coruña, año en el que nace su único hijo, Benito Vélez, de padre desconocido. En 1800 ya era rectora de la Institución y recibía, aparte del sueldo, complementos alimentarios para ella y para su hijo. Tres años después, comienza su gran aventura.

La viruela, una enfermedad epidémica, que a finales del siglo XVIII se había extendido por Europa, causando más de 400.000 muertos, había alcanzado a la realeza española. La Infanta María Teresa, hija de Carlos IV, había fallecido de la viruela, a la edad de tres años y la enfermedad estaba causando estragos en la población infantil de las colonias de ultramar. Francisco Javier Balmis, cirujano de Carlos IV, sería el promotor de un proyecto inédito, financiado por Carlos IV: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, a la que fue incorporada Isabel Zendal, por Real Decreto de 1803.

El 30 de noviembre de 1803 la corbeta María Pita, dirigida por Javier Balmis y José Salvany, segundo cirujano de Carlos IV, parte de La Coruña con 37 pasajeros, de los cuales 22 niños sanos entre los tres y los nueve años, contando a Benito Vélez, el hijo de Isabel Zendal. Los niños, según el Real Decreto, estarían bien equipados, mantenidos y educados, amén de devueltos a sus pueblos de origen, los que hubiesen partido con esa condición. De esa tarea, de cuidar y mantener vivos a los niños, procedentes de varios orfanatos de Santiago, La Coruña y Madrid, se encargaría Isabel Zendal.

También era su tarea inocular progresivamente a los niños de dos en dos la vacuna para que actuaran como reservorios humanos y cuidarlos en los días posteriores. En 1796, el médico rural Edward Jenner, había descubierto que en las pústulas del obre de las vacas contagiadas, existía una porción muy pequeña del virus, que podía actuar como vacuna. El problema consistía en mantener vivo el virus, lo que resultaba imposible, con los medios con los que se contaba, a principios del siglo XIX, en un viaje de ultramar. La fórmula, propuesta por Javier Balmis, resultó un éxito, ya que llegaron a vacunar en su periplo a más de 250.000 personas, dejando a su paso unidades de vacunación.

Su primer destino fue Santa Cruz de Tenerife, donde permanecieron un mes vacunando a la población. Desde allí volvieron a partir, ahora a Nueva España: Acapulco, Venezuela, Colombia, Perú… El 7 de febrero partieron de nuevo, ahora a Filipinas con 26 niños, el 7 de febrero de 2004 y llegaron a Manila el 5 de abril de 1805. El 14 de agosto de 1809 regresaron a Acapulco, donde Isabel decidió permanecer con su hijo en la localidad de Puebla. Según el médico Javier Balmis, Isabel Zendal estaba agotada, al final del periplo: “Infatigable día y noche, ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tenía a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes, y los ha asistido en sus continuas enfermedades”. Allí se pierde la pista de nuestra protagonista; pero no su recuerdo, que permanecerá siempre en nuestra memoria.

MARÍA LUISA MAILLARD



EL PASADO 5 DE JUNIO CELEBRAMOS LA PRESENTACIÓN DE LA ÚLTIMA BIOGRAFÍA DE NUESTRA COLECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE MUJERES RELEVANTES: ROSALÍA DE CASTRO, DE MARÍA LUISA MAILLARD, LA NÚMERO 45.


María Luisa Maillard e Inés Alberdi

Felipe Vega, María Luisa Maillard e Inés Alberdi

Felipe Vega y María Luisa Maillard








¡¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!!


TEXTO DE INÉS ALBERDI

Rosalía de Castro (1837-1885) fue una poeta española, considerada una de las figuras más importantes de la literatura gallega y española del siglo XIX. Nació en 1837 en Santiago de Compostela, Galicia. Es reconocida por ser una de las precursoras de la poesía moderna española. Abordó en sus escritos temas como la identidad gallega, la injusticia social y la condición de la mujer, convirtiéndose en una voz pionera en la defensa de los derechos femeninos. Sobre este personaje, tenemos ahora un nuevo libro, el de María Luisa Maillard, un libro breve, interesante y necesario.

