¿Qué
te sugiere la palabra “progreso?
Depende de quién la utilice y a quién se aplique.
¿Qué
cualidad valoras más en el ser humano?
La generosidad.
¿Cuál
consideras que es su peor defecto?
El ombliguismo en todas sus manifestaciones.
Color
favorito.
Gris.
Si
tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?
En perderlo con ella.
Animal
preferido.
El Homo Sapiens.
Elige
un paseo.
Por el Bosque de las Brujas, entre Burguete y Roncesvalles,
al norte de Navarra.
¿Cómo
combates el miedo?
Evitando la ocasión.
¿Qué
habilidad te gustaría tener?
La habilidad de evitar el pesimismo infundado.
¿Qué
opinas de la IA (Inteligencia artificial)?
No me he interesado en formarme una opinión.
¿Crees
que ha cambiado la percepción del tiempo?
A mí me ha cambiado, siento que ahora va más deprisa.
Autor
literario preferido.
Pío Baroja.
Ciudad
donde vivirías.
Vete tú a saber cuál es la ciudad en la que sería posible ser
feliz.
Elige
una parte del día.
El amanecer y el atardecer en verano.
¿Echas
de menos el silencio?
Dispongo
del suficiente, tanto que, a veces, necesito el ruido.
Contesta
el cuestionario: Manuel Hidalgo
Fecha:
7-02-2025
Manuel
Hidalgo es periodista por la Universidad de Navarra, ha trabajado como
columnista en Fotogramas (del que fue redactor jefe); Cambio 16; Diario
16; El Mundo, donde fundó y dirigió el suplemento semanal
“Cinelandia” y fue director de la revista El Cultural.
Como
guionista, ha participado en las películas: Una mujer bajo la lluvia
(1992), El portero (2000) nominado al Goya Mejor Guion Adaptado, Grandes
ocasiones (1998), Nubes de verano (2004) y Mujeres en el parque
(2007), estas tres últimas dirigidas por nuestro colaborador Felipe Vega.
Entre
sus libros: La guerra del sofá (2000), El Hombre Malo estaba allí
(2001), Cuentos pendientes (2003), Me temo lo peor (2003), El
lugar de uno mismo (2017) y Del balneario al monasterio (2018).
Prefiere viajar en tren.
BUENISMO
MARÍA
LUISA MAILLARD
“La
oscuridad se extiende en el momento en que esta luz [del conocimiento moral] se
extingue por un discurso que no descubre lo que es, sino lo que se esconde
debajo de la alfombra, mediante exhortaciones
de tipo moral y otras que, con el pretexto de defender antiguas
verdades, degrada toda verdad a trivialidades carentes de significado”.
Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad.
Hace
unos dos años, la Real Academia Española, introdujo en el diccionario un nuevo
término polémico y recurrente en los diversos medios existentes: buenismo. La
definición de la RAE, “Actitud de quien ante los problemas rebaja su gravedad,
cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”, refleja con bastante
justeza esa nueva realidad que se ha hecho viral, a raíz de su introducción a
pleno rendimiento en el debate político.
La definición y su sesgo peyorativo obtiene un rechazo radical de un sector del panorama político que se considera agredido y lo manifiesta en las redes: "¡A las buenas intenciones no se le pueden poner pegas!", "¡Al incluir ese término, la RAE lo que ha hecho es dar una patada al diccionario!". Esta última expresión nos introduce en un asunto de extrema gravedad: el rechazo y el desconocimiento, de un gran sector de la población, de la labor de los expertos en las diferentes disciplinas. La función de las Academias de la Lengua es preservar el lenguaje —su Gramática y su Léxico—, adecuando este último a las nuevas realidades que van surgiendo según las épocas en la sociedad. El lenguaje siempre ha evolucionado en el habla y cuando surge una nueva realidad, la gente la nombra. Es lo que ha sucedido con el término buenismo. Es lo que sucedió con el término post-truth —posverdad— que, como veremos más adelante, se encuentra tan unido al anterior y que en el año 2016 el diccionario inglés de Oxford lo distinguió con el título honorífico de palabra del año. La definió como la circunstancia que permite que los hechos objetivos influyan menos en la opinión pública que la emoción y las creencias personales.
En
lo que respecta al aspecto intocable de las buenas intenciones, ya existe hace
tiempo un dicho popular: “De buenas intenciones está empedrado el infierno”,
que alude al hecho de que de nada valen las buenas intenciones si no están
acompañadas de hechos. El ser humano es complejo y ello se refleja en el
lenguaje que utiliza para comprender y relacionarse con la realidad. El mismo
término “bueno”, —sin duda de carácter positivo, al referirse al bien y a la
bondad—, del que deriva buenismo, conserva también en el lenguaje popular
algunos registros irónicos que introducen matices negativos de disconformidad o
protesta, dejando ver su ambivalencia: ”¡Buena es esa!”, “¡En buenas manos
hemos caído!”, “¡Bueno, bueno…!”. En esa herencia epistemológica, “buenismo” se
convierte en un término despectivo que tiene ecos lejanos con el término griego
hypokrisia que se refiere al
fingimiento de la representación teatral y que, evolucionado a nuestro término
hipocresía, da cuenta del que finge una bondad que no tiene.
Sin
embargo, si queremos remontarnos al núcleo del problema actual, es decir, a la
dimensión política del nuevo término, debemos trasladarnos a la época de la
Ilustración, cuando se estaban debatiendo los criterios para una nueva
organización de las sociedades occidentales. Todorov señala la polémica
existente en el periodo, respecto a la primacía en política entre dos tipos de
acción y, por tanto, de discurso: el que tiene por objetivo promover el bien y
el que aspira a establecer la verdad.
Condorcet, uno de los autores que más reflexionó sobre el tema, antepone la verdad al bien que denominó moralismo, desde la convicción “de que la verdad es tan enemiga del poder como de quienes lo ejercen” y desde la experiencia de los abusos cometidos en la “Época del Terror” por los dirigentes de la Revolución francesa, cuando antepusieron el bien (la virtud), a la verdad. El papel de un buen gobierno, según Condorcet, reside en hacer posible el avance del conocimiento, pero en ningún caso establecerlo ni decidir dónde está la verdad y dónde el error ni presentar sus opciones haciéndolas pasar por verdades.
Los
gobernantes deben alejarse de dos peligros: el moralismo y el cientifismo. El
moralismo impera cuando el bien se antepone a la verdad y los hechos se
convierten en materia moldeable. El cientifismo, cuando las opciones políticas
se hacen pasar por deducciones científicas. Han pasado dos siglos; aunque no
parece que hayamos aprendido mucho en este terreno.
Una
última reflexión acerca de la necesidad que hizo surgir el término “buenismo”.
¿En qué se diferencia este término de otros ya existentes como hipocresía,
moralismo o moralina, definido este último por la RAE como “moralidad
superficial o falsa”? La diferencia estriba en que todos los términos
existentes se enfrentaban a una realidad de cuya existencia no se dudaba,
llamémosla moralidad o simplemente bien, que hoy en día se encuentra en solfa
por el relativismo posmoderno —la posverdad—. Si recuperásemos el hábito perdido
de reflexionar sobre la realidad y no dejásemos su interpretación en manos de
los intereses y las pasiones políticas, tal vez llegásemos a encontrar una
forma de democracia en la que, según María Zambrano, sea no sólo posible, sino
exigible ser persona.
MARÍA LUISA MAILLARD
VORACIDAD
SIN LÍMITES
ISABEL
BANDRÉS
El
príncipe, de Maquiavelo, siglo XVI, capitulo XVIII: “El
gobernante debería seguir el ejemplo del zorro, saber disfrazarse bien y ser
hábil en fingir y en disimular. Estos engaños son fáciles de acometer, ya que
los hombres son tan simples y están tan centrados en las necesidades del
momento, que aquel que engaña encontrará siempre a quien se deje engañar”.
Cinco siglos después, seguimos en lo mismo: políticos que engañan y ciudadanos
que se dejan engañar. Durante cientos de años han gobernado sanguinarios,
déspotas, ambiciosos o, sencillamente, apáticos y, tras décadas de malas
experiencias, seguimos cayendo en los mismos errores. Ahora, el error se llama
Trump.
