DE RELATOS DE MUJERES AMMU
MALAKAS AT MAGANDA
(Fuerte y hermosa).
KARESSA MALAYA RAMOS AGUIÑOT
Para
todas nosotras.
«Mamá, esta noche, quiero leerte una historia antes de dormir», propuso Aya mientras se metía dentro de las sábanas. «¿Ah sí? A ver, ¿qué historia es?», preguntó Luisa, su madre. «Es la leyenda de los tagalog, ¿los conoces?» respondió, sacando una hoja debajo de la almohada. Luisa se sorprendió mucho, pero disimuló y dijo: «¡Interesante! Venga, empieza». «Vale, cuando el mundo era joven...
...el todopoderoso Bathala plantó bambúes, el primer bosque de bambú en la Tierra. Los sembró al lado de ríos y lagos para que conversen con las aguas, y así evitar las inundaciones. Día tras día regaba las plántulas y las protegía con cobertizos hechos de hojas de palma, para que ningún viento, ni ningún animal pudiera amenazar la supervivencia de los pequeños árboles. Pasadas muchas lunas, los bambúes crecieron altos y fuertes. Pero hubo un tallo que sobresalió y quedó más alto y más ancho que cualquier otro. Un tallo que causó mucha curiosidad entre los dioses. Pidieron ayuda a Mapulon, el dios de las estaciones. Él, por su parte, prometió que detrás de los monzones, llegarían las respuestas que tanto deseaban. Y así fue. Al marcharse las lluvias, llegó la estación de la cosecha y nada más asomarse el primer rayo del alba, se escuchó un sonido tan fuerte como un trueno, dejando una vibración que hizo temblar el suelo. Los dioses se bajaron del cielo y vieron cómo se había abierto el bambú gigantesco, revelando los primeros seres humanos. Llamaron Malakas al primer hombre, que significa "fuerte". Y Maganda, a la primera mujer, que significa "hermosa". Los dos procrearon, y llenaron el mundo de otras criaturas como ellos. Malakas, por su fuerza y astucia, se encargaba de proveer alimentos para su familia, y Maganda, por su entrega y amor incondicionales, fue la encargada de cuidar del hogar y de los hijos. Así vivieron durante cientos, hasta miles de años».
«¿Qué te ha parecido, mamá? ¡No te duermas!». «Claro que no. Pero, ¡qué leyenda más bonita y más original! ¿De dónde la has sacado?». «La leí en internet». La madre se quedó en silencio. «¿Qué pasa mamá?», preguntó su hija tocándole el brazo, y despertándole de sus pensamientos. Finalmente, Luisa decidió contarle una parte del todo. Razonó que sólo es una niña de 8 años, y quizás ni se acuerde. Y si se acuerda, seguramente lo recordará como una versión más de esa leyenda. «Mi amor, es solo la versión más conocida de la leyenda sobre esa tribu, pero no es la verdadera». «¿Me cuentas la verdadera versión? ¿La verdadera de verdad?». «Vale, pero prométeme que después, te vas a dormir enseguida». «Te lo prometo».
«El mundo era joven y aún quedaban muchos espacios por rellenar. Así que un día, la diosa Idinayale, rebosante de energía creativa, descendió desde el cielo y se sentó al lado de un río para pensar. El río, a gusto y agradecido por la visita de la diosa, empezó a hablarle de su soledad. Le contó lo triste que se sentía, sobre todo por las noches, cuando los pájaros y demás animales ya se habían refugiado en sus nidos y madrigueras. No quería seguir fluyendo incesantemente, sin compañía alguna, y por toda la eternidad. Idinayale sintió pena por el río y empezó a sembrar una planta especial: el bambú. A medida que la deidad veía los bambúes crecer, se paseaba alrededor de ellos, murmurando las palabras "Malakas, maganda... Maganda at malakas" (Fuerte, hermoso... Hermoso y fuerte). Esas palabras fueron oídas por las plantas que se deleitaban al saber que eran fuertes y hermosas ante los ojos divinos de su creadora. Idinayale no se sorprendió al ver uno de los tallos crecer más rápido y más alto que los demás, pero en ningún momento intervino, porque tenía un buen presagio sobre todo aquello. Un día, sin preámbulo ni preaviso, ese tallo se abrió, revelando la presencia de una mujer. Malakas maganda o Maganda malakas, se llamaba. El río, viendo la criatura tan especial que emergió del árbol, sintió tanta pena por su futura soledad, que elaboró a otra criatura similar: el primer hombre apareció unos instantes después, lanzado por las corrientes. El primer hombre se encontró con la primera mujer. Los dos hicieron compañía el uno a la otra, la una al otro, procrearon y llenaron el mundo de seres como ellos».
«¿Y cómo sabes todo eso, mami?». «Porque soy hija de una tagala, y tú también eres tagala». «Guau, somos mujeres de bambú».
2
Aya duerme tranquilamente, feliz de haber disfrutado de dos cuentos antes de dormir. Tal y como sospeché, no hizo ninguna pregunta sobre nuestro parentesco con los tagalog.
Rápidamente, fui a buscar un bolígrafo y hojas de papel en blanco. No sé cuando le entregaré la carta que le voy a escribir, quizás mañana, quizás en 10 años, o quizás nunca. ¿Son 8 años suficientes para cargarle con el bagaje que llevamos, las mujeres de nuestra familia? Somos mujeres de bambú, sí. Pero mujeres malditas, también. Ese es el lastre que moldeó nuestra identidad, o la búsqueda de ella, desde hace mucho tiempo.
Recuerdo lo triste que me puse cuando supe que iba a tener una hija. También recuerdo haber preguntado si es que no se iba a acabar nunca esta maldición. Deseaba tener un hijo. Un niño que salte, que corra, que se ensucie, que salga y entre cuando quiera. Un niño sería más libre y dando a luz a un varón marcaría el fin de una condena heredada.
Hola
mi amor,
No sé cuando vas a recibir esta carta, pero te la estoy escribiendo justo al quedarte dormida, después de contarme la leyenda de los tagalog. Si nunca te dije nada al respecto, fue porque pensé que todo aquello ya nos quedaba lejos, que ya estamos a miles y miles de kilómetros de distancia, en una tierra más próspera y avanzada, donde las maldiciones y supersticiones no son más que anécdotas. Quería alejarte de ese mundo, asegurarme de que nuestro pasado jamás te condicionaría. Pero ahora caigo: sería mejor contártelo todo, para que estés prevenida. Así, quizás puedas o sepas tomar otro tipo de decisiones.
