miércoles, 30 de abril de 2025

 


¿Qué te sugiere la palabra “progreso”?

Un término ambiguo y peligroso. Me gusta más la idea de transformación, evolución o cambio.

¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?

La bondad.

¿Cuál consideras que es su peor defecto?

La falta de empatía con el sufrimiento.

Color favorito

Amarillo.

Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?

En ayudar a los demás.

Animal preferido

Bacterias y lombrices que participan en la creación de vida. Los sapos también me gustan mucho.

Elige un paseo.

Por mi jardín.

¿Cómo combates el miedo?

Concentrándome en la respiración. Raramente lo siento.

¿Qué habilidad te gustaría tener?

Tocar el piano.

¿Qué opinas de la IA (Inteligencia artificial)?

Peligrosa como todo progreso, pero forma parte del cambio.

¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?

Sí, a causa de las tecnologías que exigen presencia continua e inmediatez

Autor literario preferido.

El último que logre emocionarme. En la actualidad lo ha conseguido la relectura de las obras de Louis- Ferdinand Céline.

Ciudad donde vivirías.

Madrid, en la que vivo, y Uclés, donde se encuentra mi jardín, pero añoro el mar.

Elige una parte del día.

El alba

¿Echas de menos el silencio?

Muchísimo. Trato de vivir en él

Contesta el cuestionario: Manuel G. Anuarbe

Fecha: 9 abril 2025

 

Manuel Gómez Anuarbe es economista, arabista y paisajista. Ha trabajado como economista en la BBC de Londres, como arabista en la Universidad Islámica Imam Muhammed Bin Saud de Riad (Arabia Saudí) y como paisajista en numerosos proyectos de jardines. Socio fundador, junto con Leandro Silva, de la “Asociación de amigos del jardín y del paisaje”.

Es colaborador de revistas especializadas en jardines y paisajes, ha publicado numerosos artículos sobre estos temas e impartido conferencias por todo el mundo, principalmente en los centros del Instituto Cervantes. 

Ha dirigido seminarios y cursos sobre jardines y paisajes en universidades y centros culturales. Actualmente se ocupa de su Jardín Alquímico de la Trinidad en Uclés (Cuenca). Es autor de numerosas publicaciones y de los libros: Masonería y Santidad. Los caprichos de Gaudí en los jardines de Comillas; Jardins du Maroc, d´Espagne et du Portugal. Edición en árabe y francés; Lenguaje oculto en los jardines gallegos; Uclés, historia, paisajes, patios y jardines; Pasos perdidos de Bom Jesus; Jardín Alquímico de la Trinidad; Cartas Órficas; Ermitaños ornamentales de jardines; Elixir 19 en el Jardín de la Trinidad; Aristóteles con auriculares; Valeria. De ninfeos y casas colgadas; Camino a Santiago con Mithra, Prisciliano y Mahoma.

Tiene en imprenta dos publicaciones: El Bosco. Jardín alquímico de las delicias y Arriba las estrellas, Abajo el Tajo, Recópolis y Zorita de los Canes.

Es poseedor de la Medalla del Mérito Civil por su labor en Arabia Saudí y figura como persona destacada en el libro Personajes ilustres del valle de Cayón (Cantabria), de donde es originario.

LOS BÁRBAROS
JAIME GARCÍA NAVAJO

En 1899 el poeta Konstantinos Kavafis compuso el poema "Esperando a los bárbaros". Kavafis pertenecía a una familia griega originaria de Constantinopla instalada en Alejandría. Era muy reticente a publicar su obra (solo vio la luz un libro de poemas en vida del autor). La obra de Kavafis es una continua referencia a la antigüedad clásica. El poema está estructurado en preguntas y respuestas alrededor de la situación de una capital de un territorio que espera la incursión de “los bárbaros”. Ante esa expectativa, la ciudad se paraliza: los ciudadanos esperan en la plaza (“es por los bárbaros que llegan hoy”), el senado deja de dictar leyes (“cuando lleguen los bárbaros, ellos serán los que legislen”), el emperador espera al líder de los bárbaros en su trono (“de hecho/le tiene preparado un pergamino como regalo/donde le ha escrito muchos títulos y nombramientos”), los cónsules y pretores lucen sus mejores galas (“estas cosas deslumbran a los bárbaros”) y los oradores dejan de pronunciar sus discursos (“a los bárbaros les aburren las retóricas y las arengas públicas”). El poema acaba con los siguientes versos:


—“¿Por qué, de pronto, esta inquietud y confusión?
(Los rostros qué serios se volvieron);
¿Por qué se vacían rápido las calles y las plazas,
y vuelven todos a sus casas tan pensativos?
Porque cae la noche y los bárbaros no han venido.
Y algunos que estuvieron en la frontera afirman
que ya no existen los bárbaros.
—Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros:
estas personas eran una suerte de remedio.”

El poema, como toda gran obra, se presta a diferentes lecturas e interpretaciones: la caída de la antigua Roma, la situación que se vivía en Egipto en el momento de su escritura (las rebeliones sudanesas contra el dominio anglo-egipcio), el temor y la fascinación frente a los “otros”… Sin embargo, los problemas ante los que nos enfrentamos en la actualidad nos remiten al poema del autor alejandrino que plantea temas como la decadencia política y social, el cambio de civilización, la búsqueda de soluciones, los otros… Y nosotros, ¿quiénes somos? La respuesta de cualquier ciudadano de los países de nuestro entorno podría ser: “soy europeo” o “soy occidental”. La Real Academia Española define “occidente”, además de como un punto cardinal, un lugar o una región, de la siguiente manera: “conjunto de países de varios continentes, cuyas lenguas y culturas tienen su origen principal en Europa”. 

El historiador Fernand Braudel, entiende las civilizaciones como sociedades, economías, zonas culturales, formas de pensar, áreas geográficas y, sobre todo, continuidades históricas de larga duración.

Convendremos que la civilización occidental tiene sus raíces en el mundo grecolatino y que continuó conformándose con el cristianismo, el Renacimiento, el siglo de los descubrimientos, la Ilustración, los avances de la ciencia y la tecnología y el desarrollo del capitalismo.

Para Samuel Huntington (autor de El choque de las civilizaciones) Occidente es un grupo de países comprometidos con la democracia, el imperio de la ley y los derechos humanos. Nuestra civilización ha sido la dominante durante los últimos cinco siglos, hasta el punto que hablar de modernización es sinónimo de occidentalización. Se podría afirmar que la realidad contemporánea es el resultado de la reestructuración del mundo según las conveniencias de Occidente. En ese proceso, el mundo se ha ido dividiendo entre civilizados y bárbaros, modernos y atrasados o desarrollados y subdesarrollados.

