SERÁ EL PRÓXIMO 5 DE JUNIO A LAS 19:30H
EN CASA DE GALICIA EN MADRID
C/ Casado del Alisal, 8
¿Qué
te sugiere la palabra “progreso”?
Avance, que algo va a mejorar.
¿Qué
cualidad valoras más en el ser humano?
El
sentido del humor.
¿Cuál
consideras que es su peor defecto?
La
soberbia.
Color
favorito
Rojo.
Si
tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?
Pasaría
más tiempo visitando museos.
Animal
preferido
Las
abejas que hacen la miel.
Elige
un paseo.
Recorrer el parque de El Retiro.
¿Cómo
combates el miedo?
Tratando de no pensar en ello.
¿Qué
habilidad te gustaría tener?
Tocar un instrumento de música, el piano o
el violonchelo.
¿Qué
opinas de la IA (Inteligencia artificial)?
Bienvenida sea en cuanto nos pueda ayudar a vivir mejor.
¿Crees
que ha cambiado la percepción del tiempo?
La mía sí. Las tardes se me hacen larguísimas y los meses pasan volando.
Autor
literario preferido.
Marcel Proust.
Ciudad
donde vivirías.
Si no pudiera vivir en Madrid, en San Sebastián.
Elige
una parte del día.
Nada más levantarme, las siete de la mañana.
¿Echas
de menos el silencio?
Me gusta mucho, pero no lo consigo.
Contesta
el cuestionario: Inés Alberdi
Fecha:
11 febrero 2025
![]() |
INÉS ALBERDI |
Como ella misma suele decir, nació en Sevilla dentro
de una familia muy numerosa. Estudió Ciencias Políticas y Económicas en la
Universidad Complutense de Madrid y se doctoró en Sociología, en la misma
Universidad. Ha estado siempre vinculada a la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociología de la Universidad Complutense, donde comenzó a trabajar y donde
obtuvo la catedra de Sociología.
Ha sido directora del Departamento de Investigación
del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS y ha sido Asesora del Programa
de Igualdad de Oportunidades de las Comunidades Europeas. Ha sido Diputada en
la Asamblea de Madrid.
Ha trabajado con las Naciones Unidas, en Nueva York,
como directora ejecutiva de UNIFEM, el Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas
para la Mujer.
Ha publicado libros, numerosos artículos y ha dado
conferencias en Congresos y Seminarios por España, Europa y Estados Unidos,
sobre temas relacionados con la familia, la educación y la situación social de
las mujeres. Su último libro publicado es La sociología como vocación, CIS,
Madrid 2020.
Es miembro del Real Patronato del Museo del Prado,
del Patronato de la Fundación Ortega-Marañón, del Consejo Asesor del Centro de
Investigaciones Sociológicas y del Consejo Asesor del Centro Reina Sofia de
Adolescencia y Juventud.
Ha recibido, en 2019, el Premio Nacional de
Sociología y Ciencia Política, como “reconocimiento a una trayectoria
científica destacada en el ámbito de la Sociología”.
¡Menudo currículo, eh! Pero, además, Inés es para mí
alguien muy, muy especial. Un “hada madrina” que se pone decididamente “a la
tarea” y te concede lo que le pidas, por muy estrafalario que resulte… Es fiel colaboradora
de este blog con su sección “Imágenes sobre las mujeres y los libros”; ha
publicado dentro de nuestra colección de biografías, Vida de Emilia Pardo Bazán
y siempre, siempre, nos ha ayudado a llevar hacia adelante este proyecto que ahora
finaliza. Su cabeza nunca ha parado de buscar y proponer nuevas fórmulas para hacerla
más visible. Tenemos mucho que agradecer a la generosidad sin límites de Inés Alberdi.
Gracias, Inés.
Susi T.
EL MORO MADRILEÑO
MARÍA LUISA
MAILLARD
El
otro día, cargada de bultos, paré un taxi. El taxista, joven aún —quizá no
habría alcanzado la cuarentena—, era alto, pulcro y educado. Fiel a una
costumbre habitual en sus homólogos madrileños, era hablador. Se presentó como
“un moro madrileño”. Llevaba más de diez años viviendo en nuestra ciudad y se
deshizo en elogios sobre ella. No había en Europa una ciudad como Madrid. Él lo
sabía muy bien porque había vivido en muchas capitales europeas: disponibilidad
de servicios y entretenimiento, cordialidad de sus habitantes… sólo había un
problema: las leyes. Y contó su experiencia personal. Había adquirido una
vivienda y la había alquilado para pagar la hipoteca. Poco tiempo después, la
inquilina se convirtió en ocupa y fue entonces cuando se topó con las leyes.
No
había forma legal de desalojarla porque se había declarado “vulnerable”, a
pesar de conducir habitualmente un coche muy caro, al que él no podía aspirar.
Se encontró así en una situación límite: o se quedaba sin casa al no poder
pagar la hipoteca o pagaba la hipoteca y dejaba de alimentar a su familia. No
se quedó de brazos cruzados. Se presentó en la casa “ocupada” y amenazó a la
ocupa. Ésta lo denunció y el “moro madrileño” pasó una noche en comisaría; pero
recuperó su casa. ¿Es este el diseño de sociedad que quieren establecer
nuestras leyes?
El
problema de la ocupación de viviendas alquiladas es de todos conocido; pero al
escuchar este relato en primera persona, me vino a la cabeza una pregunta.
¿Cómo existe tanta permisividad social ante un hecho sin duda delictivo? Y
también la respuesta: “persona vulnerable”. El populismo tiene muchas caras.
Una de sus modalidades consiste en despertar los sentimientos “buenistas” de
los electores, a través de una práctica muy común: trasladar una situación que
se dio en épocas pasadas —la imagen del avaricioso propietario que arroja al
frío de la calle a unos indefensos huerfanitos—, a la época actual. Se
construye así una situación ficticia, que exonera de responsabilidad tanto a
los gestores del poder como a los electores que los eligen, que ya encontraron
el enemigo común: el capitalismo depredador. ¿Y la obligación de los poderes
públicos de crear viviendas sociales y de alquiler?, ¿es lícito que el Estado
traslade el peso de la carga social a un individuo no considerado “vulnerable”
por las leyes, aunque sí lo sea en realidad? ¿Un Estado que ha aumentado de
forma estratosférica su recaudación de impuestos?
