viernes, 28 de febrero de 2025

 


¿Qué te sugiere la palabra “progreso?

Depende de quién la utilice y a quién se aplique.

¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?

La generosidad.

¿Cuál consideras que es su peor defecto?

El ombliguismo en todas sus manifestaciones.

Color favorito.

Gris.

Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?

En perderlo con ella.

Animal preferido.

El Homo Sapiens.

Elige un paseo.

Por el Bosque de las Brujas, entre Burguete y Roncesvalles, al norte de Navarra.

¿Cómo combates el miedo?

Evitando la ocasión.

¿Qué habilidad te gustaría tener?

La habilidad de evitar el pesimismo infundado.

¿Qué opinas de la IA (Inteligencia artificial)?

No me he interesado en formarme una opinión.

¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?

A mí me ha cambiado, siento que ahora va más deprisa.

Autor literario preferido.

Pío Baroja.

Ciudad donde vivirías.

Vete tú a saber cuál es la ciudad en la que sería posible ser feliz.

Elige una parte del día.

El amanecer y el atardecer en verano.

¿Echas de menos el silencio?

Dispongo del suficiente, tanto que, a veces, necesito el ruido.

Contesta el cuestionario: Manuel Hidalgo

Fecha: 7-02-2025


Manuel Hidalgo es periodista por la Universidad de Navarra, ha trabajado como columnista en Fotogramas (del que fue redactor jefe); Cambio 16; Diario 16; El Mundo, donde fundó y dirigió el suplemento semanal “Cinelandia” y fue director de la revista El Cultural.

Como guionista, ha participado en las películas: Una mujer bajo la lluvia (1992), El portero (2000) nominado al Goya Mejor Guion Adaptado, Grandes ocasiones (1998), Nubes de verano (2004) y Mujeres en el parque (2007), estas tres últimas dirigidas por nuestro colaborador Felipe Vega.

Entre sus libros: La guerra del sofá (2000), El Hombre Malo estaba allí (2001), Cuentos pendientes (2003), Me temo lo peor (2003), El lugar de uno mismo (2017) y Del balneario al monasterio (2018).

Prefiere viajar en tren.

BUENISMO
MARÍA LUISA MAILLARD

“La oscuridad se extiende en el momento en que esta luz [del conocimiento moral] se extingue por un discurso que no descubre lo que es, sino lo que se esconde debajo de la alfombra, mediante exhortaciones de tipo moral y otras que, con el pretexto de defender antiguas verdades, degrada toda verdad a trivialidades carentes de significado”.

Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad. 

Hace unos dos años, la Real Academia Española, introdujo en el diccionario un nuevo término polémico y recurrente en los diversos medios existentes: buenismo. La definición de la RAE, “Actitud de quien ante los problemas rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”, refleja con bastante justeza esa nueva realidad que se ha hecho viral, a raíz de su introducción a pleno rendimiento en el debate político.

La definición y su sesgo peyorativo obtiene un rechazo radical de un sector del panorama político que se considera agredido y lo manifiesta en las redes: "¡A las buenas intenciones no se le pueden poner pegas!", "¡Al incluir ese término, la RAE lo que ha hecho es dar una patada al diccionario!". Esta última expresión nos introduce en un asunto de extrema gravedad: el rechazo y el desconocimiento, de un gran sector de la población, de la labor de los expertos en las diferentes disciplinas. La función de las Academias de la Lengua es preservar el lenguaje —su Gramática y su Léxico—, adecuando este último a las nuevas realidades que van surgiendo según las épocas en la sociedad. El lenguaje siempre ha evolucionado en el habla y cuando surge una nueva realidad, la gente la nombra. Es lo que ha sucedido con el término buenismo. Es lo que sucedió con el término post-truth —posverdad— que, como veremos más adelante, se encuentra tan unido al anterior y que en el año 2016 el diccionario inglés de Oxford lo distinguió con el título honorífico de palabra del año. La definió como la circunstancia que permite que los hechos objetivos influyan menos en la opinión pública que la emoción y las creencias personales. 

En lo que respecta al aspecto intocable de las buenas intenciones, ya existe hace tiempo un dicho popular: “De buenas intenciones está empedrado el infierno”, que alude al hecho de que de nada valen las buenas intenciones si no están acompañadas de hechos. El ser humano es complejo y ello se refleja en el lenguaje que utiliza para comprender y relacionarse con la realidad. El mismo término “bueno”, —sin duda de carácter positivo, al referirse al bien y a la bondad—, del que deriva buenismo, conserva también en el lenguaje popular algunos registros irónicos que introducen matices negativos de disconformidad o protesta, dejando ver su ambivalencia: ”¡Buena es esa!”, “¡En buenas manos hemos caído!”, “¡Bueno, bueno…!”. En esa herencia epistemológica, “buenismo” se convierte en un término despectivo que tiene ecos lejanos con el término griego hypokrisia que se refiere al fingimiento de la representación teatral y que, evolucionado a nuestro término hipocresía, da cuenta del que finge una bondad que no tiene.

Sin embargo, si queremos remontarnos al núcleo del problema actual, es decir, a la dimensión política del nuevo término, debemos trasladarnos a la época de la Ilustración, cuando se estaban debatiendo los criterios para una nueva organización de las sociedades occidentales. Todorov señala la polémica existente en el periodo, respecto a la primacía en política entre dos tipos de acción y, por tanto, de discurso: el que tiene por objetivo promover el bien y el que aspira a establecer la verdad.

Condorcet, uno de los autores que más reflexionó sobre el tema, antepone la verdad al bien que denominó moralismo, desde la convicción “de que la verdad es tan enemiga del poder como de quienes lo ejercen” y desde la experiencia de los abusos cometidos en la “Época del Terror” por los dirigentes de la Revolución francesa, cuando antepusieron el bien (la virtud), a la verdad. El papel de un buen gobierno, según Condorcet, reside en hacer posible el avance del conocimiento, pero en ningún caso establecerlo ni decidir dónde está la verdad y dónde el error ni presentar sus opciones haciéndolas pasar por verdades. 

Los gobernantes deben alejarse de dos peligros: el moralismo y el cientifismo. El moralismo impera cuando el bien se antepone a la verdad y los hechos se convierten en materia moldeable. El cientifismo, cuando las opciones políticas se hacen pasar por deducciones científicas. Han pasado dos siglos; aunque no parece que hayamos aprendido mucho en este terreno.

Una última reflexión acerca de la necesidad que hizo surgir el término “buenismo”. ¿En qué se diferencia este término de otros ya existentes como hipocresía, moralismo o moralina, definido este último por la RAE como “moralidad superficial o falsa”? La diferencia estriba en que todos los términos existentes se enfrentaban a una realidad de cuya existencia no se dudaba, llamémosla moralidad o simplemente bien, que hoy en día se encuentra en solfa por el relativismo posmoderno —la posverdad—. Si recuperásemos el hábito perdido de reflexionar sobre la realidad y no dejásemos su interpretación en manos de los intereses y las pasiones políticas, tal vez llegásemos a encontrar una forma de democracia en la que, según María Zambrano, sea no sólo posible, sino exigible ser persona.

MARÍA LUISA MAILLARD

VORACIDAD SIN LÍMITES
ISABEL BANDRÉS

El príncipe, de Maquiavelo, siglo XVI, capitulo XVIII: “El gobernante debería seguir el ejemplo del zorro, saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Estos engaños son fáciles de acometer, ya que los hombres son tan simples y están tan centrados en las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre a quien se deje engañar”. Cinco siglos después, seguimos en lo mismo: políticos que engañan y ciudadanos que se dejan engañar. Durante cientos de años han gobernado sanguinarios, déspotas, ambiciosos o, sencillamente, apáticos y, tras décadas de malas experiencias, seguimos cayendo en los mismos errores. Ahora, el error se llama Trump.

