INOCENTARSE
MARÍA LUISA
MAILLARD
Cuando
reflexionamos sobre el perfil actual del hombre occidental, nuestra mirada se
dirige a las modificaciones que en él se están produciendo, a tenor del avance
imparable de un orden digital que, entre otras cosas, desmaterializa el mundo,
como ya tratamos en la anterior entrega. La hiperinformación sustituye a los
hechos, la propaganda a la argumentación y nos alejamos del otro como mirada en
una sobredimensión de nuestro ego, banalizado en el “me gusta”.
Aceptamos
este orden digital, en parte impuesto, porque es “el progreso”, “la novedad”,
“lo de ahora”. Este “plus” que introduce el progreso, no se compadece, sin
embargo, con el hecho de que también aceptamos sin cuestionar una herencia
ideológica que ya cuenta con más de un siglo. Es la paradoja del actual mundo
occidental. Valoramos lo nuevo, a la vez que arrastramos con gusto la carga de
un pasado que inauguró el nihilismo del mundo contemporáneo, ya a finales del
siglo XVIII. Una carga que transmutó, según Albert Camus, la frase de
Descartes: “Pienso, luego, existo”, en “Me rebelo, luego existimos”.
Este
autor en 1951, en su libro El hombre
rebelde, analiza la evolución del hombre occidental, a resultas del
nihilismo, y encuentra en la rebeldía una de sus características principales:
“Es nuestra realidad histórica”. Esta realidad, según el autor, posee una
dimensión metafísica: “es la reivindicación motivada de una unidad feliz,
contra el sufrimiento de vivir y morir”; pero también atesora otra
característica: la convicción exculpatoria de que “la culpa siempre se sitúa
fuera”.
Un
año antes, en 1950 Lionell Tilling, analizando los personajes de la novela
contemporánea escribió un libro titulado El
yo antagónico, del que son estas palabras: “El yo moderno nació en una
prisión y asumió su naturaleza y su destino en el momento en que percibió,
nombró y denunció a su opresor”. El opresor, con el tiempo, fue diseminando su
rostro: el estado capitalista, la familia patriarcal, la moral burguesa, la
cárcel, la escuela, la misoginia, los comedores de carne, los que alteran el
curso de “la madre naturaleza”… Siempre hay un responsable que no es uno mismo.
Sólo hay que señalar al “enemigo”. Se abre el camino a la
negación de la responsabilidad individual, a “inocentarse”.
La
deriva de la actual política que dirige nuestro destino, ancla sus raíces en la
aceptación, por parte de un sector de la ciudadanía occidental, de este
“inocentarse”. Se abre así la puerta a uno de los principios del nihilismo:
“todo está permitido”. En el caso que nos ocupa, en aras de la profecía de una
sociedad más justa e igualitaria, que difumine la injusticia de nuestra
mortalidad. La profecía del porvenir avala el mantenimiento de un poder que no
tiene que rendir cuentas ni a los principios morales ni a las consecuencias de
sus actos. Camino que recorrieron con paso firme los diversos totalitarismos
del siglo XX y, hoy en día, emulan algunos de los actuales líderes políticos.
La responsabilidad de los propios actos sin el norte de unos principios morales — no se roba, no se miente, no se mata— y sin el horizonte del respeto a la vida humana individual y a su libertad, queda empañada y empiedra el camino para “inocentarse”. Hace pocas semanas un político justificaba un supuesto comportamiento delictivo por culpa de su educación bajo el “neoliberalismo”. Sin llegar a ese recurso paródico hoy estamos asistiendo al espectáculo de un Estado sobredimensionado, que posee una gran capacidad recaudatoria y que ha fallado a sus ciudadanos en uno de los mayores desastres naturales de nuestra historia.
¿Asume
el Estado la responsabilidad de haber dejado a su suerte a una población
devastada, sin casa, sin agua, sin comida y con cadáveres en las calles y en
las casas? Estamos contemplando a dos administraciones responsables del
abandono de los primeros cinco días del desastre, que se sacuden de encima el
polvo de la responsabilidad, desplazándolo al contrario. Es la polarización
extrema del “inocentarse”: señalar un responsable de los propios actos que
nunca es uno mismo.
Ha
habido, sin duda, errores en la información de la inminencia de la Dana y hay
que pedir perdón por ello y, por supuesto, responsabilidades; pero de lo que no
cabe duda es que, desde el minuto uno en que se tuvo conocimiento de las
dimensiones de la tragedia, debía de haber sido movilizado el ejército, una de
nuestras instituciones más preparadas en los casos de catástrofe natural y cuya
función ya está especificada en el título III de la Ley Orgánica de 2005.
“Las
Fuerzas Armadas, junto con las Instituciones del Estado y las Administraciones
públicas, deben preservar la seguridad y bienestar de los ciudadanos en los
supuestos de grave riesgo, calamidad u otras necesidades públicas, conforme a
los establecido en la legislación vigente”.
No
hubiese sido necesario para ello —aunque sí deseable—, proclamar el Estado de
Alarma, que sí se proclamó durante la pandemia en la Comunidad de Madrid, sin
consultar a su Presidenta, aunque ésta sí tenía las competencias de Sanidad;
mientras que el Presidente de la Comunidad Valenciana no las tenía para
movilizar al ejército, ya que tales competencias dependen del Presidente del
Gobierno; según la Ley Orgánica mencionada: “Corresponde al Presidente de
Gobierno la dirección de la política de defensa y la determinación de sus
objetivos”.
Si
no hay responsabilidad, tampoco hay corrección de los errores que se han
cometido en la fase preventiva. Por ejemplo, ¿ha habido errores en la
predicción meteorológica? ¿Ha sido un error la política de no limpiar los
cauces de los ríos ni los barrancos? ¿Se han realizado las obras necesarias
para minimizar en la zona los efectos devastadores de una DANA? ¿Por qué no se
llevó a cabo el proyecto previsto de adecuación y drenaje del barranco del
Poyo, que tantos estragos ha causado?
