VALORES
MARÍA LUISA
MAILLARD
El
otro día, releyendo un artículo de Denis de Rougemont, escrito en 1963 en Revista de Occidente, se me vino a la
cabeza la conocida frase del inicio de Conversaciones
en la Catedral de Vargas Llosa: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.
Es esta una frase simbólica que nos remite a muchas y variadas situaciones de
nuestra vida cotidiana: el desconcierto, por ejemplo, ante la ruptura brusca de
una relación que creíamos estable. Nosotros vamos a ir con Vargas Llosa más
allá, a la pérdida de valores democráticos que creíamos asentados en nuestra
vida ciudadana y más allá de ello, a la progresiva pérdida de los valores que
han sustentado la cultura occidental y que son los que han permitido la
creación, entre otras cosas, de gobiernos democráticos y del estado del
bienestar. Valores como la libertad, la dignidad y la igualdad de pueblos y
razas, basados en la noción de que el ser humano es libre y responsable y, por
tanto, capaz de desarrollar un juicio estimativo sobre lo que está bien y lo
que está mal, llegar a un acuerdo sobre la verdad y la decencia.
Frente
al derrotismo de autores como Valery, Spengler, Toynbee, Sorel o Sartre, que
determinaron el fin de la cultura occidental, Rougemont defiende que son sus
valores los que avalan su sobrevivencia y que debemos dejar de entonar un
tardío “me culpa” por los errores cometidos y tomarnos en serio su defensa: “No
veo una cultura independiente de la nuestra, fundamentalmente diferente de la
nuestra, que parezca más capaz que nosotros para ejercer una función
unificadora”, escribe.
Vamos
a retroceder a 1963 porque como dice María Zambrano: “El que no sabe lo que le
pasa, hace memoria para salvar la interrupción de su cuento, pues no es
enteramente desgraciado el que puede contarse a sí mismo su propia historia”.
En esa fecha, reflexionando sobre la evolución de la idea de Europa desde 1923
a 1963, Denis de Rougemont, en su artículo “Decadencia, caída, renacimiento”,
se muestra fiel defensor de la unidad de una Europa, regida por valores comunes
y universales. Apuesta con firmeza por la creación de organismos supranacionales,
como forma eficaz de superar los nacionalismos —la tierra y la raza por encima
del individuo—, que considera, en gran medida, la causa de las dos guerras
mundiales y aboga por abandonar el “mea culpa” sobre los errores de nuestra
civilización occidental.
En
la época del colonialismo hubo crimen y codicia; pero también la humanidad de
una caridad heroica: Se construyeron iglesias, ciudades, universidades,
industrias, hospitales, plantaciones, periódicos y parlamentos. No existe
ninguna otra civilización que, en su afán expansionista, haya contribuido a
crear civilización; pero casi todas, destrucción y muerte. Europa había dado al
mundo su primera civilización universal —después de Roma—, y ahora, su retirada
política estaba coincidiendo con la adopción de nuestra civilización por gran
parte de lo que, en los años 60, se denominaba Tercer Mundo. Sin embargo, el
autor detectaba una situación inquietante: “el mundo aceptaba nuestras máquinas
y algunos slogans; pero no el
trasfondo político y moral que los había creado”. Como consecuencia, no extrae
lo mejor de la civilización occidental y nos desprecian, al mismo tiempo que
nos envidian. Había comenzado la pérdida de valores en el seno del mundo
occidental.
¿Qué
le ha sucedido a Europa desde entonces? En el transcurso de estos 60 años,
hemos asistido a la proliferación de organismos supranacionales; pero no a la
defensa de los valores espirituales que se encuentran en la base de nuestra
civilización; sino más bien a todo lo contrario. La política de bloques
establecida después de la Segunda Guerra Mundial, que sustituyó el colonialismo
por el control de zonas de influencia, contribuyó a acelerar el proceso de
conversión de los valores y las ideas, en ideologías contrapuestas. Europa,
inserta en el bloque occidental encabezado por Estados Unidos, abogó por un
materialismo basado en el desarrollo económico — Estado del bienestar en
Europa—; pero relegando los valores universales que lo habían creado —por
ejemplo, en el año 2004 Europa se negó a introducir la raíz cristiana de su
cultura en la Constitución Europea—.