Setenta y siete millones de votantes norteamericanos, centrados en sus necesidades perentorias, se dejaron engañar por su discurso simplista y ultra nacionalista. En un solo mes, Trump ha dado un puñetazo en el tablero geopolítico y se ha puesto a reorganizar el mundo. Para él gobernar es como jugar al Monopoly, un negocio en el que todo se compra o mejor, se arrebata. Ucrania con sus tierras raras repletas de riquezas, invadida por Rusia y sumergida en una agotadora guerra de tres años es una pieza fácil de expoliar. Su compañero de pillaje es Putin, el mismo que arrasó Alepo y cobijó en Moscú, a principios de diciembre de 2024, al sanguinario Al Assad y familia ante el silencio de la muy burocratizada y anquilosada Unión Europea. Zelenski, acusado por Trump de dictador, ofrece dimitir a cambio de que Ucrania entre en la OTAN. En este momento, el país está agotado, carece de armas y Rusia ha intensificado los bombardeos. Les hemos dejado solos.
El
Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, de George Washington, de Wilson, de
Thomas Jefferson y de tantos otros que hicieron de ese país el mayor defensor
de la democracia liberal está desaparecido. La nación, que nos salvó a los europeos
en las dos grandes guerras y que envío a sus soldados a morir en las playas de
Normandía para vencer a los nazis y salvar nuestras libertades, está ahora
dirigida por un filibustero, declarado culpable de treinta y cuatro delitos por
un tribunal de Nueva York. Algo inédito hasta ahora.
¿Alguna
esperanza? El horizonte es negro. Ucrania será la gran sacrificada y luego
vendrán otros pueblos. Los países bálticos sienten aterrorizados el aliento de
la invasión rusa en sus cogotes. Dinamarca, por lo que pueda pasar, ha incrementado
considerablemente su gasto militar y, de momento, nada más. Los burócratas de
la Unión Europea no saben o no quieren hacer frente a lo que se nos viene
encima. Mediocres y acomodaticios se contentan con seguir en la poltrona y
otear el horizonte a ver si cambia el viento.
Estamos
en manos de una clase política sin coraje, sin moral, hambrienta de poder, de
bienes, de fama y aficionada al pillaje. La voracidad les consume y no les
importa convertir al ciudadano en un producto al que manipular. Nuestro rostro
para ellos no es humano, representamos el signo del dólar, del rublo, del euro
o un peldaño que sortear para obtener el poder. ¿Qué les importan las muertes y
los sufrimientos de los demás si obtienen lo que desean? Nada. El humanismo ha
muerto y se disponen a enterrarlo bajo un gran montón de mentiras para que no
deje huella en nuestra conciencia. Sería bueno recordar, en estos tiempos de
amargura y ofuscación, a un gran humanista y europeísta, Václav Hável. Estuvo
siete años en las cárceles comunistas por defender los Derechos Humanos, fue
presidente de Checoslovaquia (1989-1992) y de la Republica Checa (1993-2003), a
pesar de declararse “agnóstico-político”. Nunca le interesó la política de
partidos y tuvo enfrentamientos con los primeros ministros que le tocaron en suerte.
Fue defensor de la OTAN y de La Unión Europea y, sobre todo, fue un humanista y
un demócrata convencido. Propuso celebrar el “Día Europeo de Conmemoración de las
victimas del estalinismo y el nazismo” para, según sus palabras: “[…] recordar
con dignidad e imparcialidad a las víctimas de todos los regímenes
autoritarios”. Defensor de los Estados Unidos y amigo personal de algunos de
sus presidentes, tanto republicanos como demócratas, le preocupaban, y mucho,
las relaciones con Rusia de la que nunca se fio. Durante la guerra ruso-georgiana
de 2008 acusó a los rusos de ejercer un poder revisionista que perseguía una
agenda del siglo XIX con métodos del siglo XXI. ¿Qué pensaría ahora Hável si
pudiese ver a Trump (el amigo americano), unido a Putin en sus tropelías?
Los
defensores de la Democracia Liberal, de la Unión Europea y de los Derechos Humanos,
nos sentimos huérfanos y desamparados. Ya no tenemos figuras como Hável ni
políticos con valores y empuje suficiente que defiendan los principios básicos
de la civilización humanista. Los vándalos han llegado a nuestra casa y
amenazan con arrasarlo todo: bienes, cultura, convivencia… Su voracidad no
tiene límites y si no nos rearmamos física y espiritualmente desaparecerá una
forma de vida, la de las libertades.
ISABEL BANDRÉS
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
46.
LEYENDO CON ANIMALES DE COMPAÑÍA
LOS
PERROS EN LA PINTURA
INÉS
ALBERDI
Desde
tiempo inmemorial se han incorporado los perros, como compañía, en los retratos
de hombres y mujeres. A nosotros nos interesa ver los casos en los que son
mujeres que están leyendo las que se acompañan con perros.
Desde
el Siglo XVIII encontramos numerosos retratos de mujeres elegantes que posan
leyendo y tienen un perro que les hace compañía. Son damas de alcurnia de
diferentes países europeos.
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William Hogarth, Gran Bretaña (1697-1764) La señorita Mary Edwards, 1742 The Frick Collection, Nueva York |
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Joham George Ziesenis, Dinamarca (1716-1776) Retrato de la princesa Frederika Sophia Wilhelmina, 1769 The Royal Museum, La Haya |
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Angélica Kaufman, Suiza (1741-1807) Louise Hammond, 1780 The Fitzwilliam Museum, Cambridge |
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Christina Robertson, Escocia (1796-1854) Retrato de la Gran Duquesa Maria Alexandrovna, 1849 Museo del Hermitage, San Petersburgo |
Esta moda se continúa en el Siglo XIX, aunque los entornos se
hacen menos formales y más domésticos. Ya sea en un jardin, ante una chimenea o
tumbada en el sofá, parece que los animales incorporan un sentido de compañía y
bienestar a la lectora.
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Charles Llouis Baugniet, Bélgica (1814-1886) La lectora, 1858 Colección privada |
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Iakovos Rizos, Grecia (1849-1926) La hermana del artista, 1890 Colección privada |
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Gustave Leonhard de Jonghge, Bélgica (1829-1893) Una tarde de ocio, s/f Colección privada |
La
presencia de los animales parece una excusa para hablar del hogar en que las mujeres
leen. Junto al mar, que pueden ver desde su ventana, o cercanas al jardín del
que han recortado las flores que aparecen en el jarrón.
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Charles-James L. Hastings, Gran Bretaña (1804-1893) Leyendo en la ventana, 1880 Colección privada |
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Sidney Percy Kendrick, Gran Bretaña (1874-1955) Una joven con su King James Spaniel en el asiento de una ventana, s/f Colección privada |
Otras
veces, la lectura se interrumpe para hacer caso del animal, en una forma que
parece estar contándole lo que acaba de leer en la revista.
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Louis Charles Vervee, Bélgica (1832-1882) Mujer con perro, s/f Colección privada |
Muchas
veces, esta lectora es muy joven y las caricias al animal se hacen más cercanas
y más entre iguales, como los retratos de Barber en los que las niñas, mientras
leen, mantienen abrazado a su perro.
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Charles Burton Barber, Gran Bretaña (1845-1894) Rubia y morena, 1879 Colección privada |
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Charles Burton Barber, Gran Bretaña (1845-1894) Educación obligatoria, 1887 Colección privada |
Son
muy numerosos los retratos de niñas que se sitúan entre la lectura y el juego
con sus animales.
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Florence Marlowe, Gran Bretaña (1873-1888) ¿Qué debería leer?, 1883 Colección privada |
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Manuel Robe, Francia (1872-1936) Niño con perro, 1909 Colección privada |
Esta
situación se hace aún más evidente en el retrato de Weistling, un artista que
se especializó en pintar niños y perros.
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Morgan Weistling, Estados Unidos (n.1964) Joven en el sofá, con el espejo y su perro mascota, s/f Colección privada |
También
hay jovencitas, formales y juiciosas que, aunque estén acompañadas de “su mejor
amigo” parecen concentradas en la lectura.