Intento no soltar la imagen de tu carita guapa y alegre, asombrada, al darte cuenta de que somos “mujeres de bambú”. Ese recuerdo me reconforta. Porque sí, somos de bambú. Ese es nuestro legado y nuestra maldición: simular al árbol, estar clavadas en un sitio, sin movernos de ahí; con el cometido de dar cobijo a quienquiera que nos lo pida, además de protegerlo y nutrirlo. También somos las encargadas de conversar con cualquier masa de agua que nos toque al lado, para impedir las inundaciones y catástrofes. Mientras tanto, estamos condenadas a ver cómo esas aguas se mueven, y fluyen por todas partes. Corrientes que de vez en cuando nos fecundan, para que de nosotras salgan otros bambúes u otras aguas. Pero muy pocas veces se quedan. Nos visitan, nos envuelven con promesas de eterno arraigo… para después partir y no volver, mientras nosotras resistimos a merced del sol, las lluvias y los vientos. Las mujeres de nuestra familia que obedecieron ese destino vivieron felices. Pero las que resistieron a cumplirlo fueron duramente castigadas. ¿No me crees?
Mi tátara-tátarabuela dejó a sus hijos en la montaña, al cuidado de otro familiar, para buscar a su marido que se fue con los que se rebelaron contra los colonizadores. Con el tiempo, terminó formando parte de la misma rebelión, y era una de las más intocables porque tenía una puntería exquisita. No tengo su nombre, ni su apellido. Pero sé su apodo: Hunyango, que significa "lunar", por el lunar en su pómulo, muy similar al de mi madre, me imagino. La suya es esa clase de historia que se pasa de boca en boca, sobre todo los domingos, después de las peleas de gallo; y cuando ya no hay nada más con qué emborracharse, los ebrios se juntan para revivir los recuerdos de sus antepasados. Es un espectáculo digno de ser disfrutado, donde hombres, cegados por el aguardiente, alaban a mujeres que nunca conocieron, llamándolas por sus apodos de guerra, admirando su coraje, hasta el punto de pelear entre ellos por querer ser el que más sabe sobre “Sakong”, “Bakya” o “Tinang”. La pena es que esa tertulia siempre acaba con la misma frase: «Un día, unos vecinos descubrieron el cadáver de Hunyango, tirado en el fondo de un barranco. Estaba abierto desde la garganta hasta el pubis, y en su interior, alguien había colocado una muñeca de madera. Su mano derecha sujetaba una sartén».
Luego está mi tátara-tía. Beatriz, se llamaba, y al quedarse viuda a los 30 años, abrió su casa a soldados rebeldes, ofreciéndoles techo y comida. Los escondía en el granero mientras recibía a políticos (colonizadores) en su casa, para hablar de propiedades y negocios. Año tras año, durante la noche de Todos los Santos, los descendientes de los soldados ayudados por Doña B visitan su tumba en el cementerio. Comparten lo que sus familiares les habían contado, y pronuncian agradecimientos que suenan a oraciones. Siempre con una ofrenda generosa de flores y velas perfumadas, cuentan cómo Doña B ayudaba valientemente a todo aquel que le pedía un lugar para esconderse y recuperarse de las heridas, el hambre, la deshidratación, y otros dolores de la guerra, incluso la tristeza. Dicen que ella les visitaba y les hacía compañía, contando anécdotas y cotilleos por las noches. Un año, mis primos decidieron trasladar el cuerpo de Beatriz para enterrarla junto a su familia paterna. Al abrir el ataúd, descubrieron marcas parecidas a arañazos en la parte interior del féretro. Fue enterrada viva.
El caso de la prima de mi bisabuela es diferente. Existen registros sobre ella pero, irónicamente, es de la que menos se sabe. Iluminada Sumilang fue arrestada por las autoridades tras escupirle a la cara a un hombre blanco cuando este le pidió matrimonio. Su dinero y buena labia le salvaron de pasar tiempo en el calabozo aunque, según otras personas, su pretendiente le disculpó ante el juez y por eso se libró del castigo. Desde que su padre y su hermano mayor se juntaron con los paramilitares, se quedó labrando y defendiendo la pequeña finca familiar ante todo tipo de usurpadores. No dudaba en apuntar su arma a quien le amenazaba con quitarle sus tierras, ganado o cosechas. Esa mujer dormía con una escopeta al lado y siempre llevaba una navaja atada a la ropa interior. Un día, no volvió del campo. Había desaparecido sin dejar rastro. Los que se atrevieron a entrar en su habitación solo vieron su navaja y su calzón ensangrentado.
Así fue como acabó la carta de su madre. Era evidente que faltaban páginas, pero supuso que tanta mudanza acabó por traspapelar muchos documentos, incluidas las partes faltantes de esta carta. Después de todo, han pasado ya 20 años desde que la escribió. Aunque según el sello de envío, la depositó en la oficina de Correos dos días antes de irse a lo que suele llamar "misión en terreno". Esta vez, dijo que estaría incomunicada durante más de un mes, sin poder escribir ni hablar.
Aya reflexionó sobre el tema, y pensó en la leyenda de los tagalog. Al fin y al cabo, pura sangre tagala corre por sus venas y, con más curiosidad que creencia en maldiciones heredadas, tomó la decisión de completar la lista de esas mujeres bambú: su bisabuela, su abuela, su madre y ella misma.
Compró un billete de ida a la tierra tagala. Contactó la familia de su madre con la ayuda de traductores profesionales como ella. Pudo encontrar lo que buscaba fingiendo ser una periodista interesada en hacer un reportaje sobre mujeres de la época poscolonial.
3
"La Mestiza" era el apodo de su bisabuela. A diferencia de las generaciones anteriores, pudo vivir en un país en paz. A sus 19 años, los colonizadores ya se habían marchado y tanto ella como el resto de los supervivientes tuvieron la dicha de no tener que preocuparse por asaltos nocturnos, desapariciones de conocidos, o matanzas en el vecindario. También, el país empezó a respirar tranquilamente porque, por fin, las mujeres ya podían empezar a comportarse "como es debido": mantenerse hermosa, como Maganda, la primera mujer, ser cariñosa, obediente, fiel y tener harto temor al Señor. La Mestiza cumplía con todo aquello.