Sin embargo, como recordó Paul Valéry tras la 1ª Guerra Mundial: “volvemos a saber que las civilizaciones son mortales. La civilización egipcia ya no existe. La civilización babilónica ya no existe. Por lo tanto, no está escrito en la pared que la civilización europea o americana u occidental está ahí para quedarse”.

La continuidad del modo de vida occidental ha de basarse en la preservación de sus sistemas internos para servir de arquetipo a otros países y defender un mundo sostenido sobre los valores de la democracia, la libertad y el respeto de los derechos humanos.

El poema de Kavafis se refiere a los bárbaros. Pero, ¿quiénes son los bárbaros? 

Para los griegos los bárbaros eran “los otros”, los no griegos, los que no hablan su lengua. Los bárbaros son susceptibles de ser esclavizados por ser enemigos naturales de los griegos —para Aristóteles los bárbaros son esclavos por naturaleza). Para Roma, bárbaros son los pueblos no romanizados y los asocia a la idea de crueldad (está imagen irá cambiando según las necesidades económicas y militares del Imperio). Con el advenimiento del cristianismo, bárbaro es sinónimo de no creyente, de pagano. El Renacimiento amplió el concepto de bárbaro incluyendo desde lo que quedaba fuera de la corriente humanista hasta su utilización en las guerras de religión. La llegada a América introdujo nuevas acepciones a la palabra al igual que el pensamiento ilustrado. Cada época ha encontrado sus propios bárbaros.

Y ahora, ¿quiénes son los bárbaros? Desde la caída del Telón de Acero, y fundamentalmente desde el 11S de 2001, las amenazas externas al mundo occidental eran fácilmente identificables (el terrorismo islamista, la rivalidad económica con China o los conflictos geoestratégicos con Rusia). Sin embargo, actualmente parece que no sólo hay bárbaros allende nuestras fronteras. Si repasamos la historia de Occidente no es descabellado afirmar que nosotros también somos bárbaros (según el historiador Nigel Ferguson, desde 1495 ha habido más de 125 guerras sólo en territorio europeo). Hace 100 años Oswald Spengler advirtió del ocaso de la cultura occidental. En su obra La decadencia de Occidente apunta: "La historia trata de la vida y siempre de la vida, de la raza, del triunfo de la voluntad de poder; pero no trata de verdades, de invenciones o de dinero. La historia universal es el tribunal del mundo: ha dado siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de sí misma, ha otorgado siempre a esta vida el derecho a la existencia sin importarle que fuera justo, siempre ha sacrificado la verdad y la justicia al poder, a la raza, y siempre ha condenado a muerte a aquellos hombres y pueblos para quienes la verdad era más importante que la acción, y la justicia más esencial que la fuerza".

Lucha entre verdad y justicia frente a fuerza y acción. La actitud suicida de las sociedades democráticas durante las primeras décadas del siglo pasado permitió que los bárbaros entraran en las instituciones democráticas, propiciando de esta manera que por Europa se extendieran los movimientos totalitarios que provocaron dos horribles guerras mundiales. Esta advertencia histórica deberíamos tenerla en cuenta ahora que en el mundo occidental muchos parecen esperar jubilosamente a los bárbaros. Algunos ya les están abriendo las puertas, permitiendo que la fuerza y la acción desplacen a la verdad y la justicia. El filósofo Rob Riemen opina que “todas las crisis están conectadas: la crisis política, la polarización, el extremismo, las guerras, el cambio climático, las desigualdades sociales. Todas están relacionadas con el hecho de que nos enfrentamos a una crisis de civilización”.

Sí, nosotros somos bárbaros que, a diferencia de los bárbaros de Kavafis, no aportamos solución o remedio. Como diría Riemen, hemos perdido “el arte de ser humanos”.

JAIME GARCÍA NAVAJO

LA ESQUIVA FELICIDAD
ISABEL BANDRÉS

La felicidad en el ser humano es algo raro. Experimentamos felicidad mientras se cumplen nuestros deseos y disfrutamos de los placeres de la vida, pero esos momentos de plenitud son breves. Lo sabemos por experiencia y, sin embargo, aspiramos a ser felices. Más aún, hoy se ha convertido en una tiranía social: tenemos la obligación de ser felices durante las veinticuatro horas del día y todos los días de nuestras vidas. Es absurdo, porque nuestra naturaleza no está hecha para eso. “El cerebro humano —nos dice el neurólogo Francisco Mora—, no está diseñado para alcanzar la felicidad constante, sino para sobrevivir. En esa lucha por la supervivencia, encontramos el placer y, en algunos momentos, destellos de felicidad”. Los seres humanos hemos tenido que abandonar el paraíso perdido de la naturaleza, para vivir en el mundo condicionado de la cultura, por lo que tenemos que tolerar la frustración de muchos de nuestros deseos y aceptar los límites. Y con estas circunstancias, la felicidad plena y duradera es imposible.

A pesar de que el mundo exterior nos constriñe y nuestro interior es un completo caos de deseos, sentimientos contradictorios y pulsiones destructivas, se puede vivir relativamente bien, según Aristóteles, si practicamos la virtud y admitimos las limitaciones de nuestra naturaleza. Creo que es apropiado, en este momento, recordar el dialogo que Sócrates entabló con Céfalo, un patricio de Siracusa de edad muy avanzada. Cuando Sócrates le preguntó por los sinsabores de su edad, respondió que se trata de saber llevar los achaques propios de la vejez; cuando le interrogó por la pérdida de las pasiones, contestó que se había librado de ellas como quien abandona a un gato salvaje y cuando le habló de su fortuna, respondió que le había ayudado a vivir tranquilo económicamente. Sócrates y Céfalo llegan a la conclusión que el bienestar económico es un factor muy importante para afrontar la vida, pero el buen carácter y los estados internos del alma (ese revoltijo interior que nos domina) son fundamentales para alcanzar no la felicidad pues no existe, pero sí un cierto sosiego, una cierta paz. 

La palabra felicidad nos suena a algo pomposo, pero serenidad y alegría son palabras más modestas y más a la medida de los humanos. Sancho le dice a un d. Quijote desanimado: “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se atempere, y vuelva en sí, y coja las riendas… y avive y despierte”. Una idea que comparte el filósofo Fernando Savater, para quien una vida buena no está tanto en aspirar a la felicidad como a la alegría: “[…] algo mucho más humano que depende de la afirmación y aceptación de la vida con sus aspectos terribles incluidos”.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos escrita por Jefferson y aprobada en 1776 dice: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Hannah Arendt, admiradora de los padres fundadores y de la revolución americana, nos habla a lo largo de su obra de “la felicidad pública”. La felicidad, que da la acción política a los ciudadanos de las democracias liberales. Y la describe como una forma de goce, de alegría, como un tipo de felicidad que “[…] solo podría experimentarse en la acción pública, independiente de la felicidad privada”. ¿La felicidad privada sería posible fuera de un sistema democrático? Para ser medianamente felices en la privacidad necesitamos un ambiente social y político propicio que respete los principios de libertad y nos dé un techado jurídico que nos proteja.

