viernes, 29 de diciembre de 2023

 

VALORES
MARÍA LUISA MAILLARD

El otro día, releyendo un artículo de Denis de Rougemont, escrito en 1963 en Revista de Occidente, se me vino a la cabeza la conocida frase del inicio de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Es esta una frase simbólica que nos remite a muchas y variadas situaciones de nuestra vida cotidiana: el desconcierto, por ejemplo, ante la ruptura brusca de una relación que creíamos estable. Nosotros vamos a ir con Vargas Llosa más allá, a la pérdida de valores democráticos que creíamos asentados en nuestra vida ciudadana y más allá de ello, a la progresiva pérdida de los valores que han sustentado la cultura occidental y que son los que han permitido la creación, entre otras cosas, de gobiernos democráticos y del estado del bienestar. Valores como la libertad, la dignidad y la igualdad de pueblos y razas, basados en la noción de que el ser humano es libre y responsable y, por tanto, capaz de desarrollar un juicio estimativo sobre lo que está bien y lo que está mal, llegar a un acuerdo sobre la verdad y la decencia.

Frente al derrotismo de autores como Valery, Spengler, Toynbee, Sorel o Sartre, que determinaron el fin de la cultura occidental, Rougemont defiende que son sus valores los que avalan su sobrevivencia y que debemos dejar de entonar un tardío “me culpa” por los errores cometidos y tomarnos en serio su defensa: “No veo una cultura independiente de la nuestra, fundamentalmente diferente de la nuestra, que parezca más capaz que nosotros para ejercer una función unificadora”, escribe.

Vamos a retroceder a 1963 porque como dice María Zambrano: “El que no sabe lo que le pasa, hace memoria para salvar la interrupción de su cuento, pues no es enteramente desgraciado el que puede contarse a sí mismo su propia historia”. En esa fecha, reflexionando sobre la evolución de la idea de Europa desde 1923 a 1963, Denis de Rougemont, en su artículo “Decadencia, caída, renacimiento”, se muestra fiel defensor de la unidad de una Europa, regida por valores comunes y universales. Apuesta con firmeza por la creación de organismos supranacionales, como forma eficaz de superar los nacionalismos —la tierra y la raza por encima del individuo—, que considera, en gran medida, la causa de las dos guerras mundiales y aboga por abandonar el “mea culpa” sobre los errores de nuestra civilización occidental.

En la época del colonialismo hubo crimen y codicia; pero también la humanidad de una caridad heroica: Se construyeron iglesias, ciudades, universidades, industrias, hospitales, plantaciones, periódicos y parlamentos. No existe ninguna otra civilización que, en su afán expansionista, haya contribuido a crear civilización; pero casi todas, destrucción y muerte. Europa había dado al mundo su primera civilización universal —después de Roma—, y ahora, su retirada política estaba coincidiendo con la adopción de nuestra civilización por gran parte de lo que, en los años 60, se denominaba Tercer Mundo. Sin embargo, el autor detectaba una situación inquietante: “el mundo aceptaba nuestras máquinas y algunos slogans; pero no el trasfondo político y moral que los había creado”. Como consecuencia, no extrae lo mejor de la civilización occidental y nos desprecian, al mismo tiempo que nos envidian. Había comenzado la pérdida de valores en el seno del mundo occidental.

¿Qué le ha sucedido a Europa desde entonces? En el transcurso de estos 60 años, hemos asistido a la proliferación de organismos supranacionales; pero no a la defensa de los valores espirituales que se encuentran en la base de nuestra civilización; sino más bien a todo lo contrario. La política de bloques establecida después de la Segunda Guerra Mundial, que sustituyó el colonialismo por el control de zonas de influencia, contribuyó a acelerar el proceso de conversión de los valores y las ideas, en ideologías contrapuestas. Europa, inserta en el bloque occidental encabezado por Estados Unidos, abogó por un materialismo basado en el desarrollo económico — Estado del bienestar en Europa—; pero relegando los valores universales que lo habían creado —por ejemplo, en el año 2004 Europa se negó a introducir la raíz cristiana de su cultura en la Constitución Europea—.

Se derrumbó el muro de Berlín y entonces comenzó a imponerse en la sociedad occidental la Posmodernidad, que se llevaba gestando en el pensamiento de autores como Foucault, Derrida y Deleuze y que en los años 90 comienza a alcanzar a la política y a la mentalidad colectiva, a través de las consignas de lo “políticamente correcto” y de la “posverdad”, exportadas desde las universidades americanas. Consignas que comenzaron a rentabilizar los epígonos del marxismo, sustituyendo en parte sus grandes reivindicaciones iniciales por luchas minimalistas, ligadas a la identidad sexual, racial, nacional, de género y de especie.

