sábado, 27 de enero de 2024

 


¡NOS VAMOS A SEVILLA CON DELHY TEJERO!

El próximo martes, día 30, a las 19.00H, se presentará nuestra biografía Nº 43, VIDA DE DELHY TEJERO, de África Cabanillas Casafranca, en el excelentísimo Ateneo de Sevilla.




¡NOS VAMOS A SAN LORENZO DE EL ESCORIAL!

Nuestra colaboradora, María Luisa Maillard, intervendrá el próximo 13 de marzo en el ciclo de conferencias “Los autores del Siglo de Oro y la mujer”, que organiza el Ateneo Escurialense de San Lorenzo de El Escorial, con el fin de dar a conocer la visión de la mujer en la historia española, a través de su Literatura. Su disertación versará sobre “Los personajes femeninos de don Pedro Calderón de la Barca”.



NADA EN DEMASÍA
MARÍA LUISA MAILLARD

Cuando una frase atesora una verdad para la vida, es capaz de atravesar los siglos, siendo recogida por autores de diversas épocas, que la hacen suya. Tal parece ser el caso de la frase “Nada en demasía”.

La frase se atribuye a Solón (s. VII-VI a. C.), considerado uno de los 7 sabios de Grecia, y se recoge en un lema délfico, inscrito junto al templo de Apolo en la ladera del Parnaso. Entre los autores que se apropian de tal sentencia, podemos citar a Juan de Mariana en el siglo XVI, refiriéndose a las leyes: “Si las leyes son muchas en demasía, como no todas se pueden guardar ni aún saber, a todas se les pierde el respeto”. Gracián en el s. XVII, la aplica a la escritura: “No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Es descrédito lo mucho”. Jaime Balmes en el siglo XIX, a las buenas intenciones, lo que podríamos entender hoy como “buenismo”: “Hasta los sentimientos buenos, si se exaltan en demasía, son capaces de conducirnos a errores deplorables”. Finalmente, Gloria Fuertes, ya inserta en el subjetivismo contemporáneo la dirige hacia el amor individual: “En demasía, lo bueno se hace malo/la píldora veneno/ y vicio la caricia”. 

Es sólo una muestra que indica la versatilidad de la frase. También su universalidad. La “verdad para la vida” que encierra la frase es que no se puede desconocer la realidad. Y la realidad del hombre es que debe aceptar su limitación. Ya los epicúreos, defensores de los placeres sensuales, sabían que había que evitar el exceso, “la demasía”, porque producía dolor en vez de placer.

Bueno, pues de espaldas a esta sentencia, desde finales del siglo XIX, nosotros, los occidentales, hemos asumido el concepto de “demasía” como el norte de nuestras vidas, siguiendo la senda sagrada del progreso y la novedad. Ello es así en la misma estructura de la sociedad, encadenada en su economía al crecimiento continuo y acelerado, siempre a rebufo de la aceleración de las innovaciones tecnológicas.

No se libra la política actual de su adscripción a la “demasía”, que se extiende a la elaboración continua de nuevas leyes, la mayoría de las cuales afectan directamente a la vida de los ciudadanos y a su intimidad. Pero es que, si hay leyes en demasía, hay demasía de ministerios, de ministros, de asesores y de burocracia. Se impone la palabrería y las “ocurrencias” y todo ello revierte en gasto, mucho gasto en demasía. La democracia se resiente.

No nos libramos en nuestras vidas individuales: demasía en el consumo —no en vano se ha definido nuestra sociedad como “la sociedad del consumo”—, demasía en el entretenimiento, en la exposición del cuerpo y de la vida íntima, en el deporte; siempre celebrando que se haya batido un nuevo récord, una nueva marca. Siempre un poco más allá.

En cuanto a las ideas, la demasía se traduce en la frase popular de “rizar el rizo”. Viejos conceptos se retuercen para llevarlos más allá. El viejo concepto de igualdad se torna en un igualitarismo, abocado a la desigualdad en el lícito desarrollo de la vida individual. La crítica y la rebeldía constructivas se contagian de “demasía” y derivan en una demolición que arrastra consigo la misma idea de verdad y de responsabilidad individual.

Esta frase, “rizar el rizo”, es decir, retorcer viejas ideas para llevarlas siempre más allá, nos ha traído de la mano la otra característica de nuestro tiempo, porque unida a esta aceleración hacia no sabemos dónde, nos asola la fatigosa sensación de la repetición: en el arte, en las ideas que rigen las opciones políticas, en el antagonismo y la falta de respeto al contrario: anticlericalismo, nacionalismos excluyentes, lucha contra el patriarcado… ¿No nos suenan de algo? Es que regresan de nuevo, ahora remozándose de “demasía”. Regresan con más virulencia que en la situación social en la que fueron legítimamente elaboradas, bien diferente a la nuestra. Avanzamos, pero seguimos enredados en lo mismo. Esta situación hace pertinente la pregunta de Fernando Vallespín, que ha inspirado esta reflexión: ¿Puede convivir una sociedad que se define como “de innovación” o de “conocimiento” con una situación de estancamiento cultural y político?