Esta
modalidad de populismo también pone sobre el tapete una nefasta consecuencia,
que nos afecta a todos. Los legisladores no tienen por qué ser expertos en la
materia sobre la que legislan, porque para eso está la ideología, la realidad
no cuenta.
La
realidad que obvian las leyes actuales sobre vivienda es que en España no
existe una red de grandes propietarios de pisos de alquiler, entre otras cosas,
por la inestabilidad legislativa. Lo que existe es una pequeña red de
propietarios individuales que tradicionalmente han considerado la compra de una
casa y su posterior alquiler, como una forma de jubilación. No importa. Las
personas consideradas “vulnerables” deben ser protegidas del voraz capitalismo.
El Estado ya ha cumplido con ellos: ha legislado. ¿Lo ha hecho con
conocimientos suficientes sobre la materia que legisla?
Esta
modalidad de populismo se extiende a muchas otras áreas como la del feminismo.
El papel de víctima del patriarcado, que fue real en otras épocas, cuando las
opciones de la mujer se recluían en el ámbito doméstico, se traslada a unas
sociedades en las que la mujer ya ha obtenido los derechos legislativos y
sociales que demandaba y escoge libremente sus relaciones. ¿De qué tipo de
igualación con el varón estamos hablando? ¿de qué varón? No existe un patrón
único de varón. La naturaleza humana produce tipos muy variados y hoy en día el
perfil que presentan muchos de nuestros gobernantes y personajes públicos
varones, no es muy esperanzador. Quizá haya cierto tipo de hombres con los que
no conviene igualarse.
¡Ah! Es que no es eso. Lo importante es una igualación en el ejercicio del poder, es decir, un sistema paritario de cuotas en los cargos públicos relevantes. ¡Córcholis! ¿Es que acaso no es lo conveniente que los que rijan nuestro destino sean los mejor preparados para ello? Se puede tener en cuenta un trato favorable a la persona más vulnerable socialmente, si se encuentra en igualdad de méritos con un oponente; pero no es ninguna garantía de eficacia que el hecho de pertenecer a un género determinado prevalezca sobre los conocimientos y la preparación.
Así,
se puede dar el caso de que una política, supuestamente favorable a las
mujeres, elaborada por mujeres que ostentan poder, se vuelva contra ellas. Es
el caso de la legislación que permite reducir una condena —ya escasa—, a los
violadores de mujeres, muchos de los cuales vuelven a reincidir. Ya a mediados
del siglo XIX se produjo el movimiento de reforma del sistema penitenciario, a
raíz del libro de Cesare Beccaria De los
delitos y de las penas. En los numerosos Congresos Penitenciarios
Internacionales, en los que intervino España, a través de Concepción Arenal,
entre otros asuntos, se debatió el espinoso tema de “los incorregibles”,
realidad incómoda que ha pasado a mejor vida.
¿No
son incorregibles la mayoría de los violadores? La costosa política del creado
Ministerio de la Mujer no ha reducido la violencia de género ni las violaciones
ni las muertes de mujeres; aunque sí ha conseguido crispar a la sociedad. Tal
vez no se haya drenado el dinero al destino adecuado: el aumento de los
efectivos policiales y los juzgados encargados de los delitos de género o la
ampliación de las casas de acogida.
Entre
los muchos riesgos de una democracia se encuentra la postergación de “los
sabios”, aquellos que se han preparado y, por tanto, conocen la materia a la
que se dedican, por los próximos al poder en cuestiones ideológicas, que no
requieren preparación alguna. ¿Qué ejemplo se está dando a los jóvenes, cuando
un presidente ha copiado su tesis y una primera dama es catedrática sin haber
cursado una carrera? ¿desde cuándo la posverdad, es decir, la mentira, es un
instrumento legítimo para mantener el poder, bajo la pantalla de una ideología?
La
situación compleja de los asuntos públicos hoy en día, exige un profundo
conocimiento de los legisladores, respecto a la materia que se traen entre
manos, antes de legislar sobre ella. Este país necesita expertos y expertas
rigurosos, especialmente en sectores clave que afectan directamente a los
ciudadanos: entre ellos, los del denominado “Estado del bienestar”: medicina,
enseñanza, atención a los más vulnerables…, pero también a la red transportes y
a los servicios básicos: agua y luz. ¿Se están gestionando correctamente? El
reciente apagón del lunes 28 de abril es buen ejemplo de que no vamos por el
buen camino.
MARÍA LUISA MAILLARD

LA
ÉTICA DE LA MEMORIA
8
DE MAYO DE 1945
ISABEL
BANDRÉS
En
1918, tuvo lugar una gran exposición en Madrid sobre Auschwitz (Auschwitz.
No hace mucho. No muy lejos) que superó los 600.000 visitantes. Allí
descubrí a Czeslawa Kwoka, una niña polaca de 14 años. Vivía con su madre en
una zona rural del sur de Polonia donde los nazis querían establecer una
colonia alemana. Las dos eran católicas y fueron conducidas a Auschwitz. Su
madre fue eliminada a los dos meses de entrar en el campo y ella fue asesinada,
un año después, con una inyección de fenol en el corazón administrada por un
oficial nazi. En la fotografía se ve que tiene dos heridas en la boca. El
fotógrafo del campo, Wilheim Brasse, reo polaco, contaría años después: “Era
muy joven y estaba aterrorizada, no entendía lo que le decían ni por qué estaba
allí. Entonces una kapo tomó un palo y la golpeó en la cara. Antes de
tomar la fotografía, la niña se secó las lágrimas y se quitó la sangre del
corte del labio. Siendo sincero, es como si me hubiesen golpeado a mí, pero no
pude intervenir. Hubiera sido fatal para mí”. Su rostro nos muestra una
niña desvalida, con la cabeza rapada, inocente, traspasada por el dolor y la
soledad más absoluta. Su historia es la de la deshumanización ilimitada que los
nazis impusieron allí donde llegaron: una víctima inocente sobre la que una
kapo cruel y sádica ejerce el poder que le otorgan los nazis con ánimo de
hacer daño por hacer daño y un fotógrafo que no interviene por miedo cierto a
perder su vida. El nazismo no solo quitó vidas (se calcula que en la Segunda
Guerra Mundial murieron unos 60 millones de personas) también aniquiló toda
brizna de humanidad y compasión. Destruyó, a base del horror y la manipulación,
cualquier tipo de ética o benevolencia hacia el otro y facilitó que los
instintos más tenebrosos y crueles que habitan en los seres humanos se hiciesen
tangibles. Winston Churchill habló, en 1944, de un “crimen sin nombre” para
referirse a devastación física y moral ejercida por los nazis. Todavía no se ha
inventado un adjetivo para calificar de manera certera tal monstruosidad.