El día que Don Berto posó los ojos sobre ella, empezó otra guerra, pero esta vez, en el corazón de la muchacha. Era durante una misa que el viudo encargó para conmemorar la muerte de su esposa. Don Berto, un importante terrateniente, congregó no solamente a sus familiares, sino que también dio el día libre a sus jornaleros para que pudieran rendir homenaje a la difunta madre de sus hijos. Lo más extraordinario de todo era la normalidad con la que sucedió todo: habiendo terminado la misa, todos los asistentes se acercaron uno a uno al enlutado para presentar sus respetos. Entre ellos, La Mestiza, con su pelo negro, largo y ondulado como el mar en la noche, sus ojos almendrados, de color café. Tenía una mirada desafiante, como si hiciera evidente a todo el que la miraba que estaba allí sólo por obligación y que preferiría estar en cualquier otro lugar. Cuando le llegó el turno para saludar, el viudo aprovechó para agarrarle la mano más tiempo de lo normal, y la joven, al sentir un tacto humedecido por el sudor frío, se retiró rápidamente. Asustada, salió con pasos apresurados hacia la puerta, apenas dando tiempo a su amiga para alcanzarla.
Acabó casándose con el viudo, más que nada porque su padre prometió su mano a Don Berto, e insistió que así sería aunque se quedara solo con «una de sus manos». La Mestiza accedió, pero desde el primer día, prohibió a su marido caminar a su lado, obligándole a ir detrás, con un mínimo de diez pasos de distancia. Esa era la primera batalla que ganó. La segunda, fue reñida y vencida a espaldas de su esposo: este nunca supo que su segunda mujer hacía circular de contrabando unos libros prohibidos por la iglesia. La tercera la ganó porque simplemente vivió más que él y, antes de morir, pudo presenciar cómo su única hija recibió el título de enfermera. La primera y hasta entonces única mujer en su familia que pisó la universidad. Esa era su abuela, Evarista Mapalad.
Evarista conoció a su marido jugando al mah-jong en un falso velatorio. En su pueblo, las casas se turnaban a organizar este tipo de encuentros para ganar dinero. Los anfitriones aquella vez ni siquiera se preocuparon por simular la existencia de un cuerpo muerto en el ataúd. Lo máximo que hicieron fue colocar una sandía encima de la almohadilla, que un apuesto joven ganó como premio en dicho juego. Ese hombre vio a Evarista y se quedó prendado del lunar en su mejilla. Así tal cual se lo confesó, y la pretendida no tuvo más remedio que rendirse ante una mirada envuelta en el olor de las velas, el bullicio del público, y el tac, tac-tac, tac de las fichas. Se casaron y juntos tuvieron dos hijos y dos hijas. Por su parte, su marido tuvo un par de hijos más de otras dos mujeres más. No se supo si esa era la razón por la que Evarista le echó del domicilio conyugal. El caso es que un día de verano, el infiel encontró todas sus pertenencias formando un montículo fuera de su casa, entre ellas, su juego de mah-jong. Sin despedidas ni llantos, este se fue y nunca más se escuchó hablar de él.
Poco a poco, la nueva cabeza de familia tuvo que ir vendiendo las joyas de La Mestiza para pagar las deudas acumuladas con las abarroterías del pueblo. Eso sí, logró que todos sus hijos terminaran estudios superiores: dos ingenieros, una enfermera y una maestra. Toda una hazaña de toda una vencedora. Sus hijos la mimaron y la trataron como una reina hasta su último día con vida. A la excepción de Luisa.
La madre de Aya. Esa fue la indagación más dura y la que más coraje le exigió. Fue la única persona de su familia que retomó la lucha desde que se fueron los colonizadores. Pero no combatió contra personas, sino contra la ignorancia. Se hizo maestra. Al principio, Evarista estaba contenta, porque por aquel entonces, las profesoras, junto a las enfermeras y administrativas, eran “buen partido”. Pensaba que con lo guapa que es su hija, siendo profesional, y sin el peligro de intimidar a pretendientes, conseguiría un buen marido con quien formar una familia —una garantía de futuro. Pero Luisa siempre quiso ser profesora para enseñar niños que no pueden ir al colegio. La matriarca, pensando que era un idealismo pasajero, dejó de imponer su idea, convencida de que la más joven de sus hijas cambiaría de opinión con el paso del tiempo. Pero se equivocó. Coincidiendo con los primeros años de la dictadura, recién sacado el título de profesora, Luisa hizo la maleta y se fue para la sierra del Norte. Evarista estaba furiosa y le ordenó a no volver jamás.
Contrario a los cotilleos, su madre nunca empuñó un arma. Durante toda su estadía en la sierra, solamente enseñó a leer, a escribir, a sumar y a restar. Entre ese capítulo de su vida y el fin del régimen militar, se quedó embarazada y dio a luz a Aya. Nunca habló de su padre. Pero un íntimo amigo suyo dio de entender que murió en una redada de militares antes del nacimiento de la niña, con la que Luisa recorrió el país casi entero. Nunca estuvieron más de cuatro años en el mismo lugar. Es muy probable que en cuanto descubrió que las mujeres de su familia estaban malditas, Luisa quiso desafiar el destino viajando por todas partes, sin echar raíces en ningún sitio. Parece haber encontrado la batalla que pretende ganar.
Aya cerró el cuaderno donde tenía guardadas sus notas sobre las mujeres de su familia. Se quedó mirando el callo y la mancha de bolígrafo en su dedo anular. Sonrió, pensando que a diferencia de sus antepasados, no posee más belleza que la que refleja su escritura. Como traductora, hila puentes de entendimiento entre personas que no hablan el mismo idioma, quizás similar a lo que hace el bambú cuando conversa con las aguas. Hasta ese momento siempre se había sentido en paz con su vida, pero ahora, se veía con sus 28 años, sosteniendo el balance entre la persona que intenta encajar, y la que anhela ser libre y deambular por todas partes. Se dio cuenta de que se siente bambú y agua al mismo tiempo. Quería echar raíces, pero también recorrer y rellenar todo tipo de espacios y rincones.
