miércoles, 29 de diciembre de 2021

 



PRÓXIMA TERTULIA LITERARIA AMMU

SERÁ EL




COMENTAREMOS EL LIBRO



Siempre hay algo que no podemos decir, que quizá cambiaría nuestra vida, que acaso nos convertiría en inocentes... o en culpables. Todo lo que no te pude decir es la esperada y subyugante novela de Cristina Peri Rossi, donde ratifica por qué se mantiene desde hace décadas como la más moderna y audaz de las escritoras hispanas. En esta apasionante y lúcida historia coral, los personajes se enlazan con relaciones muy diversas (amor, sexo, amistad, poder, posesión...), pero con un hilo común: la asimetría que oculta algo, lo indecible, lo que frustra la comunicación plena. Con una prosa llena de hallazgos expresivos, la hispano uruguaya asume aquí todos los riesgos, porque transgrede convenciones sociales, pero también al huir de la ruta narrativa previsible, transitada, trivial.


Cristina Peri Rossi es una escritora, traductora y activista política uruguaya exiliada en España desde 1972 y residente en Barcelona, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera literaria. En 2021 fue galardonada con el Premio Miguel de Cervantes.




ALBERT CAMUS Y LA CULPA

EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

MARÍA LUISA MAILLARD

Podemos decir que Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski, publicado por primera vez por entregas en 1886, en la revista El mensajero ruso, se convierte pronto en un referente del problema de la culpa en un mundo sin trascendencia, marcado ya por el nihilismo. Buena prueba de ello son las numerosas películas que, en distintos países del mundo occidental, ya desde principios del siglo XX, se han inspirado en el libro. Ivan Petróvich en Rusia en 1913; Josef von Sternberg en Estados Unidos en 1935; Georges Lampin en Francia en 1956; quizá una de las más recientes sea Los delitos y las faltas de Woody Allen en 1989; para no hablar sino de algunas de ellas porque la lista sería demasiado larga.

En esta genial novela de Dostoyevsky, el protagonista, Raskólnikov, autor de la muerte de una anciana usurera se entrega a la policía porque, según ideas muy próximas a Nietzsche, sólo un hombre superior puede matar a otro inferior y él llega a la conclusión de que no es un hombre superior. Está abierto el camino para un crimen sin culpa y la voluntad de “inocentarse” del hombre actual.



En 1954, Mary McCarthy, en su correspondencia con Hannah Arendt, retoma el guante del escritor ruso y, al describir el estado mental de los hombres de su tiempo, recurre al comentario de uno de sus personajes: “¿Por qué no podría asesinar a mi abuela si me da la gana? Dame una buena razón para ello”, y continúa escribiendo a su amiga: “Es el antiguo problema (en Crimen y castigo) de Raskólnikov, pero tratado como si fuera una parodia grotesca” y le pide asesoramiento: “¿Cuándo empezó esta duda ritualista a impregnar, primero, la filosofía y luego, el pensamiento popular?”.

Su amiga Hannah Arendt le responde: “Las respuestas tradicionales: ‘porque irás al infierno’ o ‘porque tú tampoco deseas ser asesinado’, es decir, las respuestas de la religión y del sentido común, ya no sirven porque estas fuentes han dejado de tener sentido para el hombre contemporáneo”. Unos años antes, en 1948, la filósofa en Los orígenes del totalitarismo, ya había analizado el enorme poder de las ideologías que, independizadas de la realidad y de la experiencia, estaban dominando un mundo sin referentes claros de valor, donde intelectuales y poetas, sumidos en el nihilismo, encontraron un camino para combatir la hipocresía humanitaria y liberal de la burguesía, en la violencia, el poder, la crueldad y el asesinato.

En 1951 Albert Camus, partiendo de la rebeldía, ligada al nihilismo, como una de las dimensiones esenciales del hombre contemporáneo, su realidad histórica, subraya, publica un libro que le supone la ruptura con el existencialismo y con su amigo Jean Paul Sarte: El hombre rebelde. Después de un recorrido por todos los ensayos revolucionarios metafísicos y políticos de los siglos XIX y XX, pone el dedo en la llaga al analizar la sensación de impunidad del “hombre rebelde”, a la hora de matar a millones de seres humanos, ya sea por el irracionalismo del nazismo  y el nacionalismo o por el supuesto racionalismo de las ideologías comunistas: “Los campos de esclavos bajo el estandarte de la libertad, las matanzas justificadas por amor al hombre o la inclinación a lo superhumano, dejan sin amparo, en cierto sentido, al juicio”. Camus respeta el principio de rebeldía que, inicialmente se alza contra un ataque a la integridad del ser humano, pero esta rebeldía no debe olvidar su origen, su nobleza primera y caer en la embriaguez de la tiranía, olvidando lo que todos compartimos como seres humanos. No hay “inocentes absolutos” por más que enarbolen el escudo de la utopía y de “un paraíso en la tierra”. El “porvenir” se convierte en un dios intransigente, que se identifica con la moral porque el único valor es lo que sirve a dicho porvenir. “La reivindicación de la justicia desemboca en la injusticia si no está fundada en una reivindicación ética de la justicia”, señala Camus, porque la justicia acaba convirtiéndose en voluntad de poder.

Tendremos que esperar a 1956 para que Camus nos ofrezca, bajo el género de la novela, un complejo, devastador y ambiguo examen del concepto de culpa en el hombre contemporáneo, en donde el poder tiene un lugar prominente. La novela, con el título de La caída, es un soliloquio —hay un interlocutor, pero sus respuestas no aparecen nunca en el texto— de un abogado exitoso que acaba convirtiéndose en un “abogado penitente”, pero que al final desvela: “Mezclo lo que me concierne a mí con lo relativo a los demás […] con eso fabrico un retrato que es el de todo el mundo y el de nadie en particular”. Es decir, pretende hacer un retrato del hombre contemporáneo, con el trasfondo de la bondad o maldad innatas a la naturaleza humana.


El problema del hombre contemporáneo es que —una vez relegado al olvido el Juicio Final— elude por todos los medios el juicio de los otros en un deseo de “inocentarse”, para lo que el poder es un recurso privilegiado: posterga el juicio e incluso lo anula; pero el hombre contemporáneo no se contenta con eso. Se lanza a emitir juicios, condenas contra los otros y se recupera mediante la moral: él está del lado “correcto”. Se necesita un “lado correcto” porque ya no hay padre, ya no hay reglas morales y lo que queda es el miedo a la libertad, y para huir de ella, los hombres, señala Camus, “inventan reglas terribles y corren a levantar hogueras para reemplazar a las Iglesias”.

Juzgar a los otros sin que nos puedan juzgar a nosotros, parece ser el lema del hombre contemporáneo, al que se enfrenta Camus diciendo: “Todos somos culpables”, remitiéndonos a la frase bíblica: “Quién esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. Y es que eso es el hombre: libertad de hacer el bien y hacer el mal, elegir en cada momento, y en esa elección, nadie es ajeno a elegir el beneficio propio frente al beneficio de los otros, y si eso se puede hacer con buena conciencia, tanto mejor. Ese es el “logro” del hombre contemporáneo: poder ser egoísta y cruel, estar del lado de los privilegiados; pero con “buena conciencia”.

Sartre y Camus

Simone de Beauvoir, al leer el libro de Camus, dictaminó que había un ataque frontal contra Sartre, fruto del resentimiento, ataque no difícil de detectar en el siguiente párrafo del libro: “Usted sabe bien que todo hombre inteligente sueña con ser un gánster y dominar la sociedad mediante la violencia. Como eso no es tan fácil cómo lo pueden hacer creer las novelas especializadas, generalmente recurre a la política y se acude al partido más cruel”. ¿Quién no recuerda que en aquella época Sartre estaba justificando el genocidio de Stalin, como tantos y tantos escritores e intelectuales de la época?, que, posteriormente, apoyaría la “Revolución Cultural” de Mao, con sus decenas de millones de personas asesinadas. de todas las capas sociales?