El
8 de mayo de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial por lo que este mes de mayo
hemos celebrado su efeméride. El 9 de mayo 2025, Putin, arropado, entre otros,
por Xi Jinping, Maduro y el coreano Kim Jong presidió un gran desfile en la
Plaza Roja de Moscú para conmemorar lo que los rusos llaman el “Día de la Gran
Victoria”. En realidad, fue un acto de autopropaganda, de mostrar al
mundo el poderío militar y geopolítico de Rusia, y, de paso, de legitimar la
invasión actual de Ucrania. Da miedo contemplar una fotografía donde los
líderes más totalitarios del planeta se unen para proclamar su lucha por las
libertades contra los fascismos y los nazis. ¿Alguien puede entender a la luz
del sentido común y la racionalidad semejante impostura? Fue un gesto más de
Putin para intentar, una vez más, manipular la historia y reescribirla a su favor.
En su discurso, aseguró: “Rusia es y será una barrera indiscutible contra el
nazismo. Toda la sociedad apoya la operación militar especial”. Así llama a la invasión
de Ucrania y su intento de ruscismo que, como señala la historiadora
ucraniana Larisa Yakubova, combina elementos del imperialismo ruso, del
comunismo soviético y del nazismo alemán. Aprovecha para desacreditar, en una
fecha tan memorable, a Ucrania y justificarse ante el mundo. Esta pantomima
montada por Putin está muy lejos del deber ético que tenemos de recordar lo que
el nazismo representó: la inhumanidad y la crueldad ilimitadas planificadas al
milímetro.
Cuando
los presos de los campos de exterminio en 1945 gritaron: “Nunca más y
para que esto no se repita, memoria”. Nos pidieron memoria. Primo Levi
escribió en 1946 su primer libro, Si esto es un hombre. Su afán era que
se conociese la realidad que se vivió en Auschwitz donde estuvo prisionero y lo
que supuso el nazismo. “Ha sucedido —nos dice— y por tanto puede volver a
suceder”. Y añade, “Pensad que esto ha sucedido”. Recordar no indica
paralizarse en la rememoración del pasado, significa sentir ese pasado para
agradecer a las víctimas, de alguna manera, su sufrimiento sobre el que se asientan
nuestras vidas. Semprún visitaba regularmente Buchenwald, campo en el que
estuvo preso, dejo escrito: “No olvidéis que Europa nace tras la experiencia de
los campos de exterminio”.
Vivimos
en una época de huida hacia adelante. En un mundo hedonista y apático que nos
invita a olvidar todo lo que nos sea doloroso o incomodo. Nada de lo que ha
sucedido puede anularse, nos decimos para eludir cualquier compromiso moral,
cualquier deber ético. Pero existe lo que se ha dado en llamar la justicia
anamnética o justicia del recuerdo. Es la forma de hacer justicia por lo
irreparable y de devolver la dignidad y la humanidad a las víctimas de la
perversión absoluta. Y, de paso, darnos a nosotros el estatus de seres humanos al
reconocer la deuda que tenemos con el pasado sobre el que se ha construido
nuestro bienestar. Es una forma modesta de hacer justicia ¿Pero, sin ella qué
nos queda? La crueldad del olvido. ¿Qué, si no el recuerdo sentido, le
devolverá la dignidad y la humanidad a Czeslawa Kwoka? ¿Y qué, si no es nuestra
memoria palpitante, hará de nosotros seres respetables?
ISABEL BANDRÉS

EL
CUADRO
JAIME
GARCÍA NAVAJO
El
siglo XX ha aportado desgraciados referentes de la historia contemporánea como el
Holocausto, la Shoá, los Gulag o el Apartheid que nos recuerdan horribles
crímenes cometidos en una era de impensables avances científico-técnicos.
El
pasado 15 de mayo, como todos los años desde 1948, se conmemoró la Nakba,
palabra que ha de incluirse entre las anteriormente citadas y que en árabe
significa “la catástrofe” o “el desastre”. Tras un proceso iniciado en 1917 con
la Declaración Balfour, treinta años después y finalizada la Segunda Guerra
Mundial, la recién creada Organización de Naciones Unidas aprueba la partición
de Palestina en dos estados. El resultado fue la Nakba: la expulsión de su
tierra natal de más de 700.000 palestinos, la destrucción de 500 de sus aldeas
o ciudades y el asesinato de cerca de 15.000 de ellos. Los efectos de la
partición han tenido su epítome en el genocidio que sufre Gaza tras los
atentados terroristas del 7 de octubre de 2023.
“Escribir
un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie”, sentenció Theodor Adorno
(Sociedad y crítica de la cultura, 1949). ¿Es posible el arte después
del horror? ¿Es posible crear ante tanta destrucción y tantos muertos?
Quizá
sería mejor decir que no es posible escribir, pintar o componer como si no
conociéramos las atrocidades, como si lo que sucedió en Mauthausen, Hiroshima, Srebrenica,
Ruanda o lo que sucede en Palestina, nunca hubiese ocurrido.
El
poeta argentino Juan Gelman, represaliado por las dictaduras de su país,
escribió en el año 2000: “Theodor Adorno pronunció alguna vez una
frase infeliz: afirmó que no era posible escribir poesía después de Auschwitz.
Se equivocaba y ahí está la obra de Paul Celan que lo desmiente. O la de
Kenzaburo Oé, después de Hiroshima y Nagasaki. Durante años pensé que el error
de Adorno consistía en una omisión, que le faltó un como antes, que no se podía
escribir poesía como antes de Auschwitz, como antes de Hiroshima y Nagasaki,
como antes del genocidio argentino. Y ahora pienso que no hay un después de
Auschwitz, de Hiroshima y Nagasaki, ni del genocidio argentino, que estamos en
un durante, que las matanzas se repiten una y otra vez en algún rincón del
planeta, que existe ese genocidio más lento que el de los hornos crematorios,
pero no menos brutal llamado hambre, que en el medio siglo que dejamos atrás no
ha habido un solo día de paz en el mundo“.