Forma parte de la colección de biografías de mujeres que María Luisa Maillard y Susi Trillo comenzaron a editar hace más de diez años, cuando advirtieron que en la mayoría de las bibliotecas públicas no era posible encontrar biografías de todas esas mujeres geniales y fantásticas por las que muchas veces nos preguntamos ¿Quién fue? ¿Qué hizo? ¿Cómo empezó? ¿Cuál fue su vida? Para responder a esa necesidad, empezó su andadura la colección Eila Editores de biografías de mujeres. Todas importantísimas, unas españolas, otras extranjeras, unas contemporáneas y otras del pasado. Hasta 45 biografías, en libros breves, asequibles a la gente joven, para conocer a estas mujeres.

El libro comienza diciendo que Rosalía fue una hija “brava” y que eso la marcó. Una palabra que solo se usa en Galicia para señalar a los niños o niñas nacidas de madres solteras y de padres ausentes. Ilegítimos, bastardos, bravos, naturales, adulterinos, sacrílegos, muchas son las palabras que han marcado a estos niños en el pasado. Epítetos que les discriminaban a lo largo de toda su vida; por ejemplo, les impedían hacer la carrera militar o entrar en religión. Solo desde la Constitución de 1978 desaparecieron estas denominaciones despectivas y todos los niños nacidos en España han pasado a tener los mismos derechos respecto de su padre y de su madre.


No hay que despreciar el valor de esta reforma. ¿Sabéis cuando desaparecieron los hijos ilegítimos en Francia? En 2005. El año 2025 se acabó la discriminación contra estos niños y niñas en el país de la Liberté, la Égalité y la Fraternité.

Pues así le ocurrió a Rosalía de Castro, hija de una mujer de familia hidalga venido a menos, que no se había casado nunca y, ya con 33 años, entró en amores con un cura de su parroquia, en Padrón. El pobre bebé, ilegítimo y sacrílego, fue ocultado por un tiempo en otra población y luego pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia viviendo solo con su madre. Es mi hipótesis que esa belleza triste que tiene siempre la poesía de Rosalía tiene mucho que de ese amor solitario entre madre e hija.

Rosalía vivió una España atrasada social y económicamente que tuvo, a la vez, un difícil y agitado sistema político a lo largo del XIX, en los años de madurez de la escritora. Son años agitados en lo político y pobres en la económico, con mucha emigración que huye de la miseria, especialmente en las regiones gallegas.

Nace y vive su infancia en Padrón. Estuvo muy unida a su madre y felizmente se trasladan, cuando tiene 13 años, a Santiago de Compostela donde la joven podrá tener mejor educación y contacto con los intelectuales gallegos y los jóvenes universitarios de su edad. Es allí donde comienza su amistad con el grupo de jóvenes que están organizando el movimiento de Resurgimiento Gallego. Una de las cuestiones en las que estos hacen hincapié es en la reivindicación de la lengua gallega. Llega a Madrid con 19 años, aspirando a ser libre y desarrollar una carrera literaria. Pronto comienza a situarse en los ambientes literarios madrileños, escribiendo en español.

Lo que fue sobre todo Rosalía de Castro fue una poeta. Una de las grandes. Escribió muchas otras cosas, pero brilló y aun brilla sobre todo por su poesía. Así lo reconocen los estudiosos actuales, como antes la reconocieron los grandes poetas del siglo XX: Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Luis Cernuda que le han dedicado elogios y poesías que pueden leerse en la obra.

Rosalía fue además una mujer valiente y decidida. A pesar de ese fondo de melancolía que siempre tuvo, fue resuelta en su ambición de ser escritora. Con solo veinte años se viene a Madrid y se relaciona con escritores y poetas. A través de su tía, conoce a los Bécquer, que luego la apoyarán en sus primeros pasos como poeta. Eran los años del romanticismo que empezaba como tendencia entre los escritores: Larra, Espronceda, Zorrilla. Rosalía nace el año que se suicida Larra, dando un ejemplo total de poeta romántico. Ella también va a seguir esta línea del romanticismo, llegando quizás a cumbres de lirismo que sus colegas no alcanzan. Sus poesías serán siempre más intimistas, más cercanas y emocionales que los grandes dramas trágicos que escriben Zorrilla o Espronceda.