La felicidad no es algo que se pueda comprar, más bien es algo que se trabaja de dentro hacia afuera. Pero nuestra sociedad, tan banal como narcisista, nos vende la felicidad como un producto. Nunca, como ahora, se han comprado tantos libros de autoayuda donde unos mercachifles hilan frases huecas que, supuestamente, llenarán nuestros vacíos interiores, apaciguarán nuestras pulsiones y nos harán felices para siempre. Y, si esto no es suficiente, están los expertos en Feng Shui que harán que un sillón, un retrete o un cabecero colocados en el lugar adecuado nos hagan tocar el cielo de la vida perfecta. La estupidez domina nuestras vidas y el consumo de pensamientos baratija es fundamental para que confundamos letargo y confort con felicidad o con una vida respetable que tenga algún sentido.

Estamos en un mundo en el que todo vale, en el que predomina la dejadez y el uso del otro como objeto para conseguir nuestros fines y/o culparlo de nuestros fracasos. Nos iría mejor si lográsemos admitir que no somos la maravilla del mundo, reconociésemos que nuestras pulsiones no siempre son bonitas ni agradables y nos esforzásemos en no añadir pesadumbre a los sufrimientos que nos tocan vivir e intentásemos hacerlos más livianos. La alegría, el buen humor y una disposición activa no solo nos endulzan la vida, sino que se la hace más llevadera a los que nos rodean. Todo esto requiere esfuerzo constante y no es fácil. ¿Pero quién ha dicho que la vida sea o tenga que ser fácil?

ISABEL BANDRÉS

 


MAJESTAD
MARÍA LUISA MAILLARD

El término majestad, que se aplicó inicialmente a la realeza es definido por la Real Academia Española como “grandeza, superioridad y autoridad sobre otros”, en una segunda acepción “seriedad, entereza y severidad en el semblante y en las acciones”. Sólo en una tercera acepción aparece, “título o tratamiento que se da a Dios y también emperadores y reyes".

Sin duda, la RAE, atendiendo a la evolución natural de la lengua en el habla, recoge una intuición popular que dota al término de una dimensión simbólica referida a la naturaleza humana, que adquiere prevalencia sobre su significado ancestral y que también se extiende a una naturaleza no humana que nos sobrecoge por su inmensidad, “un mar majestuoso”.

No estamos ya atentos a esa dimensión simbólica que atesora el habla popular. El término “majestad” no es hoy políticamente correcto aplicable al ser humano. ¿Grandeza, superioridad y autoridad sobre otros? ¿No somos ya todos iguales? Hay un error en el concepto de igualdad. El reconocimiento a la dignidad de cualquier ser humano, sea cual sea su condición, no implica que no se reconozca la excelencia que se hace presente en algunos hombres y mujeres que se nos ofrecen como horizonte de nuestra condición terrestre. Grandeza que se materializa en el porte de una figura que transmite entereza y severidad: majestuosidad.

Esa excelencia requiere del esfuerzo, sin duda, algo en decadencia hoy en día; pero el habla popular ha visto más allá y algunos poetas lo han recogido. Recuerdo unos versos del poema de Federico García Lorca, "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías", torero muerto en el ruedo. Después de haberle adjudicado la categoría de “príncipe”: “No hay príncipe en Sevilla / que comparársele pueda”, añade más adelante:

¡Qué blando con las espigas!

¡Qué duro con las espuelas!

Está reflejando Lorca una característica de la grandeza, que ya destacó Manuel Machado, de forma admirable en su poema "Castilla", en el que un Cid agotado marcha por una desértica Castilla: “El ciego sol, la sed y la fatiga. /Por la terrible estepa castellana/, al destierro con doce de los suyos/ —polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga”. Al llegar a una posta, una niña le recibe y le ruega que siga su camino porque si se detiene allí, será la ruina y la muerte de ella y de su familia. Entonces un Cid agotado y sediento, sólo dice dos palabras a sus hombres: “¡En marcha!”. 

La majestad, la condición “principesca”, se concreta en este poema en una cualidad espiritual, en este caso, moral: la compasión con los débiles, la dureza y firmeza con los fuertes, que también reseñó Lorca. Sin embargo, la dimensión espiritual del término majestad, no finaliza en la dimensión moral, que nos sobrecoge cuando se antepone a la sobrevivencia.

También se extiende a un “algo” espiritual" que se lleva dentro y que puede ser nombrado por el pueblo como “duende”, “estado de gracia” … o "majestad", términos todos ellos que Bergamín traduce como la manifestación de un “un alma que vuela” y se corporiza en una figura: “No hay porte más majestuoso que el del torero enfrentado al toro en la plaza”, escribe.

Un arte analfabeto en su origen, el del cante jondo con el baile y la guitarra que lo acompañan, muestra a veces ese “algo” que sale de “los adentros” del cantaor, un “algo” que surge del pueblo y es reconocido por el pueblo: el milagro de un hombre enfrentado con valentía a su destino humano, el dolor, la injusticia y el amor; trascendiéndolos en arte, mediante un “alma que vuela”. En el caso del arte del toreo, emparentado con el cante jondo por sus orígenes — ambos nacieron a finales del siglo XVIII— y por salir del pueblo y pertenecer a él, el enfrentamiento es con el misterio de la muerte, el destino común que nos acompaña a todos, como una sombra del alma.

Ya sé que tampoco es “políticamente correcto” hablar del torero y no del toro. Privilegiar al hombre y la dimensión simbólica de su figura, frente al animal. ¿No somos animales? ¿Cómo vamos a tener una dimensión espiritual si el animal no la tiene? Esta forma impositiva de pensamiento forma parte del proceso de “adelgazamiento” del hombre occidental —estamos ya en la fase de anorexia— y entra de lleno en el de la desaparición de los grandes hombres y mujeres de nuestra cultura.

El hombre occidental se “achica”, diagnóstico que ya predijo Jünger, en su texto “Sobre la línea” de 1949, debido a un proceso de reducción que afecta a conceptos como la belleza, el bien, lo verdadero y el asombro ante lo maravilloso. La prueba de ello es que ya no existen en nuestro horizonte hombres de una talla semejante a los que Hannah Arendt analiza en su libro Hombres en tiempos de oscuridad. Hombres y mujeres que enfrentaron una época, la primera mitad del siglo XX, plagada de catástrofes políticas y desastres morales, como señala la autora. Filósofos como Karl Jaspers o Walter Benjamin, hombres de Dios como Juan XXIII, políticas como Rosa Luxemburgo, narradoras como Isak Dinesen, o dramaturgos como Bertolt Brecht. 

