SERÁ EL
COMENTAREMOS EL LIBRO
Cristina Peri Rossi es
una escritora, traductora y activista política uruguaya exiliada en España
desde 1972 y residente en Barcelona, donde ha desarrollado la mayor parte de su
carrera literaria. En 2021 fue galardonada con el Premio Miguel de Cervantes.
ALBERT CAMUS Y LA
CULPA
EN EL MUNDO
CONTEMPORÁNEO
MARÍA LUISA
MAILLARD
Podemos
decir que Crimen y castigo de Fiódor
Dostoyevski, publicado por primera vez por entregas en 1886, en la revista El mensajero ruso, se convierte pronto
en un referente del problema de la culpa en un mundo sin trascendencia, marcado
ya por el nihilismo. Buena prueba de ello son las numerosas películas que, en
distintos países del mundo occidental, ya desde principios del siglo XX, se han
inspirado en el libro. Ivan Petróvich en Rusia en 1913; Josef von Sternberg en
Estados Unidos en 1935; Georges Lampin en Francia en 1956; quizá una de las más
recientes sea Los delitos y las faltas
de Woody Allen en 1989; para no hablar sino de algunas de ellas porque la lista
sería demasiado larga.
En
esta genial novela de Dostoyevsky, el protagonista, Raskólnikov, autor de la
muerte de una anciana usurera se entrega a la policía porque, según ideas muy
próximas a Nietzsche, sólo un hombre superior puede matar a otro inferior y él
llega a la conclusión de que no es un hombre superior. Está abierto el camino
para un crimen sin culpa y la voluntad de “inocentarse” del hombre actual.
Su
amiga Hannah Arendt le responde: “Las respuestas tradicionales: ‘porque irás al
infierno’ o ‘porque tú tampoco deseas ser asesinado’, es decir, las respuestas
de la religión y del sentido común, ya no sirven porque estas fuentes han
dejado de tener sentido para el hombre contemporáneo”. Unos años antes, en
1948, la filósofa en Los orígenes del
totalitarismo, ya había analizado el enorme poder de las ideologías que,
independizadas de la realidad y de la experiencia, estaban dominando un mundo
sin referentes claros de valor, donde intelectuales y poetas, sumidos en el
nihilismo, encontraron un camino para combatir la hipocresía humanitaria y
liberal de la burguesía, en la violencia, el poder, la crueldad y el asesinato.
En
1951 Albert Camus, partiendo de la rebeldía, ligada al nihilismo, como una de
las dimensiones esenciales del hombre contemporáneo, su realidad histórica,
subraya, publica un libro que le supone la ruptura con el existencialismo y con
su amigo Jean Paul Sarte: El hombre
rebelde. Después de un recorrido por todos los ensayos revolucionarios
metafísicos y políticos de los siglos XIX y XX, pone el dedo en la llaga al
analizar la sensación de impunidad del “hombre rebelde”, a la hora de matar a
millones de seres humanos, ya sea por el irracionalismo del nazismo y el nacionalismo o por el supuesto
racionalismo de las ideologías comunistas: “Los campos de esclavos bajo el
estandarte de la libertad, las matanzas justificadas por amor al hombre o la
inclinación a lo superhumano, dejan sin amparo, en cierto sentido, al juicio”.
Camus respeta el principio de rebeldía que, inicialmente se alza contra un
ataque a la integridad del ser humano, pero esta rebeldía no debe olvidar su
origen, su nobleza primera y caer en la embriaguez de la tiranía, olvidando lo
que todos compartimos como seres humanos. No hay “inocentes absolutos” por más
que enarbolen el escudo de la utopía y de “un paraíso en la tierra”. El
“porvenir” se convierte en un dios intransigente, que se identifica con la
moral porque el único valor es lo que sirve a dicho porvenir. “La
reivindicación de la justicia desemboca en la injusticia si no está fundada en
una reivindicación ética de la justicia”, señala Camus, porque la justicia
acaba convirtiéndose en voluntad de poder.
Tendremos
que esperar a 1956 para que Camus nos ofrezca, bajo el género de la novela, un
complejo, devastador y ambiguo examen del concepto de culpa en el hombre
contemporáneo, en donde el poder tiene un lugar prominente. La novela, con el
título de La caída, es un soliloquio
—hay un interlocutor, pero sus respuestas no aparecen nunca en el texto— de un
abogado exitoso que acaba convirtiéndose en un “abogado penitente”, pero que al
final desvela: “Mezclo lo que me concierne a mí con lo relativo a los demás […]
con eso fabrico un retrato que es el de todo el mundo y el de nadie en
particular”. Es decir, pretende hacer un retrato del hombre contemporáneo, con
el trasfondo de la bondad o maldad innatas a la naturaleza humana.
El
problema del hombre contemporáneo es que —una vez relegado al olvido el Juicio
Final— elude por todos los medios el juicio de los otros en un deseo de
“inocentarse”, para lo que el poder es un recurso privilegiado: posterga el
juicio e incluso lo anula; pero el hombre contemporáneo no se contenta con eso.
Se lanza a emitir juicios, condenas contra los otros y se recupera mediante la
moral: él está del lado “correcto”. Se necesita un “lado correcto” porque ya no
hay padre, ya no hay reglas morales y lo que queda es el miedo a la libertad, y
para huir de ella, los hombres, señala Camus, “inventan reglas terribles y
corren a levantar hogueras para reemplazar a las Iglesias”.
Juzgar
a los otros sin que nos puedan juzgar a nosotros, parece ser el lema del hombre
contemporáneo, al que se enfrenta Camus diciendo: “Todos somos culpables”,
remitiéndonos a la frase bíblica: “Quién esté libre de culpa, que tire la
primera piedra”. Y es que eso es el hombre: libertad de hacer el bien y hacer
el mal, elegir en cada momento, y en esa elección, nadie es ajeno a elegir el
beneficio propio frente al beneficio de los otros, y si eso se puede hacer con
buena conciencia, tanto mejor. Ese es el “logro” del hombre contemporáneo:
poder ser egoísta y cruel, estar del lado de los privilegiados; pero con “buena
conciencia”.
Sartre y Camus |
Simone
de Beauvoir, al leer el libro de Camus, dictaminó que había un ataque frontal
contra Sartre, fruto del resentimiento, ataque no difícil de detectar en el
siguiente párrafo del libro: “Usted sabe bien que todo hombre inteligente sueña
con ser un gánster y dominar la sociedad mediante la violencia. Como eso no es
tan fácil cómo lo pueden hacer creer las novelas especializadas, generalmente
recurre a la política y se acude al partido más cruel”. ¿Quién no recuerda que
en aquella época Sartre estaba justificando el genocidio de Stalin, como tantos
y tantos escritores e intelectuales de la época?, que, posteriormente, apoyaría
la “Revolución Cultural” de Mao, con sus decenas de millones de personas
asesinadas. de todas las capas sociales?
MARÍA LUISA MAILLARD
EL ROSTRO DE DIOS (en el arte)
AMPARO SERRANO DE HARO
Cuando en los años ochenta del pasado siglo, el iconoclasta cantante francés Serge Gainsbourg afirmó que Dios era un fumador de habanos, reafirmaba, a su peculiar modo, esa tradición occidental de asociar la divinidad a la propia imagen, buena o mala, del artista masculino. Ya que, como dijo Serge, en su lógica irónica y pequeño burguesa, si él mismo fumaba cigarrillos, era plausible pensar en un dios fumador de puros y así creador de nubes.
Desde los tiempos antiguos en que el culto a las deidades era primero una creencia, un símbolo, una palabra, que no se podía pronunciar, constituyéndose lo sagrado sobre el misterio indecible e incomprensible del mundo, la evolución de aquello que varias religiones denominan Dios se ha representado de muy distinta manera.
Llama la atención la
visión antropomórfica de la divinidad en la cultura clásica griega, todo un
ideal esplendoroso de belleza física para unas conductas lejos de ser
modélicas: los dioses y sus rencillas, su comportamiento violento, abusivo, lúbrico
y vengativo, que estaba casi siempre demasiado cercano a la propia humanidad.