![]() |
Paul Celan - Kenzaburo Oé |
En
una de sus acepciones el diccionario de la Real Academia Española define Arte
como la “actividad consistente en crear obras que, mediante recursos
principalmente plásticos, visuales, sonoros o literarios, produzcan
estimulación estética o intelectual”. Los horrores que jalonan la Historia de
la Humanidad no han impedido las sucesivas manifestaciones artísticas. Una
necesidad irrefrenable del ser humano de expresar emociones, ideas,
sensaciones, experiencias (junto a otras funciones que cumple el Arte:
religiosa, simbólica, política, ornamental…) que hace inimaginable un mundo sin
relatos, canciones, pinturas, danzas o poemas. Las actividades artísticas están
arraigadas en el ser humano desde su nacimiento porque nos motivan y nos
permite contemplar nuestra realidad desde una perspectiva más profunda.
La
Segunda Guerra Mundial supuso el fin de la hegemonía europea sobre el resto del
mundo, tomando su relevo los Estados Unidos de Norteamérica. También el
liderazgo artístico. En los años 40 del siglo XX el movimiento dominante en el
arte estadounidense era el expresionismo
abstracto. Según su máximo representante, Jackson Pollock, “el artista moderno trabaja con el espacio y
el tiempo, y expresa sus sentimientos en lugar de ilustrar”. Junto a
Picasso, el Surrealismo tuvo una gran influencia en un movimiento que primó la
búsqueda individual de la expresión artística mediante la creatividad
espontánea, automática o inconsciente.
En
el Museo Guggenheim de Bilbao se está exponiendo una retrospectiva de la
pintora estadounidense Helen Frankenthaler (1928–2011) con el explícito
subtítulo Pintura sin reglas.
Helen
Frankenthaler, nacida en una familia acomodada neoyorkina, recibió una esmerada
educación en las bellas artes. Bajo la influencia de Pollock se adscribió al
expresionismo abstracto. Sus obras, como puede verse en el Guggenheim, se
caracterizan por el uso de grandes superficies de color planas y translúcidas,
no en vano desarrolló un método personal al que llamó “campo de color” o “abstracción
pictórica”. Sus cuadros son un estallido de color y, por eso, entre las
expuestas resalta una obra que llama la atención al visitante de la muestra. El
cuadro se titula Conduciendo hacia el este (Driving East) y carece de la
explosión colorista que caracteriza al resto.
![]() |
Conduciendo hacia el este, Helen Frankenthaler 2002 ©2025 Helen Frankenthaler Foundation, Inc/Artists Rights Society (ARS) N.Y., Vegap. Foto: Michael Visser |
En
el siglo I antes de nuestra era, el poeta clásico Horacio dijo que “una pintura es un poema sin palabras”. El poema sin palabras de Frankenthaler
nos asoma a un paisaje en el que en la lejanía se adivina un amanecer o un
ocaso. Esa línea de claridad que se observa en el horizonte ¿da paso a la luz o
a la oscuridad?
Como
recuerda Byung-Chul Han en su El espíritu de la esperanza, Ernst Bloch opone al gris el azul, que es el
color de la esperanza: “Este azul, que es el color de la lejanía,
designa tanto plástica como simbólicamente lo que tiene futuro, lo que aún no
ha llegado a ser real”. El azul nos transporta a la lejanía. Por
eso escribe Goethe: “Como nos sucede cuando contemplamos el alto cielo o unos
montes lejanos, también aquí nos parece que una superficie azul retrocede
cuando la observamos. E igual que nos gusta seguir un objeto agradable que huye
de nosotros, también nos gusta contemplar el azul, no porque se nos eche
encima, sino porque nos arrastra tras de sí”.
Entre
tanto sufrimiento, necesitamos luz. Contemplando el cuadro de Helen
Frankenthaler quiero ver luz, azul y lejanía.
Han,
una vez más, acierta al afirmar que una sociedad que, como la actual, carece de
toda esperanza, está envuelta en gris. Le falta “la lejanía”.
Con
Conduciendo hacia el este, Helen
Frankenthaler nos proporciona la dosis de azul
y lejanía que nos permite afrontar la
realidad con cierta esperanza.
JAIME
GARCÍA NAVAJO

IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
49.
NIÑAS CON LIBROS
INÉS
ALBERDI
Hay
una enorme cantidad de artistas que retratan niñas leyendo o con libros en sus
manos. A solas, en el cuarto de estar o en el campo, son numerosas las imágenes
de niñas leyendo o jugando con libros. Son imágenes bastante frecuentes. Muchas
veces, ésta es la forma en la que el padre o la madre, los artistas, han
querido retratar a sus hijas, o en algunos casos, a las hijas de sus amigos.
Estas
imágenes las encontramos ya desde el siglo XVIII, sobre todo en Francia e
Inglaterra, donde se popularizan los retratos infantiles y donde el libro
parece una excusa apropiada para que posen ante el artista.
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Alexis Grimou, Francia (1680-1740) Jovencita leyendo, c. 1726 Musée des Augustins, Tolouse, Francia |
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Jean Honoré Fragonard, Francia (1732-1806) Joven escolar, 1775-1778 Wallace Collection, Londres, Reino Unido |
EL
LIBRO COMO EXCUSA
La mayoría de las veces el libro no es más que una excusa
para retratar la inocencia y la gracia de estas niñas.
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Thomas Sully, Gran Bretaña-EE.UU. (1783-1872) Retrato de una joven, 1824 Brooklyn Museum, New York, EE.EE. |
![]() |
Sophie Gengembre Anderson, (1823-1903) Sin título, s/f Colección privada |
LEYENDO CON INTERES
Me
gustan especialmente las imágenes en las que se ve una niña a solas, muy
aplicada y absorta en la lectura, concentrada en lo que el libro le cuenta. No
podemos saber si son cuentos, libros de aventuras o tebeos lo que leen con
tanta atención.
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Charlotte J. Weeks, Gran Bretaña (1856-1893) Una joven leyendo, 1890 Colección privada |
![]() |
Helen Allingham, Gran Bretaña (1848-1926) Eva Margaret a los 8 años (hija de la artista), s/f Colección privada |
![]() |
Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919) El libro ilustrado, c. 1895 Dixon Gallery and Gardens, Menphis, Tennessee, EE.UU. |
![]() |
Mosé Bianchi, Italia (1840-1904) Una joven leyendo, c. 1880 Colección privada |
MIRANDO AL ARTISTA
También
hay retratos de niñas que miran al frente, en actitud de estar reflexionando
sobre lo que leen, mientras tienen el libro sobre sus rodillas.