4
Querida
mamá,
Pienso en nosotras como un bosque de bambú. Imagino las aguas que nos rodean, que fluyen, que se estancan, y otras que se secan. Pienso en el incansable meneo del viento caprichoso, capaz de sacudirnos de un momento a otro. Pienso en Malakas, pienso en Maganda, y después de haber conocido ligeramente las historias de nuestras mujeres bambú, ahora comprendo que no hay maldición. Sí, vi donde encontraron a Hunyango, visité la tumba de Doña B, pasé por donde se encontraba la antigua parcela de Iluminada, vi una foto de La Mestiza… Pensé en ti y en mí. Que todas somos Malakas y Maganda al mismo tiempo. Las del pasado, nosotras en el presente, y las que nos sucederán en el futuro, empezando por la criatura que llevo dentro. Nuestro encanto proviene de nuestra fuerza, cautivadora. No hay maldición, pero sí, un regalo de fortaleza, belleza y vitalidad que el resto intentó encerrar.
Como el bambú, bailamos al son del viento, aguantando hasta el más movido, el más escandaloso; damos cobijo a quien lo precise, alimentos a quien los necesite, sombra cuando el sol abrasa. Somos fuentes y guardianas de vida. ¿Sabías que el bambú es tan fuerte que se usa para construir casas? ¿Pero a la vez tan liviano que también sirve para hacer balsas? Que flotan y transportan, acercan y alejan… también he visto bambúes convertidos en lanzas. Que hieren. Pero sobre todo, como descendientes del bambú, poseemos el poder para calmar cauces revueltos y mareas enrabiadas, o incluso para cantar con la brisa y aligerar la soledad que le pesa al río.
Tu plántula, Aya.
KARESSA MALAYA RAMOS AGUIÑOT
Karessa Malaya Ramos Aguiñot, nuestra ganadora, en el centro |
Nací en Filipinas el 84, en plena transición democrática del país. Me pusieron ese nombre porque: 1) mis padres querían respetar las siglas KM (de Karl Marx) y, 2) significa 'Caricia de Libertad', algo que se anhelaba mucho en esa época.
Ganar este concurso es muy importante para mí, porque aunque ya llevaba escribiendo desde los 8 años, siempre lo había hecho en Tagalog y en Inglés. Solamente llevo tres años (intensivos) escribiendo en Castellano y, siendo un idioma que aprendí con 13 años, tengo muy poca relación con él. No tengo la misma soltura ni la misma confianza cada vez que navego sus mares completamente extraños y novedosos para mí. Sin embargo, lo disfruto porque me permite jugar. Siempre digo que encuentro mayor facilidad para expresar mis sentimientos en un idioma con el que no me han hecho mucho daño. Imaginaos: todo el bullying, los insultos, las heridas, las broncas, las mentiras, las más grandes revelaciones de mi vida, fueron lanzados a través del Inglés y Tagalog. AHORA, es cuando estoy empezando a vivir una vida más consciente y también más libre, en Castellano.
También me parece muy importante el hecho de poder decir que yo, una mujer racializada, he sido capaz de lograr un reconocimiento a través de mis escritos. Como migrante, es una manera de integrar y dar a conocer nuestra cultura aquí en España, al mismo tiempo que invita a las demás mujeres de la diáspora a participar más en este tipo de convocatorias. Es importante que se oigan nuestras voces también; es necesario, ya que nuestra convivencia (personas racializadas y no-racializadas) está cada vez más estrecha, y se hace fundamental que haya referencias variadas y de todas las partes posibles.
Agradezco
a AMMU por lanzar este tipo de iniciativas: por el incansable y valioso trabajo
que realizan todos sus integrantes para promover la escritura femenina, para
que así, todas tengamos la oportunidad de leer, y si no, crear, las historias
que echamos en falta, que normalmente, son justo las que buscamos para sentirnos
identificadas, acompañadas y empoderadas.
Karessa Malaya Ramos Aguiñot
EL SÍ DE LAS MUJERES
El 13 de noviembre, en el salón de actos de la fundación Ortega-Marañón se llevó a cabo el acto postergado de la presentación del número de marzo de Revista de Occidente, “El sí de las mujeres” que coordinó la presidente de AMMU María Luisa Maillard y en el que participó la socia Carmen Insausti.
El acto contó con la colaboración inicial de la actriz Isabel Arcos quien dio voz a María de Zayas y Sotomayor y a Virginia Wolf. Hubo un interesante debate en el que intervinieron Fernando Rodríguez Lafuente, María Luisa Maillard, Natalia Velasco y José Lasaga. Se debatieron asuntos como la necesaria diferencia entre espacio privado y espacio público; el riesgo de introducir la ideología en el feminismo; el espinoso asunto de la igualdad y la diferencia; e incluso el tema del perdón como medio de romper la cadena de la venganza, fruto de la irreversibilidad de la acción.
María Zambrano en la voz de María Luisa Maillard, Carmen Martín Gaite en la de Natalia Velasco y Hanna Arendt en la de José Lasaga, estuvieron muy presentes en la sala.
Para terminar el acto, María Luisa Maillard
leyó un texto sobre la situación de la mujer en la Venezuela de Nicolás Maduro,
escrito por Carmen Insausti, quien no pudo estar
presente.
Isabel Arcos, actriz, dramatizó sendos textos de María de Zayas y Virginia Woolf |
Natalia velasco, María Luisa Maillard, Fernado Rodrígues Lafuente y José Lasaga |
En el ámbito de colaboración de las asociaciones pertenecientes a FEMU y, a instancias de Ana María Venegas, presidenta de AMUB, María Luisa Maillard impartió una conferencia vía zoom sobre la “Movida” madrileña de los años 80, bajo el título “Luces y sombras de la Movida madrileña”. Fue un agradable encuentro que esperamos tenga continuidad.