El dominio del hombre sobre la naturaleza que dio inicio a la civilización es la biblia de nuestras sociedades. Sin embargo, como bien señala Paul Ricoeur, conforme aumenta el poder del hombre, aumenta también su fragilidad: fragilidad de la tierra que lo sustenta; fragilidad de la vida misma por los avances de la ingeniería genética; fragilidad del conocimiento, mediante la diseminación de la información vía digital, que aumenta la fragilidad de las democracias.

Hoy en día deberíamos mirar más allá de nuestros teléfonos móviles y atender a nuestra situación real en el mundo. Deberíamos atender a la confluencia de un contexto internacional de debilitamiento de las democracias y ascenso de gobiernos totalitarios, a la par que la aparición de nuevas tecnologías, capaces de crear un Leviatán tecnológico.

Estamos hablando de la computación cuántica, que puede desmontar el encriptado de los datos, y de la inteligencia artificial; tecnologías en las que China se está poniendo a la cabeza, y que son susceptibles de ser empleadas, tanto para monitorizar a la población, como para la guerra.

¿No deberíamos dedicar todo nuestro esfuerzo en reforzar nuestras democracias y los valores que las han hecho posibles, en vez de minarlas desde dentro? Y entre los valores que nos legó la antigua Grecia se encuentra la frase: “Nada en demasía”.

MARÍA LUISA MAILLARD

 


IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
34. LUGARES PARA LEER. EN UNA BIBLIOTECA
INÉS ALBERDI

Un lugar que no tiene por qué asombrarnos para encontrar mujeres que estén leyendo son las bibliotecas.

Las bibliotecas son, por excelencia, el universo de la lectura. Y como tal han sido las instituciones aliadas con la lectura, la cultura y el saber. Como dice Doris Lessing, ellas son las aliadas de la libertad de las mujeres. Lessing, que vivió de joven en el apartheid sudafricano, escribió “Con una biblioteca eres libre”. Teniendo una biblioteca no hay clima político que te coarte ya que es la más democrática de las instituciones, porque nadie puede saber lo que lees y lo que tú piensas.

Elizabeth Shippen Green, Estados Unidos (1871-1954)
La biblioteca, 1905
Colección particular

Doris Lessing aplica su perspectiva feminista sobre la lectura y dice como, a lo largo de la historia, las mujeres han usado las bibliotecas como forma de escape a los intentos de controlarlas.

Las imágenes de mujeres leyendo en una biblioteca son muy diversas. A veces se trata de bibliotecas convencionales mientras que otras imágenes parecen querer representar “un universo de libros”.

A partir del invento de la imprenta se acrecienta la posibilidad de poseer libros y todo individuo culto empieza a tener su propia biblioteca.

Las imágenes de mujeres leyendo en una biblioteca se multiplican a lo largo del XIX.

Jean Batiste Charpentier, Alemania (1779-1835)
Mujer en una biblioteca, s/f
Colección particular

En algunas de estas imágenes de mujeres en una biblioteca, ellas parecen estar buscando algo en común, como si estuvieran investigando.

Eduard Gelhay, Francia (1856-1939)
Mujer elegante en la biblioteca, s/f
Colección particular

También encontramos retratos de mujeres leyendo, a solas, delante de su biblioteca, se supone que en sus casas; como es este retrato que hace Duncan Grant de su hija Angelica leyendo.

Duncan Grant, Gran Bretaña (1885-1978)
Interior con la hija del artista (Angelica Bell), c 1935-36
Colección particular

Este es también el caso del retrato que hace Larsson de su esposa, en la biblioteca de su casa, leyendo y ordenando papeles.

Carl Larsson, Suecia (1853-1919)
Bolla leyendo, 1913
Colección particular

Algunas de las mujeres leyendo parecen tener un cierto desorden con libros por todas partes. Unas veces a solas y otras en compañía.

James Christensen, Estados Unidos (1942-2017)
Un lugar propio, s/f
Colección particular


Harald Metzkes, Austria (1965)
Mujeres cultas, 2001
Colección particular

Ya antes de que Cervantes hablara de Don Quijote, el humanista Sebastián Brandt puso en la cubierta de uno de sus libros la imagen de un “loco de los libros” simbolizando la locura que puede provocarle a un erudito que pasa sus días entre libros.