Setenta y siete millones de votantes norteamericanos, centrados en sus necesidades perentorias, se dejaron engañar por su discurso simplista y ultra nacionalista. En un solo mes, Trump ha dado un puñetazo en el tablero geopolítico y se ha puesto a reorganizar el mundo. Para él gobernar es como jugar al Monopoly, un negocio en el que todo se compra o mejor, se arrebata. Ucrania con sus tierras raras repletas de riquezas, invadida por Rusia y sumergida en una agotadora guerra de tres años es una pieza fácil de expoliar. Su compañero de pillaje es Putin, el mismo que arrasó Alepo y cobijó en Moscú, a principios de diciembre de 2024, al sanguinario Al Assad y familia ante el silencio de la muy burocratizada y anquilosada Unión Europea. Zelenski, acusado por Trump de dictador, ofrece dimitir a cambio de que Ucrania entre en la OTAN. En este momento, el país está agotado, carece de armas y Rusia ha intensificado los bombardeos. Les hemos dejado solos.

El Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, de George Washington, de Wilson, de Thomas Jefferson y de tantos otros que hicieron de ese país el mayor defensor de la democracia liberal está desaparecido. La nación, que nos salvó a los europeos en las dos grandes guerras y que envío a sus soldados a morir en las playas de Normandía para vencer a los nazis y salvar nuestras libertades, está ahora dirigida por un filibustero, declarado culpable de treinta y cuatro delitos por un tribunal de Nueva York. Algo inédito hasta ahora.

¿Alguna esperanza? El horizonte es negro. Ucrania será la gran sacrificada y luego vendrán otros pueblos. Los países bálticos sienten aterrorizados el aliento de la invasión rusa en sus cogotes. Dinamarca, por lo que pueda pasar, ha incrementado considerablemente su gasto militar y, de momento, nada más. Los burócratas de la Unión Europea no saben o no quieren hacer frente a lo que se nos viene encima. Mediocres y acomodaticios se contentan con seguir en la poltrona y otear el horizonte a ver si cambia el viento.

Estamos en manos de una clase política sin coraje, sin moral, hambrienta de poder, de bienes, de fama y aficionada al pillaje. La voracidad les consume y no les importa convertir al ciudadano en un producto al que manipular. Nuestro rostro para ellos no es humano, representamos el signo del dólar, del rublo, del euro o un peldaño que sortear para obtener el poder. ¿Qué les importan las muertes y los sufrimientos de los demás si obtienen lo que desean? Nada. El humanismo ha muerto y se disponen a enterrarlo bajo un gran montón de mentiras para que no deje huella en nuestra conciencia. Sería bueno recordar, en estos tiempos de amargura y ofuscación, a un gran humanista y europeísta, Václav Hável. Estuvo siete años en las cárceles comunistas por defender los Derechos Humanos, fue presidente de Checoslovaquia (1989-1992) y de la Republica Checa (1993-2003), a pesar de declararse “agnóstico-político”. Nunca le interesó la política de partidos y tuvo enfrentamientos con los primeros ministros que le tocaron en suerte. Fue defensor de la OTAN y de La Unión Europea y, sobre todo, fue un humanista y un demócrata convencido. Propuso celebrar el “Día Europeo de Conmemoración de las victimas del estalinismo y el nazismo” para, según sus palabras: “[…] recordar con dignidad e imparcialidad a las víctimas de todos los regímenes autoritarios”. Defensor de los Estados Unidos y amigo personal de algunos de sus presidentes, tanto republicanos como demócratas, le preocupaban, y mucho, las relaciones con Rusia de la que nunca se fio. Durante la guerra ruso-georgiana de 2008 acusó a los rusos de ejercer un poder revisionista que perseguía una agenda del siglo XIX con métodos del siglo XXI. ¿Qué pensaría ahora Hável si pudiese ver a Trump (el amigo americano), unido a Putin en sus tropelías?

Los defensores de la Democracia Liberal, de la Unión Europea y de los Derechos Humanos, nos sentimos huérfanos y desamparados. Ya no tenemos figuras como Hável ni políticos con valores y empuje suficiente que defiendan los principios básicos de la civilización humanista. Los vándalos han llegado a nuestra casa y amenazan con arrasarlo todo: bienes, cultura, convivencia… Su voracidad no tiene límites y si no nos rearmamos física y espiritualmente desaparecerá una forma de vida, la de las libertades.

ISABEL BANDRÉS

 


IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
46. LEYENDO CON ANIMALES DE COMPAÑÍA
LOS PERROS EN LA PINTURA
INÉS ALBERDI

Desde tiempo inmemorial se han incorporado los perros, como compañía, en los retratos de hombres y mujeres. A nosotros nos interesa ver los casos en los que son mujeres que están leyendo las que se acompañan con perros.

Desde el Siglo XVIII encontramos numerosos retratos de mujeres elegantes que posan leyendo y tienen un perro que les hace compañía. Son damas de alcurnia de diferentes países europeos.

William Hogarth, Gran Bretaña (1697-1764)
La señorita Mary Edwards, 1742
The Frick Collection, Nueva York

Joham George Ziesenis, Dinamarca (1716-1776)
Retrato de la princesa Frederika Sophia Wilhelmina, 1769
The Royal Museum, La Haya

Angélica Kaufman, Suiza (1741-1807)
Louise Hammond, 1780
The Fitzwilliam Museum, Cambridge

Christina Robertson, Escocia (1796-1854)
Retrato de la Gran Duquesa Maria Alexandrovna, 1849
Museo del Hermitage, San Petersburgo

Esta moda se continúa en el Siglo XIX, aunque los entornos se hacen menos formales y más domésticos. Ya sea en un jardin, ante una chimenea o tumbada en el sofá, parece que los animales incorporan un sentido de compañía y bienestar a la lectora.

Charles Llouis Baugniet, Bélgica (1814-1886)
La lectora, 1858
Colección privada

Iakovos Rizos, Grecia (1849-1926)
La hermana del artista, 1890
Colección privada

Gustave Leonhard de Jonghge, Bélgica (1829-1893)
Una tarde de ocio, s/f
Colección privada

La presencia de los animales parece una excusa para hablar del hogar en que las mujeres leen. Junto al mar, que pueden ver desde su ventana, o cercanas al jardín del que han recortado las flores que aparecen en el jarrón.

Charles-James L. Hastings, Gran Bretaña (1804-1893)
Leyendo en la ventana, 1880
Colección privada

Sidney Percy Kendrick, Gran Bretaña (1874-1955)
Una joven con su King James Spaniel en el asiento de una ventana, s/f
Colección privada 

Otras veces, la lectura se interrumpe para hacer caso del animal, en una forma que parece estar contándole lo que acaba de leer en la revista.

Louis Charles Vervee, Bélgica (1832-1882)
Mujer con perro, s/f
Colección privada

Muchas veces, esta lectora es muy joven y las caricias al animal se hacen más cercanas y más entre iguales, como los retratos de Barber en los que las niñas, mientras leen, mantienen abrazado a su perro.

Charles Burton Barber, Gran Bretaña (1845-1894)
Rubia y morena, 1879
Colección privada

Charles Burton Barber, Gran Bretaña (1845-1894)
Educación obligatoria, 1887
Colección privada

Son muy numerosos los retratos de niñas que se sitúan entre la lectura y el juego con sus animales.

Florence Marlowe, Gran Bretaña (1873-1888)
¿Qué debería leer?, 1883
Colección privada


Manuel Robe, Francia (1872-1936)
Niño con perro, 1909
Colección privada

Esta situación se hace aún más evidente en el retrato de Weistling, un artista que se especializó en pintar niños y perros.

Morgan Weistling, Estados Unidos (n.1964)
Joven en el sofá, con el espejo y su perro mascota, s/f
Colección privada

También hay jovencitas, formales y juiciosas que, aunque estén acompañadas de “su mejor amigo” parecen concentradas en la lectura.