Nuestra presidenta, María Luisa Maillard, vía Zoom |
https://us02web.zoom.us/j/8695208434?pwd=Q09wc3JBYWtidVdCWUdkTmVzZFkrdz09
ID de reunión: 869 520 8434
Código de acceso: 4hawm8
Misericordia, escrita y publicada en 1897, es una de las mejores obras de Galdós. Testimonio de su desilusión ideológica ante el fracaso de los objetivos regeneracionistas que el soñaba en la clase media, tiene en el pueblo su máximo protagonista. Galdós es el pintor literario del Madrid decimonónico que recrea a lo largo de toda la novela: sus calles, sus barrios más populares, los cafes y las tabernas, los figones y casas de dormir, los cajones comerciales de algunas plazas, los oratorios e iglesias, los cementerios... Y junto a ello una magnífica colección de personajes que se mueven de lo real a lo imaginativo, de lo tangible a lo simbólico en una cuidada mezcla que se extiende a través de toda la obra.
Centrada en la figura del funcionario cesante Ramón Villamil, posición de gran actualidad en aquel momento de alternancia de partidos políticos, Miau nos narra la historia de tres mujeres empeñadas en vivir por encima de sus posibilidades, y la de un niño enfermizo que ve a Dios en sus sueños, y la de un hombre sin escrúpulos que triunfa a pesar de su conducta inmoral… Así, a través del descenso a los infiernos de la burocracia del funcionario Ramón Villamil, despedido poco antes de poder disfrutar de su jubilación, los diversos hilos argumentales del relato son anudados con mano maestra y desembocan en un final esperpéntico, a la vez trágico y caricaturesco. Sátira implacable del Madrid burocrático de la época, "Miau", publicada en 1888, es una de las más grandes novelas de Benito Pérez Galdós, y se convierte en un magnífico alegato contra el mundo cerrado y agobiante de la España de la Restauración. De Miau podríamos decir que plasma un decisivo punto de inflexión en la preocupación casi obsesiva que sintió Galdós desde sus inicios como escritor por ocuparse de los males de España y de sus soluciones, novela con la que consiguió una de sus obras más complejas y logradas.
LAS OBRAS DE DON BENITO PÉREZ
GALDÓS HAN PASADO A DOMINIO PÚBLICO; PODÉIS DESCARGAR ESTAS DOS NOVELAS EN FREE
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LAS OLVIDADAS DE “LAS SIN SOMBRERO”
MARÍA
LUISA MAILLARD
Hay
personajes históricos que tienen mala suerte. Su perfil no coincide con la
ideología dominante —hoy diríamos con lo políticamente correcto— y son
relegados, en todo o parcialmente, al baúl de los recuerdos. Las mujeres
sabemos mucho de esto, aunque no somos las únicas. En nuestros pagos tenemos la
figura de Pedro Calderón de la Barca, que tuvo la mala suerte de vivir en el
barroco español de la contrarreforma y su figura quedó muy lejos de la
visibilidad que obtuvo Lope de Vega. En época más reciente el mayor filósofo
español Don José Ortega y Gasset fue relegado de la Universidad hasta bien
avanzados los años ochenta del siglo XX porque no comulgó con ninguno de los
dos bandos de la Guerra Civil española, al igual que le sucedió a uno de
nuestros más grandes prosistas de la época, Chaves Nogales, por mencionar sólo
dos ejemplos flagrantes.
La
censura expresa, que también hemos vivido en la reciente historia española del
franquismo, acaba siendo más benigna con las figuras censuradas que con las
simplemente obviadas de épocas en las que no existe oficialmente censura. Es
habitual que sufran vaivenes: del silenciamiento a la exaltación, según cambian
las tornas políticas; pero también, el hecho bruto de la censura provoca
contestación, aun en épocas difíciles —no olvidemos los homenajes a Antonio
Machado en los años sesenta del franquismo—. Las figuras de los “omitidos” en las
actuales democracias suelen ser más precarias y no es infrecuente que no
lleguen a alcanzar visibilidad.
No
debería suceder así en el caso de las figuras femeninas porque está en nuestra
tradición el haber sido históricamente relegadas por causas ideológicas y
deberíamos por tanto tentarnos la ropa a la hora de considerar a las de nuestro
género por motivos que no se refieran exclusivamente a su valía personal. Es
por ello que iniciamos esta sección para hablar de aquellas mujeres de
principios del siglo XX que no parece haber sido consideradas dignas de ser
tenidas en cuenta como mujeres “invisibilizadas” por el machismo patriarcal. El
proyecto transmedia (TV. Internet, publicaciones en papel) de “Las sin
sombrero”, que arrancó en el año 2014 tenía por objetivo recuperar y divulgar
el legado de las mujeres de los años 20 y 30 que se desvincularon del prototipo
de la época, fruto del “esencialismo biológico, junto al patriarcado respaldado
por la Iglesia”. Es obvio que la lista de las “sin sombrero” no podía abarcar a
todas las mujeres que descollaron en la época y se centró en algunas figuras de
la Generación del 27, las más de ellas reconocidas como Rosa Chacel, María
Zambrano, Ernestina de Champurcín, Maruja Mallo o Ángeles Santos; pero asombra
que haya mujeres que parecen haber sido desestimadas desde el principio, a
pesar de su lucha por los derechos de las mujeres, ya por ser mujeres de
intelectuales ilustres, ya por pertenecer a una cierta clase social. Es el caso
de las mal llamadas “maridas” y de las genéricamente denominadas
como “condesas”; por no hablar de aquellas que, pertenecientes por generación
al 27, desarrollaron su labor ya en el franquismo. Por varias razones, la
irrupción de estas mujeres en el espacio público, ya desde principios de siglo,
es un dato imprescindible para completar el cuadro de la evolución de la mujer
en la España previa y posterior a la proclamación de la República y orientar el
camino de la mujer del siglo XXI.
ZENOBIA DE CAMPRUBÍ
MARÍA LUISA MAILLARD
Iniciamos
esta sección para hablar de algunas de estas mujeres y vamos a comenzar por una
mujer, cuya vida y obra ya nadie puede alegar desconocer, después de la
reciente publicación de Epistolario II
y Zenobia Camprubí. La llama viva,
cuya editora y autora respectivamente es Emilia Cortés Ibáñez.
Poco se sabía de Zenobia Camprubí cuando en el año 2002 Emilia Cortés comenzó a investigar sobre su figura: que la llamaban “la americanita” por su ascendencia materna, que ayudaba a su marido Juan Ramón Jiménez, corrigiendo sus textos, ocupándose de su correspondencia y de sus relaciones con los editores; y que apoyaba la economía familiar traduciendo. Una figura desvaída a la sombra gigantesca de Juan Ramón Jiménez. El apelativo despectivo de “las maridas” con el que se calificó a tantas mujeres, que en los años 20 participaban en el asociacionismo femenino y estaban casadas con intelectuales de prestigio, no dejó indemne la figura de Zenobia, identificándola posteriormente y, desde una ideología contraria, como una de las víctimas del machismo de la época.
