COMIDA AMMU DE NAVIDAD
La Gamella, 14:00 H
COMENTAREMOS EL LIBRO
La gran familia del Kibutz todo lo escucha, todo lo
observa. No hay relación o roce humano que escape al escrutinio moral del
grupo. Y menos aún el amorío de una adolescente con un hombre mayor y un
embarazo no deseado. Porque en Metzudat Ram, el kibutz en el que transcurre Quiza en otro lugar todo se comparte: la crianza
de los niños, las comidas, los trabajos y también la evaluación de las
conductas. Esa intimidad, a ratos reconfortante y a menudo asfixiante, que
impregna la vida del kibutz, es la que retrata el escritor israelí. “Juzgamos a
nuestro prójimo día y noche […] no hay debilidad que pueda escapar aquí
por mucho tiempo a los juicios de valor”, escribe Oz.
Los que todo lo comparten son los kibuztniks que pusieron en pie un país en construcción y que hicieron florecer el desierto como ordenaba Ben Gurión, el padre fundador del Estado judío. Eran hombres y mujeres con biografías intensas, que llegaban de Europa con la mochila cargada de traumas, dispuestos a empezar de cero. Fuertes y sudorosos, embriagados por sus ideales. Judíos diaspóricos, como los llama Oz, que leen a Hegel y Proudhon por la noche y conducen un tractor durante el día. Esos personajes únicos son los que deambulan por esta suerte de culebrón socialista en tiempos de guerra. Juntos, forman una postal casi perfecta de lo que fue la vida en la utopía israelí, como también lo fue en versión género negro el entretenidísimo Asesinato en el Kibutzde Batya Gur. Son novelas que huelen a trigo y a gasoil, en las que se vive una vida premeditadamente sencilla y rural y que al leerlas resulta inevitable preguntarse por las supuestas grandes ventajas del individualismo nuestro.
Quizás en otro lugar se publica ahora en castellano, pero el joven Oz la escribió en 1966. No había cumplido los 30 años y la ensoñación colectivista se encontraba en plena ebullición. Él mismo pasó parte de su juventud en un kibutz, al que llegó por su propio pie, siendo un adolescente idealista. Metzudat Ram es un lugar inventado, pero el detalle, las sutilezas y la ironía con la que Oz relata la vida del kibutz indican que en esta novela hay mucho de la propia vida del consagrado escritor israelí.
Leer ahora Quizás… resulta muy esclarecedor. Ayuda a comprender el germen del proyecto sionista y el modelo de sociedad laica e igualitaria que quisieron labrar los pioneros y que tan poco se parece al Israel de hoy. Medio siglo después de que Oz se sentara a escribir su novela, algunos de los dilemas sobre los que escribe –la marcha del hijo a la guerra, o la lucha de los israelíes por una cotidianeidad, forzadamente ajena al enquistado conflicto con los palestinos- siguen ahí. El país sin embargo, no puede ser más diferente. El capitalismo derribó sin miramientos los cimientos socialistas del Estado y dio pie a un vibrante desarrollo tecnológico, peto también a una desigualdad rampante que corroe el país. La colonización de los territorios palestinos hace que se evapore la viabilidad de un Estado palestino viable y ha envenenado y dividido a la propia sociedad israelí. Mientras, las corrientes más extremistas del judaísmo avanzan sin freno. Si los habitantes de Metzudat Ram aterrizaran hoy en Israel, probablemente no lo reconocerían.
Son 400 páginas, en las que las altas dosis de cotidianeidad ajena, en las que pasa más bien poco, pueden llegar a cansar. Pero si uno decide no pedirle demasiada agilidad a la novela y se permite vagar sin prisa por los campos del kibutz, Oz resulta ser un guía estupendo.
Los que todo lo comparten son los kibuztniks que pusieron en pie un país en construcción y que hicieron florecer el desierto como ordenaba Ben Gurión, el padre fundador del Estado judío. Eran hombres y mujeres con biografías intensas, que llegaban de Europa con la mochila cargada de traumas, dispuestos a empezar de cero. Fuertes y sudorosos, embriagados por sus ideales. Judíos diaspóricos, como los llama Oz, que leen a Hegel y Proudhon por la noche y conducen un tractor durante el día. Esos personajes únicos son los que deambulan por esta suerte de culebrón socialista en tiempos de guerra. Juntos, forman una postal casi perfecta de lo que fue la vida en la utopía israelí, como también lo fue en versión género negro el entretenidísimo Asesinato en el Kibutzde Batya Gur. Son novelas que huelen a trigo y a gasoil, en las que se vive una vida premeditadamente sencilla y rural y que al leerlas resulta inevitable preguntarse por las supuestas grandes ventajas del individualismo nuestro.