En estos medios literarios de Madrid conoce a Murguía, el que será su marido. La biografía que tenemos ante nosotros plantea una visión novedosa e interesante de esa relación de Rosalía y Murguía. Por una parte, le ayudó a seguir su carrera literaria pues valoraba su genio, sus cualidades y lo que podía lograr con ellas. Pero, por otra, quiso adueñarse del personaje de Rosalía y trató de dominarla y conformarla a sus deseos. No lo consiguió del todo, pero hay todavía una imagen que persiste, sobre todo en Galicia, que quiere reducir a Rosalía de Castro a ser musa y símbolo del Resurgimiento Gallego, de ese nacionalismo cultural del que Murguía fue uno de los iniciadores y líder. Hay algo reduccionista en esta visión de una escritora que quiso ser universal y que, felizmente, lo es hoy en día en el pensamiento y en la crítica literaria más avanzada.

El drama de Rosalía fue su transformación en mito. Murguía intentó crear un mito de su esposa como mujer doliente y melancólica, madre y esposa solícita retirada en su hogar y así, identificarla con esa Galicia solitaria y apartada del mundo, dominada por un exterior agresivo. Rosalía de Castro no sólo fue una gallega universal sino una española universal y parece ser que estas dos cuestiones, que no tendrían que oponerse, lo hacen gracias a las intervenciones interesadas de Murguía, el que fue su marido, y uno de los iniciadores y de los lideres principales del galleguismo como movimiento político.

Sin embargo, nada que ver la imagen de mujer sumisa y hogareña con la mujer moderna, preocupada por los problemas de su sociedad y de las mujeres que, como ella, estaban tratando de jugar un papel mayor del que se las permitía. Tuvo Rosalía un temperamento fuerte y reivindicó el reconocimiento social y literario. Fue independiente y luchó por la libertad de seguir con su tarea literaria tanto en gallego como en español.

Fue también una pionera en la defensa de las mujeres. Rosalía de Castro fue muy consciente de la marginación de las mujeres y de los abusos que recibían en su época. Por ejemplo, una de sus primeras novelas trata del tema del incesto y de los abusos en el seno de la familia, unos cuantos años antes que Pardo Bazán tratase estos temas en sus novelas y cuentos. Será sensible a las desigualdades sociales, a las injusticias, a la pobreza y el hambre; pero también consciente de la marginación que sufrían las escritoras en su época. No se las reconocía como a los varones, se las criticaba y se las pagaba menos por sus escritos.

Ella sabía que muchas de escritoras huyeron de estos problemas haciéndose pasar por hombres. Fue el caso en aquellos años de George Sand en Francia, de George Elliot en Inglaterra y en España Fernán Caballero, a quien dedica su obra “Cantares gallegos”. Rosalía es valiente y no oculta su nombre, como Pardo Bazán a la que también se lo aconsejaron. Solo Arenal recurrió a esa impostura, para colarse en la universidad cuando estaba cerrada la puerta a las mujeres, y cuando presentó una obra en un concurso público y lo ganó, se generó un gran follón cuando descubrieron que era una mujer. Estuvieron a punto de no darle el premio, pero gracias al liberal Salustiano de Olózaga la sensatez se impuso.


Rosalía de Castro forma parte de ese trio de pioneras geniales, de gallegas universales que fueron Rosalía (1837), Concepción Arenal (1820) y Emilia Pardo Bazán (1851). Una poeta, otra abogada y reformadora, y la tercera novelista y socióloga, Las tres se ocuparon de temas sociales, de los temas tremendos de aquella sociedad desigual y pobre de finales del XIX y las tres se interesaron especialmente por la situación de las mujeres dentro de aquella sociedad. Las tres lucharon por su educación, su libertad y su autodeterminación. Apenas hay nada en común en las biografías de estas tres grandes mujeres, pero si tuvieron mucho en común sus trabajos y sus preocupaciones. Todavía tienen sentido los análisis que cada una de ellas hicieron de la educación, de la falta de libertad y de la necesaria autodeterminación de las mujeres.