El objetivo del pensamiento posmoderno es la demolición del espíritu de la modernidad, al considerarlo una interpretación hegemónica y eurocéntrica de la historia. Hay que desenmascarar las ideas de verdad, razón y objetividad de los hechos. El hombre es una invención con fecha de caducidad, postula Foucault. El concepto unitario de hombre con alcance universal cede a la diversidad de entidades culturales y la idea de verdad se rechaza porque habita en su seno el dogmatismo.

Ya no hay sólo un tibio “mea culpa” por nuestro pasado colonial y patriarcal; sino una lucha frontal contra el universalismo humanista de nuestra cultura, denominado con nombres tan alambicados como antropocentrismo, carnofalogocentrismo, cisheteropatriarcado y un largo etc. La finalidad de los decretos de la muerte del hombre y de la verdad supone el fin de los valores universales que ha defendido Occidente. Entre las minorías aplastadas por el universalismo antropocéntrico, se colaron los nacionalismos, haciendo olvidar la “mancha” que sobre ellos derramó el nacionalismo de Hitler y Mussolini —ahora de Putin—, es decir, se pasaron de bando: de reaccionarios y fascistas se convirtieron en progresistas.

Y así hemos llegado a la posdemocracia, la reducción de una forma de gobierno basada en principios morales a un formalismo, despojado de los valores universales que lo crearon, vaciado de su auténtico sentido, así como de cualquier orientación ética. Los hombres que nos gobiernan ya no deben ser “rectos” ni ejemplares. La rentabilidad se impone sobre toda valoración ética y sobre la verdad de los hechos; y la rentabilidad del político es la conquista y el mantenimiento del poder. Un gobernante puede mentir, engañar, descuidar sus obligaciones, derrochar dinero en políticas fallidas —la lucha contra la pandemia o la violencia de género, por ejemplo—, ocultar la corrupción, manipular la historia y establecer la desigualdad entre regiones y ciudadanos. Puede incluso derribar el muro formal que aún mantienen las democracias: la división de poderes. Si con dichas triquiñuelas logra el poder, es unánimemente aplaudido por sus seguidores.

Pero algunos países que han sufrido realmente lo que es la abolición de la idea de hombre y, por tanto, del respeto al ser humano concreto, resisten. En esta reflexión sobre el destino de Europa, no podemos dejar de dar la enhorabuena a Ucrania por su ingreso en la Unión Europea, que esperamos sea un elemento positivo en su heroica y desproporcionada lucha contra la invasión rusa, debida al expansionismo nacionalista de Putin.

MARÍA LUISA MAILLARD

 

LAS PINTORAS SURREALISTAS NO LLAMAN A LA PUERTA, SINO QUE ENTRAN POR LAS VENTANAS… DEL ARTE.

AMPARO SERRANO DE HARO

1. El movimiento surrealista fue la primera vanguardia que reconoció abiertamente a la mujer facultades de imaginación, de intuición, pasión por los juegos tanto amatorios como estéticos, en los que destaca su sentido innato del color y de las formas, de creatividad sin límites… aunque todo eso no la convertía en una artista, sino más bien en una musa, una inspiración para “el artista surrealista”.

2. Estas supuestas cualidades de la mujer, se daban por distintos factores (en general negativos), su instrucción siempre más deficiente e incompleta que la del hombre, la falta de disciplina que se requería de ella y su supuesta escasa racionalidad por estar en condiciones de tener que aceptar ser tratada siempre como una menor de edad por la sociedad…

3. Al igual que crearon una literatura surrealista y una pintura surrealista, crearon un ideal de “mujer surrealista”: una mujer siempre joven, femme-enfant perpetua, maga en contacto con “lo otro”: lo oculto, lo matérico, lo no-reglado, las leyendas, lo infantil, lo intuitivo, lo lunar y lo amoroso, todo aquello que refleja una humanidad primitiva en un momento en que la visión de un progreso inexorable amenazaba con reducir al ser humano a una máquina.