Quizás en otro lugar se publica ahora en castellano, pero el joven Oz la escribió en 1966. No había cumplido los 30 años y la ensoñación colectivista se encontraba en plena ebullición. Él mismo pasó parte de su juventud en un kibutz, al que llegó por su propio pie, siendo un adolescente idealista. Metzudat Ram es un lugar inventado, pero el detalle, las sutilezas y la ironía con la que Oz relata la vida del kibutz indican que en esta novela hay mucho de la propia vida del consagrado escritor israelí.
Leer ahora Quizás… resulta muy esclarecedor. Ayuda a comprender el germen del proyecto sionista y el modelo de sociedad laica e igualitaria que quisieron labrar los pioneros y que tan poco se parece al Israel de hoy. Medio siglo después de que Oz se sentara a escribir su novela, algunos de los dilemas sobre los que escribe –la marcha del hijo a la guerra, o la lucha de los israelíes por una cotidianeidad, forzadamente ajena al enquistado conflicto con los palestinos- siguen ahí. El país sin embargo, no puede ser más diferente. El capitalismo derribó sin miramientos los cimientos socialistas del Estado y dio pie a un vibrante desarrollo tecnológico, peto también a una desigualdad rampante que corroe el país. La colonización de los territorios palestinos hace que se evapore la viabilidad de un Estado palestino viable y ha envenenado y dividido a la propia sociedad israelí. Mientras, las corrientes más extremistas del judaísmo avanzan sin freno. Si los habitantes de Metzudat Ram aterrizaran hoy en Israel, probablemente no lo reconocerían.
Son 400 páginas, en las que las altas dosis de cotidianeidad ajena, en las que pasa más bien poco, pueden llegar a cansar. Pero si uno decide no pedirle demasiada agilidad a la novela y se permite vagar sin prisa por los campos del kibutz, Oz resulta ser un guía estupendo.
Ana Carbajosa
Descendiente de una familia de emigrantes rusos y polacos. Hijo de
Yehuda Arie Klausner y de Fania Mussman (que se suicidó cuando él tenía 12
años). Sus padres huyeron en 1917 de Odesa a Vilna, y de allí al Mandato
Británico de Palestina en 1933.
En 1954, Oz entró en el kibutz Julda. Desde entonces se le
conoce por su nombre actual. Mientras estudiaba Literatura y Filosofía en la Universidad
Hebrea de Jerusalén, entre 1960 y 1963, publicó sus primeros cuentos cortos.
Estudió también en la Universidad de Oxford. Desde 1991 es miembro de la Academia
del Idioma Hebreo.
Participó en la Guerra de los Seis Días y en la Guerra de
Yom Kipur y fundó en los 70, junto a otros, el movimiento
pacifista Shalom Ajshav ("Paz Ahora").
Ha escrito 18 libros en hebreo y alrededor de 450 artículos y
ensayos. Sus obras han sido traducidas a más de treinta lenguas, entre ellas el español.
En su libro Las voces de Israel, se encuentra una entrevista
de un extremista de derecha israelí que varios autores como Israel
Shamir han relacionado con Ariel Sharón. Según el periódico francés Le
Monde Diplomatique, la entrevista no sería de Sharon.
Oz es uno de los intelectules más eminentes de la izquierda israelí
y pronuncia sus opiniones contra los asentamientos israelíes en los territorios
palestinos, tal como sus opiniones social demócratas y pacifistas en
varios periódicos israelíes como Ha'aretz y Yedioth Ahronoth. Es
un miembro del partido social demócrata pacifista Meretz. Condenó algunas
operaciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes durante el Conflicto
de la Franja de Gaza de 2008-2009 y las llamó crímenes de
guerra. En 2015 afirmó que la supervivencia del Estado de Israel requiere
de la creación de un Estado Palestino independiente y que la coexistencia de
ambos Estados es el camino hacia la paz en la región.
EXPOSICIÓN DE CLARA PEETERS EN EL PRADO
A. Pilar Rubio López
El Museo del Prado reúne en estos días una
antológica de Clara Peeters, la pintora flamenca pionera de la naturaleza
muerta. Un honor merecido por la calidad de su obra y por ser una mujer
valiente que decidió ejercer una actividad artística profesional a comienzos
del siglo XVII. El Prado –en colaboración con el Gobierno de Flandes y con el
Museo Real de Amberes ha conseguido rasgar el velo de silencio que tejió la
Historia alrededor de la vida y de la obra de una mujer adelantada a su tiempo
y eclipsada por sus contemporáneos, como Van Dyck, Rubens o Brueghel el Viejo.
La muestra es relevante pues es la primera
exposición temporal del museo dedicada a una mujer artista. Aunque es preciso
aclarar que la historia de exposiciones temporales en el Prado es relativamente
reciente pues sus organizadores y comisarios nos informan que se viene haciendo
periódicamente desde hace 20 años.