MARÍA LUISA MAILLARD




EL ROSTRO DE DIOS (en el arte)

AMPARO SERRANO DE HARO

 

Cuando en los años ochenta del pasado siglo, el iconoclasta cantante francés Serge Gainsbourg afirmó que Dios era un fumador de habanos, reafirmaba, a su peculiar modo, esa tradición occidental de asociar la divinidad a la propia imagen, buena o mala, del artista masculino. Ya que, como dijo Serge, en su lógica irónica y pequeño burguesa, si él mismo fumaba cigarrillos, era plausible pensar en un dios fumador de puros y así creador de nubes.


Desde los tiempos antiguos en que el culto a las deidades era primero una creencia, un símbolo, una palabra, que no se podía pronunciar, constituyéndose lo sagrado sobre el misterio indecible e incomprensible del mundo, la evolución de aquello que varias religiones denominan Dios se ha representado de muy distinta manera.


Llama la atención la visión antropomórfica de la divinidad en la cultura clásica griega, todo un ideal esplendoroso de belleza física para unas conductas lejos de ser modélicas: los dioses y sus rencillas, su comportamiento violento, abusivo, lúbrico y vengativo, que estaba casi siempre demasiado cercano a la propia humanidad.


Salvador, desconocido, segunda mitad s.XII
Colección The State Tretyakov Gallery


En la Edad Media, sin embargo, volvió a vencer la fuerza de lo simbólico sobre la “mímesis”, la belleza perdió su valor frente a la palabra, el color y la difícil expresividad de aquello que es inexplicable y cuya representación es, de algún modo, elusiva, a pesar de que (y precisamente por eso) se crean reglas muy estrictas y estereotipadas para hacerlo. Como es lógico, fue también en ese momento en que se produjo una reacción iconoclasta en la cultura cristiana, (presente también en otras religiones) pero que pronto se vio superada a favor de una visión didáctica de la religión: lo que se llega a llamar la "Biblia de los pobres", es decir, la representación de historias de las Sagradas Escrituras en pinturas para analfabetos. Ya que, según dijo San Juan Damasceno: “Lo que es la Biblia para las personas instruidas, lo es el icono para los analfabetos, y lo que es la palabra para el oído, lo es el icono para la vista…”.


Pero fue en el Renacimiento cuando la asociación entre Dios y el hombre se forja de un modo inequívoco. Esa alianza va a condicionar la representación de un dios humano que va a durar en el mundo occidental hasta la actualidad. Aunque no es solo la existencia de un dios con rasgos humanos la que se difunde en las numerosas representaciones que acompañan los lugares y la enseñanza sagrada. De modo solapado y junto a la visión de un dios artista, que “crea” al hombre, la mujer y al mundo de la nada, surge también la del artista como un dios en pequeña escala, que también es capaz de crear un mundo en un lienzo en blanco o en un bloque de mármol.


Quizás sea la figura de Miguel Ángel uno de los casos en que la conflagración y la unión entre Arte y Religión sea más viva y personalizada. De alguna forma, la Capilla Sixtina es el resultado de esa lucha simbólica entre el arte y la religión. Una guerra que ha dejado hermosas obras y artistas entronizados a dignidades anteriormente reservadas a la más alta nobleza. El artista del Renacimiento es el nuevo Jesucristo, lo que dejan claro obras como el autorretrato de Durero.


Alberto Durero, Autorretrato, 1500.
Alte Pinakothec, Múnich

El hombre ocupa el lugar central de la Humanidad siendo el centro del círculo que se integra en el cuadrado, la famosa máxima vitruviana tantas veces representada.


Como dice Griselda Pollock, resumiendo un pensamiento que ha sido ya expresado por numerosos estudiosos, el Romanticismo vino a corroborar el Renacimiento: “(fue) con la génesis del mito romántico de los siglos XVIII y XIX, cuando el artista no solo heredó el manto de los sacerdotes y se volvió revelador de verdades divinas, sino que también asumió un estatuto semidivino como heredero del Creador original”.


Durante mucho tiempo, ese fue el consenso aceptado, la capacidad “divina” de creación del artista se compensaba con el sufrimiento humano que sus dones le acarreaban y, finalmente, su propia redención o “resurrección” venía de la mano de la indudable calidad de sus obras que se volvían inmortales.


Sin embargo… la ruptura de la fe en Dios, a nivel generalizado y cultural, fue la primera de muchas rupturas que culminan con la pérdida de la fe en la especie humana que se produce en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo, frente a la incomprensible crueldad de las terribles matanzas de civiles que se produjeron en Alemania con el holocausto judío.


Esa pérdida de fe en el hombre fue, además, consolidándose por otros factores: el hombre había fallado en su misión, no solo con respecto a sus semejantes, sino también con respecto al planeta Tierra. La sociedad patriarcal y su alianza con la deriva, tanto política como social, del capitalismo feroz, habían creado un mundo injusto y violento, muy lejos del paraíso prometido: el papel del hombre-dios había fracasado.


Es entonces cuando el movimiento feminista de la segunda ola,en las décadas de los sesenta y setenta, se involucra en la política y la cultura. No es solo una lucha de las mujeres por acceder al poder real (el del conocimiento, el del dinero, el de la política), es también un deseo de cambiar “las cosas”, el mundo, el rol femenino y el masculino.


Harmonia Rosales, Creación de Dios

En esos años, las pintoras empiezan a representar a diosas femeninas, a veces reemplazando la famosa creación de Adán por Dios de Miguel Ángel, por la creación de Eva por una “diosa” (otras veces recuperando antiguos cultos matriarcales basados en la naturaleza). Esta imagen de la “diosa y Eva” junto con la de Cristo con los apóstoles, son las dos escenas que más se representan en obras feministas. Tanto Judy Chicago, Mary Beth Edelson, Harmonia Rosales han recreado estas escenas fundacionales, pero transformando lo masculino en femenino. Jesucristo como sus apóstoles se convierten en figuras femeninas en torno a una mesa… las mujeres que antes eran las sirvientas invisibles ahora toman el lugar de los hombres.


Some Living American Women Artists (1972) de Mary Beth Edelson

La ecología, los cuidados, el pacifismo, políticas de consenso y de empatía típicos del feminismo son opciones casa vez más valorados como solución a los enfrentamientos y la violencia anteriores.


La mujer, o lo que la mujer ha representado a lo largo de la humanidad, ese “otro” que ya denunció Simone de Beauvoir, es también un “otro” más cercano a la naturaleza y los sentimientos, y ahora, la esperanza de la humanidad. La forma en que se representan a sí mismas es indicativo de ese cambio de valores y debe iniciar el cambio en el modo en el que las representa la sociedad.


AMPARO SERRANO DE HARO







LAS TRES HERMANAS

NURIA ALKORTA

 

Además de poder comunicarme con vosotros, lectoras y lectores, la tarea mensual de este blog me invita a reencontrarme con queridos personajes femeninos y, también, a releer algunas obras de teatro que pertenecen al mundo de mis afectos más profundos. Tal es el caso de Antón Chéjov y, en concreto, de su drama Las tres hermanas: un amor transmitido por nuestro maestro de interpretación en la RESAD Ángel Gutiérrez, El Ruso. En una carta fechada en octubre de 1900 dirigida a Maxim Gorki, Chéjov escribe que ha concluido, con dificultad, esta obra «triste» de la cual dice: «Hay tres heroínas, cada una con su carácter, ¡y las tres son hijas de un general! La acción transcurre en una ciudad de provincias, del estilo de Perm, en un ambiente militar, de los artilleros…».


Considero que las tres hijas de la familia Prózorov, quienes dan título a la obra, son una especie de personaje trinitario: con notables diferencias entre sí pero unidas por una inquebrantable sororidad. Esa imagen sobresalía, entre otras excelencias, del espectáculo dirigido por Piotr Fomenko y que pudimos ver en 2006 en Madrid. Tal vez esta idea fraterna resuene especialmente en mí porque, como las protagonistas de esta ficción, yo también soy una entre tres hermanas de un pequeño pueblo vizcaíno, y entiendo esa personalidad conjunta como uno de los pilares de mi vida. Además, como ellas, nosotras tenemos un único hermano. Dicho esto, aquí termina nuestro paralelismo con este drama y los personajes chejovianos.


