sábado, 31 de mayo de 2025

 

¡¡PRESENTAMOS NUESTRA ÚLTIMA BIOGRAFÍA!!
LA Nº 45 DE LA COLECCIÓN

SERÁ EL PRÓXIMO 5 DE JUNIO A LAS 19:30H
EN CASA DE GALICIA EN MADRID
C/ Casado del Alisal, 8








¿Qué te sugiere la palabra “progreso”?

Avance, que algo va a mejorar.

¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?

El sentido del humor.

¿Cuál consideras que es su peor defecto?

La soberbia.

Color favorito

Rojo.

Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?

Pasaría más tiempo visitando museos.

Animal preferido

Las abejas que hacen la miel.

Elige un paseo.

Recorrer el parque de El Retiro.

¿Cómo combates el miedo?

Tratando de no pensar en ello.

¿Qué habilidad te gustaría tener?

Tocar un instrumento de música, el piano o el violonchelo.

¿Qué opinas de la IA (Inteligencia artificial)?

Bienvenida sea en cuanto nos pueda ayudar a vivir mejor.

¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?

La mía sí. Las tardes se me hacen larguísimas y los meses pasan volando.

Autor literario preferido.

Marcel Proust.

Ciudad donde vivirías.

Si no pudiera vivir en Madrid, en San Sebastián.

Elige una parte del día.

Nada más levantarme, las siete de la mañana.

¿Echas de menos el silencio?

Me gusta mucho, pero no lo consigo.

 
Contesta el cuestionario: Inés Alberdi

Fecha: 11 febrero 2025

INÉS ALBERDI

Como ella misma suele decir, nació en Sevilla dentro de una familia muy numerosa. Estudió Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense de Madrid y se doctoró en Sociología, en la misma Universidad. Ha estado siempre vinculada a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, donde comenzó a trabajar y donde obtuvo la catedra de Sociología.

Ha sido directora del Departamento de Investigación del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS y ha sido Asesora del Programa de Igualdad de Oportunidades de las Comunidades Europeas. Ha sido Diputada en la Asamblea de Madrid.

Ha trabajado con las Naciones Unidas, en Nueva York, como directora ejecutiva de UNIFEM, el Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas para la Mujer.

Ha publicado libros, numerosos artículos y ha dado conferencias en Congresos y Seminarios por España, Europa y Estados Unidos, sobre temas relacionados con la familia, la educación y la situación social de las mujeres. Su último libro publicado es La sociología como vocación, CIS, Madrid 2020.

Es miembro del Real Patronato del Museo del Prado, del Patronato de la Fundación Ortega-Marañón, del Consejo Asesor del Centro de Investigaciones Sociológicas y del Consejo Asesor del Centro Reina Sofia de Adolescencia y Juventud.

Ha recibido, en 2019, el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política, como “reconocimiento a una trayectoria científica destacada en el ámbito de la Sociología”.

¡Menudo currículo, eh! Pero, además, Inés es para mí alguien muy, muy especial. Un “hada madrina” que se pone decididamente “a la tarea” y te concede lo que le pidas, por muy estrafalario que resulte… Es fiel colaboradora de este blog con su sección “Imágenes sobre las mujeres y los libros”; ha publicado dentro de nuestra colección de biografías, Vida de Emilia Pardo Bazán y siempre, siempre, nos ha ayudado a llevar hacia adelante este proyecto que ahora finaliza. Su cabeza nunca ha parado de buscar y proponer nuevas fórmulas para hacerla más visible. Tenemos mucho que agradecer a la generosidad sin límites de Inés Alberdi. Gracias, Inés.

Susi T.


EL MORO MADRILEÑO
MARÍA LUISA MAILLARD

El otro día, cargada de bultos, paré un taxi. El taxista, joven aún —quizá no habría alcanzado la cuarentena—, era alto, pulcro y educado. Fiel a una costumbre habitual en sus homólogos madrileños, era hablador. Se presentó como “un moro madrileño”. Llevaba más de diez años viviendo en nuestra ciudad y se deshizo en elogios sobre ella. No había en Europa una ciudad como Madrid. Él lo sabía muy bien porque había vivido en muchas capitales europeas: disponibilidad de servicios y entretenimiento, cordialidad de sus habitantes… sólo había un problema: las leyes. Y contó su experiencia personal. Había adquirido una vivienda y la había alquilado para pagar la hipoteca. Poco tiempo después, la inquilina se convirtió en ocupa y fue entonces cuando se topó con las leyes.

No había forma legal de desalojarla porque se había declarado “vulnerable”, a pesar de conducir habitualmente un coche muy caro, al que él no podía aspirar. Se encontró así en una situación límite: o se quedaba sin casa al no poder pagar la hipoteca o pagaba la hipoteca y dejaba de alimentar a su familia. No se quedó de brazos cruzados. Se presentó en la casa “ocupada” y amenazó a la ocupa. Ésta lo denunció y el “moro madrileño” pasó una noche en comisaría; pero recuperó su casa. ¿Es este el diseño de sociedad que quieren establecer nuestras leyes?

El problema de la ocupación de viviendas alquiladas es de todos conocido; pero al escuchar este relato en primera persona, me vino a la cabeza una pregunta. ¿Cómo existe tanta permisividad social ante un hecho sin duda delictivo? Y también la respuesta: “persona vulnerable”. El populismo tiene muchas caras. Una de sus modalidades consiste en despertar los sentimientos “buenistas” de los electores, a través de una práctica muy común: trasladar una situación que se dio en épocas pasadas —la imagen del avaricioso propietario que arroja al frío de la calle a unos indefensos huerfanitos—, a la época actual. Se construye así una situación ficticia, que exonera de responsabilidad tanto a los gestores del poder como a los electores que los eligen, que ya encontraron el enemigo común: el capitalismo depredador. ¿Y la obligación de los poderes públicos de crear viviendas sociales y de alquiler?, ¿es lícito que el Estado traslade el peso de la carga social a un individuo no considerado “vulnerable” por las leyes, aunque sí lo sea en realidad? ¿Un Estado que ha aumentado de forma estratosférica su recaudación de impuestos?

