ENTREGA DEL PRIMER PREMIO DE LENGUA
Y MENCIONES DE HONOR DE NUESTRO
CONCURSO DE CONOCIMIENTOS
EN EL I.E.S LEGIO VII DE LEÓN
De izda. a dcha. en representación del I.E.S. Legio VII, Begoña Martínez, Beatriz García, coordinadora de AMMU en León, José Luis Puerto y la presidenta de AMMU, María Luisa Maillard.
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De izda. a dcha. Paula Brazuelo y Antonio Vázquez, Menciónes de Honor en Lengua,
María Luisa Maillard y María González, la ganadora de nuestro concurso.
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Aspecto que presentaba el salón de actos |
Cena de confraternización con algunas de las profesoras del I.E.S. Legio VII de León, a quienes agradecemos su calurosa acogida y su colaboración. |
CHARLA DE NUESTRA PRESIDENTA MARÍA LUISA MAILLARD,
EN EL I.E.S. LEGIO VII DE LEÓN, CON MOTIVO DE LA ENTREGA DE PREMIOS DE NUESTRO
PRIMER CONCURSO DE CONOCIMIENTOS
EN EL I.E.S. LEGIO VII DE LEÓN, CON MOTIVO DE LA ENTREGA DE PREMIOS DE NUESTRO
PRIMER CONCURSO DE CONOCIMIENTOS
LA
APORTACIÓN DE LAS MUJERES AL ENRIQUECIMIENTO DEL MUNDO
Buenos días. Quiero agradecer a la Directora del
Instituto Legio VII la celebración de este acto, así como su colaboración en
los proyectos que llevamos a cabo la Asociación de Mujeres Universitarias. No
puedo menos de felicitar con antelación a la ganadora de nuestro concurso de
conocimientos, en la modalidad de Lengua, la alumna María González Vicente.
He
venido aquí a hablar en nombre de la Asociación Matritense de Mujeres Universitarias,
que pertenece a una Federación Internacional, que existe desde los años 20, que
engloba ya a 160 países de todo el mundo y cuya finalidad es trabajar para el
desarrollo de la mujer, a través de la educación y la cultura, en todas las
etapas de su existencia.
A
este objetivo fundamental se ciñen los proyectos que, dentro de nuestra
modestia, elaboramos desde la Asociación que presido y que actualmente hemos
centralizado en dos:
1º
La elaboración de una colección de biografías de mujeres, que ya iniciamos en
el año 2009 y que ha alcanzado el nº 24.
2º
La convocatoria de un concurso de conocimientos en las dos materias
fundamentales y troncales, Lengua y Matemáticas, que entendemos son la base de
la adquisición de conocimientos y que actualmente presentan unos pobres
resultados, según refleja el informe PISA.
Siempre
que presento alguna biografía nueva de nuestro proyecto más antiguo, la
colección de biografías de mujeres que han aportado un enriquecimiento de la
cultura en cualquier terreno del saber, subrayo sus dos objetivos
fundamentales:
1º
Demostrar que, desde que las mujeres accedieron al conocimiento, no ha habido
un terreno del saber en el que no hayan destacado, desmontando cualquier resquicio
de duda que pudiera aún mantenerse respecto a la capacidad intelectual de las
mujeres.
2º
Romper una lanza a favor de la cultura y recordar a las más jóvenes, que hoy en
día se encuentran saturadas por tantos modelos exitosos que promueven un ideal
de mujer, centrado en el mundo de la moda y de la imagen, que ha sido a través
del acceso a la educación, que en este momento le sigue estando negada a tantas
niñas de África, Asia y Extremo Oriente, cómo la mujer ha logrado su pleno
desarrollo como persona. No podemos ni debemos como mujeres relajarnos en esta
defensa de la educación y la cultura.
