¿Qué
te sugiere la palabra “progreso”?
Un
cine que había en mi barrio, en Tirso de Molina, que era el cine Progreso y que
pasados los años se convirtió en el Teatro Nuevo Apolo. En la época en la que
comenzaron a crearse salas de cine se ponían nombres muy bonitos, como “Progreso”.
¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?
La empatía.
¿Cuál consideras que es su peor defecto?
La falta de empatía, el egoísmo.
Color favorito.
El rojo.
Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?
En perderlo.
Animal
preferido.
El perro.
Elige
un paseo.
Por el campo.
¿Cómo
combates el miedo?
No
lo combato, no sé combatirlo, me puede.
¿Qué
habilidad te gustaría tener?
Poder
tocar música con cualquier instrumento.
¿Qué
opinas de la IA (Inteligencia artificial)?
Que es un oxímoron, si es inteligencia no
puede ser artificial.
¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?
Cuando te haces mayor sí, corre que se las pela.
Autor literario preferido.
Galdós.
Ciudad
donde vivirías.
En una en la que uno se pueda
desarrollar, encuentre trabajo y casa y se pueda hacer una vida normal. Y que
tenga mar.
Elige
una parte del día.
Las mañanas.
¿Echas
de menos el silencio?
A veces.
Contesta
el cuestionario: Ana Belén
Fecha:
4 junio 2025
Aquel
verano, cada tarde de camino a las playas coruñesas, sonaba en bucle en mi coche
Agapimú. Los hombres de mi entorno estaban enamorados de Ana Belén. Algunas
mujeres, también. No se podía ser más famosa ni más deseada. La escena de la
película Morbo, unos años antes, en la que Ana se despoja del traje de
novia en una gasolinera, dejando ver su ropa interior de blanco crochet o la
ducha en la caravana, botella de agua incluida, que sugería más que mostraba,
tuvo mucho que ver.
A
nadie vamos a descubrir quién es Ana Belén porque nunca dejó de estar presente
en nuestras vidas en teatro, cine y con su música, que de todo ha hecho mucho y
muy bueno.
Como
no deja de hacer, ahora está en plena promoción de su nuevo disco Vengo con los
ojos nuevos y cumpliendo con su gira “Más D Ana” por toda España, que
comenzó el 6 de abril y finalizará el 23 de diciembre en el Movistar Arena de
Madrid.
Una
ocasión única será poder disfrutarla en “Noches del botánico”, el próximo 3 de julio en
Madrid. No corran, las entradas están agotadas…
S.T.
EL
PUDRIDERO
ISABEL
BANDRÉS
Han
llegado ya los calores del verano. Con ellos nos invaden la molicie, el relajo…
y de pronto, nos asalta, una vez más, la corrupción. Otra vez. Podemos decir,
como Unamuno, que nos duele España y, de paso nos duele el mundo, porque
estamos en un momento de tensión y de cambio hacia algo que no nos gusta nada a
los demócratas. Corrupción viene del latín corruptio que, a su vez, se
deriva del verbo latino rumpere que significa romper: romper la ley, la
confianza, la ética y con esa ruptura viciar, pudrir, envilecer no solo la
política sino la vida de todos nosotros. Para la democracia, la corrupción es
un veneno letal porque extiende el manto de la sospecha sobre todo el sistema,
fomenta la desconfianza en los partidos y empuja al votante joven hacia partidos
de extrema derecha o de extrema izquierda que nada tienen que ver con la
democracia liberal. La serpiente de los totalitarismos nace del podrido huevo
de la corrupción.
Lo
peor de la corrupción es que nos corrompe a todos. Si roba un político
importante, ¿por qué yo voy a cumplir con mis deberes cívicos si ellos, los que
nos representan, no los cumplen? Las corruptelas invaden la sociedad y todos,
poco a poco, nos deslizamos hacia aguas putrefactas y mal olientes donde
chapoteamos junto con otra bacteria mortífera para una sociedad abierta y
plural: la polarización.
Está claro que nadie aprende de sus propios descarríos ni de los ajenos. Muchos gobiernos han caído en España, principalmente, por la corrupción. Pues nada, erre que erre, tropezando siempre en la misma piedra. Muchos son los ciudadanos que apartan la mirada si la mierda viene de “los suyos” y señalan “matices” diferenciales con la inmundicia de “los otros”. Los corruptos son todos iguales. Hacen todos lo mismo y tienen el mismo discurso. Revisen, por favor, la hemeroteca. Un corrupto lo es sea alto, bajo, gordo, flaco, de derechas, de izquierdas o medio pensionista. Estamos constantemente en la ambivalencia moral mientras el escepticismo cívico crece. Todos lo sienten, todos piden perdón, pero no hay ninguno que, tras el ya clásico acto de contrición pública, devuelva lo robado, se eche cenizas sobre la cabeza y se retire al desierto en plan anacoreta para purgar sus desmanes. ¿Usted conoce a alguno? Yo, no. Si todos los corruptos lo hiciesen, el Sahara tendría super población de penitentes flagelándose. Disculpen ustedes este desahogo producto de una hartura superlativa.
¿Qué
pulsión empuja al corrupto: la avaricia, el poder, el narcisismo…? Existe en
estas gentes un deseo irresistible de romper las normas, de demostrar que ellos
pueden porque están muy por encima de todo y de todos. ¿Qué deseo les hace
romper con los limites elementales de la convivencia? Decía el poeta Schiller
que “El hambre y el amor mantienen cohesionada la fábrica del mundo”. Es decir,
las cosas sencillas como la supervivencia y el afecto hacia los otros. Cuando
ese principio se rompe, aparece la avaricia sin límites, el odio y la crueldad
hacia el otro. Las pulsiones de vida son sustituidas por las pulsiones de
muerte. La experiencia y Freud nos dicen que los seres humanos somos todos
fácilmente corruptibles. Quevedo ya lo comentó: “Poderoso caballero es don
dinero”. Tenemos que volver a los clásicos.
España
es uno de los países más corruptos de la Unión Europea y Dinamarca, el menos. ¿Los
daneses nacen con el gen de la bondad y los españoles con el de la perversión?
Naturalmente que no. Los daneses tienen unas leyes y unos controles
institucionales que la limitan. La regeneración solo es posible si se cambian las
leyes controladoras, se amplía la transparencia en la economía de los partidos,
desaparecen los aforamientos y se eliminan los indultos a los condenados por
corrupción. Algunas palabras quedan muy bien en los discursos, pero están
vacías de contenido. Hay que recordar que España no ha desarrollado todavía la
Estrategia Nacional Anticorrupción prevista en la ley 2/2023. Además, hacemos muy
poco caso a las recomendaciones que, sobre esta materia, nos envía la Unión
Europea.
El daño que la corrupción causa a la economía es brutal. Se deduce que, si se contuviesen las corruptelas durante 15 años, nuestro PIB subiría notablemente. Según un Informe de la Comisión Nacional de los Mercados y Competencia, se calculan 47.000 millones de euros anuales de sobrecostes de la obra pública a consecuencia de un deficiente sistema de contratación. ¿Cuántas plazas de hospitales, cuántas viviendas públicas, cuánto alivio a las clases más desprotegidas supone ese despilfarro? A menos corrupción más protección social y más democracia. Lo vemos en los países más honrados: Dinamarca, Nueva Zelanda, Suecia…
¿Quieren
regenerar el país? ¿Quieren terminar con la subida de los ultraderechistas? Elaboren
leyes efectivas. En definitiva, copien la legislación de Dinamarca y verán como
terminamos siendo tan honrados, aunque no tan rubios, como ellos. Y, por favor,
no polaricen. Los ciudadanos estamos muy cansados y muy hartos del “tú más” y de
la palabrería hueca. No recuerdo dónde leí la expresión “la corrupción es la
supresión de lo humano en lo humano”. Es justamente eso, el corrupto se
deshumaniza mientras deshumaniza a los otros que, para él, son meros objetos a
los que esquilmar y manipular. Corrupto lo puede ser cualquiera y de cualquier
ideología, país, raza y condición social. La honradez, sobre todo cuando se
pisa moqueta y poder, es una mosca blanca. Consolémonos, las moscas blancas no
abundan, pero existen.
Las
pulsiones del mal, de la crueldad y del odio, mantienen cohesionada a una
sociedad deshumanizada y corrupta. Pero las fuerzas del bien conforman una
fuerza integradora que nos lleva a construir lazos afectivos con los otros, actitudes
honradas y sociedades libres y abiertas. El buen hacer puede ser muy atractivo.
No debemos olvidar que la democracia se mantiene porque los ciudadanos honrados
cumplen todos los días con sus deberes. Nos esperan tiempos abrumadores. Pero a
pesar de la pestilencia, pasen ustedes un buen verano.
ISABEL BANDRÉS
“LA MIEL Y LA MENTIRA PARA EL FONDO TIRAN”
MARÍA LUISA MAILLARD
El
otro día, leyendo el magnífico libro de Federico Rampini El suicidio occidental, me hice varias preguntas. El subtítulo del
libro: “El error de revisar nuestra historia y cancelar nuestros valores”, nos
orienta ya sobre los mecanismos internos que han contribuido, según el autor, a
dicho “suicidio” programado. ¿Somos tan conscientes de ello como lo son
aquellos países que comienzan a dominar el panorama internacional?, sería la
primera pregunta.