4. Como consecuencia, las mujeres del grupo Surrealista se quitaban años, renegaron (en un número muy numeroso) a la maternidad, cuyas fatigas físicas las convertiría en matronas y que, además, exigiría de ellas la responsabilidad de los hijos, con lo que no podrían concentrar totalmente su atención en su papel de compañera “amante” dedicada a atender en todo momento a su compañero jerárquicamente superior, el artista surrealista.

5. Sin embargo, y gracias al afán experimentador del Surrealismo, las mujeres encontraron disfraces con los que exhibirse y fascinar como ellos querían, pero también pudieron, dentro de esa mascarada, dar cabida a expresar disimuladamente la rabia que les producía su papel inferior, arriesgarse a ejercer una libertad sexual hasta entonces restringida y desarrollar sus verdaderas cualidades artísticas.

6. Los hombres surrealistas crearon la trampa, pero ellas, astutamente, usaron las alas (prestadas) para volar por sí mismas y demostrar que eran tan artistas como ellos…

AMPARO SERRANO DE HARO




IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
33. LUGARES PARA LEER. AL AIRE LIBRE, 
EN PLAYAS Y MONTES
INÉS ALBERDI

 LAS PLAYAS

Son numerosas las imágenes de mujeres leyendo en la playa, como si fuera un lugar habitual de lectura. Son playas del norte, donde no parece hacer mucho sol, las mujeres están vestidas y la actividad de leer no sorprende entre otras posibilidades tranquilas que ofrece el lugar, como la pintura.

Hellen Galloway McNicoll, Canadá (1879-1915)
A la sombra del toldo, 1914
Museo de Bellas Artes de Montreal, Canadá

Gagnon retrata su lectora también en una playa canadiense, con poca gente entre sus toldos, a comienzos del siglo XX, cuando todavía no se había puesto de moda tomar el sol y las actividades playeras eran todavía minoritarias.

Clarence Alphonse Gagnon, Canadá (1881-1942)
La playa de Dinard, 1909
Museo de Bellas Artes de Montreal, Canadá

En otras costas, las de Inglaterra y Francia, se ven los grupos playeros con vestidos y sombreros elegantes, similares a los que podrían usarse en reuniones de sociedad. Y una de sus posibles actividades de las mujeres en la playa es la lectura

Alenxander Mark Rossi, Gran Bretaña (1853-1908)
En las orillas del Bognor Regis, 1887
Colección particular

Paul Michel Dupuy, Francia (1864-1949)
Marea baja, playa de Villeria, s/f
Colección particular

En España, es Sorolla el que pinta escenas de playa, de Biarritz o de Zarauz, a principios del siglo XX, en las que a menudo aparece una mujer leyendo.

Joaquín Sorolla, España (1863-1923)
En la arena de la playa de Zarauz, 1910
Casa Museo Joaquín Sorolla, Madrid

AISLADAS Y SOLAS ANTE LA NATURALEZA

También hemos encontrado retratos de mujeres leyendo, aisladas en medio de la naturaleza, con el mar como fondo. El británico Brown retrata a su lectora en la pica de un monte, con lo que le da un cierto contenido romántico y dramático.

John George Brown, Gran Bretaña (1831-1913)
Leyendo en las rocas, Grand Manan, c.1877
Museo de Bellas Artes de Boston

Es una situación muy similar a la que, muchos años después, refleja el pintor español Alfonso Infantes Delgado.

Alfonso Infantes Delgado, España (1953)
(Sin más datos)

La imagen de una lectora, solitaria, al borde de un acantilado sobre el mar, se repite también entre otros artistas.

Willian Orpen, Irlanda (1878-1931)
Gracia leyendo en Houth By, s/f
Colección particular

Frederick Childe Hassam, Estados Unidos (1859-1935)
La luz del sol en verano, 1892
Museo de Israel, Jerusalén 

Augustus John, Gran Bretaña (1878-1961)
La piscina azul, 1911
Aberdeen Art Gallery, Escocia

Esta imagen de una lectora, solitaria, con el mar al fondo, parece que fue un tema de preferencia para Palmaroli, un artista español de origen italiano, que realizó una carrera de gran éxito social en el siglo XIX y del que podemos ver obras en nuestros museos madrileños.
Vicente Palmaroli y González, España (1834-1896)
La carta, 1885
Colección particular


Vicente Palmaroli y González, España (1834-1896)
Días de verano, 1885
Museo Carmen Thyssen Málaga