Pero
hoy, quiero dar un paso más allá y lo quiero hacer respondiendo a un reto que
en 1975 lanzó una de nuestras presidentas, Soledad Ortega, en una conferencia
en la Fundación Universitaria Española. La mujer en Occidente, dijo allí, ha
logrado ya su plena ciudadanía y su acceso a la educación. La pregunta ahora
debería ser: qué es lo que puede aportar la mujer a un mundo y a una cultura
que hasta hace relativamente poco tiempo estuvo casi de forma exclusiva en
manos de los varones. Es una pregunta reiterativa desde hace tiempo en los
círculos feministas. Cuando estuvimos en el Instituto Cervantes de Bruselas
presentando nuestra biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por Inés Alberdi,
la diputada de los Verdes en el parlamento alemán, Gabriele Küpper, que se
encontraba en la presentación, me preguntó si yo creía que las mujeres
escribían de forma diferente a los hombres. Le contesté que esa no era la
pregunta correcta. A veces sí; a veces, no, porque no hay que olvidar que, en
cualquier época, los humanos procuramos adaptarnos al modelo exitoso de
comportamiento social y habrá mujeres que, en territorios y profesiones
específicas, quieran seguir imitando el comportamiento masculino por ser un
camino más claro hacia el éxito.
Pero
yo creo que sí se puede responder a la pregunta de Soledad Ortega, y para ello
tenemos que bucear en el camino de aquellas mujeres que sí han aportado un
elemento diferencial en las distintas disciplinas que han cultivado. Y para hacerlo,
tengo un material inestimable en la galería de mujeres de nuestra colección, de
las que ya están y de las que no tardarán en estar. Voy a hacer un breve apunte,
para ir abriendo boca, refiriéndome a tres de las grandes filósofas del siglo
XX, Hanna Arendt, Simone Weil y María Zambrano y a una economista: Joan
Robinson. Las cuatro tuvieron a hombres como maestros. ¿Cómo siguieron su
propio camino desde estas enseñanzas?
Hanna
Arendt situando el concepto de natalidad como una categoría fuerte en su
pensamiento frente al "ser para la muerte" de Heidegger, y teniendo
el valor de adentrarse en territorios vedados en el mundo intelectual de su
época, como el totalitarismo stalinista o "la banalidad del mal"
representada en algunos dirigentes de la Alemania nazi, lo que le valió los
ataques furibundos de prácticamente toda la intelectualidad judía a la que ella
pertenecía. María Zambrano introduciendo en "la razón vital" de su
maestro Ortega, esos saberes sobre el alma como la esperanza, el amor y la piedad,
que Ortega no contemplaba por estar próximos al "irracionalismo", en
las propias palabras de Zambrano: "adentrándome en caminos donde la razón
vital de Ortega no osaba entrar". Simone Weil, una gran teórica, bajando a
la arena de las fábricas y las trincheras para hacer carne y sangre su
pensamiento. Finalmente Joan Robinson, discípula de Keynes formulando a sus
colegas preguntas que la Ciencia Económica no podía –ni creo que aún hoy en día
puede- admitir. Preguntas como esta: ¿queremos la recuperación del crecimiento
para mantener y aumentar las desigualdades de consumo y, por tanto, las
desigualdades entre los hombres?
Algo
nos estamos aproximando a nuestro asunto. No apreciamos en las propuestas de
estas mujeres rastros del nihilismo que dominó el pensamiento y el arte europeo
desde finales del siglo XX. Estamos oyendo hablar de natalidad, de esperanza,
de experiencia, de sentimientos. Pero sigamos adelante porque, siempre de la
mano de estas grandes teóricas, quiero afrontar más directamente el problema
desde el terreno de la ciencia. ¿Y por qué la ciencia y no la filosofía y no el
arte? porque qué duda cabe que la interpretación del mundo en la actualidad,
incluida la de la interioridad humana, nos viene de los increíbles adelantos
científicos y técnicos del Siglo XX, cuyo influjo sobre la mentalidad colectiva
del mundo occidental es hoy ya un hecho incuestionable.
A
principios del siglo XX hubo un gran debate en Europa sobre la ciencia, su
avance imparable y su intento de colonizar toda la vida del hombre. Heidegger, Nietzche,
Ortega, Max Scheller y un largo etcétera vertieron sus opiniones y sus reparos
sobre lo que estaba significando este avance de la ciencia en la concepción del
hombre y en sus relaciones con el mundo, donde entraban, cómo no, sus semejantes.
Quizá uno de los textos más significativo sea el de las conferencias que
impartió en Viena Husserl los días 7 y 8 de mayo de 1935, en las que alerta
sobre el olvido del sentido de la vida humana que conlleva la prepotencia del
objetivismo científico moderno. Para este autor Europa no puede distanciarse
del espíritu ni del sentido racional de la vida que constituyeron los
principios de su existencia; el fracaso aparente del racionalismo, visible en
el pensamiento y en el arte de la época, no es sino su
"enajenamiento" en el seno del naturalismo y el
"objetivismo".