Podemos pensar que también existen las mujeres “locas por los libros” que están siempre entre ellos. Esto parece reflejar el autorretrato de Priscilla Warren Roberts, en el que la autora se ve a sí misma sumergida entre libros.

Priscilla Warren Roberts, Estados Unidos (1916-2001)
Autorretrato con libros, s/f
Colección particular

También hay mujeres que pueden ser vistas así por sus familiares, como Camue Franko que retrata a su madre leyendo y rodeada de sus libros. Suponemos que el rasgo que más identificaba a la madre de este artista era la afición por la lectura.

Franko Camue, Alemania (1972)
Retrato de mi madre a la edad de 74 años, s/f
(Su madre, Gerda Türke, fue una importante galerista y artista)
Colección particular

Y, por último, también encontramos retratos de jóvenes leyendo, hombres y mujeres en bibliotecas públicas, como los que realiza Deineka en la Unión Soviética.

Alexander Deineka, Rusia (1899-1969)
En el estudio, 1961
Colección particular

Pensando en la pasión por los libros, encontramos también imágenes que son “libros por todas partes” más que retratos de lectoras. Así son, curiosísimas, las obras del italiano Saliola que parece tener una obsesión con las bibliotecas que más parecen lugares misteriosos que lugares de lectura. Son numerosas sus obras de este tipo, pero nosotros solo traeremos una muestra en la que dos mujeres jóvenes se ven sumergidas en ese universo de papel escrito.

Antonio Saliola, Italia (1939)
(Sin datos de título, fecha y propiedad)

INÉS ALBERDI


CHATARRA
ISABEL BANDRÉS

Los alumnos españoles, según los últimos datos facilitados por la CODE, siguen bajando en compresión lectora y en matemáticas. No parece que al Gobierno y a las diferentes fuerzas políticas le importe, ya que no se ha tomado ninguna medida para revertir estos resultados. Lo ha hecho Francia, pero aquí se les ha criticado porque sus medidas parece que fomentan —o es posible que fomenten—, la desigualdad. Así que ante la mínima duda: todos ignorantes. Tenemos unas leyes de educación que son pura chatarra y vamos a más porque cada ley de educación que se aprueba es peor que la anterior. El poder quiere una población ignorante y con grandes tragaderas, a la que les resulte sencillo dominar.

Siempre ha sido así. Las mujeres durante siglos no tuvieron acceso a la educación. Solamente algunas privilegiadas de la clase alta o algunas monjas, pudieron acceder al conocimiento intelectual, incluso destacar en alguna materia. Lo mismo sucedía con las clases trabajadoras; había que mantener la mano de obra barata y a la población sometida. Ahora, se me dirá, tenemos educación pública gratuita y obligatoria. Pero, ¿es suficientemente buena? No, no lo es. Y diría más, apoya el culto que hoy se da a la ignorancia. Isaac Asimov aseguraba hace unos años que el culto a la ignorancia se alimentaba “por la falsa noción de que la democracia significaba que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”. Si a esta mala educación, añadimos la chatarrería que nos ofrecen habitualmente los medios de comunicación, adictos todos ellos a una u otra ideología, y los vacuos programas de entretenimiento que vomitan durante veinticuatro horas las múltiples plataformas digitales, tendremos como resultado al ciudadano aborregado que todo político desea: ignorantes ideologizados dispuestos a seguir las directrices de unos o de otros, que más da.

Pero la ignorancia se extiende como una masa de aceite que todo lo empapa. El nivel intelectual de nuestra clase política está bajo mínimos, así que no es de extrañar que pongan todo su empeño en que el ciudadano no reciba una educación de calidad porque igual nos dábamos cuenta de sus deficiencias. Ahora, incapaces de afrontar la realidad se montan “relatos”. Y los relatos son cuentos, artimañas, embustes, enredos para confundirnos, pero no es la realidad. Uno de los más sonados es que Junts, el partido que tiene sus raíces en el movimiento “Nosaltres sols” surgido en la República, es progresista. Y, como es tan progresista, se le ha concedido —entre muchas otras cosas—, la publicación de las balanzas fiscales y el traspaso de las competencias sobre inmigración: la defensa de “su” dinero, “España nos roba”, y de “su raza”. No sabemos cómo se plasmarán estas concesiones, pero desprenden un tufo a xenofobia y odio, nauseabundos.

Y, sin embargo, a pesar de lo evidente, terminamos acostumbrándonos a ese tipo de relatos. Decía Horance Mann, gran defensor de la educación universal, que si un idiota nos repitiese cada día una la misma historia durante un año terminaríamos por creerle. Contra esa servidumbre de la creencia ciega, solo existe una educación, no sectaria, que fomente el pensamiento libre. Todo lo demás es chatarra, palabrería vacía, venga de Ferraz o de Génova.