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Edwin Harris, Gran Bretaña (1855-1906) Un momento tranquilo, s/f Colección privada |
INÉS ALBERDI
JOSEFINA
MOLINA
UNA
MUJER ENTRE TINIEBLAS
FELIPE
VEGA
El
rostro de Concha Velasco que vemos en la serie Santa Teresa de Jesús, representa de algún modo un mapa físico y anímico
de la mujer en una época de España. Para alcanzar esa verdad se necesita,
primero, rodar imágenes que flotaban en el nacimiento del feminismo de los años
70. En la serie de televisión dirigida por Josefina Molina en 1984, nos
encontramos con un rigor distinto al de nuestra mística; al mismo San Juan de
la Cruz, por ejemplo. Un San Juan de la Cruz, poeta atípico también, que parece
influido en sus versos por la doctrina jansenista; una herejía para unos y un
acento sobre la religión católica desconocido en nuestro país. Tal vez sea por
ello que contemplando planos y secuencias de los ocho capítulos que la componen,
nos acordamos enseguida de cineastas franceses como Robert Bresson, Jacques
Rivette o Maurice Pialat.
Una
cineasta que se dedica a rodar la vida de una mujer como Santa Teresa, no
necesita ser creyente para levantar un proyecto que gira sobre ella, como es el
caso de Josefina Molina. Del mismo modo que un cineasta creyente como Ermanno
Olmi, que hace un cine humanista, contiene una mirada que no va explícitamente
de la mano de la religión católica; ese es un aspecto que no es necesario
enunciar.
Los
dos factores, el religioso y el ateo, tienen en la serie de Josefina Molina un
rumbo común: aquel que nace en una persona laica que se aproxima a los
tormentos y dudas de una persona cercana a la religión. La cineasta trata de
comprender demostrando que el ascetismo puede ser compartido por ambas formas
de vida cuando van unidas al ser humano; el punto de unión que conduce a una
directora no creyente hasta una Santa Teresa que quiere vivir, más allá de las rígidas
normas de la religión oficial, una vida entregada a su Dios. Ser que nunca verá
y que, para ella, se encuentra en la vida cotidiana. Todos los místicos viven
de ausencias que deben hacer presentes mediante las imágenes que trasmiten las
palabras, ya sea en un libro o en una oración.
En
la Historia del Cine existen dos tendencias que abordan las miradas sobre la
religión: una marcada por el maniqueísmo, a veces cercana al fanatismo y
apoyada en leyendas, y otra respetuosa respecto a experiencias intelectuales
que, a veces, no puede compartir el sentido último de la fe. Es el caso de
Roberto Rossellini cuando filma el final de la vida de Jesús en El Mesías;
el de Andréi Tarvkosky rodando Andréi Rubliov; el de Nicholas Ray y La
Biblia narrada por San Mateo o el de Pier Paolo Pasolini y su imágenes
paganas y populares del mismo santo. Y, modestamente, el de esta mujer formada
en la televisión como su amiga Pilar Miró, con su fiel retrato de la santa
española. Lo hace, además, en unos años en los que, por primera vez en
decenios, el país trata de quitarse de encima el polvo de sacristía que tanto
tiempo ha llevado encima.
Si
se revisa la filmografía de Josefina Molina uno se encuentra con una larga
serie de programas televisivos dedicados al teatro y a nuestros clásicos.
Muchos de sus resultados no son extraordinarios seguramente, pero sí
significativos. Hacer aquellas imágenes en aquel momento eran un pequeño
triunfo, dentro de un país asentado en un páramo cultural. Josefina Molina es
otro de esos “objetos volantes desconocidos” que, con forma femenina, surcaban
el cielo de una España que desdeñaba formas de libertad que definían a la
Europa de finales del siglo XX. Su trabajo en el cine posee una dignidad a la altura
de las generaciones del momento, y deja claro hasta donde puede ser libre una
persona incluso si se trata de una mujer tan discreta como ella. Rodar la vida
de Santa Teresa deja de ser un acto de fe propagandístico para convertirse en
una historia de mujeres y hombres que viven su vida de otra forma. Algo más
modesto y menos sectario.
FELIPE VEGA
DAVOS
JAIME GARCÍA NAVAJO
En
una reciente exposición celebrada en CaixaForum-Madrid, dedicada a la Alemania
de Weimar, se hacía referencia a un episodio que tuvo lugar en 1929, en Davos.
Davos
es una ciudad suiza que presume ser la más elevada de los Alpes, 1.560 metros
sobre el nivel del mar. Dada su situación es un destino habitual para amantes
de la montaña y del esquí.
En
las últimas décadas, todos los inviernos es noticia por celebrarse el Foro
Económico Mundial. El conocido como Foro de Davos es un simposio creado en 1971
por el economista suizo Klaus M. Schwab. El evento reúne a la élite mundial de
la economía, la política, el pensamiento y a los principales medios de
comunicación para debatir asuntos que afectan directamente a nuestro
globalizado mundo. El Foro tiene “el compromiso de mejorar la situación del
mundo” mediante la promoción de una gobernanza participada por empresas
multinacionales, gobiernos y determinados organismos civiles. Ciertamente, sus
asambleas anuales tratan temas que son objeto de preocupación para todos
nosotros; de la misma manera que, con independencia de teorías conspiranoicas,
las críticas a la organización y el desarrollo de estas citas son constantes.
Además
de ser, en la actualidad, ciudad-balneario, lugar para aficionados de los
deportes alpinos y centro de reunión de magnates y dirigentes mundiales, Davos
era célebre por sus sanatorios para tratar la tuberculosis y otras enfermedades
pulmonares.
En
1912, Thomas Mann visita a su esposa Katia, convaleciente en el sanatorio Wald
de Davos. Es el inicio de la escritura de una de las obras fundamentales del
siglo XX: La montaña mágica. Mann pensó escribir un pequeño relato
satírico como contrapartida a La muerte en Venecia que había publicado
ese mismo año. La redacción de la obra se demoró durante diez años. Una década
crucial en la historia de Europa.
En
vísperas de la 1ª Gran Guerra, Mann era un ferviente nacionalista alemán.
Plasmó sus ideas en Consideraciones de un apolítico, ensayo publicado en
1918, donde defiende que la cultura alemana está siendo puesta en peligro por
las democracias occidentales.
Tras
la guerra, el escritor rectifica su posición y se convierte en un firme
defensor de la República de Weimar. En mayo de 1921, anota en su diario: “Discusión sobre la problemática de la
cultura alemana. El humanismo no es alemán, pero resulta imprescindible”. En una conferencia dictada en 1922
proclama que para defender la cultura hay que estar del lado de la paz y de la
república democrática.
La
montaña mágica ve la luz en 1924. El éxito fue
inmediato, salvo en los ámbitos reaccionarios y en el incipiente movimiento
nazi, que consideró la obra como un “elogio de la decadencia”. La obra narra
las vicisitudes del joven Hans Castorp en un sanatorio de los Alpes suizos al
que llega para visitar a un primo que se encuentra internado en él. Sin
embargo, la estancia prevista para tres semanas se prolongará durante siete
años.
Narración
en la que no sucede nada, pero sucede todo; donde la acción, casi inexistente,
deja paso a unos diálogos en los que Mann refleja el modo de vida de la
burguesía europea de la época. Como en toda novela de aprendizaje, el joven
protagonista se ve involucrado en situaciones que determinarán su desarrollo
personal. Para ello, el autor introduce a dos personajes fundamentales: Lodovico
Settembrini y Leo Naphta. En su intento de atraer a sus posiciones al joven Castorp,
los dos se enzarzan en encarnizados debates.
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Settembrini (Flavio Bucci) y Naphta (Charles Aznavour), en la adaptación cinematográfica de La Montaña mágica, realizada por Hans W. Geißendörfer, en 1982 |
Naphta,
defensor del irracionalismo, representa los totalitarismos que en el período de
entreguerras amenazaban a la democracia. Entiende que “todo lo que enseñaron el
Renacimiento, la Ilustración y las Ciencias Naturales había contribuido a
devaluar la dignidad humana, por cuanto menoscaba la grandiosa visión del
hombre como centro del universo”. Sentencia que “el conflicto interior del
hombre tan solo consiste en un conflicto entre los intereses del individuo y
los de la colectividad; lo que dicte la ley moral será el criterio de utilidad
para el Estado”.