Simone
Weil, una de nuestras mujeres biografiadas, gran conocedora del mundo de las
matemáticas ya que su tesis final de estudios superiores llevaba por título "Ciencia
y percepción en Descartes", también estudió con detenimiento lo que supuso
el avance de las ciencias en la concepción del hombre y su relación con el
mundo.
La
ciencia clásica que suscitó el Renacimiento y que pereció hacia 1900, pensó el
Universo en base al modelo de relación entre una acción humana y las
necesidades que la obstaculizan y le imponen condiciones. Logró así someter
todo estudio de un fenómeno a una única noción derivada del trabajo y el
esfuerzo: la energía. Aunque heredera de la ciencia griega, esta ciencia
clásica ya estaba ajena a conceptos como
equilibrio, armonía o justicia que aún se encontraban en el fundamento de la
concepción del mundo de los griegos para los que el amor, el arte y la ciencia
no eran sino aspectos del movimiento del alma hacia el bien. En una palabra, la
ciencia clásica se encontraba del todo ajena al concepto del bien. La ciencia
clásica no era bella ni aspiraba a la sabiduría; pero aún estaba relacionada
con la experiencia humana.
Según
Simone Weil, la ciencia del siglo XX es la ciencia clásica, después de que se
le ha sacado algo. No se le añadió noción alguna y no se le agregó aquello cuya
ausencia había sido su gran falla: la relación con el bien. Lo que se le
extrajo fue la analogía entre las leyes de la naturaleza y las condiciones del
trabajo, es decir, su relación con la experiencia humana. Y este fue el gran avance
que procuró la teoría de los quanta al reducir la descripción de los fenómenos
a fórmulas algebraicas, cuya peculiaridad es que no significan nada, aunque sean
operativas, y por tanto, no pueden ser comprendidas por alguien ajeno al
lenguaje algebraico.
Según
palabras de Simone Weil: " Aunque el bien estuviera ausente de la ciencia
clásica, durante el tiempo en que la inteligencia que actúa en la ciencia fue
sólo una forma más agudizaba de aquella que elabora las nociones del sentido
común, al menos hubo alguna vinculación entre el pensamiento científico y el
resto del pensamiento humano, incluyendo el pensamiento sobre el bien. Pero
incluso esa vinculación tan indirecta se rompió después de 1900. Personas que
se decían filósofos celebraron el desacuerdo entre la razón y la ciencia; por
supuesto, consideraban errónea a la razón".
El
nuevo cientifismo será capaz de amoldarse a todas las modas, sigue diciendo la
autora, excepto a lo que es de orden auténticamente espiritual y por ello, a
todo lo que refiere a la parte espiritual del hombre, incluyendo sus pasiones,
sus sentimientos y su aspiración al bien y a la belleza.
Vamos
a hablar ahora de dos mujeres científicas Barbara McCintock y Rita Levi
Montalcini para centrarnos en sus aportaciones específicas sobre esa
disociación que nos presenta hoy en día la interpretación científica del mundo,
separada de la experiencia y separada del bien para finalmente retomar el
lenguaje filosófico y establecer un pequeño diálogo ciencia-filosofía entre
María Zambrano y Rita Levi Montalcini.
Barbara,
McClintock, nacida en 1902 se dedicó tempranamente a la investigación genética
y ya en 1940 descubrió los llamados popularmente "genes saltarines",
es decir descubrió que los cromosomas tienen elementos móviles que van saltando
por el genoma e insertando nuevas copias de sí mismos a lo largo de aquel. Sin
embargo cuando presentó su descubrimiento a la comunidad científica en 1951 en
el simposio de Cold Spring Harbor, éste fue recibido con incredulidad y
rechazo. De hecho no consiguió el Premio Nobel por su descubrimiento hasta 1983,
casi treinta años después, cuando los físicos refrendaron sus hallazgos.