Se
encuentra documentado que, desde el siglo XIII, la zona afectada sufre riadas
catastróficas del río Turia. Se encuentran contabilizadas más de 25; sin contar
las inundaciones de menor cuantía. No es aceptable mirar para otro lado, en lo
que concierne a nuestra capacidad técnica de minimizar los daños y culpar “al
cambio climático”, porque en ello va la vida y el futuro de muchas personas,
seres humanos de carne y hueso, nuestros hermanos.
MARÍA LUISA MAILLARD
SADO-PUPULISMO
Y AMOR MUNDI
ISABEL
BANDRÉS
El término “sado-populismo” lo acuñó el historiador Timothy Snyder para referirse a Trump durante su anterior mandato: “[…] el votante ha ayudado a su líder escogido a establecer un régimen de ‘sado-populismo’. Ese votante puede pensar que ha elegido a quien va a administrar su sufrimiento y puede fantasear que hará todavía más daño a sus enemigos” (El camino hacia la no libertad, T. Snyder. Galaxia Gutenberg, 2018). Ahora Trump ha ganado por segunda vez las elecciones por mayoría aplastante, con un programa delirante que hará sufrir mucho a sus propios electores: inmigrantes legalizados, pequeños propietarios, obreros, agricultores… La elección de su equipo de gobierno deja dudas: menos sanidad pública, más racismo, más contaminación, menos protección para la mujer, menos Estado, más capitalismo salvaje y más aislacionismo.
¿Por qué sus votantes se someten a este sadismo populista? ¿Qué grado de ceguera masoquista sufren? ¿Por qué los demócratas han perdido su base electoral tradicional, la clase trabajadora? Las causas han sido múltiples: pérdida del poder adquisitivo por la inflación, miedo a la entrada de más inmigrantes, la repercusión de la política espectáculo, la ruptura con la cultura woke (algo así como progresistas o pijos-progres) propia de los demócratas y que aprovecharon los asesores de Trump para lanzar un exitoso lema de campaña: “Harris esta con ellos, ellas, elles. Trump está con nosotros”. Los demócratas se han centrado hasta el agotamiento en los discursos de género y en los derechos identitarios de las minorías, olvidando a los que hasta ahora eran su base electoral: trabajadores y latinos, de los que se ha distanciado. Newt Gingrich aseguraba: “Las elites no se dan cuenta de lo alejadas que están del país”. De hecho, los demócratas ganaron votos en los distritos electorales más pijos y entre los universitarios. Sin embargo, perdieron en los que vivía gentes más vulnerables cuyos intereses eran los precios de la comida y el trabajo.
La
falta de sentido común de los demócratas, su política, supuestamente de
izquierdas, que se olvidó de los económicamente más débiles y el
aprovechamiento de esa situación por Trump, han hecho que un delincuente
riquísimo gane las elecciones en un país con más de 200 años de democracia. Su
política sado-populista que considera a los ciudadanos como prescindibles,
meros peones para alcanzar el poder y beneficiarse de él junto a los suyos, la
sufrirán sus votantes, la padeceremos en Europa (Ucrania ya la está penando) y en
otras áreas del mundo. Corren malos tiempos para la democracia. Parodiando a Shakespeare
en El rey Lear, podemos decir: “Es calamidad de los tiempos cuando los
locos ávidos de dinero y poder guían a los ciegos.” Los populismos de
izquierdas o de derechas, da igual Maduro que Trump, se basan en considerar a
los seres humanos objetos insignificantes y jugar con ellos a su capricho.
Y hablando de populismo. Hace más de un mes, en Valencia, un fenómeno climático denominado DANA arrasó numerosos pueblos y vidas. Todos ustedes saben de lo que les hablo. La Generalitat Valenciana y el Gobierno central se echaron las culpas de la magnitud de la catástrofe por la falta de previsión o por dejación manifiesta de sus obligaciones. El cálculo político, una vez más, se imponía sobre el bienestar de unos ciudadanos que lo habían perdido todo y algunos, hasta la vida. Las víctimas se convirtieron para el poder, una vez más, en objetos superfluos que tirarse a la cara de manera obscena.
Ante la carencia de toda ayuda por parte de los centros de poder, miles de ciudadanos, desde el momento cero, se pusieron en marcha. Fueron ellos los que acudieron para limpiar, llevar comida, buscar desaparecidos… Llegaron de todas las partes de España y actuaron sin banderas partidistas ni ideológicas. Vieron en los afectados el rostro humano. Mientras que para el poder solo eran seres intranscendentes cuya desgracia entorpecía y molestaba el habitual ejercicio del poder. Fueron los voluntarios los que ejercieron una auténtica acción política practicando el amor mundi. Ese término que Hannah Arendt cita por primera vez en una carta a su amigo y filósofo Karl Jasper, es algo así como el amor político al mundo. Ese amor mundi que debe guiar, según Arendt, toda acción política. Si ese principio se hubiese puesto en práctica por los diferentes poderes del Estado, no hubiese habido ni desidia ni falta de auxilio y muchas vidas se hubiesen salvado y muchas ruinas se hubiesen evitado. Pero los populismos no entienden del “nosotros” solo del “yo”. No saben de diálogo ni de puesta en común ni de cogobernanza. Aquí seguimos, aún en las peores de las desgracias, en el pin, pan, pun del populismo. Llaman política a pelearse, a insultarse, a jugar a las estrategias de poder y no a la acción política que mejora las vidas de los ciudadanos. Cuánta miseria moral.
Corren
malos tiempos. Una vez más, en nuestro país los efluvios espesos de la
corrupción política empiezan a atufar. No aprenderán nunca. Lo mejor, es que tenemos
división de poderes. Dejemos trabajar a los jueces y veamos hasta dónde nos
llevan los indicios que pintan muy mal, más bien fatal. Van a ser meses
turbulentos en los que es aconsejable que mantengamos la calma y el pensamiento
libre. No nos dejemos arrastrar por el griterío de unos y otros. Tenemos un
poder judicial independiente, una prensa libre y, sobre todo, una base
ciudadana que sin algarabías son capaces de ejercer la acción política por
excelencia: amar al mundo y salvarlo sin hacer distingos. Hay motivos, aunque a
veces el mundo se oscurezca, para la esperanza. ¿Porque, si no acudimos a ella, qué nos queda? La amargura. No, gracias.
ISABEL BANDRÉS
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
43.