Se
derrumbó el muro de Berlín y entonces comenzó a imponerse en la sociedad
occidental la Posmodernidad, que se llevaba gestando en el pensamiento de
autores como Foucault, Derrida y Deleuze y que en los años 90 comienza a
alcanzar a la política y a la mentalidad colectiva, a través de las consignas
de lo “políticamente correcto” y de la “posverdad”, exportadas desde las
universidades americanas. Consignas que comenzaron a rentabilizar los epígonos
del marxismo, sustituyendo en parte sus grandes reivindicaciones iniciales por
luchas minimalistas, ligadas a la identidad sexual, racial, nacional, de género
y de especie.
El
objetivo del pensamiento posmoderno es la demolición del espíritu de la
modernidad, al considerarlo una interpretación hegemónica y eurocéntrica de la
historia. Hay que desenmascarar las ideas de verdad, razón y objetividad de los
hechos. El hombre es una invención con fecha de caducidad, postula Foucault. El
concepto unitario de hombre con alcance universal cede a la diversidad de
entidades culturales y la idea de verdad se rechaza porque habita en su seno el
dogmatismo.
Ya
no hay sólo un tibio “mea culpa” por nuestro pasado colonial y patriarcal; sino
una lucha frontal contra el universalismo humanista de nuestra cultura,
denominado con nombres tan alambicados como antropocentrismo,
carnofalogocentrismo, cisheteropatriarcado y un largo etc. La
finalidad de los decretos de la muerte del hombre y de la verdad supone el fin
de los valores universales que ha defendido Occidente. Entre las minorías
aplastadas por el universalismo antropocéntrico, se colaron los nacionalismos,
haciendo olvidar la “mancha” que sobre ellos derramó el nacionalismo de Hitler
y Mussolini —ahora de Putin—, es decir, se pasaron de bando: de reaccionarios y
fascistas se convirtieron en progresistas.
Y
así hemos llegado a la posdemocracia, la reducción de una forma de gobierno
basada en principios morales a un formalismo, despojado de los valores
universales que lo crearon, vaciado de su auténtico sentido, así como de
cualquier orientación ética. Los hombres que nos gobiernan ya no deben ser
“rectos” ni ejemplares. La rentabilidad se impone sobre toda valoración ética y
sobre la verdad de los hechos; y la rentabilidad del político es la conquista y
el mantenimiento del poder. Un gobernante puede mentir, engañar, descuidar sus
obligaciones, derrochar dinero en políticas fallidas —la lucha contra la
pandemia o la violencia de género, por ejemplo—, ocultar la corrupción,
manipular la historia y establecer la desigualdad entre regiones y ciudadanos.
Puede incluso derribar el muro formal que aún mantienen las democracias: la
división de poderes. Si con dichas triquiñuelas logra el poder, es unánimemente
aplaudido por sus seguidores.
Pero
algunos países que han sufrido realmente lo que es la abolición de la idea de
hombre y, por tanto, del respeto al ser humano concreto, resisten. En esta
reflexión sobre el destino de Europa, no podemos dejar de dar la enhorabuena a
Ucrania por su ingreso en la Unión Europea, que esperamos sea un elemento
positivo en su heroica y desproporcionada lucha contra la invasión rusa, debida
al expansionismo nacionalista de Putin.
MARÍA LUISA
MAILLARD
LAS
PINTORAS SURREALISTAS NO LLAMAN A LA PUERTA, SINO QUE ENTRAN POR LAS VENTANAS… DEL
ARTE.
AMPARO
SERRANO DE HARO
1.
El movimiento surrealista fue la primera vanguardia que reconoció abiertamente a
la mujer facultades de imaginación, de intuición, pasión por los juegos tanto
amatorios como estéticos, en los que destaca su sentido innato del color y de las
formas, de creatividad sin límites… aunque todo eso no la convertía en una
artista, sino más bien en una musa, una inspiración para “el artista
surrealista”.
2.
Estas supuestas cualidades de la mujer, se daban por distintos factores (en
general negativos), su instrucción siempre más deficiente e incompleta que la
del hombre, la falta de disciplina que se requería de ella y su supuesta escasa
racionalidad por estar en condiciones de tener que aceptar ser tratada siempre
como una menor de edad por la sociedad…
3.
Al igual que crearon una literatura surrealista y una pintura surrealista,
crearon un ideal de “mujer surrealista”: una mujer siempre joven, femme-enfant
perpetua, maga en contacto con “lo otro”: lo oculto, lo matérico, lo
no-reglado, las leyendas, lo infantil, lo intuitivo, lo lunar y lo amoroso,
todo aquello que refleja una humanidad primitiva en un momento en que la visión
de un progreso inexorable amenazaba con reducir al ser humano a una máquina.
4.