Rosalía fue sobre todo poeta. Escribió novelas y relatos, también artículos para la prensa, pero es en la poesía donde alcanza unos niveles de belleza y lirismo mayores, siendo una de las primeras voces de la llamada poseía moderna. Fue una escritora que quiso recuperar la lengua gallega y que ayudó a conseguirlo. Se ocupó de los sufrimientos de pueblo gallego, de la tristeza de la emigración y de la soledad de las mujeres, pero sobre todo lo que tiene un valor enorme, más allá del valor político de su lucha, fue la sencillez, la belleza y la musicalidad de sus poesías.

El mayor homenaje que podemos hacer a Rosalía de Castro es leerla. Leer sus escritos y sobre todo su poesía. Y leer también esta magnífica biografía.

    INÉS ALBERDI 

TEXTO DE MARÍA LUISA MAILLARD

Buenas y espero que no muy calurosas tardes. Quiero finalizar el acto, dando las gracias. Gracias es el nombre de la ofrenda, decía María Zambrano, y si lo decía ella, será verdad.

Quiero empezar por agradecer a Casa de Galicia en Madrid y a su director, Luis E. Ramos, su generosidad al haber acogido este acto. También a los miembros de la mesa, Inés Alberdi y Felipe Vega por su participación y sus palabras de aliento y, lo que es más importante, a todos ustedes por su presencia y apoyo.

Esta biografía de Rosalía de Castro, que es la que nos reúne aquí, da clausura a un proyecto muy ilusionante, la elaboración de una colección divulgativa de mujeres que han enriquecido el mundo con sus aportaciones, que se inició hace ya más de 15 años, como propuesta de la Asociación Matritense de Mujeres Universitarias, que ha durado hasta hoy, y que ha puesto en el mercado 45 biografías, sin ningún tipo de subvención ni ayuda institucional.

Quiero agradecer a todos aquellos que han colaborado y han hecho posible este proyector peregrino: autoras, autores, divulgadoras, propagandistas, distribuidoras, lectoras, a nuestro administrador… Sé que algunos de los presentes se han sentido aludidos. Veo por ahí a Isabel Bandrés, a Javier Fernández-Quejo, a Natalia Velasco, veo a Rosa Mascarell, en la lejanía de Valencia, a Neus Samblancat en Barcelona... No están presentes en la sala, pero el corazón ya saben ustedes cómo es: ve cosas que los ojos no ven.

Agradecer también a la librería Mujeres y Compañía, por habernos  acogido durante estos años en su caseta de la Feria del Libro, y cómo no, a nuestra actriz de carácter, Isabel Arcos, que ha dado voz y presencia a algunas de nuestras mujeres biografiadas: María Zambrano, Soledad Ortega, una de ellas, Concepción Arenal, en esta misma casa y cómo no, a Inés Alberdi, aquí a mi lado, una de nuestras mayores propagandistas; pero de forma especial quiero subrayar la labor de la diseñadora de la colección, Susi Trillo y su esmerado trabajo de edición durante todos estos años. Sin ella, la empresa no hubiera sido posible.