LA LECTURA COMPARTIDA
TERTULIAS FEMENINAS
INÉS
ALBERDI
La reunión de damas para hablar de cuestiones literarias, políticas y sociales se pone de moda en la sociedad francesa de finales del XVII y llega a dominar los salones de Paris en el XVIII, produciendo un fenómeno que Craveri ha denominado como la cultura de la conversación. En la sociedad francesa del antiguo régimen se forma un ideal de sociabilidad bajo el signo de la elegancia y de la cortesía que sitúa la cima de la vida social en el arte de la conversación. Y la conversación se nutre y se simboliza en la lectura (Craveri, La cultura de la conversación).
La
originalidad de esta época es que no solo la elite intelectual va a ocuparse de
la cultura, sino que será sobre todo la elite aristocrática la que quiere
dominar la cultura en el terreno social. Entre la Corte y la Iglesia se sitúa
la nobleza como árbitro del comportamiento estableciendo un código de conducta
en el que los libros y su utilización por las mujeres son un signo inequívoco
de distinción. La vocación mundana se nutre de la lectura y se desarrolla en la
conversación.
Jean Francois de Troy, Francia (1645-1730) La lectura de Moliére, c. 1728 Colección difunta marquesa de Cholmondeley, Gales, Gran Bretaña |
Las
reglas de la educación y de la cortesía van a ser marcadas por una nobleza
educada y elegante que tiene en sus salones el campo de acción de su influencia
social. Las reglas de la vida mundana que señalan los salones franceses a lo
largo del siglo XVIII van a ser emuladas y obedecidas por las elites sociales
de la mayoría de los países europeos. La batuta de la vida mundana otorga a
Francia una peculiaridad que la distingue del resto de las sociedades europeas
en las que la nobleza y la inteligencia no se aúnan más que en breves
excepciones.
Téo van Rysselberghe, Bélgica (1862-1926) Una lectura en el jardín, 1902 Colección particular |
Nos
interesa reflexionar sobre la importancia de los salones y, dentro de ellos, de
las mujeres. El poder de las mujeres en la vida social y en la vida de los
salones ha sido extraordinario, en contraste con su carencia de derechos
ciudadanos. Este liderazgo de mujeres en la vida intelectual a través de los
salones se va a reflejar en la historia de las ideas, de las costumbres y de
los gustos a lo largo del XVIII y aún del XIX.
Edmund Charles Tarbell, Estados Unidos (1862-1938) Ensayo en el estudio, s/f Colección particular |
Numerosas
aristócratas francesas se convierten en el árbitro de la elegancia y la
distinción con el modelo de sociabilidad aristocrática que desarrollan. La
cortesía y la elegancia de modales son el ideal de perfección, que no tiene una
correlación moral pero sí la tiene cultural y estética. Hay una serie de
figuras femeninas de importancia en la sociedad mundana del antiguo régimen,
que va unido a una mayor difusión de los avances literarios de algunas damas de
la nobleza de la época.
Julius LeBlanc Stewart, Estados Unidos (1855-1919) En casa, 1897 Colección particular |
Craveri
nos habla de la conversación como el arte por excelencia de la sociedad
aristocrática francesa “Este ideal de conversación que sabe conjugar la
ligereza con la profundidad, la elegancia con el placer, la búsqueda de la
verdad con la tolerancia y con el respeto de la opinión ajena” Conversaciones
que se alimentan de literatura y que se fueron abriendo a la historia, a la
reflexión filosófica y científica, y a la evaluación de las ideas.
Anselm Feuerbach, Alemania (1829-1880) Escena de primavera, 1868 Antigua Galería Nacional de Berlín, Alemania |
El
estilo es un aspecto fundamental de la sociabilidad y por ello las grandes
damas compiten entre sí, utilizando diversas estrategias en la que la riqueza y
elegancia de un salón no pueden medirse sin tener en cuenta la gracia o la
profundidad de las conversaciones que en él se desarrollan. Muy frecuentemente,
estas damas son amantes de los poderosos de la época o mecenas de escritores y
filósofos.
John Constable, Estados Unidos (1776-1837) Damas de la familia del sr. William Mason, de Colchester, 1806 Colección particular |
En
diversas ocasiones encontramos pinturas en las que se nos ofrece la lectura, o
los libros, como motivo para el debate. La presencia de varias mujeres que se
encuentran rodeadas de libros y parecen estar hablando sobre ellos es lo que
sugiere la imagen de las tertulias.
Alexander Marc Rossi, Gran Bretaña (1840-1916) Libros prohibidos, 1897 Colección particular |
Las
tertulias se representan como un grupo de mujeres alrededor de unos libros que
parece que están leyendo en común y comentando. Leer en común, comentar o
discutir un libro, darse unas a las otras las opiniones o consejos al hilo de
la lectura, son las imágenes que asimilamos a la idea de tertulia. Son imágenes
que van apareciendo en representaciones pictóricas hasta la actualidad y que
podemos llamar tertulia de mujeres.
Franz Rumpler, Austria (1848-1922) La familia Sedelmayer, 1879 Galería Nacional de Praga, República Checa |
Hay
varias razones, podríamos señalar miles, para explicar esta imagen. La primera
es el interés por compartir la experiencia de los libros. El contenido y el
juicio sobre el mismo, ha empujado desde siempre a hombres y mujeres a
compartirlos, a leerlos y releerlos en común para discutirlos y evaluarlos unos
con otros. También hay otra razón, la escasez de los libros, que impulsa en el
pasado a la lectura en común, a la lectura en voz alta para una audiencia, que
a la vez se instruía conjuntamente e intercambiaba los libros. Leerlos en común
es una forma de usarlos entre varios.
Edward Burne Jones, Gran Bretaña (1833-1898) Elogio de Venus, 1873-75 Galería de Arte Laing, Newcastle, Gran Bretaña |
La
imagen de congregación alrededor de un libro es muy tradicional y no nos
sorprende en su sentido. Lo interesante es ver como esa imagen se plasma entre
las mujeres y como aparecen reunidas para compartir y discutir una lectura.
Mujeres que se leen unas a las otras, amigas que comentan una revista, o varias
charlando y leyendo las novedades al mismo tiempo.