En este “achicamiento” del hombre, no dudamos de que uno de los factores que intervienen es la negativa a admitir —y, por tanto, desarrollar—, la dimensión espiritual que posibilita el horizonte de grandeza del ser humano. Quizá el ejemplo más claro sea el del espejo deformado de nuestros dirigentes políticos —que no creo tengan la más mínima idea de qué es eso de la grandeza—; pero no solo. También se derrama como una lluvia mansa sobre el resto de la sociedad. Afecta, por ejemplo, a la consideración social que reciben aquellos ciudadanos, a los que antaño se debía un trato respetuoso debido a su labor: intelectuales, médicos, profesores, bomberos, agentes de seguridad, militares…

A pesar de las nubes que oscurecían el horizonte, en la primera mitad del siglo XX, aún no se había producido el fenómeno de la progresiva desaparición de los grandes hombres de la cultura y de la política, en la medida en que lo vivimos hoy en día ni la reducción de la población a una especie de “lumpen proletariado” espiritual, según algunos autores. Y cito aquí a Zagajewski, en su libro Defensa del fervor:

”La cultura de masas actual, a veces divertida y no siempre nociva, se caracteriza por no tener ni idea de qué diablos es eso de la vida espiritual. No solo es incapaz de crearla, sino que la mina, destruye y corroe”.

Nos queda la esperanza de que la tiranía artificial de una política, que legaliza la manipulación del lenguaje para ajustarlo a “lo políticamente correcto” del pensamiento dominante, no llegue a alcanzar a ese saber popular y analfabeto en su origen, capaz de hacernos recuperar el significado simbólico de la palabra majestad, que, en estos días de Semana Santa, se hace presencia en la saeta, un cante popular en el que el dolor del hombre se hace uno con el del Cristo crucificado.

MARÍA LUISA MAILLARD


IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
48. LEYENDO EN COMPAÑÍA
MUJERES CON NIÑOS
INÉS ALBERDI

Hay un tema que se repite en la historia de la pintura, que tiene relación con el significado de los libros para las mujeres y es la educación de los hijos. La relación de la mujer con los hijos es un aspecto fundamental de la vida doméstica y de la idea de maternidad. Cuando se trata de las clases ilustradas, la educación de los hijos se relaciona con los libros. Una mujer leyendo un libro a un niño es un tema que cobra importancia en la pintura europea en los siglos XVIII y XIX, pero no es nuevo.

Cuando vemos la imagen de una mujer joven sentada con un niño, leyendo un libro, suponemos que es su hijo y que le está leyendo un cuento. La mayor parte de las veces suponemos que es la madre; y en muchos casos el mismo artista quien así nos lo dice.

Charles West Cope, Gran Bretaña (1811-1890)
George Herbert y su madre, 1872
Gallery Oldham, Manchester, Gran Bretaña

Artistas de todas las nacionalidades recurren reiteradamente a este tipo de retratos que son a la vez una idealización de la familia y de la maternidad. La realidad de la vida de las mujeres, si habláramos en términos estadísticos, no es la que nos reflejan esas imágenes de cultura y domesticidad y por ello la mayoría de estos retratos representan a mujeres de clases acomodadas.

Pero no siempre son las madres las que leen libros a los niños. Pueden no ser sus hijos, puede tratarse de una institutriz, como en el delicado cuadro de Chardin de la National Gallery de Londres.

Jean-Baptiste Simeon Chardin, Francia (1699-1779)
La joven maestra, 1939
The National Gallery, Londres, Gran Bretaña

Algunas de estas imágenes de mujeres, libros y niños no se refieren a la posible enseñanza de la madre a los hijos, sino que representan a mujeres que, a la vez que cuidan de los niños, sean sus hijos o no, pretenden seguir la lectura de un libro. Habrá miles de mujeres que entiendan lo que esto significa: esa dificultad de querer seguir leyendo o estudiando y verse interrumpida por tener que atender a los pequeños. El momento perfecto para estas lectoras es cuando los niños se han dormido y eso es lo que se ve en muchas de estas obras. Hemos encontrado varias obras que presentan esta escena de la madre, o la cuidadora, que trata de leer mientras supervisa el bienestar del pequeño.

Albert Anker, Suiza (1831-1910)
Rose y Bertha Gugger, 1883
Colección privada

Helen MacNicoll, Canadá (1879-1915)
A la sombra del árbol, 1914
Museo Nacional de bellas Artes de Quebec, Canadá

Incluso, hemos encontrado un retrato de una madre que pretende seguir leyendo mientras da el pecho a su hijo.

Eliseu Visconti, Brasil (1866-1944)
Madre, 1911
Colección privada

Ambas situaciones, la de la mujer que lee al pequeño o la de la que lee mientras lo cuida, reflejan de modo interesante la vida de tantas mujeres. Lo que tienen todas ellas en común es el interés por la cultura, la valoración del libro como símbolo de la misma y la reivindicación de la participación de las mujeres en la trasmisión de la vida y de la cultura.

Eduard Manet, Francia (1832-1883)
El ferrocarril, 1873
National Gallery of Art, Washington, EE.UU.

También, en muchas obras que hemos encontrado, las mujeres no leen libros “para ellas” sino que parecen estar leyendo cuentos o historias para los niños.

James Shannon, Estados Unidos (1862-1923)
Cuentos de la jungla, 1895
Museo Metropolitano de Arte, New York, EE.UU.

George Dunlop Leslie, Gran Bretaña (1835-1921)
Alicia en el país de las maravillas, 1879
Brighton Museum-Art Gallery, Brighton and Hove, Gran Bretaña 

Mary Cassatt, Estados Unidos (1844-1926)
Augusta leyendo a su hija, 1910
Colección privada

Edward K. Johnson, Gran Bretaña (1825-1896)
Días de verano, 1884
Colección privada

Joseph DeCamp, Estados Unidos (1858-1923)
El sol de junio, 1902
Colección privada

Este leer cuentos o mirar libros de estampas parece algunas veces una actividad compartida totalmente en la que los niños o niñas también toman parte activa.

Emanuel Phillips Fox, Australia (1865-1915)
La lección, 1912
National Gallery of Victoria, Melburne, Australia

Seymour Joseph Guy, Estados Unidos (1824-1910)
El conocimiento es poder, s/f
Colección privada

Situación que llega a ser de igualdad en el precioso retrato que hace Shannon de su mujer y su hija leyendo juntas del mismo libro.