Salvador, desconocido, segunda mitad s.XII Colección The State Tretyakov Gallery |
En la Edad Media, sin
embargo, volvió a vencer la fuerza de lo simbólico sobre la “mímesis”, la
belleza perdió su valor frente a la palabra, el color y la difícil expresividad
de aquello que es inexplicable y cuya representación es, de algún modo,
elusiva, a pesar de que (y precisamente por eso) se crean reglas muy estrictas
y estereotipadas para hacerlo. Como es lógico, fue también en ese momento en
que se produjo una reacción iconoclasta en la cultura cristiana, (presente también
en otras religiones) pero que pronto se vio superada a favor de una visión
didáctica de la religión: lo que se llega a llamar la "Biblia de los
pobres", es decir, la representación de historias de las Sagradas
Escrituras en pinturas para analfabetos. Ya que, según dijo San Juan Damasceno:
“Lo que es la Biblia para las personas instruidas, lo es el icono para los
analfabetos, y lo que es la palabra para el oído, lo es el icono para la vista…”.
Pero fue en el
Renacimiento cuando la asociación entre Dios y el hombre se forja de un modo inequívoco.
Esa alianza va a condicionar la representación de un dios humano que va a durar en el
mundo occidental hasta la actualidad. Aunque no es solo la existencia de un dios con rasgos humanos la que se
difunde en las numerosas representaciones que acompañan los lugares y la
enseñanza sagrada. De modo solapado y junto a la visión de un dios artista, que “crea” al
hombre, la mujer y al mundo de la nada, surge también la del artista como un
dios en pequeña escala, que también es capaz de crear un mundo en un lienzo en
blanco o en un bloque de mármol.
Quizás sea la figura de
Miguel Ángel uno de los casos en que la conflagración y la unión entre Arte y Religión
sea más viva y personalizada. De alguna forma, la Capilla Sixtina es el
resultado de esa lucha simbólica entre el arte y la religión. Una guerra que ha
dejado hermosas obras y artistas entronizados a dignidades anteriormente
reservadas a la más alta nobleza. El artista del Renacimiento es el nuevo
Jesucristo, lo que dejan claro obras como el autorretrato de Durero.
Alberto Durero, Autorretrato,
1500. Alte Pinakothec, Múnich |
El hombre ocupa el
lugar central de la Humanidad siendo el centro del círculo que se integra en el
cuadrado, la famosa máxima vitruviana tantas veces representada.
Como dice Griselda
Pollock, resumiendo un pensamiento que ha sido ya expresado por numerosos
estudiosos, el Romanticismo vino a corroborar el Renacimiento: “(fue) con la
génesis del mito romántico de los siglos XVIII y XIX, cuando el artista no solo
heredó el manto de los sacerdotes y se volvió revelador de verdades divinas,
sino que también asumió un estatuto semidivino como heredero del Creador
original”.
Durante mucho tiempo,
ese fue el consenso aceptado, la capacidad “divina” de creación del artista se
compensaba con el sufrimiento humano que sus dones le acarreaban y, finalmente,
su propia redención o “resurrección” venía de la mano de la indudable calidad
de sus obras que se volvían inmortales.
Sin embargo… la ruptura
de la fe en Dios, a nivel generalizado y cultural, fue la primera de muchas
rupturas que culminan con la pérdida de la fe en la especie humana que se
produce en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo, frente
a la incomprensible crueldad de las terribles matanzas de civiles que se
produjeron en Alemania con el holocausto judío.
Esa pérdida de fe en el
hombre fue, además, consolidándose por otros factores: el hombre había fallado en su misión,
no solo con respecto a sus semejantes, sino también con respecto al planeta
Tierra. La sociedad patriarcal y su alianza con la deriva, tanto política como
social, del capitalismo feroz, habían creado un mundo injusto y violento, muy
lejos del paraíso prometido: el papel del hombre-dios había fracasado.
Es entonces cuando el
movimiento feminista de la segunda ola,en las décadas de los sesenta y setenta,
se involucra en la política y la cultura. No es solo una lucha de las mujeres
por acceder al poder real (el del conocimiento, el del dinero, el de la
política), es también un deseo de cambiar “las cosas”, el mundo, el rol
femenino y el masculino.
Harmonia Rosales, Creación de Dios |
En esos años, las
pintoras empiezan a representar a diosas femeninas, a veces reemplazando la
famosa creación de Adán por Dios de Miguel Ángel, por la creación de Eva por
una “diosa” (otras veces recuperando
antiguos cultos matriarcales basados en la naturaleza). Esta imagen de la “diosa y Eva” junto con la de
Cristo con los apóstoles, son las dos escenas que más se representan en obras
feministas. Tanto Judy Chicago, Mary Beth Edelson, Harmonia Rosales han
recreado estas escenas fundacionales, pero transformando lo masculino en
femenino. Jesucristo como sus apóstoles se convierten en figuras femeninas en
torno a una mesa… las mujeres que antes eran las sirvientas invisibles ahora
toman el lugar de los hombres.
Some Living American Women Artists (1972) de Mary Beth Edelson |
La ecología, los
cuidados, el pacifismo, políticas de consenso y de empatía típicos del
feminismo son opciones casa vez más valorados como solución a los
enfrentamientos y la violencia anteriores.
La mujer, o lo que la
mujer ha representado a lo largo de la humanidad, ese “otro” que ya denunció Simone de Beauvoir, es también un
“otro” más cercano a la naturaleza y los sentimientos, y ahora, la esperanza de
la humanidad. La forma en que se representan a sí mismas es indicativo de ese
cambio de valores y debe iniciar el cambio en el modo en el que las representa
la sociedad.
AMPARO SERRANO DE HARO
LAS TRES HERMANAS
NURIA ALKORTA
Además de poder comunicarme con vosotros, lectoras y
lectores, la tarea mensual de este blog me invita a reencontrarme con queridos personajes
femeninos y, también, a releer algunas obras de teatro que pertenecen al mundo
de mis afectos más profundos. Tal es el caso de Antón Chéjov y, en concreto, de
su drama Las tres hermanas: un amor
transmitido por nuestro maestro de interpretación en la RESAD Ángel Gutiérrez, El
Ruso. En una carta fechada en octubre de 1900 dirigida a Maxim Gorki,
Chéjov escribe que ha concluido, con dificultad, esta obra «triste» de la cual
dice: «Hay tres heroínas, cada una con su carácter, ¡y las tres son hijas de un
general! La acción transcurre en una ciudad de provincias, del estilo de Perm,
en un ambiente militar, de los artilleros…».
Considero que las tres hijas de la familia Prózorov,
quienes dan título a la obra, son una especie de personaje trinitario: con
notables diferencias entre sí pero unidas por una inquebrantable sororidad. Esa
imagen sobresalía, entre otras excelencias, del espectáculo dirigido por Piotr
Fomenko y que pudimos ver en 2006 en Madrid. Tal vez esta idea fraterna resuene
especialmente en mí porque, como las protagonistas de esta ficción, yo también
soy una entre tres hermanas de un
pequeño pueblo vizcaíno, y entiendo esa personalidad conjunta como uno de los
pilares de mi vida. Además, como ellas, nosotras tenemos un único hermano. Dicho
esto, aquí termina nuestro paralelismo con este drama y los personajes
chejovianos.
Con el título de una obra el autor suele querer
expresar una idea germinal y, por ello, la interpretación del texto requiere
descifrar ese enigma. En este caso,
como vemos, Chéjov no elige a los cuatro hermanos Prózorov sino sólo a ellas tres:
está pensando en algo que solo las tres
hermanas representan.