Como consecuencia, las mujeres del grupo Surrealista se quitaban años,
renegaron (en un número muy numeroso) a la maternidad, cuyas fatigas físicas
las convertiría en matronas y que, además, exigiría de ellas la responsabilidad
de los hijos, con lo que no podrían concentrar totalmente su atención en su
papel de compañera “amante” dedicada a atender en todo momento a su compañero
jerárquicamente superior, el artista surrealista.
5.
Sin embargo, y gracias al afán experimentador del Surrealismo, las mujeres encontraron
disfraces con los que exhibirse y fascinar como ellos querían, pero también
pudieron, dentro de esa mascarada, dar cabida a expresar disimuladamente la
rabia que les producía su papel inferior, arriesgarse a ejercer una libertad
sexual hasta entonces restringida y desarrollar sus verdaderas cualidades
artísticas.
6.
Los hombres surrealistas crearon la trampa, pero ellas, astutamente, usaron las
alas (prestadas) para volar por sí mismas y demostrar que eran tan artistas
como ellos…
AMPARO SERRANO DE HARO
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
33.
LUGARES PARA LEER. AL AIRE LIBRE,
EN PLAYAS Y MONTES
INÉS
ALBERDI
LAS PLAYAS
Son numerosas las imágenes
de mujeres leyendo en la playa, como si fuera un lugar habitual de lectura. Son
playas del norte, donde no parece hacer mucho sol, las mujeres están vestidas y
la actividad de leer no sorprende entre otras posibilidades tranquilas que
ofrece el lugar, como la pintura.
Hellen Galloway McNicoll, Canadá (1879-1915) A la sombra del toldo, 1914 Museo de Bellas Artes de Montreal, Canadá |
Gagnon retrata su lectora también
en una playa canadiense, con poca gente entre sus toldos, a comienzos del siglo
XX, cuando todavía no se había puesto de moda tomar el sol y las actividades
playeras eran todavía minoritarias.
Clarence Alphonse Gagnon, Canadá (1881-1942) La playa de Dinard, 1909 Museo de Bellas Artes de Montreal, Canadá |
En otras costas, las de
Inglaterra y Francia, se ven los grupos playeros con vestidos y sombreros elegantes,
similares a los que podrían usarse en reuniones de sociedad. Y una de sus
posibles actividades de las mujeres en la playa es la lectura
Alenxander Mark Rossi, Gran Bretaña (1853-1908) En las orillas del Bognor Regis, 1887 Colección particular |
Paul Michel Dupuy, Francia (1864-1949) Marea baja, playa de Villeria, s/f Colección particular |
En España, es Sorolla el que
pinta escenas de playa, de Biarritz o de Zarauz, a principios del siglo XX, en
las que a menudo aparece una mujer leyendo.
Joaquín Sorolla, España (1863-1923) En la arena de la playa de Zarauz, 1910 Casa Museo Joaquín Sorolla, Madrid |
AISLADAS Y SOLAS ANTE LA
NATURALEZA
También hemos encontrado
retratos de mujeres leyendo, aisladas en medio de la naturaleza, con el mar
como fondo. El británico Brown retrata a su lectora en la pica de un monte, con
lo que le da un cierto contenido romántico y dramático.
John George Brown, Gran Bretaña (1831-1913) Leyendo en las rocas, Grand Manan, c.1877 Museo de Bellas Artes de Boston |
Es una situación muy similar a la que, muchos años después,
refleja el pintor español Alfonso Infantes Delgado.
Alfonso Infantes Delgado, España (1953) (Sin más datos) |
La imagen de una lectora, solitaria, al borde de un
acantilado sobre el mar, se repite también entre otros artistas.
Willian Orpen, Irlanda (1878-1931) Gracia leyendo en Houth By, s/f Colección particular |
Frederick Childe Hassam, Estados Unidos (1859-1935) La luz del sol en verano, 1892 Museo de Israel, Jerusalén |
Augustus John, Gran Bretaña (1878-1961) La piscina azul, 1911 Aberdeen Art Gallery, Escocia |
Vicente Palmaroli y González, España (1834-1896) La carta, 1885 Colección particular |
Vicente Palmaroli y González, España (1834-1896) Días de verano, 1885 Museo Carmen Thyssen Málaga |
DISENTIR
PARA NO CAER
ISABEL
BANDRÉS
Estamos
divididos en dos mitades irreconciliables. La derecha asegura que los
socialistas son los culpables por pactar con los nacionalistas y los populismos
de izquierdas. Mientras los socialistas culpan al PP por pactar con la extrema
derecha. El odio al otro se nos sirve todos los días en todos los medios de
información y en cada intervención pública de los políticos de cualquier signo.