DISENTIR PARA NO CAER
ISABEL BANDRÉS
 

Estamos divididos en dos mitades irreconciliables. La derecha asegura que los socialistas son los culpables por pactar con los nacionalistas y los populismos de izquierdas. Mientras los socialistas culpan al PP por pactar con la extrema derecha. El odio al otro se nos sirve todos los días en todos los medios de información y en cada intervención pública de los políticos de cualquier signo. Existe una manipulación organizada desde la política para generar un Estado de ciudadanos dóciles y sin pensamiento propio. En realidad, tanto los unos como otros, se encuentran cómodos en sus respectivas posturas y ahondan, de manera artificial, con mensajes virulentos y emocionales, las trincheras ideológicas. ¿Y nosotros? Les seguimos el juego formando banderías que cada vez se parecen más a las sectas fanáticas.

Disentir es algo propio solo del ser humano, pero disentir no es llevar la contraria. Disentimos porque pensamos y reflexionamos y llevamos la contraria cuando embestimos contra los que no son los nuestros y, principalmente por eso, porque no lo son. Discrepar es poner bajo la lupa de la reflexión los asuntos cívicos. Llevar la contraria es, simplemente, hablar con las tripas sin que nada pase por el pensamiento: “Dime algo, lo que sea, que me opongo”. Se ignoran los hechos y se retuercen las palabras y los conceptos para evitar la reflexión porque puede ser dolorosa, pues nos lleva, la mayoría de las veces, a cuestionar lo que pensábamos o dábamos por bueno y verdadero. Disentir es un acto de humildad, es aceptar que estábamos equivocados, sabiendo que quizá cuando discrepamos también nos equivocamos. Es admitir que somos falibles y que la duda es mejor que las certezas absolutas. La duda proviene del pensamiento y la certeza tiene su raíz en el dogma, en la fe ciega. La duda nos remueve por dentro y es como la vida, nunca permanece quieta, es la renovación constante. El dogma es la seguridad plena, lo absolutamente cierto, lo inamovible. Es decir, la muerte.

No es fácil cuestionar, se pierde el apoyo del grupo. A todo tipo de grupos les gusta la unidad, el pensamiento único y condenan al ostracismo a aquellos que divergen o critican. Le pasó a Camus, cuando se dio de baja del partido comunista tras ver en lo que lo había convertido Stalin. Hannah Arendt se vio abandonada por amigos y seguidores cuando elaboró su “banalidad del mal” y manifestó su postura frente al sionismo. Al gran poeta ruso Mandelstam, fervoroso defensor de la revolución rusa, le costó la vida enfrentarse a Stalin.

Oponerse siempre ha tenido consecuencias incomodas, incluso en las democracias. Pero, resulta, que la alternancia es la raíz de la democracia. Y para que se dé esa alternancia no se pueden elevar muros o cavar barrancos infranqueables entre las diferentes posturas políticas. Si se socava la posibilidad de la alternancia se devalúa la democracia. Disentir en las dictaduras de derechas o de izquierdas es un deporte de alto riesgo, en el que se pueden perder la libertad y la vida. En democracia el debatir ideas y conceptos tendría que ser lo normal. ¿Lo es?

Aquí y ahora, estamos en la ruptura, en la polarización absoluta. ¿Por qué? Por el deseo de los políticos de alcanzar o mantenerse en el poder. Cualquier otra explicación —y dan muchas—, nos suena a falsa o a cuentos para niños crédulos. Se han formado trincheras ideológicas para aislar al otro y romper cualquier posibilidad de diálogo. En nuestro país el dialogo solo se mantiene con los propios y no con los contrarios. Hay entre los ciudadanos un pacto de silencio. Ya no se habla de política con los familiares o amigos que intuimos o sabemos que no son de los nuestros. Nos negamos a que cualquier otro pensamiento o idea puedan alterar nuestras certezas absolutas. Nuestra sociedad se ha convertido en un desierto para el pensamiento y el diálogo y donde se retroalimentan los encontronazos y el exabrupto.

A los humanos nos gustan las utopías, soñar con mundos perfectos en los que se cumplan todas nuestras expectativas y, por lo tanto, siempre estamos insatisfechos. Pedir a la política que haga realidad todos nuestros anhelos y compense todas nuestras carencias es caminar al borde del precipicio del despotismo. El demócrata debe saber que no hay sistema ideológico que pueda ofrecernos el mundo ideal al que aspiramos. La realidad del mundo es demasiado compleja y nosotros somos, al fin al cabo, seres que funcionamos en gran medida empujados por nuestras pulsiones y contradicciones difíciles de acotar. Es bueno tenerlo en cuenta para no caer, tras ser decepcionados, en posiciones populistas o en la autocracia. En la búsqueda de lo absolutamente bueno y perfecto podemos terminar como Venezuela o como Hungría.