El 31 de enero de 1901, el Teatro de Arte de Moscú, dirigido por Constantin Stanislavski, estrenó Las Tres hermanas de Antón Chéjov. En la fotografía: Chéjov, Stanislavski y Grupo de Treatro de Arte de Moscú, 1900.


Con el título de una obra el autor suele querer expresar una idea germinal y, por ello, la interpretación del texto requiere descifrar ese enigma. En este caso, como vemos, Chéjov no elige a los cuatro hermanos Prózorov sino sólo a ellas tres: está pensando en algo que solo las tres hermanas representan.


Este «drama en cuatro actos» desarrolla, tras la muerte del padre, el declive de la casa de los Prózorov, que, a su vez, expresa el de las hermanas Olga, Masha e Irina y el de su hermano Andréi: al no poder sobreponerse con mayor empuje, los sueños de todos ellos van perdiendo fuerza aplastados por una cotidianidad prosaica y mezquina. Además, el traslado de la brigada de artilleros (anunciado a lo largo de la obra y efectivo en el cuarto acto) provoca el fin de una época y, con ello, el del ambiente militar e intelectual de la ciudad cuyo núcleo cordial había sido la casa de las tres hermanas. Esta profunda transformación de la familia y la casa de los Prózorov, de la brigada y sus militares, de la ciudad y sus habitantes desgarra la vida de sus protagonistas (sus afectos y su manera de vivir) pero, sin duda, también ofrece oportunidades: muy especialmente a las nuevas clases dirigentes que ocupan el vacío con sus nuevos modos, y, pese a la nostalgia y el sentimiento de pérdida, a las hermanas y a esos miembros de la intelligentsia militar pues también les brinda la posibilidad de remontar contra la inercia. Pero con Chéjov la línea recta entre dos puntos no es el curso natural por el que discurren sus personajes ni sus obras: el autor indaga en el misterio de lo aparentemente trivial y esquiva cualquier explicación dogmática o didáctica de la existencia. Huye del discurso presuntuoso del moralista.


Las tres hermanas en versión de Declan Donnellan para el centro Dramático Nacional (Madrid). Las actrices: Evgenia Dmitrieva, Irina Grineva y Nelli Uvarova.


De lo dicho hasta aquí sobresalen dos ideas habituales en el teatro de Chéjov. La primera es que los personajes chejovianos se podrían definir por la fórmula la persona que hubiese querido ser, tal y como apunta Ripellino en el capítulo dedicado a Chéjov de su libro Sobre literatura rusa. Ya en la primera obra teatral de gran formato del dramaturgo, titulada La gaviota, Sórin sintetiza esta idea: «Cuando era joven, quería ser literato… y no lo he sido; quería hablar con garbo… y hablo malísimamente; quería casarme... y no me he casado; quería vivir en la ciudad… y me quedé en el campo, donde estoy acabando mis días». Los personajes chejovianos que representan este destino son muchos: Vania, Gáev, Ivánov…


En Las tres hermanas, recién licenciado de la universidad, Andréi aspira a volver a Moscú y ser profesor; sin embargo, solo nueve meses más tarde (ya al comienzo del segundo acto) se ha casado con una joven de la ciudad, Natasha, y tienen un hijo; además es secretario de la diputación presidida por Protopópov, un vulgar individuo con quien su esposa lo traiciona. Andréi mata el tiempo jugando a las cartas en el Círculo, se endeuda, hipoteca la casa de las hermanas, la malogra… y vive, según Ripellino, como un «filisteo desaliñado».


Las tres hermanas, adaptación y realización de Antonio González Vergel para Estudio 1 (RTVE) 1970. En el reparto: Marisa paredes, María Luisa Ponte, Berta Riaza, Antonio Canal, Carlos Casaravilla, Antonio Medina, Lola del Pino, Rafael Gil Marcos, Julio Núñez, Agustín González, Francisco Merino, Tina Sainz, Manuel Salamanca y Pepe Sancho.



Olga e Irina, las dos hermanas solteras, sueñan con regresar a la ciudad de su infancia: Moscú. Es un deseo (más bien un escape de la realidad) asociado al sol y a la primavera también de sus vidas que expresa en el presente su doloroso sentimiento de inadecuación espiritual con la vulgaridad de una vida provinciana, cerrada en sí misma. La finura en los modales de las hermanas Prózorov, junto a su esmerada educación políglota (francés, inglés, alemán e Irina, además, italiano) y musical de Masha (con talento como pianista) es, según esta última, algo superfluo «en una ciudad como esta… un lujo inútil… ¡Ni un lujo siquiera! ¡Un aditamento sobrante!». En el tercer acto, Irina reconoce a sus hermanas que el tiempo pasa y ella se aparta de la verdadera vida: «¡Oh, Dios mío!... ¡Dios mío!... dice ¡Todo se me ha olvidado! ¡Todo se ha embrollado en mi cabeza!... ¡Se me olvida, por ejemplo, cómo se dice en italiano la palabra “ventana” o “techo”!... ¡Se me olvida todo!... ¡Diariamente se me olvida!... ¡Y la vida no volverá jamás!... ¡Y jamás iremos a Moscú!... ¡Siento que no iremos!». La hermana mayor, Olga, también dirá en el cuarto acto: «Las cosas no salen conforme a nuestro gusto, sino al revés… Yo no quería ser directora, y lo soy… Lo cual quiere decir que no iremos a Moscú».


A diferencia de las otras dos, la segunda hermana, Masha, se casó recién terminado el colegio con el profesor del Liceo Kuliguin, y, por ello, se sabe atada sin remedio a la sociedad civil de la ciudad, donde se siente ajena, en un matrimonio aburrido con el hombre equivocado. En el primer acto Masha canturrea ensimismada: «¡Junto al mar hay un roble verde, / con una cadena de oro prendida en él! / Con una cadena de oro prendida en él…». Chéjov aconsejaba en una carta a su esposa, la actriz Olga Knipper, quien interpretó este personaje con el Teatro del Arte de Moscú: «No pongas cara de pena en ningún acto. Enfadada, sí, pero no triste. Las personas que cargan desde hace tiempo con el dolor y se han acostumbrado a él se limitan a silbar y a quedarse pensativas a menudo. De manera que en el escenario tendrás que estar meditabunda con frecuencia durante las conversaciones. ¿Entiendes?». Junto a Vershinin (teniente coronel al mando de la brigada, casado con una mujer anímicamente inestable y con dos hijas pequeñas) Masha hurta la felicidad «a ratitos, a pedacitos». La dolorosa despedida de él en el cuarto acto y, a continuación, las palabras de su esposo Kuliguin tensan la desesperación de Masha, mientras ella intenta sofocar sus sollozos: «¡Junto al mar hay un roble verde, / con una cadena de oro prendida en él! ¿El gato verde… o el roble verde?... ¿Yo estoy confundiendo todo! ¡La vida malograda!... ¡Ya nada necesito!... Ahora me calmo… ¡Es igual!».


 
Las tres hermanas, en versión de Juan Pastor con Teatro Guindalera para los teatros del Canal. Actrices: Ariana Martínez, Victoria del Vera y María Pastor


La segunda idea que flota en el teatro de Chéjov es el aliento de una nueva época que los personajes intuyen próxima: piensan en el futuro, esperanzados o sombríos. En el primer acto, el barón Tusenbach habla de ello con pasión como si fuera «una fuerte y sana tormenta que ya avanza y está próxima y que de un soplo ahuyentará de pronto de nuestra sociedad la pereza, la indiferencia, el prejuicio contra el trabajo y el podrido aburrimiento». Este horizonte compartido, coincidente con las aspiraciones de Irina, les hace ilusoriamente creer a ella y al barón que sus vidas pueden unirse en el trabajo por el amor. En el segundo acto, Irina ha comenzado a trabajar en la oficina de Telégrafo y en pocos meses ya experimenta el hastío de su nueva ocupación; tampoco ama a Tusenbach, aunque no se atreva a confesarlo. Por su parte, Olga es profesora del Liceo femenino y, ya desde el primer acto, sus crecientes ocupaciones (que la llevarán a ser directora) la mantienen cada vez más alejada de la casa a pesar de su vocación doméstica y familiar siempre insatisfecha.