Finalmente, mis gracias son para Rosalía de Castro: “Ha sido un placer conocerte a fondo”, le diría. Y aquí, voy a hacer un inciso para extender el agradecimiento a mi amiga Baralides Alberdi que, nada más conocer mi proyecto, me regaló las O.C. de Rosalía de Castro. No voy a explayarme sobre la figura de Rosalía porque ya no nos queda mucho tiempo; pero sí quiero resaltar el aspecto de su obra poética que la ha convertido en una precursora de la poesía moderna y en una poeta universal. Rosalía de Castro pertenece a un romanticismo tardío, suelen decir los libros de texto y los manuales; pero su poesía se aleja de la imagen que se ha difundido sobre los románticos y que se ha incrustado como la peculiar forma de ser de la sociedad contemporánea: la de un subjetivismo extremo: “Yo siento, yo opino, yo, yo”. Rosalía de Castro se encuentra en otro horizonte, ese horizonte que María Zambrano en su texto: “Por qué se escribe”, describe como el horizonte de todo verdadero escritor: ir a la búsqueda de lo que sucede en el silencio de las vidas, en el secreto seno del tiempo y que no puede decirse, “hay cosas que no pueden decirse”, es un dicho del habla popular y esto que no puede decirse, es lo que, según Zambrano, se tiene que escribir. Para ello el escritor debe prescindir de su yo, para ponerse al servicio del yo común, de lo que nos une a todos como seres humanos. Cito a Zambrano:

“El escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de dónde saca lo que escribe. Sacar algo de sí mismo es todo lo contrario a ponerse así mismo […]  El que escribe, mientras lo hace, necesita acallar sus pasiones y, sobre todo, su vanidad”.

Desde este horizonte, Rosalía de Castro ha logrado incrustarse en el alma del pueblo gallego e identificarse con sus sentires más hondos. Ha puesto de relieve la enorme trascendencia de la lírica popular, su sabiduría, pero no sólo eso: se ha identificado también con el alma de su siglo y con aquello que todos compartimos como seres humanos. Sus innovaciones métricas, la utilización de símbolos de realidad, como el de la conocida “negra sombra”, se ajustan a la nueva realidad que describe. La de un siglo que ha perdido la esperanza, trasladándola de forma exclusiva al progreso técnico.

Voy a finalizar con unas palabras de Rosalía en ese paradójico prólogo a Follas novas, que lleva por título “Dúas palabras da autora”. He dicho paradójico porque en él se entremezclan sus propias palabras con aquellas que Murguía entiende debe expresar una esposa humilde y hogareña, ajena a los oropeles de la fama. Traduzco, porque, aunque conozco el gallego, no puedo aproximarme a su fonética propia:

"¡Ay!, la tristeza, musa de nuestro tiempo, me conoce bien y de muchos años atrás, me mira como suya y otra como yo, no me deja ni un momento, ni siquiera cuando quiero hablar de tantas cosas que pasan por el aire y por nuestro corazón. ¡Loca de mí! ¿Dije en el aire? Es en mi corazón. Pero, ¿fuera de él? Aunque, en verdad, ¿qué le pasará a uno que no sea como lo que le pasa a todos los demás? ¡En mí y en todos! ¡En mi alma y en las ajenas!".

 MARÍA LUISA MAILLARD




 ISABEL BANDRÉS

Fernando (un excelente Manolo Soto), es un tranquilo profesor de Geografía e Historia al que su mujer abandona. Destrozado, viaja sin rumbo intentando reponerse, hasta que sin pretenderlo y aprovechando la oportunidad, suplanta la identidad de otro hombre como jardinero de una quinta portuguesa, donde entabla amistad con una mujer que regenta la finca. Fernando ve la ocasión de cambiar de identidad, de ser otro, de elegir quién ser y cómo ser sin dejar de ser él mismo.

En el Festival de Málaga la directora, Avelina Prat, comentó que la identidad se va formando con la experiencia: “No sólo se constituye con tu lugar de nacimiento, sino que poco a poco se van incorporando vivencias que desembocan en la creación de nuevas identidades. Por eso, a la hora de dibujar a mis personajes, siempre me han interesado las personas que se han visto obligadas a emigrar de sus raíces o a cambiar de lugar donde han crecido o vivido y van incorporando todo lo que les sucede en el nuevo contexto, sin perder su identidad anterior, consiguiendo incorporar todo lo que les rodea conformando una nueva identidad”. Esta hermosa película nos habla de segundas oportunidades, de seguir adelante sin rencor, de familias elegidas, de escuchar al otro, de amistad, de empatía y de bondad. Y todo esto, sin pasarse de azúcar y sin sensiblería.