James Jebusa Shannon, Estados Unidos
En las dunas (Florence y Kitty, esposa e hija del artista), 1910
Smithsonian American Art Museum, Washington, EE.UU.

Por otra parte, hay retratos que tienen un aire educativo, un tanto escolar. Son los que muestran a la madre o cuidadora enseñando a leer.

Silvestro Lega, Italia (1826-1895)
La lección de la abuela, 1881
Galleria d'Arte Moderna Achille Forti, Verona, Italia

Auguste Toulmouche, Francia (1829-1890)
La lección de lectura, 1865
Museo de Bellas Artes de Boston, EE.UU.

Mary Cassat, Estados Unidos (1844-1926)
La lección de lectura, 1901
Museo de Arte de Dallas, Texas, EE.UU.

En algunos retratos aparecen mujeres mayores, como si fueran las abuelas que leen para los nietos.



INÉS ALBERDI

EN BUSCA DE MARY SHELLEY
LA JOVEN QUE ESCRIBIÓ FRANKENSTEIN (Fiona Sampson)
FELIPE VEGA
 

Existen muchas formas de abordar una biografía. ¿Cuál será la adecuada? Esta sería la pregunta que debería quitar el sueño al autor o autora de este género literario. Desconozco si los escritores que lo abordan se la hacen o no. Posiblemente no. Y la prueba reside en la cantidad de escritos biográficos que fracasan en su empresa, adormilando al lector cada noche bajo la lámpara, pretexto de un aburrimiento cultivado.

No es este el caso de Fiona Sampson, traductora y poeta inglesa, que, con su libro dedicado a Mary Shelley, atrapa no solo nuestra atención e interés de inmediato, sino que nos ilustra profusamente sobre el universo cultural y social de los siglos XVIII y XIX que rodearon la vida de la autora de Frankenstein.

Sampson primero nos introduce en el pasado de sus dos ilustres padres: una defensora de los derechos de la mujer y un filósofo político radical, de notable importancia en el pasado de los movimientos revolucionarios del siglo XIX. Luego, los siguientes capítulos, recorren su vida amorosa y matrimonial hasta llegar hasta el lago Lemán, junto a la ciudad de Ginebra donde, por puro juego, varios escritores se contaron historias a la luz de las velas. Mary Shelley fue la primera de ellos en convertir su relato en texto escrito…

El prólogo que precede y acompaña a Mary en sus primeros años de vida explica con detalle por qué esta novelista romántica llegó tan lejos. Su biógrafa dedica, además, bastante espacio a reparar los malentendidos por los que el sentido de la palabra romanticismo ha sido tan mal explicado por lo general.

Hay una forma de narrar, sea en el género y el estilo que sea, que distingue a escritores y escritoras británicos de forma especial. Su forma de escribir aborda la vida con una singular forma que combina calor humano y sentido de la distancia, y que se asemeja bastante a la objetividad, todo ello unido a un dominio en la descripción de hechos veraces que los hace ciertamente únicos. En su literatura, más que no verse influida por los mitos, parecería que estos pueden ser acotados con claro dominio, de modo que el factor legendario no estorbe o desvíe ese sentido último de exponer una realidad, su verdadero objetivo.

Tal vez por eso sean reconocidos como historiadores y biógrafos consumados que, aborden el período de historia o vida que aborden, nos contagien la sensación de que su obra tiene carácter de definitiva.

Un historiador mediterráneo —por simplificar—, ilumina el pasado desde una proximidad sensual y cálida como el mar que lleva su nombre, mientras que uno inglés, que se baña en costas frías y llenas de corrientes, no recurre a ningún tipo de sentimentalismo a la hora de cumplir con su tarea. Fiona Sampson realiza, como biógrafa, un trabajo similar: cuenta, describe y razona con notable y lúcido virtuosismo, donde otros se dejarían atrapar por una aridez supuestamente obligatoria para poder ser honesto.

Mary Shelley ha sido únicamente —y durante demasiado tiempo en la historia—, nada más que la esposa del ensayista y poeta Shelley y autora de un famoso librito de género fantástico, Frankenstein, que ha entretenido, sobre todo desde las pantallas de cine, a generaciones enteras hasta el día de hoy. Suman más de diez las adaptaciones rodadas. Y si comparamos éstas con el libro original comprobaremos que el parecido es mínimo. Este dato lo desconoce la mayoría de la gente que conoce la existencia del libro a través del film porque: “[los libros] ocultan las mismas cosas que revelan, encierran su contenido a veces subversivo y en ocasiones revolucionario entre cubiertas, en un lugar que solo el lector puede visitar”, nos recuerda acertadamente Fiona Sampson.

El libro de Shelley es eso y más. Su contenido ha ido cobrando mayor sentido en la medida que ciencia y filosofía se han ido alejando en un mundo tecnológico que anula, lentamente, una serie de consideraciones morales que tuvieron peso en una sociedad occidental en la que el sentido de lo humano oscilaba entre lo monstruoso y lo patético hasta el día de hoy.

Frankenstein, tanto como libro que como biografía, recorre un camino que merece retomar, si alguna vez, cuando niños, nos asustaron con un argumento que, leído hoy, va más mucho allá de lo que esperamos; además de reivindicar, sin histerismos, la figura de una escritora que debería ser tenida en cuenta como una autora respetable.

FELIPE VEGA

ADOLESCENCIA Y REDES SOCIALES
LIDIA ANDINO
 

La Tecnología de la Información y la Comunicación con su manifestación en las redes sociales ha avanzado a pasos agigantados durante las últimas décadas generando grandes transformaciones en la forma en que nos relacionamos con el mundo; está presente en la vida cotidiana, en especial en los adolescentes que la ha convertido en una herramienta predilecta.

Estos espacios virtuales brindan oportunidades que posibilitan formas diferentes de interacción, pero también propician ciertos riesgos y dependencias. Allí los jóvenes se manifiestan como en un escaparate ideal para mostrarse ante sí mismo y los demás.

En general la adolescencia es un periodo decisivo ya que además de los cambios físicos los jóvenes deben buscar maneras de conectar con sus pares para establecer grupos y relaciones afectivas, o al menos con personas de sus mismos gustos e intereses. En la actualidad lo hacen en las redes sociales a través de fotos, historias e interacciones virtuales tratando siempre de mostrar la versión de sí mismos —quizá distorsionada—, que les interese presentar en ese momento.

Es decir, la aprobación de sus pares no se da exclusivamente como pasaba antes, por la cercanía, la amistad personal, el compartir espacios juntos, sino también por la aceptación o no que reciben en el ámbito digital; dispositivos que les permiten vivir vidas no imaginadas, hábitos y pensamientos impensables, hasta realidades que nunca han sido.