Existe una manipulación organizada desde la política para generar un Estado de
ciudadanos dóciles y sin pensamiento propio. En realidad, tanto los unos como
otros, se encuentran cómodos en sus respectivas posturas y ahondan, de manera
artificial, con mensajes virulentos y emocionales, las trincheras ideológicas.
¿Y nosotros? Les seguimos el juego formando banderías que cada vez se parecen
más a las sectas fanáticas.
Disentir
es algo propio solo del ser humano, pero disentir no es llevar la contraria.
Disentimos porque pensamos y reflexionamos y llevamos la contraria cuando
embestimos contra los que no son los nuestros y, principalmente por eso, porque
no lo son. Discrepar es poner bajo la lupa de la reflexión los asuntos cívicos.
Llevar la contraria es, simplemente, hablar con las tripas sin que nada pase
por el pensamiento: “Dime algo, lo que sea, que me opongo”. Se ignoran los
hechos y se retuercen las palabras y los conceptos para evitar la reflexión
porque puede ser dolorosa, pues nos lleva, la mayoría de las veces, a
cuestionar lo que pensábamos o dábamos por bueno y verdadero. Disentir es un
acto de humildad, es aceptar que estábamos equivocados, sabiendo que quizá
cuando discrepamos también nos equivocamos. Es admitir que somos falibles y que
la duda es mejor que las certezas absolutas. La duda proviene del pensamiento y
la certeza tiene su raíz en el dogma, en la fe ciega. La duda nos remueve por
dentro y es como la vida, nunca permanece quieta, es la renovación constante.
El dogma es la seguridad plena, lo absolutamente cierto, lo inamovible. Es
decir, la muerte.
No
es fácil cuestionar, se pierde el apoyo del grupo. A todo tipo de grupos les
gusta la unidad, el pensamiento único y condenan al ostracismo a aquellos que
divergen o critican. Le pasó a Camus, cuando se dio de baja del partido
comunista tras ver en lo que lo había convertido Stalin. Hannah Arendt se vio
abandonada por amigos y seguidores cuando elaboró su “banalidad del mal” y
manifestó su postura frente al sionismo. Al gran poeta ruso Mandelstam,
fervoroso defensor de la revolución rusa, le costó la vida enfrentarse a
Stalin.
Oponerse
siempre ha tenido consecuencias incomodas, incluso en las democracias. Pero,
resulta, que la alternancia es la raíz de la democracia. Y para que se dé esa
alternancia no se pueden elevar muros o cavar barrancos infranqueables entre
las diferentes posturas políticas. Si se socava la posibilidad de la
alternancia se devalúa la democracia. Disentir en las dictaduras de derechas o
de izquierdas es un deporte de alto riesgo, en el que se pueden perder la
libertad y la vida. En democracia el debatir ideas y conceptos tendría que ser
lo normal. ¿Lo es?
Aquí
y ahora, estamos en la ruptura, en la polarización absoluta. ¿Por qué? Por el
deseo de los políticos de alcanzar o mantenerse en el poder. Cualquier otra
explicación —y dan muchas—, nos suena a falsa o a cuentos para niños crédulos.
Se han formado trincheras ideológicas para aislar al otro y romper cualquier
posibilidad de diálogo. En nuestro país el dialogo solo se mantiene con los
propios y no con los contrarios. Hay entre los ciudadanos un pacto de silencio.
Ya no se habla de política con los familiares o amigos que intuimos o sabemos
que no son de los nuestros. Nos negamos a que cualquier otro pensamiento o idea
puedan alterar nuestras certezas absolutas. Nuestra sociedad se ha convertido
en un desierto para el pensamiento y el diálogo y donde se retroalimentan los
encontronazos y el exabrupto.
A
los humanos nos gustan las utopías, soñar con mundos perfectos en los que se
cumplan todas nuestras expectativas y, por lo tanto, siempre estamos
insatisfechos. Pedir a la política que haga realidad todos nuestros anhelos y
compense todas nuestras carencias es caminar al borde del precipicio del
despotismo. El demócrata debe saber que no hay sistema ideológico que pueda
ofrecernos el mundo ideal al que aspiramos. La realidad del mundo es demasiado
compleja y nosotros somos, al fin al cabo, seres que funcionamos en gran medida
empujados por nuestras pulsiones y contradicciones difíciles de acotar. Es
bueno tenerlo en cuenta para no caer, tras ser decepcionados, en posiciones
populistas o en la autocracia. En la búsqueda de lo absolutamente bueno y
perfecto podemos terminar como Venezuela o como Hungría.