De los 15 cuadros expuestos en la muestra, cuatro
pertenecen a la colección permanente del Prado (Bodegón
con flores..., Mesa con
mantel... y salero, Bodegón con
pescado... y Bodegón con
avilán..., siendo uno de ellos documentado en 1746 en el
Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, incluido en la colección de Isabel de
Farnesio. Los demás proceden de instituciones del Norte de Europa, Estados
Unidos, Inglaterra y colecciones particulares.
Aunque conocemos pocos datos de la vida de Clara
Peeters, los expertos en su biografía señalan que la pintora nació en Amberes
en torno a 1588-1590 y coinciden en que su vida activa se fecha entre los años
1607 y 1621. Es evidente que en un periodo activo tan reducido su obra
necesariamente ha de ser escasa: la catalogación de sus pinturas no sobrepasa
el número de 40. Este dato nos remite al pintor Vermeer quien, al morir joven,
dejó un mínimo legado a la Historia del Arte aunque excepcional por su calidad
artística.
Pero al contrario que Vermeer, está documentado
que Peeters vivió de la pintura y no murió pobre ni endeudada como él. Además,
parece que Clara tuvo su propio taller. Sin duda, la exposición dará pie a
seguir investigando y no es de extrañar que el estudio arroje luz sobre nuevas
catalogaciones.
¿Por qué se orientó Clara Peeters por el bodegón?
Quizá Clara no sintiese especial interés por la naturaleza muerta. Pero no
tenía otra alternativa: las mujeres tenían vedado el acceso a los talleres
donde se estudiaba anatomía y se hacían dibujos de modelos al natural. Por eso,
no podían dedicarse como los hombres a la pintura de historia, religiosa o de
desnudo.
Descartado el gran género, solo quedaba una
opción: dedicarse a los géneros menores, entre los que estaba el bodegón. Por
tanto, Peeters buscó en el realismo del bodegón la oposición al idealismo
del Renacimiento que practicaron sus
contemporáneos. Además, Clara hizo su propia revolución y con su espíritu
innovador se situó en la vanguardia del arte: fue mujer pionera de la
naturaleza muerta -Caravaggio se había anticipado unos años antes con su Cesto
con frutas-; incluso se atrevió a dibujar piezas de pescado
-considerado vulgar- en sus bodegones.
Clara tuvo un gran éxito pues captó los intereses
y las costumbres de la burguesía y de la aristocracia de su época y por ello
incluyó en sus obras halcones y gavilanes, símbolo de la cetrería asociado a
nobles y reyes; alimentos apetitosos -que también tenían un sentido comercial-
en mesas dotadas de una gran suntuosidad; y también dibujó objetos que eran del
agrado de sus compradores, de plata y de porcelana, piezas de coleccionismo y
del gusto renacentista heredado por la élite europea…Oposición al Renacimiento,
sí, sobre todo en el estilo, pero sin ignorar todo su legado, como el estudio
de la naturaleza o el detalle de “firmar” con autorretratos en vasijas y
objetos de sus bodegones, haciendo un guiño al espectador para que busque la
efigie de su autora, como hicieron sus predecesores Piero della Francesca,
Benozzo Gozzoli y el propio Miguel Ángel.
Los autorretratos de Clara en sus obras
simbolizan la utoafirmación de una mujer que quiso poner su sello personal en
un campo dominado por hombres. Y, al mismo tiempo, crean una sensación de
ilusionismo pues parece que estamos viendo en un espejo el trabajo que realiza
la autora en ese momento. También Velázquez, diez años mayor que Clara, se autorretrató
en Las meninas.
Dentro de la sala, los paneles oscuros
constrastan con el colorido de los bodegones, dando la sensación de que el
espectador entra en un teatro cuando se apagan las luces y los focos iluminan
el escenario. Por un momento nos convertimos en detectives resueltos a
descubrir el enigma: la huella que delata la presencia de la autora. Busquemos,
pues, el rostro de Clara Peeters en sus obras, imposible sustraerse a este
juego de magia. Y, al hacerlo, traeremos al presente su memoria.
A. Pilar Rubio López
Posible autorretrato de Clara Peeters
La exposición se exhibe en la sala D del Museo
del Prado.
Edificio de los Jerónimos.
Finaliza el 19 de febrero.
LA OMNIPOTENCIA ES CIEGA
Lidia Andino Trione, psicoanalista
En el seno de los más diversos grupos sociales observamos a personas cuya altanería desprende un sentimiento de desprecio hacia los semejantes. En realidad, se podría decir que encubren un amor desmedido por sí mismos, un lugar solitario e inseguro donde sólo se encuentran los brazos de mamá, con la ilusoria sensación de ser algo especial y único, como tal vez lo fueron para ella siendo niños.