Evaluar tanto los efectos posibles negativos como los positivos es un buen camino para evitar una perspectiva simplista que demonice las redes en su totalidad y quitarles cierta mala fama que han ganado.

Reconocer tanto las oportunidades que brindan como sus riesgos es una manera de trabajar en un entorno más seguro y enriquecedor tanto para los adolescentes de hoy como para las generaciones futuras.

LIDIA ANDINO
Psicoanalista


JOSEFINA CARABIAS
(1908-1980)

MARÍA LUISA MAILLARD

En marzo de 2018 el Congreso de los Diputados estableció el premio anual Josefina Carabias, dedicado al periodismo parlamentario. ¿Quién fue esta mujer, que batió sus primeras armas en los difíciles años treinta como cronista parlamentaria, atravesó dos guerras, continuó su labor en la España de los años 40, bajo la dictadura franquista, fue corresponsal en Washington y París y alcanzó la época de la transición?

Según testimonio de su hija Carmen Rico Godoy, su madre era una mujer de un carácter envidiable: irónica, franca, divertida y muy extrovertida. Algo que corroboró la misma Josefina Carabias en unas declaraciones a la radio: “de pequeña ya me metía en todas partes y hablaba con todo el mundo”. También muy crítica. Casi nunca le gustaban los artículos que escribía y reconocía las limitaciones de su profesión. Cuando le preguntaron si los periodistas decían siempre la verdad contestó: “En sus diez años primeros el periodista escribe sobre lo que no conoce aún y, por tanto, puede que a veces no diga la verdad; pero nunca la mentira”. Lo que más le gustaba era el Parlamento, “La casa de la democracia”, decía. Allí se sentía como en su propia casa; pero, aparte de cronista parlamentaria, tocó todos los géneros del periodismo, en especial la crónica social y de costumbres.

Josefina Carabias nació un 19 de julio de 1908 en Arenas de San Pedro, Ávila. Sus padres, Carmen Sánchez Ocaña y Feliciano Carabias eran pequeños terratenientes y no contemplaban la idea de que su hija estudiase más allá de primaria; pero Josefina resultó ser más tenaz y testaruda que ellos. Se preparó por su cuenta los exámenes de bachillerato, que aprobó, y sus padres no tuvieron más remedio que consentir que se trasladase a Madrid a estudiar, eso sí, la carrera de Derecho, que concluyó con éxito en 1930, a los 22 años. Estuvo alojada en la Residencia de Señoritas, introduciéndose en “la modernidad” del Madrid de la época y pronto se hizo socia del Ateneo, que fue su verdadera escuela política. Allí conoció a don Miguel de Unamuno, Largo Caballero y Manuel Azaña, entre otros políticos destacados, sintiéndose próxima a un socialismo republicano.

Muy pronto y por casualidad se introdujo en el periodismo. En 1931, la revista Estampa le encargó un artículo sobre las mujeres en la Universidad, que fue publicado con éxito como “Las estudiantes en la Universidad de Madrid”. Josefina se lanzó entonces a proponer una entrevista con Victoria Kent que acababa de ser nombrada directora de prisiones. Ya no paró. El estilo ágil y divertido de sus artículos y su empuje le abrieron las puertas de otras revistas como Crónica, Mundo Gráfico y Portada; pero su bautismo de fuego llegó cuando fue contratada por el diario Ahora, dirigido por Chávez Nogales para realizar crónicas parlamentarias, labor que realizó de 1931 a 1936. Con posterioridad las publicaría en un libro, indispensable para conocer el trascendental periodo: Crónicas de la República. Del optimismo de 1931 a las vísperas de la tragedia de 1936. Chávez Nogales y Julio Camba, serían sus autores de referencia y el periodismo parlamentario su gran vocación, aunque no siempre pudo ejercerlo porque la circunstancia histórica comenzó a levantar su dedo imperioso a partir de 1936.

Mientras tanto, se adentró en el periodismo radiofónico y fue locutora en el programa informativo “La palabra” de Unión Madrid, desde donde retransmitió el homenaje a Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1934. En una fecha no precisada contrajo matrimonio con José Rico Godoy, un abogado y economista, hijo de notario, que había participado activamente en la sublevación de Jaca del 12 de diciembre de 1930, y en 1931 fue liberado de la cárcel, junto con sus compañeros. No les acompañaron los cabecillas, los tenientes Galán y García Hernández que habían sido fusilados el 14 de diciembre. Ambos cónyuges compartían un ideario socialista republicano.

Estalla la Guerra Civil, tras el levantamiento del General Franco y, ante el cerco de Madrid, el gobierno republicano abandona la ciudad y se traslada a Valencia. La situación se torna peligrosa y el matrimonio, como muchos otros intelectuales, abandona la capital camino de Francia. Se instalan en París y en 1939, estando Josefina embarazada de su primera hija, Carmen Rico Godoy, su marido decide viajar a España para solventar unos problemas de herencia, que podrían aliviar la situación económica de la familia. Es detenido y condenado a 12 años de prisión de los que sólo cumple tres. Josefina se traslada a Biarritz y sobrevive con su carta de refugiada y algunas colaboraciones en revistas argentinas y mexicanas.

En 1944 regresa a España y apenas un año después nace su segunda hija, Mercedes Rico Carabias. Es contratada como redactora por el diario Informaciones; aunque figura como secretaria porque tiene prohibido ejercer el periodismo. Firma con el seudónimo de Carmen Moreno. En 1951 recibe el Premio Luca de Tena por su artículo “El Congreso se divierte” y su situación da un vuelco. Ya puede volver a firmar con su nombre. Es la época en la que también escribe crónicas deportivas que publicará como libro en 1959, La mujer en el fútbol.

En 1954 se inicia de nuevo su vida itinerante. Tras el inicio de relaciones con Estados Unidos, un consorcio de periódicos, encabezado por el diario Informaciones, le propone una corresponsalía en Washington. Durante cinco años narrará con gran éxito la vida cotidiana de los americanos. En 1959 se traslada a París, contratada por el diario Ya, esta vez como cronista política.

En 1967 regresa de forma definitiva a España y escribirá una columna de opinión para el diario Ya, hasta su fallecimiento en 1980 de un ataque al corazón. Aparte de la edición de algunos de sus crónicas periodísticas, que ya hemos mencionado, nos dejará el legado de algunas biografías como Carlota de México (1944), El maestro Guerrero (1952) y su gran obra postergada y publicada de forma póstuma, Azaña. Los que le llamábamos Manuel.