 

Edwin Harris, Gran Bretaña (1855-1906)
Un momento tranquilo, s/f
Colección privada

INÉS ALBERDI


JOSEFINA MOLINA
UNA MUJER ENTRE TINIEBLAS
FELIPE VEGA

El rostro de Concha Velasco que vemos en la serie Santa Teresa de Jesús, representa de algún modo un mapa físico y anímico de la mujer en una época de España. Para alcanzar esa verdad se necesita, primero, rodar imágenes que flotaban en el nacimiento del feminismo de los años 70. En la serie de televisión dirigida por Josefina Molina en 1984, nos encontramos con un rigor distinto al de nuestra mística; al mismo San Juan de la Cruz, por ejemplo. Un San Juan de la Cruz, poeta atípico también, que parece influido en sus versos por la doctrina jansenista; una herejía para unos y un acento sobre la religión católica desconocido en nuestro país. Tal vez sea por ello que contemplando planos y secuencias de los ocho capítulos que la componen, nos acordamos enseguida de cineastas franceses como Robert Bresson, Jacques Rivette o Maurice Pialat.

Una cineasta que se dedica a rodar la vida de una mujer como Santa Teresa, no necesita ser creyente para levantar un proyecto que gira sobre ella, como es el caso de Josefina Molina. Del mismo modo que un cineasta creyente como Ermanno Olmi, que hace un cine humanista, contiene una mirada que no va explícitamente de la mano de la religión católica; ese es un aspecto que no es necesario enunciar.

Los dos factores, el religioso y el ateo, tienen en la serie de Josefina Molina un rumbo común: aquel que nace en una persona laica que se aproxima a los tormentos y dudas de una persona cercana a la religión. La cineasta trata de comprender demostrando que el ascetismo puede ser compartido por ambas formas de vida cuando van unidas al ser humano; el punto de unión que conduce a una directora no creyente hasta una Santa Teresa que quiere vivir, más allá de las rígidas normas de la religión oficial, una vida entregada a su Dios. Ser que nunca verá y que, para ella, se encuentra en la vida cotidiana. Todos los místicos viven de ausencias que deben hacer presentes mediante las imágenes que trasmiten las palabras, ya sea en un libro o en una oración.

En la Historia del Cine existen dos tendencias que abordan las miradas sobre la religión: una marcada por el maniqueísmo, a veces cercana al fanatismo y apoyada en leyendas, y otra respetuosa respecto a experiencias intelectuales que, a veces, no puede compartir el sentido último de la fe. Es el caso de Roberto Rossellini cuando filma el final de la vida de Jesús en El Mesías; el de Andréi Tarvkosky rodando Andréi Rubliov; el de Nicholas Ray y La Biblia narrada por San Mateo o el de Pier Paolo Pasolini y su imágenes paganas y populares del mismo santo. Y, modestamente, el de esta mujer formada en la televisión como su amiga Pilar Miró, con su fiel retrato de la santa española. Lo hace, además, en unos años en los que, por primera vez en decenios, el país trata de quitarse de encima el polvo de sacristía que tanto tiempo ha llevado encima.

Si se revisa la filmografía de Josefina Molina uno se encuentra con una larga serie de programas televisivos dedicados al teatro y a nuestros clásicos. Muchos de sus resultados no son extraordinarios seguramente, pero sí significativos. Hacer aquellas imágenes en aquel momento eran un pequeño triunfo, dentro de un país asentado en un páramo cultural. Josefina Molina es otro de esos “objetos volantes desconocidos” que, con forma femenina, surcaban el cielo de una España que desdeñaba formas de libertad que definían a la Europa de finales del siglo XX. Su trabajo en el cine posee una dignidad a la altura de las generaciones del momento, y deja claro hasta donde puede ser libre una persona incluso si se trata de una mujer tan discreta como ella. Rodar la vida de Santa Teresa deja de ser un acto de fe propagandístico para convertirse en una historia de mujeres y hombres que viven su vida de otra forma. Algo más modesto y menos sectario.

FELIPE VEGA

DAVOS
JAIME GARCÍA NAVAJO

En una reciente exposición celebrada en CaixaForum-Madrid, dedicada a la Alemania de Weimar, se hacía referencia a un episodio que tuvo lugar en 1929, en Davos.

Davos es una ciudad suiza que presume ser la más elevada de los Alpes, 1.560 metros sobre el nivel del mar. Dada su situación es un destino habitual para amantes de la montaña y del esquí.

En las últimas décadas, todos los inviernos es noticia por celebrarse el Foro Económico Mundial. El conocido como Foro de Davos es un simposio creado en 1971 por el economista suizo Klaus M. Schwab. El evento reúne a la élite mundial de la economía, la política, el pensamiento y a los principales medios de comunicación para debatir asuntos que afectan directamente a nuestro globalizado mundo. El Foro tiene “el compromiso de mejorar la situación del mundo” mediante la promoción de una gobernanza participada por empresas multinacionales, gobiernos y determinados organismos civiles. Ciertamente, sus asambleas anuales tratan temas que son objeto de preocupación para todos nosotros; de la misma manera que, con independencia de teorías conspiranoicas, las críticas a la organización y el desarrollo de estas citas son constantes.

Además de ser, en la actualidad, ciudad-balneario, lugar para aficionados de los deportes alpinos y centro de reunión de magnates y dirigentes mundiales, Davos era célebre por sus sanatorios para tratar la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares.

En 1912, Thomas Mann visita a su esposa Katia, convaleciente en el sanatorio Wald de Davos. Es el inicio de la escritura de una de las obras fundamentales del siglo XX: La montaña mágica. Mann pensó escribir un pequeño relato satírico como contrapartida a La muerte en Venecia que había publicado ese mismo año. La redacción de la obra se demoró durante diez años. Una década crucial en la historia de Europa.


En vísperas de la 1ª Gran Guerra, Mann era un ferviente nacionalista alemán. Plasmó sus ideas en Consideraciones de un apolítico, ensayo publicado en 1918, donde defiende que la cultura alemana está siendo puesta en peligro por las democracias occidentales.

Tras la guerra, el escritor rectifica su posición y se convierte en un firme defensor de la República de Weimar. En mayo de 1921, anota en su diario: Discusión sobre la problemática de la cultura alemana. El humanismo no es alemán, pero resulta imprescindible”. En una conferencia dictada en 1922 proclama que para defender la cultura hay que estar del lado de la paz y de la república democrática.

La montaña mágica ve la luz en 1924. El éxito fue inmediato, salvo en los ámbitos reaccionarios y en el incipiente movimiento nazi, que consideró la obra como un “elogio de la decadencia”. La obra narra las vicisitudes del joven Hans Castorp en un sanatorio de los Alpes suizos al que llega para visitar a un primo que se encuentra internado en él. Sin embargo, la estancia prevista para tres semanas se prolongará durante siete años.

Narración en la que no sucede nada, pero sucede todo; donde la acción, casi inexistente, deja paso a unos diálogos en los que Mann refleja el modo de vida de la burguesía europea de la época. Como en toda novela de aprendizaje, el joven protagonista se ve involucrado en situaciones que determinarán su desarrollo personal. Para ello, el autor introduce a dos personajes fundamentales: Lodovico Settembrini y Leo Naphta. En su intento de atraer a sus posiciones al joven Castorp, los dos se enzarzan en encarnizados debates.


Settembrini (Flavio Bucci) y Naphta (Charles Aznavour), en la
adaptación cinematográfica de La Montaña mágica, realizada
por Hans W. Geißendörfer, en 1982

Naphta, defensor del irracionalismo, representa los totalitarismos que en el período de entreguerras amenazaban a la democracia. Entiende que “todo lo que enseñaron el Renacimiento, la Ilustración y las Ciencias Naturales había contribuido a devaluar la dignidad humana, por cuanto menoscaba la grandiosa visión del hombre como centro del universo”. Sentencia que “el conflicto interior del hombre tan solo consiste en un conflicto entre los intereses del individuo y los de la colectividad; lo que dicte la ley moral será el criterio de utilidad para el Estado”.