![]() |
Augustus John, Gran Bretaña (1878-1961) Buena lectora, 1947 Colección privada |
O que parecen leer de pie, mientas caminan, como el retrato que
hace el americano MacEwen de una niña perfectamente vestida y peinada como si
fuera a una fiesta.
![]() |
Walter MacEwen, Estados Unidos (1860-1943) Una niña de pie con un libro, s/f Colección privada |
LA
ESCUELA Y EL LIBRO DE LAS ESTUDIANTES
Podemos
también decir que el libro toma el carácter de talismán en los retratos de estudiantes
para las que el libro es su seña de identidad.
Tenemos
ejemplos de niñas dirigiéndose a la escuela. Una es de J.G Von Bremen, llamado
Meyer Von Bremen, que se especializó en retratos del mundo rural, de los
campesinos y su vida en el sur de Alemania.
![]() |
Joham Georg Meyer Von Bremen, Alemania (1813-1886) Una pequeña colegiala, s/f. Colección privada |
En algunos de estos retratos infantiles adivinamos que están
en el camino de la escuela, o haciendo deberes, porque las niñas llevan un
pizarrín, el instrumento habitual de los trabajos escolares antes de que se
popularizaran los cuadernos.
![]() |
George Clausen, Gran Bretaña (1852-1944) Una colegiala, 1889 Colección privada |
![]() |
Albert Anker, Suiza (1831-1910) Escribiendo la lección, 1886 Colección privada |
La
escuela es muy significativa para aquellos grupos sociales que se van
emancipando y tratan de reflejar la valoración de la cultura en sus retratos. Como
es el caso de las clases trabajadoras. La emancipación política se fomenta con
la instrucción y la cultura es uno de los mecanismos más potentes de
afianzarla. Por ejemplo, cuando la Revolución Rusa quiso presentarse como la
vía de emancipación de su población, las imágenes de niñas y jóvenes en busca
de instrucción, caminando con un libro en las manos, fue una de las más
populares de su propaganda.
![]() |
Semyon Afanasievich Chuikov, Rusia (1902-1980) Hija de la kirgizia soviética, 1948 Galería Tretiakov, Moscú, Rusia |
INTERROGÁNDOSE A SI MISMAS
También hemos encontrado retratos de niñas que, a la vez que
leen, parecen estar preguntándose algo. Son retratos en los que las niñas que
han estado leyendo miran fuera del libro como preguntándose: ¿Será así el mundo
de los mayores?
![]() |
William Adolphe Bourgereau, Francia (1825-1905) La joven lectora, 1895 Colección privada |
![]() |
Berthe Morisot, Francia (1841-1895) Julie Manet con un loro, 1890 Colección privada |
![]() |
Nicolay Bogdanov-Belsky, Rusia (1868-1945) Lectura a la luz de la lámpara, s/f Colección privada |
UNA PEQUEÑA BURLA
Por ultimo, nos ha divertido encontrar el retrato de una niña
que aparece con gafas, gafas que no parecen ser suyas, y haciendo como que lee
un periódico. Es una imagen que interpretamos como una burla. La idea de
retratar a una niña burlándose de los mayores tiene su gracia, entendiendo que
parece avanzar lo que hará ella misma el dia de mañana, leer.
![]() |
Georgios Jacobides, Grecia (1853-1932) Niña leyendo, c.1882 Colección privada |
INÉS ALBERDI
LA
POESÍA, ¿SUTITUTA DE LA TERAPIA?
FELIPE
VEGA
Leyendo
las páginas del libro de Sesma uno se hace pronto la pregunta arriba señalada,
aunque reconozco que no sé si el hecho de planteársela es positivo o no. El
caso es que el libro intenta comportarse como una especie de conjura de ese mal
contemporáneo conocido como DUELO mediante la versificación de los cinco
grandes momentos de su crisis: negación, ira, negociación, depresión y aceptación,
que encabezan, a su vez, los cinco capítulos de esta obra.
La
definición de duelo a la que me refiero proviene del mundo de la psicología y,
poco a poco, ha triunfado en los distintos géneros del mundo del arte: ¿es acaso una manifestación incruenta de la relación entre los traumas sociales
y su influencia en el mundo artístico?; algo similar a El chiste y el subconsciente,
la obra de Sigmund Freud que sirvió de soporte para el nacimiento de algunos
movimientos artísticos de su época.
En
la actualidad, en el mundo del cine, sin ir más lejos, ese concepto de duelo
hace estragos. No hay guión que no se vea sometido a la tiránica prueba de su
presencia, punto por punto, hoja por hoja, y que termina en la boca de los
innumerables intermediarios que deciden si la película llega a hacerse o no. El
duelo, colocado en su lugar, es la prueba de que aquello puede ser un éxito…
Loreto Sesma aborda esos cinco círculos del infierno —con cierto carácter dantesco—, que todo ser humano se ve obligado a afrontar en su vida antes o después. Si se teoriza sobre ellos se puede coincidir con algunas de sus propuestas, pero si esas propuestas se convierten en esquema de carácter creativo —como es el caso de este libro en ciertos momentos—, corren el peligro de crear un modelo de rigor, una rigidez. Por ejemplo, como en aquellos versos que tratan de utilizarlas como modelo: “Poder / en definitiva / esquivar el lastre del dolor, / que te digan: / aunque ahora no puedas verlo / estás haciéndolo muy bien”,
La
segunda fase, la de la ira, comienza con un enérgico verso: “vengo de una
rutina de silencios”, y seguidamente la poeta se pregunta: “¿Por qué el
camino / para que cuente como vida / se ha de hacer llorando?”. La ira
estalla ciega y convierte en injusto un proceso emocional, una lucha cruel con
la existencia misma. La ira libera, a pesar de todo. Al contrario que el odio
que paraliza y limita la visión de las cosas. De algún modo este capítulo es,
tal vez, el más logrado. Sus versos se enfrentan cara a cara con la realidad de
una pérdida o una desaparición; realidad que apela a todos. Poesía y psicología
se distancian en busca de un enigma crucial: el de sufrimiento, que solo parece
encarnarse bien en la palabra. Cuando eso sucede no es necesario decir que estamos
ante un asunto de psicólogos, no de poetas. Los versos recuerdan a Pasolini;
arden como en su largo poema a Antonio Gramsci: "La peor espera / es la que
no espera nada". La desesperanza es un sentimiento que nos acompaña en
silencio. Tanto, que a veces soñamos con expulsarla de nuestra vida.