Nada
más lejos de la realidad. Zenobia era una mujer culta, emprendedora, reflexiva,
de firmes convicciones y con apetencias intelectuales desde temprana edad. Una
mujer que eligió libremente su destino, al unirse a Juan Ramón Jiménez, ya con
28 años, después de estar convencida de que “yo soy la clase de mujer que no se
casa” y, a pesar de la oposición de su familia. Cambia de opinión porque entiende
que el trato entre el hombre y la mujer llega a la plenitud cuando tienen
intereses comunes que compartir. Ella comparte los intereses intelectuales de
Juan Ramón, colaboran en la traducción de la obra completa de Rabindranath
Tagore y de otros poetas anglosajones; pero en lo que se refiere a sus
iniciales inclinaciones literarias —que vierte en su abultado epistolario y en
sus diarios—, llega a la conclusión de que nunca podrá alcanzar la excelencia
de Juan Ramón y que es una opción mejor apoyar su obra.
Esta
decisión consciente, de la que nunca se arrepentirá —“aparte de querernos, con
nadie lo pasamos tan interesantemente como el uno con el otro”—, no le impidió,
como veremos a continuación, seguir con su vida, con sus variadas actividades y
con su libertad, expresada en estas palabras a su amiga y confidente María
Martos, pocos meses antes de su enlace con Juan Ramón: “yo soy un potro cerrero
del oeste, que no quiero más que llanuras verdes para correr a mis anchas y
pacer a mi gusto”.
Es
larga la lista de actividades a las que se dedicó y que no interrumpió con su
matrimonio. En el terreno social, comienza en 1909, a su vuelta de una estancia
de cinco años en Nueva York. La familia se instala en La Rábida, donde el padre
había sido nombrado para dirigir las obras del puerto, y Zenobia instala una
escuela para niños, intentando introducir cambios en la obsoleta pedagogía de
la época. En 1919, ya casada, funda con María de Maeztu y Rafaela Ortega la
asociación “La enfermera a domicilio” para atender a la las madres y niños
necesitados. Al estallar la guerra, ella y Juan Ramón se ocupan de 12 niños huérfanos,
a los que seguirán atendiendo en su exilio americano.
En
el terreno cultural y asociativo, ya integrada en el ambiente krausista de la
sociedad madrileña y en las actividades de la JAE, forma parte en 1918 de la
Asociación Feminista Política-Económica, germen de la Juventud Universitaria
Feminista que dio lugar a la Asociación Española de Mujeres Universitarias.
Posteriormente será secretaria del Comité de becas para mujeres españolas en Estados
Unidos y en 1926 colaborará en la fundación del Lyceum club, del que será secretaria y al año siguiente se
convertirá en la Presidenta internacional de los Lyceums, que englobaban a 34 países.
Su
faceta emprendedora se inicia también a su vuelta de Nueva York en 1909 con el
proyecto de vender artesanía popular de España y Portugal a Estados Unidos. Esa
actividad desemboca en la Tienda Arte Popular que enriquece con deshilados,
bordados y tejidos para lo que crea cinco talleres de bordados, en los que
introduce “el punto moruno”, a imitación del dibujo de un plato africano que le
regalaron. Finalmente se introduce en el negocio inmobiliario de alquiler de
casas antiguas que amuebla personalmente. Con el tiempo, decorará el Parador de
Gredos y en 1932 la Casa de las Españas en la Universidad de Columbia, lo que
dará lugar a su nombramiento como representante oficial y miembro honorario del
Instituto de las Españas. En 1935 decorará el Parador de Ifach.
Estas
actividades se interrumpen con el estallido de la Guerra Civil. Las cinco
semanas que pasa el matrimonio en Madrid son calificadas por Zenobia como “las
más atroces de mi vida”. Teme por la vida de Juan Ramón, que ha sido amenazado,
y es ella la que decide un exilio que durará toda su vida. Manuel Azaña les
facilita la salida, nombrando a Juan Ramón agregado cultural honorario en
Washington. En el terreno intelectual, y ya en un difícil exilio, aparte de su
labor de traductora y de apoyo a la obra de su marido, Zenobia decide cumplir
su sueño de completar académicamente su formación y estudia bachillerato en la
Universidad de Miami. Poco después inicia su actividad como profesora y
conferenciante en las universidades de Maryland y Puerto Rico. En 1953, tres
años antes de su fallecimiento, ya enferma y con su marido sufriendo fuertes
crisis depresivas, publica Juan Ramón y
yo y organiza la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez, que les ha cedido la
Universidad de Puerto Rico, después de que el matrimonio les donase su
biblioteca. Muere sabiendo que su marido ha sido galardonado con el Premio
Nobel y éste la acompaña apenas dos años después.
El
retrato final de una mujer emprendedora y lúcida, que se introduce en los
principales focos del asociacionismo femenino de la época, en el mundo de los
negocios y en el mundo intelectual, a través de su labor de traductora de Rabindranath
Tagore, se aleja definitivamente tanto del tópico de “marida” como del de
víctima de un machismo patriarcal.
MARÍA
LUISA MAILLARD
SOROLLA
FEMENINO PLURAL
PILAR RUBIO LÓPEZ
Sorolla, el pintor que admiró las cualidades femeninas y que con la maestría de su paleta mostró al mundo el valor de las mujeres y su belleza, ha inspirado esta vez a las comisarias Consuelo Luca de Tena y Lorena Delgado Bellón para reunir en la Casa-Museo Sorolla de Madrid una magnífica muestra abierta al público hasta el 10 de enero de 2021.
La imagen femenina siempre estuvo presente
en la obra del pintor, quien retrató a las mujeres de su familia y, como buen
cronista de la sociedad, dibujó con su pincel a muchas mujeres pertenecientes a
la nobleza y a la aristocracia, en la majestuosidad de sus salones o en escenas
de vida cotidiana, posando en jardines adornados con flores o sorprendidas a la
orilla del mar.