Settembrini, un escritor italiano que representa la tradición humanista e ilustrada y los valores de la democracia, contesta a su oponente: “[…] eso es absolutismo de Estado y abre la puerta a todos los crímenes… En cambio, la verdad, la justicia y la democracia… ¡Quién sabe dónde quedan!”.

Thomas Mann recibe el Premio Nobel de Literatura en 1929. Ese mismo año se produce el crack de la Bolsa de Nueva York que dio lugar a la crisis económica que aceleró los acontecimientos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. También, en 1929 se produce un debate crucial entre dos filósofos: Heidegger y Cassirer.

Davos, 1929, entre marzo y abril se celebran sus afamados cursos universitarios (en su anterior edición el protagonista fue Albert Einstein). Ese año la atención se centra en el encuentro entre Ernst Cassirer, rector de la Universidad de Hamburgo, y Martin Heidegger, catedrático de la de Friburgo.


Cassirer y Heidegger en Davos, 1929

Cassirer es un destacado filósofo neokantiano, de talante liberal y ferviente defensor de la República de Weimar, algo poco habitual entre los intelectuales germanos de la época.

Heidegger, discípulo de Husserl, es el representante de la filosofía de la existencia: la existencia auténtica es un “ser para la muerte”, una experiencia basada en la angustia del propio “no ser”.

El debate gira en torno a sus diferentes interpretaciones del kantismo a la pregunta ¿qué es el hombre?, ¿qué es el ser? El academicista Cassirer y el carismático Heidegger defienden sus posiciones, que W. Eilenberger resume de la siguiente manera:

Cassirer dice a los hombres: “Desprenderos de la angustia como seres culturales que sois”.

Heidegger dice a los hombres: “Desprendeos de la cultura como estado perezoso y abismaos en el origen liberador de la existencia: la nada y la angustia”.

Mientras Heidegger destaca la finitud humana, Cassirer señala que el simbolismo nos hace esencialmente humanos y nos permite acceder a la infinitud.

Las diferencias no solo fueron filosóficas. Cassirer, de ascendencia judía, defendió la República de Weimar desde sus inicios, Heidegger abrazó el nazismo y estuvo afiliado al partido desde 1933 hasta 1945.

No es difícil transmutar a Cassirer y a Heidegger en los personajes de La montaña mágica, Settembrini y Naphta, respectivamente.

Thomas Mann y Ernst Cassirer tuvieron que huir de una Alemania que se había asomado al abismo, como pedía Heidegger.

La montaña mágica fue leída por Martin Heidegger y Hannah Arendt en su época de Marburgo (1924-1926).

En 1942, Arendt dedica a Walter Benjamin, otra víctima del abismo al que se arrojó Europa, el siguiente poema:

“De nuevo oscurece la tarde

y de las estrellas cae la noche
mientras yacemos con los miembros extendidos
en las cercanías y en las lejanías.
Suenan desde las tinieblas
pequeñas y plácidas melodías.
Agucemos los oídos para deshabituarnos.
Ya es hora de ir desalojando las hileras.
Si remotas son las voces, cercana es la congoja:
aquellas voces de aquellos muertos
que enviamos como nuncios que nos anteceden
para escoltarnos hacia el adormecimiento”.

El abismo y el adormecimiento nos acechan en estos tiempos de zozobra y oscuridad. Hoy, ¿dónde están los Settembrini y Cassirer?

JAIME GARCÍA NAVAJO




CARMEN, CARMIÑA, CALILA

EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE CARMEN MARTIN GAITE, 
SU CAPERUCITA EN MANHATTAN TRIUNFA EN EL TEATRO

ASUNCIÓN VALDÉS

Un lustro tuvo que pasar para que Carmen Martín Gaite, devastada por la muerte de su hija, volviera a escribir ficción. Ella, que había hecho de la literatura su forma de vida, sintió que la tinta vivificante de la literatura no fluía por sus venas. Marta Sánchez Martín se fue con solo 28 años, el 5 de abril de 1985, víctima de una neumonía que no pudo superar por culpa del SIDA, contraído por el consumo de drogas. Quizás, no supimos digerir las primeras libertades reconquistadas tras el franquismo.

Pues sobre la libertad versa su cuento Caperucita en Manhattan, una deliciosa y amarga fábula fruto de la experiencia de Carmen en Nueva York y otras ciudades norteamericanas, entre septiembre y diciembre de 1980, tras aceptar la invitación del Barnard College para impartir un curso. Siguieron otras propuestas destinadas a pronunciar conferencias en prestigiosas universidades, lo que le permitió ampliar relaciones con artistas e intelectuales.

Carmen Martín Gaite y su hija, Marta
Fotografía cedida a Eila Editores por Ana Martín Gaite

Pero en este renacer neoyorquino, el encuentro que más disfrutó Carmiña fue el de su hija, fruto de su matrimonio fracasado con Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los escritores más influyentes, como ella, de la Generación de 1955. Tal vez, sintiendo la cercanía de la Estatua de la Libertad, la autora escribió más tarde: "La libertad da siempre algo de miedo cuando se ve de cerca ¿no lo sabías?”. O tal vez se estaba dirigiendo a su propia hija, como sugiere el catedrático Fernando Valls en la reseña publicada en Tinta Libre sobre Visión de Nueva York, de Martín Gaite, una mezcla de diario y collages sobre sus vivencias en la ciudad de los rascacielos, publicada por Siruela en 2024.

El próximo 8 de diciembre, la galardonada con el Nadal y el Príncipe de Asturias de la Letras Hispanas, entre otros premios, cumpliría cien años. Para rendirle homenaje y para que los espectadores disfrutemos de las enormes posibilidades que tiene la ficción sobre la ficción, la directora de teatro Lucía Miranda ha adaptado de forma muy original la novela de Carmen que, a su vez, se inspiraba en el cuento de Charles Perrault de finales del XVII, Caperucita Roja, la niña, con su capa y su capucha color carmesí, que se adentró por un bosque peligroso en busca de su abuela y fue engañada por el lobo.

Caperucita en Manhattan, Teatro de La Abadía
Foto: Dominik Valvo

En la obra de teatro, la jovencita Sara Allen —las mismas vocales y el mismo número de sílabas que el nombre y apellido de Marta Sánchez—, quiere trasladarse de Brooklyn a Manhattan, se escapa de casa y emprende una aventura sola por el metro, Central Park y lugares desconocidos. En su camino, se encontrará con personajes atractivos y extravagantes como Miss Lunatic, magníficamente interpretada por Miriam García. El resto de los actores, —Cristina Yuste en el papel principal, Carmen Montilla, Carmen Navarro y Marcel Mihok, que también toca el contrabajo—, muestran una versatilidad admirable, interpretando hasta veinte personajes entre los cinco, con alta calidad, sentido del humor y dotes musicales.

Caperucita en Manhattan, Teatro de La Abadía
Foto: Dominik Valvo

La ficción fue la muleta contra la adversidad que utilizó Carmiña, llamada así en familia por su madre gallega; diminutivo que la nietecita, cuando aprendía a hablar, transformó en Calila. Un cartel con este nombre en letras mayúsculas, que a su madre le inspiraba tanta ternura, finaliza la representación que ha logrado vender todas las entradas en el madrileño Teatro de la Abadía, hasta la última función. Afortunadamente saldrá de gira por varias ciudades españolas, entre ellas Salamanca, cuna de la escritora.

Calila, bajo las noches estrelladas, sentía que desde algún astro le llegaban destellos de comunicación por morse de su Caperucita. Latidos de luz para seguir viviendo. Tal vez, desde que murió Carmen, Carmiña y Calila, el 8 de julio de 2000, sean más de dos las estrellas que se comunican. Estrellas muy cultas: filólogas, traductoras, autoras... como madre e hija.