En España padecemos la enfermedad de la bilis negra que nos predispone catalogar al otro como enemigo político a batir. La venimos padeciendo hace siglos y en eso seguimos. Ahora, solo hay fachas de extrema derecha y populistas de extrema izquierda. Los políticos y sus redes de información se han encargado de borrar matices y de mantener fuera del discurso político la ponderación, la verdad y el equilibrio, repartiendo leña y fomentando el odio entre nosotros.

¿Alguna esperanza? Yo creo que sí. Ante nosotros aparece un gran desierto que han creado el enfrentamiento estéril de las dos grandes corrientes ideológicas y la mediocridad intelectual y humana de nuestros políticos. Pero los ciudadanos debemos de saber que existen en nosotros capacidades para revertir esa situación: el pensamiento y la acción. Mientras seamos capaces de dialogar con nosotros mismos poniendo en tela de juicio lo que se nos dice y lo que se hace, mientras podamos especular sobre nuestras propias certezas adquiridas o inducidas y mientras no nos dejemos alienar por la política de trinchera seremos capaces de crear apoyos a la democracia y posturas racionales que nos eviten la caída en posturas maximalistas. La democracia no solo es cosa de los políticos es, sobre todo, asunto de los ciudadanos. Cuidar y perseverar nuestras instituciones democráticas es un reto para todos nosotros. Apuntémoslo en la lista de propósitos para el nuevo año.

ISABEL BANDRÉS

 


EL LIRIO Y EL CLAVEL
ROSARIO HERRERA GUIDO
 

“Bendita sea la fecha que une a todo el mundo

en una conspiración de amor”.

Hamilton Wright Mabie 

Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura en 1990, poeta, escritor y crítico pensador, también se interesó por el gran tema de occidente: la Redención. En su ensayo “El lirio y el clavel”, recuerda que entre sus libros de infancia se encontraba una antología de poesía popular española, donde leyó una inolvidable copla que con el paso del tiempo es uno de los villancicos navideños más cantados. Cuatro versos que sumergieron a Octavio Paz en profundas meditaciones: “En un portal de Belén / Nació un clavel encarnado / que por redimir al mundo / se volvió lirio morado”.

Cuatro versos que resumen el cristianismo, la historia de la salvación y sus misterios. Los dos más grandes misterios: el nacimiento y la muerte. En particular el misterio del nacimiento y la muerte de Jesús de Nazaret, destinado a liberar a la humanidad.

El villancico, como todo poema, canta lo que siempre está sucediendo. El clavel es el niño Jesús, encarnado en una flor popular, cual encarnación del espíritu en la carne de los hombres y las mujeres. El lirio es una flor espiritual. El morado es un color entre el rojo y carmín, mezclado con el azul celeste, mezcla de la sangre y el cielo, la encarnación de su nacimiento y la transfiguración de su muerte, que transforma el clavel en lirio. Un misterio —dice Octavio Paz— que es un secreto a voces, pues todos los mortales participamos, lo sepamos o no, en la redención del mundo.

Octavio Paz leyó muchos poemas sobre la Navidad. Tanto la poesía popular como la culta le pareció espléndida en cánticos al nacimiento de Jesús. Octavio Paz ojeó las letrillas y los villancicos de Luis de Góngora, Lope de Vega y Sor Juana Inés de la Cruz, pero ninguno le pareció de tanta sencillez, belleza y profundidad como el lirio y el clavel. Un cántico que Paz resume con una frase de William Blake: “Una gota de agua en la que cabe un mundo”.

ROSARIO HERRERA GUIDO


¿IMPOSICIÓN O DESEO?
LIDIA ANDINO
 

"Querida dieta:
las cosas entre nosotras no van bien,
eres tú una aburrida
y no me queda otra que serte infiel"
Mafalda

Con frecuencia cuando se acercan las celebraciones navideñas y de fin de año llegan a nuestras consultas pacientes con todo tipo de quejas, síntomas corporales, tristeza, etc. Parecería que cuanta más felicidad nos “imponen” los típicos mensajes, más angustia hecha síntoma se acumula.