Settembrini,
un escritor italiano que representa la tradición humanista e ilustrada y los
valores de la democracia, contesta a su oponente: “[…] eso es absolutismo de
Estado y abre la puerta a todos los crímenes… En cambio, la verdad, la justicia
y la democracia… ¡Quién sabe dónde quedan!”.
Thomas
Mann recibe el Premio Nobel de Literatura en 1929. Ese mismo año se produce el
crack de la Bolsa de Nueva York que dio lugar a la crisis económica que aceleró
los acontecimientos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. También, en
1929 se produce un debate crucial entre dos filósofos: Heidegger y Cassirer.
Davos,
1929, entre marzo y abril se celebran sus afamados cursos universitarios (en su
anterior edición el protagonista fue Albert Einstein). Ese año la atención se
centra en el encuentro entre Ernst Cassirer, rector de la Universidad de
Hamburgo, y Martin Heidegger, catedrático de la de Friburgo.
![]() |
Cassirer y Heidegger en Davos, 1929 |
Cassirer
es un destacado filósofo neokantiano, de talante liberal y ferviente defensor
de la República de Weimar, algo poco habitual entre los intelectuales germanos
de la época.
Heidegger,
discípulo de Husserl, es el representante de la filosofía de la existencia: la
existencia auténtica es un “ser para la muerte”, una experiencia basada en la
angustia del propio “no ser”.
El
debate gira en torno a sus diferentes interpretaciones del kantismo a la
pregunta ¿qué es el hombre?, ¿qué es el ser? El academicista Cassirer y el
carismático Heidegger defienden sus posiciones, que W. Eilenberger resume de la
siguiente manera:
Cassirer
dice a los hombres: “Desprenderos de la angustia como seres culturales que sois”.
Heidegger
dice a los hombres: “Desprendeos de la cultura como estado perezoso y abismaos
en el origen liberador de la existencia: la nada y la angustia”.
Mientras
Heidegger destaca la finitud humana, Cassirer señala que el simbolismo nos hace
esencialmente humanos y nos permite acceder a la infinitud.
Las
diferencias no solo fueron filosóficas. Cassirer, de ascendencia judía, defendió
la República de Weimar desde sus inicios, Heidegger abrazó el nazismo y estuvo
afiliado al partido desde 1933 hasta 1945.
No
es difícil transmutar a Cassirer y a Heidegger en los personajes de La
montaña mágica, Settembrini y Naphta, respectivamente.
Thomas
Mann y Ernst Cassirer tuvieron que huir de una Alemania que se había asomado al
abismo, como pedía Heidegger.
La
montaña mágica fue leída por Martin Heidegger y Hannah
Arendt en su época de Marburgo (1924-1926).
En
1942, Arendt dedica a Walter Benjamin, otra víctima del abismo al que se arrojó
Europa, el siguiente poema:
“De nuevo oscurece la tarde
mientras yacemos con los miembros extendidos
en las cercanías y en las lejanías.
Suenan desde las tinieblas
pequeñas y plácidas melodías.
Agucemos los oídos para deshabituarnos.
Ya es hora de ir desalojando las hileras.
Si remotas son las voces, cercana es la congoja:
aquellas voces de aquellos muertos
que enviamos como nuncios que nos anteceden
para escoltarnos hacia el adormecimiento”.
El abismo y el adormecimiento nos acechan en estos tiempos de zozobra y oscuridad. Hoy, ¿dónde están los Settembrini y Cassirer?
JAIME GARCÍA NAVAJO
CARMEN, CARMIÑA, CALILA
EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO
DE CARMEN MARTIN GAITE,
SU CAPERUCITA EN MANHATTAN TRIUNFA
EN EL TEATRO
ASUNCIÓN VALDÉS
Un lustro tuvo que pasar para que
Carmen Martín Gaite, devastada por la muerte de su hija, volviera a escribir
ficción. Ella, que había hecho de la literatura su forma de vida, sintió que la
tinta vivificante de la literatura no fluía por sus venas. Marta Sánchez Martín
se fue con solo 28 años, el 5 de abril de 1985, víctima de una neumonía que no
pudo superar por culpa del SIDA, contraído por el consumo de drogas. Quizás, no
supimos digerir las primeras libertades reconquistadas tras el franquismo.
Pues sobre la libertad versa su
cuento Caperucita en Manhattan, una deliciosa y amarga fábula fruto de
la experiencia de Carmen en Nueva York y otras ciudades norteamericanas, entre
septiembre y diciembre de 1980, tras aceptar la invitación del Barnard College
para impartir un curso. Siguieron otras propuestas destinadas a pronunciar
conferencias en prestigiosas universidades, lo que le permitió ampliar
relaciones con artistas e intelectuales.
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Carmen Martín Gaite y su hija, Marta Fotografía cedida a Eila Editores por Ana Martín Gaite |
Pero en este renacer neoyorquino,
el encuentro que más disfrutó Carmiña fue el de su hija, fruto de su matrimonio
fracasado con Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los escritores más influyentes,
como ella, de la Generación de 1955. Tal vez, sintiendo la cercanía de la
Estatua de la Libertad, la autora escribió más tarde: "La libertad da
siempre algo de miedo cuando se ve de cerca ¿no lo sabías?”. O tal vez se
estaba dirigiendo a su propia hija, como sugiere el catedrático Fernando Valls
en la reseña publicada en Tinta Libre sobre Visión de Nueva York,
de Martín Gaite, una mezcla de diario y collages sobre
sus vivencias en la ciudad de los rascacielos, publicada por Siruela en 2024.
El próximo 8 de diciembre, la galardonada con el Nadal y el Príncipe de Asturias de la Letras
Hispanas, entre otros premios, cumpliría cien años. Para rendirle homenaje y
para que los espectadores disfrutemos de las enormes posibilidades que tiene la
ficción sobre la ficción, la directora de teatro Lucía Miranda ha
adaptado de forma muy original la novela de Carmen que, a su vez, se inspiraba
en el cuento de Charles Perrault de finales del XVII, Caperucita Roja, la
niña, con su capa y su capucha color carmesí, que se adentró por un bosque
peligroso en busca de su abuela y fue engañada por el lobo.
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Caperucita en Manhattan, Teatro de La Abadía Foto: Dominik Valvo |
En la obra de teatro, la
jovencita Sara Allen —las mismas vocales y el mismo número de sílabas que el
nombre y apellido de Marta Sánchez—, quiere trasladarse de Brooklyn a
Manhattan, se escapa de casa y emprende una aventura sola por el metro, Central
Park y lugares desconocidos. En su camino, se encontrará con personajes
atractivos y extravagantes como Miss Lunatic, magníficamente
interpretada por Miriam García. El resto de los actores, —Cristina Yuste en el
papel principal, Carmen Montilla, Carmen Navarro y Marcel Mihok, que también
toca el contrabajo—, muestran una versatilidad admirable, interpretando hasta
veinte personajes entre los cinco, con alta calidad, sentido del humor y dotes
musicales.
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Caperucita en Manhattan, Teatro de La Abadía Foto: Dominik Valvo |
La ficción fue la muleta contra
la adversidad que utilizó Carmiña, llamada así en familia por su madre gallega;
diminutivo que la nietecita, cuando aprendía a hablar, transformó en Calila. Un
cartel con este nombre en letras mayúsculas, que a su madre le inspiraba tanta
ternura, finaliza la representación que ha logrado vender todas las entradas en
el madrileño Teatro de la Abadía, hasta la última función. Afortunadamente
saldrá de gira por varias ciudades españolas, entre ellas Salamanca, cuna de la
escritora.
Calila, bajo las noches
estrelladas, sentía que desde algún astro le llegaban destellos de comunicación
por morse de su Caperucita. Latidos de luz para seguir viviendo. Tal
vez, desde que murió Carmen, Carmiña y Calila, el 8 de julio de 2000,
sean más de dos las estrellas que se comunican. Estrellas muy cultas:
filólogas, traductoras, autoras... como madre e hija.