ASUNCIÓN VALDÉS

GIUSEPPE VERDI Y LA GRAN OPERA
ROSARIO HERRERA GUIDO
 

A mi padre, el barítono Alberto Herrera, quien cantó a Giuseppe Verdi en el Palacio Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México, alternando con Maria Callas, Giuseppe Di Stefano y Leonard Warren. 

En este breve artículo, sólo voy a poder hacer un modesto recorrido por los antecedentes del gran músico Giuseppe Verdi, su sublime obra operística y recordar a mi padre, el barítono Alberto Herrera, quien cantó a Verdi en el Palacio de Bellas Artes.

Dentro del movimiento espiritual del siglo XIX, la ópera es decisiva, pues la Independencia Nacional se decide en tal dominio, cuya vanguardia se fortalece a medida que crece el círculo de las naciones que van a participar en las transformaciones musicales: Italia, Francia y Alemania. Desde que el alemán Gluck crea en el terreno de la ópera seria y la tragedia lírica, el carácter nacional de ópera pierde su rigurosa eficiencia. El mismo aire que se respira en el virtuosismo cosmopolita, sopla hacia la internacionalización de la ópera. Con su cuartel general en París, pero en compañía de sus aliados, los compositores alemanes e italianos, ve la luz la “Gran Ópera”: herencia espiritual de Gluck. Su legado lo recoge en el siglo XIX el italiano Luigi Cherubini (El aguador, 1800) y el francés Etienne Méhul (José, 1807), que marcó el cambio del gusto musical de esta época. Una transformación que partió de Italia, donde a la ópera seria se había incorporado el coro del drama gluckiano y los conjuntos vocales de la ópera bufa, sin abandonar su esquematismo formalista, estéril, como en la obra de Simon Mayr, compositor alemán italianizado. Como testimonios elevados del romanticismo italiano está Norma (1831), de Vicenzo Bellini y Lucia di Lammermoor (1835), de Gaetano Donizetti, punto de partida del joven Verdi. En Italia, la superación de la gran ópera y la restitución de la tradición nacional fueron obra de Verdi. Lo más curioso es que nada parecía revelar que el niño Verdi podía tener una misión importante en la historia musical de su país.

Giuseppe Verdi, quien nace en Busseto, cerca de Parma, el 10 de octubre de 1813, como no parece contar con talento musical, no logra una beca en el Conservatorio de Milán. El municipio de su pueblo natal y el protector Babeéis, quien más tarde va a ser su suegro, lo becan con Vincenzo Lavigna, experto acompañante del Teatro de la Scala. Verdi se consagra a la ópera hasta los veintiséis años. Su ópera Oberto fue todo un éxito, en el escenario del estreno del Teatro de la Scala, a partir del que su fama se propagó con otras obras: Hernani, Macbeth y Luisa Miller.

Giuseppe Verdi, por James Jaques Tissot

Verdi significó para Italia lo que Richard Wagner para el arte musical germano. Sus obras de juventud no sólo tienen valor artístico sino nacionalista y patriótico. Las óperas Nabucco, Los Lombardos, Hernani y Juana de Arco, fueron obras populares, creadas en el marco del movimiento de liberación política y de unificación nacional de Italia, al punto de provocar sentimientos revolucionarios y demostraciones callejeras. Lo que entones le importaba a Verdi era la superación del internacionalismo de la gran ópera a través de la renovación de la tradición nacional, en compañía de la cantabilidad melódica de Rossini y de la pomposa teatralidad de Meyerbeer.                        

Pero con sus óperas Rigoletto (1851), Il trovatore (1852) y La Traviata (1853), Verdi alcanzó una gran popularidad sin precedente en la vida operística italiana. Las óperas que siguieron fueron consideradas grandiosas: Un baile de máscaras (1858), La fuerza del destino (1862), Don Carlos (1867) y Aída (1871), estrenada a petición del virrey de Egipto, con motivo de la inauguración del Canal de Suez.

Las creaciones de su gran antagonista Richard Wagner no dejaron de repercutir en la escritura musical de Verdi. Pero no se entregó al estilo wagneriano como a la influencia de Mayerbeer. Verdi conservó su propia personalidad esencialmente italiana, gracias a la caracterización musical de los personajes dramáticos.

Pero cuando su amigo Arrigo Boito, entusiasta wagneriano, le revela el elevado arte dramático de Shakespeare, nacen de Verdi Otelo y Falstaff, en las que Verdi llega hasta las últimas consecuencias de su existencia como músico. Sin olvidar las influencias de Bizet y Massenet, la pulsión melódica y el realismo musical de Verdi, recibió el nombre de “verismo crudo”.

Verdi, además de concluir su carrera con el impresionante Réquiem (1874), en honor del poeta Manzini, llega a una avanzada edad, venerado por sus compatriotas como una de las grandes figuras de la música italiana y muere el 27 de enero de 1901 en Milán. 

Alberto Herrera, barítono mexicano

Mi padre fue cantante de ópera, barítono. Estudió dieciocho años de carrera musical en el Conservatorio Nacional de Música: solfeo, composición, armonía, historia de la música, dirección de orquesta, canto y tres idiomas, para poder ser cantante de ópera y músico. Después de probar su calidad y dedicación en el coro de la ópera de Bellas Artes, logra ser solista de la Academia de la Ópera de Bellas Artes. Debuta en 1947 en el papel de Simeon en la ópera L’enfant prodigue, en el Teatro de Bellas Artes, y a partir de entonces en otros teatros nacionales y extranjeros. Se caracterizó como Il sagrestano, Benoit, Alcidoro y Belcore. En 1948 participó en el estreno mundial de la ópera Elena, de Hernández Moncada y en 1951 en el estreno en México de Gianni Schicchi, en el papel titular. Cantó en el Palacio de Bellas Artes hasta 1960, en diversas óperas como Le peuvre Matelot, de Milhaud, La fuerza del destino, Rigoletto, La Boheme, La Traviata, Il Trovatore, Va pensiero, Nabucco, Aída y Otelo de Verdi.

Mi padre ensayaba a Verdi en casa y en la Academia de la Ópera de Bellas Artes, cuando el ambiente operístico en México ya tenía sus temporadas nacional e internacional, que eran todo un lujo. Cuando la ópera era de élite y casi nadie gravaba discos. En un tiempo en que el público vestía de gala y sólo era para gente culta no sólo rica. Aunque la burguesía de entonces, no eran los nuevos ricos de ahora, lavadores de dinero, nacotraficantes o políticos, sino una clase que sabía que había venido al mundo para ser mejor ser humano y para cultivarse.

Mi padre cantó a Verdi en el Palacio de Bellas Artes hasta que en 1960, cuando el Presidente Adolfo López Mateos, simple engranaje del drama político mexicano, expulsó a sin un centavo de retiro a todos los cantantes del coro, solistas y pianistas acompañantes de la Academia de Ópera de Bellas Artes, con la complicidad de un cortesano operador político, el lastimoso "maestro" Luis Sandi (encumbrado por el Estado), con el mezquino y errático fin de ahorrarle al Estado las posibles futuras pensiones de todos los cantantes y músicos.  Una grotesca política cultural de Estado, censurada hasta la fecha, por todos los políticos de todos los colores. Solo mi padre tuvo el valor civil de demandar al Estado, pues ninguno de sus compañeros tuvo la dignidad de acompañarlo. Mi padre ganó estatura moral y dignidad, perdiendo, mientras el Estado perdió credibilidad y legitimidad ganando, pues como dice Octavio Paz en el Arco y la Lira: “nunca ha sido ni será un Estado de Artistas”. 

ROSARIO HERRERA GUIDO 

CREAR ES CON TRABAJO
LIDIA ANDINO

Hay personas que no pintan, otras que no escriben y hay también las que no componen porque dicen que no han nacido para ello. Nos hacemos pintores pintando y escritores escribiendo.