Este «drama en cuatro actos» desarrolla, tras la
muerte del padre, el declive de la casa de los Prózorov, que, a su vez, expresa
el de las hermanas ―Olga, Masha e Irina― y
el de su hermano Andréi: al no poder sobreponerse con mayor empuje, los sueños
de todos ellos van perdiendo fuerza aplastados por una cotidianidad prosaica y
mezquina. Además, el traslado de la brigada de artilleros (anunciado a lo largo
de la obra y efectivo en el cuarto acto) provoca el fin de una época y, con
ello, el del ambiente militar e intelectual de la ciudad cuyo núcleo cordial había
sido la casa de las tres hermanas. Esta
profunda transformación ―de la familia y la casa
de los Prózorov, de la brigada y sus militares, de la ciudad y sus habitantes― desgarra
la vida de sus protagonistas (sus afectos y su manera de vivir) pero, sin duda,
también ofrece oportunidades: muy especialmente a las nuevas clases dirigentes
que ocupan el vacío con sus nuevos modos, y, pese a la nostalgia y el
sentimiento de pérdida, a las hermanas y a esos miembros de la intelligentsia militar pues también les brinda
la posibilidad de remontar contra la inercia. Pero con Chéjov la línea recta
entre dos puntos no es el curso natural por el que discurren sus personajes ni
sus obras: el autor indaga en el misterio de lo aparentemente trivial y esquiva
cualquier explicación dogmática o didáctica de la existencia. Huye del discurso
presuntuoso del moralista.
Las tres hermanas en versión de Declan Donnellan para el centro Dramático Nacional (Madrid). Las actrices: Evgenia Dmitrieva, Irina Grineva y Nelli Uvarova. |
De lo dicho hasta aquí sobresalen dos ideas habituales
en el teatro de Chéjov. La primera es que los personajes chejovianos se podrían
definir por la fórmula la persona que
hubiese querido ser, tal y como apunta Ripellino en el capítulo dedicado a
Chéjov de su libro Sobre literatura rusa.
Ya en la primera obra teatral de gran formato del dramaturgo, titulada La gaviota, Sórin sintetiza esta idea: «Cuando
era joven, quería ser literato… y no lo he sido; quería hablar con garbo… y
hablo malísimamente; quería casarme... y no me he casado; quería vivir en la
ciudad… y me quedé en el campo, donde estoy acabando mis días». Los personajes chejovianos
que representan este destino son muchos: Vania, Gáev, Ivánov…
En Las tres
hermanas, recién licenciado de la universidad, Andréi aspira a volver a
Moscú y ser profesor; sin embargo, solo nueve meses más tarde (ya al comienzo
del segundo acto) se ha casado con una joven de la ciudad, Natasha, y tienen un
hijo; además es secretario de la diputación presidida por Protopópov, un vulgar
individuo con quien su esposa lo traiciona. Andréi mata el tiempo jugando a las
cartas en el Círculo, se endeuda, hipoteca la casa de las hermanas, la malogra…
y vive, según Ripellino, como un «filisteo desaliñado».
Olga e Irina, las dos hermanas solteras, sueñan con
regresar a la ciudad de su infancia: Moscú. Es un deseo (más bien un escape de
la realidad) asociado al sol y a la primavera ―también
de sus vidas― que expresa en el presente su doloroso
sentimiento de inadecuación espiritual con la vulgaridad de una vida
provinciana, cerrada en sí misma. La finura en los modales de las hermanas Prózorov,
junto a su esmerada educación políglota (francés, inglés, alemán e Irina,
además, italiano) y musical de Masha (con talento como pianista) es, según esta
última, algo superfluo «en una ciudad como esta… un lujo inútil… ¡Ni un lujo
siquiera! ¡Un aditamento sobrante!». En el tercer acto, Irina reconoce a sus
hermanas que el tiempo pasa y ella se aparta de la verdadera vida: «¡Oh, Dios mío!... ¡Dios mío!... ―dice― ¡Todo
se me ha olvidado! ¡Todo se ha embrollado en mi cabeza!... ¡Se me olvida, por
ejemplo, cómo se dice en italiano la palabra “ventana” o “techo”!... ¡Se me olvida
todo!... ¡Diariamente se me olvida!... ¡Y la vida no volverá jamás!... ¡Y jamás
iremos a Moscú!... ¡Siento que no iremos!». La hermana mayor, Olga, también dirá
en el cuarto acto: «Las cosas no salen conforme a nuestro gusto, sino al revés…
Yo no quería ser directora, y lo soy… Lo cual quiere decir que no iremos a
Moscú».
A diferencia de las otras dos, la segunda hermana,
Masha, se casó recién terminado el colegio con el profesor del Liceo Kuliguin,
y, por ello, se sabe atada sin remedio a la sociedad civil de la ciudad, donde
se siente ajena, en un matrimonio aburrido con el hombre equivocado. En el
primer acto Masha canturrea ensimismada: «¡Junto al mar hay un roble verde, /
con una cadena de oro prendida en él! / Con una cadena de oro prendida en él…».
Chéjov aconsejaba en una carta a su esposa, la actriz Olga Knipper, quien
interpretó este personaje con el Teatro del Arte de Moscú: «No pongas cara de
pena en ningún acto. Enfadada, sí, pero no triste. Las personas que cargan
desde hace tiempo con el dolor y se han acostumbrado a él se limitan a silbar y
a quedarse pensativas a menudo. De manera que en el escenario tendrás que estar
meditabunda con frecuencia durante las conversaciones. ¿Entiendes?». Junto a Vershinin
(teniente coronel al mando de la brigada, casado con una mujer anímicamente
inestable y con dos hijas pequeñas) Masha hurta
la felicidad «a ratitos, a pedacitos». La dolorosa despedida de él en el cuarto
acto y, a continuación, las palabras de su esposo Kuliguin tensan la
desesperación de Masha, mientras ella intenta sofocar sus sollozos: «¡Junto al
mar hay un roble verde, / con una cadena de oro prendida en él! ¿El gato verde…
o el roble verde?... ¿Yo estoy confundiendo todo! ¡La vida malograda!... ¡Ya
nada necesito!... Ahora me calmo… ¡Es igual!».
Las tres hermanas, en versión de Juan Pastor con Teatro Guindalera para los teatros del Canal. Actrices: Ariana Martínez, Victoria del Vera y María Pastor |
La segunda idea que flota en el teatro de Chéjov es el
aliento de una nueva época que los personajes intuyen próxima: piensan en el
futuro, esperanzados o sombríos. En el primer acto, el barón Tusenbach habla de
ello con pasión como si fuera «una fuerte y sana tormenta que ya avanza y está
próxima y que de un soplo ahuyentará de pronto de nuestra sociedad la pereza,
la indiferencia, el prejuicio contra el trabajo y el podrido aburrimiento».
Este horizonte compartido, coincidente con las aspiraciones de Irina, les hace
ilusoriamente creer ―a ella y al barón―
que sus vidas pueden unirse en el trabajo por el amor. En el segundo acto,
Irina ha comenzado a trabajar en la oficina de Telégrafo y en pocos meses ya
experimenta el hastío de su nueva ocupación; tampoco ama a Tusenbach, aunque no
se atreva a confesarlo. Por su parte, Olga es profesora del Liceo femenino y, ya
desde el primer acto, sus crecientes ocupaciones (que la llevarán a ser
directora) la mantienen cada vez más alejada de la casa a pesar de su vocación
doméstica y familiar siempre insatisfecha.
En una entrada de los cuadernos de notas de Chéjov
leemos: «La intelligentsia no sirve
para nada: toma mucho té, habla hasta por los codos, el cuarto está lleno de
humo, las botellas vacías». En la búsqueda de ese ansiado porvenir, los
personajes de Las tres hermanas
conocen bien el vacío de la clase a la que pertenecen, sensible, instruida y
con grandes ideales pero indolente, presa del nerviosismo y débil, que sucumbe
bajo el pragmatismo y el empuje de otros personajes como Natasha o Protopópov:
los nuevos ricos, protagonistas de un mundo mercantilizado y de veraneantes. Lopájin compra el jardín de los cerezos y manda talar
sus árboles centenarios, únicos en la comarca, a fin de construir casas de
alquiler para los veraneantes. En el cuarto acto de Las tres hermanas, Natasha ambiciona talar primero la alameda de
abetos del jardín para luego seguir con los álamos, plantar «florecitas y
florecitas ―dice―
y habrá un olor…».