El
autor, periodista y analista geopolítico, que ha vivido en China, Turquía y
Arabia Saudí, entre muchos otros países, intenta contemplar el progresivo declive
de Occidente desde la estupefacta mirada de “los otros”. Si no valoramos nuestra
herencia cultural y reescribimos negativamente nuestra historia, ¿cómo nos van
a valorar fuera de nuestras fronteras?, se pregunta. Mientras China, Rusia o
Turquía reescriben sus libros de texto para impregnarlos de orgullo nacional y
autoestima, Occidente los reescribe para cuestionar con radicalidad nuestra
tradición civilizatoria. ¿Somos tan culpables? ¿Y de qué?, sería la segunda
pregunta.
El
autor constata, por ejemplo, que Occidente, en su época colonial y de
predominio —que ya ha perdido, por cierto—, no sólo fue igual o menos cruel que
el mundo árabe, otomano o ruso en su época expansionista; sino que, en muchos
casos, exportó cultura y progreso. Entonces se pregunta: ¿Por qué Occidente se
flagela y sus dirigentes piden perdón? No nos imaginamos a Xi Jinping ni a
Putin ni a Erdogan flagelándose por los daños causados en los territorios
ocupados por sus respectivos países a lo largo de la historia, señala el autor.
¿Y
el cuestionamiento de nuestros valores? Sería la tercera pregunta. No existe
ninguna cultura que haya logrado formular los Derechos Humanos, ni legalizar la
emancipación de la mujer, ni elaborar una forma de gobierno como la democracia,
ni lograr un estado del bienestar para la mayoría de sus ciudadanos. Ya Denis
Rougemont en su artículo “Decadencia, caída, renacimiento. O la evolución de la
idea europea de 1923 a 1963”, al señalar los dos elementos que habían
contribuido a la prosperidad de Europa en el periodo tratado: la descolonización
y la creación de organismos supranacionales, alerta sobre una grieta: los
países descolonizados se sienten atraídos por la prosperidad europea; pero no
aceptan los valores que la han hecho posible. ¿Hemos estado, desde entonces,
contribuyendo a dicha desvalorización desde dentro? Sería la cuarta y decisiva
pregunta.
Ahora que asistimos al deterioro evidente de las democracias occidentales desde la corrupción y los populismos de signo autoritario, ahora que empezamos a ser irrelevantes en el panorama internacional, sería el momento de retomar esa pregunta: la situación actual, ¿es el precio de la libertad o hemos cometido algún error en el camino?
Federico
Rampini desmenuza con ejemplos concretos la devaluación de los valores occidentales
en Estados Unidos, a través de la cultura woque,
trasplantada a Europa desde los claustros universitarios americanos; pero cuyo
origen es europeo. Algunos, como el ecologismo extremo o la sofocante y abusiva
burocracia, afectan a la economía; otros, como el respeto a las minorías, se
convierten en una demonización del hombre occidental —sexista, racista y
explotador— y de su tradición cultural “manchada” por el pecado del
capitalismo. Platón, Aristóteles, Dante, Bethoven o Shakespeare estarían
incluidos en el lote. Quien no acepte ese pensamiento único, sufre la censura
de “la cancelación” que, en Estados Unidos y en ciertos estamentos
profesionales, se convierte en la pérdida de trabajo y de la posibilidad de
conseguirlo. La “cancelación” tiene como contrapartida la impunidad de los
“afines” que no son sino los que ejercen el poder de forma populista desde esos
presupuestos.
Me
voy a permitir subrayar la pérdida que pienso se encuentra en el sustrato de
dicha evolución, la de la palabra, origen de nuestra cultura. ¿Qué ha sucedido
con la palabra? María Zambrano, en 1962, al analizar la evolución del lenguaje
en las sociedades occidentales, señala su empobrecimiento. Describe un lenguaje
agresivo en torno al “yo opino”, plagado de adjetivos e interjecciones, y con
un verbo esquematizado. Un lenguaje que desconoce al interlocutor y a la
circunstancia en que se emite. La filósofa lo opone al “modo antiguo del hablar”,
ejemplificado en refranes y dichos populares, que se caracterizaba por señalar
una realidad, como, por ejemplo: “La miel y la mentira para el fondo tiran”. Lo
importante no era lo que uno pensase o sintiese, sino que ello fuera verdad.
Era un habla que limitaba el uso del yo y del adjetivo, y el verbo estaba desplegado
en todas sus posibilidades para atender a la circunstancia en la que se emitía
el mensaje.
La
clave se encuentra, me parece, en la unión de palabra y verdad, hoy en desuso
en nuestros lares. Ya no se habla para decir una verdad. La verdad se ha vuelto
problemática. Es, simplemente, fruto de un acuerdo. Y así hemos llegado a la
“posverdad”, es decir, a la legitimación de la mentira, siempre que dicha
mentira se convierta en verdad por un acuerdo que atiende a los intereses de los
que ejercen el poder económico y político. Si a ello unimos el predominio de
las ideologías sobre el pensamiento —ya señalado por Hanna Arendt en los años
cincuenta—, que implica la pérdida de la argumentación y el referente de la
realidad, en aras de una verdad inmutable, empezamos a aproximarnos al paso adelante
que hemos recorrido hasta llegar al momento actual. Espoleados, eso sí, por el
espectacular desarrollo de una de las variantes del “progreso”: las tecnologías
de la comunicación.
La
realidad de nuestra situación es que a muchos ciudadanos la mentira política les
parece legítima. Y, lo que es más grave, irrelevante la palabra fundamentada en
una justicia independiente del poder político, igual para todos, la base de nuestro
actual sistema democrático. El nuevo proyecto de Ley Orgánica del Poder
Judicial, elaborado por el gobierno de España, pretende socavar la palabra de
los jueces en aras de la palabra de una fiscalía que depende del poder
ejecutivo. ¿Somos conscientes de las consecuencias, ahora que tenemos pruebas
de la extensión de la corrupción entre los que detentan el poder y de su
mentira?
MARÍA LUISA MAILLARD
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
50.
NIÑAS CON LIBROS MUY SERIAS
INÉS
ALBERDI
La mayoría de las niñas que leen, o tienen
un libro en sus manos, que hemos encontrado en las obras desde el XVIII en
adelante, se nos muestran serias y atentas. Ahora queremos presentar una serie
de ellas que acentúan esa actitud de seriedad y de atención a la lectura. Son
niñas que parecen estar absortas en lo que hacen, muchas veces exagerando el
gesto de su responsabilidad.
Greuze, ya en el XVIII, nos deja la imagen
de una niña que, sentada ante una mesa, sostiene en sus manitas una pequeña
cartilla que absorbe toda su atención.
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Jean Baptiste Greuze, Francia (1725-1805) La lectora, s/f Musée Cognacq-Jay, París |
Greuze se dedicó sobre todo a escenas de
género y pintura histórica, pero tiene varios retratos de niñas seria leyendo.
Alguna de ellas tan seria que parece estar triste, parece a punto de echarse a
llorar. Una jovencita que aparta por un momento sus ojos del libro, pone sus
manos sobre él y parece tener una pena tremenda.
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Jean Baptiste Greuze, Francia (1725-1805) Estudiante con libro de texto, 1757 Galería Nacional de Escocia, Edimburgo |
En el XIX son numerosas la
imágenes de niñas muy serias con un libro en sus manos. En Inglaterra, los
prerrafaelitas, que pintaron sobre todo a sus amigos y miembros de su familia,
tienen numerosos retratos de niños.
Everett Millais nos ofrece
la imagen de una niñita, de apenas cinco a seis años, muy seria que parece
estar preparada para ir a la iglesia, que tiene a su lado un misal enorme.
Parece que es ese enorme misal el que le preocupa y le hace parecer tan
concentrada, esperando escuchar su primer sermón cuando apenas le llegan los
pies al suelo.
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John Everett Millais, Gran Bretaña (1829-1896) Mi primer sermón, c. 1862 Guildhall Art Gallery, Londres |
Su amigo y colega de la hermandad
prerrafaelita, Burne Jones, retrata otra niña, quizás un poco mayor, también
muy seria y con aire preocupado ante un libro. Tapa las estampas del mismo
mientras mira severamente a un lado como si no supiera que actitud tomar ante
un mayor que quiere retratarla.
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Edward Burne Jones, Gran Bretaña (1833-1898) La pequeña Dorothy Matersdorf, 1893-94 Colección privada |
También formando parte de
esta hermandad inglesa, el gran pintor de temas históricos y mitológicos, que
llego a ser ennoblecido por la reina Victoria, Frederick Leighton nos dejó un
retrato de niña leyendo. En él vemos una niña, mayor que las anteriores,
vestida con elegancia, que se concentra en la lectura con mucha atención y
seriedad. Todo el entorno está muy cuidado, especialmente la alfombra sobre la
que se sienta la niña.
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Frederik Leighton, Gran Bretaña (1830-1896) Estudio en un atril, 1877 Sudley House, Liverpool |
Por la misma época,
encontramos retrato de niñas muy serias leyendo en diversos paises europeos. En
Austria, Eybl nos presenta una niña concentrada en la lectura, en un retrato
conmovedor que parece extender la seriedad alrededor de toda la escena.