Esta modalidad de populismo también pone sobre el tapete una nefasta consecuencia, que nos afecta a todos. Los legisladores no tienen por qué ser expertos en la materia sobre la que legislan, porque para eso está la ideología, la realidad no cuenta.


La realidad que obvian las leyes actuales sobre vivienda es que en España no existe una red de grandes propietarios de pisos de alquiler, entre otras cosas, por la inestabilidad legislativa. Lo que existe es una pequeña red de propietarios individuales que tradicionalmente han considerado la compra de una casa y su posterior alquiler, como una forma de jubilación. No importa. Las personas consideradas “vulnerables” deben ser protegidas del voraz capitalismo. El Estado ya ha cumplido con ellos: ha legislado. ¿Lo ha hecho con conocimientos suficientes sobre la materia que legisla?

Esta modalidad de populismo se extiende a muchas otras áreas como la del feminismo. El papel de víctima del patriarcado, que fue real en otras épocas, cuando las opciones de la mujer se recluían en el ámbito doméstico, se traslada a unas sociedades en las que la mujer ya ha obtenido los derechos legislativos y sociales que demandaba y escoge libremente sus relaciones. ¿De qué tipo de igualación con el varón estamos hablando? ¿de qué varón? No existe un patrón único de varón. La naturaleza humana produce tipos muy variados y hoy en día el perfil que presentan muchos de nuestros gobernantes y personajes públicos varones, no es muy esperanzador. Quizá haya cierto tipo de hombres con los que no conviene igualarse.

¡Ah! Es que no es eso. Lo importante es una igualación en el ejercicio del poder, es decir, un sistema paritario de cuotas en los cargos públicos relevantes. ¡Córcholis! ¿Es que acaso no es lo conveniente que los que rijan nuestro destino sean los mejor preparados para ello? Se puede tener en cuenta un trato favorable a la persona más vulnerable socialmente, si se encuentra en igualdad de méritos con un oponente; pero no es ninguna garantía de eficacia que el hecho de pertenecer a un género determinado prevalezca sobre los conocimientos y la preparación. 

Así, se puede dar el caso de que una política, supuestamente favorable a las mujeres, elaborada por mujeres que ostentan poder, se vuelva contra ellas. Es el caso de la legislación que permite reducir una condena —ya escasa—, a los violadores de mujeres, muchos de los cuales vuelven a reincidir. Ya a mediados del siglo XIX se produjo el movimiento de reforma del sistema penitenciario, a raíz del libro de Cesare Beccaria De los delitos y de las penas. En los numerosos Congresos Penitenciarios Internacionales, en los que intervino España, a través de Concepción Arenal, entre otros asuntos, se debatió el espinoso tema de “los incorregibles”, realidad incómoda que ha pasado a mejor vida.

¿No son incorregibles la mayoría de los violadores? La costosa política del creado Ministerio de la Mujer no ha reducido la violencia de género ni las violaciones ni las muertes de mujeres; aunque sí ha conseguido crispar a la sociedad. Tal vez no se haya drenado el dinero al destino adecuado: el aumento de los efectivos policiales y los juzgados encargados de los delitos de género o la ampliación de las casas de acogida.

Entre los muchos riesgos de una democracia se encuentra la postergación de “los sabios”, aquellos que se han preparado y, por tanto, conocen la materia a la que se dedican, por los próximos al poder en cuestiones ideológicas, que no requieren preparación alguna. ¿Qué ejemplo se está dando a los jóvenes, cuando un presidente ha copiado su tesis y una primera dama es catedrática sin haber cursado una carrera? ¿desde cuándo la posverdad, es decir, la mentira, es un instrumento legítimo para mantener el poder, bajo la pantalla de una ideología?

La situación compleja de los asuntos públicos hoy en día, exige un profundo conocimiento de los legisladores, respecto a la materia que se traen entre manos, antes de legislar sobre ella. Este país necesita expertos y expertas rigurosos, especialmente en sectores clave que afectan directamente a los ciudadanos: entre ellos, los del denominado “Estado del bienestar”: medicina, enseñanza, atención a los más vulnerables…, pero también a la red transportes y a los servicios básicos: agua y luz. ¿Se están gestionando correctamente? El reciente apagón del lunes 28 de abril es buen ejemplo de que no vamos por el buen camino.

MARÍA LUISA MAILLARD



LA ÉTICA DE LA MEMORIA
8 DE MAYO DE 1945
ISABEL BANDRÉS 

En 1918, tuvo lugar una gran exposición en Madrid sobre Auschwitz (Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos) que superó los 600.000 visitantes. Allí descubrí a Czeslawa Kwoka, una niña polaca de 14 años. Vivía con su madre en una zona rural del sur de Polonia donde los nazis querían establecer una colonia alemana. Las dos eran católicas y fueron conducidas a Auschwitz. Su madre fue eliminada a los dos meses de entrar en el campo y ella fue asesinada, un año después, con una inyección de fenol en el corazón administrada por un oficial nazi. En la fotografía se ve que tiene dos heridas en la boca. El fotógrafo del campo, Wilheim Brasse, reo polaco, contaría años después: “Era muy joven y estaba aterrorizada, no entendía lo que le decían ni por qué estaba allí. Entonces una kapo tomó un palo y la golpeó en la cara. Antes de tomar la fotografía, la niña se secó las lágrimas y se quitó la sangre del corte del labio. Siendo sincero, es como si me hubiesen golpeado a mí, pero no pude intervenir. Hubiera sido fatal para mí”. Su rostro nos muestra una niña desvalida, con la cabeza rapada, inocente, traspasada por el dolor y la soledad más absoluta. Su historia es la de la deshumanización ilimitada que los nazis impusieron allí donde llegaron: una víctima inocente sobre la que una kapo cruel y sádica ejerce el poder que le otorgan los nazis con ánimo de hacer daño por hacer daño y un fotógrafo que no interviene por miedo cierto a perder su vida. El nazismo no solo quitó vidas (se calcula que en la Segunda Guerra Mundial murieron unos 60 millones de personas) también aniquiló toda brizna de humanidad y compasión. Destruyó, a base del horror y la manipulación, cualquier tipo de ética o benevolencia hacia el otro y facilitó que los instintos más tenebrosos y crueles que habitan en los seres humanos se hiciesen tangibles. Winston Churchill habló, en 1944, de un “crimen sin nombre” para referirse a devastación física y moral ejercida por los nazis. Todavía no se ha inventado un adjetivo para calificar de manera certera tal monstruosidad.