¿Qué
había sucedido? Que el método de Barbara se alejaba del método establecido por
la comunidad científica como válido. Ella se negaba a parcelar los fenómenos
para estudiarlos mejor en el laboratorio. Su método consistía en una escucha
atenta de la naturaleza, concretamente del maíz, su objeto de estudio. Ella
plantaba la semilla, la veía crecer y la "escuchaba" antes de
analizar sus cromosomas en el laboratorio. Se negaba a separar la ciencia de la
experiencia y de la intuición humana. Se negaba a simplificar los fenómenos, en
su confianza de que era una escucha atenta al organismo como ser vivo lo que
permite descubrir sus secretos sin violentar la vida que reside en él porque en
sus propias palabras: "un organismo no es un trozo de plástico". Con
esta postura Barbara cuestionaba la ortodoxia científica e introducía en la
ciencia una serie de elementos incómodos. La intuición, la creatividad, la
paciencia y sobre todo, un respeto inmenso por la Naturaleza a la que no
pretendía dominar ni violentar, sino descubrir sus secretos mediante "una
escucha atenta".
Rita
Levi Montalcini, recientemente fallecida el 30 de diciembre de 2012 a la edad
de 103 años, investigadora del cerebro y descubridora del factor del
Crecimiento Nervioso, por el que recibió el Premio Nobel en 1986, aparte de
desarrollar una gran tarea educadora y divulgativa para que los avances
científicos pudieran ser comprendidos por los profanos en la materia, hizo algo
también muy poco habitual: habiendo dedicado su vida a una labor investigadora
del cerebro, altamente especializada, se negó a la especialización, se negó a
que los terrenos de las ciencias y de las humanidades , donde habitualmente se
han alojado las grandes preguntas sobre el hombre y su destino, estuvieran separados por una
barrera infranqueable. Ella, en su largo periodo de jubilación, ha aplicado sus
descubrimientos científicos y su larga experiencia para intentar comprender
algo más de ese ser humano que, según palabras de Zambrano, se encuentra
escondido a sí mismo y ello me va a dar pie para imaginar un breve diálogo, que
espero sea fructífero entre Rita Levi y una filósofa como María Zambrano, en
torno a un tema que ambas comparten: el hecho de la imperfección de la
naturaleza humana y la mejor manera de afrontarlo.
Vamos a reflexionar un poco sobre
este punto, el de la imperfección de la naturaleza humana, que no es ajeno al
debate filosófico ni al mundo de la creación literaria, porque es quizá el nudo
gordiano que aproxima a ambas mujeres desde sus distintas disciplinas.
Ya Píndaro definió al hombre como
"el sueño de una sombra" y nuestro Segismundo inmortalizó su
indigencia en la célebre frase de "que el mayor delito del hombre es el
haber nacido"; pero es a partir de la crisis de la razón discursiva, a
finales del siglo XIX, cuando la filosofía comienza a generalizar este
concepto. Por sólo citar algunos de los filósofos que subrayan este aspecto
crucial del hombre, citaremos a Husserl, a Nietzsche quien en su libro Genealogía de la moral califica al
hombre como "un animal enfermo" y a Max Scheler quien en su libro El puesto del hombre en el cosmos
subraya su condición indigente. Todos ellos coinciden en que el hombre es un
ser imperfecto, que no nace adaptado a su medio, como el resto de los seres
vivos, y que es en la forma de asumir dicha carencia donde se encuentran las
posibles salidas; pero también los
callejones sin salida.
Uno de los últimos autores en
afrontar este hecho es Paul Ricoeur, quien entiende la indigencia bajo el
concepto de fragilidad. En principio dicha fragilidad proviene simplemente de
que el hombre está abocado a la enfermedad y a la muerte, pero, para este
filósofo, existe un elemento activador de esta situación que no es otro que el
poder que el hombre desarrolla para afrontar su propia fragilidad. Este aumento
de poder significa, según este autor, un aumento de la fragilidad, desde el
hecho comprobable de que el hombre es y ha sido siempre una amenaza para el
hombre. Por ejemplo la multiplicación del poder proveniente del desarrollo
científico ha aumentado con la bomba atómica la fragilidad del planeta, la
multiplicación de la información ha creado la propaganda a gran escala, y la
multiplicación del conocimiento genético puede aumentar la fragilidad de la
vida tal como la conocemos.
Rita no llega a esta conclusión por
la filosofía sino por otros dos caminos
diferentes. El primero, como no podía ser menos, es científico: la constatación
de que la probada evolución del cerebro humano, sus mutaciones a través de los
siglos, son fruto de su imperfección inicial. Un reflejo de esta imperfección
es asimismo su lento proceso de aprendizaje, en nada comparable al del resto de
los seres vivos. Los insectos, por ejemplo, poseyeron desde la aparición del
primer ejemplar, un minúsculo cerebro, que se reveló tan apto para adaptarse al
medio, que quedó fuera del juego caprichoso de las mutaciones. No sucede así
con el hombre, cuyo progresivo aumento del cerebro y el espectacular desarrollo
de sus capacidades intelectuales, fruto de sucesivas mutaciones, es producto de
una evolución que las últimas investigaciones han descrito como inarmónica.