Después
viene la negación y la poetisa advierte que nos alcanza teñida de
tristeza: “Encuentro en la tristeza / una sensación contradictoria…”. Para la
escritora una monotonía enferma. ¡No está mal como metáfora! ¿Qué
negociamos y con quién? ¿Es posible negociar en un estado de duelo? No
estoy muy seguro. En esta ocasión fracasa más la teoría psicológica que los
versos de Sesma que, escapando a la norma, vuelan libres lejos de esquemas y
corsés: “Cada día que pasa / me estrangula la garganta / como el ateo
que aprieta el rosario / cuando está al borde la muerte”. Ahora se produce un
intento de ascetismo contemporáneo que nos acerca a los versos de Ángel González,
Gil de Biedma, Bousoño, Gamoneda y los poetas que hace tiempo vivían en un mundo
en el que ni la propia depresión tenía derecho a expresarse. Su presencia
significaba derrotismo patrio, apestaba a traición.
Llegados
a la Aceptación los versos se convierten en un elixir que aromatiza como
en las comedias románticas, y que dicen cosas como ésta: “a partir de ahora
todo tiene que ir bien”.
Pero
pronto descubrimos que es solo un espejismo: “Verte me resucita / eso es
todo lo que sé de la muerte”.
La
Aceptación bebe de la necesidad del reencuentro sea falso o no. Los versos se
llenan de expresiones optimistas y desencantadas al mismo tiempo, que intentan
retomar el viaje hacia un amor perdido y, de ese modo, llegamos al final del
poema con un regusto algo amargo en el que, como en una noria, la vida no para
de dar vueltas. Eso es lo más seguro que podemos deducir de todo.
FELIPE VEGA
HOMBRES
NATALIA VELASCO
El lunes por la mañana pasé por
delante del colegio Ponce de León y solo vi padres dejando a sus hijos en la
puerta de entrada. No me sorprendió, o quizá sí, ya que esa estampa ha dado pie
a que escriba sobre ellos, los hombres padres, los hombres. Hasta hace no tan
poco, se presuponía a las madres dejando a sus hijos en el colegio. Pero todo
cambia y en este caso, ha cambiado para bien. Los hombres, tan cuestionados en
el siglo XXI por su masculinidad, son otros hombres, eso es innegable.
Me pregunto cuál ha sido el primer
hombre de referencia para mí, el primero en el que mis ojos de bebé se
encontraran con una mirada de amor. Creo que la respuesta es mi padre. Y, sin
embargo, los hombres que han formado y forman parte de mi vida distan
inconmensurablemente de él. Su rudeza y su machismo recalcitrante nunca
despertaron en mí la necesidad de vengarme en otros hombres por lo que era él,
como les sucede a muchas representantes del feminismo actual. No es justo vengarse de todos por lo que hacen
algunos. Y ahí estriba la diferencia. Juzgar a la persona por sus actos y no
por su género. A menudo hiere quien ha sido herido. Y es esa herida la que hay
que sanar.
Lo que en mí sucedió fue que, el
carácter de mi progenitor y el de tantos otros como él, provocó una renuncia
hacia los que pudieran mínimamente parecérseles. Esa era mi manera de aniquilar
su patriarcado, no a través de la venganza, sino del olvido y la indiferencia.
Puedo entender y entiendo que algunos hombres hayan necesitado de esa fortaleza
para sobrevivir al mundo de la posguerra, pero no puedo entender su rigidez al
cambio, su inmovilismo; que la fuerza bruta de sus treinta años, sea la de sus
ochenta y siete; que su ira y autoritarismo permanezcan idénticos. No lo
entendí entonces y sigo sin entenderlo ahora. Pero cuidado, nada de lo dicho
resta un ápice al amor profundo y al respeto que profeso a mi padre aunque, es
evidente, que a menudo le miro desde la distancia para alejarme del
sufrimiento.
Sin embargo, qué maravilloso mundo de
figuras masculinas han desfilado siempre por mi vida. Hombres inteligentes con
sus miedos a cuestas, con sus virtudes resplandecientes, con su mirada ligera
hacia tantas vicisitudes de la vida, con su inteligencia práctica. Hombres,
digámoslo alto y claro, que no se sienten príncipes destronados frente a las
mujeres que por fin ocupamos espacios que no nos estaban permitidos. Hombres
que nos apoyan, nos elogian, nos sostienen y nos miman. Hombres que han tenido
que lidiar con la usencia afectiva de un padre cariñoso que les sirva de
modelo. ¿Estamos preparadas las mujeres para ver a un hombre afectivamente
liberado? Un amigo psicólogo me comentaba que una mujer fue a su consulta
explicándole que le resultaba difícil encontrar pareja porque quería un hombre
viril pero femenino, que fuera tierno pero agresivo, que fuera detallista pero
no empalagoso, que le dejara libertad pero que se mostrara celoso. Mi amigo le
respondió: “tú lo que quieres es un esquizofrénico”. Cuidado con lo que
pedimos, decía Santa Teresa, “se derraman más lágrimas por las plegarias
atendidas que por las no atendidas”.
La nueva masculinidad tiene clara
consciencia de los obstáculos que no le han permitido realizarse en el amor.
Ejercer el derecho al amor es acercarse a lo femenino desde la vulnerabilidad,
acercarse a la intimidad de ser padres sin restricciones, a la amistad con
otros hombres abandonando la rivalidad. La nueva masculinidad llora sin
sonrojarse, se debilita si es necesario y pide ayuda si no puede con todo.
Hombres y mujeres debemos elegir en
estos tiempos convulsos el camino de la cultura y de la defensa de valores
universales para construir una sociedad más justa y armoniosa. Es esencial que
nos apoyemos mutuamente y que reconozcamos nuestras capacidades sin caer en
extremos ni prejuicios. La verdadera igualdad es respetar y valorar las
diferencias, trabajando juntos para fortalecer valores comunes y avanzar hacia
un mundo más equitativo y respetuoso para todos.