ASUNCIÓN VALDÉS
GIUSEPPE VERDI Y LA GRAN OPERA
ROSARIO HERRERA GUIDO
A mi padre, el barítono Alberto Herrera, quien cantó a Giuseppe Verdi en el Palacio Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México, alternando con Maria Callas, Giuseppe Di Stefano y Leonard Warren.
En
este breve artículo, sólo voy a poder hacer un modesto recorrido por los
antecedentes del gran músico Giuseppe Verdi, su sublime obra operística y
recordar a mi padre, el barítono Alberto Herrera, quien cantó a Verdi en el
Palacio de Bellas Artes.
Dentro
del movimiento espiritual del siglo XIX, la ópera es decisiva, pues la
Independencia Nacional se decide en tal dominio, cuya vanguardia se fortalece a
medida que crece el círculo de las naciones que van a participar en las
transformaciones musicales: Italia, Francia y Alemania. Desde que el alemán
Gluck crea en el terreno de la ópera seria y la tragedia lírica, el carácter
nacional de ópera pierde su rigurosa eficiencia. El mismo aire que se respira
en el virtuosismo cosmopolita, sopla hacia la internacionalización de la ópera.
Con su cuartel general en París, pero en compañía de sus aliados, los
compositores alemanes e italianos, ve la luz la “Gran Ópera”: herencia
espiritual de Gluck. Su legado lo recoge en el siglo XIX el italiano Luigi
Cherubini (El aguador, 1800) y el
francés Etienne Méhul (José, 1807),
que marcó el cambio del gusto musical de esta época. Una transformación que
partió de Italia, donde a la ópera seria se había incorporado el coro del drama
gluckiano y los conjuntos vocales de la ópera bufa, sin abandonar su
esquematismo formalista, estéril, como en la obra de Simon Mayr, compositor
alemán italianizado. Como testimonios elevados del romanticismo italiano está Norma (1831), de Vicenzo Bellini y Lucia di Lammermoor (1835), de Gaetano
Donizetti, punto de partida del joven Verdi. En Italia, la superación de la
gran ópera y la restitución de la tradición nacional fueron obra de Verdi. Lo
más curioso es que nada parecía revelar que el niño Verdi podía tener una
misión importante en la historia musical de su país.
Giuseppe
Verdi, quien nace en Busseto, cerca de Parma, el 10 de octubre de 1813, como no
parece contar con talento musical, no logra una beca en el Conservatorio de
Milán. El municipio de su pueblo natal y el protector Babeéis, quien más tarde
va a ser su suegro, lo becan con Vincenzo Lavigna, experto acompañante del
Teatro de la Scala. Verdi se consagra a la ópera hasta los veintiséis años. Su
ópera Oberto fue todo un éxito, en el
escenario del estreno del Teatro de la Scala, a partir del que su fama se propagó
con otras obras: Hernani, Macbeth y Luisa
Miller.
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Giuseppe Verdi, por James Jaques Tissot |
Verdi
significó para Italia lo que Richard Wagner para el arte musical germano. Sus
obras de juventud no sólo tienen valor artístico sino nacionalista y
patriótico. Las óperas Nabucco, Los
Lombardos, Hernani y Juana de Arco, fueron
obras populares, creadas en el marco del movimiento de liberación política y de
unificación nacional de Italia, al punto de provocar sentimientos
revolucionarios y demostraciones callejeras. Lo que entones le importaba a
Verdi era la superación del internacionalismo de la gran ópera a través de la
renovación de la tradición nacional, en compañía de la cantabilidad melódica de
Rossini y de la pomposa teatralidad de Meyerbeer.
Pero
con sus óperas Rigoletto (1851), Il trovatore (1852) y La Traviata (1853), Verdi alcanzó una
gran popularidad sin precedente en la vida operística italiana. Las óperas que
siguieron fueron consideradas grandiosas: Un
baile de máscaras (1858), La fuerza
del destino (1862), Don Carlos (1867)
y Aída (1871), estrenada a petición
del virrey de Egipto, con motivo de la inauguración del Canal de Suez.
Las
creaciones de su gran antagonista Richard Wagner no dejaron de repercutir en la
escritura musical de Verdi. Pero no se entregó al estilo wagneriano como a la
influencia de Mayerbeer. Verdi conservó su propia personalidad esencialmente
italiana, gracias a la caracterización musical de los personajes dramáticos.
Pero
cuando su amigo Arrigo Boito, entusiasta wagneriano, le revela el elevado arte
dramático de Shakespeare, nacen de Verdi Otelo
y Falstaff, en las que Verdi
llega hasta las últimas consecuencias de su existencia como músico. Sin olvidar
las influencias de Bizet y Massenet, la pulsión melódica y el realismo musical
de Verdi, recibió el nombre de “verismo crudo”.
Verdi,
además de concluir su carrera con el impresionante Réquiem (1874), en honor del poeta Manzini, llega a una avanzada
edad, venerado por sus compatriotas como una de las grandes figuras de la
música italiana y muere el 27 de enero de 1901 en Milán.
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Alberto Herrera, barítono mexicano |
Mi
padre fue cantante de ópera, barítono. Estudió dieciocho años de carrera
musical en el Conservatorio Nacional de Música: solfeo, composición, armonía,
historia de la música, dirección de orquesta, canto y tres idiomas, para poder
ser cantante de ópera y músico. Después de probar su calidad y dedicación en el
coro de la ópera de Bellas Artes, logra ser solista de la Academia de la Ópera
de Bellas Artes. Debuta en 1947 en el papel de Simeon en la ópera L’enfant prodigue, en el Teatro de
Bellas Artes, y a partir de entonces en otros teatros nacionales y extranjeros.
Se caracterizó como Il sagrestano, Benoit, Alcidoro y Belcore. En 1948
participó en el estreno mundial de la ópera Elena,
de Hernández Moncada y en 1951 en el estreno en México de Gianni Schicchi,
en el papel titular. Cantó en el Palacio de Bellas Artes hasta 1960, en
diversas óperas como Le peuvre Matelot,
de Milhaud, La fuerza del destino, Rigoletto,
La Boheme, La Traviata, Il Trovatore, Va
pensiero, Nabucco, Aída y Otelo
de Verdi.
Mi
padre ensayaba a Verdi en casa y en la Academia de la Ópera de Bellas Artes,
cuando el ambiente operístico en México ya tenía sus temporadas nacional e internacional,
que eran todo un lujo. Cuando la ópera era de élite y casi nadie gravaba
discos. En un tiempo en que el público vestía de gala y sólo era para gente
culta no sólo rica. Aunque la burguesía de entonces, no eran los nuevos ricos de
ahora, lavadores de dinero, nacotraficantes o políticos, sino una clase que sabía
que había venido al mundo para ser mejor ser humano y para cultivarse.
Mi
padre cantó a Verdi en el Palacio de Bellas Artes hasta que en 1960, cuando el
Presidente Adolfo López Mateos, simple engranaje del drama político mexicano,
expulsó a sin un centavo de retiro a todos los cantantes del coro, solistas y
pianistas acompañantes de la Academia de Ópera de Bellas Artes, con la
complicidad de un cortesano operador político, el lastimoso "maestro"
Luis Sandi (encumbrado por el Estado), con el mezquino y errático fin de ahorrarle
al Estado las posibles futuras pensiones de todos los cantantes y músicos. Una grotesca política cultural de Estado, censurada
hasta la fecha, por todos los políticos de todos los colores. Solo mi padre
tuvo el valor civil de demandar al Estado, pues ninguno de sus compañeros tuvo la
dignidad de acompañarlo. Mi padre ganó estatura moral y dignidad, perdiendo,
mientras el Estado perdió credibilidad y legitimidad ganando, pues como dice
Octavio Paz en el Arco y la Lira: “nunca ha sido ni será un Estado de
Artistas”.
ROSARIO HERRERA GUIDO
CREAR ES CON TRABAJO
LIDIA ANDINO
Hay personas que no pintan, otras
que no escriben y hay también las que no componen porque dicen que no han
nacido para ello. Nos hacemos pintores pintando y escritores escribiendo.