Wilhelm Amberg, (1822-1899) Leyendo el Werther de Goethe, 1870 Antigua Galería Nacional de Berlín, Alemania |
Por
otra parte, la tertulia de libros es una imagen que aparece siempre que se
discuten los derechos de las mujeres. Las asambleas al hilo de la Ilustración o
durante la Revolución Francesa, conllevan la marca de los debates acerca de los
derechos y de la participación de las mujeres en los acontecimientos de los
revolucionarios. Las reivindicaciones sufragistas de principios del siglo XX,
con sus debates sobre la libertad, la autonomía o la capacidad de participación
ciudadana se arrastran en Europa hasta los años treinta y en España tenemos
alguna muestra de ello durante la II República.
Ángeles Santos Torroella, España (1911-2013) Tertulia, 1929 Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España |
Más
tarde, en lo que se ha dado en llamar la tercera ola del feminismo, volvemos a
encontrar estas reuniones de mujeres con libros desde finales de los sesenta
hasta bien entrados los años setenta. La protesta organizada contra el
confinamiento de las mujeres en el hogar, que empieza en la próspera
Norteamérica después de la Guerra Mundial, se expande por todo el mundo y tiene
su momento de cristalización en 1975 en México donde las Naciones Unidas
declaran el Año Internacional de los Derechos de la Mujer.
En
los años setenta ya no se discute el acceso de las mujeres a los libros, sino
que se discuten otras cosas. La desaparición de la censura para las lecturas
femeninas, el derecho a la libertad sexual que implica leer libros eróticos, el
florecimiento de una literatura erótica escrita por mujeres, así como la
defensa de las orientaciones sexuales no convencionales y la tolerancia a las
mismas. Y todo ello se va a traducir en nuevas imágenes de mujeres con libros,
especialmente en reuniones o tertulias de mujeres.
Paula Rego, Portugal (1935-2022) La lección, 1997 Colección particular |
Actualmente,
hay una versión más ligera y moderna de esas reuniones que son las tertulias o
grupos informales de amigas que charlan entre ellas y en las que la lectura es
la excusa para la conversación, que puede ser tanto de temas de moda como de
temas literarios o políticos.
Francine Von Hove, Francia (n. 1942) La fiesta campestre, 2005 Colección particular |
En
las tertulias femeninas el libro es un intermediario, supone un nexo en común,
un hilo conductor de la conversación, una justificación para la reunión. Es
decir, las tertulias de mujeres puede ser un método para aprender o una forma
de disfrutar en grupo, ya sea por tener altos vuelos intelectuales o ser una
excusa para el entretenimiento. En los últimos años este tipo de tertulias o
clubs han proliferado por todas partes y todos los países. Son Grupos de
Lectura formados por mujeres, o por hombres y mujeres, que se reúnen de
forma periódica, en sus casas o en bares o centros de cultura, para leer libros
en común y comentarlos.
INÉS ALBERDI
AGNÈS
VARDA
UN
VISTAZO A LA HUMANIDAD
En
toda obra de arte puede surgir —y llegar a estructurarla—, un aspecto juguetón que provoque un estilo
determinado, y que, a su vez, antes o después, deje de ser solo un juego para
desvelarse como propuesta estética. Esta sería una forma simple de describir la
obra de una cineasta de enorme importancia para el cine del siglo XX: Agnès
Varda, que habló de la superficie de la realidad desde un punto determinado,
siempre ligero, y que, en vez de restar peso al film, subrayó eficazmente, sin
caer en dramatismos impostados ni en recursos a modelos narrativos trasnochados
que, no obstante, siguen presentes en los televisores de este país, para
empezar.
Este
punto de confusión no tiene nada de banal: por causa suya llamamos documental a
todo lo que, extraído de la realidad, se organiza en un aparente tono de
verismo, pero rodeado por una mediocridad galopante. De algún modo, seguimos
procediendo del NODO. Insisto, no hace falta más que echar un vistazo a los
escasos espacios que las televisiones dedican al documental, aparte de a los de
naturaleza. Y un chiste (sí, un chiste) esclarecedor para rematar lo que digo:
“Telecinco emite, por error, ocho segundos de un documental” (El Mundo Today).
Este
prólogo obedece a una corta introducción (necesaria) sobre la obra de Varda,
que tuvo la suerte de nacer en un país donde, por ejemplo, un documental sobre
los niños y el profesor de una escuela rural llegó a hacer en taquilla un
millón y medio de entradas: Ser y Tener (Nicolas Philibert, 2002).
Varda
tocó todos los palos del cine en casi
cada una de sus películas largas o cortas. Desde Cleo de 5 a 7 (1962)
hasta sus últimos experimentos visuales como Los espigadores y la espigadora
(2000); todos films repletos de su encantadora personalidad y aportaciones al
género. Hizo un cine social sin ser tenido en cuenta como tal. Es precursora de
una mirada femenina y feminista, sin darle mayor importancia al tema, como han
hecho otras muchas mujeres de su generación de las que hablaremos. Era la chica
de La Nouvelle Vague, movimiento cinematográfico que la aceptó sin prejuicios
y que colaboró en algunos de sus proyectos. Tuvo los mismos desencuentros con
Jean-Luc Godard que los que rompieron la amistad de este con François Truffaut.
Su marido, Jacques Demy, es una figura legendaria en la renovación del cine
musical durante la segunda parte del siglo XX. Ahí están Las señoritas de
Rochefort o Los paraguas de Cherburgo para certificarlo sin duda. Lo
inclasificable del cine de Agnès Varda es, al mismo tiempo, un elogio y una
barrera que la separa del llamado gran
público internacional (no sé yo a qué se debe eso de gran, ni tan siquiera dado lo abultado de su número...). Ella
misma confiesa que cuando comenzó a hacer cine “había visto muy pocos títulos…”
La fotografía, que practicó con buenos resultados, la condujo hasta el mundo
visual de 24 imágenes por segundo. A ello se puede sumar cierta tendencia de la
novela francesa de la época como Raymond Quenau, Georges Perec, y, en menor
medida, Daniel Pennac. Un cine-dentro-del-cine pero, de improviso, sorprendió a
todos con una durísima obra, Sin techo ni ley, sobre la juventud
olvidada de la sociedad, la arriesgada vida de las mujeres entre hombres,
adelantándose al movimiento conocido como Indie (por independiente),
lanzado por el Festival de Telluride y el de Sundance patrocinado por Robert
Redford.