ISABEL BANDRÉS

 

LOUISE GLÜCK, ENSAYOS COMPLETOS
FELIPE VEGA

“Así que es verdad después de todo, no solo
una regla de arte:
cambia de forma y cambiarás tu naturaleza.
Y es esto lo que nos hace el tiempo”. 

La Premio Nobel de Literatura 2020 escribe sus poemas a caballo entre el post romanticismo del inglés Tennyson y el aroma a café recién hecho de los cuentos de Raymond Carver, nacido en Oregón. Glück es norteamericana hasta los huesos, de la Costa Este, de Nueva York; pero podría venir de Boston o de Massachussets como otra poeta, Emily Dickinson. Igual que los grandes, además de hacer versos recurre a la prosa para hablar. De ahí nacen estos ensayos, por ejemplo. En ellos se percibe la solidez de sus poemas y un brillo creativo poco habitual. Las poetas y los poetas arrasan con la palabra, no importa de lo que escriban.

El volumen cuenta con dos partes diferenciadas: “Demostraciones y teorías.” y “La originalidad americana”. En realidad, son dos volúmenes publicados entre 1994 y 2017.

“La experiencia fundamental del escritor es la importancia. Con esto no quiero decir que la escritura y la vida sean cosas diferentes, sino corregir la fantasía de que el trabajo creativo es un trabajo de la voluntad, de que el escritor es alguien que tiene la buena suerte de ser capaz de hacer lo que se antoje: pretende dejar su huella impresa, decididamente, en la hoja de papel. Pero la escritura no es una decantación de la personalidad”.

Así es el comienzo del primer texto que aparece en el libro, titulado: “La educación del poeta”. Y su forma de razonar no cede. La lucidez de Louise Glück respecto al proceso de escritura es una de sus señas más personales: “Son muchos los años que en una vida se malgastan esperando que acuda la gran idea”, continúa. Sus palabras tienen el tono de quien conoce su trabajo, y no el de una impostada sensibilidad de creador agobiado por musas esquivas. Eso sí que es cuento.

Más adelante, arremete contra lo que ella llama “las sensaciones de logro”. Y con razón. Esas sensaciones no son más que una manera de alimentar los egos y de perder el tiempo. La escritora se niega, seguramente porque lo ha experimentado en algún momento de su vida. Se nota que ha ejercido la educación en la universidad, en el Williams College, concretamente.

Otro ensayo, “Sobre el realismo”, nos habla de ese inagotable y espinoso tema con franqueza: “Es muy posible que yo nunca haya tenido una noción precisa de lo que llamamos realismo, ya que yo, como lectora, no distingo entre realismo y fantasía…”. Su definición del realismo es certera, muy de agradecer en ese proceloso océano en el que, a todos, nos cuesta ponernos de acuerdo; en la mayoría de las ocasiones por mala fe, o peor, porque supone una forma estúpida de entender nuestra singularidad y muestra el insufrible combate de nuestro ego con el de los demás. Agotador…

En ese artículo (escueto, por cierto), la autora ofrece una reflexión sobre el marco que delimita lo real y se abre a otros estadios: “…una vez que el final [de la narración] se sumerge en el tiempo… […] nos hemos desplazado del realismo a la filosofía… […]. O a distintos géneros: Lo fantástico termina de modo distinto, dado que nunca comenzó…”. La poeta fija detalles creativos determinantes en el proceso literario. Es un libro lleno de sabiduría. Sabiduría que nace de la experiencia: no hay por qué dejar de pensar mientras se trabaja.

No es solo un libro para los que escriben. También es una guía para los que leen; como las Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke, o su continuación española escrita por Joan Margarit, otro poeta memorable. Los y las poetas siempre han tenido un papel decisivo en el uso del lenguaje, de su exactitud. Louise Glück vigila temas que, mientras sigamos recurriendo al habla para comunicarnos, no deberíamos de olvidar. Más que recomendable.

FELIPE VEGA

 

 LA EYACULACIÓN PRECOZ
LIDIA ANDINO

Frecuentemente leemos o escuchamos en los medios de difusión que la eyaculación precoz es uno de los trastornos más comunes entre los varones, tanto que se calcula que entre un 20 y un 40 % de ellos la padecen o la han padecido en forma circunstancial, periódica o persistente.

Pero, ¿qué se entiende por eyaculación precoz?

Si se dice que algo es precoz, se está afirmando que ocurre antes de lo que, en términos generales, es considerado adecuado o eficaz, de tal modo que -en una primera aproximación- la precocidad en la eyaculación está referida al tiempo. Se hace necesario entonces establecer los límites del tiempo y circunstancias dentro de las cuales puede ser denominada como precoz y el momento en que acontece puede estar más o menos alejado de dichos límites. A veces, ocurre apenas el hombre y su pareja inician los juegos sexuales, otras en el momento de la penetración y, en ocasiones, con el sólo contacto, o inmediatamente después.