El 8 de mayo de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial por lo que este mes de mayo hemos celebrado su efeméride. El 9 de mayo 2025, Putin, arropado, entre otros, por Xi Jinping, Maduro y el coreano Kim Jong presidió un gran desfile en la Plaza Roja de Moscú para conmemorar lo que los rusos llaman el “Día de la Gran Victoria”. En realidad, fue un acto de autopropaganda, de mostrar al mundo el poderío militar y geopolítico de Rusia, y, de paso, de legitimar la invasión actual de Ucrania. Da miedo contemplar una fotografía donde los líderes más totalitarios del planeta se unen para proclamar su lucha por las libertades contra los fascismos y los nazis. ¿Alguien puede entender a la luz del sentido común y la racionalidad semejante impostura? Fue un gesto más de Putin para intentar, una vez más, manipular la historia y reescribirla a su favor. En su discurso, aseguró: “Rusia es y será una barrera indiscutible contra el nazismo. Toda la sociedad apoya la operación militar especial”. Así llama a la invasión de Ucrania y su intento de ruscismo que, como señala la historiadora ucraniana Larisa Yakubova, combina elementos del imperialismo ruso, del comunismo soviético y del nazismo alemán. Aprovecha para desacreditar, en una fecha tan memorable, a Ucrania y justificarse ante el mundo. Esta pantomima montada por Putin está muy lejos del deber ético que tenemos de recordar lo que el nazismo representó: la inhumanidad y la crueldad ilimitadas planificadas al milímetro.

Cuando los presos de los campos de exterminio en 1945 gritaron: “Nunca más y para que esto no se repita, memoria”. Nos pidieron memoria. Primo Levi escribió en 1946 su primer libro, Si esto es un hombre. Su afán era que se conociese la realidad que se vivió en Auschwitz donde estuvo prisionero y lo que supuso el nazismo. “Ha sucedido —nos dice— y por tanto puede volver a suceder”. Y añade, “Pensad que esto ha sucedido”. Recordar no indica paralizarse en la rememoración del pasado, significa sentir ese pasado para agradecer a las víctimas, de alguna manera, su sufrimiento sobre el que se asientan nuestras vidas. Semprún visitaba regularmente Buchenwald, campo en el que estuvo preso, dejo escrito: “No olvidéis que Europa nace tras la experiencia de los campos de exterminio”.


Vivimos en una época de huida hacia adelante. En un mundo hedonista y apático que nos invita a olvidar todo lo que nos sea doloroso o incomodo. Nada de lo que ha sucedido puede anularse, nos decimos para eludir cualquier compromiso moral, cualquier deber ético. Pero existe lo que se ha dado en llamar la justicia anamnética o justicia del recuerdo. Es la forma de hacer justicia por lo irreparable y de devolver la dignidad y la humanidad a las víctimas de la perversión absoluta. Y, de paso, darnos a nosotros el estatus de seres humanos al reconocer la deuda que tenemos con el pasado sobre el que se ha construido nuestro bienestar. Es una forma modesta de hacer justicia ¿Pero, sin ella qué nos queda? La crueldad del olvido. ¿Qué, si no el recuerdo sentido, le devolverá la dignidad y la humanidad a Czeslawa Kwoka? ¿Y qué, si no es nuestra memoria palpitante, hará de nosotros seres respetables?

ISABEL BANDRÉS



EL CUADRO
JAIME GARCÍA NAVAJO

El siglo XX ha aportado desgraciados referentes de la historia contemporánea como el Holocausto, la Shoá, los Gulag o el Apartheid que nos recuerdan horribles crímenes cometidos en una era de impensables avances científico-técnicos.

El pasado 15 de mayo, como todos los años desde 1948, se conmemoró la Nakba, palabra que ha de incluirse entre las anteriormente citadas y que en árabe significa “la catástrofe” o “el desastre”. Tras un proceso iniciado en 1917 con la Declaración Balfour, treinta años después y finalizada la Segunda Guerra Mundial, la recién creada Organización de Naciones Unidas aprueba la partición de Palestina en dos estados. El resultado fue la Nakba: la expulsión de su tierra natal de más de 700.000 palestinos, la destrucción de 500 de sus aldeas o ciudades y el asesinato de cerca de 15.000 de ellos. Los efectos de la partición han tenido su epítome en el genocidio que sufre Gaza tras los atentados terroristas del 7 de octubre de 2023.

“Escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie”, sentenció Theodor Adorno (Sociedad y crítica de la cultura, 1949). ¿Es posible el arte después del horror? ¿Es posible crear ante tanta destrucción y tantos muertos?

Quizá sería mejor decir que no es posible escribir, pintar o componer como si no conociéramos las atrocidades, como si lo que sucedió en Mauthausen, Hiroshima, Srebrenica, Ruanda o lo que sucede en Palestina, nunca hubiese ocurrido.

El poeta argentino Juan Gelman, represaliado por las dictaduras de su país, escribió en el año 2000: “Theodor Adorno pronunció alguna vez una frase infeliz: afirmó que no era posible escribir poesía después de Auschwitz. Se equivocaba y ahí está la obra de Paul Celan que lo desmiente. O la de Kenzaburo Oé, después de Hiroshima y Nagasaki. Durante años pensé que el error de Adorno consistía en una omisión, que le faltó un como antes, que no se podía escribir poesía como antes de Auschwitz, como antes de Hiroshima y Nagasaki, como antes del genocidio argentino. Y ahora pienso que no hay un después de Auschwitz, de Hiroshima y Nagasaki, ni del genocidio argentino, que estamos en un durante, que las matanzas se repiten una y otra vez en algún rincón del planeta, que existe ese genocidio más lento que el de los hornos crematorios, pero no menos brutal llamado hambre, que en el medio siglo que dejamos atrás no ha habido un solo día de paz en el mundo“.