En una entrada de los cuadernos de notas de Chéjov leemos: «La intelligentsia no sirve para nada: toma mucho té, habla hasta por los codos, el cuarto está lleno de humo, las botellas vacías». En la búsqueda de ese ansiado porvenir, los personajes de Las tres hermanas conocen bien el vacío de la clase a la que pertenecen, sensible, instruida y con grandes ideales pero indolente, presa del nerviosismo y débil, que sucumbe bajo el pragmatismo y el empuje de otros personajes como Natasha o Protopópov: los nuevos ricos, protagonistas de un mundo mercantilizado y de veraneantes. Lopájin compra el jardín de los cerezos y manda talar sus árboles centenarios, únicos en la comarca, a fin de construir casas de alquiler para los veraneantes. En el cuarto acto de Las tres hermanas, Natasha ambiciona talar primero la alameda de abetos del jardín para luego seguir con los álamos, plantar «florecitas y florecitas dice y habrá un olor…».


Y llegados a este punto ¿por qué son las tres hermanas el corazón de la obra y su semilla creativa? Porque son el alma de la casa, el imán que une a todos sus miembros, con su hospitalidad alimentan la vida afectiva e intelectual de aquellos desplazados, los solitarios soldados de la brigada, y, porque de algún modo irradian el calor de esa bonhomía al resto de la ciudad y al mundo entero… Aun disculpando o haciendo hincapié en sus debilidades por los dolorosos efectos que resultaron de ellas en sí mismas y en su mundo, así es como yo deseo recordarlas.

NURIA ALKORTA





EL DESEO SE PRODUCE

LIDIA ANDINO

¿Qué deben estudiar nuestros hijos? Es una pregunta que se hacen actualmente los padres, dada la diversidad de la oferta tanto en la educación secundaria obligatoria como en la universidad y la complejidad del mundo laboral.

La palabra “eventual” ha establecido relaciones muy estrechas con la palabra “trabajo”. Los avances en telecomunicaciones permiten a las empresas una drástica reducción en sus locales ya que muchos de sus empleados trabajan desde su casa. Estos y tantos otros cambios que se avecinan invitan a hacerse la pregunta que inicia este artículo.

Estamos inmersos en una serie de opciones a cuál más atractiva y que cuenta, en la mayoría de los casos, con sólidos argumentos en favor de su elección. Cómo negar la necesidad imperiosa de estudiar inglés, un idioma en el que se resuelven —o no— la mayoría de las relaciones comerciales y económicas internacionales y que predomina en las redes sociales. Quién se anima a decir una palabra en contra de estudiar informática, una herramienta que se ha vuelto en poco tiempo imprescindible en todo ámbito laboral, educativo, de gobierno, etc. Dado que somos europeos, por qué no estudiar también alemán, contabilidad, karate… y así sucesivamente.

El problema de qué estudiar, de cómo formarse para enfrentar la vida, no solo laboral, parece pasar por los contenidos. Pero las cosas no son tan sencillas, porque si sólo se tratara de un buen programa de estudios no tendrían lugar tantos síntomas sociales extendidos como el “fracaso escolar”.

La educación, el aprendizaje, la formación en general, si bien necesitan de unos programas bien construidos sobre las diferentes áreas del saber, nada serían sin el deseo de saber que es una hijuela sublimada de la pulsión de dominio y de la curiosidad sexual como pasión dominante en la infancia.

Si a los profesores y a los padres no se les ve nunca un brillo en la mirada frente a las páginas de un libro entre sus manos, ni reconocen la fecundidad de algún error, si circulan por la vida y las relaciones como si crecer no fuera con ellos, en una palabra, si no hay transmisión del deseo de saber podrían ahorrarse unas cuantas matrículas.

Aunque seamos partidarios de que nuestros hijos se formen lo mejor posible, sólo intento plantear el problema en sus justos términos. El porcentaje de maestros y maestras que señalan en el alumnado una falta de motivación y los que se acusan de la misma falta, sumados, debe ser similar al porcentaje de alumnos que padecen el llamado fracaso escolar. Podríamos animarnos a decir que esta llamativa coincidencia merece ser estudiada.

El deseo de saber es una de las pocas opciones de libertad en el mundo que nos ha tocado vivir. Si alguien siente no tener deseos de saber, no se preocupe, trabaje; el deseo de saber no es genético, se produce.

Cuando nos volvamos a encontrar, queridos lectores, estaremos en 2022 que deseo traiga para todos salud, trabajo, ánimo y menos pesadillas que el año anterior.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista



IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LA LECTURA

11. LAS SANTAS

INÉS ALBERDI 

En los cuadros, los retablos de las iglesias y las esculturas que adornan los conventos y los palacios se multiplican las imágenes de mujeres jóvenes leyendo que representan a las santas del devocionario cristiano. Ya sea a solas o reunidas con la Virgen, encontramos imágenes que retratan a las mujeres consideradas santas concentradas en la lectura. Algunos pintores retratan un grupo que rodea a María con su hijo en brazos y en ellos son frecuentes las mujeres que aparecen leyendo.

Ambrosius Benson, Flandes (1495-1550)
La Virgen y el Niño, con santa Catharine y santa Bárbara
Musée del Louvre, París

Las Santas son, muy a menudo, las ayudantes que acompañan a la Virgen cuando esta cuida de su hijo Jesús. La elegancia de los vestidos y la compañía de los libros nos hacen pensar que las razones que llevan a los artistas a representarlas leyendo son elevar su estatus y simbolizar el saber y la virtud de estas mujeres. Lo mismo ocurre con las santas que acompañan a los donantes en numerosas obras de esta época, como es el caso de Santa Margarita en el Tríptico Portinari de Van der Goes, que aparece en nuestra entrada número siete. Los retratos singulares son, sin embargo, los más frecuentes. La imagen de una Santa que lee a solas es un modelo muy frecuente para representar a las mujeres elevadas al nivel de santidad.

Giacomo Pachiarotti, Siena, Italia (1474-1540)

En el arte europeo encontramos muchos ejemplos de mujeres con libros que retratan diferentes santas cristianas. El retrato de Santas leyendo no tiene una explicación fácil en el caso de tantas de las que no se conocen sus habilidades intelectuales y a las que, sin embargo, se pone un libro en las manos.

Algunas veces está justificado representarlas leyendo, o con un libro en las manos, como es el caso de Santa Catalina de Alejandría, que tuvo una intensa actividad intelectual a lo largo de su vida.

Bernardino Luini, Italia 1480-1532
Santa Catalina de Alejandría, 1531
Museo del Hermitage, San Petersburgo

Santa Catalina de Alejandría es una de las santas más populares desde la Edad Media y de ella hay un gran número de imágenes. La leyenda cuenta que era una mujer cultivada e intelectual en la Roma del Emperador Majencio (278-312). Catalina protestó ante el emperador por la persecución de los cristianos, defendió su fe ante los filósofos romanos y fue condenada al martirio. Se la representa junto a una rueda con cuchillas y, muy frecuentemente, con un libro al alcance de sus manos.

Fernando Yañez de Almedina, España 1475-1536
Santa Catalina de Alejandría (Hacia 1510)
Museo del Prado, Madrid, España

Santa Inés, otra mártir romana, tiene como símbolo el cordero y, en varias ocasiones, también lleva un libro entre las manos.

Paolo Caliari, llamadoVeronese, Italia. 1528-1588
Retrato de una dama como Santa Inés (Hacia 1580)
Audrey Jones Beck Building, Houston, Texas


La Santa Inés de Veronese, del siglo XVI aúna un libro abierto en sus manos con el cordero en su regazo. Un siglo más tarde, Zurbarán la retrata con los mismos símbolos, el cordero y el libro. En ambos casos se trata de elegantes retratos de dama en los que la santa une la elegancia de su porte y su vestido, con la seriedad y distinción que le otorgan los libros.

Taller de Francisco Zurbarán, España
Santa Inés, (1640/1660)
Museo de Bellas Artes de Sevilla, España

Otra santa que aparece siempre rodeada de libros es Santa Cecilia. Es la patrona de los músicos y se la representa junto a diversos instrumentos musicales; y siempre acompañada de libros que parecen ser la guía de sus interpretaciones musicales.