Este síntoma aparece ligado a características psíquicas que se agrupan en dos vertientes: hombres con claros deseos de asumir el papel pasivo, inertes, sin energía y, por otro lado, hombres vivaces que parecen vivir en un perpetuo estado de prisa. Para estos últimos, el acto amoroso no consigue ser un momento de disfrute, sino que, por el contrario, se lo quieren “sacar de encima” tan rápidamente como sea posible. Sus “apuros” no los abandonan en el trance sexual y el acto llega a su término, precipitadamente, con los consiguientes autorreproches y sentimientos de culpabilidad que los llevan a evitar —con la misma fuerza que lo desean—, un próximo encuentro.

Son hombres con una marcada dificultad para dar, están más en posición de recibir amor que de amar o admirar. Cuando le dan un producto de su cuerpo a una mujer se lo están dando solo en apariencia; tienen erotizada la fantasía hasta tal punto que cuando comienzan el contacto hace ya tiempo que están haciendo el amor, es decir, eyaculan a tiempo para su fantasía, pero precozmente para su realidad.

Tanto es psíquico lo que le pasa al eyacular precoz en la cama que, podríamos decir, padece las mismas características sintomáticas en otros ámbitos de la vida cotidiana.

El análisis del trastorno muestra una expresión de hostilidad y un desprecio hacia la mujer, en el sentido de que primero la excitan y luego la decepcionan. Leemos la preeminencia de la agresividad en este síntoma puesta de manifiesto en que se lo ha asimilado a la potencia masculina, a la virilidad. De hecho, el hombre solía jactarse entre otros hombres de que él respondía en su sexualidad a la frase “aquí te pillo, aquí te mato” convencido de que así quedaba demostrada su inequívoca hombría.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista


AURELIA NAVARRO (1881-1968)
MARÍA LUISA MAILLARD

El otro día, paseando por el Museo del Prado, me topé, en La Galería de Retratos del siglo XIX, principios del XX, con dos excelentes autorretratos de mujeres pintoras, que yo desconocía: María Röesset y Aurelia Navarro.

María Röesset, en un retrato de cuerpo entero, se presenta en una figura estilizada vestida de negro, sin adornos con los que enmarcar un rostro serio, de mirada desafiante, coronado por unos rizos alborotados. Se diría la imagen de una mujer moderna que reta al mundo. Aurelia Navarro, por el contrario, nos ofrece un rostro de perfil, volcado hacia adentro y concentrado en el lienzo que está elaborando.

El autorretrato de María Röesset es de 1912; el de Aurelia Navarro de 1906. Nos encontramos en la encrucijada del siglo XIX y principios del XX, que alumbrará “los felices años 20”, donde comenzarán a aparecer en España mujeres pintoras transgresoras, que liberan su cuerpo de corsés, acortan sus faldas y sus largas cabelleras, y comienzan a reivindicar sus derechos, su creatividad y la libertad de sus relaciones sexuales y afectivas, como Maruja Mallo, Remedios Varo o Delhy Tejero.

Éxtasis, 1916. Aurelia Navarro
Colección de la familia de la artista

Todavía, las mujeres, nacidas en los años 80 del siglo XIX, arrastraban un estereotipo que se hacía visible en la representación ideológica y moralista de la mujer, reflejo del ideal burgués. No sólo se reflejaba en los cuadros de los pintores varones; sino en las limitaciones de las mujeres pintoras a la hora de ejercer su arte.

Hubo en el siglo XIX, en parte auspiciado por el mecenazgo de Isabel II, muchas mujeres pintoras y también mucha pintura sobre las mujeres. La tradición retratista de la mujer, en autores como Madrazo y Zuloaga, respondía al estereotipo de la mujer clásica y pasiva, objeto de admiración y deseo del hombre: las manolas de Zuloaga, imagen anacrónica de la mujer castiza, y las mujeres maniquíes de Madrazo: modelos estáticos, adorno del “atelier” del artista. Respecto a las mujeres pintoras, que tuvieron un gran desarrollo en el siglo XIX —en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887 hubo sesenta expositoras— su arte estaba limitado a los bodegones, los adornos florales, las miniaturas y la labor de copistas, en donde algunas alcanzaron notable éxito como Rosario Weis o Asunción Crespo.