En
España padecemos la enfermedad de la bilis negra que nos predispone catalogar
al otro como enemigo político a batir. La venimos padeciendo hace siglos y en
eso seguimos. Ahora, solo hay fachas de extrema derecha y populistas de extrema
izquierda. Los políticos y sus redes de información se han encargado de borrar
matices y de mantener fuera del discurso político la ponderación, la verdad y
el equilibrio, repartiendo leña y fomentando el odio entre nosotros.
¿Alguna
esperanza? Yo creo que sí. Ante nosotros aparece un gran desierto que han
creado el enfrentamiento estéril de las dos grandes corrientes ideológicas y la
mediocridad intelectual y humana de nuestros políticos. Pero los ciudadanos
debemos de saber que existen en nosotros capacidades para revertir esa
situación: el pensamiento y la acción. Mientras seamos capaces de dialogar con
nosotros mismos poniendo en tela de juicio lo que se nos dice y lo que se hace,
mientras podamos especular sobre nuestras propias certezas adquiridas o
inducidas y mientras no nos dejemos alienar por la política de trinchera
seremos capaces de crear apoyos a la democracia y posturas racionales que nos
eviten la caída en posturas maximalistas. La democracia no solo es cosa de los
políticos es, sobre todo, asunto de los ciudadanos. Cuidar y perseverar
nuestras instituciones democráticas es un reto para todos nosotros. Apuntémoslo
en la lista de propósitos para el nuevo año.
ISABEL
BANDRÉS
EL LIRIO Y EL CLAVEL
ROSARIO HERRERA GUIDO
“Bendita sea la fecha que une a todo el mundo
en una conspiración de amor”.
Hamilton Wright Mabie
Octavio Paz, nuestro Premio
Nobel de Literatura en 1990, poeta, escritor y crítico pensador, también se
interesó por el gran tema de occidente: la Redención. En su ensayo “El lirio y
el clavel”, recuerda que entre sus libros de infancia se encontraba una antología
de poesía popular española, donde leyó una inolvidable copla que con el paso
del tiempo es uno de los villancicos navideños más cantados. Cuatro versos que sumergieron
a Octavio Paz en profundas meditaciones: “En un portal de Belén / Nació un clavel
encarnado / que por redimir al mundo / se volvió lirio morado”.
Cuatro versos que resumen el
cristianismo, la historia de la salvación y sus misterios. Los dos más grandes
misterios: el nacimiento y la muerte. En particular el misterio del nacimiento y
la muerte de Jesús de Nazaret, destinado a liberar a la humanidad.
El villancico, como todo
poema, canta lo que siempre está sucediendo. El clavel es el niño Jesús,
encarnado en una flor popular, cual encarnación del espíritu en la carne de los
hombres y las mujeres. El lirio es una flor espiritual. El morado es un color
entre el rojo y carmín, mezclado con el azul celeste, mezcla de la sangre y el
cielo, la encarnación de su nacimiento y la transfiguración de su muerte, que transforma
el clavel en lirio. Un misterio —dice Octavio Paz— que es un
secreto a voces, pues todos los mortales participamos, lo sepamos o no, en la
redención del mundo.
Octavio Paz leyó muchos
poemas sobre la Navidad. Tanto la poesía popular como la culta le pareció
espléndida en cánticos al nacimiento de Jesús. Octavio Paz ojeó las letrillas y
los villancicos de Luis de Góngora, Lope de Vega y Sor Juana Inés de la Cruz,
pero ninguno le pareció de tanta sencillez, belleza y profundidad como el lirio
y el clavel. Un cántico que Paz resume con una frase de William Blake: “Una
gota de agua en la que cabe un mundo”.
ROSARIO HERRERA
GUIDO
¿IMPOSICIÓN O DESEO?
LIDIA ANDINO
"Querida dieta:
las cosas entre nosotras no van bien,
eres tú una aburrida
y no me queda otra que serte infiel"
Mafalda
Con
frecuencia cuando se acercan las celebraciones navideñas y de fin de año llegan
a nuestras consultas pacientes con todo tipo de quejas, síntomas corporales,
tristeza, etc. Parecería que cuanta más felicidad nos “imponen” los típicos
mensajes, más angustia hecha síntoma se acumula.
Vayan
estas primeras líneas para echar luz sobre esta situación, que invita a hacerse
la pregunta que inicia este breve artículo. Estos festejos y su invocación al
amor, a la paz, se traducen como imperativos de dicha a los que estamos
obligados a satisfacer el consumo, las salidas vacacionales y a pasar por alto
las guerras; una tendencia a huir de la realidad para refugiarse en un mundo
lleno de fantasías y atractivas promesas.