Suponemos que la niña está sola y no tiene pensamientos más que para su libro, que podría
ser de tema religioso.
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Franz Eybl, Austria (1806-1880) Chica leyendo, 1850 Colección privada |
En Francia, Bourguereau
retrata diversas niñas leyendo y hemos escogido las dos que parecen mirar al
artista con mayor seriedad. Son retratos llenos de sentimiento en los que las
niñas, además de mostrar su belleza e inocencia, reflejan una seriedad intensa
en la mirada. Hay algo en todas las obras de este autor que nos lleva a
preguntarnos sobre la relación entre el pintor y sus modelos, pues parecen
retratos que comprenden sus sentimientos y preocupaciones.
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William-Adolphe Bourguereau, Francia (1825-1905) El libro de cuentos, 1877 Museo de Arte del Condado de Los Ángeles |
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William-Adolphe Bourguereau, Francia (1825-1905) La lección difícil, 1884 Colección privada |
En Suiza, el retrato de niña seria con libro es de Anker, el artista que se especializó en pintar niños. Anker tuvo seis hijos y muchos nietos y los retrató en numerosas ocasiones.
En este caso nos presenta
una niña que parece pensar más en su pelo que en el libro que tiene delante. La
seriedad de su actitud nos permite pensar que el libro se le presenta como una
obligación, mientras su interés y atención están en la trenza. Podría ser que pensara
en los deberes mal aprendidos mientras se peina para ir a la escuela y ello es
lo que la preocupa y la pone tan seria.
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Albert Anker, Suiza (1831-1910) Niña haciéndose una trenza, 1887 Fundación para el Arte, la Cultura y la Historia, Winterthur, Suiza |
Un poco mas adelante, en
los Estados Unidos, tenemos otros retratos infantiles con libros. En el primer
caso, una niña muy pequeña, pues los pies no le llegan al suelo, se concentra
en lo que parece un libro enorme para sus años. Quizás solo sabe comprender las
imágenes y su seriedad hace juego con la ignorancia del texto que tiene
delante.
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John George Brown, Gran Bretaña (1831-1913) Una hora de ocio-Primera lectora, 1881 Colección privada |
En el segundo caso, la niña seria deja por
un momento de leer su libro para mirar de frente al artista que la retrata.
![]() |
William MacGregor Paxton, Estados Unidos (1869-1941) Elizabeth Blaney Lisant, 1916 Colección privada |
Tambien hemos encontrado
retratos de jovencitas, niñas con algunos años más, que se concentran de forma
muy seria en la lectura. Una de ellas en compañía de su perro, quizas su mejor
amigo, y otra a solas, a la que vemos únicamente sentada delante de su mesa de
lectura.
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James Charles, Gran Bretaña (1851-1906) Leyendo, s/f Colección privada |
![]() |
May Vale, Australia (1862-1945) Niña leyendo, c. 1890 Galería Nacional Victoria, Melbourne |
Mas adelante en el tiempo tenemos este retrato de niña leyendo que nos ha dejado Matisse, en el que la lectora pone toda su atención y toda su seriedad sobre el libro.
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Henri Matisse, Francia (1869-1954) Marguerite leyendo, 1906 Museo de Bellas Artes, Grenoble |
Ya en el siglo XX volvemos a ver un retrato de niña seria, de la mano de un artista ruso que pasó su vida haciendo retratos de género de su región natal de Kuban. Es un retrato de lectora en la que la seriedad y la tristeza se impone por encima de la belleza de la niña que levanta sus ojos del libro para mirar al frente y a la lejanía.
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Vasili Kirillovich Nechitailo, Rusia (1915-1980) La colegiala Ksyusha, 1955 Colección privada |
INÉS ALBERDI
LUCIDEZ EXTRAVIADA
FELIPE VEGA
En
la ciudad de Zúrich, en lo alto de una colina estratégicamente situada frente
al lago, se encuentra un discreto cementerio al que se accede utilizando el tranvía
número cinco, título también del poema que Raymond Carver dedicó a su
visita al lugar, realizada por él y su mujer, Tess Gallagher, en los años
ochenta del pasado siglo.
Carver
hacía el trayecto con un fin: visitar la tumba de James Joyce. La encontró
enseguida. Es fácil. Su emplazamiento destaca en el camposanto gracias a una
escultura, realizada en bronce, que representa al autor de Ulysses sentado,
fumando un cigarrillo para el resto de la eternidad.
Tras
cumplir con su primer objetivo, Carver se halló frente a una segunda sorpresa.
A escasos metros de la tumba de Joyce, la pareja se topó con una modesta losa
cuadrada en la que figuraba inscrito un nombre, un apellido y dos fechas: Elías
Canetti. 1905-1994. Unas flores recién plantadas y el verde del parterre
remataban la fotografía de aquel lugar, que Carver había tomado utilizando
palabras, no película.
Este
descubrimiento se corresponde con el del pequeño redescubrimiento de un
intelectual, nacido en Bulgaria, que el tiempo y la mediocridad ambiental
compinchados se empeñan en enterrar por segunda vez. Y el objeto de ese
redescubrimiento se apoya en la nueva edición, el pasado año, de su libro Fiesta
bajo las bombas; meticulosa reunión de memorias y retratos que tienen en
común las estancias de Canetti en el Reino Unido, desde la Segunda Guerra
Mundial hasta su partida de la isla en 1988.
Se
trata del cuarto volumen perteneciente a su monumental autobiografía, que
comienza con La Lengua absuelta, es seguido por el volumen titulado
La antorcha al oído y finaliza con la publicación de El juego de ojos.
Fiesta bajo las bombas es, pues, un libro póstumo editado por la hija de
Canetti y además se trata de un libro inacabado.
La
totalidad de su obra enlaza —en el pasado siglo de la violencia—, con
los libros y el pensamiento de escritores alemanes procedentes de la llamada
Escuela de Frankfurt, a la que pertenece otro escritor inclasificable, Walter
Benjamin, cuya obra sigue generando, hoy en día, estudios e interpretaciones de
todo tipo debido a la amplitud de sus aportaciones intelectuales y artísticas.
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ELÍAS CANETTI |
La
capacidad de observación de Canetti y, en consecuencia, la riqueza de sus
escritos, abarca un universo que camina en paralelo al de escritores de
importancia, pero dando la impresión de que, unos y otro, viven en un planeta
distinto.
Canetti
elabora una forma literaria que, al igual que una flecha, atraviesa el ensayo,
la novela y las memorias, con una deslumbrante reflexión sobre realidades que
continúan vigentes (el poso de la realidad siempre está vigente, mal que nos
pese).
Sus
libros destilan la fragancia literaria de autores y autoras como Kafka, Musil o
Hannah Arendt, que saben conjugar las variadas disciplinas teóricas en páginas
llenas de reflexiones deslumbrantes, a día de hoy, que combinan ficción y
ensayo. Por eso mismo, su obra es difícil de clasificar, y esa dificultad
tiende a volverse en contra suya. Al no comportarse académicamente se le impide
acceder a los cánones literarios prestablecidos previamente, y de ese modo se
desconoce la enorme importancia de su obra. Todos los libros escritos pueden
haber sido traducidos, pero no por eso leídos.
A
pesar de sus orígenes en la Beocia de los romanos (de donde era Espartaco), la
lengua y el pensamiento de Canetti son alemanes de la cabeza a los pies. Su
escritura, por tanto, se encuentra repleta de oraciones subordinadas que se
enredan entre ellas como si fueran un racimo de uvas, seduciéndonos e
intrigándonos con cada párrafo: “Lo peor de Inglaterra son las momificaciones:
la vida como una especie de momia dirigida a distancia. No es, como se dice, lo
victoriano (la máscara de la hipocresía se puede arrancar, y detrás hay algo),
es la tendencia a momificarlo todo, que empieza con la medida y la justicia y
termina con la impotencia de los sentimientos”.
La
escritura de Canetti suele ser punzante. Cada palabra —como es habitual entre
los buenos escritores—, ocupa un lugar preciso, el del espacio adecuado para la
reflexión, que nace, precisamente, de cada una de ellas, y de la dedicación por
parte del lector. Por este motivo el escritor merece toda la atención. Al menos
por parte de un lector o de una lectora con interés por seguir la evolución de
la sociedad occidental durante sus últimos cien años. Y todo por escrito.
FELIPE
VEGA
EL CANAL DE CASTILLA
O EL SUEÑO DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
BELÉN GÓMEZ y BIENVENIDO PICAZO
Todo
el mundo sabe que Madrid está a tiro de piedra de la península de Indochina o
del Salar de Uyuni, razón por la cual llegarse hasta la Tierra de Campos es una
tarea hercúlea y onerosa, al alcance sólo de los ánimos más dispuestos y las
huchas más agraciadas.
Llevábamos
tiempo dándole vueltas a esta tenebrosa excursión, acaso solamente iniciática
y, por fin, al cabo de unos cuantos lustros de dudas, aviones y otras
postmodernidades, hemos puesto rumbo a la Castilla de mi infancia ¿de nuestra
infancia, quizá?; sea, dejémoslo en singular para no involucrar a nadie.