NATALIA VELASCO
LOCURA Y CREATIVIDAD
LIDIA ANDINO
La extensa mitología circulante acerca de las enfermedades mentales no solo podemos considerarla falsa, sino que, además, colabora en la incomprensión que padecen. También existe una ingenua idolatría de estos trastornos y ya se sabe que un mito es mucho más poderoso que una verdad. Sin embargo, quiero mencionar en este breve artículo aquello que contradice algunas de nuestras creencias.
Vale la pena recordar una frase de
Kay Redfield Jamison -Licenciada en Psicología por la Universidad de
California- acerca de Vincent Van Gogh cuando ignoran sus aportes a la historia
del arte y reducen su obra al episodio con su oreja “La mayoría de las
personas con enfermedades mentales no son inusualmente creativas y la mayoría
de las personas creativas no suelen ser enfermos mentales”.
Tenemos numerosos ejemplos en los
que la superstición popular atribuye el genio a la locura, como los casos de
los escritores Antonin Artaud, Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik, Ernst
Hemingway y tantos otros.
La clase media culta e instruida
“lee” la excentricidad y hasta la locura como la clave de la genialidad de un
artista, de un pensador. Esto habla más de sus prejuicios que de aquello que
idolatran; esta actitud resulta ignorante, incluso peligrosa y su culto
romántico es un disparate cultural, pues la locura es una cárcel que oscurece
la razón y mutila el talento. Asimismo, el elogio a la marginalidad
supuestamente creativa del enfermo mental proferido en alguna revista cultural
es un auténtico insulto, cuando por esta devastadora patología los familiares y
amigos del enfermo deambulan por hospitales psiquiátricos buscando soluciones
reales que atenúen su padecimiento.
Encontrar una alternativa que
otorgue esperanza en un futuro cercano tiene una condición que es admitir sus
trazas genéticas, psíquicas y sociales.
Los genios enfermos lo fueron pese a su patología y no gracias a ella, quiero decir que no todo creativo es loco, ni todo loco es creativo, sino que hay que atender a otras cuestiones que están en juego. A ningún pseudo intelectual, idólatra de la locura o del impulso creador se le ha ocurrido jamás que ni la creatividad, ni el genio, ni la rebeldía son producto de la enfermedad.
LIDIA ANDINOPsicoanalista
AMALIA LÓPEZ CABRERA
No
hay duda de la capacidad emprendedora de las mujeres. En un siglo XIX, que les
había privado de sus derechos civiles, entre ellos, el acceso a la educación
superior, su mirada alerta y curiosa oteaba nuevos horizontes: los que estaba
abriendo el progreso imparable de la ciencia. No podían acceder a la universidad;
pero ahí estaba el daguerrotipo, invento que Louis Daguerre, pintor y
escenógrafo, había presentado oficialmente en la Academia de Ciencias y Bellas
Artes Francesa en 1939 y que rápidamente se extendió por toda Europa. Después
de haber trabajado con J.P. Niepce en la fijación de imágenes en la cámara
oscura, tras su fallecimiento, había descubierto los efectos del mercurio tanto
en la fijación como en la posterior revelación de las imágenes. En 1938,
Daguerre toma la primera fotografía en la que aparece una persona y en 1939 H.
Bayard descubre el calotipo, dispositivo para obtener imágenes directamente en
papel. Unos años después, en 1951, Scott Archer da a conocer una forma
perfeccionada del calotipo, el colodión húmedo
Era
un descubrimiento nuevo y atrayente que tenía la ventaja de convertirse en una
actividad que podía desarrollarse de forma individual y, además de tener una
vertiente artística, ser lucrativa. Europa se llenó de mujeres fotógrafas: Mary
Dillwyn, Anna Atkins, Bertha E. Jacques, Lady Clementina Hawarden, Julia
Margaret Cameron… y alcanzó América con Gertrude Kassebier. Alguna de estas
mujeres como Madame Senge, daguerrotipa parisina, se trasladó a Madrid en 1849
e impartió en la ciudad un curso para “señoras y señoritas”.
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Amalia López Cabrera |
Había
un público femenino atento al nuevo descubrimiento. En esa época ya existían
talleres en las principales ciudades españolas y muchas mujeres aprovecharon la
oportunidad de ejercer un oficio que no las recluyese en el espacio doméstico y
les permitiese desarrollar su creatividad: Verónica Ruth Frías, Estela de
Castro, Antonia García de la Vega, Cristina García y tantas otras. Algunas de
ellas, en colaboración con su marido, como Jane, la mujer de Charles Clifford;
pero otras lograron establecer estudio propio como María Cecilia Cardarell y
Bousquet, quien fotografió a Rosalía de Castro y fue pionera en Galicia.
Encabezando a las pioneras, se encuentra nuestra protagonista, Amalia López
Cabrera la primera mujer en abrir un estudio fotográfico propio en España en
1860. Le siguieron Pastora Escudero y Luisa Dorave.
Con
Amalia López, nos trasladamos a Almería, ciudad en la que nació en 1837, año en
el que Daguerre inventó el daguerrotipo. Pertenecía a una rica familia de
comerciantes y tenía tres hermanas. A los 20 años contrajo matrimonio con
Francisco López Vizcaíno, un impresor viudo, a cuya ciudad natal, Jaén, se
trasladó junto con los tres hijos del anterior matrimonio de su marido. Dicho
traslado fue providencial para ella porque allí conoció a Ludwik Tarszela ski
Konarzsenski, apodado el conde de Lipa, un capitán del ejército polaco,
expatriado en Francia, gran amigo de Louis Daguerre, y que tenía un estudio de
fotografía en la ciudad. Del empuje de nuestra protagonista da cuenta el hecho
de que se presentase en el establecimiento del fotógrafo y se convirtiese en su
primera alumna. Tres años después, con tan sólo 23 años, abrió su propio
estudio en la calle de la Merced, junto a la Imprenta de su marido.
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Amalia López Cabrera, Retrato del conde de Lipa con su familia, c. 1883 Colección particular del editor Enrique Hernández-Luike (1928-2022), biznieto del conde de Lipa |
Las
mujeres conocen la influencia de la publicidad y Amalia insertó un anuncio
publicitario en el periódico local El
Anunciador, donde ofrecía sus servicios, garantizando la gratuidad si el
resultado no era satisfactorio. Durante ocho años ejerció con gran éxito la
profesión de fotógrafa, abarcando todos sus posibles registros: retratos de
personajes distinguidos de la ciudad, postales con imágenes de cuadros de
pintores como Murillo, vistas de la Catedral de la Asunción de Jaén, imágenes post mortem de ancianos de cuerpo
presente e incluso otras más transgresoras como niños vestidos de adulto con
cigarrillo y sombrero. En 1868 decidió codearse con los grandes y participó en
la primera convocatoria del Premio Nacional de Fotografía de Zaragoza, logrando
una mención honorífica.