La
festividad de Fin de año carga —de manera implícita o explícita—, con un
balance que no siempre da buenos resultados; sobre todo cuando en la cena hay
rivalidad entre algunos comensales que, copas mediante, termina dando un
cóctel explosivo. A este escenario se le agrega un grado de estrés por la
difícil situación económica que estamos viviendo.
No
es de extrañar entonces que los síntomas que atestigua la experiencia clínica
en torno a la “dichosa” celebración, son las provocaciones que anidan en
nuestros fantasmas particulares.
De
allí que quizás no esté de más advertirnos del azaroso desfiladero que
recorremos en estos días tan especiales: la inmensa carga emocional se
manifiesta en el brindis, en el que, además de las copas, chocan palabras
hostiles recalentadas, contra la “obligación” de ser felices.
Aún
así, debemos reconocer que toda invitación a una fiesta (como diría Mafalda)
debe ser atendida.
LIDIA
ANDINOPsicoanalista
Retrato imaginario de Teresa de Cartagena |
TERESA DE
CARTAGENA (s. XV)
MARÍA LUISA
MAILLARD
Contamos
con pocos datos biográficos de Teresa de Cartagena, desconocemos, por ejemplo,
la fecha de su fallecimiento; así como la de la elaboración de sus libros e
incluso, con exactitud, la de su nacimiento. No ha sido habitual en nuestro
pasado que se recogiesen por escrito la vida de las mujeres insignes. Sin
embargo, han llegado hasta nosotros dos libros La arboleda de los enfermos y Admiración
de la obra de Dios, en los que no sólo hay algunos datos autobiográficos,
sino que la convierten en la primera escritora en lengua castellana. El hecho
de que un copista recogiese en 1481, —Códice depositado hoy en la Biblioteca de
El Monasterio de El Escorial— sus dos libros, da medida de la influencia y el
prestigio que tuvieron en su época. No sólo la calidad de su prosa; sino sus
conocimientos teológicos y su capacidad argumentativa hicieron dudar a los
estudiosos de la autoría de su primera obra. No podía ser que una mujer, monja
y sorda, hubiese podido realizar tal hazaña.
Ese
ataque dio pie a Teresa de Cartagena para elaborar su segundo libro y se
convirtió así, por su defensa razonada de la capacidad intelectual de las
mujeres, en la primera en iniciar en nuestro suelo “la querella de las
mujeres”, que comenzó Christine de Pizán en 1504 con La ciudad de las damas. Sus libros, basados en experiencias
personales, relatan un camino espiritual que la convierten en una predecesora
del camino místico desarrollado por Teresa de Jesús.
La ciudad de las damas, Crhistine de Pizan © Biblioteca Nacional de Francia |
Nace
Teresa de Cartagena en Burgos, hacia 1425, en un momento histórico convulso y
de transición, tanto en el terreno político como en el espiritual. La herencia
del siglo XIV — guerras, peste, conflictos sociales y monárquicos, Cisma de
Occidente, que da lugar a la existencia de dos Papas —Urbano VI en Roma y
Clemente VII en Aviñón— se extiende a la primera mitad del siglo XV. Esta
situación potencia la herencia de una espiritualidad íntima, existente en
Europa desde el siglo XII, en la que las mujeres participaron activamente como
lo prueba la figura de Hildegarda de Bingen y la comunidad piadosa de las
beguinas, mujeres que reivindicaban su independencia espiritual de la autoridad
del varón.
Esta
espiritualidad, que continúa en el movimiento de la devotio moderna, a finales del siglo XIV, y que se basa en la
vuelta a los orígenes del cristianismo y en la imitación de la humanidad de
Cristo, alcanza al reino de Castilla. Desde el siglo XIII, el reino
castellano-leonés se estaba configurando como el primero de los reinos
peninsulares tanto a nivel territorial como demográfico: unos 4,5 millones de
habitantes, frente a los 850.000 de la Corona de Aragón y los 120.000 de
Navarra. Alfonso X creó las bases del derecho castellano y fomentó la cultura
como responsabilidad de la corona (Escuela de traductores de Toledo). Su labor
fue continuada por Alfonso XI y Enrique II que reforzó el Estado y gobernó con
las Cortes. Tiempo convulso; pero abierto a la intelectualidad y la
espiritualidad europea.