Otros pondrán la excusa de que no pueden crear porque no les llega la inspiración. Cosa que, si existe, debe encontrarnos trabajando, como dijo Picasso, quien practicó la escultura desde los inicios de su trayectoria y, sin duda, uno de los más grandes artistas de la historia.

Recordemos su famosa frase: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.

La primera vez que pintamos, dibujamos, o hacemos garabatos, forma parte del proceso de aprendizaje; aceptar la idea de que somos aprendices. Ello requiere horas de lectura de los que nos precedieron, ver obras de arte, ir a museos y hasta soportar largas colas para disfrutar en persona los cuadros famosos, esos que marcaron un antes y un después.

Es el caso de La Gioconda o Monna Lisa, de Leonardo da Vinci, por ejemplo, que hasta hoy sigue siendo objeto de estudio y veneración.

La inspiración no es del todo cosa de musas y la creatividad tampoco; es una cuestión de trabajo, trabajo sobre nosotros mismos.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista



AMPARO SEGARRA (1915-2007)

Nunca sabes en qué recodo del camino aguarda agazapado tu destino. ¿Quién le iba a decir a una joven de 24 años que, después de haber atravesado a pie los Pirineos, calzada con unas viejas alpargatas y un hijo de dos años, el escurridizo hado se le iba a aparecer en un tren abarrotado camino del puerto de Havre? El encuentro con Eugenio Fernández Granell, con el que compartiría la travesía en el último barco que logró zarpar de aguas francesas, librando de los nazis a un grupo de 800 judíos centroeuropeos y 800 exiliados españoles, marcaría su destino.

Era una época terrible, caótica e irracional; pero que conservaba la libertad creativa de los años 20, como atestigua Hannah Arendt en su libro Hombres en tiempos de oscuridad. Analiza allí la vida de grandes hombres que compartieron una época “plagada de catástrofes políticas, desastres morales y un asombroso desarrollo en el terreno de las artes y las letras”. No había aún cortapisas para un hombre que no había perdido la confianza en su potencia creadora ni en su humanidad.

La pera de Man Ray, años 70
Colección Amparo Segarra

“Organicemos el caos y el absurdo en una época caótica y absurda”, diría J. Cocteau. “Desmitifiquemos el arte y pintemos con tijeras”, defenderían los surrealistas. Y ese fue uno de los caminos en los que se desarrolló la creatividad de una joven de buena familia, culta y elegante, casada en segundas nupcias con Eugenio Fernández Granell en 1941: la técnica del “collage” surrealista. Amparo Segarra también se fajó como actriz en Puerto Rico y Nueva York y realizó incursiones en la dirección teatral y en la escenografía; pero a partir de los años 50 no dejaría de perfeccionar su técnica del “collage”, enriquecida con la influencia pop, para ir dotando de un contenido más crítico a su obra, como el de la cosificación de la mujer, a través de figuras andróginas. Lograría en esta época una perfecta fusión de los recortes, capaz de crear un mundo fantástico, anclado en la realidad.


Necesito unas tijeras, 1972
Colección Amparo Segarra

Amparo Segarra nació en Valencia en 1915 en el seno de una buena familia, que decidió que su formación se realizase en Francia, en el internado de Argenteuil, lugar en el que permaneció desde los siete a los quince años, en que regresó a Valencia. Contrajo un matrimonio temprano con Miguel Anglada Romeu, oficial del Estado Mayor, que se mantendría fiel a la República y ambos se trasladaron a Barbastro, donde el marido estaba destinado. Por poco tiempo. La Guerra Civil la sorprendió sola —el marido partió al frente— y embarazada de su primer hijo, con tan sólo 21 años. Amparo Segarra vivió la contienda, con su hijo en brazos, entre la localidad de Monzón, que hubo de abandonar cuando fue derruida su casa en un bombardeo y Barcelona, donde había nacido su hijo Elton. En 1939 decidió trasladarse a Francia donde se reencontraría con su marido y donde, después de residir unos meses en el campo de Bernet-les Bains, el matrimonio decidió, ante el avance nazi, partir hacia Hispanoamérica. Durante un mes, en el último barco, el vapor La Salle, que partió de Francia, se enfrentaron a un futuro incierto, esquivando submarinos enemigos e intentando encontrar un país que los acogiera, ya que Chile, el primer destino, había cerrado sus fronteras al exilio europeo.

El claustro, s/f
Colección Amparo Segarra

Sería el dictador Trujillo quien les abriese las puertas de la República Dominicana. Fue en su capital, Santo Domingo, donde en 1940 Amparo se separa de su marido y contrae matrimonio con Eugenio Granell. Su hija Natalia nacerá en 1941. Era Eugenio Granell un hombre poliédrico. Había estudiado música y ejercía como primer violinista en la Orquesta Sinfónica Nacional de Santo Domingo; pero ya diseñaba las viñetas ilustrativas de la revista Poesía sorprendida y también era crítico de arte y literatura en el diario La Nación. En el Hotel Palace de Ciudad Trujillo, entrevistó a André Breton, cuya obra había conocido en Madrid, a través de la revista Minotauro, y de forma inmediata surgió entre ellos una gran afinidad espiritual y estética, que se consolidó en una amistad duradera. Eugenio abandonó entonces el violín por el pincel y se declaró surrealista.

Amparo Segarra, Instalando la cruz en el lugar, s/f

Pocos años después, comienza la vida errante del matrimonio. En 1946 se ven forzados a abandonar la República Dominicana, al negarse Granell a firmar una carta de apoyo al dictador Trujillo. Se trasladan a Guatemala, donde tres años después también se ven obligados a emigrar, ante el ascenso de los comunistas estalinistas —Granell había militado en el POUM, que había sido masacrado durante la Guerra Civil Española por los comunistas—. Desde 1949 a 1957 se afincan en Puerto Rico, lugar de acogida de tantos intelectuales españoles —Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Francisco Ayala, federico de Onís…—. Es allí donde Amparo Segarra, que ya había comenzado a trabajar como actriz en 1944, en obras como El hombre, la Bestia y la Virtud de Luigi Pirandello o La casa de Bernarda Alba; y se había introducido en la dirección con la obra El landó de seis caballos, comienza a ensayar la técnica del fotomontaje. Apoyada siempre por su marido, inicia sus primeros collages a finales de 1940. El motivo sería un viaje de estudios de los alumnos de la Universidad de Río Piedras, donde su marido ejercía en la cátedra de Humanidades. Trabaja sobre un fondo pintado por Granell y continuará haciéndolo hasta su traslado a Nueva York en 1957, ciudad en la que se intensifica su labor creativa, que mantendrá hasta su muerte. Su marido ejercerá como profesor de Literatura Española en Brooklyn College y ella continuará su carrera de actriz en obras de Jacinto Benavente y Arniches, representadas en el Barnard College. Allí el matrimonio entablará amistad con Marcel Duchamp y Vela Zanetti.

Amparo Segarra y Eugenio Granell
Foto: Fundación Eugenio Granell

En 1985 regresan a España con un gran legado pictórico de vanguardia; pero tanto la figura, como la obra del matrimonio Granell, eran desconocidas en España. Es gracias a las gestiones de César Antonio Molina y Javier Ruíz que, en 1995, se crea la Fundación Eugenio Granell, con sede en el Pazo de Bendaña, en colaboración con el Ayuntamiento de Santiago de Compostela y bajo la dirección de Natalia Fernández Segarra, hija de Amparo. A partir de 1997 se incorpora al fondo de la Fundación la obra del pintor surrealista Philip West. Desde ese momento, se comienza a difundir la obra de Amparo Segarra en una serie de exposiciones, en 2015, Amparo, creadora; en 2021, Corpos recortados y en 2024, Paisajes. Su figura comienza a ser conocida y la prueba de ello es que, en la actual exposición sobre Surrealismo en la Fundación Mapfre, está expuesta parte de su obra.

Amparo Segarra fallece el 4 de agosto de 2007, seis años después de su compañero de vida. Ambos tuvieron la satisfacción de que su larga trayectoria artística fuese reconocida en una España que se vieron forzadosa a abandonar en 1939; pero que siempre llevaron en el corazón.