Anton Raphael Mengs, Italia 1729-1779.
Santa Cecilia (1760-1761). Colección privada


INÉS ALBERDI 









LA BÚSQUEDA DE INTERLOCUTOR

NATALIA VELASCO

En el instituto público donde trabajo se han abierto veintidós protocolos de seguridad. Cuando un alumno ha manifestado que no quiere vivir o que desea quitarse la vida, o cuando ha dado muestras explícitas de ello con lesiones autolíticas, es decir, cortes en las muñecas o ingesta de pastillas, entonces se reúne la Junta Docente (el conjunto de profesores que le imparte clase), para que Jefatura de Estudios les informe de lo sucedido. Se pide a los docentes de estos alumnos que no les dejen ir solos al servicio y que si observan algo que puede ser motivo de alarma avisen inmediatamente al tutor y a jefatura de estudios. Esta información se sube a la nube de educamadrid y se revisa a diario para tomar las medidas oportunas. Hablo de alumnos, pero debería utilizar el femenino ya que se trata solo de adolescentes-chicas de entre 13 y 16 años.

Es realmente triste, además de inasumible para el personal docente. Por lo visto, también lo es para los servicios de psiquiatría de los hospitales públicos que no dan abasto con la multitud de casos que deben atender. Muchas de estas alumnas viven situaciones familiares complicadas, trastornos de alimentación, escasez de recursos económicos, padres que beben, que no les tratan bien, que se están separando a gritos… Sin embargo, todas tienen acceso a internet, a páginas web donde se explica con pelos y señales cómo llevar a cabo estas ideas suicidas y donde pueden chatear con personas en la misma situación, parapetadas en perfiles que bien pudieran ser falsos. Probablemente, y debido al sistema de algoritmos, en las pantallas de sus ordenadores y de sus móviles aparece reiteradamente información al respecto. Muchas de las adolescentes son amantes de la cultura japonesa, de su música, de sus series animadas y dibujan como verdaderas artistas. Solo ese don basta a mis ojos para salvarlas. Pero no, la globalización arrastra los valores y las inmundicias de otras culturas y de todos es sabido que, la cultura japonesa es “tolerante” con el suicidio cuando se trata de una acción moralmente responsable. El libro de Murakami, Tokio Blues, da buena cuenta de ello.

Y yo me pregunto, ¿quién no ha pensado alguna vez durante la adolescencia en la idea del suicidio?; ¿quién no ha fantaseado con el dolor que sentirían nuestros padres, que no nos entendían, o nuestros amores imposibles, que no nos hacían caso, o el mundo entero que nos parecía hostil, cuando nos viera muertos enfilando camino del cementerio? Sin embargo, esa angustia adolescente era canalizada en soledad, a palo seco con nuestro yo, en ríos de tinta que corrían por los diarios adolescentes, o en las lágrimas vertidas al leer poemas de amor. ¿Dónde repara toda esa congoja en el tecnológico siglo XXI?

 

La otra tarde, al salir de la junta de evaluación, en la que hablamos de manera personalizada de cada uno de los alumnos, de su nivel académico y de su situación familiar, me llevó en coche a casa la profesora de religión. Eran las ocho de la tarde y me dijo que iba a la Iglesia de Santiago, situada en la calle del Acuerdo, para poner todo lo que había oído “en las manos de Jesús”. Así lo dijo, literalmente, que cada día se acercaba a rezar por todos ellos. Añadió, que no poder hacer nada más por las vidas de tantos adolescentes heridos la angustiaba y que por eso le pedía a Jesús por todos y, de paso, se desahogaba con él; me dijo que desde niña mantenía un diálogo con Jesús y que en innumerables ocasiones se había sentido salvada. Fue entonces cuando pensé en Martín Gaite y su búsqueda de interlocutor. Para ella: “El ser humano tiene la necesidad de mantener un diálogo consigo mismo, la necesidad de contarse lo que vive, lo que sueña y hasta lo que proyecta. Pero esa necesidad solo se ve saciada cuando hace partícipe al otro de su narración. Es en ese momento en el que aparece el interlocutor y nos permite romper con la soledad.” Una búsqueda difícil, ya que la indiferencia, la prisa o la falta de sosiego, son contraproducentes con la búsqueda. En ese sentido, pensé, podría ser Jesús un interlocutor eficaz para todas mis alumnas como lo es para la profesora de religión, pero hemos perdido el sentido de la trascendencia y apenas tenemos vida espiritual. Cada vez nos alejamos más de los “saberes del alma” de los que habla María Zambrano.

En la era de las híper conexiones, de las múltiples redes sociales de intercambio de información donde plasmamos deseos, pensamientos, dudas, desilusiones; en el mundo de Facebook, de Twitter, de TickTock, de Discord, de Snapchat, de Instagram, del todopoderoso WhatsApp, nuestros adolescentes están perdidos y solos, más medicados que nunca, más desorientados y huérfanos. Hemos confiado todo a la ciencia y a la tecnología y nos falta enseñar un sentido profundo a la vida, donde cada ser pueda poner sus capacidades al servicio de los demás.

Yo le pido al 2022 que acaben esos protocolos y mis alumnas encuentren un interlocutor donde sosegarse, como yo lo encuentro en vosotras, amigas del Blog.

NATALIA VELASCO







AURORA BRAVO EN OCCO ART GALLERY

MUJER, FUERZA Y SENSIBILIDAD
A. PILAR RUBIO LÓPEZ

Visitando OCCO Art Gallery, en la calle Espalter, número 13, de Madrid, donde estos días se exhibe la obra de Aurora Bravo junto a la de otros pintores, tuve la suerte de encontrarme con la artista y se me ocurrió aprovechar la ocasión para hacerle una entrevista. Conectamos desde el minuto uno, recordando nuestras raíces extremeñas y congratulándonos por el encuentro.

Es Aurora Bravo una afamada pintora, licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y que perfeccionó su estilo en Italia y EEUU. Tras múltiples exposiciones en España y en el extranjero, su obra está repartida por medio mundo. A lo largo de la entrevista, Aurora nos devela sus comienzos y su pasión por la pintura, mientras desgrana su trayectoria profesional y la influencia de sus maestros.

PREGUNTA: Aurora: Has manifestado en varias ocasiones que no elegiste dedicarte a pintar y que preferías un lápiz a un sonajero. ¿En qué etapa de la niñez crees que nació en ti la vocación pintora?

Aurora Bravo, en el centro de la imagen
 y nuestra colaboradora A. PIlar Rubio, a su izquierda

RESPUESTA: Nací con la necesidad vital de pintar. Desde muy niña estuve segura de que fue la pintura la que me eligió a mí. Sí, en lugar de un sonajero, yo prefería un lápiz y un trozo de papel donde hacer garabatos. Mi vocación me hizo romper barreras impuestas por la sociedad.

PREGUNTA: ¿De esa experiencia temprana hasta sentir que el arte era tu vida, qué vivencias recuerdas que te parezcan más relevantes?

RESPUESTA: Recuerdo un día en la escuela cuando la maestra nos pidió que hiciéramos un dibujo libre. Yo dibujé con colores tres naves volando hacia la Luna (el hombre aún no la había pisado). Creo que ese día fue determinante pues supuso no solo que era pintora, sino creadora.

PREGUNTA: ¿Influyeron en tu estilo y en tu vocación maestros de la talla de Eduardo Chillida y Rafael Balardi?

RESPUESTA: Sí. Y también Matxin Labayen, mis maestros a partir de los 11 años. Fue en Guipúzcoa, donde me trasladé con mi familia. Ellos confiaron en mi talento. Aprendí técnicas, a expresarme con libertad y a crear. Aprendí a ser viento, flor, agua, amor, roca, dolor, pasión…

PREGUNTA: ¿Supuso un cambio en tu trayectoria profesional la apertura de tu Galería BravoArt?

RESPUESTA: BravoArt nació con el propósito de exponer mi obra y de ayudar a otros artistas a exponer las suyas. Obviamente, soy una pintora vocacional y pintar me gusta más que dirigir una galería, pero con ayuda de mi equipo obtuvimos un gran éxito. Después, la pandemia me devolvió a mi estudio y a mi rica soledad… frente a la tela.