Y es que la evolución de los
elementos cerebrales conocidos como neocorticales, responsables del raciocinio,
han tenido en el hombre una evolución mucho mayor que la de los elementos
cerebrales conocidos como paleocorticales, o de forma más genérica como lóbulo límbico, que es el responsable de
las emociones. Quizá la causa sea debida, según Rita, a que el circuito de la
emoción desempeña un papel fundamental para la supervivencia del individuo y de
la especie, ya que ahí residen los instintos de violencia necesarios para la
defensa, por lo que se han mantenido más constantes desde los inicios.
El segundo camino es el de su propia
experiencia en la investigación científica, en la que reconoce una actividad
tortuosa y con frecuencia imperfecta, con la que, sin embargo consiguió abrir
una nueva vía en el conocimiento del cerebro humano. El ser humano necesita
desarrollar la paciencia y la humildad en el desarrollo de sus actividades
porque sólo así, dado que somos seres imperfectos, se pueden alcanzar logros
importantes, pasos hacia adelante en la evolución humana. Hay que olvidar el
orgullo de querer ser como dioses, de pretender construir la Torre de Babel y
extraer de nuestra naturaleza imperfecta los valores que nos hagan enfrentarnos
a las dificultadas: la humildad, la constancia, el compromiso y la valentía.
María Zambrano, siguiendo la larga
tradición filosófica ya reseñada, y concretamente la de su maestro Ortega,
parte en sus reflexiones antropológicas de este concepto de la imperfección de
la naturaleza humana. El hombre, en palabras de Ortega, es un ser inacabado, al
que se le da la vida, pero no el ser que debe ir conquistando en brega con una
circunstancia en muchas ocasiones hostil, cuando no se presenta como oscuridad
enigma y confusión, especialmente si hemos nacido en un momento de crisis
cultural, en el que fallan las creencias que nos sostienen.
Como en muchas otras ocasiones
Zambrano parte de las ideas de su maestro, para abismarlas en el interior del
hombre. No es sólo la circunstancia externa, y nuestra dependencia de ella, la
causa de nuestra imperfección. Para Zambrano la indigencia es ontológica porque
pertenece a la misma naturaleza humana: el hombre es imperfecto porque es un
ser que aspira a la perfección, aunque nunca la logre, porque siempre desea más
de lo que tiene; por ello, el fracaso forma parte de su naturaleza.
Si para Rita el fenómeno del
totalitarismo, que ambas mujeres vivieron en carne propia, ancla sus raíces en
la permanencia en el hombre de un lóbulo límbico primitivo, que conserva la
violencia de los inicios de la vida del hombre en la tierra, Para Zambrano, el
fenómeno halla su explicación en la incapacidad del ser racional, para tratar con
aquellos deseos profundos que provienen del mundo del alma y de las emociones,
y que se encuentran en barbecho por falta de desarrollo. El hombre es sí un ser
imperfecto pero tiene dentro de sí el anhelo de la perfección, porque cuenta
con la experiencia de lo absoluto. Cuando el hombre pretende trasladar esta
experiencia íntima a la historia y a lo social surge la perversión del
totalitarismo, la idea de crear una sociedad perfecta, ya sea basada en la
raza, ya sea en las relaciones económicas, pasando por encima del ser humano de
carne y hueso. La vieja aspiración del hombre de ser como un dios.
Si la solución de Rita es el recurso
a una razón ética, basada en una educación permanente, también lo es para
Zambrano; pero de una razón que tenga en cuenta las razones del sentir y ayude
a desarrollar esa zona límbica del cerebro, en barbecho después de siglos de
olvido y de subdesarrollo.
Las distintas opciones tienen sin
duda su razón de ser; pero lo que es importante es que inician desde
disciplinas hoy tan distantes como la ciencia y la filosofía, un debate que
ojalá sea tenido en cuenta.
Vamos ahora a reproducir, basándonos en los
puntos en común entre estas dos fantásticas mujeres, algunos fragmentos de un
diálogo ficticio, extraído de un pequeño acto teatral, que escribí hace algún
tiempo.