Mesalina en brazos del gladiador, Joaquín Sorolla, 1886 |
A lo largo del recorrido de la exposición,
el espectador quedará impresionado por los modelos femeninos que encarnan el
estilo de una época. Y percibirá, sin duda, el respeto con el que el pintor
retrató a mujeres exhibiendo su sensualidad, concentradas en su trabajo o
posando relajadas con la única intención de manifestar su condición social.
Estructurada en secciones, la exposición
recrea a las mujeres cuyos estereotipos eran comunes en el arte y en la
literatura de la época. Así, la muestra arranca con los desnudos femeninos
realizados en la etapa juvenil del pintor, con un pretexto histórico o
mitológico, y con un erotismo refinado como se aprecia en el cuadro Mesalina
en brazos del gladiador. No faltan en la exposición las odaliscas orientales,
como recordatorio del Romanticismo, y los desnudos femeninos, cuyas modelos
posaban al natural en el estudio del pintor, obras de una gran sensualidad y
belleza, como se puede apreciar en Desnudo de mujer.
Desnudo de mujer, Joaquín Sorolla, 1902 |
Sorolla sale a la calle y retrata modelos de
mujeres del mundo rural, en escenarios campestres o en escenas costumbristas, donde
recrea a la mujer en el ámbito doméstico; o también a esas mujeres abandonadas
y caídas, que encarnan el realismo social, como en Trata de blancas,
pero mostradas al público en toda su dignidad.
Pescadoras valencianas, Joaquín Sorolla, 1915 |
La mujer mediterránea y trabajadora está
representada en varias obras, como Pescadoras valencianas, esposas que
esperan a los maridos que llegan del mar con el pescado que sustentará su
economía y sus vidas, o que juguetean con sus hijos en la playa. También han
sido seleccionados para la exposición retratos de mujeres andaluzas de una gran
belleza, como María la guapa.
María la guapa, Joaquín Sorolla, 1914 |
Termina la muestra con retratos de mujeres elegantes, representativas de la aristocracia y de la burguesía, retratadas con profusión de joyas y encajes, como María de los Ángeles de Beruete y Moret; y también con retratos de mujeres denominadas “modernas”, profesionales que querían ser libres y vivir de su trabajo, sin la tutela del padre o del marido. El pintor tuvo una relación de amistad con estas mujeres, como la actriz María Guerrero, o como la cupletista Raquel Meller, quien cierra la exposición con su vestido blanco, en el que se aprecian reflejos malvas y azules que resaltan su feminidad.
El Museo Sorolla de Madrid es en sí mismo un
lugar bello y acogedor que encierra entre sus paredes retazos de la vida de una
familia inmersa en el arte y en la cultura. La exposición Sorolla Femenino
Plural contribuye a magnificar su belleza.
PILAR RUBIO LÓPEZ
¿ARMONIZAR? ARMONICEMOS
ISABEL BANDRÉS
La realidad es muchas veces incomoda, incluso puede ser aterradora,
por lo que procurarnos sortearla e imaginar una realidad paralela hecha a nuestra
medida. Si esto nos sucede al común de los mortales, en las altas esferas de la
política la recreación de mundos irreales es hoy una tarea primordial. A veces,
una se pregunta si deliran. Tranquilidad, no deliran. Solo quieren
llevarnos a su huerto donde cultivan con deleite “la verdad” mediática y cuando
no lo logran, ignoran la realidad de los acontecimientos. Los emigrantes en
Canarias ¿Qué emigrantes? Los muertos por la pandemia ¿Qué muertos? El apoyo de
Bildu ¿Quién es Bildu? El cupo Vasco y Navarro ¿Qué cupo?
Los impuestos en Madrid. Armonización, faltaba más.
Me encanta armonizar. Suena a paz y serenidad en un mundo tan sosegado como igualitario. Estupendo, yo me apunto. Y hagamos con este asunto, como los políticos, demagogia salpimentada con populismo. Podemos empezar por extender en todas las comunidades el concierto fiscal vasco/navarro, pero sobre todo el cupo (la cantidad que tienen que entregar al Gobierno Central de los impuestos recaudados) que es objeto cada año de negociaciones opacas. Y armonicémonos también con Canarias, Ceuta, Melilla y Baleares que por su situación geográfica tienen también, como es lógico, una serie de diferencias fiscales con el resto de España. Armonicemos, de paso, la cantidad que el Gobierno Central le va a entregar a Cataluña vía Presupuesto Generales del Estado, el 19,1 % que supera por primera vez el porcentaje del PIB que representa esta comunidad dentro de España. Aragonés, el President en funciones, está feliz: “Es una cifra —dijo—, totalmente excepcional”. Muy bien, yo me alegro porque con la armonización todas las demás autonomías recibirán una inversión directa del Estado que, rememorando a Aragonés, será “totalmente excepcional”.
Es tan fácil hacer demagogia y populismo: cuatro brochazos de
pintura gruesa y unas cuantas palabras dirigidas a las emociones básicas del
público. Es lo que hizo Rufián cuando se dirigió a los ciudadanos desde la
televisión con estas palabras: “Esto que
voy a anunciar es solo parte de lo acabado y negociado: acabar con el “dumping”
fiscal de Madrid y fin al control financiero de la Generalitat de Cataluña”.
La contradicción es palmaría. Nuestros privilegios diferenciales, vino a decir,
se mantienen y se intensifican, pero los que no nos gustan de otros territorios
se quitan.
Insistió mucho sobre el impuesto sobre el patrimonio, ese mismo
impuesto que eliminó Zapatero en 2008 y volvió a implantar Rajoy en 2011 para
hacer frente a la crisis económica del momento. El mismo impuesto que ya no
existe en la mayoría de los países de nuestro entorno. Solo se mantiene en
Noruega y Suiza; desde 2017 en Francia solo se grava con este impuesto las
viviendas de más de 1,3 millones de euros. Que Madrid haga “dumping” fiscal (un
delito) es falso y tampoco es un paraíso fiscal. El Gobierno de Madrid utiliza
los márgenes fiscales que le otorga la legislación vigente, tanto en impuestos
propios o cedidos (patrimonio, donaciones, trasmisiones, y actos jurídicos)
como en el IRPF autonómico. Y eso mismo hacen las otras autonomías que si no
copian el modelo de Madrid, es por propia voluntad.