Paul Celan - Kenzaburo Oé

En una de sus acepciones el diccionario de la Real Academia Española define Arte como la “actividad consistente en crear obras que, mediante recursos principalmente plásticos, visuales, sonoros o literarios, produzcan estimulación estética o intelectual”. Los horrores que jalonan la Historia de la Humanidad no han impedido las sucesivas manifestaciones artísticas. Una necesidad irrefrenable del ser humano de expresar emociones, ideas, sensaciones, experiencias (junto a otras funciones que cumple el Arte: religiosa, simbólica, política, ornamental…) que hace inimaginable un mundo sin relatos, canciones, pinturas, danzas o poemas. Las actividades artísticas están arraigadas en el ser humano desde su nacimiento porque nos motivan y nos permite contemplar nuestra realidad desde una perspectiva más profunda.

La Segunda Guerra Mundial supuso el fin de la hegemonía europea sobre el resto del mundo, tomando su relevo los Estados Unidos de Norteamérica. También el liderazgo artístico. En los años 40 del siglo XX el movimiento dominante en el arte estadounidense era el expresionismo abstracto. Según su máximo representante, Jackson Pollock, “el artista moderno trabaja con el espacio y el tiempo, y expresa sus sentimientos en lugar de ilustrar”. Junto a Picasso, el Surrealismo tuvo una gran influencia en un movimiento que primó la búsqueda individual de la expresión artística mediante la creatividad espontánea, automática o inconsciente.

En el Museo Guggenheim de Bilbao se está exponiendo una retrospectiva de la pintora estadounidense Helen Frankenthaler (1928–2011) con el explícito subtítulo Pintura sin reglas.

Helen Frankenthaler, nacida en una familia acomodada neoyorkina, recibió una esmerada educación en las bellas artes. Bajo la influencia de Pollock se adscribió al expresionismo abstracto. Sus obras, como puede verse en el Guggenheim, se caracterizan por el uso de grandes superficies de color planas y translúcidas, no en vano desarrolló un método personal al que llamó “campo de color” o “abstracción pictórica”. Sus cuadros son un estallido de color y, por eso, entre las expuestas resalta una obra que llama la atención al visitante de la muestra. El cuadro se titula Conduciendo hacia el este (Driving East) y carece de la explosión colorista que caracteriza al resto.

 Conduciendo hacia el esteHelen Frankenthaler 2002
©2025 Helen Frankenthaler Foundation,
Inc/Artists Rights Society (ARS) N.Y., Vegap.
Foto: Michael Visser

En el siglo I antes de nuestra era, el poeta clásico Horacio dijo que “una pintura es un poema sin palabras”. El poema sin palabras de Frankenthaler nos asoma a un paisaje en el que en la lejanía se adivina un amanecer o un ocaso. Esa línea de claridad que se observa en el horizonte ¿da paso a la luz o a la oscuridad?

Como recuerda Byung-Chul Han en su El espíritu de la esperanza, Ernst Bloch opone al gris el azul, que es el color de la esperanza: “Este azul, que es el color de la lejanía, designa tanto plástica como simbólicamente lo que tiene futuro, lo que aún no ha llegado a ser real”. El azul nos transporta a la lejanía. Por eso escribe Goethe: “Como nos sucede cuando contemplamos el alto cielo o unos montes lejanos, también aquí nos parece que una superficie azul retrocede cuando la observamos. E igual que nos gusta seguir un objeto agradable que huye de nosotros, también nos gusta contemplar el azul, no porque se nos eche encima, sino porque nos arrastra tras de sí”.

Entre tanto sufrimiento, necesitamos luz. Contemplando el cuadro de Helen Frankenthaler quiero ver luz, azul y lejanía.

Han, una vez más, acierta al afirmar que una sociedad que, como la actual, carece de toda esperanza, está envuelta en gris. Le falta “la lejanía”.

Con Conduciendo hacia el este, Helen Frankenthaler nos proporciona la dosis de azul y lejanía que nos permite afrontar la realidad con cierta esperanza.


JAIME GARCÍA NAVAJO



IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
49. NIÑAS CON LIBROS
INÉS ALBERDI

Hay una enorme cantidad de artistas que retratan niñas leyendo o con libros en sus manos. A solas, en el cuarto de estar o en el campo, son numerosas las imágenes de niñas leyendo o jugando con libros. Son imágenes bastante frecuentes. Muchas veces, ésta es la forma en la que el padre o la madre, los artistas, han querido retratar a sus hijas, o en algunos casos, a las hijas de sus amigos.

Estas imágenes las encontramos ya desde el siglo XVIII, sobre todo en Francia e Inglaterra, donde se popularizan los retratos infantiles y donde el libro parece una excusa apropiada para que posen ante el artista.

Alexis Grimou, Francia (1680-1740)
Jovencita leyendo, c. 1726
Musée des Augustins, Tolouse, Francia

Jean Honoré Fragonard, Francia (1732-1806)
Joven escolar, 1775-1778
Wallace Collection, Londres, Reino Unido

EL LIBRO COMO EXCUSA

La mayoría de las veces el libro no es más que una excusa para retratar la inocencia y la gracia de estas niñas.

Thomas Sully, Gran Bretaña-EE.UU. (1783-1872)
Retrato de una joven, 1824
Brooklyn Museum, New York, EE.EE.

Sophie Gengembre Anderson, (1823-1903)
Sin título, s/f
Colección privada

LEYENDO CON INTERES

Me gustan especialmente las imágenes en las que se ve una niña a solas, muy aplicada y absorta en la lectura, concentrada en lo que el libro le cuenta. No podemos saber si son cuentos, libros de aventuras o tebeos lo que leen con tanta atención.

Charlotte J. Weeks, Gran Bretaña (1856-1893)
Una joven leyendo, 1890
Colección privada

Helen Allingham, Gran Bretaña (1848-1926)
Eva Margaret a los 8 años (hija de la artista), s/f
Colección privada

Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919)
El libro ilustrado, c. 1895
Dixon Gallery and Gardens, Menphis, Tennessee, EE.UU.