Otros pondrán la excusa de que no
pueden crear porque no les llega la inspiración. Cosa que, si existe, debe
encontrarnos trabajando, como dijo Picasso, quien practicó la escultura desde
los inicios de su trayectoria y, sin duda, uno de los más grandes artistas de
la historia.
Recordemos su famosa frase: “La
inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.
La primera vez que pintamos,
dibujamos, o hacemos garabatos, forma parte del proceso de aprendizaje; aceptar
la idea de que somos aprendices. Ello requiere horas de lectura de los que nos
precedieron, ver obras de arte, ir a museos y hasta soportar largas colas para
disfrutar en persona los cuadros famosos, esos que marcaron un antes y un
después.
Es el caso de La Gioconda o Monna
Lisa, de Leonardo da Vinci, por ejemplo, que hasta hoy sigue siendo objeto
de estudio y veneración.
La inspiración no es del todo cosa
de musas y la creatividad tampoco; es una cuestión de trabajo, trabajo sobre
nosotros mismos.
LIDIA
ANDINOPsicoanalista
AMPARO SEGARRA
(1915-2007)
Nunca
sabes en qué recodo del camino aguarda agazapado tu destino. ¿Quién le iba a
decir a una joven de 24 años que, después de haber atravesado a pie los
Pirineos, calzada con unas viejas alpargatas y un hijo de dos años, el
escurridizo hado se le iba a aparecer en un tren abarrotado camino del puerto
de Havre? El encuentro con Eugenio Fernández Granell, con el que compartiría la
travesía en el último barco que logró zarpar de aguas francesas, librando de
los nazis a un grupo de 800 judíos centroeuropeos y 800 exiliados españoles,
marcaría su destino.
Era
una época terrible, caótica e irracional; pero que conservaba la libertad
creativa de los años 20, como atestigua Hannah Arendt en su libro Hombres en tiempos de oscuridad. Analiza
allí la vida de grandes hombres que compartieron una época “plagada de
catástrofes políticas, desastres morales y un asombroso desarrollo en el
terreno de las artes y las letras”. No había aún cortapisas para un hombre que
no había perdido la confianza en su potencia creadora ni en su humanidad.
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La pera de Man Ray, años 70 Colección Amparo Segarra |
“Organicemos el caos y el absurdo en una época caótica y absurda”, diría J. Cocteau. “Desmitifiquemos el arte y pintemos con tijeras”, defenderían los surrealistas. Y ese fue uno de los caminos en los que se desarrolló la creatividad de una joven de buena familia, culta y elegante, casada en segundas nupcias con Eugenio Fernández Granell en 1941: la técnica del “collage” surrealista. Amparo Segarra también se fajó como actriz en Puerto Rico y Nueva York y realizó incursiones en la dirección teatral y en la escenografía; pero a partir de los años 50 no dejaría de perfeccionar su técnica del “collage”, enriquecida con la influencia pop, para ir dotando de un contenido más crítico a su obra, como el de la cosificación de la mujer, a través de figuras andróginas. Lograría en esta época una perfecta fusión de los recortes, capaz de crear un mundo fantástico, anclado en la realidad.
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Necesito unas tijeras, 1972 Colección Amparo Segarra |
Amparo
Segarra nació en Valencia en 1915 en el seno de una buena familia, que decidió
que su formación se realizase en Francia, en el internado de Argenteuil, lugar
en el que permaneció desde los siete a los quince años, en que regresó a
Valencia. Contrajo un matrimonio temprano con Miguel Anglada Romeu, oficial del
Estado Mayor, que se mantendría fiel a la República y ambos se trasladaron a
Barbastro, donde el marido estaba destinado. Por poco tiempo. La Guerra Civil
la sorprendió sola —el marido partió al frente— y embarazada de su primer hijo,
con tan sólo 21 años. Amparo Segarra vivió la contienda, con su hijo en brazos,
entre la localidad de Monzón, que hubo de abandonar cuando fue derruida su casa
en un bombardeo y Barcelona, donde había nacido su hijo Elton. En 1939 decidió
trasladarse a Francia donde se reencontraría con su marido y donde, después de
residir unos meses en el campo de Bernet-les Bains, el matrimonio decidió, ante
el avance nazi, partir hacia Hispanoamérica. Durante un mes, en el último
barco, el vapor La Salle, que partió de Francia, se enfrentaron a un futuro
incierto, esquivando submarinos enemigos e intentando encontrar un país que los
acogiera, ya que Chile, el primer destino, había cerrado sus fronteras al
exilio europeo.
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El claustro, s/f Colección Amparo Segarra |
Sería
el dictador Trujillo quien les abriese las puertas de la República Dominicana.
Fue en su capital, Santo Domingo, donde en 1940 Amparo se separa de su marido y
contrae matrimonio con Eugenio Granell. Su hija Natalia nacerá en 1941. Era
Eugenio Granell un hombre poliédrico. Había estudiado música y ejercía como
primer violinista en la Orquesta Sinfónica Nacional de Santo Domingo; pero ya
diseñaba las viñetas ilustrativas de la revista Poesía sorprendida y también era crítico de arte y literatura en el
diario La Nación. En el Hotel Palace
de Ciudad Trujillo, entrevistó a André Breton, cuya obra había conocido en
Madrid, a través de la revista Minotauro, y de forma inmediata surgió entre
ellos una gran afinidad espiritual y estética, que se consolidó en una amistad
duradera. Eugenio abandonó entonces el violín por el pincel y se declaró
surrealista.
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Amparo Segarra, Instalando la cruz en el lugar, s/f |
Pocos
años después, comienza la vida errante del matrimonio. En 1946 se ven forzados
a abandonar la República Dominicana, al negarse Granell a firmar una carta de
apoyo al dictador Trujillo. Se trasladan a Guatemala, donde tres años después
también se ven obligados a emigrar, ante el ascenso de los comunistas
estalinistas —Granell había militado en el POUM, que había sido masacrado
durante la Guerra Civil Española por los comunistas—. Desde 1949 a 1957 se
afincan en Puerto Rico, lugar de acogida de tantos intelectuales españoles
—Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Francisco Ayala, federico de Onís…—. Es
allí donde Amparo Segarra, que ya había comenzado a trabajar como actriz en
1944, en obras como El hombre, la Bestia
y la Virtud de Luigi Pirandello o La casa de Bernarda Alba; y se había introducido en la dirección con
la obra El landó de seis caballos, comienza
a ensayar la técnica del fotomontaje. Apoyada siempre por su marido, inicia sus
primeros collages a finales de 1940. El motivo sería un viaje de
estudios de los alumnos de la Universidad de Río Piedras, donde su marido
ejercía en la cátedra de Humanidades. Trabaja sobre un fondo pintado por
Granell y continuará haciéndolo hasta su traslado a Nueva York en 1957, ciudad
en la que se intensifica su labor creativa, que mantendrá hasta su muerte. Su
marido ejercerá como profesor de Literatura Española en Brooklyn College y ella
continuará su carrera de actriz en obras de Jacinto Benavente y Arniches,
representadas en el Barnard College. Allí el matrimonio entablará amistad con
Marcel Duchamp y Vela Zanetti.
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Amparo Segarra y Eugenio Granell Foto: Fundación Eugenio Granell |
En
1985 regresan a España con un gran legado pictórico de vanguardia; pero tanto
la figura, como la obra del matrimonio Granell, eran desconocidas en España. Es
gracias a las gestiones de César Antonio Molina y Javier Ruíz que, en 1995, se
crea la Fundación Eugenio Granell, con sede en el Pazo de Bendaña, en
colaboración con el Ayuntamiento de Santiago de Compostela y bajo la dirección
de Natalia Fernández Segarra, hija de Amparo. A partir de 1997 se incorpora al
fondo de la Fundación la obra del pintor surrealista Philip West. Desde ese
momento, se comienza a difundir la obra de Amparo Segarra en una serie de
exposiciones, en 2015, Amparo, creadora;
en 2021, Corpos recortados y en 2024,
Paisajes. Su figura comienza a ser
conocida y la prueba de ello es que, en la actual exposición sobre Surrealismo
en la Fundación Mapfre, está expuesta parte de su obra.