PREGUNTA: ¿Al analizar tu obra recientemente expuesta en Orfila y la que se exhibe estos días en OCCO Art Gallery, podríamos hablar de evolución de tu faceta investigadora en la fusión de técnicas pictóricas?

RESPUESTA: Ciertamente. La obra que se expuso en Orfila, podría catalogarse de arte abstracto y, en cambio, la de OCCO es figurativa. Soy multidisciplinar y me gusta investigar y abarcar diferentes técnicas y materiales. En la actual exposición La fuerza de la sensibilidad he elegido ser capaz de transmitir a través de la piel, la piel de la mujer, una forma de reivindicar todo lo que aún queda por decir y por hacer, dándole visibilidad, sin adornos, sin vestiduras. Además, en esta obra he puesto en práctica una de mis últimas investigaciones: la comunión entre el agua y el aceite, el óleo y la acuarela, cuyo resultado es un cromatismo con vida.

Me despido de Aurora, una artista mimada por la crítica por su creatividad, por el dominio de la luz y del color, por la identificación de su obra con el expresionismo abstracto o con el figurativismo más realista, por su fuerza y su sensibilidad, dirigiendo una última mirada de soslayo hacia las figuras que emergen de sus cuadros, donde las mujeres parecen esculturas dibujadas en el lienzo. En la próxima entrevista nos hablará de su último proyecto: El Museo Aurora Bravo, que abrirá en el futuro sus puertas en Carbajo, su pueblo natal cacereño.

A. PILAR RUBIO LÓPEZ






LAS MUJERES DE ISABEL LA CATÓLICA

MARÍA LUISA MAILLARD 

El siglo XVIII, “El Siglo de las Luces”, el siglo en el que se estaban elaborando los fundamentos ideológicos que iban a transformar las sociedades occidentales, siguiendo los criterios de la razón, fue también el siglo, en que ese paraíso utópico de igualdad, que se iba a establecer en el mundo occidental, se olvidó de las mujeres. Tanto en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, proclamada a raíz de la Revolución Francesa de 1789; como en la Constitución Americana de 1787, la francesa de 1791 y la española de 1912, las mujeres quedaron privadas de sus derechos como ciudadanas, así como del acceso a la educación superior y al ejercicio de la mayoría de profesiones.

¿Había sido siempre así? ¿La mujer había estado siempre privada de su derecho a la educación y a participar en el espacio público? ¿A ejercer labores de gobierno?

Cierto es que la corriente de pensamiento misógina, heredera de Aristóteles, triunfó de forma mayoritaria en la filosofía europea desde el Humanismo, incluida la Teología católica, alcanzando a los grandes filósofos de los siglos XIX y XX: Hegel, Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, Sartre y un largo etc; pero, ¿cómo en el siglo XVIII hubo esa explosión de mujeres cultivadas que dirigieron salones literarios como Madame de Sévigné, Marie Du Deffand, Julie de Lespinasse, la misma Olimpe de Gougues, que alzó su voz contra la marginación de las mujeres en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano? Fueron mujeres que alternaron con los artistas y pensadores dieciochescos, influyendo no pocas veces en la esfera pública. ¿De dónde salieron? Y no sólo las hubo en Francia. También contaron con salones en países como Alemania (Rahel Varnhagen), Inglaterra (Elizabeth Montagu), Italia (Catalina de Médici), y España (Josefa de Zúñiga y Castro).

Tal vez la explicación se encuentre en que, desde la Edad Media, la sociedad occidental era, hasta la Revolución Francesa y Americana, una sociedad estamental, en la que era más importante la pertenencia a una casta dominante que el hecho de ser hombre o mujer. De hecho, las mujeres podían alcanzar —eso sí, en ausencia de varones—, las más altas cotas de poder en un sistema de poder absoluto. Eran reinas propietarias, consortes y regentes, con un indiscutible poder en los asuntos de Estado, incluidas las campañas militares. Ese hecho requería una educación esmerada que, de forma mimética, se fue extendiendo a gran parte de la alta nobleza, y después, a la baja y a la incipiente burguesía. Estamos hablando de sociedades en las que la mayoría de la población —un 94% a principios del Siglo XVIII en España—, se encontraba carente de cualquier tipo de instrucción.

Aunque podemos hablar de precedentes en la educación de las mujeres —recordemos a Eloísa en el siglo XII, a Christine de Pizán en el XIV—, en los albores de la Modernidad en España, fue la reina Isabel la Católica (1451-1504), la que introdujo en la Corte la necesidad de la instrucción de las mujeres. No sólo se rodeó de eruditos humanistas sino de puellae doctas (mujeres sabias) y amparó y promocionó a jóvenes cultas como Beatriz de Bobadilla, Luisa de Medrano y Beatriz Galindo, ésta última, apodada la latina por sus conocimientos de dicha lengua a los 15 años, estudió en la Universidad de Salamanca y se encargó de la educación de sus hijas: Isabel, Juana, María y Catalina, quienes realizaron posteriormente una gran labor cultural en las Cortes europeas, a las que les condujeron los enlaces políticos, decididos por sus padres.

Isabel la Católica creó una serie de Academias Palatinas, dirigidas por Juana de Mendoza, donde humanistas españoles e italianos educaban a las jóvenes, en todas las disciplinas de la época: lectura, escritura, lenguas clásicas, oratoria, música, danza, ajedrez, natación y esgrima. Vamos a recordar a algunas de estas alumnas destacadas, en esta sección de “Mujeres olvidadas” porque estas mujeres no sólo estudiaron en la Universidad los saberes de la época —Beatriz Galindo, Luisa de Medrano, Juana de Contreras, Teresa de Cartagena—, exceptuando Retórica que preparaba para la guerra, sino que incluso impartieron allí clases y escribieron tratados, la mayoría de los cuales no han llegado hasta nosotros; y lo que es más importante, abrieron el camino para la instrucción de las mujeres en el Antiguo Régimen, demostrando que las mujeres, a igual instrucción, igual capacidad.

Francisca de Nebrija

Francisca de Nebrija (1474 - post 1523). Fue hija del conocido erudito y humanista Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática en Lengua Castellana, en 1492. Recibió una esmerada educación en Lengua, Cultura Clásica y Retórica, y es probable que colaborara con su padre en la elaboración de la Gramática, pues sus conocimientos al respecto, le hicieron acreedora del título de catedrática en la Cátedra de Retórica, al fallecimiento de su padre en 1522. Sus escritos no han llegado hasta nosotros.

Luisa de Medrano

Luisa de Medrano (1484-1527). Perteneció a una ilustre familia castellana. Su padre, don Diego López de Medrano, murió, al igual que su abuelo, en la conquista de la Alcazaba y la ciudad de Málaga, en el transcurso de la Guerra de Granada e Isabel la Católica, tomó a la familia bajo su protección. A los 24 años, Luisa de Medrano se convirtió en profesora de Gramática y de Cánones en la Universidad de Salamanca, desde el curso 1508- 1509, con gran aplauso de sus contemporáneos. Dice de ella el erudito italiano Lucio Marineo de Sículo: “Ahora es cuando me he convencido de que a las mujeres Natura no les negó ingenio, pues en nuestro tiempo, a través de ti, puede ser comprobado que, en letras y elocuencia, has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres”.

Fue poeta y tratadista, aunque poco ha quedado de su obra, ya que, gran parte del archivo de la Universidad de Salamanca fue quemado por la Inquisición.

Luisa Sigea

Luisa Sigea (1522-1560). Con Luisa de Sigea, entramos ya en las siguientes generaciones, que se beneficiaron del ambiente de promoción de las mujeres cultas, que había establecido en su corte Isabel la Católica. Luisa de Sigea, mujer erudita, versada no sólo en lenguas clásicas sino en hebreo, árabe, siríaco, portugués y francés fue hija de Diego Sigeo, humanista oriundo de Francia, aunque ella nació en Tarancón como su madre. Su padre hubo de huir a Portugal, al haberse enfrentado a Carlos V, en la Guerra de las Comunidades y hasta 1537 no reúne a su familia en Portugal. Luisa Igea llega a un ambiente de intelectualidad y humanismo en el Palacio Ducal de la Casa de Braganza, donde servía su padre. En 1940 envía a Roma una carta al Pontífice Pablo III, escrita en latín “Algunas flores de mi ingenio”, que obtuvo grandes elogios, y en 1542 fue llamada al servicio de la Corte portuguesa, donde dos reinas españolas, hijas de los Reyes católicos, Isabel y María, habían dejado su impronta.