Vayan estas primeras líneas para echar luz sobre esta situación, que invita a hacerse la pregunta que inicia este breve artículo. Estos festejos y su invocación al amor, a la paz, se traducen como imperativos de dicha a los que estamos obligados a satisfacer el consumo, las salidas vacacionales y a pasar por alto las guerras; una tendencia a huir de la realidad para refugiarse en un mundo lleno de fantasías y atractivas promesas.

La festividad de Fin de año carga —de manera implícita o explícita—, con un balance que no siempre da buenos resultados; sobre todo cuando en la cena hay rivalidad entre algunos comensales que, copas mediante, termina dando un cóctel explosivo. A este escenario se le agrega un grado de estrés por la difícil situación económica que estamos viviendo.

No es de extrañar entonces que los síntomas que atestigua la experiencia clínica en torno a la “dichosa” celebración, son las provocaciones que anidan en nuestros fantasmas particulares.

De allí que quizás no esté de más advertirnos del azaroso desfiladero que recorremos en estos días tan especiales: la inmensa carga emocional se manifiesta en el brindis, en el que, además de las copas, chocan palabras hostiles recalentadas, contra la “obligación” de ser felices.

Aún así, debemos reconocer que toda invitación a una fiesta (como diría Mafalda) debe ser atendida.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista



Retrato imaginario de Teresa de Cartagena

TERESA DE CARTAGENA (s. XV)
MARÍA LUISA MAILLARD

Contamos con pocos datos biográficos de Teresa de Cartagena, desconocemos, por ejemplo, la fecha de su fallecimiento; así como la de la elaboración de sus libros e incluso, con exactitud, la de su nacimiento. No ha sido habitual en nuestro pasado que se recogiesen por escrito la vida de las mujeres insignes. Sin embargo, han llegado hasta nosotros dos libros La arboleda de los enfermos y Admiración de la obra de Dios, en los que no sólo hay algunos datos autobiográficos, sino que la convierten en la primera escritora en lengua castellana. El hecho de que un copista recogiese en 1481, —Códice depositado hoy en la Biblioteca de El Monasterio de El Escorial— sus dos libros, da medida de la influencia y el prestigio que tuvieron en su época. No sólo la calidad de su prosa; sino sus conocimientos teológicos y su capacidad argumentativa hicieron dudar a los estudiosos de la autoría de su primera obra. No podía ser que una mujer, monja y sorda, hubiese podido realizar tal hazaña.

Ese ataque dio pie a Teresa de Cartagena para elaborar su segundo libro y se convirtió así, por su defensa razonada de la capacidad intelectual de las mujeres, en la primera en iniciar en nuestro suelo “la querella de las mujeres”, que comenzó Christine de Pizán en 1504 con La ciudad de las damas. Sus libros, basados en experiencias personales, relatan un camino espiritual que la convierten en una predecesora del camino místico desarrollado por Teresa de Jesús.

La ciudad de las damas, Crhistine de Pizan
© Biblioteca Nacional de Francia

Nace Teresa de Cartagena en Burgos, hacia 1425, en un momento histórico convulso y de transición, tanto en el terreno político como en el espiritual. La herencia del siglo XIV — guerras, peste, conflictos sociales y monárquicos, Cisma de Occidente, que da lugar a la existencia de dos Papas —Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón— se extiende a la primera mitad del siglo XV. Esta situación potencia la herencia de una espiritualidad íntima, existente en Europa desde el siglo XII, en la que las mujeres participaron activamente como lo prueba la figura de Hildegarda de Bingen y la comunidad piadosa de las beguinas, mujeres que reivindicaban su independencia espiritual de la autoridad del varón.

Esta espiritualidad, que continúa en el movimiento de la devotio moderna, a finales del siglo XIV, y que se basa en la vuelta a los orígenes del cristianismo y en la imitación de la humanidad de Cristo, alcanza al reino de Castilla. Desde el siglo XIII, el reino castellano-leonés se estaba configurando como el primero de los reinos peninsulares tanto a nivel territorial como demográfico: unos 4,5 millones de habitantes, frente a los 850.000 de la Corona de Aragón y los 120.000 de Navarra. Alfonso X creó las bases del derecho castellano y fomentó la cultura como responsabilidad de la corona (Escuela de traductores de Toledo). Su labor fue continuada por Alfonso XI y Enrique II que reforzó el Estado y gobernó con las Cortes. Tiempo convulso; pero abierto a la intelectualidad y la espiritualidad europea.