Amparo
Segarra fallece el 4 de agosto de 2007, seis años después de su compañero de
vida. Ambos tuvieron la satisfacción de que su larga trayectoria artística
fuese reconocida en una España que se vieron forzadosa a abandonar en 1939;
pero que siempre llevaron en el corazón.
MARÍA LUISA MAILLARD
EN
EL ATENEO DE MADRID SE HOMENAJEÓ A ROSARIO DE ACUÑA, FUÉ EL PASADO DÍA 31 DE ENERO Y EN
ESTE ACTO PARTICIPÓ NUESTRA COLABORADORA INÉS ALBERDI. OS DEJAMOS AQUÍ SU
TEXTO.
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Inés Alberdi durante su disertación |
HOMENAJE
A ROSARIO DE ACUÑA
INÉS
ALBERDI
Ateneo de Madrid 31 de enero 2025
Hay
tres grandes mujeres en la España del cambio de siglo, del XIX al XX. Son tres
feministas pioneras y las tres tuvieron mucho que ver con este Ateneo de
Madrid. Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos y Rosario de Acuña. Las tres
fueron periodistas, Pardo Bazán más novelista, Acuña más dramaturga y poeta y
Carmen de Burgos la periodista más famosa e intrépida a comienzos del siglo
pasado. Fue la primera mujer corresponsal de guerra, en la guerra de África. Tres
mujeres de bandera, originales y combativas. Convencidas activistas de los
derechos de las mujeres y muy relacionadas con este Ateneo.
Rosario
de Acuña, de la que vamos a hablar hoy, fue la primera mujer que habló
públicamente en este Ateneo, en una velada poética en abril de 1884. Es muy
poco conocida porque, al ser masona, cayó sobre ella un dictado de silencio,
fue borrada por la dictadura, como le ocurrió a Carmen de Burgos. En Asturias,
y sobre todo en Gijón, es un personaje porque allí vivió los 15 últimos años de
su vida dedicándose activamente a causas sociales. ¿Quién fue Rosario de Acuña
además de ser poeta, dramaturga y periodista, activista de los derechos de la
mujer y la primera que hablo públicamente en esta casa?
ROSARIO DE ACUÑA Y VILLANUEVA (MADRID 1850-GIJÓN 1923)
Tuvo
una vida interesante, con grandes cambios, desde un nacimiento aristocrático y
una juventud elegante en Madrid, a una vejez modesta en Asturias, dedicada a
las clases trabajadoras. Nació en 1850 en el seno de una familia muy
distinguida, con un tío embajador en la Santa Sede y otro obispo y luego
cardenal. Nace pues en una familia rica, culta y elegante de la que recibe una
educación muy cuidada. Se educa en casa por motivo de una enfermedad de los
ojos que tuvo toda su vida. En Madrid, desde muy joven, acude con su familia al
teatro, a la ópera y a conciertos. En 1867, con apenas 17 años, va con sus
padres a la Exposición Universal de París. Luego la envían a Francia, durante
la Revolución Gloriosa, en la que se expulsa a Isabel II en 1868. Recorre
Italia en 1875. Su tío había sido nombrado embajador ante la Santa Sede y va a
pasar una temporada con él en Roma. Comienza muy tempranamente a enviar sus
artículos, poemas y crónicas de viajes a periódicos como El Imparcial y la
Ilustración Española y Americana. Su primera obra teatral Rienzi, el
tribuno (1875) la estrena en Madrid con enorme éxito el 12 de febrero de
1876. Es sorprendente tratándose de una mujer, pero hay que tener en cuenta que
su padre tenía contactos con los periódicos importantes de la época, e influyó
para que hicieran publicidad del acontecimiento. Cuando estrena su primer drama
Rienzi, el tribuno los escritores más afamados la aclaman como una
revelación y la crítica comenta favorablemente la obra. En la época se valora lo
fuerte y atrevido y el mayor elogio era decir de algo que era varonil. José de
Echegaray dice: “Una maravilla. No se parece a ninguna de las Safos del siglo.
Hace resonar los viriles acentos del patriotismo. Y siente la libertad como si
fuera un correligionario de Manuel Ruiz Zorrilla. Una mujer muy poco femenina”.
MATRIMONIO
El
22 de abril de 1876 se casa con Rafael de Laiglesia Auset (1854-1901), un
militar de familia distinguida.
OBRAS LITERARIAS, PUBLICACIONES
Ya
casada, Rosario sigue con sus actividades literarias. Y publica numerosas obras
de poesía, así como ensayos y obras didácticas, cuentos y artículos
periodísticos. En Madrid se instala en Pinto. Escribe también en favor de los
animales, quejándose del maltrato a los perros y en favor de la inspección
veterinaria. En esto es una pionera. Pasa los días estudiando, escribiendo y
cuidando de sus animales y sus plantas.
RUPTURA MATRIMONIAL
En
1883, viviendo en Pinto, y aunque no se conocen muy bien los motivos, el
matrimonio decide separarse de común acuerdo. No tienen hijos. Rafael de Laiglesia
se compromete a pasarle una pensión y le firma un poder marital para que
no tenga problemas con sus actividades, lo cual indica el acuerdo y las buenas
relaciones que mantienen entre ellos. La ruptura matrimonial es tranquila y sin
escándalo. Parece que ambos quedan en buena amistad y que incluso ella acudió a
Badajoz a visitarlo en algunas ocasiones. El no tener hijos hace la ruptura más
fácil, pero, de todos modos, dice mucho en favor de ambos la forma pacífica de
su separación.
1883 CRISIS EXISTENCIAL
1883
es un año crucial en la vida de Rosario de Acuña. Es el año en que rompe su
matrimonio y comienza a vivir sola; y es también cuando muere su padre con el
que tenía una relación muy cercana y muy intensa. Es también el año en que comienza
su relación con una publicación que va a tener una influencia extraordinaria en
su vida. Las dominicales del libre pensamiento es una publicación
radical en sus planteamientos, contraria a la Monarquía y a la Religión
Católica que se nutre de librepensadores, republicanos y anticlericales. Rosario
de Acuña se siente atraída por este mensaje en favor de la libertad, la
justicia y la fraternidad. Advierte que necesitan de las mujeres y se une
resueltamente con ellos. Se adhiere al ideal del librepensamiento con una carta
La luz del porvenir. Con ello se busca terribles enemigos. Si ya se
burlaban de ella por mujer literata, mucho más se van a oponer a la mujer política.
La acusan de ser una proscrita, masona, librepensadora, republicana y feminista
que “siendo mujer se atreve a vivir por su cuenta”.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ROSA MASCARELL, EXILIO FRANCÉS, MI VIAJE AL JURA DE MARÍA ZAMBRANO.
El
recorrido de un viaje no puede medirse solo con los parámetros de espacio y
tiempo. Hay viajes que conllevan una gran carga emocional porque abarcan la
memoria de tiempos pasados engarzada con imágenes, sonidos y aromas presentes.
Así fue este peregrinar de la autora por los senderos de Crozet donde María
Zambrano vivió catorce años de su exilio francés. En este escrito, las
vivencias del periplo se confrontan con la visión de lugares imaginados en
conversaciones con la filósofa en Madrid y con los recuerdos de personas que la
conocieron en la casa de La Pièce. La casa misma y su entorno se convirtieron
en centro donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo comunicable y
lo incomunicable cesan de ser percibidos contradictoriamente. Esta obra de
no-ficción puede considerarse como un diario de viaje que se desdobla y plasma
en la palabra poética de Variaciones sobre un mismo exilio, publicado
por la autora en esta misma editorial.
SERÁ EL
EN
ISABEL BANDRÉS
CANCELACIÓN
Hace
varios días aparecieron en las redes unos textos racistas de Karla Sofía Gascón.
La actriz, que ha recibido premios cinematográficos importantes como
protagonista de la película Emilia Pérez y está nominada para el Oscar,
ha sido apartada de la promoción de la película y tratada como una apestada,
desde que se han publicado los comentarios que realizó hace unos años. La
pregunta que me hago es: ¿Karla Sofía Gastón es o no es una buena actriz? A mí
no me lo parece. Lo chocante es que quienes la consideraban con méritos
suficientes para recibir un Oscar, ahora, tras observar que no cumple con unos
determinados cánones ideológicos piensan que su actuación no es merecedora del
premio. Entendería que fuese cancelada si se presentase a Premio Nobel de la
Paz o a presidir las Naciones Unidas.