Ampudia
es un lugar tan estupendo como otro cualquiera en miriámetros a la redonda,
pero José Antonio y Maribel regentan un hotelito de lo más peligroso, puesto
que, si uno quiere visitar estos parajes, tiene que hacer caso omiso de la
biblioteca que atesoran, las estancias que nos envuelven y acogen y, más
prosaicamente, los opíparos desayunos a la carta con los que nos amanecen.
Dicen que sus paredes son de papel, pero a nosotros no nos la dan, en todo
caso, papel de celofán.
Cual
orgullosos adelantados de tiempos pretéritos, tomamos posesión de nuestros
aposentos, pero como aquí las distancias son lo que son, nos dispusimos a
consumir las últimas horas de luz en la capital provincial. La tarde se puso
densa y, al punto, nos vimos en Kansas o sabe Dios dónde, porque una suerte de extraña
oscuridad, algo de viento y algún taimado trueno, nos hizo imaginar que
avistaríamos a Dorothy junto a su inseparable Totó y, claro, seguimos cautos y obedientes
el camino de baldosas amarillas. El previsible tornado quedó en unas cuantas
gotas vespertinas sin mayor trascendencia, pero ríanse ustedes de la, tan
estomagante como dizque mítica, Ruta 66. Estamos a dos pasos de mitos, estos sí,
reales, sin propagandas de celuloide y seguimos desdeñando nuestro patrimonio,
el real y el imaginario. Sigamos con la introspección.
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Canal de Castilla, a la altura de Medina de Rioseco, Valladolid |
El
Canal de Castilla era el pretexto inicial para volver por estos pagos, más en
cada curva del camino hay un motivo para detenerse, verbigracia, el imponente
mirador de Autilla del Pino. Si Jean Cocteau, desde lo alto de Chinchilla sobre
la manchega planicie exclamó aquello de “He visto el planeta”, no sé qué
hubiese dicho desde Autilla. Pasmados nos quedamos con todos los Campos de
Castilla a nuestra merced; de piedra es lo menos que se puede decir al
comprobar cómo se nos desprendía la mandíbula. Si no hubiese sido por la bruma
y la hora, apuesto que, con unos pequeños saltos, hubiésemos avistado El
Sardinero o a Fermín de Pas escrutando la siesta de Vetusta.
Teníamos ganas de volver a Palencia y visitar su más que justificada bella desconocida, la Catedral de San Antolín; sin entrar en odiosas comparaciones, nada como perderse por su mutismo y su esplendoroso gótico. Palencia y gótico y románico o incluso renacimiento son, claro está, sinónimos, pero haríamos mal en simplificar. Decía Bardem que nunca pasa nada, pero caminando por la Calle Mayor, se nos antojó ver a Betsy Blair ruborizada y perseguida por un cantamañanas.
El
paseo se nos hizo de lo más agradable, haciendo abstracción del hecho de que
cada vez las ciudades, por pequeñas que nos puedan parecer, se asemejan cada
día más unas a otras. Todas sueñan, emboscadas tras sus agobiantes franquicias,
con ser Berlín o Manhattan, qué bobada más decadente. El caso es que no en
todos los lugares se encuentra una plaza tan agradable como para quedarse un
buen rato degustando un vino de la zona, o cualquier otro brebaje que sacie nuestra
sed y engrandezca el disfrute.
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Castillo de Ampudia, Palencia |
En la ensenada de Medina de Rioseco teníamos pensado tomar el barquito que nos mostrase, siquiera durante una hora, parte del sueño que quedó en lo que todavía podemos disfrutar, pero que infelizmente la inmensa mayoría de los españoles desconoce. La cosa es que no habíamos reservado y tuvimos que esperar hasta el día siguiente, pero Medina no nos dio tregua porque es un pueblito interesante por el lado que uno lo quiera mirar, tan es así que un día nos supo a poco. La iglesia de Santa María con la capilla de los Benavente justifica por sí sola la visita. Excuso relatarles los detalles, sólo permítanme destacar que Eugenio d’Ors la calificó de “Capilla Sixtina del arte castellano”; más allá de la hipérbole, recréense con las creaciones de Juan de Juni o Jerónimo del Corral.
Plaza Mayor, soportales, empedrados, más iglesias, museo de la Semana Santa, a poco interés que se tenga, la de Rioseco es una buena excusa incluso para ver pasar un rebaño de ovejas de lo más orondas y protegidas.
El
canal fue ideado para la comunicación de Castilla con los puertos del Norte y
así poder facilitar el tránsito de la lana, la cebada, el vino o cualquier otro
bien que pudiese exportarse. Los avatares del destino, las telarañas de las
arcas, las guerras propias y extrañas y la insolencia del ferrocarril, dieron
al traste con un sueño que terminó en pesadilla. Los caminos de hierro
ahorraban tiempo y también podían transportar grandes cantidades de enseres de
todo tipo, asunto que hizo imposible la competencia con las barcazas. Pudimos
subir a bordo y tocar, siquiera un poco de soslayo, un trocito de historia.
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Capilla de Los Benavente, iglesia de Santa María en Medina de Rioseco, Valladolid |
Encaminados
por las recomendaciones de José Antonio, nuestro encantador anfitrión, pusimos
el timón hacia Becerril de Campos, pueblo que, no ha mucho, obtuvo el galardón
de más bonito de España. Más allá del entorchado, meramente turístico,
ciertamente es un lugar muy recomendable por fuera y por dentro de algunos de
sus edificios más emblemáticos. San Pedro Cultural suena más a firmamento que a
gótico; en todo caso, su visita no decepciona. El ayuntamiento, y disculpen la
obviedad, tiene una fachada única. Más soportales y más gentes sencillas y
acogedoras que lo saludan a uno por la calle, así, sin venir a cuento y,
quieras que no, caramba, estas gentes del terruño parecen más seres humanos que
los urbanitas que nos las damos de no sé bien qué.
En
Ampudia, para cerrar el círculo, resulta que hay más soportales, tan evocadores
como bien cuidados, un castillo y hasta una coqueta plaza de toros. El castillo
es privado, tan privado que sirve de residencia a los legítimos dueños que
salvaron el edificio de una ruina segura y que hoy alberga una colección de lo
más ecléctica y didáctica.
Cerramos
aquí un capítulo que se abrirá a la menor ocasión. Paisaje infinito, silencio,
llanura, Historia, belleza, páramo, Castilla.
BELÉN GÓMEZ y BIENVENIDO PICAZO
EL VERANO
JAIME GARCÍA NAVAJO
“Ver el cielo del verano es poesía, aunque nunca se encuentre en un libro. Los verdaderos poemas siempre se escapan”. Emily Dickinson.
Las
semanas finales de la primavera acogen un calor propio del duro julio de Madrid
y los noticiarios escupen noticias que quisiéramos no conocer. Las circunstancias son favorables
para la escapada. Huir a lugares
amables y acogedores. El cercano verano se asoma como una esperanza de ruptura
de la cotidianeidad y de alejamiento de la cruda realidad en la que estamos
instalados. La evasión de la gran ciudad es una necesidad.
“¿Quién permanece en la ciudad en agosto?
Sólo los pobres y los locos,
Las viejecitas olvidadas,
Los jubilados con su mascota,
Los ladrones, algún buen hombre, y los gatos”.
Primo Levi, Agosto (Fragmento).
El
verano como espacio de libertad, de encuentro con uno mismo, de compartir con
los que nos rodean…. Pero, ¿ahora los veranos son así o, por el contrario, una
prolongación de la vida que llevamos el resto del año? ¿Y si las vacaciones,
tal como están planteadas, no dejan de ser una prolongación del trabajo? ¿Se
puede veranear sin dejar de “producir”?
Si
nos han sido propicias, la infancia, la adolescencia o nuestra primera juventud
son rincones a los que acudir para rescatar esos momentos de, parafraseando a
Nuccio Ordine, “utilidad de lo inútil”. Días en los que disfrutamos de
instantes que este mundo, que pone precio a todo, despreciaría por
improductivos.
En
estas fechas, nos asaltan los recuerdos de aquellos veranos. Los mios se
desarrollaron en un pueblecito del norte mesetario, de donde era originaria la
familia de mi padre. Es la zona donde se forjó el nacimiento del Condado de
Castilla. Una localidad que, en verano, cuando volvían los estudiantes hijos de
los lugareños y los veraneantes (como
se llamaban a los que habían buscado un futuro lejos de aquella aldea), rondaba
la mareante cifra de 300 habitantes (en invierno no llegan a 10). Estamos en lo
que se ha venido a llamar España vacía,
un mundo que tan bien describieron escritores como José Jiménez Lozano y Miguel
Delibes.
El
pueblo se ubica en la salida de un desfiladero que mira al norte y donde, muy
cerca, el Ebro transcurre entre profundos cañones. Hacia el sur se abre un
valle que anuncia las llanuras castellanas, “ancha es Castilla”.
“Bajo el plenilunio del verano ardiente,
en el campo yerto de la tierra parda,
en medio del cuadro del cielo esplendente,
la montaña inmóvil, la planicie larga”.
Rubén Darío,
Estío.