Sabemos que Teresa de Cartagena nació en el seno de una distinguida familia de conversos, que valoraba la educación, incluida la de las mujeres. Su abuelo paterno, Salomó, rabino principal de la ciudad de Burgos, tomó el nombre de don Pablo García de Santamaría y Cartagena, tras su conversión en 1390. Sus padres, Pedro de Cartagena y María de Saravia, no descuidaron la educación de su hija. Sabemos por sus escritos que estudió en la Universidad de Salamanca y también que, a edad temprana, profesó en un convento franciscano que abandonó al cabo de unos años para trasladarse a un convento cisterciense, más estricto en la pobreza, la soledad y la espiritualidad íntima.

Configuración de Europa en el s.XV

Sin duda Teresa de Cartagena leyó, aparte de la Biblia y la literatura patrística, la obra de su tío Alonso de Cartagena filósofo y teólogo, amén de la de Ramón Llul, filósofo místico, ejemplo de la coexistencia de las tres culturas peninsulares en la época, cristiana, islámica y judía. En el siglo XVI se extenderá esta forma de espiritualidad que conlleva la experiencia íntima con el amor divino y dará como fruto nuestra gran literatura mística, Teresa de Jesús, Fray Luis de Granada, quien traduce en1536 La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, Fray Luis de León y la obra cumbre de la mística en San Juan de la Cruz.,

El desarrollo espiritual de Teresa de Cartagena se produce a raíz de su aislamiento del mundo, debido a la pérdida de audición. Encontró en la paciencia para sobrellevar su sordera un camino hacia la salud espiritual. El acrecentamiento del silencio del mundo la va acercando al silencio de Dios. El acto de escribir sus experiencias se convierte para ella en un medio de auto consolación y de comunicación. Así surge su primer libro La arboleda de los enfermos, en el que realiza una lectura autobiográfica de las Sagradas Escrituras, conjugando su experiencia personal con fuentes patrísticas.

La excelencia del libro, sus conocimientos y capacidad argumentativa asombran y conducen a los expertos a dudar de su autoría. Es entonces cuando decide escribir Admiración de la obra de Dios, libro en el que refuta a los eruditos que dudan que una mujer alcance el desarrollo intelectual necesario para indicar con tanta precisión un camino de salvación. Utiliza Teresa de Cartagena un argumento que ya ha sido esgrimido por Christine de Pizán. La grandeza y omnipotencia de Dios es la que hace posible que tanto mujeres como hombres desarrollen su inteligencia. Argumento que ya en el siglo XVII español derivará en el alma común que comparten hombres y mujeres en autores como María de Zayas, Calderón de la Barca o el mismo Cervantes. Teresa de Cartagena sigue arguyendo que las mujeres, al poseer menor fuerza física que los hombres, se encuentran más capacitadas que ellos para la introspección que requiere el trabajo intelectual. Añade finalmente el recurso retórico del exemplum, para enumerar una serie de figuras femeninas bíblicas que destacaron por su fuerza, inteligencia y virtudes. Recurso que ya utilizó Christine de Pizán y seguirán utilizando todas las autoras de la querella de las mujeres para reivindicar la capacidad y los derechos de las mujeres.

Teresa de Cartagena se convierte, a través del estudio y la experiencia intima, en un ejemplo de vida: del necesario acatamiento ante las cosas que no podemos cambiar; pero de resistencia y lucha ante las cosas que sí podemos y debemos cambiar como las injusticias creadas por los hombres.

MARÍA LUISA MAILLARD




www.eilaeditores.es




Sandra, Samuel (los dos escritores) y su hijo Daniel de 11 años viven en un chalet en medio de los Alpes franceses. Su vida parece desarrollarse de manera normal, repartiendo el tiempo entre su trabajo creativo y atendiendo las necesidades de su hijo, que es ciego, a causa de un accidente. Pero un día, Samuel aparece muerto en el exterior de la casa. ¿Suicidio o asesinato?

Se abre una investigación y Sandra es acusada y juzgada. La narración toma la forma de un juicio por asesinato, pero es solo el envoltorio que utiliza la directora Justine Triet para reflexionar sobre el matrimonio. Durante el juicio se van quitando las capas de una convivencia no tan idílica como podría pensarse.

El éxito de la narración se debe, en gran parte, a la actuación de una excelente Sandra Hüller que da vida a una mujer independiente y creativa, que vive en un lugar que detesta y con un marido al que ya no quiere.