Sabemos
que Teresa de Cartagena nació en el seno de una distinguida familia de
conversos, que valoraba la educación, incluida la de las mujeres. Su abuelo
paterno, Salomó, rabino principal de la ciudad de Burgos, tomó el nombre de don
Pablo García de Santamaría y Cartagena, tras su conversión en 1390. Sus padres,
Pedro de Cartagena y María de Saravia, no descuidaron la educación de su hija.
Sabemos por sus escritos que estudió en la Universidad de Salamanca y también
que, a edad temprana, profesó en un convento franciscano que abandonó al cabo
de unos años para trasladarse a un convento cisterciense, más estricto en la
pobreza, la soledad y la espiritualidad íntima.
Configuración de Europa en el s.XV |
Sin
duda Teresa de Cartagena leyó, aparte de la Biblia y la literatura patrística,
la obra de su tío Alonso de Cartagena filósofo y teólogo, amén de la de Ramón
Llul, filósofo místico, ejemplo de la coexistencia de las tres culturas
peninsulares en la época, cristiana, islámica y judía. En el siglo XVI se
extenderá esta forma de espiritualidad que conlleva la experiencia íntima con
el amor divino y dará como fruto nuestra gran literatura mística, Teresa de
Jesús, Fray Luis de Granada, quien traduce en1536 La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, Fray Luis de León y la
obra cumbre de la mística en San Juan de la Cruz.,
El
desarrollo espiritual de Teresa de Cartagena se produce a raíz de su
aislamiento del mundo, debido a la pérdida de audición. Encontró en la
paciencia para sobrellevar su sordera un camino hacia la salud espiritual. El
acrecentamiento del silencio del mundo la va acercando al silencio de Dios. El
acto de escribir sus experiencias se convierte para ella en un medio de auto
consolación y de comunicación. Así surge su primer libro La arboleda de los enfermos, en el que realiza una lectura
autobiográfica de las Sagradas Escrituras, conjugando su experiencia personal
con fuentes patrísticas.
La
excelencia del libro, sus conocimientos y capacidad argumentativa asombran y
conducen a los expertos a dudar de su autoría. Es entonces cuando decide
escribir Admiración de la obra de Dios,
libro en el que refuta a los eruditos que dudan que una mujer alcance el
desarrollo intelectual necesario para indicar con tanta precisión un camino de
salvación. Utiliza Teresa de Cartagena un argumento que ya ha sido esgrimido
por Christine de Pizán. La grandeza y omnipotencia de Dios es la que hace
posible que tanto mujeres como hombres desarrollen su inteligencia. Argumento
que ya en el siglo XVII español derivará en el alma común que comparten hombres
y mujeres en autores como María de Zayas, Calderón de la Barca o el mismo
Cervantes. Teresa de Cartagena sigue arguyendo que las mujeres, al poseer menor
fuerza física que los hombres, se encuentran más capacitadas que ellos para la
introspección que requiere el trabajo intelectual. Añade finalmente el recurso
retórico del exemplum, para enumerar
una serie de figuras femeninas bíblicas que destacaron por su fuerza,
inteligencia y virtudes. Recurso que ya utilizó Christine de Pizán y seguirán
utilizando todas las autoras de la querella de las mujeres para reivindicar la
capacidad y los derechos de las mujeres.
Teresa
de Cartagena se convierte, a través del estudio y la experiencia intima, en un
ejemplo de vida: del necesario acatamiento ante las cosas que no podemos
cambiar; pero de resistencia y lucha ante las cosas que sí podemos y debemos
cambiar como las injusticias creadas por los hombres.
MARÍA LUISA MAILLARD
www.eilaeditores.es |
Sandra,
Samuel (los dos escritores) y su hijo Daniel de 11 años viven en un chalet en
medio de los Alpes franceses. Su vida parece desarrollarse de manera normal, repartiendo
el tiempo entre su trabajo creativo y atendiendo las necesidades de su hijo,
que es ciego, a causa de un accidente. Pero un día, Samuel aparece muerto en el
exterior de la casa. ¿Suicidio o asesinato?
Se
abre una investigación y Sandra es acusada y juzgada. La narración toma la
forma de un juicio por asesinato, pero es solo el envoltorio que utiliza la
directora Justine Triet para reflexionar sobre el matrimonio. Durante el juicio
se van quitando las capas de una convivencia no tan idílica como podría pensarse.
El
éxito de la narración se debe, en gran parte, a la actuación de una excelente
Sandra Hüller que da vida a una mujer independiente y creativa, que vive en un
lugar que detesta y con un marido al que ya no quiere.