Según la directora, la quinta portuguesa es, “[…] una casa con elementos evocadores de misterios, un lugar bucólico donde sus protagonistas se encuentran y comparten historias para ayudarse a superar sus traumas”. La narración es tranquila y suave, lo que nos ayuda a reflexionar sobre si no estaremos equivocándonos al dejar entrar en nuestras vidas la palabrería, el odio y la confrontación. El secreto está, nos dice está narración, en escuchar, no solo oír, al otro y en la benevolencia. Una muy buena película que, además, rebosa encanto, tranquilidad y humanismo. No se la pierdan.

ISABEL BANDRÉS





La película arranca con Luis (un excelente Sergi López) y su hijo Esteban (Bruno Núñez) buscando a Mar, su hija y hermana, en una rave, fiesta de música tecno al aire libre, en algún lugar desértico de Marruecos. Un gran grupo de gente pasa el rato bailando tecno que emiten, a todo volumen, unos grandes altavoces exteriores. Sus cuerpos se mueven al ritmo de una música hipnótica cayendo, con la ayuda de porros y otras sustancias, en una especie de catarsis colectiva. Luis y su hijo enseñan a los participantes la fotografía de Mar desparecida hace cinco meses. Nadie la reconoce. Un grupo de fiesteros, mutilados física y emocionalmente, les comentan que se prepara otra rave cruzando el desierto. Luis y Esteban deciden seguirlos, piensan que quizá allí encuentren a Mar.

El viaje comienza y una naturaleza grandiosa y aplastante nos sobrecoge. Oliver Laxe, el director, nos muestra la soledad y el desamparo del ser humano ante la magnificencia del mundo y el inevitable destino, la muerte. Es una película muy orgánica que nos hace sentir como reales todos los elementos que nos muestra: la arena en la boca, el viento en la cara y el sol que nos quema… Nos angustia la extrema fragilidad del ser humano, solo ante la inmensidad e indiferencia del mundo y sus penalidades. No hay dioses a los que acudir ni algo o alguien que les/nos cobije ante tanto desamparo. Esta gran película es como un colosal puñetazo en las tripas, nos deja sin respiración, pero nos ata a la butaca. Lo que nos cuenta, no es una anécdota de unos tipos estrafalarios y un tanto perdidos. Nos narra “nuestra” historia, la historia de la humanidad. Ellos, somos todos nosotros buscando a alguien o algo y deseando encontrar algún atisbo, como la música o las raves, para poder conectar y para sentirnos a salvo. ¿A salvo de qué? Quizá de la soledad, de las pérdidas, de las desgracias, de la fragilidad, de la muerte y del deseo que no queremos saber que deseamos. Al principio de la película, hay un letrero que nos explica que “Sirât” en árabe significa “camino o sendero” que alude también al “camino interior que te empuja a morir antes de morir” y “al puente que une el infierno con el paraíso” que tiene la densidad de un cabello.

En un punto del desierto, el camino está cortado por los militares. Así se enteran que la civilización está al borde de la Tercera Guerra Mundial. Las desgracias de los protagonistas aumentan: bombas antipersonas, falta de agua, de gasolina, de comida… Y, sin embargo, ante tanta desgracia, existen momentos de exaltación y alegría para volver de nuevo al infierno. Es como si estuviesen en un puente, ese frágil cabello, que une el cielo y el infierno. Uno de los personajes pregunta: “¿Así es el fin del mundo?” El amigo responde: “Hace mucho tiempo que es el fin del mundo”.

El final es un tanto sorprendente. ¿Nos habla de la fuerza vital y de la superación del ser humano ante un mundo arrasado? ¿O nos avisa de que todo empieza de nuevo en un eterno bucle? Pienso en ese camino interior del que nos habla Oliver Luxe, ese viaje en el que nos encontramos con desgracias y estragos que, a pesar de todo, superamos. 

No me atrevo a recomendarles esta película. Es excelente, pero está hecha para estómagos fuertes. Salimos noqueados y angustiados. Para mí, mereció la pena verla y pasar un mal rato, pero comprendo que haya espectadores no estén dispuestos a sufrir.

ISABEL BANDRÉS








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