BLOQUES
MARÍA LUISA
MAILLARD
En
1992, después de la caída del muro de Berlín, Fukuyama, en un polémico libro, El fin de la historia y el último hombre,
pronosticaba el fin de las ideologías contrapuestas y, por tanto, el fin de la historia
tal como la conocemos. Había finalizado la política de bloques implantada en la
denominada “guerra fría”, entre el bloque liderado por la Unión Soviética y el
encabezado por Estados Unidos.
¿Cuál
es la situación 32 años después? Se diría que la globalización y la tecnología
iban a echar una mano a Fukuyama en su ilusorio pronóstico. También los avances
imparables del progreso se llegaron a pensar como un freno al nacionalismo,
pero no parece haber sido así. Han contribuido, en efecto, a homogeneizar a la
población, pero no han afectado ni al fin de las ideologías, ni al fin de la
política de bloques enfrentados.
Las recientes elecciones en nuestra hermana Venezuela han puesto negro sobre blanco algo que ya estábamos empezando a conocer: sin apenas darnos cuenta y ante nuestros propios ojos, se han ido formando dos nuevos bloques antagónicos.
En
Venezuela se ha producido un obvio fraude electoral. Unas elecciones en las que
la libertad de muchos había sido coartada y se habían sufrido presiones y
violencia, se habían celebrado ante el alborozo y la multitudinaria
participación de la población. La decepción llegó pronto. Maduro, que ha sumido
a su pueblo en la miseria y el terror más extremos, proclama una victoria sin
actas —aún no las ha entregado— y, al día siguiente, ante nuestro asombro,
algunos periódicos y televisiones españolas le proclaman presidente electo
democráticamente.
La
oposición venezolana ha sacado a la luz el 83% de las actas que ha logrado
custodiar, donde se confirma que el opositor Edmundo González obtiene más del
70% de los votos a pesar de que, de los 8 millones de venezolanos exiliados,
sólo se les permitió votar a unos 160.000. Es el ganador indiscutible. Maduro
denuncia una confabulación fascista, un golpe de estado. Nuestro presidente
calla, y una de sus ministras no denuncia el fraude y la represión posterior en
Venezuela —más de 24 muertos y miles de encarcelados. De nuestro país hermano,
sólo se le ocurre denunciar a los diputados del PP —tildados en múltiples
ocasiones de derecha extrema—, que fueron invitados como observadores y
expulsados por Maduro.
Se
van posicionando los bloques.
A
la cabeza de uno de los bloques, gobiernos totalitarios o fundamentalistas como
China, Rusia, Irán, Cuba y Bolivia reconocen a Maduro.
Del
otro lado, los gobiernos democráticos como Estados Unidos y la mayoría de los
países hispanoamericanos denuncian el fraude electoral y no reconocen la
victoria de Maduro.
Europa,
como es habitual se mueve como un elefante, con lentitud; aunque con el
transcurrir de los días empieza a endurecer su postura y sus organismos
internacionales exigen a Maduro que entregue las actas. España se suma
finalmente a la petición europea, pero ningún representante del gobierno
participa en la multitudinaria manifestación en la Puerta del Sol, convocada
por la oposición venezolana.
¿Dónde
se está situando el gobierno de España? ¿Qué dudas tiene sobre el obvio fraude
electoral? ¿Por qué ha tardado tanto en manifestarse y lo hace tímidamente por
la presión internacional? La obviedad del resultado, la política de terror que
ha desarrollado Maduro posteriormente a las elecciones —encarcelamientos
arbitrarios, muchos de ellos de menores, señalamiento de las casas donde
residen supuestos sospechosos, violencia extrema…—, ¿de qué lado está? ¿En qué
lugar nos sitúa a la población española? ¿Por qué no habla Zapatero, que ha
compartido campaña con Pedro Sánchez codo con codo y está intentando que no se
publiquen las actas?
Desde hace dos legislaturas tenemos el gobierno más feminista de la historia, al menos el que hace más alarde de feminismo, incluido el gobierno anterior de Zapatero. ¿Qué destino están sufriendo las mujeres y los homosexuales en el bloque que se niega a condenar a Maduro?