Las
vacaciones escolares se prolongaban durante casi tres meses y el verano
transcurría lentamente, muy lentamente. Las jornadas transcurrían con
parsimonia, marcadas por las faenas del campo. El pueblo, un conjunto de casas
de muros de sillería, algunas blasonadas, y cubiertas de teja lo
suficientemente inclinadas para soportar la carga de la nieve en invierno.
Presidiendo, una iglesia con una mezcla de estilos arquitectónicos y cada
extremo del caserío custodiado por un palacio.
“Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma”.
Antonio Machado, Noche
de verano.
En
esos años vi desaparecer un mundo, una forma de vida, agricultura y ganadería
tradicionales que dieron paso a concentraciones parcelarias y explotaciones
intensivas. La vida de los agricultores era muy dura. Minifundios repartidos
por una orografía imposible que sólo permitía laborar con bueyes, pequeños
huertos junto al río y algunas ovejas. Economía de subsistencia. El clima extremo
del lugar tampoco era de gran ayuda. No había agua corriente. La fuente era un
trasiego de cántaros, botijos y cubos. Por su parte, las vacas, bueyes, mulas,
burros, ovejas y cabras disponían de dos pilones.
A
veces, el sueño nocturno se veía alterado, antes del amanecer, por el sonido que
hacía el vecino para uncir la pareja de bueyes y salir a segar o a recoger la
mies en alguna de esas tierras perdidas entre los vallejos que circundaban el
pueblo. Al anochecer, volvían los rebaños de ovejas que, de manera
incomprensible para mí, conocían la casa del amo donde dirigirse. También, los
majestuosos bueyes se refrescaban en los pilones.
“Bajo el pesado yugo tú no sientes la pena
y así ayudas al hombre que tu paso apresura,
y a su voz y a su hierro contesta la dulzura
doliente con que gira tu mirada serena”.
Giosuè Carducci, El
Buey (Fragmento).
Los
servicios del pueblo eran mínimos. A determinada hora el panadero de la
localidad vecina pasaba por ofreciendo sus productos. Una vez por semana venía
el pescatero. Había un carnicero, un
cartero que simultaneaba su actividad con la labranza, dos cantinas y un
teléfono que ofrecía sus servicios en una de ellas. Era frecuente que los
veraneantes recibieran el aviso de conferencia para una hora determinada.
Cuando
tenías edad y fuerza para la tarea, a veces, ayudabas a algún vecino en las
tareas de trilla, a beldar o a guardar paja para el invierno.
“Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón”. Miguel Delibes, El camino.
Los
momentos de aburrimiento eran abundantes y obligaban a usar la imaginación para
romperlos. Los libros eran buenos aliados y en la maleta nunca faltaba hueco
para ellos. En mi generación muchos han labrado su afición a la lectura gracias
a momentos como los de la siesta, en los que el silencio debía ser absoluto. Con
el tiempo se fue formando una cuadrilla cuyas andanzas se convirtieron en la
comidilla del pueblo. Las jornadas se extendían hasta el infinito y en ellas
cabían múltiples posibilidades.
El
río ofrecía tramos hondos y cenagosos. Eran pozas que generación tras
generación eran reconocidas como seguras para el baño. Antes de la comida o
para pasar una tarde sin plan, era una buena alternativa. Aguas frías y
oscuras, que en otras partes del cauce eran cristalinas y bajaban entre
lustrosas piedras.
“Cantar del agua del río.
Cantar continuo y sonoro,
arriba bosque sombrío
y abajo arenas de oro.
Y cantar, cantar, cantar
de mi alma embriagada y loca
bajo la lumbre solar”.
Juana de Ibarbourou, Estío (Fragmento).
En
ocasiones, los componentes de la cuadrilla echábamos los reteles y pasábamos la
tarde en el coto de pesca hasta el anochecer. Al día siguiente estaba asegurada
una buena cangrejada de merienda, placer imposible desde hace tiempo por la
desaparición de la especie autóctona.
Durante
las fiestas, una parte de los mozos volteaban las campanas, el resto sacaban en
procesión al santo y el más fornido aguantaba el peso del pendón. Y por
supuesto la misa, los hombres en el lado de la epístola y las mujeres en el lado
del evangelio. Misas celebradas por Don Santos, un cura que hacía honor a su
nombre, pero cuya atropellada pronunciación hacía ininteligible la ceremonia. Y por la noche verbena. Las fiestas se
sucedían en los pueblos de la comarca.
Otras
veces, la pandilla desaparecía entre los montes cercanos, visitando las piedras
de un castro o de un dolmen, recorriendo los altos páramos donde eran
sobrevolados por buitres y águilas o explorando cuevas que daban paso a los
complejos kársticos de la zona. En una de ellas, posteriormente, unos
paleontólogos hallaron restos de neandertales.
“En las tardes azules de verano iré por los
senderos,
picoteado por el trigo, a pisar la hierba menuda:
Soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda”.
Arthur Rimbaud, Sensación (Fragmento).
También, se imponía la excursión en bicicleta, visitando las localidades vecinas. En una de ellas Miguel Delibes tenía su casa de veraneo.
“Las calles, la plaza y los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia. Y Daniel, el Mochuelo, sabía que por aquellas calles cubiertas de pastosas boñigas y por las casas que las flanqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir”. Miguel Delibes, El Camino.
Algunas noches, cuando en frío viento del norte no hacía su aparición, nos tirábamos en una de las eras mirando el espectáculo de la Vía Láctea y, por San Lorenzo, las Perseidas mientras hablábamos mucho, mucho: de nuestras inquietudes, del incierto futuro, de nuestros estudios, confidencias de adolescentes...
“Muchas tardes, ante la inmovilidad y el silencio de la Naturaleza, perdían el sentido del tiempo y la noche se les echaba encima. La bóveda del firmamento iba poblándose de estrellas y Roque, el Moñigo, se sobrecogía bajo una especie de pánico astral. Era en estos casos, de noche y lejos del mundo, cuando a Roque, el Moñigo, se le ocurrían ideas inverosímiles, pensamientos que normalmente no le inquietaban”. Miguel Delibes, El Camino.
Y
como en la canción, el final del verano se anunciaba con las tardes frías y
tormentas con terribles truenos y lluvias que despertaban el agradable olor a
tierra mojada.
“La lluvia de agosto: lo mejor del verano ha terminado y el nuevo otoño aún no ha nacido, el extraño tiempo de la mudanza”. Silvia Plath, Diarios.
Memoria de placeres sencillos, cuando se vivía el presente sin renunciar al pasado y soñando con lo que estaba por llegar. Sin embargo, la actual dictadura de la inmediatez reduce nuestra realidad a una sucesión de fugaces experiencias que impide encontrar un sentido de transcendencia.
“He aquí, en pocas palabras, la génesis de mi discurso de esta tarde. Cuando hace cinco lustros escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel, el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel, el Mochuelo, era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia, pero absolutamente irracional. Posteriormente mi oposición al sentido moderno del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo más acre y radical hasta abocar a mi novela Parábola del náufrago, donde el poder del dinero y la organización quintaesencia de este Progreso termina por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad”. Miguel Delibes, Discurso de ingreso en la RAE.
JAIME GARCÍA NAVAJO
LA SEXUALIDAD COMO UNA CONSTRUCCIÓN
SOCIAL Y CULTURAL
LIDIA ANDINO
Muchas veces hemos escuchado decir
que el psicoanálisis “todo lo explica por la sexualidad”. Un prejuicio que se
suele venir montado en otro que es adjudicar a la espontaneidad un valor de
verdad, cuando lo más espontáneo es el prejuicio y no lo transparente de
nuestro pensamiento.
Por eso me gustaría plantear en
este breve artículo algunas consideraciones entre sexo y sexualidad que ayuden a
deshacer la fusión compulsiva entre genitalidad y sexualidad. El sexo como
cumplimiento genital está al servicio del control; dicho de otra manera, cuando
se funde sexo y sexualidad la ideología es la reproducción, digamos la
ampliación de la familia. Ni Freud, ni ningún psicoanalista ha dicho jamás que
esto no sea necesario, lo que se dice es que ahí no se juega la sexualidad,
sino el mandato de la especie.
La moderna exaltación de la
soberanía del cuerpo, de la mano de la escenificación del sexo (televisión,
técnicas sexuales, cirujano-plásticas), ha provocado el mayor grado de
intrusión y dominio que se conoce en la historia. Hasta ahora sabíamos del
dominio sobre los territorios, sobre los bienes, y las riquezas, pero no sobre
los cuerpos.
La sexualidad no es objeto de
evidencia, nunca está donde creemos que está, no es observable ni visible, está
siempre descolocada, tramada en palabras. Por eso ninguna técnica puede dar
cuenta de ella. Ahí donde el sexo se hace ostensible a través de posturas
ensayadas y maniobras predeterminadas que tratan de hacer previsible lo
imprevisible, la sexualidad se recluye en moradas incalculables, fuera de las
representaciones habituales y de sus estrategias de captura.