Se une al séquito de la María de Portugal, hija del rey Manuel, quien crea en su entorno palaciego una “Academia de Mujeres Letradas”, dónde Luisa Sigea brilla pronto por sus conocimientos. A diferencia de las humanistas anteriores, sí han llegado hasta nosotras dos obras importantes: El poema Syntra de 1546 y el opúsculo “Diálogo entre la diferencia de la vida de la Corte y la vida retirada” cuyas protagonistas eran dos apasionadas mujeres, escrito en 1552, ambos en latín; aparte de un epistolario y varios poemas. Murió en 1560, apenas dos años después de su traslado a Valladolid.

Isabel la Católica también ejerció su mecenazgo en los conventos y Teresa de Ávila y Sor Juan Inés de la Cruz, no serían excepciones. En los claustros, centenares de mujeres escribieron poemas, relatos autobiográficos, experiencias espirituales e incluso obras de teatro; a veces, con gran repercusión. De ellas hablaremos en una próxima entrega.

MARÍA LUISA MAILLARD 







LAS FUENTES DE CARLOS FUENTES

ROSARIO HERRERA GUIDO

 

"Azuela cumple el ciclo abierto por Bernal Díaz del Castillo,

levanta la piedra de la conquista

y nos pide mirar a los seres aplastados por las pirámides,

las iglesias y las haciendas,

el cacicazgo local y la dictadura nacional".

Carlos Fuentes, La gran novela latinoamericana.

I

El 15 de mayo de 2012, acaeció la lamentable muerte real del incomparable escritor Carlos Fuentes, quien debido a la calidad de su escritura e imaginación poética alcanzó la inmortalidad simbólica. Entonces, tuve el honor de dictar algunas conferencias de largo aliento para diversos foros. Ahora, en este ensayo, sólo voy a evocar algunas de “las fuentes de Carlos Fuentes”, de las que brotaron ejemplares novelas, además de dar un vuelo de pájaro por su monumental obra sobre la novela latinoamericana (2011).

Manantiales todos que se nutren del lago fundacional de Tenochtitlán, y le permiten heredarnos una original mirada de México, desde La región más transparente (1958), pasando por la desmitificación de la Revolución Mexicana en La muerte de Artemio Cruz (1962), Cristóbal nonato, la tragicomedia surrealista que ironiza la política mexicana, el abuso y la miseria del poder, al filo del apocalipsis (1987), La Silla del Águila (2003), en la que en el año 2020, México no puede levantarse frente a las corruptelas, maniobras y traiciones políticas que siguen mortificando la vida pública mexicana, y La gran novela Latinoamericana (2011), donde canibaliza y carnivaliza la historia, del dolor a la fiesta, en compañía de Borges, Neruda y Cortázar.

Las fuentes de Carlos Fuentes trataron, retomando palabras recientes de Elena Poniatowska, de “abarcarlo todo porque ni José Vasconcelos, ni Agustín Yáñez, ni Martín Luis Guzmán, ni Alfonso Reyes —tan generosamente universal— tuvieron su largo aliento…” (Poniatowska, “Cinco años sin Carlos Fuentes”, La Jornada, Ciudad de México, 15 de mayo de 2017).

Desde su nacimiento (Panamá, 11 de noviembre de 1928), Carlos Fuentes Macías, más tarde nacionalizado mexicano, se nutrió de muchas fuentes, pues fue un ciudadano del mundo, tan cosmopolita como su padre, su familia, su vida y su obra. La labor diplomática de su padre en el servicio exterior mexicano, Rafael Fuentes Boettiger, le permitió una experiencia multicultural en Panamá, Quito, Ecuador, Montevideo, Uruguay, Río de Janeiro (donde su padre fue secretario del embajador Alfonso Reyes, faro de las letras mexicanas durante la primera mitad del s. XX) y en Washington, donde su padre fue consejero en la Embajada Mexicana.

Fuentes, el notable escritor e intelectual, es uno de los más destacados exponentes de la narrativa mexicana y del boom de la literatura latinoamericana, cuya vasta obra abarca la novela, el cuento, el guión de cine, el guión televisivo, el ensayo, el periodismo, el teatro y la actuación. Recibe el Premio Biblioteca Breve (1967), por Cambio de Piel, el Javier Villaurrutia y Rómulo Gallegos por Terra nostra, Alfonso Reyes (1979), el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (1984), el Cervantes (1987), la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, por el Gobierno Sandinista (1988), el del Instituto Italo-Americano (1989) por Gringo Viejo, la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (1991), el Príncipe de Asturias (1994), el Picasso de la Unesco, Francia (1994), el de la Latinidad por las Academias Brasileña y Francesa de la Lengua (2000), Legión de Honor del Gobierno Francés (2003), el Roger Caillois (2003), el de la Real Academia Española (2004) por En esto Creo, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (2008) y el Internacional Don Quijote de la Mancha (2008), entre otros.

Fuentes recibe todos los más importantes galardones de las letras, excepto el Nobel de Literatura. Como dijo Poniatowska a pocos días de su muerte: “Es una pérdida terrible y aterradora, porque Carlos Fuentes es nuestro mejor escritor, debió ganar el Premio Nobel de Literatura...”

II

Carlos Fuentes emerge cual estrella nova en el horizonte cultural de México, a los treinta y cuatro años, con La región más transparente (1958), y se coloca en el centro del escenario nacional, otorgándole un nuevo rostro a nuestras letras. Según el crítico norteamericano John Brushwood “El libro más discutido escrito en México hasta la fecha” (Brushwood, 1973), excepto Pedro Páramo de Rulfo. Fuentes mismo, en uno de sus más recientes libros dice que Julio Cortázar “[...] sin conocernos aún, me mandó la carta más estimulante que recibí al publicar, en 1958, mi primera novela, La región más transparente. Mi carrera literaria le debe a Julio ese impulso inicial” (Fuentes, Personas, México, Alfaguara, 2012:146). 

La región más transparente, escandalizó a los conservadores, por la forma en que describe al país y a sus habitantes. Una novela crítica donde todavía hay lugar para la comprensión, el amor y la esperanza. Pletórica de personajes, pero con una sola protagonista: la Ciudad de México. En La región más transparente descubrimos a un escritor joven y talentoso, que recrea el ambiente social de la ciudad de México: una burguesía improvisada, la aristocracia del porfiriato, el proletariado y los que van de una clase a otra. Donde Fuentes denuncia al México de 1951: tras la Revolución Mexicana, la reivindicación popular es abandonada por los que pasaron de la lucha a los puestos directivos de la industria y la banca. De la mano de una prostituta que sale del cabaret después de su jornada, entre el alba, Fuentes nos conduce por la región más transparente, desde su fuente más abundante, el pueblo y su deambular cotidiano: mendigos, niños vagabundos que duermen en las esquinas, barrenderos que, como canta Octavio Paz en El mono gramático, cual “mendigrinos, entre pajarabías y gluglús de la lengua”, trabajan en las calles, mientras la buena sociedad va de fiesta en fiesta. Así conocemos a los snobs, actualizados en existencialismo y arte novísimo, que citan a Artur Rimbaud o al Conde de Lautréamont y sus Cantos de Maldoror, que congregan a intelectuales honrados o farsantes. Donde deambulan tanto el marxista que quiere destruir esa sociedad, el que es comprado por una vida fácil y el arribista. Como Federico Robles, que triunfa con Villa en Celaya y después vende a Feliciano Sánchez, su compañero de lucha sindical. Robles es el constructor de la gran ciudad, el cosmopolita, y su mujer, Norma Larragoiti, la que pasa de la miseria a la clase media. También a Rosenda, sin marido y sin hijo. A Pimpinela de Ovando, orgullosa de su aristocracia destrozada, que espera recuperar sus haciendas perdidas. O Teódula Moctezuma, preservadora del aborigen sentido de la vida. La región más transparente mezcla capas sociales a través del chofer, la empleada doméstica, los trabajadores y los convidados a la fiesta, además del reprimido parentesco entre todos ellos. La tragedia se desencadena cuando el destino priva al banquero Federico Robles de toda su fortuna, y termina empobrecido con una mujer ciega. Una novela que tiene por fuente la generación de la Revolución, la porfirista y la que se rebeló, traicionada hasta por los hijos de los que perdieron la vida en la lucha.