Mosé Bianchi, Italia (1840-1904)
Una joven leyendo, c. 1880
Colección privada

MIRANDO AL ARTISTA

También hay retratos de niñas que miran al frente, en actitud de estar reflexionando sobre lo que leen, mientras tienen el libro sobre sus rodillas.

Augustus John, Gran Bretaña (1878-1961)
Buena lectora, 1947
Colección privada

O que parecen leer de pie, mientas caminan, como el retrato que hace el americano MacEwen de una niña perfectamente vestida y peinada como si fuera a una fiesta.

Walter MacEwen, Estados Unidos (1860-1943)
Una niña de pie con un libro, s/f
Colección privada

LA ESCUELA Y EL LIBRO DE LAS ESTUDIANTES

Podemos también decir que el libro toma el carácter de talismán en los retratos de estudiantes para las que el libro es su seña de identidad.

Tenemos ejemplos de niñas dirigiéndose a la escuela. Una es de J.G Von Bremen, llamado Meyer Von Bremen, que se especializó en retratos del mundo rural, de los campesinos y su vida en el sur de Alemania.

Joham Georg Meyer Von Bremen, Alemania (1813-1886)
Una pequeña colegiala, s/f.
Colección privada

En algunos de estos retratos infantiles adivinamos que están en el camino de la escuela, o haciendo deberes, porque las niñas llevan un pizarrín, el instrumento habitual de los trabajos escolares antes de que se popularizaran los cuadernos.

George Clausen, Gran Bretaña (1852-1944)
Una colegiala, 1889
Colección privada

Albert Anker, Suiza (1831-1910)
Escribiendo la lección, 1886
Colección privada

La escuela es muy significativa para aquellos grupos sociales que se van emancipando y tratan de reflejar la valoración de la cultura en sus retratos. Como es el caso de las clases trabajadoras. La emancipación política se fomenta con la instrucción y la cultura es uno de los mecanismos más potentes de afianzarla. Por ejemplo, cuando la Revolución Rusa quiso presentarse como la vía de emancipación de su población, las imágenes de niñas y jóvenes en busca de instrucción, caminando con un libro en las manos, fue una de las más populares de su propaganda.

Semyon Afanasievich Chuikov, Rusia (1902-1980)
Hija de la kirgizia soviética, 1948
Galería Tretiakov, Moscú, Rusia

INTERROGÁNDOSE A SI MISMAS

También hemos encontrado retratos de niñas que, a la vez que leen, parecen estar preguntándose algo. Son retratos en los que las niñas que han estado leyendo miran fuera del libro como preguntándose: ¿Será así el mundo de los mayores?

William Adolphe Bourgereau, Francia (1825-1905)
La joven lectora, 1895
Colección privada

Berthe Morisot, Francia (1841-1895)
Julie Manet con un loro, 1890
Colección privada

Nicolay Bogdanov-Belsky, Rusia (1868-1945)
Lectura a la luz de la lámpara, s/f
Colección privada

UNA PEQUEÑA BURLA

Por ultimo, nos ha divertido encontrar el retrato de una niña que aparece con gafas, gafas que no parecen ser suyas, y haciendo como que lee un periódico. Es una imagen que interpretamos como una burla. La idea de retratar a una niña burlándose de los mayores tiene su gracia, entendiendo que parece avanzar lo que hará ella misma el dia de mañana, leer.


Georgios Jacobides, Grecia (1853-1932)
Niña leyendo, c.1882
Colección privada

INÉS ALBERDI


LA POESÍA, ¿SUTITUTA DE LA TERAPIA?
FELIPE VEGA

Leyendo las páginas del libro de Sesma uno se hace pronto la pregunta arriba señalada, aunque reconozco que no sé si el hecho de planteársela es positivo o no. El caso es que el libro intenta comportarse como una especie de conjura de ese mal contemporáneo conocido como DUELO mediante la versificación de los cinco grandes momentos de su crisis: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, que encabezan, a su vez, los cinco capítulos de esta obra.

La definición de duelo a la que me refiero proviene del mundo de la psicología y, poco a poco, ha triunfado en los distintos géneros del mundo del arte: ¿es acaso una manifestación incruenta de la relación entre los traumas sociales y su influencia en el mundo artístico?; algo similar a El chiste y el subconsciente, la obra de Sigmund Freud que sirvió de soporte para el nacimiento de algunos movimientos artísticos de su época.

En la actualidad, en el mundo del cine, sin ir más lejos, ese concepto de duelo hace estragos. No hay guión que no se vea sometido a la tiránica prueba de su presencia, punto por punto, hoja por hoja, y que termina en la boca de los innumerables intermediarios que deciden si la película llega a hacerse o no. El duelo, colocado en su lugar, es la prueba de que aquello puede ser un éxito…

Loreto Sesma aborda esos cinco círculos del infierno —con cierto carácter dantesco—, que todo ser humano se ve obligado a afrontar en su vida antes o después. Si se teoriza sobre ellos se puede coincidir con algunas de sus propuestas, pero si esas propuestas se convierten en esquema de carácter creativo —como es el caso de este libro en ciertos momentos—, corren el peligro de crear un modelo de rigor, una rigidez. Por ejemplo, como en aquellos versos que tratan de utilizarlas como modelo: “Poder / en definitiva / esquivar el lastre del dolor, / que te digan: / aunque ahora no puedas verlo / estás haciéndolo muy bien”, 

La segunda fase, la de la ira, comienza con un enérgico verso: “vengo de una rutina de silencios”, y seguidamente la poeta se pregunta: “¿Por qué el camino / para que cuente como vida / se ha de hacer llorando?”. La ira estalla ciega y convierte en injusto un proceso emocional, una lucha cruel con la existencia misma. La ira libera, a pesar de todo. Al contrario que el odio que paraliza y limita la visión de las cosas. De algún modo este capítulo es, tal vez, el más logrado. Sus versos se enfrentan cara a cara con la realidad de una pérdida o una desaparición; realidad que apela a todos. Poesía y psicología se distancian en busca de un enigma crucial: el de sufrimiento, que solo parece encarnarse bien en la palabra. Cuando eso sucede no es necesario decir que estamos ante un asunto de psicólogos, no de poetas. Los versos recuerdan a Pasolini; arden como en su largo poema a Antonio Gramsci: "La peor espera / es la que no espera nada". La desesperanza es un sentimiento que nos acompaña en silencio. Tanto, que a veces soñamos con expulsarla de nuestra vida.