Es precisamente mediante ingeniosos
aparatos, profusos recetarios, avanzados modos de confort intelectual y “control
mental” que la sexualidad se disocia de la dimensión humana del lenguaje para
someterla a los vaivenes de la fisiología y de la neuroanatomía. Cuando no se
la equipara con la del mundo animal donde, para nuestra fascinación, nunca se
va a pérdida ni se falla, porque la pistola es disparada cuando el instinto dio
en el blanco.
Esa exhibición de sexo con que se
decoran tantos escenarios mediáticos, protésicos, solo sirve para reprimir y
taponar los laberintos de una sexualidad que siempre deriva por otros
pasadizos, en otra escena.
De ahí que les deseo a nuestras
lectoras y lectores que las artes eróticas no les sean ajenas, especialmente en
estas próximas vacaciones que están a punto de llegar.
Gracias y les deseo un merecido
descanso.
Hasta la próxima.
LIDIA ANDINOPsicoanalista
ISABEL
ZENDAL (1773-s/f )
MARÍA LUISA MAILLARD
Es
bastante probable que, si escuchamos el nombre de Isabel Zendal, nos venga a la
mente el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, que construyó la Comunidad de
Madrid, con motivo de la epidemia del COVID 19, con el fin de reducir la
presión de los hospitales públicos. Situado en Valdebebas, se inauguró el 1 de
diciembre de 2020 y hoy en día es un centro de referencia para enfermedades
infecciosas y neuronales.
No
sucedería lo mismo si preguntásemos en Galicia, lugar donde nació Isabel Zendal
y donde se considera una heroína local, cuya ciudad natal, La Coruña, la ha
homenajeado con dos esculturas; la primera, en el año 2003; La segunda, ya en
2025 se encuentra próxima al hospital donde ejerció como rectora; al igual que
la calle que lleva su nombre.
Poco
se sabe de la vida de Isabel Zendal, aunque sí se encuentra ampliamente
documentada la hazaña que llevó a cabo y que en 1950 fue reconocido por la OMS.
Isabel Zendal fue, según este organismo, la primera enfermera en la historia en
formar parte de una misión internacional humanitaria. Y no fue una misión
cualquiera, ya que contribuyó a salvar millones de vidas. Fue uno de los más
extraños viajes de la medicina y la ciencia en el s. XIX: transportar viva la
vacuna de la viruela en el cuerpo de niños, para mitigar la alta mortalidad
infantil que se estaba produciendo en las colonias españolas de ultramar.
Nació
Isabel Zendal en 1877 en el municipio de Ordes, localidad próxima a La Coruña.
Sus padres Jacobo Zendal e Ignacia Gómez, agricultores, eran “pobres de
solemnidad”, según consta en sus partidas de defunción. Fue la segunda de los
nueve hijos que tuvieron, tres de los cuales fallecieron antes de cumplir un
año. Isabel, debía de ser una niña espabilada pues fue la única del lugar que
recibió clases particulares del párroco. Quizá por ello, cuando en 1786 perdió
a su madre, debido a la viruela, que ya comenzaba a hacer estragos en España,
debe abandonar su hogar para ponerse a trabajar. Tenía 13 años.
En
1793 consigue un puesto como ayudante en el Hospital de la Caridad de La
Coruña, año en el que nace su único hijo, Benito Vélez, de padre desconocido.
En 1800 ya era rectora de la Institución y recibía, aparte del sueldo,
complementos alimentarios para ella y para su hijo. Tres años después, comienza
su gran aventura.
La
viruela, una enfermedad epidémica, que a finales del siglo XVIII se había
extendido por Europa, causando más de 400.000 muertos, había alcanzado a la
realeza española. La Infanta María Teresa, hija de Carlos IV, había fallecido
de la viruela, a la edad de tres años y la enfermedad estaba causando estragos
en la población infantil de las colonias de ultramar. Francisco Javier Balmis,
cirujano de Carlos IV, sería el promotor de un proyecto inédito, financiado por
Carlos IV: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, a la que fue
incorporada Isabel Zendal, por Real Decreto de 1803.
El
30 de noviembre de 1803 la corbeta María Pita, dirigida por Javier Balmis y
José Salvany, segundo cirujano de Carlos IV, parte de La Coruña con 37
pasajeros, de los cuales 22 niños sanos entre los tres y los nueve años,
contando a Benito Vélez, el hijo de Isabel Zendal. Los niños, según el Real
Decreto, estarían bien equipados, mantenidos y educados, amén de devueltos a
sus pueblos de origen, los que hubiesen partido con esa condición. De esa
tarea, de cuidar y mantener vivos a los niños, procedentes de varios orfanatos
de Santiago, La Coruña y Madrid, se encargaría Isabel Zendal.
También
era su tarea inocular progresivamente a los niños de dos en dos la vacuna para
que actuaran como reservorios humanos y cuidarlos en los días posteriores. En
1796, el médico rural Edward Jenner, había descubierto que en las pústulas del
obre de las vacas contagiadas, existía una porción muy pequeña del virus, que
podía actuar como vacuna. El problema consistía en mantener vivo el virus, lo
que resultaba imposible, con los medios con los que se contaba, a principios
del siglo XIX, en un viaje de ultramar. La fórmula, propuesta por Javier
Balmis, resultó un éxito, ya que llegaron a vacunar en su periplo a más de
250.000 personas, dejando a su paso unidades de vacunación.
Su
primer destino fue Santa Cruz de Tenerife, donde permanecieron un mes vacunando
a la población. Desde allí volvieron a partir, ahora a Nueva España: Acapulco,
Venezuela, Colombia, Perú… El 7 de febrero partieron de nuevo, ahora a
Filipinas con 26 niños, el 7 de febrero de 2004 y llegaron a Manila el 5 de
abril de 1805. El 14 de agosto de 1809 regresaron a Acapulco, donde Isabel
decidió permanecer con su hijo en la localidad de Puebla. Según el médico
Javier Balmis, Isabel Zendal estaba agotada, al final del periplo: “Infatigable
día y noche, ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los
26 angelitos que tenía a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña
y en todos los viajes, y los ha asistido en sus continuas enfermedades”. Allí
se pierde la pista de nuestra protagonista; pero no su recuerdo, que
permanecerá siempre en nuestra memoria.
MARÍA LUISA MAILLARD
EL PASADO 5 DE JUNIO CELEBRAMOS LA PRESENTACIÓN DE LA ÚLTIMA BIOGRAFÍA DE NUESTRA COLECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE MUJERES RELEVANTES: ROSALÍA DE CASTRO, DE MARÍA LUISA MAILLARD, LA NÚMERO 45.
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María Luisa Maillard e Inés Alberdi |
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Felipe Vega, María Luisa Maillard e Inés Alberdi |
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Felipe Vega y María Luisa Maillard |

¡¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!!
TEXTO DE INÉS ALBERDI
Rosalía de Castro (1837-1885) fue una poeta
española, considerada una de las figuras más importantes de la literatura
gallega y española del siglo XIX. Nació en 1837 en Santiago de Compostela,
Galicia. Es reconocida por ser una de las precursoras de la poesía moderna
española. Abordó en sus escritos temas como la identidad gallega, la injusticia
social y la condición de la mujer, convirtiéndose en una voz pionera en la
defensa de los derechos femeninos. Sobre este personaje, tenemos ahora un nuevo
libro, el de María Luisa Maillard, un libro breve, interesante y necesario.
Forma parte de la colección de biografías de
mujeres que María Luisa Maillard y Susi Trillo comenzaron a editar hace más de diez
años, cuando advirtieron que en la mayoría de las bibliotecas públicas no era
posible encontrar biografías de todas esas mujeres geniales y fantásticas por
las que muchas veces nos preguntamos ¿Quién fue? ¿Qué hizo? ¿Cómo empezó? ¿Cuál
fue su vida? Para responder a esa necesidad, empezó su andadura la colección
Eila Editores de biografías de mujeres. Todas importantísimas, unas españolas, otras
extranjeras, unas contemporáneas y otras del pasado. Hasta 45 biografías, en
libros breves, asequibles a la gente joven, para conocer a estas mujeres.
El libro comienza diciendo que Rosalía fue una hija “brava” y que eso la marcó. Una palabra que solo se usa en Galicia para señalar a los niños o niñas nacidas de madres solteras y de padres ausentes. Ilegítimos, bastardos, bravos, naturales, adulterinos, sacrílegos, muchas son las palabras que han marcado a estos niños en el pasado. Epítetos que les discriminaban a lo largo de toda su vida; por ejemplo, les impedían hacer la carrera militar o entrar en religión. Solo desde la Constitución de 1978 desaparecieron estas denominaciones despectivas y todos los niños nacidos en España han pasado a tener los mismos derechos respecto de su padre y de su madre.
No hay que despreciar el valor de esta reforma. ¿Sabéis
cuando desaparecieron los hijos ilegítimos en Francia? En 2005. El año 2025 se
acabó la discriminación contra estos niños y niñas en el país de la Liberté, la Égalité y la Fraternité.
Pues así le ocurrió a Rosalía de Castro, hija de
una mujer de familia hidalga venido a menos, que no se había casado nunca y, ya
con 33 años, entró en amores con un cura de su parroquia, en Padrón. El pobre
bebé, ilegítimo y sacrílego, fue ocultado por un tiempo en otra población y
luego pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia viviendo solo con su
madre. Es mi hipótesis que esa belleza triste que tiene siempre la poesía de Rosalía
tiene mucho que de ese amor solitario entre madre e hija.