MARÍA LUISA MAILLARD



EN EL ATENEO DE MADRID SE HOMENAJEÓ A ROSARIO DE ACUÑA, FUÉ EL PASADO DÍA 31 DE ENERO Y EN ESTE ACTO PARTICIPÓ NUESTRA COLABORADORA INÉS ALBERDI. OS DEJAMOS AQUÍ SU TEXTO.


Inés Alberdi durante su disertación

HOMENAJE A ROSARIO DE ACUÑA
INÉS ALBERDI

Ateneo de Madrid 31 de enero 2025

Hay tres grandes mujeres en la España del cambio de siglo, del XIX al XX. Son tres feministas pioneras y las tres tuvieron mucho que ver con este Ateneo de Madrid. Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos y Rosario de Acuña. Las tres fueron periodistas, Pardo Bazán más novelista, Acuña más dramaturga y poeta y Carmen de Burgos la periodista más famosa e intrépida a comienzos del siglo pasado. Fue la primera mujer corresponsal de guerra, en la guerra de África. Tres mujeres de bandera, originales y combativas. Convencidas activistas de los derechos de las mujeres y muy relacionadas con este Ateneo.

Rosario de Acuña, de la que vamos a hablar hoy, fue la primera mujer que habló públicamente en este Ateneo, en una velada poética en abril de 1884. Es muy poco conocida porque, al ser masona, cayó sobre ella un dictado de silencio, fue borrada por la dictadura, como le ocurrió a Carmen de Burgos. En Asturias, y sobre todo en Gijón, es un personaje porque allí vivió los 15 últimos años de su vida dedicándose activamente a causas sociales. ¿Quién fue Rosario de Acuña además de ser poeta, dramaturga y periodista, activista de los derechos de la mujer y la primera que hablo públicamente en esta casa?

  

ROSARIO DE ACUÑA Y VILLANUEVA (MADRID 1850-GIJÓN 1923)

Tuvo una vida interesante, con grandes cambios, desde un nacimiento aristocrático y una juventud elegante en Madrid, a una vejez modesta en Asturias, dedicada a las clases trabajadoras. Nació en 1850 en el seno de una familia muy distinguida, con un tío embajador en la Santa Sede y otro obispo y luego cardenal. Nace pues en una familia rica, culta y elegante de la que recibe una educación muy cuidada. Se educa en casa por motivo de una enfermedad de los ojos que tuvo toda su vida. En Madrid, desde muy joven, acude con su familia al teatro, a la ópera y a conciertos. En 1867, con apenas 17 años, va con sus padres a la Exposición Universal de París. Luego la envían a Francia, durante la Revolución Gloriosa, en la que se expulsa a Isabel II en 1868. Recorre Italia en 1875. Su tío había sido nombrado embajador ante la Santa Sede y va a pasar una temporada con él en Roma. Comienza muy tempranamente a enviar sus artículos, poemas y crónicas de viajes a periódicos como El Imparcial y la Ilustración Española y Americana. Su primera obra teatral Rienzi, el tribuno (1875) la estrena en Madrid con enorme éxito el 12 de febrero de 1876. Es sorprendente tratándose de una mujer, pero hay que tener en cuenta que su padre tenía contactos con los periódicos importantes de la época, e influyó para que hicieran publicidad del acontecimiento. Cuando estrena su primer drama Rienzi, el tribuno los escritores más afamados la aclaman como una revelación y la crítica comenta favorablemente la obra. En la época se valora lo fuerte y atrevido y el mayor elogio era decir de algo que era varonil. José de Echegaray dice: “Una maravilla. No se parece a ninguna de las Safos del siglo. Hace resonar los viriles acentos del patriotismo. Y siente la libertad como si fuera un correligionario de Manuel Ruiz Zorrilla. Una mujer muy poco femenina”.

MATRIMONIO

El 22 de abril de 1876 se casa con Rafael de Laiglesia Auset (1854-1901), un militar de familia distinguida.

OBRAS LITERARIAS, PUBLICACIONES

Ya casada, Rosario sigue con sus actividades literarias. Y publica numerosas obras de poesía, así como ensayos y obras didácticas, cuentos y artículos periodísticos. En Madrid se instala en Pinto. Escribe también en favor de los animales, quejándose del maltrato a los perros y en favor de la inspección veterinaria. En esto es una pionera. Pasa los días estudiando, escribiendo y cuidando de sus animales y sus plantas.

RUPTURA MATRIMONIAL

En 1883, viviendo en Pinto, y aunque no se conocen muy bien los motivos, el matrimonio decide separarse de común acuerdo. No tienen hijos. Rafael de Laiglesia se compromete a pasarle una pensión y le firma un poder marital para que no tenga problemas con sus actividades, lo cual indica el acuerdo y las buenas relaciones que mantienen entre ellos. La ruptura matrimonial es tranquila y sin escándalo. Parece que ambos quedan en buena amistad y que incluso ella acudió a Badajoz a visitarlo en algunas ocasiones. El no tener hijos hace la ruptura más fácil, pero, de todos modos, dice mucho en favor de ambos la forma pacífica de su separación.

1883 CRISIS EXISTENCIAL

1883 es un año crucial en la vida de Rosario de Acuña. Es el año en que rompe su matrimonio y comienza a vivir sola; y es también cuando muere su padre con el que tenía una relación muy cercana y muy intensa. Es también el año en que comienza su relación con una publicación que va a tener una influencia extraordinaria en su vida. Las dominicales del libre pensamiento es una publicación radical en sus planteamientos, contraria a la Monarquía y a la Religión Católica que se nutre de librepensadores, republicanos y anticlericales. Rosario de Acuña se siente atraída por este mensaje en favor de la libertad, la justicia y la fraternidad. Advierte que necesitan de las mujeres y se une resueltamente con ellos. Se adhiere al ideal del librepensamiento con una carta La luz del porvenir. Con ello se busca terribles enemigos. Si ya se burlaban de ella por mujer literata, mucho más se van a oponer a la mujer política. La acusan de ser una proscrita, masona, librepensadora, republicana y feminista que “siendo mujer se atreve a vivir por su cuenta”.

https://drive.google.com/file/d/1eydMnVkVZHVspuYqv4AXtPrj8E43C05o/view?usp=sharing



PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ROSA MASCARELL, EXILIO FRANCÉS, MI VIAJE AL JURA DE MARÍA ZAMBRANO.

El recorrido de un viaje no puede medirse solo con los parámetros de espacio y tiempo. Hay viajes que conllevan una gran carga emocional porque abarcan la memoria de tiempos pasados engarzada con imágenes, sonidos y aromas presentes. Así fue este peregrinar de la autora por los senderos de Crozet donde María Zambrano vivió catorce años de su exilio francés. En este escrito, las vivencias del periplo se confrontan con la visión de lugares imaginados en conversaciones con la filósofa en Madrid y con los recuerdos de personas que la conocieron en la casa de La Pièce. La casa misma y su entorno se convirtieron en centro donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo comunicable y lo incomunicable cesan de ser percibidos contradictoriamente. Esta obra de no-ficción puede considerarse como un diario de viaje que se desdobla y plasma en la palabra poética de Variaciones sobre un mismo exilio, publicado por la autora en esta misma editorial.

 SERÁ EL


 EN


SE COMENTARÁN LOS LIBROS



SERÁ EL




ISABEL BANDRÉS

CANCELACIÓN

Hace varios días aparecieron en las redes unos textos racistas de Karla Sofía Gascón. La actriz, que ha recibido premios cinematográficos importantes como protagonista de la película Emilia Pérez y está nominada para el Oscar, ha sido apartada de la promoción de la película y tratada como una apestada, desde que se han publicado los comentarios que realizó hace unos años. La pregunta que me hago es: ¿Karla Sofía Gastón es o no es una buena actriz? A mí no me lo parece. Lo chocante es que quienes la consideraban con méritos suficientes para recibir un Oscar, ahora, tras observar que no cumple con unos determinados cánones ideológicos piensan que su actuación no es merecedora del premio. Entendería que fuese cancelada si se presentase a Premio Nobel de la Paz o a presidir las Naciones Unidas.