Personalmente
recomiendo su obra Los espigadores y la espigadora rodada con muy poco
dinero y muchísima imaginación en el año 2000. Film que refrescó el panorama
del cine de ensayo, social, político y poético, todo ello de “un tirón”. Una
obra llena de libertad y de un humor delicioso que, además, descubre aspectos
de una sociedad occidental perdida en su propia estupidez, sin por ello
despreciarla. Encanto sería una buena
palabra para definir a esta pequeña mujer de pelo cortado al tazón y teñido de
dos colores, que hizo lo mejor —y más difícil— que se puede hacer en el cine:
disfrutar de él en cada plano rodado.
Como
en el anterior caso de Danièle Huillet, You Tube proporciona un nutrido grupo
de imágenes y fragmentos de su obra. Algunas de sus películas son asequibles en
dvd, sobre todo los últimos títulos.
FELIPE VEGA
https://www.youtube.com/watch?v=RGgKYSCtErI
LA
SOCIEDAD DEL CANSANCIO
(Byung-Chul Han)
NATALIA
VELASCO
Hace ya mucho tiempo que cuando pregunto a una amiga: “¿cómo estás?, sé con toda certeza que la respuesta será: “bien, pero cansada”. Yo misma lo respondo, a veces incluso los lunes, y me esfuerzo por encontrar otra fórmula más animosa, más en consonancia con la vida que uno desearía vivir; una respuesta más del tipo: “aquí, leyendo un libro, aquí tomando un café tranquilamente, aquí dando un paseo y disfrutando del buen tiempo.” Sin embargo, observo que, al menos en mi entorno, se impone el cansancio. A menudo se trata de un cansancio evitable porque uno no quiere dejar de vivir, ni perderse la caña con los amigos, ni el partido de fútbol del hijo, ni el estreno de la última película de Almodóvar, ni la obra de teatro que dura cuatro horas. Pero ¡cómo renunciar a esos pequeños placeres que son la única ranura por la que sopla la brisa y se desliza el alivio, la dejadez, o la cultura que alimenta el alma! No, no nos equivoquemos, el verdadero cansancio es el que se impone, como bien apunta Byung-Chul-Han, por el exceso de estímulos, de información y de impulsos. La sociedad actual no es una sociedad disciplinaria donde prevalezca el deber de trabajar para otro, sino una sociedad del rendimiento, donde el sujeto está forzado a producir y donde él mismo acaba siendo su propio empresario. El deber de hacer algo ha sido sustituido por el poder hacer algo y hacerlo cada día mejor y de forma diferente. “El sujeto forzado a aportar rendimiento es mucho más rápido y productivo que el sujeto forzado a obedecer” y lo peor de todo es, que la sociedad del rendimiento, solo genera deprimidos y fracasados porque en ella no hay cabida para la contemplación, para las pausas, para los intervalos. “La aceleración elimina todo intermedio” y lo que es peor, nos provoca la ilusión de que cuanto más activos seamos, más libres somos también. Ya lo dijo Nietzsche en Así habló Zaratustra hace más de un siglo ya: “Todos vosotros que amáis el trabajo desenfrenado y al hombre rápido y foráneo, os soportáis mal a vosotros mismos; vuestra laboriosidad es huida y voluntad de olvidaros a vosotros mismos.” Así las cosas, solo el cansancio como extenuación puede salvarnos, “el cansancio profundo que afloja la tenaza de la identidad”.
La sociedad del siglo XXI ha
eliminado la intensidad de la vida porque el mundo se asfixia en el consumo desenfrenado
de las cosas, los objetos, la cultura. Decía recientemente el ex presidente
uruguayo, José Múgica, en una entrevista al País que, en Uruguay, con una
población de tres millones y medio de habitantes, se importan anualmente 27
millones de zapatos; ¡ni que fuéramos ciempiés!, añadía irónico.
Mientras escribo este artículo, mi
hijo, que terminó la semana pasada los exámenes de la primera evaluación, no
entiende que tiene que empezar a estudiar para la segunda y, tras merendar, ver
una película y jugar a la play, se ha quedado dormido en el sofá a las
ocho de la tarde y se ha levantado a las siete de la mañana del día siguiente
para empezar su nueva jornada en el cole. ¡Ahí es nada! ¿Será lo que llamo su
pereza, su desinterés por el trabajo, su entrega al disfrute, lo que pueda
salvar a su generación? Permítanme el beneficio de la duda. Y en medio de esa
duda, reconozco que, tal vez, hay algo que mi hijo hace muy bien: reclamar la
necesidad de recogerse sobre sí mismo para no dejarse avasallar por la
exigencia de los tiempos, en este caso, el rendimiento.
Como Byung-Chul Han, solo pienso que
nuestra sociedad ha perdido toda referencia a la divino, a lo sublime, a lo
infinito. Por perder, hasta ha perdido el silencio. Sin embargo, de la
desesperación más profunda puede nacer la esperanza. Dejemos El espíritu de la esperanza para nuestro
blog de diciembre.
NATALIA VELASCO
PRELUDIO DE LAS FIESTAS
LIDIA ANDINO
Estamos atravesando tiempos
difíciles. Los desastres meteorológicos, las pérdidas humanas, la avaricia, la
corrupción, las guerras pueden llegar a palidecernos, pero hay que continuar
construyendo, apoyando, dando auxilio, es decir seguir el camino del vivir, del
trabajo, del amor.
En estas breves líneas quiero poner
atención en los aspectos psíquicos, sobre todo en la tensión emocional que
puede suponer esta época del año. Los festejos navideños manifiestan de manera
implícita o explícita un balance de ricas y complejas contradicciones; por un
lado, ese hito social llamado Fiestas lleva consigo la llegada del Niño Jesús
con todo su esplendor y, a su vez, en medio de esa alegría destaca en primer
plano —como todo nacimiento—, la finitud de nuestra vida.