Y a pesar del derecho de las Autonomías a marcar la diferencia en muchas materias, yo estoy por la armonización basándome en el principio democrático de que cada ciudadano debe tener los mismos derechos y las mismas oportunidades viva en Soria, en Barcelona o en Madrid. Algo que los nacionalismos niegan, ellos ponen el acento en los derechos territoriales y no en los derechos del individuo. Armonización, sí. Pero armonización ética, la que mejora la vida de los ciudadanos, sobre todo la de los más desfavorecidos.
Estamos en un momento, en el que el poder político (Gobierno y oposición) han olvidado que la ética de la política se funda exclusivamente en los deberes que el Estado tiene hacia los otros y que es obligación de los poderes públicos garantizar la política social de un país. Muy al contrario, nuestros gobernantes hacen dejación de sus obligaciones y colocan esa pesada carga sobre los hombros de los diferentes grupos sociales: personal sanitario, profesores, autónomos, pequeños propietarios, funcionarios, familias… en vez de incrementar el gasto público en sanidad, educación, vivienda pública, ayudas a autónomos y tecnología. No basta con legislar, las ayudas deben llegar y los proyectos deben cumplirse. En Alemania durante 2019 el gasto en la sanidad pública representó el 19,88% del gasto público total, el 9,7% del PIB. Es decir 4.099 euros por habitante. En España, en la misma fecha, el gasto en sanidad supuso el 15,28% del gasto público total, es decir el 6,3% del PIB, lo que supone 1.690 euros por habitante. En España existe 1 vivienda pública por cada 100 habitantes cuando la media en Europa es de 4. Bruselas con 12 viviendas sociales por cada 100 habitantes y Austria con 10 son las que más invierten en vivienda pública. España la que menos, 26 euros por habitante. Esperemos que los nuevos Presupuestos demuestren que los ciudadanos sí les importamos y el gasto social esté en la media de lo que gastan los países de la Unión Europea y, sobre todo, que lleguen al pueblo y se gestionen bien. Ya sabemos que el papel lo aguanta todo, el problema está en pasar a los hechos.
Época desilusionante es está en la que nos ha tocado vivir. El
Gobierno no se lleva bien consigo mismo y la oposición está congelada esperando
no se sabe qué para activarse. No basta con decir a todo que no. Hay que
trabajar, presentar enmiendas de ley, razonar y tener un proyecto ilusionante. La
oposición tiene el deber de hacer todo lo posible por preservar nuestra
democracia, de facilitar las políticas sociales y de vigilar que se cumplan.
¿Alguna esperanza en el horizonte? Visto lo
visto hasta ahora, solo nos queda el estoicismo activo o como escribía el gran
pensador italiano, Norberto Bobbio: “Ni
esperanza ni desesperación. Hoy en día son necesarias más que nunca la
prudencia y la paciencia, rechazando la tentación del todo o nada “.
ISABEL BANDRÉS
Quino
Las relaciones amorosas ocupan una parte importante de nuestra vida y son fuente de grandes satisfacciones, así como de buenas dosis de frustración. En el momento en que una crisis de pareja se desencadena, comienzan a aparecer frases, comportamientos, opiniones, que sorprenden tanto al que las escucha como al que las dice. La desilusión, el aburrimiento, la falta de deseo, el agotamiento de un proyecto de vida en común, deriva en interminables discusiones sobre quién hizo más por la relación o sobre quién es culpable de la situación actual.
Sin darse cuenta,
ir a comer los domingos a casa de mamá y papá se fue convirtiendo en una
obligación ineludible, de manera que saltarse una vez esta rutina requería
sólidas justificaciones, siempre insuficientes. Sin darse cuenta, cada
uno de los integrantes de la pareja fue abandonando las relaciones con sus
amistades para estar más tiempo juntos. Las recriminaciones expresadas nos
muestran que se trataba menos de una ofrenda al amor que de la instalación de
un férreo sistema de control recíproco.
Sin darnos cuenta,
descuidamos trabajos, estudios, proyectos, para gozar más tiempo de una vida
con el partenaire o estamos todo el día trabajando para escapar del
malentendido entre ambos.
El
caso es que poco a poco fueron encerrando el mundo entero en la pareja y cuando
acabaron con esta ingente tarea -en la creencia de que el mundo puede caber en
esa unión-, avanzaron hasta perder la pareja y ahí caer en la cuenta de que estaban perdidos del
mundo.
Se
podría decir que han despertado de un letargo rutinario, pero todavía no saben
de qué sueño o a qué pesadilla.
Hartos
de discutir sin que la discusión llegue a producir cambios en la situación que
están viviendo y agotados por el enquistamiento de las posiciones, deciden
darse una última oportunidad y acuden a la consulta de un especialista deseando
"aparentemente" resolver si siguen juntos o se separan. Digo
"aparentemente" porque con frecuencia llegan, después de varios años
de convivencia, a decidir si empiezan a conocerse o siguen igual, si es que los
dos aceptan y/o soportan seguir igual.
En
ocasiones, asisten cargados de desconfianza plenos de resentimiento, con ganas
de denunciar y muy pocos deseos de denunciarse, aferrados cada uno a su visión,
disparando frases repetidas y otras producto de la posibilidad de hablar ante
un testigo desinteresado, es decir, un testigo que, ante las historias que le
relatan, no tiene más interés que cumplir con su función: abrir un espacio de
escucha sin prejuicios para que los consultantes, a partir del reconocimiento
de sus singularidades, puedan construir un vínculo que no sea una sumatoria,
sino algo nuevo producido entre uno y otro.
Dejando
en claro que las intervenciones nunca son reglas universales, los tratamientos
psicoanalíticos no garantizan que una pareja siga unida, pero sí que si lo
hacen ya no sea por el miedo a separarse. Y si deciden por la separación, que
lo hagan de una manera civilizada.
Ahora
que se acercan épocas festivas, aunque restringidas por la situación mundial
que estamos viviendo, es un buen momento para dedicar algún tiempo a aceptar
que ver todos los días al otro, a la otra, no implica que lo conozca. Gozar de
las diferencias en vez de sofocarlas o despreciarlas como si fueran un
defecto, puede ser un sendero digno de
ser recorrido.
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