Y llegados a este punto ¿por qué son las tres hermanas el corazón de la obra
y su semilla creativa? Porque son el alma de la casa, el imán que une a todos
sus miembros, con su hospitalidad alimentan la vida afectiva e intelectual de
aquellos desplazados, los solitarios soldados de la brigada, y, porque de algún
modo irradian el calor de esa bonhomía al resto de la ciudad y al mundo entero…
Aun disculpando o haciendo hincapié en sus debilidades ―por
los dolorosos efectos que resultaron de ellas en sí mismas y en su mundo―,
así es como yo deseo recordarlas.
NURIA ALKORTA
LIDIA
ANDINO
¿Qué
deben estudiar nuestros hijos? Es una pregunta que se hacen actualmente los
padres, dada la diversidad de la oferta tanto en la educación secundaria
obligatoria como en la universidad y la complejidad del mundo laboral.
La
palabra “eventual” ha establecido relaciones muy estrechas con la palabra
“trabajo”. Los avances en telecomunicaciones permiten a las empresas una
drástica reducción en sus locales ya que muchos de sus empleados trabajan desde
su casa. Estos y tantos otros cambios que se avecinan invitan a hacerse la
pregunta que inicia este artículo.
Estamos
inmersos en una serie de opciones a cuál más atractiva y que cuenta, en la
mayoría de los casos, con sólidos argumentos en favor de su elección. Cómo
negar la necesidad imperiosa de estudiar inglés, un idioma en el que se
resuelven —o no— la mayoría de las relaciones comerciales y económicas
internacionales y que predomina en las redes sociales. Quién se anima a decir
una palabra en contra de estudiar informática, una herramienta que se ha vuelto
en poco tiempo imprescindible en todo ámbito laboral, educativo, de gobierno,
etc. Dado que somos europeos, por qué no estudiar también alemán, contabilidad,
karate… y así sucesivamente.
El
problema de qué estudiar, de cómo formarse para enfrentar la vida, no solo
laboral, parece pasar por los contenidos. Pero las cosas no son tan sencillas,
porque si sólo se tratara de un buen programa de estudios no tendrían lugar
tantos síntomas sociales extendidos como el “fracaso escolar”.
La
educación, el aprendizaje, la formación en general, si bien necesitan de unos
programas bien construidos sobre las diferentes áreas del saber, nada serían
sin el deseo de saber que es una hijuela sublimada de la pulsión de dominio y
de la curiosidad sexual como pasión dominante en la infancia.
Si
a los profesores y a los padres no se les ve nunca un brillo en la mirada
frente a las páginas de un libro entre sus manos, ni reconocen la fecundidad de
algún error, si circulan por la vida y las relaciones como si crecer no fuera
con ellos, en una palabra, si no hay transmisión del deseo de saber podrían
ahorrarse unas cuantas matrículas.
Aunque
seamos partidarios de que nuestros hijos se formen lo mejor posible, sólo
intento plantear el problema en sus justos términos. El porcentaje de maestros
y maestras que señalan en el alumnado una falta de motivación y los que se
acusan de la misma falta, sumados, debe ser similar al porcentaje de alumnos
que padecen el llamado fracaso escolar. Podríamos animarnos a decir que esta
llamativa coincidencia merece ser estudiada.
El
deseo de saber es una de las pocas opciones de libertad en el mundo que nos ha
tocado vivir. Si alguien siente no tener deseos de saber, no se preocupe,
trabaje; el deseo de saber no es genético, se produce.
Cuando nos volvamos a encontrar, queridos lectores, estaremos en 2022 que deseo traiga para todos salud, trabajo, ánimo y menos pesadillas que el año anterior.
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LA LECTURA
11. LAS SANTAS
INÉS ALBERDI
En los cuadros, los retablos de las iglesias y las
esculturas que adornan los conventos y los palacios se multiplican las imágenes
de mujeres jóvenes leyendo que representan a las santas del devocionario
cristiano. Ya sea a solas o reunidas con la Virgen, encontramos imágenes que
retratan a las mujeres consideradas santas concentradas en la lectura. Algunos pintores
retratan un grupo que rodea a María con su hijo en brazos y en ellos son frecuentes
las mujeres que aparecen leyendo.
Ambrosius Benson, Flandes
(1495-1550) La Virgen y el Niño, con santa Catharine y santa Bárbara Musée del Louvre, París |
Las Santas son, muy a menudo, las ayudantes que acompañan a la Virgen cuando esta cuida de su hijo Jesús. La elegancia de los vestidos y la compañía de los libros nos hacen pensar que las razones que llevan a los artistas a representarlas leyendo son elevar su estatus y simbolizar el saber y la virtud de estas mujeres. Lo mismo ocurre con las santas que acompañan a los donantes en numerosas obras de esta época, como es el caso de Santa Margarita en el Tríptico Portinari de Van der Goes, que aparece en nuestra entrada número siete. Los retratos singulares son, sin embargo, los más frecuentes. La imagen de una Santa que lee a solas es un modelo muy frecuente para representar a las mujeres elevadas al nivel de santidad.
Giacomo Pachiarotti, Siena, Italia (1474-1540) |
En el arte europeo encontramos muchos ejemplos de mujeres
con libros que retratan diferentes santas cristianas. El retrato de Santas
leyendo no tiene una explicación fácil en el caso de tantas de las que no se
conocen sus habilidades intelectuales y a las que, sin embargo, se pone un
libro en las manos.
Algunas veces está justificado representarlas leyendo, o
con un libro en las manos, como es el caso de Santa Catalina de Alejandría,
que tuvo una intensa actividad intelectual a lo largo de su vida.
Bernardino Luini, Italia 1480-1532 Santa Catalina de Alejandría, 1531 Museo del Hermitage, San Petersburgo |
Santa Catalina de Alejandría es una de las santas más
populares desde la Edad Media y de ella hay un gran número de imágenes. La
leyenda cuenta que era una mujer cultivada e intelectual en la Roma del
Emperador Majencio (278-312). Catalina protestó ante el emperador por la
persecución de los cristianos, defendió su fe ante los filósofos romanos y fue
condenada al martirio. Se la representa junto a una rueda con cuchillas y, muy
frecuentemente, con un libro al alcance de sus manos.
Fernando Yañez de
Almedina, España 1475-1536 Santa Catalina de Alejandría (Hacia 1510) Museo del Prado, Madrid, España |
Santa Inés, otra mártir romana, tiene como símbolo el
cordero y, en varias ocasiones, también lleva un libro entre las manos.
Paolo Caliari, llamadoVeronese,
Italia. 1528-1588 Retrato de una dama como Santa Inés (Hacia 1580) Audrey Jones Beck Building, Houston, Texas |
La Santa Inés de Veronese, del siglo XVI aúna un
libro abierto en sus manos con el cordero en su regazo. Un siglo más tarde,
Zurbarán la retrata con los mismos símbolos, el cordero y el libro. En ambos
casos se trata de elegantes retratos de dama en los que la santa une la
elegancia de su porte y su vestido, con la seriedad y distinción que le otorgan
los libros.
Taller de Francisco Zurbarán,
España Santa Inés, (1640/1660) Museo de Bellas Artes de Sevilla, España |
Otra santa que aparece siempre rodeada de libros es Santa
Cecilia. Es la patrona de los músicos y se la representa junto a diversos
instrumentos musicales; y siempre acompañada de libros que parecen ser la guía
de sus interpretaciones musicales.
Anton Raphael Mengs, Italia 1729-1779. Santa Cecilia (1760-1761). Colección privada |
NATALIA VELASCO
En
el instituto público donde trabajo se han abierto veintidós protocolos de
seguridad. Cuando un alumno ha manifestado que no quiere vivir o que desea
quitarse la vida, o cuando ha dado muestras explícitas de ello con lesiones
autolíticas, es decir, cortes en las muñecas o ingesta de pastillas, entonces
se reúne la Junta Docente (el conjunto de profesores que le imparte clase), para
que Jefatura de Estudios les informe de lo sucedido. Se pide a los docentes de estos
alumnos que no les dejen ir solos al servicio y que si observan algo que puede
ser motivo de alarma avisen inmediatamente al tutor y a jefatura de estudios. Esta
información se sube a la nube de educamadrid y se revisa a diario para tomar
las medidas oportunas. Hablo de alumnos, pero debería utilizar el femenino ya
que se trata solo de adolescentes-chicas de entre 13 y 16 años.