Basta citar el sencillo ejemplo de
un cumpleaños: alegría, ilusión por los regalos, el brillo en la mirada de los
niños, la clásica tarta y entre los invitados la oscura e irrefutable
constancia de nuestra fragilidad y contingente condición existencial; es que
fiesta y duelo conforman un par de vocablos tan sólo en apariencia.
Mientras la cena de Nochebuena —la
noche más familiar del año—, nos deseamos felicidades, es frecuente que en
algunas casas se registren sinsabores y amarguras: desde disimulados desplantes
hasta discusiones, donde la política, el fútbol, o la situación económica del
país, suelen servir de pretexto para reprochar al otro su forma de ser, lo que
cumplió o dejó de cumplir, los celos y/o fantasmas del pasado que se actualizan
en medio de la efervescencia etílica.
En las consultas de atención
primaria cada vez más pacientes piden ansiolíticos para sobrellevar tanto
trajín. El malestar se extiende también al ámbito público: siniestros de
tráfico, incendios, heridos por fuegos artificiales, hasta la acrecentada atención
en Urgencias por atracones de comida, intoxicaciones alimentarias, consumo
excesivo de alcohol y de otras drogas.
De allí que no está de más que
estemos advertidos de las “delicias” que conforman los días previos al momento
de alzar las copas y brindar. Se trata de no prestarnos a las provocaciones de
nuestros fantasmas y, eventualmente, de sus cómplices ocasionales.
LIDIA ANDINO TRIONEPsicoanalista
LIBERIA CASAS
REGUEIRO (1911-1999)
MARÍA LUISA
MAILLARD
Al
comenzar este recordatorio de Liberia Casas Regueiro, conocida como Borita
Casas, recordé la anécdota que, después de 30 años, recordaba la madre de una
amiga. Era maestra y, aún muy joven, madre de dos niños. Vivía en la situación
precaria de cualquier familia española en la época de la posguerra y era
soñadora. En el piso de arriba vivían dos hermanas locutoras de una radio local
y ella, como cualquier mujer de la época, soñaba con la radio, el único rayo de
luz en una España envuelta en una niebla de ceniza. Consiguió que le hicieran
una prueba de la que salió muy airosa. ¡Cuál no sería su contento! Su vida
programada iba a dar un inesperado vuelco, pero cuando acudió a firmar el
contrato, se enfrentó con la realidad: una mujer casada no podía acceder a ese
puesto de trabajo.
No
todas las mujeres sabían en los años cuarenta, que antes de finalizar la
guerra, el 9 de marzo de 1938, la Falange había publicado el Fuero del Trabajo,
inspirado en leyes fascistas, que pretendía “liberar a la mujer del trabajo del
taller y de la fábrica”; aunque eso sí, regulando el trabajo a domicilio, no
fuese a ser que no hubiese “chachas” en las casas de bien. La mujer quedaba
fuera del espacio público, relegada a labores domésticas. Solo se consideraba
una “mujer desocupada” y que podía acceder a ciertos trabajos, si era “cabeza
de familia”, soltera o viuda. En sucesivas modificaciones, se obligaba a la
mujer trabajadora a dejar su puesto de trabajo en el momento en que se casaba.
Hasta
la Ley 56/1961, en que el crecimiento económico, los movimientos sociales y la
necesidad de aceptación internacional del régimen, forzaron el cambio, no se
promulgó una ley correctora. Así, la Ley mencionada, proclamaba en su artículo
1 el derecho de la mujer a toda clase de actividad política, profesional o de
trabajo; aunque en el articulado se introdujeron numerosas limitaciones. A la
mujer universitaria se le abría el camino de la enseñanza; pero se le vedaba el
acceso a los trabajos de abogado del estado, fiscal, juez o médico de
prisiones, entre otros.
La anécdota del comienzo, no sólo alumbra la crítica situación de la mujer española en los años 40 y 50, sino también la enorme importancia que tuvo la radio en la vida de esas mujeres. La radio de la época —aún utilizada por el Régimen como forma de propaganda, especialmente de cara las mujeres—, también era una ventana abierta a otros mundos que se fueron ensanchando con el tiempo. Y en ella había muchas voces de mujer y no solo procedentes de esa voz que desgranaba la copla, de trascendental importancia en la formación sentimental y estética de tantas mujeres. Es cierto que solo un escaso número de esas mujeres lograron ser algo más que una voz que leyese el guión que los hombres elaboraban para ella, o en el mejor de los casos, como los de Juana Ginzo o Matilde Vilariño, heroínas de telenovelas como Ama Rosa. Ahí tenemos el caso de Elena Francis, un personaje ficticio que tenía detrás un enjambre de guionistas varones, asesorados por la Iglesia y cuyo programa se mantuvo desde 1947 hasta 1984, con distintas voces de mujer.
Entre
las excepciones habidas en la época, queremos destacar a Borita Casas quien,
por supuesto, era a la sazón soltera. Había nacido un 21 de julio de 1911, en
una familia liberal republicana, ligada a la industria farmaceútica, y la
guerra la había sorprendido en un viaje de estudios por Alemania. Era una joven
moderna que, en su corta juventud, había frecuentado Chicote y tertulias
literarias como la de Casa Ciriaco, donde coincidía con Julio Camba Sus dos
hermanos fueron un fiel reflejo de la lucha fratricida. Su hermano menor,
falangista, fue ajusticiado con tan solo 20 años, delante de su familia, al
inicio de la guerra. Su otro hermano, de izquierda republicana, se exilió en
Francia al finalizar la contienda, tras la derrota del bando republicano.
En
esa fecha también murió el padre y la familia se vio reducida a tres mujeres:
la madre, Borita y su hermana Pepa. La situación de la familia era de gran
precariedad y Borita movió a parientes y amistades de antes de la guerra, para
conseguir ser contratada como locutora de Radio Nacional, en programas como
“Charlas del Hogar” y “Boutique insólita”. A mediados de los años 40 pasó a
Radio Madrid y fue allí donde se presentó su oportunidad. En uno de los
programas infantiles “El teatro de monigotes” dirigido por los payasos Pototo y
Boliches, se había decidido introducir el personaje de una niña. Comenzó así,
en 1947, “Charlas de Antoñita y don Antonio”, y a Borita le dieron no sólo la
voz de la niña, sino libertad para inventar sus intervenciones durante tres
minutos. El éxito fue tal que Galerías Preciados decidió patrocinar un programa
los miércoles a las diez y media de la noche. Se había iniciado su carrera de
autora de un personaje, “Antoñita la fantástica”, que gozaría de una
popularidad tan indiscutible como Celia de Elena Fortún, antes de 1936.