Después viene la negación y la poetisa advierte que nos alcanza teñida de tristeza: “Encuentro en la tristeza / una sensación contradictoria…”. Para la escritora una monotonía enferma. ¡No está mal como metáfora! ¿Qué negociamos y con quién? ¿Es posible negociar en un estado de duelo? No estoy muy seguro. En esta ocasión fracasa más la teoría psicológica que los versos de Sesma que, escapando a la norma, vuelan libres lejos de esquemas y corsés: “Cada día que pasa / me estrangula la garganta / como el ateo que aprieta el rosario / cuando está al borde la muerte”. Ahora se produce un intento de ascetismo contemporáneo que nos acerca a los versos de Ángel González, Gil de Biedma, Bousoño, Gamoneda y los poetas que hace tiempo vivían en un mundo en el que ni la propia depresión tenía derecho a expresarse. Su presencia significaba derrotismo patrio, apestaba a traición.

Llegados a la Aceptación los versos se convierten en un elixir que aromatiza como en las comedias románticas, y que dicen cosas como ésta: “a partir de ahora todo tiene que ir bien”.

Pero pronto descubrimos que es solo un espejismo: “Verte me resucita / eso es todo lo que sé de la muerte”.

La Aceptación bebe de la necesidad del reencuentro sea falso o no. Los versos se llenan de expresiones optimistas y desencantadas al mismo tiempo, que intentan retomar el viaje hacia un amor perdido y, de ese modo, llegamos al final del poema con un regusto algo amargo en el que, como en una noria, la vida no para de dar vueltas. Eso es lo más seguro que podemos deducir de todo.

FELIPE VEGA

  



HOMBRES
NATALIA VELASCO

El lunes por la mañana pasé por delante del colegio Ponce de León y solo vi padres dejando a sus hijos en la puerta de entrada. No me sorprendió, o quizá sí, ya que esa estampa ha dado pie a que escriba sobre ellos, los hombres padres, los hombres. Hasta hace no tan poco, se presuponía a las madres dejando a sus hijos en el colegio. Pero todo cambia y en este caso, ha cambiado para bien. Los hombres, tan cuestionados en el siglo XXI por su masculinidad, son otros hombres, eso es innegable.

Me pregunto cuál ha sido el primer hombre de referencia para mí, el primero en el que mis ojos de bebé se encontraran con una mirada de amor. Creo que la respuesta es mi padre. Y, sin embargo, los hombres que han formado y forman parte de mi vida distan inconmensurablemente de él. Su rudeza y su machismo recalcitrante nunca despertaron en mí la necesidad de vengarme en otros hombres por lo que era él, como les sucede a muchas representantes del feminismo actual.  No es justo vengarse de todos por lo que hacen algunos. Y ahí estriba la diferencia. Juzgar a la persona por sus actos y no por su género. A menudo hiere quien ha sido herido. Y es esa herida la que hay que sanar.

Lo que en mí sucedió fue que, el carácter de mi progenitor y el de tantos otros como él, provocó una renuncia hacia los que pudieran mínimamente parecérseles. Esa era mi manera de aniquilar su patriarcado, no a través de la venganza, sino del olvido y la indiferencia. Puedo entender y entiendo que algunos hombres hayan necesitado de esa fortaleza para sobrevivir al mundo de la posguerra, pero no puedo entender su rigidez al cambio, su inmovilismo; que la fuerza bruta de sus treinta años, sea la de sus ochenta y siete; que su ira y autoritarismo permanezcan idénticos. No lo entendí entonces y sigo sin entenderlo ahora. Pero cuidado, nada de lo dicho resta un ápice al amor profundo y al respeto que profeso a mi padre aunque, es evidente, que a menudo le miro desde la distancia para alejarme del sufrimiento.

Sin embargo, qué maravilloso mundo de figuras masculinas han desfilado siempre por mi vida. Hombres inteligentes con sus miedos a cuestas, con sus virtudes resplandecientes, con su mirada ligera hacia tantas vicisitudes de la vida, con su inteligencia práctica. Hombres, digámoslo alto y claro, que no se sienten príncipes destronados frente a las mujeres que por fin ocupamos espacios que no nos estaban permitidos. Hombres que nos apoyan, nos elogian, nos sostienen y nos miman. Hombres que han tenido que lidiar con la usencia afectiva de un padre cariñoso que les sirva de modelo. ¿Estamos preparadas las mujeres para ver a un hombre afectivamente liberado? Un amigo psicólogo me comentaba que una mujer fue a su consulta explicándole que le resultaba difícil encontrar pareja porque quería un hombre viril pero femenino, que fuera tierno pero agresivo, que fuera detallista pero no empalagoso, que le dejara libertad pero que se mostrara celoso. Mi amigo le respondió: “tú lo que quieres es un esquizofrénico”. Cuidado con lo que pedimos, decía Santa Teresa, “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”.

La nueva masculinidad tiene clara consciencia de los obstáculos que no le han permitido realizarse en el amor. Ejercer el derecho al amor es acercarse a lo femenino desde la vulnerabilidad, acercarse a la intimidad de ser padres sin restricciones, a la amistad con otros hombres abandonando la rivalidad. La nueva masculinidad llora sin sonrojarse, se debilita si es necesario y pide ayuda si no puede con todo.

Hombres y mujeres debemos elegir en estos tiempos convulsos el camino de la cultura y de la defensa de valores universales para construir una sociedad más justa y armoniosa. Es esencial que nos apoyemos mutuamente y que reconozcamos nuestras capacidades sin caer en extremos ni prejuicios. La verdadera igualdad es respetar y valorar las diferencias, trabajando juntos para fortalecer valores comunes y avanzar hacia un mundo más equitativo y respetuoso para todos.