Es
realmente triste, además de inasumible para el personal docente. Por lo visto,
también lo es para los servicios de psiquiatría de los hospitales públicos que
no dan abasto con la multitud de casos que deben atender. Muchas de estas
alumnas viven situaciones familiares complicadas, trastornos de alimentación, escasez
de recursos económicos, padres que beben, que no les tratan bien, que se están
separando a gritos… Sin embargo, todas tienen acceso a internet, a páginas web
donde se explica con pelos y señales cómo llevar a cabo estas ideas suicidas y donde
pueden chatear con personas en la misma situación, parapetadas en perfiles que
bien pudieran ser falsos. Probablemente, y debido al sistema de algoritmos, en las
pantallas de sus ordenadores y de sus móviles aparece reiteradamente información
al respecto. Muchas de las adolescentes son amantes de la cultura japonesa, de su
música, de sus series animadas y dibujan como verdaderas artistas. Solo ese don
basta a mis ojos para salvarlas. Pero no, la globalización arrastra los valores
y las inmundicias de otras culturas y de todos es sabido que, la cultura
japonesa es “tolerante” con el suicidio cuando se trata de una acción
moralmente responsable. El libro de Murakami, Tokio Blues, da buena cuenta de ello.
Y
yo me pregunto, ¿quién no ha pensado alguna vez durante la adolescencia en la
idea del suicidio?; ¿quién no ha fantaseado con el dolor que sentirían nuestros
padres, que no nos entendían, o nuestros amores imposibles, que no nos hacían
caso, o el mundo entero que nos parecía hostil, cuando nos viera muertos enfilando
camino del cementerio? Sin embargo, esa angustia adolescente era canalizada en
soledad, a palo seco con nuestro yo, en ríos de tinta que corrían por los
diarios adolescentes, o en las lágrimas vertidas al leer poemas de amor. ¿Dónde
repara toda esa congoja en el tecnológico siglo XXI?
La
otra tarde, al salir de la junta de evaluación, en la que hablamos de manera
personalizada de cada uno de los alumnos, de su nivel académico y de su
situación familiar, me llevó en coche a casa la profesora de religión. Eran las
ocho de la tarde y me dijo que iba a la Iglesia de Santiago, situada en la calle
del Acuerdo, para poner todo lo que había oído “en las manos de Jesús”. Así lo
dijo, literalmente, que cada día se acercaba a rezar por todos ellos. Añadió,
que no poder hacer nada más por las vidas de tantos adolescentes heridos la
angustiaba y que por eso le pedía a Jesús por todos y, de paso, se desahogaba
con él; me dijo que desde niña mantenía un diálogo con Jesús y que en
innumerables ocasiones se había sentido salvada. Fue entonces cuando pensé en
Martín Gaite y su búsqueda de interlocutor. Para ella: “El ser humano tiene la
necesidad de mantener un diálogo consigo mismo, la necesidad de contarse lo que
vive, lo que sueña y hasta lo que proyecta. Pero esa necesidad solo se ve
saciada cuando hace partícipe al otro de su narración. Es en ese momento en el
que aparece el interlocutor y nos permite romper con la soledad.” Una búsqueda
difícil, ya que la indiferencia, la prisa o la falta de sosiego, son contraproducentes
con la búsqueda. En ese sentido, pensé, podría ser Jesús un interlocutor eficaz
para todas mis alumnas como lo es para la profesora de religión, pero hemos
perdido el sentido de la trascendencia y apenas tenemos vida espiritual. Cada
vez nos alejamos más de los “saberes del alma” de los que habla María Zambrano.
En
la era de las híper conexiones, de las múltiples redes sociales de intercambio
de información donde plasmamos deseos, pensamientos, dudas, desilusiones; en el
mundo de Facebook, de Twitter, de TickTock, de Discord, de Snapchat, de
Instagram, del todopoderoso WhatsApp, nuestros adolescentes están perdidos y
solos, más medicados que nunca, más desorientados y huérfanos. Hemos confiado
todo a la ciencia y a la tecnología y nos falta enseñar un sentido profundo a
la vida, donde cada ser pueda poner sus capacidades al servicio de los demás.
Yo
le pido al 2022 que acaben esos protocolos y mis alumnas encuentren un
interlocutor donde sosegarse, como yo lo encuentro en vosotras, amigas del
Blog.
NATALIA VELASCO
AURORA BRAVO EN OCCO ART GALLERY
Visitando OCCO Art Gallery, en la calle Espalter, número 13, de Madrid, donde estos días se exhibe la obra de Aurora Bravo junto a la de otros pintores, tuve la suerte de encontrarme con la artista y se me ocurrió aprovechar la ocasión para hacerle una entrevista. Conectamos desde el minuto uno, recordando nuestras raíces extremeñas y congratulándonos por el encuentro.
Es
Aurora Bravo una afamada pintora, licenciada en Bellas Artes por la Universidad
Complutense de Madrid y que perfeccionó su estilo en Italia y EEUU. Tras
múltiples exposiciones en España y en el extranjero, su obra está repartida por
medio mundo. A lo largo de la entrevista, Aurora nos devela sus comienzos y su
pasión por la pintura, mientras desgrana su trayectoria profesional y la
influencia de sus maestros.
PREGUNTA:
Aurora: Has manifestado en varias ocasiones que no elegiste dedicarte a pintar
y que preferías un lápiz a un sonajero. ¿En qué etapa de la niñez crees que
nació en ti la vocación pintora?
Aurora Bravo, en el centro de la imagen y nuestra colaboradora A. PIlar Rubio, a su izquierda |
RESPUESTA:
Nací con la necesidad vital de pintar. Desde muy niña estuve segura de que fue
la pintura la que me eligió a mí. Sí, en lugar de un sonajero, yo prefería un
lápiz y un trozo de papel donde hacer garabatos. Mi vocación me hizo romper
barreras impuestas por la sociedad.
PREGUNTA:
¿De esa experiencia temprana hasta sentir que el arte era tu vida, qué
vivencias recuerdas que te parezcan más relevantes?
RESPUESTA:
Recuerdo un día en la escuela cuando la maestra nos pidió que hiciéramos un
dibujo libre. Yo dibujé con colores tres naves volando hacia la Luna (el hombre
aún no la había pisado). Creo que ese día fue determinante pues supuso no solo que
era pintora, sino creadora.
PREGUNTA:
¿Influyeron en tu estilo y en tu vocación maestros de la talla de Eduardo
Chillida y Rafael Balardi?
RESPUESTA:
Sí. Y también Matxin Labayen, mis maestros a partir de los 11 años. Fue en
Guipúzcoa, donde me trasladé con mi familia. Ellos confiaron en mi talento.
Aprendí técnicas, a expresarme con libertad y a crear. Aprendí a ser viento, flor,
agua, amor, roca, dolor, pasión…
PREGUNTA:
¿Supuso un cambio en tu trayectoria profesional la apertura de tu Galería BravoArt?
RESPUESTA:
BravoArt nació con el propósito de exponer mi obra y de ayudar a otros
artistas a exponer las suyas. Obviamente, soy una pintora vocacional y pintar
me gusta más que dirigir una galería, pero con ayuda de mi equipo obtuvimos un
gran éxito. Después, la pandemia me devolvió a mi estudio y a mi rica soledad…
frente a la tela.
PREGUNTA:
¿Al analizar tu obra recientemente expuesta en Orfila y la que se exhibe
estos días en OCCO Art Gallery, podríamos hablar de evolución de tu
faceta investigadora en la fusión de técnicas pictóricas?
RESPUESTA: Ciertamente. La obra que se expuso en Orfila, podría catalogarse de arte abstracto y, en cambio, la de OCCO es figurativa. Soy multidisciplinar y me gusta investigar y abarcar diferentes técnicas y materiales. En la actual exposición La fuerza de la sensibilidad he elegido ser capaz de transmitir a través de la piel, la piel de la mujer, una forma de reivindicar todo lo que aún queda por decir y por hacer, dándole visibilidad, sin adornos, sin vestiduras. Además, en esta obra he puesto en práctica una de mis últimas investigaciones: la comunión entre el agua y el aceite, el óleo y la acuarela, cuyo resultado es un cromatismo con vida.