Aurelia Navarro rompe el estereotipo. Sigue el camino de Lluisa Vidal, quien, en 1899, en su “Autorretrato”, dibuja por primera vez una mujer, ejerciendo su profesión de pintora —los retratos de mujeres nunca mostraban la profesión que ejercían—. En 1906 Aurelia Navarro presenta en la Exposición Nacional de Bellas Artes, el autorretrato titulado de forma retadora Una artista, que ahora está expuesto en el Museo del Prado, y que hemos mencionado al inicio. Tenía 24 años. No mira de reojo al público como en el caso de Lluisa Vidal. En una actitud seria y reconcentrada, contempla la obra que está saliendo de sus manos.

Una artista, 1906. Aurelia Navarro
Museo del Prado

Pero Aurelia Navarro va a ir más allá. Va atreverse con la exposición del desnudo femenino, algo insólito en una mujer, ya que en las Escuelas de Pintura como la de San Fernando, las mujeres tenían prohibido asistir a las sesiones de modelos desnudos; pero, ¿qué pintor se resiste al tratamiento pictórico de la carne que con tanta profusión han ensayado los hombres? No tenía acceso a una modelo; pero sí a su propio cuerpo.

Aurelia Navarro nace un 22 de abril de 1882 en el municipio de Paulianas, Granada. Su padre, José Navarro González era médico y su madre, Resurrección Moreno, pertenecía a una familia adinerada. No objetaron ningún impedimento a que su hija desarrollara su vocación de pintora, para la que pronto mostró excelentes cualidades, ya que era una especie de “moda” entre las mujeres nobles y de buena posición. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Granada con José Larrocha, con quien se formó como dibujante y paisajista. Posteriormente, en el taller de Tomás Muñoz Lucena, se introdujo en el tratamiento del color y de la luz.

Gracias a una beca de la Diputación de Granada, en 1904 se traslada a Madrid y, con 22 años, participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes con un cuadro, Sueño tranquilo, que obtuvo una mención honorífica por un jurado presidido por Joaquín Sorolla.

Sueño tranquilo, 1904. Aurelia Navarro

Repite en 1906, ahora con cuatro lienzos: Una artista, La merienda, Una bacante y Retrato de la señorita A.M. Por este último cuadro recibe la tercera medalla y obtiene un éxito rotundo de la crítica. En todos estos cuadros refleja a la mujer en su intimidad, ajena al entorno: soñadora, pensativa o sensual, y lo realiza con una técnica de pinceladas rápidas y empastadas, con logrados efectos lumínicos.

En 1908 vuelve a presentarse a la Exposición Nacional, ahora con un cuadro rompedor que marcará su destino posterior: Desnudo femenino, inspirado en La Venus del Espejo de Velázquez. Vuelve a conseguir una tercera medalla y el aplauso de los expertos; pero también comienzan las críticas y el acoso a su persona. Después de haber sido socia fundadora de la Asociación Española de Pintores y Escultores, en 1910, es requerida por su padre para que vuelva a Granada.

Desnudo de mujer, 1908. Aurelia Navarro
Diputación Provincial de Granada

Allí continúa pintando; pero su alejamiento de Madrid y de los certámenes que le habían procurado confianza en sus aptitudes, augurándole una carrera profesional, va minando su ánimo. Ejecuta algunos encargos como Apoteosis de la Eucaristía en 1912 para el Santuario del Perpetuo Socorro de Granada y La oración. En 1916, aparece su último conato de rebeldía con un nuevo desnudo Éxtasis, en el que introduce una sensualidad íntima, de gran intensidad, que ha llegado hasta nosotros con el cuerpo desnudo mutilado. La sociedad granadina va cerrándose en torno a su figura y ella huye de la sociedad hacia otro tipo de espiritualidad; pero no huirá de las mujeres.

Seis años después, en 1923, ingresa en el Convento de las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, de Granada. Una congregación dedicada a apoyar a las mujeres, en situación de riesgo por prostitución, pobreza o malos tratos.

Sólo se conoce una obra pictórica posterior: el retrato de la fundadora de la Congregación Santa María Micaela. Fallece en Córdoba en 1968, lugar al que se había trasladado desde Alcalá de Henares, al inicio de la Guerra Civil, para estar próxima a su familia. Evitó así el destino trágico de sus hermanas, la mayoría violadas o asesinadas en el convento de Alcalá.

Autorretrato, 1910. Aurelia Navarro
Colección de la familia de la artista

En el año 2020, su cuadro Desnudo femenino formó parte de la exposición: “Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y Artes Plásticas en España (1833-1931)”, organizada por el Museo del Prado y comisionada por Carlos García Navarro.