No
tardó mucho Antoñita en pasar a la imprenta. Primero en historias semanales
publicadas en la revista Chicos y chicas,
y ya en 1948 en forma de libro, en la editorial Gilsa. En poco más de 15 años
se publicaron doce libros sobre un personaje infantil que pisó las tablas del
Teatro Alcázar y que supo dejarnos una crónica vívida del Madrid de la
inmediata posguerra. Pilar Miró la llevó a Televisión en 1967. Antoñita la
fantástica era una niña espontánea, con grandes dotes de observación y una
desmesurada fantasía que le permitía hablar con las musarañas, con una vieja
lámpara y con las velitas de su tarta de cumpleaños. Su “cabeza a pájaros”, no
le impedía realizar una defensa de la resistencia ante la adversidad, ni abogar
por el pacifismo. Creció con sus lectores desde los siete a los veinte años,
acompañada de su chacha Nicerata, la cocinera Remigia, su tía Carol, su
hermanito “Titerris”, amén de sus padres, primos, abuela y los nuevos
personajes que iban apareciendo en su vida, proporcionándonos un crisol muy
vívido de la época. Los libros, escritos en forma de diario, estaban salpicados
de diálogos que reproducían los diversos registros del habla de la época —“la
perra chica y la perra gorda”, “el coche topolino”—, y de forma especial el
lenguaje infantil y el popular pero, sobre todo, abrían una ventana a la
fantasía y el humor en la grisura y precariedad de la vida cotidiana. Ramón
Gómez de la Serna y Jacinto Benavente reconocieron un talento que supo
granjearse la fidelidad de los lectores.
Mujer
bella y elegante, según testimonio de aquellos que la conocieron, no tuvo, a
pesar de su éxito, una vida fácil. Su amor de juventud murió en la guerra, al
igual que su hermano menor y ya con 48 años contrajo matrimonio con un alemán,
del que se separó después de 10 años de vida en México. A finales de los
sesenta regresó a una España que ya no necesitaba ni su voz ni a “Antoñita, la
fantástica”; aunque sus antiguos libros fueron reeditados hasta fechas
recientes. Falleció en Ciempozuelos en 1999.
MARÍA LUISA MAILLARD
Anora
o Ani (como le gusta que le llamen) es una prostituta de origen ruso de tercera
generación. Conoce en el club de alterne donde trabaja a un joven ruso, Ivan,
que vive en Nueva York unos meses antes de volver a Rusia para dirigir el
imperio de sus multimillonarios padres. Ivan, un joven con buena presencia,
divertido, generoso y simpático, se encapricha de Ani y la contrata en
exclusiva. La joven descubre un mundo de lujo: fiestas, viajes, casas lujosas,
cochazos, servicio… El dinero lo puede todo. Poco a poco Ani e Ivan entablan algo
parecido a una relación. Ani va tomando afecto al inmaduro zangolotino de Ivan
que desea, más que nada, quedarse en Nueva York, para lo que necesitaría la
nacionalidad estadounidense. En un viaje a Las Vegas deciden casarse. Parece que
el cuento va a terminar bien: Ani saliendo de la pobreza para entrar en una
opulencia descomunal con un tipo agradable por el que siente cierto afecto e Ivan
se va a quedar en Nueva York de juerga en juerga y de orgasmo en orgasmo lejos
del control de sus padres y de la mafia que le rodea. Y es aquí, tras la boda,
cuando la película da un giro y entramos en una narración trepidante,
divertida, brutal y triste.
Los
padres del joven viajan hasta Nueva York para poner fin al enlace. Unos
sicarios —dos hermanos armenios con pocas luces y un grandullón y enamoradizo
ruso—, se encargan de localizar junto a Ani a Ivan por todos los garitos de
Nueva York con el fin de aligerar los trámites del divorcio. Carreras,
encontronazos, gritos, golpes, abogados, jueces, buscavidas que intentan
ganarse un dinerillo, van apareciendo en la pantalla. Una serie de situaciones
esperpénticas surgen ante nuestros ojos a un ritmo tan trepidante que apenas
tenemos tiempo para respirar. Al final, como era de esperar, Cenicienta se
queda sin su príncipe y sin su dinero. Y el príncipe se va con sus papás, más bien
con su madre, a la madre Rusia de la que quería huir.
El
director, Sean Baker hace, como es su costumbre, un duro retrato del
capitalismo feroz que se extiende por todo el mundo y del sueño americano. Todo
se reduce al dinero por mucho que algunos se empeñen en salir del circuito: el
sexo es una moneda de cambio, la protección es otra… Todo es posible si se
paga. ¿Y el amor? Al final, resulta que el amor, el agradecimiento, o cualquier
afecto se reduce a un restregón entre dos cuerpos. El sueño americano convierte
todo en una moneda de cambio.
Una
película con una gran técnica, divertida, triste y brillante. Y hay que destacar
la espectacular actuación de Mikey Madison en el papel de Anora.
ISABEL BANDRÉS
Marco
narra una historia real. Enric Marco Batle fue un sindicalista español que
ejerció como secretario general de Trabajo (CNT) y como presidente de la Amical
de Mauthausen de España. Durante su época frente a la Asociación se hizo famoso
no solo a nivel nacional sino, también, a nivel internacional. Se prodigó en
los medios de comunicación, dio múltiples charlas en colegio e instituciones
públicas y privadas sobre su pretendida vivencia como superviviente de los campos
nazis.