Entre Ulises y contrapunto, por su estilo expresivo y monólogos interiores, es una Diánoia griega (un diálogo interior). La región más transparente —como aprecia Anderson Imbert— es notable por su finura. Por su sentido barroco de lo moderno —según Walter Benjamin— desde su categoría de la trauerspiel, es el encuentro entre la fiesta y el luto, lo culto y lo popular, el mestizaje entre la visión indígena y la criolla, además de la tradición y la traición a la Revolución.

III

Como en La región más transparente, en La muerte de Artemio Cruz (1962), la fuente de Fuentes es el bullente mundo de las gentes, el cruce de vidas, las clases sociales, cual expresiones de su ideología, narradas en compañía de James Joyce, pero con personajes trazados linealmente, dibujados, concretos. La muerte de Artemio Cruz, refleja la vida mexicana en la crónica sobre ese viejo rico, poderoso y moribundo. El viejo Cruz que se muere, cual estampa hogareña de un mortecino rodeado de su familia: “Tu olerás, en el fondo de tu dolor, ese incienso que no acaba de disiparse y sabrás, detrás de tus ojos cerrados, que las ventanas han sido cerradas también, que ya no respiras el aire fresco de la tarde”.

Fuentes habla desde Artemio para que comprendamos su soledad y la soledad de la muerte. Y en esta Diánoia griega (diálogo interior), se cruzan los pensamientos que le provocan los presentes y los recuerdos del pasado, la juventud, la llegada a la casa de su mujer, hermana del compañero de lucha, fusilado. La vida de Artemio es la traición (1915), con los villistas en fuga, durante la infancia de Cruz, que permiten si no justificar si comprender la fuga. Después un salto hacia el nacimiento: “Recogido sobre sí mismo, en el centro de esas contradicciones, él con la cabeza oscura de sangre, colgando, detenido de los hilos más tenues, abierto a la vida por fin”.

Fuentes nos cuenta una vida al revés, horas de agonía a través de tres pronombres: yo, tú, él. El primero se expresa en el monólogo interior del agonizante, en el presente. El tú es el inconsciente que indica el futuro de sus pensamientos. Y la tercera persona, es el pronombre él, para que Artemio exprese las circunstancias que lo rodean o las evocaciones pasadas. El puente entre estos tres tiempos y personas es el viejo Cruz que agoniza podrido, rodeado de médicos en patético desacuerdo sobre si hay que operar o no, cual metáfora del podrido cuerpo social de México. La muerte de Artemio Cruz, es la novela más polémica de Fuentes, sobre la personalidad del autor; pero también la más colmada en elogios. 

La muerte de Artemio Cruz, es una novela cuya fuente es original, pero donde también encontramos una visión poco complaciente de la realidad mexicana (la de entonces y la de hoy). Pues es una crítica muy filosa a la clase dirigente pos revolucionaria, además de una denuncia a los vicios de la sociedad, que la Revolución se había propuesto erradicar: autoritarismo, patrimonialismo, influyentísimo, corrupción, desigualdad social, injusticia y hambre (una fatídica herencia que continúa de generación en degeneración). Como dijo más tarde Fuentes, la literatura “es un estorbo para el orden establecido, pero es una esperanza en los mundos por establecer”.

Artemio Cruz es todo un personaje, pues es la encarnación de toda una cultura y un pueblo: “…legarás este país; legarás tu periódico, los codazos y la adulación, la conciencia adormecida por los discursos falsos de hombres mediocres; legarás las hipotecas, legarás una clase descastada, un poder sin grandeza, una estulticia consagrada, una ambición enana, un compromiso bufón, una retórica podrida, una cobardía institucional, un egoísmo ramplón; les legarás sus líderes ladrones, sus sindicatos sometidos, sus inversiones americanas, sus obreros encarcelados, sus acaparadores y su gran prensa, sus braceros, sus granaderos y agentes secretos, sus depósitos en el extranjero, sus agiotistas engominados, sus diputados serviles […] tengan su México: tengan su herencia […] ellos serán mañana porque sólo viven hoy […] no morirás sin regresar…” (Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, México, Punto de Lectura, 2008:299-300).






 
UNA PELÍCULA PARA REFLEXIONAR

ISABEL BANDRÉS

El gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial ha sido escenario de numerosas y excelentes películas, como olvidar El pianista, y es allí donde trascurre la última película de Rodrigo Cortés, El amor en su lugar. ¿Y cuál es el lugar del amor? En este caso, el gueto de Varsovia, pero realmente es cualquier lugar donde estemos y nos encontremos con los otros. Cortés nos narra, con una técnica y diseño notables, la vida y la labor de unos artistas judíos en el teatro Femina. El doloroso encierro de los judíos, cada noche durante dos horas, se les hacía más llevadero mientras veían a unos actores reírse, bailar, cantar, enamorarse… Y así sucedió en la vida real durante las semanas que se representó la obra del polaco Jerzy Durandot. Era un balón de oxígeno en medio de tanta desolación y amargura en una época de desesperanza. La obra nos habla del amor de dos chicos y una chica, protagonistas de la pieza teatral, y el plan de fuga de uno de ellos para escapar de los alemanes.

El director no ofrece una narración impecable, pero algunas veces desfallece. Nos da la sensación que hay algunas repeticiones innecesarias. La labor de los actores es destacable y sobre todo la Clara Rugaad que da vida a Stefcia, un personaje duro, frágil y tan tenaz como encantador que nos lleva de la mano durante toda la narración.

Pero, sobre todo, está película destaca porque nos hace reflexionar sobre el valor de creatividad en el ser humano, incluso en las peores condiciones de vida. Primo Levi, enseñaba en Auschwitz italiano a un amigo a cambio de recibir lecciones de francés y recitaba, para quien quisiera escucharle, los versos de Dante. Irene Némirovsky, la gran escritora judía fallecida en Auschwitz junto a su esposo, escribió su gran obra Suite francesa en condiciones excepcionales, durante la entrada de los alemanes a Francia. Obligada a llevar la estrella amarilla ya sabía, dado su renombre, que le quedaba poco tiempo de libertad y de vida. Evgenia Ginzburg, otra escritora, creará una forma de resistencia interior hasta el final de su encierro: “Mi instinto me decía que aunque mis piernas flaquearan, mi espalada se rompiera… en tanto que la brisa, las estrellas y la poesía continuaran emocionándome, yo seguiría sobreviviendo”. En la película El pianista, basada en hechos reales, vemos como en miedo, el hambre y la más absoluta miseria son superadas por el protagonista tocando el piano sin teclado y rememorando la música en su cabeza. Todorov nos cuenta en su libro Frente al límite como algunas prisioneras concertaban pequeñas reuniones para hablar de literatura, de música y de arte. “Para un prisionero, señala, el espíritu constituye una isla, pequeña pero segura, en el centro mismo de un mar de miseria y desolación”

En esta película la creatividad se muestra como el vehículo para crear un contacto con los demás. No sólo sirve para que los actores puedan salir de sus terribles vidas, sino para que los otros prisioneros puedan sentirse humanos. El acto creativo está ligado aquí más al nosotros que al yo.

La narración de Cortés es una soberbia reflexión sobre el valor de la creatividad y del amor en el ser humano. Las dos cosas más importantes en el ser humano.

ISABEL BANDRÉS

https://www.youtube.com/watch?v=n9PMlHlG0bw



SUSI TRILLO



THE CHORDETTES


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SILVIA PÉREZ CRUZ y UXÍA

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