MARÍA LUISA MAILLARD




El director finlandés, Aki Kaurismäki, nos narra la historia de dos perdedores: Ansa y Holappa. Ella se gana la vida con trabajos temporales, mal pagados, con los que apenas puede subsistir. Se ve obligada a contar cada moneda que gasta, cuando no tiene que optar entre encender la calefacción o comer, la mayoría de las veces, productos caducados. Su vida transcurre entre el trabajo y la soledad de su humilde casa, escuchando la radio. Muy de tarde en tarde, va con su única amiga a un karaoke. Holappa es un obrero alcohólico, deprimido y silencioso que comparte alojamiento con otros trabajadores de la empresa. Animado por un compañero acude al karaoke donde conoce a Ansa. Hasta aquí, la narración de dos vidas marginales en el triste, frío y oscuro invierno de Helsinki. Pero cuando se encuentran, algo cambia en ellos; surge un deseo de acercamiento al otro y un hilillo de esperanza aparece en sus desoladas vidas. Una cena memorable en casa de Ansa parece que encarrilará su existencia, pero las cosas no funcionan como hubiesen querido. Ansa se queda con su cama estrecha y con un solo plato como toda vajilla. Y Holappa vuelve a su trabajo, pero ya sin tener el alcohol como compañía. Se reencuentran, se ponen al día y el destino les vuelve a separar. Pero ahora sí que ha prendido en ambos un anhelo de compartir con el otro la vida y pondrán toda su voluntad para lograrlo.

La narración de Kaurismäki es casi muda, los gestos son mínimos y el decorado cutre-minimalista. Da la sensación que el director no nos cuenta nada cuando nos habla de tantas cosas: infancias desgraciadas que son relatadas en dos frases cortas, explotación laboral, alcoholismo, redención, búsqueda de la felicidad, soledad, amor, compasión, amistad, deseo… Y todo eso transcurre ante nuestros ojos sin que apenas nos enteremos, tal es la austeridad de su lenguaje. Fallen Leaves no es una película arrebatadora emocionalmente, nos va empapando muy lentamente. Estamos tan mal acostumbrados a las grandes tragedias, a los grandes gestos y a personajes excesivos que tenemos el gusto estragado. El cine de Kaurismäki no es un cine reivindicativo como el de mi admirado Loach, ni es un contador de grandes romances como el excelente Joe Wright. El director finlandés hace aquí un cine humanista inspirado en Chaplin y Keaton.

En todo su cine opta por la mesura, pero Fallen Leaves es la más ascética y la más sobria de sus obras. En ella destila cada imagen, cada emoción y cada palabra para quedarse con una gota esencial que nos ofrece. Kaurismäki inviste a sus personajes de humanidad y, por lo tanto, les dota de capacidad de amar y de buscar la felicidad en el otro.

Toda la película transcurre durante el sombrío invierno de Helsinki simbolizando, con la muerte de la naturaleza, la falta de nervio vital cuando la vida transcurre al margen de los demás. En el último fotograma, aparece la primavera; el eros y las ganas de vivir se hacen presentes. En las vidas de los protagonistas solo ha cambiado una cosa: ha aparecido el amor y el deseo de la felicidad. La pulsión vital, al fin, gobierna sus vidas.

Fallen Leaves supone un oasis para los que estamos un poco hartos de tanto gesto vacuo, de tanto subrayado, de tanto deseo de epatar, de tanta palabrería y de tanto narcisismo estomagante en las narraciones cinematográficas. Yo se la recomendaría, pero no sé si me atrevo. ¿Demasiado austera, demasiado silenciosa?

ISABEL BANDRÉS

https://www.youtube.com/watch?v=FiG1LeQTVhg

La película trascurre en Barton, un exclusivo internado situado en un lugar de Massachusetts, muy cerca de Boston, durante una Navidad situada en la década de los setenta. Todos los alumnos y profesores abandonan la institución para pasar las vacaciones con sus familias o amigos, excepto tres de ellos se quedan en el centro por sus circunstancias personales: el profesor Hunham, el alumno adolescente Angus Tully y la cocinera Mary Lamb.

El profesor de Historia Hunham es un tipo amargado y solitario que, por alguna razón, se cree superior ética e intelectualmente a todos los demás. Se vanagloria de ser un seguidor de las Memorias de Marco Aurelio, por lo tanto, se considera y se define a sí mismo como un estoico. Además, padece una anomalía hormonal que hace que huela siempre a pescado. El alumno Angus Tully es un adolescente inteligente, impertinente y díscolo. Hijo de un matrimonio divorciado, no parece encajar en la nueva vida que ha comenzado su madre. Y la jefa de cocina del centro, Mary Lamb, está en duelo por la pérdida de su único hijo en la guerra del Vietnam. Cada uno de ellos, tan diferentes entre sí, tendrán la ocasión, durante unos días, de hacerse cargo de los problemas de los otros. Y, sobre todo, hacerse cargo de sí mismos y de sus propias pérdidas. La película se hace entretenida, tiene una narración adecuada y los actores cumplen muy bien con su cometido. Hay que destacar la actuación de Paul Giamatti en su papel de profesor cascarrabias que está, como siempre, excelente.