Los
dogmáticos lo ven todo en blanco y negro y los seres humanos somos de grises.
No entienden que ser transgénero, heterosexual, homosexual, hombre, mujer, de
izquierdas, de derechas, y de cualquier etnia y país, no significa ser solo eso
y que es imposible tener, además, un criterio ético cerrado que la ideología
que se nos presupone nos impone. Eso, sencillamente no existe. Los seres
humanos somos contradictorios, ambivalentes, cambiantes y complejos. Pero
deberíamos saber, tras siglos de sufrimiento, que los dogmas conducen al
encasillamiento reduccionista del ser humano. Somos un amasijo de instintos
básicos, educación recibida, pulsiones, ideas, deseos… que nos hacen seres
complicados y confusos. Yo diría que los dogmas ideológicos van contra lo que
de verdad somos: unos monos muy evolucionados y escindidos entre la cultura y
la naturaleza. Ellos, los partidos dogmáticos, nos quieren de una sola pieza,
un único pensamiento y una ética determinada: la suya. Imposible, no somos
unidimensionales ni nunca lo seremos.
Otra
víctima del dogma ideológico fue Albert Camus. Hannah Arendt escribía desde París
a su marido: “Ayer vi a Camus, sin duda alguna, ahora es el mejor hombre de
Francia. Está muy por encima de los demás intelectuales”. Por aquellos años,
principios de los cincuenta, era un hombre respetado. Había sido miembro activo
de la resistencia francesa, colaboraba con el periódico Combat prohibido
por los alemanes, pertenecía al Partido Comunista Francés y había publicado
obras de calado. Pero, desencantado de la política de Stalin, decidió darse de
baja del Partido Comunista y además publicó El hombre rebelde, en el que
defiende el humanismo y la rebelión constante del espíritu: “[...] el rebelde, da
media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que le hace frente.
Opone lo que es preferible a lo que no lo es”. Una jauría de intelectuales le
atacaron ferozmente. Sartre, antiguo amigo suyo, escribió una carta abierta intentando
destruir su reputación personal e intelectual. Le describe como reaccionario,
burgués, escritor mediocre y colonialista. Tras recibir el Premio Nobel de Literatura
en 1957, los vituperios se acrecentaron. Le acusaron de escribir refritos y
desvalorizaron su obra. Lograron lo que se propusieron: marginarlo
intelectualmente y reducir su influencia entre los franceses. La ideología, sea
de izquierdas o de derechas, no perdona. Si alguien se sale de las lindes
marcadas, se le envía a la nada, al desierto social y laboral. Antes era peor,
se le enviaba a la hoguera o a la cárcel. Rectifico, en algunos lugares todavía
se utiliza para el disidente la cárcel y el plutonio.
Pasan
los años y apenas aprendemos nada sustancial. Si aplicásemos la cancelación radical,
como se está aplicando ahora a K. S. Gascón y hace unos años a Camus, no
veríamos ningún cuadro de Picasso acusado de machista ni de Caravaggio perteneciente
a una banda de forajidos y violento (se le atribuye la muerte de Ranuccio
Tomassoni) ni leeríamos a Camus ni a tantos otros. Nadie en su sano juicio deja
de ver o leer una obra interesante porque sus ejecutores fueran unos
desaprensivos, cuando no unos canallas, ni por su ideología ni por su identidad
ni su carácter. Si lo hiciésemos, seriamos unos mentecatos y muchos más pobres
intelectual y anímicamente.
ISABEL BANDRÉS
Maura
Delpero, la directora, nos cuenta la vida de una pequeña comunidad rural en los
Alpes italianos, a finales de la Segunda Guerra Mundial. La vida en las
montañas no es fácil, las familias trabajan sin descanso para poder subsistir y
los inviernos son tan hermosos como difíciles de soportar. La directora nos va
presentado a los personajes de una manera tan delicada que no podemos evitar
sentirlos como cercanos. Sus gestos, sus diálogos y su psicología se exponen
sin juicios de valor y con una sencillez elegante que nos muestra de manera
sutil las complejidades de sus vidas.
Aunque
tiene mucho de coral, la narración se centra en la familia del maestro de
escuela y en la llegada de un soldado desertor del ejército, un siciliano
llamado Pietro, que ha salvado a Attilio, un primo de la familia. Pronto, una
hija del maestro, Lucia, y Pietro se enamorarán y esa relación se convertirá en
el eje de la película rodada en medio de una naturaleza tan hermosa como dura. La
narración da cuenta de unos personajes que se debaten entre el deseo de
estudiar, el temor a pecar, el amor, el duelo, los sueños, el descubrimiento de
la sexualidad, la aspereza de sus vidas, el temor a la guerra, el encanto de la
infancia, el amor a la familia y las ganas de volar del nido, la compasión… Todo
está contado, incluso las mayores tragedias, con levedad y sin aspavientos o
palabras grandilocuentes. La película es silenciosa y está envuelta en una
aparente sencillez, lo que nos hace empatizar con los personajes que no son
catalogados como buenos o malos, héroes o villanos. Sencillamente, se nos
muestran como gentes comunes que tienen que lidiar con la vida.
Es
una película poética que destila encanto: las hermanas adolescentes haciéndose
confidencias en la cama, la espontaneidad de los niños pequeños, el
enamoramiento de los jóvenes, las debilidades de los mayores… Sin dejar de ser desgarradora:
la muerte de los seres queridos, el trabajo extenuante para sobrevivir y la
guerra del fondo. Y todo, sin excepción, se ennoblece bajo la mirada atenta y
entrañable de una directora que nos gana por su simpatía hacia sus personajes.
Ah, esa mirada tierna, suave y envolvente no tiene precio. No se la pierdan.
ISABEL
BANDRÉS
Rasoulof
es un director iraní prófugo de la justicia y disidente político que vive
refugiado en Alemania. La semilla de la higuera es sagrada surgió a raíz
de la muerte de Mahsa-Zhina Amini, una joven kurda-iraní de 22 años que murió a
manos de “la policía moral” que la torturó por infringir el estricto código
indumentario del país. Su muerte originó el levantamiento nacional “Mujer, Vida
y Libertad”. Las autoridades iraníes contestaron brutalmente a las
manifestaciones. Se calcula que mataron a 551 personas. El régimen se hizo más
represivo y más cruel. Rasoulof incorpora a la película imágenes reales de los
hechos obtenidas directamente por él, lo que le otorga a la narración una gran
fuerza.
La
historia se centra en una familia de cuatro miembros: un matrimonio y dos hijas
adolescentes. El padre es ascendido en el juzgado en que trabaja, lo que
conlleva una serie de ventajas materiales, pero también está obligado a seguir
y defender de manera más estricta los principios de un gobierno fanático que
controla todos los movimientos de cada uno de los habitantes y cultiva el
terror entre la población. Al padre le proporcionan en su trabajo un arma que
él cuida y esconde en su mesilla todas las noches. Poco a poco vemos como la
familia va desintegrándose. Las dos adolescentes van tomando conciencia de lo
que pasa en las calles y la madre, sometida física y económicamente a unos
valores tribales, empieza a mirar a través de los ojos de sus hijas.
Un
día la pistola desparece y por más que la buscan no la encuentran. El padre
entra en pánico porque su estatus y la economía familiar dependen de esa arma,
del Estado omnipresente. La estructura de un gobierno policial y todopoderoso
se refleja en esta familia. El director nos cuenta cómo el poder absoluto entra
y pervierte las relaciones familiares y sociales. Esta estupenda película
política nos hace reflexionar sobre el poder teocrático y sus consecuencias. Es
larga, dura tres horas, pero capta la atención del espectador y se ve bien. Ha
recibido numerosos premios cinematográficos y es candidata a los Premios Oscar
de 2025. Nos narra una realidad terrible, pero también pone la esperanza en los
jóvenes y en las gentes que no se resignan a llevar una vida sometida al
terror.
ISABEL BANDRÉS