Los dogmáticos lo ven todo en blanco y negro y los seres humanos somos de grises. No entienden que ser transgénero, heterosexual, homosexual, hombre, mujer, de izquierdas, de derechas, y de cualquier etnia y país, no significa ser solo eso y que es imposible tener, además, un criterio ético cerrado que la ideología que se nos presupone nos impone. Eso, sencillamente no existe. Los seres humanos somos contradictorios, ambivalentes, cambiantes y complejos. Pero deberíamos saber, tras siglos de sufrimiento, que los dogmas conducen al encasillamiento reduccionista del ser humano. Somos un amasijo de instintos básicos, educación recibida, pulsiones, ideas, deseos… que nos hacen seres complicados y confusos. Yo diría que los dogmas ideológicos van contra lo que de verdad somos: unos monos muy evolucionados y escindidos entre la cultura y la naturaleza. Ellos, los partidos dogmáticos, nos quieren de una sola pieza, un único pensamiento y una ética determinada: la suya. Imposible, no somos unidimensionales ni nunca lo seremos.

Otra víctima del dogma ideológico fue Albert Camus. Hannah Arendt escribía desde París a su marido: “Ayer vi a Camus, sin duda alguna, ahora es el mejor hombre de Francia. Está muy por encima de los demás intelectuales”. Por aquellos años, principios de los cincuenta, era un hombre respetado. Había sido miembro activo de la resistencia francesa, colaboraba con el periódico Combat prohibido por los alemanes, pertenecía al Partido Comunista Francés y había publicado obras de calado. Pero, desencantado de la política de Stalin, decidió darse de baja del Partido Comunista y además publicó El hombre rebelde, en el que defiende el humanismo y la rebelión constante del espíritu: “[...] el rebelde, da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que le hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es”. Una jauría de intelectuales le atacaron ferozmente. Sartre, antiguo amigo suyo, escribió una carta abierta intentando destruir su reputación personal e intelectual. Le describe como reaccionario, burgués, escritor mediocre y colonialista. Tras recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957, los vituperios se acrecentaron. Le acusaron de escribir refritos y desvalorizaron su obra. Lograron lo que se propusieron: marginarlo intelectualmente y reducir su influencia entre los franceses. La ideología, sea de izquierdas o de derechas, no perdona. Si alguien se sale de las lindes marcadas, se le envía a la nada, al desierto social y laboral. Antes era peor, se le enviaba a la hoguera o a la cárcel. Rectifico, en algunos lugares todavía se utiliza para el disidente la cárcel y el plutonio.

Pasan los años y apenas aprendemos nada sustancial. Si aplicásemos la cancelación radical, como se está aplicando ahora a K. S. Gascón y hace unos años a Camus, no veríamos ningún cuadro de Picasso acusado de machista ni de Caravaggio perteneciente a una banda de forajidos y violento (se le atribuye la muerte de Ranuccio Tomassoni) ni leeríamos a Camus ni a tantos otros. Nadie en su sano juicio deja de ver o leer una obra interesante porque sus ejecutores fueran unos desaprensivos, cuando no unos canallas, ni por su ideología ni por su identidad ni su carácter. Si lo hiciésemos, seriamos unos mentecatos y muchos más pobres intelectual y anímicamente.

ISABEL BANDRÉS 




Maura Delpero, la directora, nos cuenta la vida de una pequeña comunidad rural en los Alpes italianos, a finales de la Segunda Guerra Mundial. La vida en las montañas no es fácil, las familias trabajan sin descanso para poder subsistir y los inviernos son tan hermosos como difíciles de soportar. La directora nos va presentado a los personajes de una manera tan delicada que no podemos evitar sentirlos como cercanos. Sus gestos, sus diálogos y su psicología se exponen sin juicios de valor y con una sencillez elegante que nos muestra de manera sutil las complejidades de sus vidas.

Aunque tiene mucho de coral, la narración se centra en la familia del maestro de escuela y en la llegada de un soldado desertor del ejército, un siciliano llamado Pietro, que ha salvado a Attilio, un primo de la familia. Pronto, una hija del maestro, Lucia, y Pietro se enamorarán y esa relación se convertirá en el eje de la película rodada en medio de una naturaleza tan hermosa como dura. La narración da cuenta de unos personajes que se debaten entre el deseo de estudiar, el temor a pecar, el amor, el duelo, los sueños, el descubrimiento de la sexualidad, la aspereza de sus vidas, el temor a la guerra, el encanto de la infancia, el amor a la familia y las ganas de volar del nido, la compasión… Todo está contado, incluso las mayores tragedias, con levedad y sin aspavientos o palabras grandilocuentes. La película es silenciosa y está envuelta en una aparente sencillez, lo que nos hace empatizar con los personajes que no son catalogados como buenos o malos, héroes o villanos. Sencillamente, se nos muestran como gentes comunes que tienen que lidiar con la vida.

Es una película poética que destila encanto: las hermanas adolescentes haciéndose confidencias en la cama, la espontaneidad de los niños pequeños, el enamoramiento de los jóvenes, las debilidades de los mayores… Sin dejar de ser desgarradora: la muerte de los seres queridos, el trabajo extenuante para sobrevivir y la guerra del fondo. Y todo, sin excepción, se ennoblece bajo la mirada atenta y entrañable de una directora que nos gana por su simpatía hacia sus personajes. Ah, esa mirada tierna, suave y envolvente no tiene precio. No se la pierdan.

ISABEL BANDRÉS







Rasoulof es un director iraní prófugo de la justicia y disidente político que vive refugiado en Alemania. La semilla de la higuera es sagrada surgió a raíz de la muerte de Mahsa-Zhina Amini, una joven kurda-iraní de 22 años que murió a manos de “la policía moral” que la torturó por infringir el estricto código indumentario del país. Su muerte originó el levantamiento nacional “Mujer, Vida y Libertad”. Las autoridades iraníes contestaron brutalmente a las manifestaciones. Se calcula que mataron a 551 personas. El régimen se hizo más represivo y más cruel. Rasoulof incorpora a la película imágenes reales de los hechos obtenidas directamente por él, lo que le otorga a la narración una gran fuerza.

La historia se centra en una familia de cuatro miembros: un matrimonio y dos hijas adolescentes. El padre es ascendido en el juzgado en que trabaja, lo que conlleva una serie de ventajas materiales, pero también está obligado a seguir y defender de manera más estricta los principios de un gobierno fanático que controla todos los movimientos de cada uno de los habitantes y cultiva el terror entre la población. Al padre le proporcionan en su trabajo un arma que él cuida y esconde en su mesilla todas las noches. Poco a poco vemos como la familia va desintegrándose. Las dos adolescentes van tomando conciencia de lo que pasa en las calles y la madre, sometida física y económicamente a unos valores tribales, empieza a mirar a través de los ojos de sus hijas.

Un día la pistola desparece y por más que la buscan no la encuentran. El padre entra en pánico porque su estatus y la economía familiar dependen de esa arma, del Estado omnipresente. La estructura de un gobierno policial y todopoderoso se refleja en esta familia. El director nos cuenta cómo el poder absoluto entra y pervierte las relaciones familiares y sociales. Esta estupenda película política nos hace reflexionar sobre el poder teocrático y sus consecuencias. Es larga, dura tres horas, pero capta la atención del espectador y se ve bien. Ha recibido numerosos premios cinematográficos y es candidata a los Premios Oscar de 2025. Nos narra una realidad terrible, pero también pone la esperanza en los jóvenes y en las gentes que no se resignan a llevar una vida sometida al terror.

ISABEL BANDRÉS

 



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