Rita Levi: (levanta los ojos del microscopio) y reflexiona
en voz alta.
Felizmente el mundo ha cambiado. Cuando yo era
niña no se admitía la inteligencia femenina, y se dejaba a la mujer en la
sombra, cuando muchos hallazgos científicos atribuidos a los hombres los
hicieron sus hermanas, esposas e hijas; pero hoy, hay ya más mujeres que
hombres en la investigación científica. No hay por ello que olvidar el pasado
para no repetir sus errores. ¡Somos las herederas de Hipatia de Alejandría y
aún nos queda mucho por Hacer! En África, ese gran continente olvidado, las
mujeres no tienen el bien de la educación y el conocimiento, y en muchos
lugares sufren la violencia del varón.
Habla una
niña africana:
Soy una adolescente de 12 años y vivo en
Camerún. En invierno mi madre se afana buscando leña. En verano mi madre se
afana por el agua. Todo el año se afana por el arroz. El nombre de mi madre es
afán.
Entra en
escena María Zambrano.
Yo no he dedicado mi vida a la ciencia, como tú
Rita, sino a la filosofía, y sería largo
de explicar por qué los hombres han
negado, y niegan aún en muchos puntos del planeta, el ser a la mujer. Durante
siglos las mujeres en Occidente han vagado en los linderos de lo humano sin
lograr un ser propio. Sólo en su dependencia al varón la mujer lograba ser y
sentido; pero los hombres han estado equivocados. El pensamiento no tiene
género y, si lo tiene, es neutro, por más allá y no por más acá de la
diferencia entre hombre y mujer. Así lo siento yo de forma espontánea. Nunca he
sentido que el pensamiento fuera masculino. Yo no he podido hacer otra cosa en
mi vida que tener la paciencia sin límites de vivir pensando; aunque reconozco
que me he quedado a mitad de camino, he ido hasta donde he podido llegar. El
pensamiento ha de ser humilde, aceptando, eso sí, la verdad, nos lleve donde
nos lleve.
Rita Levi.
Yo también he hecho lo que he podido. No he
dejado de investigar el cerebro, esa galaxia fascinante, a lo largo de toda mi
vida. Mira, María, acércate a este microscopio. ¿No ves la galaxia? ¿Esos miles
de de millones de células, agrupadas en poblaciones diferentes y encerradas en
redes aparentemente confusas? ¡Falta tanto por conocer! ¿Sabes María? El hecho
de que esta actividad imperfecta, que ha ocupado mi vida, haya sido y siga
siendo para mí fuente inagotable de placer, me hace pensar que la imperfección
está más acorde con la naturaleza humana que la perfección. Pero no es sólo una
apreciación personal, la ciencia lo refrenda. El cerebro del mosquito no ha
evolucionado en 2000 años porque se encuentra perfectamente adecuado a su
medio; no así el cerebro del hombre, cuya imperfección inicial lo ha hecho
evolucionar.
Zambrano.
Tienes razón, Rita, mucha razón. La perfección
humana, convertiría al hombre en un animal, despojado de libertad y de
esperanza; pero creo que no hay que olvidar que el ideal de perfección se
encuentra en el corazón del hombre, es, no sé, como una especie de avidez que a
veces nos consume, un anhelo que es como la respiración del alma. ¿No crees que
hay que saber tratar con esa avidez que se presenta como un vacío? Yo creo que
ese vacío es metafísico, y que si pretendemos llenarlo en la realidad,
forzándola para que se ajuste a nuestra idea de perfección, aparece la utopía,
el absolutismo y con él, el ídolo, esa
máscara vacía que siempre necesita víctimas.
Rita
¡El ídolo y sus víctimas! Esa ha sido nuestra
historia más reciente. Los que hemos vivido la guerra tenemos aún ante nuestros
ojos la imagen de las filas interminables de las juventudes hitlerianas
dispuestas al sacrificio propio y al sacrificio de los otros por seguir
ciegamente a un líder. ¡Escucha María! ¿No oyes las pisadas? ¿Ese rugido
atronador? ¡Es la guerra que vuelve!
Zambrano.
¡Cálmate Rita! Sí, eran sonidos de guerra; pero
no la nuestra, la que nosotros vivimos. Es otra de las muchas guerras que, aún
hoy, asolan el planeta.