Nuestras
democracias no son perfectas —no lo es nada en el mundo de los hombres—, sus
deficiencias, sus abusos, sus errores, sus desigualdades son denunciados con
acritud y ensañamiento por un amplio sector de nuestros ciudadanos, muchos de
los cuales extienden sus críticas hasta las mismas raíces de nuestro proceso
civilizatorio y nuestra cultura occidental, acusadas de “logocéntricas”. No hay
voces en el otro bloque, sólo silencio. ¿No hay corrupción?, ¿no hay
arbitrariedad?, ¿no hay injusticias?, ¿no hay represión? Solo silencio y terror.
¿De qué lado queremos estar?
Como
dice Adam Zagayewski, que ha pasado su infancia y juventud en el antaño bloque
totalitario soviético, las democracias no son perfectas; pero mantienen
resquicios de libertad individual y seguridad de sus ciudadanos. Fuera, sólo un
muro de cemento, salpicado de sangre.
MARÍA LUISA MAILLARD
LA
REALIDAD MÁGICA Y EL POPULISMO POLÍTICO
ISABEL
BANDRÉS
La
realidad no está de moda, lo último de esta temporada es el realismo mágico.
Una especie de trampantojo que se coloca a modo de disfraz a las cosas o
acontecimientos que no nos gustan. Por ejemplo: una boñiga de vaca bien
disfrazada puede parecernos un plátano o una naranja, pero realmente, siempre
será una boñiga de vaca. Se habla mucho, últimamente, de solidaridad e igualdad
cuando España, según el índice de Gini, es uno de los países de la UE con más
desigualdad social. Algunos de nuestros políticos aseguran que esa desigualdad
será menor con el concierto sobre materia fiscal que el Gobierno está
preparando para Cataluña. Esa especial financiación, una especie de cupo vasco
y navarro, parece que va a ser un abracadabra que va a solucionar todos los
males de este país.
Lo
malo es que la realidad es persistente y siempre hay expertos que se empeñan en
mostrarla. Ángel de la Fuente, director de Fedea (Fundación de Estudios de
Economía Aplicada) y uno de los mayores expertos en financiación autonómica,
alerta: “Si Cataluña reduce su aportación a la caja común del Estado y al
sistema de financiación autonómico, habrá menos para repartir… La magia no
funciona. Si unos tienen más, otros tendrán menos. Habrá que subir los
impuestos o reducir el gasto de las comunidades autónomas. Se deteriorará el
Estado de Bienestar, no de un día para otro, pero será de menor calidad”. Los
Inspectores de la Hacienda Pública dicen lo mismo. Pero desde el Gobierno y desde
sectores del independentismo catalán, se alzan voces defendiendo que si
Cataluña recibe 22.000 millones (los cálculos que se hacen son precarios) al
año más y se restan a las otras comunidades, se está luchando por la igualdad y
por la justicia social en toda España. Cosas del sortilegio del populismo: no
importan los datos ni los hechos ni las reflexiones de los expertos. Lo que
realmente cuenta es el relato, son las palabras con las que se cubre la
realidad y se mantiene la adhesión de los fieles creyentes y votantes.
Hay
en el ambiente una corriente de melancolía, un sentimiento de fracaso
generalizado, de escepticismo y, lo que es peor, de desánimo ante el futuro. Me
pregunto si no estaremos en el inicio de un retorno —como indicaba el político
y filósofo francés Kojéve—, a la animalidad. Las sociedades de hoy se han
instalado en el consumismo salvaje de cosas, redes sociales, arte, erotismo,
información e ideas vacías de todo valor. Nos hemos convertido en esnobs
superficiales que seguimos, sin saberlo, cualquier consigna y a cualquier
diosecillo con tal de “ser alguien o pertenecer a algo”. No hay más que ver
como Puigdemont y sus bufonadas siguen arrastrando a sus seguidores. Nos
conformamos con la frivolidad y lo superficial. Atesoramos baratijas y morralla,
en vez de pensamiento recio y valores sólidos. Nos adherimos a los líderes
hasta convertirnos en robots sin sustancia propia. Pensamos lo que ellos, los
políticos y sus voceros, dicen que pensemos. Lo peor, es que la simbiosis
inducida es tal que no nos damos cuenta. Nos envilecen y nosotros nos dejamos
envilecer pensando que estamos en la senda del bien y de la justicia social. Hannah
Arendt en La mentira en política, escribió: “Mentir constantemente no
tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que
nadie crea en nada… Un pueblo que no puede distinguir entre la verdad y la
mentira no puede distinguir entre el bien y el mal… Con gente así, puedes hacer
lo que quieras”.