La narración es complaciente y despide un tufillo simpaticón para gustar al mayor número de espectadores posible. Eso la lastra. En la última escena, es cuando ese tufillo condescendiente se hace omnipresente, donde se fuerza y se precipita la situación para que todo salga muy al estilo hollywoodiense. Tengo la sensación de que Payne, el director de películas tan esplendidas como Entre copas, Nebraska y Los descendientes, ha hecho algunas concesiones y ha forzado algunas soluciones en Los que se quedan.

Tiene episodios notables y muy bien resueltos, como cuando profesor y alumno se encuentran en Boston con un compañero de estudios de Hunham que ha triunfado, en su vida profesional y personal. Es entonces, cuando se nos revela, de una manera magistral, su profundo sentimiento de inferioridad y de envidia a todo aquel que tiene lo que él no ha sido capaz de obtener: miente sobre sí mismo y empequeñece los éxitos de su compañero. Descubrimos qué es lo que esconde tras su papel de docente exigente y su máscara de narcisista moral. Otra escena emocionante es la de la visita de Angus a su padre biológico, en la que se hace patente el dolor y el gran vacío de ese adolescente dejado a la deriva. Y por fin, la culpa y el resentimiento de la cocinera, Mary, que no pudo, por falta de dinero, matricular a su hijo en la universidad lo que le hubiese salvado de ir al Vietnam y que cuida de unos muchachos ricos que cuentan con la ventaja que les da su origen.

Son tres vidas solitarias, tres personas que sufren y que en esas fiestas navideñas se acompañan e intentan ayudarse. Una historia de epifanía, de renovación, que solo logra Mary desplazando su cariño hacia otro. Mientras que Hunham y Agnus hacen una huida hacia adelante sin que nada sustancial haya cambiado en ellos. Aunque un final feliz tramposo nos quiera vender otra cosa.

Los que se quedan es una película que se deja ver y tiene momentos narrativos de muy buen cine. Si no se es muy tiquismiquis, se sale contento. Si se es, a medias. Pero da materia para pensar y reflexionar, lo que siempre es bueno y extraño en estos tiempos que corren.

ISABEL BANDRÉS

https://www.youtube.com/watch?v=FiG1LeQTVhg

SERÁ EL


COMENTAREMOS EL ÚLTIMO NÚMERO DE
 REVISTA DE OCCIDENTE.




SARAH VAUGHAN

Con un alto sentido de la improvisación y gran inventiva armónica, Sarah Lois Vaughan (Nueva Jersey 1924-Los Ángeles 1990), apodada Sassy y La divina, enriqueció el jazz con su gran talento vocal.

Su padre era un carpintero que tocaba la guitarra en sus ratos libres y su madre, lavandera, cantaba en el coro de una iglesia baptista. Esta influencia musical fue la que hizo posible que Sarah debutase como cantante en esa misma iglesia y aprendiese órgano y piano desde los siete años.

Se dice que dos hombres influyeron en desarrollar su carrera: Albert Max, que la escuchó cantar y tocar el piano en un Club de la calle 52 y la contrató para Musicraft Records y el trompetista que trabajaba con Sarah en Café Society, George Treadwell, con el que terminó casándose. Él dejó la trompeta en su funda y se convirtió en su mánager. ¿Les suena? Seis años después, en 1952, se divorciaron —y no voy a hacer el chiste fácil de la trompeta en su funda—, pero me malicio que no debió George influir tanto en la larga carrera de Sarah, en tan solo seis años... 

Conoció a instrumentistas de la talla de Dizzy Gillespie y Charlie Parker, impulsores del “Bepop”, una variedad del jazz que se caracterizaba por un ritmo más rápido, mucha improvisación y solos instrumentales. Sarah Vaughan fue de las primeras en incorporar el fraseo del Bepop a su forma de cantar.

Colaboró con los más grandes: Count Basie, Oscar Peterson, Hugo Peretti, Jimmy Jones, Lester Young, Miles Davis… Y obtuvo un Grammy en 1982, como mejor intérprete vocal femenina de Jazz, por su disco Gershwin livel, que grabó con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. No por casualidad, interpretó como nadie los temas que Ira y George Gershwin compusieron.

Puso el broche de oro al VI Festival de Jazz de Madrid en 1985 y el Real se llenó hasta la bandera de un público deseoso de escuchar a la que, junto a Ella Fitzgerald, Billie Holliday y Dinah Washington, es considerada la más influyente voz femenina del Jazz, por su versatilidad, su tesitura, su control del vibrato y su grave tonalidad.

SUSI TRILLO

WON'T YOU PLEASE COME HOME
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