Me
despido de Aurora, una artista mimada por la crítica por su creatividad, por el
dominio de la luz y del color, por la identificación de su obra con el
expresionismo abstracto o con el figurativismo más realista, por su fuerza y su
sensibilidad, dirigiendo una última mirada de soslayo hacia las figuras que
emergen de sus cuadros, donde las mujeres parecen esculturas dibujadas en el
lienzo. En la próxima entrevista nos hablará de su último proyecto: El Museo
Aurora Bravo, que abrirá en el futuro sus puertas en Carbajo, su
pueblo natal cacereño.
A. PILAR RUBIO LÓPEZ
LAS MUJERES DE
ISABEL LA CATÓLICA
MARÍA LUISA MAILLARD
El
siglo XVIII, “El Siglo de las Luces”, el siglo en el que se estaban elaborando
los fundamentos ideológicos que iban a transformar las sociedades occidentales,
siguiendo los criterios de la razón, fue también el siglo, en que ese paraíso
utópico de igualdad, que se iba a establecer en el mundo occidental, se olvidó
de las mujeres. Tanto en la Declaración de los Derechos del Hombre y el
Ciudadano, proclamada a raíz de la Revolución Francesa de 1789; como en la
Constitución Americana de 1787, la francesa de 1791 y la española de 1912, las
mujeres quedaron privadas de sus derechos como ciudadanas, así como del acceso
a la educación superior y al ejercicio de la mayoría de profesiones.
¿Había
sido siempre así? ¿La mujer había estado siempre privada de su derecho a la
educación y a participar en el espacio público? ¿A ejercer labores de gobierno?
Cierto es que la corriente de
pensamiento misógina, heredera de Aristóteles, triunfó de forma mayoritaria en
la filosofía europea desde el Humanismo, incluida la Teología católica,
alcanzando a los grandes filósofos de los siglos XIX y XX: Hegel, Nietzsche,
Kierkegaard, Heidegger, Sartre y un largo etc; pero, ¿cómo en el siglo XVIII
hubo esa explosión de mujeres cultivadas que dirigieron salones literarios como
Madame de Sévigné, Marie Du Deffand, Julie de Lespinasse, la misma Olimpe de
Gougues, que alzó su voz contra la marginación de las mujeres en la Declaración
de los Derechos del Hombre y el Ciudadano? Fueron mujeres que alternaron con
los artistas y pensadores dieciochescos, influyendo no pocas veces en la esfera
pública. ¿De dónde salieron? Y no sólo las hubo en Francia. También contaron
con salones en países como Alemania (Rahel Varnhagen), Inglaterra (Elizabeth
Montagu), Italia (Catalina de Médici), y España (Josefa de Zúñiga y Castro).
Tal vez la explicación se encuentre en
que, desde la Edad Media, la sociedad occidental era, hasta la Revolución
Francesa y Americana, una sociedad estamental, en la que era más importante la
pertenencia a una casta dominante que el hecho de ser hombre o mujer. De hecho,
las mujeres podían alcanzar —eso sí, en ausencia de varones—, las más altas
cotas de poder en un sistema de poder absoluto. Eran reinas propietarias,
consortes y regentes, con un indiscutible poder en los asuntos de Estado,
incluidas las campañas militares. Ese hecho requería una educación esmerada
que, de forma mimética, se fue extendiendo a gran parte de la alta nobleza, y
después, a la baja y a la incipiente burguesía. Estamos hablando de sociedades
en las que la mayoría de la población —un 94% a principios del Siglo XVIII en
España—, se encontraba carente de cualquier tipo de instrucción.
Aunque podemos hablar de precedentes
en la educación de las mujeres —recordemos a Eloísa en el siglo XII, a
Christine de Pizán en el XIV—, en los albores de la Modernidad en España, fue
la reina Isabel la Católica (1451-1504), la que introdujo en la Corte la
necesidad de la instrucción de las mujeres. No sólo se rodeó de eruditos
humanistas sino de puellae doctas
(mujeres sabias) y amparó y promocionó a jóvenes cultas como Beatriz de
Bobadilla, Luisa de Medrano y Beatriz Galindo, ésta última, apodada la latina por sus conocimientos de dicha lengua a los 15 años, estudió en la Universidad
de Salamanca y se encargó de la educación de sus hijas: Isabel, Juana, María y
Catalina, quienes realizaron posteriormente una gran labor cultural en las
Cortes europeas, a las que les condujeron los enlaces políticos, decididos por
sus padres.
Isabel
la Católica creó una serie de Academias Palatinas, dirigidas por Juana de
Mendoza, donde humanistas españoles e italianos educaban a las jóvenes, en
todas las disciplinas de la época: lectura, escritura, lenguas clásicas, oratoria,
música, danza, ajedrez, natación y esgrima. Vamos a recordar a algunas de estas
alumnas destacadas, en esta sección de “Mujeres olvidadas” porque estas mujeres
no sólo estudiaron en la Universidad los saberes de la época —Beatriz Galindo,
Luisa de Medrano, Juana de Contreras, Teresa de Cartagena—, exceptuando Retórica
que preparaba para la guerra, sino que incluso impartieron allí clases y
escribieron tratados, la mayoría de los cuales no han llegado hasta nosotros; y
lo que es más importante, abrieron el camino para la instrucción de las mujeres
en el Antiguo Régimen, demostrando que las mujeres, a igual instrucción, igual
capacidad.
Francisca de Nebrija |
Francisca de Nebrija
(1474 - post 1523). Fue hija del conocido erudito y humanista Elio Antonio de
Nebrija, autor de la primera Gramática en Lengua Castellana, en 1492. Recibió
una esmerada educación en Lengua, Cultura Clásica y Retórica, y es probable que
colaborara con su padre en la elaboración de la Gramática, pues sus
conocimientos al respecto, le hicieron acreedora del título de catedrática en
la Cátedra de Retórica, al fallecimiento de su padre en 1522. Sus escritos no
han llegado hasta nosotros.
Luisa de Medrano |
Luisa de Medrano
(1484-1527). Perteneció a una ilustre familia castellana. Su padre, don Diego
López de Medrano, murió, al igual que su abuelo, en la conquista de la Alcazaba
y la ciudad de Málaga, en el transcurso de la Guerra de Granada e Isabel la
Católica, tomó a la familia bajo su protección. A los 24 años, Luisa de Medrano
se convirtió en profesora de Gramática y de Cánones en la Universidad de
Salamanca, desde el curso 1508- 1509, con gran aplauso de sus contemporáneos.
Dice de ella el erudito italiano Lucio Marineo de Sículo: “Ahora es cuando me
he convencido de que a las mujeres Natura no les negó ingenio, pues en nuestro
tiempo, a través de ti, puede ser comprobado que, en letras y elocuencia, has
levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres”.
Fue poeta y tratadista, aunque poco ha
quedado de su obra, ya que, gran parte del archivo de la Universidad de Salamanca
fue quemado por la Inquisición.
Luisa Sigea |
Luisa Sigea (1522-1560).
Con Luisa de Sigea, entramos ya en las siguientes generaciones, que se
beneficiaron del ambiente de promoción de las mujeres cultas, que había
establecido en su corte Isabel la Católica. Luisa de Sigea, mujer erudita,
versada no sólo en lenguas clásicas sino en hebreo, árabe, siríaco, portugués y
francés fue hija de Diego Sigeo, humanista oriundo de Francia, aunque ella
nació en Tarancón como su madre. Su padre hubo de huir a Portugal, al haberse
enfrentado a Carlos V, en la Guerra de las Comunidades y hasta 1537 no reúne a
su familia en Portugal. Luisa Igea llega a un ambiente de intelectualidad y
humanismo en el Palacio Ducal de la Casa de Braganza, donde servía su padre. En
1940 envía a Roma una carta al Pontífice Pablo III, escrita en latín “Algunas
flores de mi ingenio”, que obtuvo grandes elogios, y en 1542 fue llamada al
servicio de la Corte portuguesa, donde dos reinas españolas, hijas de los Reyes
católicos, Isabel y María, habían dejado su impronta.