Rosalía vivió una España atrasada social y
económicamente que tuvo, a la vez, un difícil y agitado sistema político a lo
largo del XIX, en los años de madurez de la escritora. Son años agitados en lo
político y pobres en la económico, con mucha emigración que huye de la miseria,
especialmente en las regiones gallegas.
Nace y vive su infancia en Padrón. Estuvo muy
unida a su madre y felizmente se trasladan, cuando tiene 13 años, a Santiago de
Compostela donde la joven podrá tener mejor educación y contacto con los
intelectuales gallegos y los jóvenes universitarios de su edad. Es allí donde
comienza su amistad con el grupo de jóvenes que están organizando el movimiento
de Resurgimiento Gallego. Una de las cuestiones en las que estos hacen hincapié
es en la reivindicación de la lengua gallega. Llega a Madrid con 19 años, aspirando
a ser libre y desarrollar una carrera literaria. Pronto comienza a situarse en
los ambientes literarios madrileños, escribiendo en español.
Lo que fue sobre todo Rosalía de Castro fue una
poeta. Una de las grandes. Escribió muchas otras cosas, pero brilló y aun
brilla sobre todo por su poesía. Así lo reconocen los estudiosos actuales, como
antes la reconocieron los grandes poetas del siglo XX: Juan Ramón Jiménez,
Federico García Lorca y Luis Cernuda que le han dedicado elogios y poesías que
pueden leerse en la obra.
Rosalía fue además una mujer valiente y decidida.
A pesar de ese fondo de melancolía que siempre tuvo, fue resuelta en su
ambición de ser escritora. Con solo veinte años se viene a Madrid y se
relaciona con escritores y poetas. A través de su tía, conoce a los Bécquer,
que luego la apoyarán en sus primeros pasos como poeta. Eran los años del
romanticismo que empezaba como tendencia entre los escritores: Larra,
Espronceda, Zorrilla. Rosalía nace el año que se suicida Larra, dando un
ejemplo total de poeta romántico. Ella también va a seguir esta línea del
romanticismo, llegando quizás a cumbres de lirismo que sus colegas no alcanzan.
Sus poesías serán siempre más intimistas, más cercanas y emocionales que los
grandes dramas trágicos que escriben Zorrilla o Espronceda.
En estos medios literarios de Madrid conoce a Murguía,
el que será su marido. La biografía que tenemos ante nosotros plantea una
visión novedosa e interesante de esa relación de Rosalía y Murguía. Por una
parte, le ayudó a seguir su carrera literaria pues valoraba su genio, sus
cualidades y lo que podía lograr con ellas. Pero, por otra, quiso adueñarse del
personaje de Rosalía y trató de dominarla y conformarla a sus deseos. No lo
consiguió del todo, pero hay todavía una imagen que persiste, sobre todo en
Galicia, que quiere reducir a Rosalía de Castro a ser musa y símbolo del Resurgimiento
Gallego, de ese nacionalismo cultural del que Murguía fue uno de los
iniciadores y líder. Hay algo reduccionista en esta visión de una escritora que
quiso ser universal y que, felizmente, lo es hoy en día en el pensamiento y en
la crítica literaria más avanzada.
El drama de Rosalía fue su transformación en mito.
Murguía intentó crear un mito de su esposa como mujer doliente y melancólica, madre
y esposa solícita retirada en su hogar y así, identificarla con esa Galicia
solitaria y apartada del mundo, dominada por un exterior agresivo. Rosalía de
Castro no sólo fue una gallega universal sino una española universal y parece
ser que estas dos cuestiones, que no tendrían que oponerse, lo hacen gracias a
las intervenciones interesadas de Murguía, el que fue su marido, y uno de los
iniciadores y de los lideres principales del galleguismo como movimiento
político.
Sin embargo, nada que ver la imagen de mujer
sumisa y hogareña con la mujer moderna, preocupada por los problemas de su
sociedad y de las mujeres que, como ella, estaban tratando de jugar un papel
mayor del que se las permitía. Tuvo Rosalía un temperamento fuerte y reivindicó
el reconocimiento social y literario. Fue independiente y luchó por la libertad
de seguir con su tarea literaria tanto en gallego como en español.
Fue también una pionera en la defensa de las
mujeres. Rosalía de Castro fue muy consciente de la marginación de las mujeres
y de los abusos que recibían en su época. Por ejemplo, una de sus primeras
novelas trata del tema del incesto y de los abusos en el seno de la familia,
unos cuantos años antes que Pardo Bazán tratase estos temas en sus novelas y
cuentos. Será sensible a las desigualdades sociales, a las injusticias, a la
pobreza y el hambre; pero también consciente de la marginación que sufrían las
escritoras en su época. No se las reconocía como a los varones, se las criticaba
y se las pagaba menos por sus escritos.
Ella sabía que muchas de escritoras huyeron de
estos problemas haciéndose pasar por hombres. Fue el caso en aquellos años de
George Sand en Francia, de George Elliot en Inglaterra y en España Fernán
Caballero, a quien dedica su obra “Cantares gallegos”. Rosalía es valiente y no
oculta su nombre, como Pardo Bazán a la que también se lo aconsejaron. Solo
Arenal recurrió a esa impostura, para colarse en la universidad cuando estaba
cerrada la puerta a las mujeres, y cuando presentó una obra en un concurso
público y lo ganó, se generó un gran follón cuando descubrieron que era una
mujer. Estuvieron a punto de no darle el premio, pero gracias al liberal
Salustiano de Olózaga la sensatez se impuso.

Rosalía de Castro forma parte de ese trio de
pioneras geniales, de gallegas universales que fueron Rosalía (1837), Concepción
Arenal (1820) y Emilia Pardo Bazán (1851). Una poeta, otra abogada y
reformadora, y la tercera novelista y socióloga, Las tres se ocuparon de temas
sociales, de los temas tremendos de aquella sociedad desigual y pobre de
finales del XIX y las tres se interesaron especialmente por la situación de las
mujeres dentro de aquella sociedad. Las tres lucharon por su educación, su
libertad y su autodeterminación. Apenas hay nada en común en las biografías de
estas tres grandes mujeres, pero si tuvieron mucho en común sus trabajos y sus
preocupaciones. Todavía tienen sentido los análisis que cada una de ellas hicieron
de la educación, de la falta de libertad y de la necesaria autodeterminación de
las mujeres.
Rosalía fue sobre todo poeta. Escribió novelas y
relatos, también artículos para la prensa, pero es en la poesía donde alcanza
unos niveles de belleza y lirismo mayores, siendo una de las primeras voces de
la llamada poseía moderna. Fue una escritora que quiso recuperar la lengua
gallega y que ayudó a conseguirlo. Se ocupó de los sufrimientos de pueblo
gallego, de la tristeza de la emigración y de la soledad de las mujeres, pero
sobre todo lo que tiene un valor enorme, más allá del valor político de su lucha,
fue la sencillez, la belleza y la musicalidad de sus poesías.
El mayor homenaje que podemos hacer a Rosalía de
Castro es leerla. Leer sus escritos y sobre todo su poesía. Y leer también esta
magnífica biografía.
INÉS ALBERDI
TEXTO DE MARÍA LUISA MAILLARD
Buenas
y espero que no muy calurosas tardes. Quiero finalizar el acto, dando las
gracias. Gracias es el nombre de la ofrenda, decía María Zambrano, y si lo
decía ella, será verdad.
Quiero
empezar por agradecer a Casa de Galicia en Madrid y a su director, Luis E. Ramos, su
generosidad al haber acogido este acto. También a los miembros de la mesa, Inés
Alberdi y Felipe Vega por su participación y sus palabras de aliento y, lo que
es más importante, a todos ustedes por su presencia y apoyo.
Esta
biografía de Rosalía de Castro, que es la que nos reúne aquí, da clausura a un
proyecto muy ilusionante, la elaboración de una colección divulgativa de
mujeres que han enriquecido el mundo con sus aportaciones, que se inició hace
ya más de 15 años, como propuesta de la Asociación Matritense de Mujeres
Universitarias, que ha durado hasta hoy, y que ha puesto en el mercado 45
biografías, sin ningún tipo de subvención ni ayuda institucional.
Quiero
agradecer a todos aquellos que han colaborado y han hecho posible este
proyector peregrino: autoras, autores, divulgadoras, propagandistas,
distribuidoras, lectoras, a nuestro administrador… Sé que algunos de los
presentes se han sentido aludidos. Veo por ahí a Isabel Bandrés, a Javier
Fernández-Quejo, a Natalia Velasco, veo a Rosa Mascarell, en la lejanía de
Valencia, a Neus Samblancat en Barcelona... No están presentes en la sala, pero
el corazón ya saben ustedes cómo es: ve cosas que los ojos no ven.
Agradecer
también a la librería Mujeres y Compañía, por habernos acogido durante estos años en su caseta de la
Feria del Libro, y cómo no, a nuestra actriz de carácter, Isabel Arcos, que ha
dado voz y presencia a algunas de nuestras mujeres biografiadas: María
Zambrano, Soledad Ortega, una de ellas, Concepción Arenal, en esta misma casa y
cómo no, a Inés Alberdi, aquí a mi lado, una de nuestras mayores
propagandistas; pero de forma especial quiero subrayar la labor de la
diseñadora de la colección, Susi Trillo y su esmerado trabajo de edición
durante todos estos años. Sin ella, la empresa no hubiera sido posible.