Las
democracias andan alicaídas. No hay más que observar cómo va el mundo. Uno de los
pilares que sostiene una democracia es la cohesión social. A más igualdad entre
los ciudadanos mayor ligazón social, menos enfrentamientos y más acercamiento
entre los ciudadanos. Y no es retórica, está demostrado. Cuanto menor sea la
brecha económica entre los diferentes territorios más justicia social y, por lo
tanto, más afinidad entre las comunidades. Pensar que el cupo vasco-navarro o
el nuevo concierto catalán, cuando se apruebe si es que se aprueba, son
elementos de cohesión y de igualdad entre los españoles es una idea delirante.
No
tenemos motivos para la esperanza. En una sociedad tan polarizada como la
nuestra y con tantos partidos defendiendo “sus” intereses, es difícil
ilusionarse. ¿Y qué hacemos? Esperar y aprender a pensar, abrir los ojos y
examinar la realidad por dura que sea y taponar los oídos a las quimeras
políticas. En suma, aprender que una boñiga de vaca es una boñiga de vaca, que
el cupo vasco es una anomalía discriminatoria y que el concierto catalán, por
lo que ahora se sabe, va ahondar las desigualdades entre los territorios y los
españoles. Lo dicen la realidad y los expertos. Ah, sería bueno no creer en los
prestidigitadores de cualquier ideología o pelaje y aceptar que la vida es dura
y que los milagros no existen.
ISABEL BANDRÉS
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
40.
LA LECTURA COMPARTIDA.
DOS
MUJERES LEYENDO JUNTAS.
INÉS
ALBERDI
Muchas
veces los retratos presentan a dos mujeres leyendo juntas. Leer es una
actividad cotidiana y aceptada en la que los artistas sorprenden a las mujeres.
La lectura compartida entre dos mujeres es un tema frecuente en la pintura del
XIX y del XX. Leer y comentar algo, estar leyendo a la vez el mismo libro,
enseñar a las otras lo que se lee, sugiere ideas de cercanía, de amistad o
fraternidad entre las retratadas.
Con
frecuencia son imágenes que representan dos mujeres que a la vez que leen
parecen estar comentando entre ellas aquellos libros o revistas que miran en
común.
Henry Manguin, Francia (1874-1949) Las estampas, 1905 Museo Thyssen Bornemisza |
Henry Caro-Delvaille, Francia (1876-1928) Mujeres leyendo, 1910 Colección particular |
George d'Espagnat, Francia (1870-1950) Dos niñas leyendo en un banco (Blanche y Alice Viau, ca. 1903 Colección particular |
A
veces, estas poses parecen indicar que una lee para la otra. Una de ellas lee y
la otra parece más libre de expandir su imaginación sobre el mensaje del libro.
Ivan Gregorovitch Olinsky, Estados Unidos (1878-1962) Leyendo poesía, s/f. Museo de Indianápolis |
Edmon Francoise Aman-Jean, Francia (1858-1936) Intimidad, 1901 Museo de la Chartreuse de Douai, Francia |
Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919) Lectura, 1918 Colección particular |
El poner un libro o un grabado en las manos de una de ellas comienza a ser utilizado como recurso en el XVIII en los retratos de las hijas de familias nobles inglesas. Y hay toda una continuación de esta moda.
John Gwen, Gran Bretaña (1876-1939) Interior con figuras, 1899 Galería Nacional de Victoria, Melbourne, Australia |
En algunas ocasiones, son cartas lo que lee una mujer a
otra.
Rupert Bunny, Australia (1864-1947) Un consejo, 1908 Colección particular |
En
otras ocasiones, las dos mujeres están leyendo al unísono, volcadas sobre el
mismo libro.
Paul Fischer, Dinamarca (1860-1934) Un buen libro, s/f Colección particular |
En
varias de estas imágenes de lectura compartida entre dos mujeres, el autor nos
dice que se trata del retrato de dos hermanas, como es el caso de numerosas
obras que realizó Renoir.
Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919) Dos hermanas leyendo, 1889 Colección particular |
En
algunas ocasiones, una de ellas lee mientras que la que escucha sigue con sus
labores de costura.
Elin Danielson-Gambogi, Finlandia (1861-1919) Hermanas, 1891 Colección particular |
También
encontramos imágenes en las que cada una está leyendo su propio libro o
revista. Están juntas mientras leen, pero lo hacen por separado.