La
película tiene una primera hora un tanto discursiva y difícil de ver. Pero una
vez superada, nos encontramos con una gran narración que nos va introduciendo
por los vericuetos de una relación matrimonial algo más que complicada. Entre
Sandra y Samuel se ha terminado la pasión y han empezado las dificultades. Su
relación se ve envenenada por los celos, la envidia, la culpa, el miedo a la
perdida, la frustración… Mediante flashbacks vamos conociendo la convivencia
que tenía la pareja: los celos profesionales de Samuel que no puede soportar el
talento de su esposa, la culpa presente constantemente por el accidente que
sufrió su hijo y, sobre todo, el rencor que se tienen y que se hace cada vez
más palpable entre ellos. Samuel no puede soportar el triunfo editorial de su
esposa, ni su bisexualidad, ni su independencia. Sandra está harta de los
reproches de su marido, de su debilidad de carácter, de su dejadez, de su
mediocridad. Ambos echan la culpa de sus frustraciones al otro, pero ninguno es
capaz de separarse del otro. Existe un deseo oculto de mantener ese odio en el
que conviven. Sandra le dice en una ocasión a Samuel: “Una pareja es una
especie de caos”. Los dos esperan algo que el otro que no puede darle; bien
porque no lo tiene o bien porque no puede trasmitirse. Sandra le reclama
seguridad económica, le afea su debilidad, su abandono. Samuel le acusa de
robarle las ideas y envidia su talento literario. Hay un tercer personaje, su
hijo Daniel que sufre la situación familiar encerrado en su falta de visión.
“Tengo que entender”, le dice en un momento dado a su madre. La necesidad de
comprender el interior de sus padres, de no quedarse en lo aparente.
Una
magnifica película para reflexionar sobre las dificultades de las relaciones de
pareja. No se la pierdan.
ISABEL BANDRÉS
Todos juntos ahora, escultura de Andy Edwards que conmemora "La tregua de Navidad". St Luke's Church, Liverpool, Inglaterra |
"MAÑANA NO DISPAREN,
NOSOTROS NO DISPARAREMOS"
“Mañana
no disparen, nosotros no dispararemos”. Esto fue lo que un soldado alemán gritó
a los soldados ingleses en el silencio de la gélida noche del día 24 de
diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, en una trinchera de los
Campos de Flandes (Bélgica). Más tarde, este hecho pasó a la historia como “La
tregua de Navidad”.
"En
Nochebuena, los alemanes empezaron a celebrar la Navidad. Los británicos vieron
luces (de velas) y pequeños árboles encima de las trincheras de los alemanes y
pensaron que, quizás, les estaban preparando una trampa", en palabras del
historiador Alan Wakefield. Pero lejos de esto, las luces y los árboles habían
sido colocados, sencillamente, para celebrar esa fecha. Los británicos
escucharon cantar a los alemanes Stille Nacht, e hicieron lo propio con Silent
Night (Noche de paz). "Todo en tono amistoso y aunque no se podían ver
entre sí, fueron construyendo una atmósfera fraterna en las horas previas a la
Navidad", sigue diciendo Wakefield.
Los
primeros en abandonar sus trincheras fueron los soldados alemanes que, poco a
poco, iban acercándose a las enemigas, para asombro de algunas unidades
británicas que también comenzaron a saltar de las suyas para encontrarse con
los alemanes. Ya eran cientos los soldados de ambos bandos que caminaban los
unos hacia los otros, sin más armas que sus manos, para estrecharlas y
confraternizar. Los británicos intercambiaron carne enlatada, chocolate,
pasteles y whisky con los alemanes que, a su vez, les ofrecieron cigarrillos,
galletas, salchichas y brandy. Está documentado que también intercambiaron
botones de sus uniformes.
Al
parecer, el idioma no fue un obstáculo: "De hecho, varios soldados
alemanes hablaban inglés muy bien porque antes de la guerra habían vivido en
Reino Unido […] Hay testimonios en los que soldados británicos decían que
algunos alemanes les contaban que habían sido barberos, camareros, trabajadores
de hoteles, en Londres. Uno incluso dijo que esperaba volver pronto",
sigue diciendo Wakefield.
Sin
ánimo de competir con nuestra estupenda —e irreemplazable—, crítica de cine,
Isabel Bandrés, les dejo una escena de la película Joyeux Noël (Feliz
Navidad-2005), del director francés Christian Carion, en la que se
narra este episodio en el que unos hombres decidieron olvidar sus diferencias.
Ojalá en los despachos de algunos políticos hiciesen lo mismo.
SUSI
TRILLO
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