Apoltronados en esa posición suelen decir: "es que soy la leche", o "si no lo hago yo, nadie lo hace bien", en ese falso mar de grandeza -mirando por encima del hombro- lo que ignoran es que además de nosotros hay otros con nosotros, ni inferiores, ni superiores, no siendo necesario mirar desde "arriba" si tenemos en cuenta que todos vivimos en el mismo planeta.
El modo en que se inicia esa omnipotencia nos es conocido, en una edad muy temprana es tan normal que se la considera una gracia del niño; con el correr del tiempo el pequeño admite renunciar parcialmente a esa omnipotencia y crea lo que se llama el ideal del yo. En ese ideal almacena las grandezas de aquella etapa anterior y con ellas seguirá soñando: la meta de adulto es alcanzar ese ideal. Tal propósito es para todos de por sí inalcanzable, pero en ese intento transcurre nuestra vida. Pasar de la satisfacción a la insatisfacción es entonces algo vital, primitivo, a lo que nos hemos acostumbrado desde que nacimos, por lo tanto la mera y continua satisfacción no es el ideal de un humano parlante.
En su mundo imaginario el soberbio cree que lo ha alcanzado: él es su propio ideal; hasta que la decadencia, el agobio de sobrellevar la vida como si fuera un éxito del Yo, empieza a redefinir esa realidad alterada. Es la hora del "ídolo con pies de barro", la caída del monumento de sí mismo sin encontrar (y ese es su drama) algo que sirva para continuar.
Aunque pueda atenuar ciertos estados depresivos no hay medicamento que lo cure, porque cuando su efecto cesa, seguirá sin conocer su sentido, o sin hacer aquello que se necesita para buscarlo.
Es un trastorno producido en una compleja trama de palabras y silencios que componen la vida del sujeto y, por lo tanto, es con la mediación de la palabra donde se puede decodificar "lo que no marcha bien", así las frases que pronuncie puedan unirse a otras frases y en esa articulación, no necesite mantener su pesar.
Lidia Andino Trione
PREMIO EMAKUNDE 2016
MARTA MACHO STADLER, DOCTORA EN MATEMÁTICAS
Marta Macho Stadler
El Premio Emakunde a la Igualdad ha recaído, en su
edición de 2016, en la doctora en matemáticas, profesora de la UPV/EHUy responsable del
blog 'Mujeres con ciencia', Marta
Macho Stadler, por su trayectoria científica orientada a
divulgar y promover el acercamiento de la matemática y
del conocimiento científico a las mujeres, así como por hacer
visible y reivindicar a las mujeres científicas y sus aportaciones tanto a la
Academia como al progreso social.
El jurado destaca, asimismo, sus esfuerzos por
aplicar la perspectiva de género en la
formación matemática y
su participación en comisiones científicas y académicas para promover la
igualdad de mujeres y hombres en la propia universidad. En este sentido,
destaca su labor en la Comisión para la Igualdad de la UPV/EHU y la edición del
blog "Mujeres con ciencia" promovido por la Cátedra de Cultura
Científica de la UPV/EHU, que aborda la temática género y ciencia visibilizando
a mujeres científicas.
Con este premio, el jurado quiere hacer extensivo
el reconocimiento a "muchas personas docentes que, en todos los niveles
educativos, se esfuerzan por apoyar el empoderamiento
de las niñas y jóvenes que quieren encauzar sus estudios en las ramas
científico-tecnológicas".
Al mismo tiempo, quiere "llamar la atención
sobre la necesidad de intervenir no sólo para que aumente la presencia y el
reconocimiento de las mujeres científicas, sino también para reivindicar
que tanto la academia como las empresas y el resto de agentes del sistema
científico tecnológico se adecúen para propiciar
sociedades más inclusivas e igualitarias", según ha
informado Emakunde.
Finalidad del premio
La finalidad del Premio Emakunde es reconocer
públicamente la actuación de aquellas personas físicas o jurídicas, públicas o
privadas que se hayan distinguido por su labor en el ámbito de la igualdad de
mujeres y hombres, realizando acciones, trabajos o proyectos que hayan supuesto
la mejora de aspectos significativos en el reconocimiento del trabajo de las
mujeres y de su empoderamiento o contribuyan con su trayectoria de manera
destacada a la valoración y dignificación del papel de la mujer, o en la promoción
de la igualdad de derechos y oportunidades entre sexos en Euskal Herria. El
premio tiene una dotación bruta de 14.400 euros.
Gracias, Susi por subir mi artículo al blog. Nos vemos el sábado en La Gamella. Un abrazo.
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