Henry Manguin, Francia (1874-1949) La hora del té en Villa Flora, 1912 Colección particular |
Robert Breyer, Alemania (1866-1941) Las lectoras, sra. Breyer y Nini, 1909 Colección particular |
Alguna
obra da la sensación de estudio, de que las mujeres que leen juntas comparten
también intereses intelectuales, como es el caso del retrato que hace el sueco
Zorn, en París, de dos jóvenes que parecen estar leyendo en una biblioteca.
Anders Zorn, Suecia (1860-1920) Cécile, Mathilde y Pierre May en su apartamento de la Avda. Hoche, París, 1889 Colección particular |
Hemos
encontrado una imagen más reciente y novedosa, la de Pellicer, que retrata a
dos jóvenes universitarias en tiempos de la Segunda República Española. Es una
imagen relativamente moderna, frente a esa España que estaba por llegar en la
que, por muchos años, no se favoreció la cultura y menos aún la de las mujeres.
Rafael Pellicer, España (1906-1963) Las universitarias, 1934 Colección familiar Pellicer |
INÉS ALBERDI
¡SÁLVESE
QUIEN PUEDA!
FELIPE
VEGA
EN LAS RUINAS DEL NEOLIBERALISMO. EL ASCENSO DE LAS POLÍTICAS ANTIDEMOCRÁTICAS EN OCCIDENTE. WENDY BROWN.
La
“prueba del algodón” que se realiza con ciertos libros se resuelve con un cuerpo
a cuerpo y, de forma literal, contra los prejuicios entre lector/lectora y sus
páginas. Esos prejuicios, si el libro ofrece la suficiente envergadura y el
lector/lectora guarda las neuronas en buen estado, tienen interés por un
motivo: son la barrera de contención ideológica que el libro debería demoler
con contundencia… Einstein decía que era más fácil “destruir un átomo que un
prejuicio” y no andaba descaminado. En la época actual esa tarea se ha vuelto
hercúlea. Los prejuicios se han convertido en el signo patente de identidad
personal, madurez y hasta independencia intelectual. Durante el siglo XX un
prejuicio tendía a surgir silenciosamente hasta instalarse en la sociedad
mientras que ahora sucede todo lo contrario. El prejuicio se vocea a gritos en
todos los canales de comunicación posibles de la misma forma que un bote de
refresco. Quien atesora prejuicios es que “ha pensado”, y ¡pobre del patán que
no lo haya hecho! La suma de prejuicios representa la fortuna que los poderosos
reparten entre el resto de la ingenua
humanidad.
Wendy Brown, profesora de teoría política en Berkeley —quien conozca el inglés debería echar un vistazo en You Tube a sus intervenciones—, escribió en 2019 este libro de combate armado con una visión panorámica de la realidad admirable. Será denso, será complejo a veces, pero su mirada crítica devuelve el ánimo a todos aquellos que necesitan despertarse sin alarma, pero con eficacia:
“Los acentos en este relato varían. A veces están
puestos sobre las políticas neoliberales, a veces en una presunta amalgama de
la izquierda con el multiculturalismo y las políticas identitarias, a veces en
la importancia creciente y el poder de los evangélicos y cristianos
nacionalistas, a veces en el aumento de la vulnerabilidad a las mentiras, a
veces en la necesidad y las conspiraciones de la gente no educada, a veces en
la necesidad existencial de horizontes y la inherente falta de atractivo de la
cosmovisión globalista para todos, menos para las élites…”.
Wendy Brown |
¿Complicado?
Léanlo varias veces, si es preciso. Se piense como se piense, uno no puede
permanecer indiferente ante razonamientos tan potentes y directos como estos.
De hecho, el verbo razonar es el eje
sobre el que pivota el volumen. Nos permite ver claramente que no existe el
monopolio “del razonar” ni de “la razón”. Que el asunto fundamental está en
otro lugar y que, mientras más locas y caprichosas nos parecen personas, —por
ejemplo, como Donald Trump—, más razones se utilizan para escupir tantas
sinrazones aparentes… Es un libro que desnuda las variadas formas del fanatismo
extendidas entre nosotros como la pólvora. Su primera frase es ya una
declaración: ”Por sorpresa, incluso para sí mismas, las fuerzas de la derecha
dura han llegado al poder en las democracias liberales a lo ancho del mundo.”