Los
directores Aitor Arregi y Jo Garaño confeccionan un fascinante laberinto de
imágenes alrededor de un individuo que falseó toda su biografía para aparecer como
un superhéroe. Este hombre mediocre logra ser para muchos y, sobre todo, para
sí mismo, un titán del humanismo digno de una gran admiración y respeto. Se
convierte, de la noche a la mañana, en una estrella de la Asociación Española
de Víctimas del Holocausto. Lucha denodadamente y hace, que un tema que no interesa
a nadie, ocupe la actualidad e incluso entre en la agenda del presidente
Zapatero. Pero su historia tiene algunos vacíos y algunas incongruencias que
logra rellenar, es un gran manipulador, hasta que un experto historiador en el
tema descubre la verdad: Marco no fue un héroe anti-franquista ni fue internado
en ningún campo de concentración nazi. Sencillamente, era un hombre mediocre
que quería ser un héroe.
Lo
mejor de la película es que los directores no moralizan, no califican al
personaje y van más allá al preguntarse sobre la necesidad que tiene un hombre
de ser otro que no es. La máscara, que se coloca el protagonista, termina
siendo para él su verdadero rostro. Nunca fue capaz de despojarse del ”yo” que
no era. La representación se apodero de él, hasta tal punto, que nunca pudo
distinguir entre su yo real y el fantasma que había creado. La narración nos
presenta a un tipo que es más digno de lástima que de menosprecio. Nos hace
reflexionar sobre nuestros propios disfraces, sobre lo que somos y cómo nos
mostramos a los demás. Sobre lo que nos gustaría que los demás viesen en
nosotros y lo que mantenemos oculto a los demás y a nosotros mismos. Marco, es
sobre todo un hombre que sufre y sufre mucho. ¿Cómo reconciliarse y asumir el
yo real que odia? Seguramente, sería el derrumbe total de su psiquismo.
Una
película bien contada, sin la odiosa moralina habitual que existe en este tipo
de narraciones. Y, sobre todo, una actuación sobresaliente de Eduard Fernández
dando vida a Enric Marco Batle, el hombre que se negó a ser lo que realmente era.
ISABEL BANDRÉS
Los
días 6, 7 y 8 de noviembre asistí al VII Congreso Internacional sobre la vida y
obra de María Zambrano, en su ciudad natal, Vélez Málaga, organizado por la
Fundación que lleva su nombre.
Fue
para mí una grata sorpresa encontrarme y dialogar allí con muchos jóvenes
provenientes de diferentes partes del mundo: Puerto Rico, México, Perú,
Polonia, Italia, Egipto y China, entre otros. Es asombroso que el pensamiento
de una filósofa, relegada durante tanto tiempo del recinto de la Academia,
atraiga a una juventud ligada desde su más tierna edad al mundo digital. Es un
rayo de esperanza que, en nuestras sociedades actuales inmersas en el ruido y
dominadas por una cultura materialista, haya nichos de jóvenes inquietos que,
sin duda, se sienten atraídos por un pensamiento de gran contenido espiritual y
entrañado.
Un
pensamiento, el de María Zambrano, que no solo atrae a los futuros filósofos.
También los artistas jóvenes encuentran inspiración en sus palabras, como lo
prueban las distintas representaciones plásticas, teatrales y performativas que
tuvieron lugar en los tres días del Congreso, por ejemplo: “La lumbre en la
umbría”, inspirada en Claros del bosque.
Al llegar al patio de la Fundación nos recibió una instalación sonoro visual,
basada en fotografías en cianotipia y una estructura en hilo de nylon e imanes,
evocando un bosque sonoro y visual en medio de un claro. Vaya desde aquí mi
reconocimiento a todos ellos por la decisión de transitar por un camino tan
escasamente valorado en el mundo actual.
Todos
ellos están construyendo el futuro a la esperanza.
MARÍA LUISA MAILLARD
De
la desesperación más profunda nace también la esperanza más íntima. La
esperanza nos lanza hacia lo desconocido, nos pone camino de lo nuevo, de lo
que jamás ha existido. Guerras, migraciones masivas, atentados, catástrofes
climáticas, crisis y pandemias: escenarios apocalípticos muy diversos nos
confrontan con una inminente amenaza de hundimiento y extinción. Y mientras
vamos de catástrofe en catástrofe, nuestra verdadera vida se asfixia y se ve
reducida a una pura supervivencia. Sin embargo, la esperanza nos abre tiempos
futuros y espacios inéditos, en los que entramos soñando. Es toda una manera de
existir, que no resulta de hechos dados, sino que posibilita nuevos
acontecimientos precisamente cuando más imposibles parecerían. Tras sus famosos
ensayos de crítica negativa del régimen neoliberal, en esta nueva y novedosa
obra el célebre filósofo Byung-Chul Han emprende no ya un viraje, sino una
verdadera superación hacia una alentadora visión del hombre. En el espíritu
humano anida la capacidad de hacer fecundo lo más yermo. Precisamente en los
escenarios más desoladores el espíritu es capaz de remover ese viento que nos
trae aires de esperanza. Ilustran este libro obras de Anselm Kiefer, uno de los
artistas contemporáneos de mayor prestigio. Una afinidad intelectual une al
artísta y al filósofo, que escogieron juntos las obras aquí presentadas Este no
es solo un libro «sobre» la esperanza: es también un libro «de» esperanza.
Nicolas,
de ocho años, va a pasar una semana en la nieve. Va a disfrutar, junto con sus
compañeros del colegio, de una semana de diversión en una estación de esquí. Es
lo que en las escuelas francesas se conoce como semana blanca, que permite que
los niños se oxigenen con unas breves vacaciones y rompan por unos días la
rutina de las clases. En ese paisaje nevado y gélido, Nicolas conoce a su
monitor de esquí y hace un nuevo amigo, el temible Hodkann, el terror de los
dormitorios. Pero esos días de diversión tendrán para él mucho de viaje
iniciático: el lector no tarda en ir percibiendo que sobre esa semana en la
nieve planea una amenaza, un desasosiego difuso, una incertidumbre
perturbadora, que se materializará de un modo terrible cuando llega la noticia
de que en un pueblo vecino ha sido asesinado un niño...
Mezclando
la crónica de sucesos, el relato fantástico y el inquietante universo de los
cuentos de Perrault o los Grimm, Emmanuel Carrère aborda con sutileza y
auténtica maestría literaria los temores infantiles, las inseguridades de una
etapa en la vida de una persona en la que los miedos pueden convertirse en
pesadillas.