Josefina Carabias no tuvo una vida fácil; pero supo sobrellevar su circunstancia sin tirar nunca la toalla y consiguiendo algo que parecía imposible en su época: vivir siempre de su trabajo y ser pionera del periodismo político. Ella tenía claro que, sin independencia económica, no había posible liberación de la mujer. Lo logró mediante su constancia y un espíritu positivo que siempre encontraba un resquicio para la esperanza.

MARÍA LUISA MAILLARD

 

¡¡PRESENTAMOS LA BIOGRAFÍA Nº 45 
DE NUESTRA COLECCIÓN!! 

ROSALÍA DE CASTRO, de MARÍA LUISA MAILLARD




SERÁ EL PRÓXIMO 5 DE JUNIO
 EN CASA DE GALICIA EN MADRID (C/ Casado del Alisal, 8)
A LAS 19:30 H 



Con esta biografía de Rosalía de Castro, de María Luisa Maillard, ponemos fin a una empresa peregrina e ilusionante que iniciamos en el año 2009, en el seno de la Asociación Matritense de Mujeres Universitarias. Queríamos mostrar cómo las mujeres habían contribuido a mejorar el mundo con su vida y sus aportaciones en todos los terrenos del saber.

En este tiempo hemos logrado introducir en el mercado 45 biografías de mujeres relevantes, en distintas disciplinas, elaboradas todas ellas con rigor y esfuerzo divulgativo. 

Gracias a todas aquellas mujeres y hombres que nos han acompañado en el camino, autoras y autores, colaboradoras y biografiadas.


El día 22 de abril, con ocasión de La Noche de los Libros, la Asociación de Mujeres Progresistas de Retiro organizaron el acto "Todas las mujeres están en mí", cuya protagonista fue nuestra colección de Biografías de Mujeres Relevantes. Tuvo lugar en la Biblioteca Elena Fortún y la actividad, muy concurrida, consistió en la lectura de algunos párrafos de nuestras biografías y la lectura dramatizada de dos diálogos y un monólogo del libro Diálogos de Mujeres, de María Luisa Maillard, cuyas protagonistas son las mujeres biografiadas en nuestra colección:

Diálogo Ciencia-Filosofía entre Rita Levi Montalcini y María Zambrano.

Monólogo de Soledad Ortega.

Diálogo entre María Moliner y su Diccionario.

Presidieron la Mesa María Muñoz y Raquel Soto de Andrés, representando a las asociación Mujeres Progresistas de Retiro, y la directora de la colección de biografías, María Luisa Maillard.


María Muñoz, María Luisa Maillard y Raquel Soto de Andrés


Durante la lectura de textos de Diálogos de mujeres de María Luisa Maillard



INTERVENCIÓN DE MARÍA LUISA MAILLARD

Buenas tardes. Quiero agradecer a la Asociación de Mujeres Progresistas de Retiro y, de forma especial a su secretaria María Muñoz la organización de este acto, que tiene como protagonista a nuestra Colección de Mujeres Relevantes. Permitidme que hable un poco sobre este proyecto que cuenta ya 14 años de recorrido y que ha logrado poner en circulación 45 biografías, la última de las cuales aún en imprenta, es la de Rosalía de Castro. Con ella daremos fin a una tarea que hemos llevado adelante sin ningún tipo de subvención ni ayuda oficial; pero sí con el esfuerzo de algunas mujeres, narradoras, distribuidoras y correctoras; y, especialmente, editoras.

Todo comenzó en el año 2009. Acabábamos de crear el grupo de Madrid de La Asociación de Mujeres Universitarias, una Asociación de largo recorrido en España —nació en 1921 bajo la iniciativa de María de Maeztu—, y a la que yo estuve vinculada a finales de los años 80, poco antes de su segunda disolución —la primera, fue tras el estallido de la Guerra Civil.

Nos reunimos en una cafetería y comenzamos a barajar propuestas acerca de las actividades que íbamos a realizar. Allí surgió, entre muchas otras, la de elaborar una colección divulgativa de biografías de mujeres. Al día siguiente, la socia Susi Trillo, que está aquí con nosotras, se presentó con un proyecto completo de la colección: el formato, el color, la letra, en fin, parecía que teníamos ya el libro en las manos. No quedó más remedio que ponerse en marcha. Susi Trillo ha sido una eficiente y minuciosa editora durante todos estos años.

Enseguida me entusiasmé con el proyecto. Recordé una conferencia de Soledad Ortega en 1975 en La Fundación Universitaria Española, con ocasión del Día Internacional de la Mujer. Por aquel entonces, ya se habían corregido o eliminado muchas de las leyes discriminatorias contra la mujer, herederas de la primera etapa del franquismo. Aún quedaban algunas que Soledad señaló; pero el camino estaba marcado y la situación era irreversible, argumentaba Soledad. Y es entonces cuando ella se pregunta: “una vez lograda la igualdad jurídica, reivindicación clave de los movimientos sufragistas, ¿Qué iba a aportar la mujer una vez que entrara con pleno derecho en la sociedad? ¿Cómo iba a colaborar en la construcción del mundo futuro?”.

Muchas de nuestras mujeres biografiadas nos han aproximado a la respuesta. Mujeres valientes, cuyas vidas transcurrieron en muchos casos, en circunstancias difíciles —dos guerras mundiales, la guerra española—, que lograron superar con constancia y esfuerzo y que, en no pocas ocasiones, nos muestran un camino a recorrer que ellas ya han recorrido: el camino de la fuerza espiritual y de los valores

Recuerdo ahora una reflexión de María Zambrano quien señala un elemento diferenciador del hombre y la mujer, a propósito del conocimiento de nosotros mismos. El hombre, dice, necesita verse desde fuera, crear un personaje para verse vivir, mientras que la mujer se ve desde dentro, desde una mirada más allá del corazón.

Y, en efecto, comprobamos en nuestras biografías que muchas de estas grandes mujeres, algunas de ellas como Marie Curie con dos premios Nobel en su haber, o Concepción Arenal, quien se adelantó a los hombres de la ILE en la necesaria reforma de las cárceles y del Código penal, optaron por mantenerse alejadas del foco público, fieles solamente a su vocación, a sus valores y a sus ideas. ¿Y María Moliner? ¿Ella sola en su cocina elaborando su fantástico diccionario? Un camino y un ejemplo en esta época de exposición permanente, a través de los diversos soportes digitales, que van reduciendo la soledad del individuo y ese espacio interior de donde surge el pensamiento y la creación.