Se une al séquito de la María de
Portugal, hija del rey Manuel, quien crea en su entorno palaciego una “Academia
de Mujeres Letradas”, dónde Luisa Sigea brilla pronto por sus conocimientos. A
diferencia de las humanistas anteriores, sí han llegado hasta nosotras dos
obras importantes: El poema Syntra de
1546 y el opúsculo “Diálogo entre la diferencia de la vida de la Corte y la
vida retirada” cuyas protagonistas eran dos apasionadas mujeres, escrito en
1552, ambos en latín; aparte de un epistolario y varios poemas. Murió en 1560,
apenas dos años después de su traslado a Valladolid.
Isabel
la Católica también ejerció su mecenazgo en los conventos y Teresa de Ávila y
Sor Juan Inés de la Cruz, no serían excepciones. En los claustros, centenares
de mujeres escribieron poemas, relatos autobiográficos, experiencias
espirituales e incluso obras de teatro; a veces, con gran repercusión. De ellas
hablaremos en una próxima entrega.
MARÍA LUISA MAILLARD
ROSARIO HERRERA GUIDO
"Azuela cumple el
ciclo abierto por Bernal Díaz del Castillo,
levanta la
piedra de la conquista
y nos pide mirar
a los seres aplastados por las pirámides,
las iglesias y
las haciendas,
el cacicazgo local y la dictadura nacional".
Carlos Fuentes, La gran novela latinoamericana.
I
El 15 de mayo de 2012,
acaeció la lamentable muerte real del incomparable escritor Carlos Fuentes,
quien debido a la calidad de su escritura e imaginación poética alcanzó la
inmortalidad simbólica. Entonces, tuve el honor de dictar algunas conferencias de
largo aliento para diversos foros. Ahora, en este ensayo, sólo voy a evocar
algunas de “las fuentes de Carlos Fuentes”, de las que brotaron ejemplares
novelas, además de dar un vuelo de pájaro por su monumental obra sobre la
novela latinoamericana (2011).
Manantiales todos que se
nutren del lago fundacional de Tenochtitlán, y le permiten heredarnos una
original mirada de México, desde La
región más transparente (1958), pasando por la desmitificación de la
Revolución Mexicana en La muerte de
Artemio Cruz (1962), Cristóbal nonato,
la tragicomedia surrealista que ironiza la política mexicana, el abuso y la
miseria del poder, al filo del apocalipsis (1987), La Silla del Águila (2003), en la que en el año 2020, México no
puede levantarse frente a las corruptelas, maniobras y traiciones políticas que
siguen mortificando la vida pública mexicana, y La gran novela Latinoamericana (2011), donde canibaliza y
carnivaliza la historia, del dolor a la fiesta, en compañía de Borges, Neruda y
Cortázar.
Las fuentes de Carlos
Fuentes trataron, retomando palabras recientes de Elena Poniatowska, de
“abarcarlo todo porque ni José Vasconcelos, ni Agustín Yáñez, ni Martín Luis
Guzmán, ni Alfonso Reyes —tan generosamente universal— tuvieron su largo
aliento…” (Poniatowska, “Cinco años sin Carlos Fuentes”, La Jornada, Ciudad de México, 15 de mayo de 2017).
Desde su nacimiento (Panamá,
11 de noviembre de 1928), Carlos Fuentes Macías, más tarde nacionalizado
mexicano, se nutrió de muchas fuentes, pues fue un ciudadano del mundo, tan
cosmopolita como su padre, su familia, su vida y su obra. La labor diplomática
de su padre en el servicio exterior mexicano, Rafael Fuentes Boettiger, le
permitió una experiencia multicultural en Panamá, Quito, Ecuador, Montevideo,
Uruguay, Río de Janeiro (donde su padre fue secretario del embajador Alfonso
Reyes, faro de las letras mexicanas durante la primera mitad del s. XX) y en
Washington, donde su padre fue consejero en la Embajada Mexicana.
Fuentes, el notable escritor
e intelectual, es uno de los más destacados exponentes de la narrativa mexicana
y del boom de la literatura
latinoamericana, cuya vasta obra abarca la novela, el cuento, el guión de cine,
el guión televisivo, el ensayo, el periodismo, el teatro y la actuación. Recibe
el Premio Biblioteca Breve (1967), por Cambio
de Piel, el Javier Villaurrutia y Rómulo Gallegos por Terra nostra, Alfonso Reyes (1979), el Nacional de Ciencias y Artes
en Lingüística y Literatura (1984), el Cervantes (1987), la Orden de la
Independencia Cultural Rubén Darío, por el Gobierno Sandinista (1988), el del
Instituto Italo-Americano (1989) por Gringo
Viejo, la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (1991), el Príncipe
de Asturias (1994), el Picasso de la Unesco, Francia (1994), el de la Latinidad
por las Academias Brasileña y Francesa de la Lengua (2000), Legión de Honor del
Gobierno Francés (2003), el Roger Caillois (2003), el de la Real Academia
Española (2004) por En esto Creo, la
Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (2008) y el Internacional Don
Quijote de la Mancha (2008), entre otros.
Fuentes recibe todos los más
importantes galardones de las letras, excepto el Nobel de Literatura. Como dijo
Poniatowska a pocos días de su muerte: “Es una pérdida terrible y aterradora,
porque Carlos Fuentes es nuestro mejor escritor, debió ganar el Premio Nobel de
Literatura...”
II
Carlos Fuentes emerge cual estrella nova en el horizonte cultural de México, a los treinta y cuatro años, con La región más transparente (1958), y se coloca en el centro del escenario nacional, otorgándole un nuevo rostro a nuestras letras. Según el crítico norteamericano John Brushwood “El libro más discutido escrito en México hasta la fecha” (Brushwood, 1973), excepto Pedro Páramo de Rulfo. Fuentes mismo, en uno de sus más recientes libros dice que Julio Cortázar “[...] sin conocernos aún, me mandó la carta más estimulante que recibí al publicar, en 1958, mi primera novela, La región más transparente. Mi carrera literaria le debe a Julio ese impulso inicial” (Fuentes, Personas, México, Alfaguara, 2012:146).
La región más transparente, escandalizó a los conservadores, por la forma en que describe al país y
a sus habitantes. Una novela crítica donde todavía hay lugar para la
comprensión, el amor y la esperanza. Pletórica de personajes, pero con una sola
protagonista: la Ciudad de México. En La
región más transparente descubrimos a un escritor joven y talentoso, que
recrea el ambiente social de la ciudad de México: una burguesía improvisada, la
aristocracia del porfiriato, el proletariado y los que van de una clase a otra.
Donde Fuentes denuncia al México de 1951: tras la Revolución Mexicana, la
reivindicación popular es abandonada por los que pasaron de la lucha a los
puestos directivos de la industria y la banca. De la mano de una prostituta que
sale del cabaret después de su jornada, entre el alba, Fuentes nos conduce por
la región más transparente, desde su fuente más abundante, el pueblo y su
deambular cotidiano: mendigos, niños vagabundos que duermen en las esquinas,
barrenderos que, como canta Octavio Paz en El
mono gramático, cual “mendigrinos, entre pajarabías y gluglús de la
lengua”, trabajan en las calles, mientras la buena sociedad va de fiesta en
fiesta. Así conocemos a los snobs,
actualizados en existencialismo y arte novísimo, que citan a Artur Rimbaud o al
Conde de Lautréamont y sus Cantos de Maldoror, que congregan a intelectuales
honrados o farsantes. Donde deambulan tanto el marxista que quiere destruir esa
sociedad, el que es comprado por una vida fácil y el arribista. Como Federico
Robles, que triunfa con Villa en Celaya y después vende a Feliciano Sánchez, su
compañero de lucha sindical. Robles es el constructor de la gran ciudad, el
cosmopolita, y su mujer, Norma Larragoiti, la que pasa de la miseria a la clase
media. También a Rosenda, sin marido y sin hijo. A Pimpinela de Ovando,
orgullosa de su aristocracia destrozada, que espera recuperar sus haciendas
perdidas. O Teódula Moctezuma, preservadora del aborigen sentido de la vida. La región más transparente mezcla capas
sociales a través del chofer, la empleada doméstica, los trabajadores y los
convidados a la fiesta, además del reprimido parentesco entre todos ellos. La
tragedia se desencadena cuando el destino priva al banquero Federico Robles de
toda su fortuna, y termina empobrecido con una mujer ciega. Una novela que tiene
por fuente la generación de la Revolución, la porfirista y la que se rebeló,
traicionada hasta por los hijos de los que perdieron la vida en la lucha.