NATALIA VELASCO

 



LOCURA Y CREATIVIDAD
LIDIA ANDINO
 

La extensa mitología circulante acerca de las enfermedades mentales no solo podemos considerarla falsa, sino que, además, colabora en la incomprensión que padecen. También existe una ingenua idolatría de estos trastornos y ya se sabe que un mito es mucho más poderoso que una verdad. Sin embargo, quiero mencionar en este breve artículo aquello que contradice algunas de nuestras creencias. 

Vale la pena recordar una frase de Kay Redfield Jamison -Licenciada en Psicología por la Universidad de California- acerca de Vincent Van Gogh cuando ignoran sus aportes a la historia del arte y reducen su obra al episodio con su oreja “La mayoría de las personas con enfermedades mentales no son inusualmente creativas y la mayoría de las personas creativas no suelen ser enfermos mentales”.

Tenemos numerosos ejemplos en los que la superstición popular atribuye el genio a la locura, como los casos de los escritores Antonin Artaud, Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik, Ernst Hemingway y tantos otros.

La clase media culta e instruida “lee” la excentricidad y hasta la locura como la clave de la genialidad de un artista, de un pensador. Esto habla más de sus prejuicios que de aquello que idolatran; esta actitud resulta ignorante, incluso peligrosa y su culto romántico es un disparate cultural, pues la locura es una cárcel que oscurece la razón y mutila el talento. Asimismo, el elogio a la marginalidad supuestamente creativa del enfermo mental proferido en alguna revista cultural es un auténtico insulto, cuando por esta devastadora patología los familiares y amigos del enfermo deambulan por hospitales psiquiátricos buscando soluciones reales que atenúen su padecimiento.

Encontrar una alternativa que otorgue esperanza en un futuro cercano tiene una condición que es admitir sus trazas genéticas, psíquicas y sociales.

Los genios enfermos lo fueron pese a su patología y no gracias a ella, quiero decir que no todo creativo es loco, ni todo loco es creativo, sino que hay que atender a otras cuestiones que están en juego. A ningún pseudo intelectual, idólatra de la locura o del impulso creador se le ha ocurrido jamás que ni la creatividad, ni el genio, ni la rebeldía son producto de la enfermedad. 

LIDIA ANDINO
Psicoanalista

 



AMALIA LÓPEZ CABRERA

No hay duda de la capacidad emprendedora de las mujeres. En un siglo XIX, que les había privado de sus derechos civiles, entre ellos, el acceso a la educación superior, su mirada alerta y curiosa oteaba nuevos horizontes: los que estaba abriendo el progreso imparable de la ciencia. No podían acceder a la universidad; pero ahí estaba el daguerrotipo, invento que Louis Daguerre, pintor y escenógrafo, había presentado oficialmente en la Academia de Ciencias y Bellas Artes Francesa en 1939 y que rápidamente se extendió por toda Europa. Después de haber trabajado con J.P. Niepce en la fijación de imágenes en la cámara oscura, tras su fallecimiento, había descubierto los efectos del mercurio tanto en la fijación como en la posterior revelación de las imágenes. En 1938, Daguerre toma la primera fotografía en la que aparece una persona y en 1939 H. Bayard descubre el calotipo, dispositivo para obtener imágenes directamente en papel. Unos años después, en 1951, Scott Archer da a conocer una forma perfeccionada del calotipo, el colodión húmedo

Era un descubrimiento nuevo y atrayente que tenía la ventaja de convertirse en una actividad que podía desarrollarse de forma individual y, además de tener una vertiente artística, ser lucrativa. Europa se llenó de mujeres fotógrafas: Mary Dillwyn, Anna Atkins, Bertha E. Jacques, Lady Clementina Hawarden, Julia Margaret Cameron… y alcanzó América con Gertrude Kassebier. Alguna de estas mujeres como Madame Senge, daguerrotipa parisina, se trasladó a Madrid en 1849 e impartió en la ciudad un curso para “señoras y señoritas”.

Amalia López Cabrera

Había un público femenino atento al nuevo descubrimiento. En esa época ya existían talleres en las principales ciudades españolas y muchas mujeres aprovecharon la oportunidad de ejercer un oficio que no las recluyese en el espacio doméstico y les permitiese desarrollar su creatividad: Verónica Ruth Frías, Estela de Castro, Antonia García de la Vega, Cristina García y tantas otras. Algunas de ellas, en colaboración con su marido, como Jane, la mujer de Charles Clifford; pero otras lograron establecer estudio propio como María Cecilia Cardarell y Bousquet, quien fotografió a Rosalía de Castro y fue pionera en Galicia. Encabezando a las pioneras, se encuentra nuestra protagonista, Amalia López Cabrera la primera mujer en abrir un estudio fotográfico propio en España en 1860. Le siguieron Pastora Escudero y Luisa Dorave.

Con Amalia López, nos trasladamos a Almería, ciudad en la que nació en 1837, año en el que Daguerre inventó el daguerrotipo. Pertenecía a una rica familia de comerciantes y tenía tres hermanas. A los 20 años contrajo matrimonio con Francisco López Vizcaíno, un impresor viudo, a cuya ciudad natal, Jaén, se trasladó junto con los tres hijos del anterior matrimonio de su marido. Dicho traslado fue providencial para ella porque allí conoció a Ludwik Tarszela ski Konarzsenski, apodado el conde de Lipa, un capitán del ejército polaco, expatriado en Francia, gran amigo de Louis Daguerre, y que tenía un estudio de fotografía en la ciudad. Del empuje de nuestra protagonista da cuenta el hecho de que se presentase en el establecimiento del fotógrafo y se convirtiese en su primera alumna. Tres años después, con tan sólo 23 años, abrió su propio estudio en la calle de la Merced, junto a la Imprenta de su marido.

Amalia López Cabrera, Retrato del conde de Lipa con su familia, c. 1883
Colección particular del editor Enrique Hernández-Luike (1928-2022),
biznieto del conde de Lipa

Las mujeres conocen la influencia de la publicidad y Amalia insertó un anuncio publicitario en el periódico local El Anunciador, donde ofrecía sus servicios, garantizando la gratuidad si el resultado no era satisfactorio. Durante ocho años ejerció con gran éxito la profesión de fotógrafa, abarcando todos sus posibles registros: retratos de personajes distinguidos de la ciudad, postales con imágenes de cuadros de pintores como Murillo, vistas de la Catedral de la Asunción de Jaén, imágenes post mortem de ancianos de cuerpo presente e incluso otras más transgresoras como niños vestidos de adulto con cigarrillo y sombrero. En 1868 decidió codearse con los grandes y participó en la primera convocatoria del Premio Nacional de Fotografía de Zaragoza, logrando una mención honorífica.