Desde su propio terreno, las tres grandes filósofas del siglo XX, María Zambrano, Hannah Arendt y Simone Weil, que están recogidas en la colección, también desarrollaron su labor al margen de las Academias, y fueron valientes al enfrentarse, en no pocas ocasiones, a la mentalidad dominante en su época, diríamos hoy “a lo políticamente correcto”. La mayoría de estas mujeres dotaron a su obra de un contenido ético y de servicio, también desde la práctica científica, como Rita Levi Montalcini, Marie Curie o Margarita, Salas… La primera, con su fundación para la educación de niñas africanas y Margarita Salas, abandonando una exitosa carrera en Estados Unidos para introducir la investigación de genética molecular en la atrasada España del momento. Para qué seguir hablando de las mujeres recogidas en nuestra colección. Científicas, narradoras, pedagogas, editoras, artistas, políticas como Clara Campoamor, quien consiguió el voto para la mujer en la Segunda República, mujeres pioneras en la lucha por la mujer como María de Zayas y Sotomayor, Concepción Arenal y doña Emilia Pardo Bazán, y en terrenos tan desconocidas como el cine, en el que Alice Guy se adelantó a los hermanos Lumière al grabar la primera escena narrativizada… Sólo señalaré lo mucho que hemos disfrutado y aprendido a lo largo de estos años con estas mujeres biografiadas. Con su obra y con su vida.

También señalar que la mayoría de estas mujeres contaron con el apoyo de hombres, algunos compañeros de vida, como Eladio Viñuelas, el marido de Margarita Salas quien se puso a un lado para dejarle todo el protagonismo en la investigación del Virus Phi-29. Otros, solo personajes públicos del mismo momento histórico. Cánovas del Castillo prologando las O.C. de Concepción Arenal, Emilio Castelar las de Rosalía de Castro u Ortega y Gasset apoyando a María de Maeztu desde sus inicios. Y también vamos a reconocer la labor de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, apoyando la enseñanza de la mujer en las mismas condiciones que los varones, con su defensa de la coeducación y que lograron a través de La Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) y otras instituciones, situar la cultura española a nivel europeo.

Pero es que… además, las mujeres dialogan a veces y este diálogo nos sorprende y nos revela… No voy a adelantar acontecimientos y dejo mi lugar a esas mujeres que dialogan, en ocasiones… con su diccionario.

MARÍA LUISA MAILLARD




Una película sencilla en la que Thibaut, muy bien interpretado por Benjamín Lavernhe, es un famosísimo director de orquesta y compositor que descubre que sufre leucemia y, de paso, averigua que es un hijo adoptado. Su situación, le lleva a buscar un donante de médula compatible y lo encuentra en un hermano biológico, también adoptado Jimmy, estupendo trabajo del actor Pierre Lottin. Jimmy trabaja en la cantina de una empresa, sufre precariedad laboral y toca el trombón en la Unión Musical de Mineros de Walencourt, localidad industrial del norte de Francia, cerca de Lille. Sus vidas no han podido ser más diferentes, ambos han vivido en mundos sociales radicalmente distintos y, como es natural, su encuentro y posterior acercamiento no están carentes de obstáculos que, poco a poco, van limando. Thibaut se va introduciendo en el mundo de Jimmy: reuniones sindicales, dificultades para llegar a fin de mes, ensayos de la banda musical, intercambio de recuerdos y de vivencias. Lentamente van creando fuertes lazos fraternales. 

El largometraje del cineasta Courcel nos engancha. Tiene todos los ingredientes para ser una narración sensiblera y populista, pero no. El director, hace algunas concesiones, pero mantiene firme el pulso y, junto al magnífico trabajo de los actores, logra una película sencilla y digna en la que nos habla del amor a la música y de la posibilidad, de establecer vínculos significativos a pesar de las diferencias, incluso cuando estas son extremas. Enfatiza en la buena voluntad y el esfuerzo que hay que hacer para romper barreras y dar paso a una autentica comunicación. Nos recuerda al cine de Loach, pero sin la intensidad de sus últimos trabajos.

La sencillez narrativa es su gran baza. No hacen falta artificios ni fabulosos recursos expresivos para contar una historia. Lo que hace falta es que nos la creamos y nos llegue. Y esta nos la creemos, nos llega y, además, tiene otra gran virtud, nos reconforta. En el ambiente social y político que vivimos, necesitamos un poco de aliento que nos haga capaces de reavivar nuestra humanidad. Es una película que nos hace pasar un buen rato y de la que salimos contentos y con ganas de escuchar música. Incluso yo diría, que salimos queriendo ser mejores. No se la pierdan.

ISABEL BANDRÉS

 




Sabemos que las cosas no van bien en la familia Mueller mucho antes de que la narración nos lo desvele. Un matrimonio con una hija adolescente forma una familia donde todo son tensiones y malestar. El iracundo padre, Dan, es un gigantón obrero de la construcción que intenta encauzar su vida y la de su familia sin obtener ningún resultado positivo. De vez en cuando no es capaz de contenerse y eso le ocasiona problemas en el trabajo. Sharon, la madre de familia, profesora de teatro en un instituto, representa la fuerza de la familia, pero se ve superada por la situación y, a veces, por el desánimo. Y por fin, la hija, Daisy, una adolescente talentosa y muy sensible, constantemente en guerra con el mundo que la rodea: instituto, familia, psicólogos…

Dan, tras un altercado laboral, es suspendido de empleo y sueldo durante un tiempo. La casualidad hace que encuentre a Rita y a su variopinto grupo de aficionados al teatro que están ensayando Romeo y Julieta. Es invitado a sumarse como actor de la obra. Tras muchas dudas, Dan se incorpora al teatro y, un poco más tarde, lo hará Daisy, su hija y su afligida mujer Sharon se ofrecerá a ayudar entre bambalinas. Entre ensayo y ensayo se nos cuenta lo que realmente les sucede: han perdido a un hijo, la mayor y la peor de las tragedias que un ser humano pueda soportar.

Cuando la familia se involucra en los ensayos y en los preparativos para la representación de la obra empiezan a elaborar el duelo. Por fin pueden, a través de las palabras de Shakespeare, dar curso a su dolor, limpiar la herida obturada y dar salida al sufrimiento tanto tiempo enquistado. La relación con gentes creativas y diferentes a su entorno habitual, les devuelve otro enfoque, otra manera de ver y afrontar lo que les está pasando. Cuando a la tragedia de una pérdida se le añade la culpa, el odio, la revancha y el cerramiento de toda comunicación verdadera, la vida se hace intolerable. Eso es lo que nos dice Ghostligt. Pero también nos dice que la creación, el arte, la verbalización, el perdonar y perdonarse son posibilidades para poder transitar el duelo.

Esta narración tiene muchas cosas buenas, quizá la lastra un poco algunos desajustes en la realización. Se ve bien y es recomendable.

ISABEL BANDRÉS