Rita.
Todas las guerras son una sola guerra, María.
Zambrano.
Sí, tienes razón, Rita, todas las guerras son
una sola guerra. Yo nunca he dejado de pensar en la guerra, en la existencia
cierta de una historia sacrificial en Occidente, en el mundo entero, diría.
Nunca he dejado de pensar en ese momento en que el corazón del hombre se cierra
como una montaña y surge el deseo de matar.
Rita.
Yo tampoco he podido dejar de pensar en el
fanatismo. Los científicos no tenemos el monopolio de la sabiduría; pero
estamos obligados a pensar moralmente. ¡Distinguir entre el bien y el mal es el
más alto grado de la evolución darwiniana.
Zambrano
Pero para eso, Rita, hay que tener una idea del
hombre
Rita
Tienes
razón, María. Yo creo que he comprendido algo a través de mi estudio del
cerebro. Su zona izquierda, donde residen las capacidades emotivas está mucho
menos desarrollada que la zona derecha, donde residen nuestras capacidades
racionales. Pienso que es precisamente en esa zona poco desarrollada donde
nacen el fanatismo y la guerra, porque aún conserva la agresividad del hombre
primitivo guiado por un feroz instinto de supervivencia.
Zambrano
¡Qué interesante¡ Rita, pero ¿no piensas que
quizá ha contribuido a ese escaso desarrollo de la zona izquierda de nuestro
cerebro, el hecho de que el pensamiento occidental se haya olvidado de
desarrollar un saber sobre el alma, capaz de lograr un orden en nuestro
interior?
Rita
Yo creo que es el pensamiento racional el que
nos puede salvar del fanatismo. Somos el
homo sapiens y debemos utilizar nuestro desarrollo racional para buscar la
fraternidad entre los hombres.
Zambrano
Estoy de acuerdo; pero creo que tiene que ser
una razón que tenga en cuenta el sentir. Aparte de por el camino de la ciencia,
el hombre tiene capacidad para captar al realidad a través de vislumbres e
intuiciones. Tú acabas de decir que nuestra naturaleza es imperfecta, en lo que
estoy de acuerdo, pero la mejor forma de asumir nuestra imperfección es
mediante esos saberes del alma que son la humildad, la esperanza y la capacidad
de aceptar lo diferente a nosotros. Eso siempre lo ha sabido hacer la poesía.
La poesía siempre ha sido vivir según la carne.
Habla la
poesía
!Qué cansados los hombres de seguir siendo
hombres!,
de mirarse en espejos
de saberse esqueletos, de esperar a ser muertos,
de temerse deformes,
de matar y engendrar,
¡Qué cansados los hombres de ser hombres!
¡Qué cansado está todo de ser nada!
De soñar con ser algo y no ser nada.
¡Qué cansado está todo de ser lodo!
¡Qué cansado está todo!
Y qué ansias de alba tiene el polvo,
Qué ansias de ser alba,
Qué ardores de ser oro tiene todo. (Alfonsa de la Torre)
Rita
¿Cómo el hombre, pudiendo crear cosas bellas se
arroja en brazos de la destrucción?
Zambrano
Es un momento de oscuridad. La palabra ya no es
viviente. La historia se ha convertido en un lugar indiferente donde cualquier
acontecimiento puede tener la misma vigencia de un Dios absoluto que no admite
la más mínima discusión.
Rita
Pero no hay que perder la esperanza. Hay que
luchar. Mi cerebro tiene más de un siglo, pero no conoce la senilidad. El
cuerpo se me arruga, ¡es inevitable!, pero no el cerebro. Aunque mueran
neuronas, las restantes se reorganizan para mantener las mismas funciones,
¡pero para ello conviene estimularlas. Si mantenemos nuestro cerebro activo, si
nos ocupamos de problemas universales y no sólo de nosotros mismos, nunca se
degenerará. La clave es mantener curiosidades, empeños, pasiones, acciones
altruistas y no olvidar que el mayor grado de la evolución arwiniana es saber
distinguir el bien del mal.
María Luisa Maillard
Presidenta de AMMU
NUESTRA COLECCIÓN DE BIOGRAFÍAS DE MUJERES
EN LA MÍTICA LIBRERÍA PÉRGAMO DE MADRID
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C/ General Oraá, 24 - Madrid - Tfn.: 91 561 67 81 pergamolibreriapergamo@gmail.com |
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