En
1869 su marido recibe la oferta de imprimir La
Gaceta Agrícola y la familia se traslada a Madrid. Allí se pierde el rastro
de Amalia López Cabrera. No era costumbre en la época registrar las actividades
de mujeres pioneras; pero Amalia López quedará en nuestra memoria, como el
símbolo de todas aquellas mujeres que encontraron en la nueva actividad
fotográfica un camino para su independencia personal.
MARÍA LUISA MAILLARD
Dietrich
Bonhoeffer era un teólogo luterano alemán que se enfrentó a los nazis y murió por
ahorcamiento en un campo de concentración, unas semanas antes de que terminase
la guerra y Hitler se suicidara. La película se toma muchas libertades con la
realidad, empezando por el título. Él no fue un espía, fue un gran teólogo con
una obra seria y estudiada por teólogos de otras Iglesias, incluyendo a los católicos.
La vida de Dietrich Bonhoeffer fue apasionante como intelectual y como
activista. Está película, no.
La
narración usa y abusa del flashback lo que hace que al final de la narración
nos perdamos en los tiempos. Todd Komarnicki, el director, consigue a base de minuciosidad
en el relato, de repetición de anécdotas ñoñas y de bobadas superficiales, que
salgamos del cine con una buena dosis de decepción y enfado. ¿Cómo es posible,
que la historia cinematografía de un teólogo brillante que se enfrentó a la Iglesia
Luterana a la que pertenecía, salvó de la muerte a algunos judíos y es
respetado por los que conocen su obra por su valor y su inteligencia, se quede
en una cascara vacía?
El
director nos cuenta su infancia, su estancia en Harlem, sus viajes a Londres, su
descubrimiento del jazz, su evolución ideológica y religiosa, pero todo nos
suena a nadería. No profundiza en su personalidad ni en su lucha contra sus
superiores eclesiásticos por dejarse instrumentalizar por el nazismo, ni en su
obra teológica. Es una pena. Bonhoeffer merecía ser conocido por el gran
público y este filme podía haberlo logrado, pero una narración poco profunda,
atropellada y dudosamente veraz, según los expertos, han hecho que sea una película,
en el mejor de los casos, olvidable.
Las
diferentes Iglesias miraron para otra parte cuando el nazismo impuso sus leyes.
Solo algunos religiosos, de manera individual, intentaron luchar contra una
ideología perversa y ayudar a sus víctimas. La mayoría han sido olvidados, pero
él, dada su obra teológica y su personalidad, fue reconocido por una minoría. Su
biografía, en manos de un director y guionista más cuidadosos, hubiera sido una
gran historia dirigida al gran público como sucedió con otros: Oskar Schindler
(La lista de Schindler), Franz Jägerstätter (Vida oculta) y Władysław
Szpilman (El pianista).
Resumiendo,
una película fallida para rememorar la vida de un gran hombre, inteligente y
valiente que murió a manos de los nazis por defender su compromiso ético.
ISABEL BANDRÉS
Celia
Rico Clavellino, guionista y directora sevillana, tiene entre sus películas Viaje
al cuarto de una madre y Los pequeños amores. La buena letra,
su última película, es la adaptación de una novela de Rafael Chirbes.
La
historia contada por Celia Rico, nos traslada a un pueblo valenciano en los
primeros años de la postguerra. Tomás y Ana son un matrimonio que se enfrenta a
la miseria de aquella época. Él trabaja duramente para ganarse un escaso jornal
y ella atiende a su suegra y a su hija y, además, se procura unos dinerillos
como costurera. Tras meses sin saber nada sobre el paradero de Antonio (hermano
de Tomás), Ana, imitando su letra, escribe una carta en su nombre para consolar
a su madre que lo cree muerto. Sin embargo, Antonio ha salido de la cárcel y
aparece sorpresivamente en la casa. La familia se revoluciona con su presencia.
Siempre ha sido un bohemio, un idealista y es considerado como superior al
serio, trabajador y responsable hermano Tomas.
Ana
intenta cuidarle lo mejor posible, todos están pendientes de él y sus
necesidades. Un día decide irse y al poco vuelve casado con una mujer que ha
vivido en Londres y tiene una visión de la vida y del papel de la mujer
diferentes, aunque no deja de explotar a su capricho a Ana que está deslumbrada
ante unas ideas que le resultan muy atractivas. Poco a poco, la película da la
vuelta. El idealismo de Antonio se ha convertido en meros deseos de medrar como
sea y a costa de quién sea. Ana y su marido Tomás verán la inutilidad de sus
sacrificios y Ana comprenderá que las palabras son una cosa y las acciones,
otra muy distinta. La diferencia entre la apariencia y lo real. La buena
letra es una película intimista llena de sueños secretos, de tristezas del
alma, de lucha por mantener la dignidad y de duras decepciones en un país
devastado por la guerra.
Celia
Rico confesó que con La buena letra cumple el sueño de adaptar una obra
de Chirbes: “La mirada de clase, tan presente en sus historias, también está
presente en mi cine. Sabemos que la Guerra Civil española trajo muerte y
miseria, miedo e injusticia, pero se nos ha hablado menos de las heridas
profundas del alma, de la tristeza de quienes sostuvieron los hogares contra
viento y marea. Desde el interior de una casa, esta historia testimonia los
anhelos y pulsiones más íntimas de unos personajes que, cada uno a su manera,
se agarran a los días para sobrevivir, esperando que la vida les devuelva lo
que la guerra les ha arrebatado, desde los alimentos más básicos a la
posibilidad de quererse. La felicidad -ese espejismo donde intentan mirar los
protagonistas de esta historia- se esfuma de las manos tan rápidamente como lo
hace un mendrugo de pan o un puñado de monedas”. La narración de Rico es muy sólida
y hay que destacar el gran trabajo interpretativo de la actriz Loreto Mauleón
en el papel de Ana.
ISABEL BANDRÉS