En 1869 su marido recibe la oferta de imprimir La Gaceta Agrícola y la familia se traslada a Madrid. Allí se pierde el rastro de Amalia López Cabrera. No era costumbre en la época registrar las actividades de mujeres pioneras; pero Amalia López quedará en nuestra memoria, como el símbolo de todas aquellas mujeres que encontraron en la nueva actividad fotográfica un camino para su independencia personal.

MARÍA LUISA MAILLARD



ISABEL BANDRÉS

Dietrich Bonhoeffer era un teólogo luterano alemán que se enfrentó a los nazis y murió por ahorcamiento en un campo de concentración, unas semanas antes de que terminase la guerra y Hitler se suicidara. La película se toma muchas libertades con la realidad, empezando por el título. Él no fue un espía, fue un gran teólogo con una obra seria y estudiada por teólogos de otras Iglesias, incluyendo a los católicos. La vida de Dietrich Bonhoeffer fue apasionante como intelectual y como activista. Está película, no.

La narración usa y abusa del flashback lo que hace que al final de la narración nos perdamos en los tiempos. Todd Komarnicki, el director, consigue a base de minuciosidad en el relato, de repetición de anécdotas ñoñas y de bobadas superficiales, que salgamos del cine con una buena dosis de decepción y enfado. ¿Cómo es posible, que la historia cinematografía de un teólogo brillante que se enfrentó a la Iglesia Luterana a la que pertenecía, salvó de la muerte a algunos judíos y es respetado por los que conocen su obra por su valor y su inteligencia, se quede en una cascara vacía?

El director nos cuenta su infancia, su estancia en Harlem, sus viajes a Londres, su descubrimiento del jazz, su evolución ideológica y religiosa, pero todo nos suena a nadería. No profundiza en su personalidad ni en su lucha contra sus superiores eclesiásticos por dejarse instrumentalizar por el nazismo, ni en su obra teológica. Es una pena. Bonhoeffer merecía ser conocido por el gran público y este filme podía haberlo logrado, pero una narración poco profunda, atropellada y dudosamente veraz, según los expertos, han hecho que sea una película, en el mejor de los casos, olvidable.

Las diferentes Iglesias miraron para otra parte cuando el nazismo impuso sus leyes. Solo algunos religiosos, de manera individual, intentaron luchar contra una ideología perversa y ayudar a sus víctimas. La mayoría han sido olvidados, pero él, dada su obra teológica y su personalidad, fue reconocido por una minoría. Su biografía, en manos de un director y guionista más cuidadosos, hubiera sido una gran historia dirigida al gran público como sucedió con otros: Oskar Schindler (La lista de Schindler), Franz Jägerstätter (Vida oculta) y Władysław Szpilman (El pianista).

Resumiendo, una película fallida para rememorar la vida de un gran hombre, inteligente y valiente que murió a manos de los nazis por defender su compromiso ético.

ISABEL BANDRÉS

 



Celia Rico Clavellino, guionista y directora sevillana, tiene entre sus películas Viaje al cuarto de una madre y Los pequeños amores. La buena letra, su última película, es la adaptación de una novela de Rafael Chirbes.

La historia contada por Celia Rico, nos traslada a un pueblo valenciano en los primeros años de la postguerra. Tomás y Ana son un matrimonio que se enfrenta a la miseria de aquella época. Él trabaja duramente para ganarse un escaso jornal y ella atiende a su suegra y a su hija y, además, se procura unos dinerillos como costurera. Tras meses sin saber nada sobre el paradero de Antonio (hermano de Tomás), Ana, imitando su letra, escribe una carta en su nombre para consolar a su madre que lo cree muerto. Sin embargo, Antonio ha salido de la cárcel y aparece sorpresivamente en la casa. La familia se revoluciona con su presencia. Siempre ha sido un bohemio, un idealista y es considerado como superior al serio, trabajador y responsable hermano Tomas.

Ana intenta cuidarle lo mejor posible, todos están pendientes de él y sus necesidades. Un día decide irse y al poco vuelve casado con una mujer que ha vivido en Londres y tiene una visión de la vida y del papel de la mujer diferentes, aunque no deja de explotar a su capricho a Ana que está deslumbrada ante unas ideas que le resultan muy atractivas. Poco a poco, la película da la vuelta. El idealismo de Antonio se ha convertido en meros deseos de medrar como sea y a costa de quién sea. Ana y su marido Tomás verán la inutilidad de sus sacrificios y Ana comprenderá que las palabras son una cosa y las acciones, otra muy distinta. La diferencia entre la apariencia y lo real. La buena letra es una película intimista llena de sueños secretos, de tristezas del alma, de lucha por mantener la dignidad y de duras decepciones en un país devastado por la guerra.

Celia Rico confesó que con La buena letra cumple el sueño de adaptar una obra de Chirbes: “La mirada de clase, tan presente en sus historias, también está presente en mi cine. Sabemos que la Guerra Civil española trajo muerte y miseria, miedo e injusticia, pero se nos ha hablado menos de las heridas profundas del alma, de la tristeza de quienes sostuvieron los hogares contra viento y marea. Desde el interior de una casa, esta historia testimonia los anhelos y pulsiones más íntimas de unos personajes que, cada uno a su manera, se agarran a los días para sobrevivir, esperando que la vida les devuelva lo que la guerra les ha arrebatado, desde los alimentos más básicos a la posibilidad de quererse. La felicidad -ese espejismo donde intentan mirar los protagonistas de esta historia- se esfuma de las manos tan rápidamente como lo hace un mendrugo de pan o un puñado de monedas”. La narración de Rico es muy sólida y hay que destacar el gran trabajo interpretativo de la actriz Loreto Mauleón en el papel de Ana.

ISABEL BANDRÉS