Entre Ulises y contrapunto, por
su estilo expresivo y monólogos interiores, es una Diánoia griega (un diálogo interior). La región más transparente —como aprecia Anderson Imbert— es
notable por su finura. Por su sentido barroco de lo moderno —según Walter
Benjamin— desde su categoría de la trauerspiel,
es el encuentro entre la fiesta y el luto, lo culto y lo popular, el
mestizaje entre la visión indígena y la criolla, además de la tradición y la
traición a la Revolución.
III
Como en La región más transparente, en La
muerte de Artemio Cruz (1962), la fuente de Fuentes es el bullente mundo de
las gentes, el cruce de vidas, las clases sociales, cual expresiones de su
ideología, narradas en compañía de James Joyce, pero con personajes trazados
linealmente, dibujados, concretos. La
muerte de Artemio Cruz, refleja la vida mexicana en la crónica sobre ese
viejo rico, poderoso y moribundo. El viejo Cruz que se muere, cual estampa
hogareña de un mortecino rodeado de su familia: “Tu olerás, en el fondo de tu
dolor, ese incienso que no acaba de disiparse y sabrás, detrás de tus ojos
cerrados, que las ventanas han sido cerradas también, que ya no respiras el
aire fresco de la tarde”.
Fuentes habla desde Artemio
para que comprendamos su soledad y la soledad de la muerte. Y en esta Diánoia griega (diálogo interior), se cruzan los pensamientos que le
provocan los presentes y los recuerdos del pasado, la juventud, la llegada a la
casa de su mujer, hermana del compañero de lucha, fusilado. La vida de Artemio
es la traición (1915), con los villistas en fuga, durante la infancia de Cruz,
que permiten si no justificar si comprender la fuga. Después un salto hacia el
nacimiento: “Recogido sobre sí mismo, en el centro de esas contradicciones, él
con la cabeza oscura de sangre, colgando, detenido de los hilos más tenues,
abierto a la vida por fin”.
Fuentes nos cuenta una vida al revés, horas de agonía a través de tres pronombres: yo, tú, él. El primero se expresa en el monólogo interior del agonizante, en el presente. El tú es el inconsciente que indica el futuro de sus pensamientos. Y la tercera persona, es el pronombre él, para que Artemio exprese las circunstancias que lo rodean o las evocaciones pasadas. El puente entre estos tres tiempos y personas es el viejo Cruz que agoniza podrido, rodeado de médicos en patético desacuerdo sobre si hay que operar o no, cual metáfora del podrido cuerpo social de México. La muerte de Artemio Cruz, es la novela más polémica de Fuentes, sobre la personalidad del autor; pero también la más colmada en elogios.
La muerte de Artemio Cruz, es una novela cuya fuente es original, pero donde también encontramos
una visión poco complaciente de la realidad mexicana (la de entonces y la de
hoy). Pues es una crítica muy filosa a la clase dirigente pos revolucionaria,
además de una denuncia a los vicios de la sociedad, que la Revolución se había
propuesto erradicar: autoritarismo, patrimonialismo, influyentísimo,
corrupción, desigualdad social, injusticia y hambre (una fatídica herencia que
continúa de generación en degeneración). Como dijo más tarde Fuentes, la
literatura “es un estorbo para el orden establecido, pero es una esperanza en
los mundos por establecer”.
Artemio Cruz es todo un
personaje, pues es la encarnación de toda una cultura y un pueblo: “…legarás
este país; legarás tu periódico, los codazos y la adulación, la conciencia
adormecida por los discursos falsos de hombres mediocres; legarás las
hipotecas, legarás una clase descastada, un poder sin grandeza, una estulticia
consagrada, una ambición enana, un compromiso bufón, una retórica podrida, una
cobardía institucional, un egoísmo ramplón; les legarás sus líderes ladrones,
sus sindicatos sometidos, sus inversiones americanas, sus obreros
encarcelados, sus acaparadores y su gran prensa, sus braceros, sus granaderos y
agentes secretos, sus depósitos en el extranjero, sus agiotistas
engominados, sus diputados serviles […] tengan su México: tengan su herencia
[…] ellos serán mañana porque sólo viven hoy […] no morirás sin regresar…”
(Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, México,
Punto de Lectura, 2008:299-300).
ISABEL BANDRÉS
El gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial ha sido escenario de
numerosas y excelentes películas, como olvidar El pianista, y es allí
donde trascurre la última película de Rodrigo Cortés, El amor en su lugar.
¿Y cuál es el lugar del amor? En este caso, el gueto de Varsovia, pero
realmente es cualquier lugar donde estemos y nos encontremos con los otros. Cortés
nos narra, con una técnica y diseño notables, la vida y la labor de unos
artistas judíos en el teatro Femina. El doloroso encierro de los judíos, cada
noche durante dos horas, se les hacía más llevadero mientras veían a unos
actores reírse, bailar, cantar, enamorarse… Y así sucedió en la vida real durante
las semanas que se representó la obra del polaco Jerzy Durandot. Era un balón
de oxígeno en medio de tanta desolación y amargura en una época de desesperanza.
La obra nos habla del amor de dos chicos y una chica, protagonistas de la pieza
teatral, y el plan de fuga de uno de ellos para escapar de los alemanes.
El director no ofrece una
narración impecable, pero algunas veces desfallece. Nos da la sensación que hay
algunas repeticiones innecesarias. La labor de los actores es destacable y
sobre todo la Clara Rugaad que da vida a Stefcia, un personaje duro, frágil y tan tenaz como encantador que nos lleva de la mano durante
toda la narración.
Pero, sobre todo, está película destaca porque nos
hace reflexionar sobre el valor de creatividad en el ser humano, incluso en las
peores condiciones de vida. Primo Levi, enseñaba en Auschwitz italiano a un
amigo a cambio de recibir lecciones de francés y recitaba, para quien quisiera
escucharle, los versos de Dante. Irene Némirovsky, la gran escritora judía
fallecida en Auschwitz junto a su esposo, escribió su gran obra Suite
francesa en condiciones excepcionales, durante la entrada de los alemanes a
Francia. Obligada a llevar la estrella amarilla ya sabía, dado su renombre, que
le quedaba poco tiempo de libertad y de vida. Evgenia Ginzburg, otra escritora,
creará una forma de resistencia interior hasta el final de su encierro: “Mi
instinto me decía que aunque mis piernas flaquearan, mi espalada se rompiera… en
tanto que la brisa, las estrellas y la poesía continuaran emocionándome, yo seguiría
sobreviviendo”. En la película El pianista, basada en hechos reales,
vemos como en miedo, el hambre y la más absoluta miseria son superadas por el
protagonista tocando el piano sin teclado y rememorando la música en su cabeza.
Todorov nos cuenta en su libro Frente al límite como algunas prisioneras
concertaban pequeñas reuniones para hablar de literatura, de música y de arte.
“Para un prisionero, señala, el espíritu constituye una isla, pequeña pero
segura, en el centro mismo de un mar de miseria y desolación”
En esta película la creatividad se muestra como el
vehículo para crear un contacto con los demás. No sólo sirve para que los
actores puedan salir de sus terribles vidas, sino para que los otros prisioneros
puedan sentirse humanos. El acto creativo está ligado aquí más al nosotros que
al yo.
La narración de Cortés es una soberbia reflexión sobre
el valor de la creatividad y del amor en el ser humano. Las dos cosas más
importantes en el ser humano.
ISABEL BANDRÉS
https://www.youtube.com/watch?v=n9PMlHlG0bw
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