Finalmente,
mis gracias son para Rosalía de Castro: “Ha sido un placer conocerte a fondo”,
le diría. Y aquí, voy a hacer un inciso para extender el agradecimiento a mi
amiga Baralides Alberdi que, nada más conocer mi proyecto, me regaló las O.C. de Rosalía de Castro. No voy a explayarme sobre la figura de Rosalía porque ya
no nos queda mucho tiempo; pero sí quiero resaltar el aspecto de su obra
poética que la ha convertido en una precursora de la poesía moderna y en una
poeta universal. Rosalía de Castro pertenece a un romanticismo tardío, suelen
decir los libros de texto y los manuales; pero su poesía se aleja de la imagen
que se ha difundido sobre los románticos y que se ha incrustado como la
peculiar forma de ser de la sociedad contemporánea: la de un subjetivismo
extremo: “Yo siento, yo opino, yo, yo”. Rosalía de Castro se encuentra en otro
horizonte, ese horizonte que María Zambrano en su texto: “Por qué se escribe”,
describe como el horizonte de todo verdadero escritor: ir a la búsqueda de lo
que sucede en el silencio de las vidas, en el secreto seno del tiempo y que no
puede decirse, “hay cosas que no pueden decirse”, es un dicho del habla popular
y esto que no puede decirse, es lo que, según Zambrano, se tiene que escribir.
Para ello el escritor debe prescindir de su yo, para ponerse al servicio del yo
común, de lo que nos une a todos como seres humanos. Cito a Zambrano:
“El escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de dónde saca lo que escribe. Sacar algo de sí mismo es todo lo contrario a ponerse así mismo […] El que escribe, mientras lo hace, necesita acallar sus pasiones y, sobre todo, su vanidad”.
Desde
este horizonte, Rosalía de Castro ha logrado incrustarse en el alma del pueblo
gallego e identificarse con sus sentires más hondos. Ha puesto de relieve la
enorme trascendencia de la lírica popular, su sabiduría, pero no sólo eso: se
ha identificado también con el alma de su siglo y con aquello que todos
compartimos como seres humanos. Sus innovaciones métricas, la utilización de
símbolos de realidad, como el de la conocida “negra sombra”, se ajustan a la
nueva realidad que describe. La de un siglo que ha perdido la esperanza,
trasladándola de forma exclusiva al progreso técnico.
Voy
a finalizar con unas palabras de Rosalía en ese paradójico prólogo a Follas novas, que lleva por título “Dúas
palabras da autora”. He dicho paradójico porque en él se entremezclan sus
propias palabras con aquellas que Murguía entiende debe expresar una esposa
humilde y hogareña, ajena a los oropeles de la fama. Traduzco, porque, aunque
conozco el gallego, no puedo aproximarme a su fonética propia:
"¡Ay!,
la tristeza, musa de nuestro tiempo, me conoce bien y de muchos años atrás, me
mira como suya y otra como yo, no me deja ni un momento, ni siquiera cuando
quiero hablar de tantas cosas que pasan por el aire y por nuestro corazón.
¡Loca de mí! ¿Dije en el aire? Es en mi corazón. Pero, ¿fuera de él? Aunque, en
verdad, ¿qué le pasará a uno que no sea como lo que le pasa a todos los demás?
¡En mí y en todos! ¡En mi alma y en las ajenas!".
MARÍA LUISA MAILLARD
Fernando
(un excelente Manolo Soto), es un tranquilo profesor de Geografía e Historia al
que su mujer abandona. Destrozado, viaja sin rumbo intentando reponerse, hasta
que sin pretenderlo y aprovechando la oportunidad, suplanta la identidad de
otro hombre como jardinero de una quinta portuguesa, donde entabla amistad con
una mujer que regenta la finca. Fernando ve la ocasión de cambiar de identidad,
de ser otro, de elegir quién ser y cómo ser sin dejar de ser él mismo.
En
el Festival de Málaga la directora, Avelina Prat, comentó que la identidad se
va formando con la experiencia: “No sólo se constituye con tu lugar de
nacimiento, sino que poco a poco se van incorporando vivencias que desembocan
en la creación de nuevas identidades. Por eso, a la hora de dibujar a mis
personajes, siempre me han interesado las personas que se han visto obligadas a
emigrar de sus raíces o a cambiar de lugar donde han crecido o vivido y van
incorporando todo lo que les sucede en el nuevo contexto, sin perder su
identidad anterior, consiguiendo incorporar todo lo que les rodea conformando
una nueva identidad”. Esta hermosa película nos habla de segundas
oportunidades, de seguir adelante sin rencor, de familias elegidas, de escuchar
al otro, de amistad, de empatía y de bondad. Y todo esto, sin pasarse de azúcar
y sin sensiblería.
Según
la directora, la quinta portuguesa es, “[…] una casa con elementos evocadores
de misterios, un lugar bucólico donde sus protagonistas se encuentran y
comparten historias para ayudarse a superar sus traumas”. La narración es
tranquila y suave, lo que nos ayuda a reflexionar sobre si no estaremos
equivocándonos al dejar entrar en nuestras vidas la palabrería, el odio y la
confrontación. El secreto está, nos dice está narración, en escuchar, no solo
oír, al otro y en la benevolencia. Una muy buena película que, además, rebosa encanto,
tranquilidad y humanismo. No se la pierdan.
ISABEL BANDRÉS
La
película arranca con Luis (un excelente Sergi López) y su hijo Esteban (Bruno
Núñez) buscando a Mar, su hija y hermana, en una rave, fiesta de música tecno al
aire libre, en algún lugar desértico de Marruecos. Un gran grupo de gente pasa
el rato bailando tecno que emiten, a todo volumen, unos grandes altavoces
exteriores. Sus cuerpos se mueven al ritmo de una música hipnótica cayendo, con
la ayuda de porros y otras sustancias, en una especie de catarsis colectiva.
Luis y su hijo enseñan a los participantes la fotografía de Mar desparecida hace
cinco meses. Nadie la reconoce. Un grupo de fiesteros, mutilados física y
emocionalmente, les comentan que se prepara otra rave cruzando el desierto.
Luis y Esteban deciden seguirlos, piensan que quizá allí encuentren a Mar.
El
viaje comienza y una naturaleza grandiosa y aplastante nos sobrecoge. Oliver Laxe,
el director, nos muestra la soledad y el desamparo del ser humano ante la magnificencia
del mundo y el inevitable destino, la muerte. Es una película muy orgánica que
nos hace sentir como reales todos los elementos que nos muestra: la arena en la
boca, el viento en la cara y el sol que nos quema… Nos angustia la extrema fragilidad
del ser humano, solo ante la inmensidad e indiferencia del mundo y sus
penalidades. No hay dioses a los que acudir ni algo o alguien que les/nos
cobije ante tanto desamparo. Esta gran película es como un colosal puñetazo en
las tripas, nos deja sin respiración, pero nos ata a la butaca. Lo que nos
cuenta, no es una anécdota de unos tipos estrafalarios y un tanto perdidos. Nos
narra “nuestra” historia, la historia de la humanidad. Ellos, somos todos
nosotros buscando a alguien o algo y deseando encontrar algún atisbo, como la
música o las raves, para poder conectar y para sentirnos a salvo. ¿A salvo de
qué? Quizá de la soledad, de las pérdidas, de las desgracias, de la fragilidad,
de la muerte y del deseo que no queremos saber que deseamos. Al principio de la
película, hay un letrero que nos explica que “Sirât” en árabe significa “camino
o sendero” que alude también al “camino interior que te empuja a morir antes de
morir” y “al puente que une el infierno con el paraíso” que tiene la densidad
de un cabello.
En
un punto del desierto, el camino está cortado por los militares. Así se enteran
que la civilización está al borde de la Tercera Guerra Mundial. Las desgracias
de los protagonistas aumentan: bombas antipersonas, falta de agua, de gasolina,
de comida… Y, sin embargo, ante tanta desgracia, existen momentos de exaltación
y alegría para volver de nuevo al infierno. Es como si estuviesen en un puente,
ese frágil cabello, que une el cielo y el infierno. Uno de los personajes
pregunta: “¿Así es el fin del mundo?” El amigo responde: “Hace mucho tiempo que
es el fin del mundo”.
El final es un tanto sorprendente. ¿Nos habla de la fuerza vital y de la superación del ser humano ante un mundo arrasado? ¿O nos avisa de que todo empieza de nuevo en un eterno bucle? Pienso en ese camino interior del que nos habla Oliver Luxe, ese viaje en el que nos encontramos con desgracias y estragos que, a pesar de todo, superamos.
No
me atrevo a recomendarles esta película. Es excelente, pero está hecha para
estómagos fuertes. Salimos noqueados y angustiados. Para mí, mereció la pena
verla y pasar un mal rato, pero comprendo que haya espectadores no estén dispuestos
a sufrir.
ISABEL BANDRÉS