La película tiene una primera hora un tanto discursiva y difícil de ver. Pero una vez superada, nos encontramos con una gran narración que nos va introduciendo por los vericuetos de una relación matrimonial algo más que complicada. Entre Sandra y Samuel se ha terminado la pasión y han empezado las dificultades. Su relación se ve envenenada por los celos, la envidia, la culpa, el miedo a la perdida, la frustración… Mediante flashbacks vamos conociendo la convivencia que tenía la pareja: los celos profesionales de Samuel que no puede soportar el talento de su esposa, la culpa presente constantemente por el accidente que sufrió su hijo y, sobre todo, el rencor que se tienen y que se hace cada vez más palpable entre ellos. Samuel no puede soportar el triunfo editorial de su esposa, ni su bisexualidad, ni su independencia. Sandra está harta de los reproches de su marido, de su debilidad de carácter, de su dejadez, de su mediocridad. Ambos echan la culpa de sus frustraciones al otro, pero ninguno es capaz de separarse del otro. Existe un deseo oculto de mantener ese odio en el que conviven. Sandra le dice en una ocasión a Samuel: “Una pareja es una especie de caos”. Los dos esperan algo que el otro que no puede darle; bien porque no lo tiene o bien porque no puede trasmitirse. Sandra le reclama seguridad económica, le afea su debilidad, su abandono. Samuel le acusa de robarle las ideas y envidia su talento literario. Hay un tercer personaje, su hijo Daniel que sufre la situación familiar encerrado en su falta de visión. “Tengo que entender”, le dice en un momento dado a su madre. La necesidad de comprender el interior de sus padres, de no quedarse en lo aparente.

Una magnifica película para reflexionar sobre las dificultades de las relaciones de pareja. No se la pierdan.

ISABEL BANDRÉS

 



Todos juntos ahora, escultura de Andy Edwards que conmemora "La tregua
 de Navidad". St Luke's Church, Liverpool, Inglaterra

"MAÑANA NO DISPAREN, 
NOSOTROS NO DISPARAREMOS"

SUSI TRILLO

“Mañana no disparen, nosotros no dispararemos”. Esto fue lo que un soldado alemán gritó a los soldados ingleses en el silencio de la gélida noche del día 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, en una trinchera de los Campos de Flandes (Bélgica). Más tarde, este hecho pasó a la historia como “La tregua de Navidad”.

"En Nochebuena, los alemanes empezaron a celebrar la Navidad. Los británicos vieron luces (de velas) y pequeños árboles encima de las trincheras de los alemanes y pensaron que, quizás, les estaban preparando una trampa", en palabras del historiador Alan Wakefield. Pero lejos de esto, las luces y los árboles habían sido colocados, sencillamente, para celebrar esa fecha. Los británicos escucharon cantar a los alemanes Stille Nacht, e hicieron lo propio con Silent Night (Noche de paz). "Todo en tono amistoso y aunque no se podían ver entre sí, fueron construyendo una atmósfera fraterna en las horas previas a la Navidad", sigue diciendo Wakefield.

Los primeros en abandonar sus trincheras fueron los soldados alemanes que, poco a poco, iban acercándose a las enemigas, para asombro de algunas unidades británicas que también comenzaron a saltar de las suyas para encontrarse con los alemanes. Ya eran cientos los soldados de ambos bandos que caminaban los unos hacia los otros, sin más armas que sus manos, para estrecharlas y confraternizar. Los británicos intercambiaron carne enlatada, chocolate, pasteles y whisky con los alemanes que, a su vez, les ofrecieron cigarrillos, galletas, salchichas y brandy. Está documentado que también intercambiaron botones de sus uniformes.

Al parecer, el idioma no fue un obstáculo: "De hecho, varios soldados alemanes hablaban inglés muy bien porque antes de la guerra habían vivido en Reino Unido […] Hay testimonios en los que soldados británicos decían que algunos alemanes les contaban que habían sido barberos, camareros, trabajadores de hoteles, en Londres. Uno incluso dijo que esperaba volver pronto", sigue diciendo Wakefield.

Sin ánimo de competir con nuestra estupenda —e irreemplazable—, crítica de cine, Isabel Bandrés, les dejo una escena de la película Joyeux Noël (Feliz Navidad-2005), del director francés Christian Carion, en la que se narra este episodio en el que unos hombres decidieron olvidar sus diferencias. Ojalá en los despachos de algunos políticos hiciesen lo mismo.

SUSI TRILLO