Algunas
palabras de esa frase me resultan claves para entender la actitud de la
historiadora política norteamericana. Una de ellas es, democracias; la segunda, incluso
para sí mismas. ¿Por qué? La
primera porque el libro, como suele decirse, “va de eso”: del enorme daño que
la gran batería de medidas sociales, culturales, raciales, etcétera, tomadas en
los últimos 30 años corroe a democracias establecidas con sangre sudor y
lágrimas, y solo por intereses político económicos. La segunda descubre la
sorpresa neoliberal ante su propio éxito, reflejando el descontrol caprichoso y
narcisista que tanto daño hace, a diestro y siniestro, además de con un alto
grado de frivolidad. La impunidad es su divisa, y funciona a la perfección. Y,
para terminar: es un libro sobre el presente que recuerda un pasado escamoteado
con gran ingenio. Un pasado en el que seguimos viviendo boquiabiertos y
palpándonos los bolsillos en busca de la cartera que ya no está en su sitio…
FELIPE VEGA
LECTURAS
Y VERANO 2024
NATALIA
VELASCO
A menudo me sucede con los libros lo
mismo que con la música, que llegan a mí a través de los demás y me dejo
llevar. Mucha gente se abre al verano con novelas de seiscientas páginas porque
el tiempo detenido de esta estación del año es más propicio a la lectura que a las
prisas y quehaceres que nos acompañan a partir de septiembre. A mí, en cambio,
me gustan para el verano las novelas refrescantes, las historias de amor, los
relatos breves.
A finales de julio una amiga puso en
mis manos La mala costumbre de Alana
S. Portero y así inauguré el periodo estival, con un relato de autoficción en
el que la narradora da cuenta de su vida en el barrio obrero de San Blas en los
setenta, donde la droga destruía las expectativas de los jóvenes: “Vi caer como ángeles terminales a
una generación entera de muchachos”.
Al mismo tiempo, vivimos con ella la disociación por la que transita al moverse
en un cuerpo de hombre sabiéndose mujer. Ese dolor y ese miedo a reivindicarse
sin dañar a sus seres queridos, a los que admira y a los que en ningún momento
de la novela reprocha incomprensión, construyen su periplo nocturno por las
calles de Madrid en los ochenta, salpicado de experiencias en discotecas y
garitos gays que recorre acompañada de travestis entrañables. Así forma su
nueva familia. Y esa es la verdadera grandeza de esta novela, lo que la ilumina
de principio a fin, que a pesar de la dureza en la que viven los seres
marginados, se puede construir un vínculo que une a las personas heridas y
crear nuevas redes salvadoras. Porque “ser hombre, ser mujer, no ser ninguna de
las dos cosas es algo que no puede experimentarse ni construirse a solas”. Es
más difícil enfrentarse al miedo sola que acompañada, es más difícil vencerlo
si no hay asideros en los que descansar tras las primeras batallas libradas. Hay
un momento en que la novela gira profundamente y nos da miedo que la
protagonista enloquezca de impotencia y abandone la lucha al ser tan alto el
daño recibido: “Cómo
se hace memoria de una vía muerta, cómo. Me lo quitaron todo y no quedó brasa
que avivar”.
El ritmo de la narración se sostiene
gracias a la variedad de recursos: la combinación del monólogo con la
teatralización de los diálogos, la narración de anécdotas puntuales con la
descripción de espacios y personajes a los que se suman seres mitológicos,
imaginería cristiana y cultura pop cinematográfica y musical. El cóctel da
lugar a una manera diferente de narrar que interpela la infancia de cualquier
lector que emprenda su lectura porque el libro empieza siendo eso, la mirada
infantil que descubre el mundo y que busca encajar sus sueños en cualquier
esquina del mismo.
Alana Portero |
Puede parecer cursi y hasta de poca
altura literaria lo que voy a decir ahora, pero cuando terminé la lectura del
libro, que devoré en un par de días, sentí una ráfaga de amor profundo, un
sentimiento de bondad que me hizo soñar con un mundo feliz. Poco importa que se
trate de un libro de memorias, de un libro de autoficción, de un homenaje a la
infancia, poco importa que no vaya a convertirse en un clásico ni que su autora
no llegue a recibir el Premio Nobel de literatura, nada de eso importa. La
ausencia de rencor y de odio junto con la magnanimidad que destilan los
personajes protagonistas en su sufrimiento, hace que esta novela abra caminos
de reconciliación entre los seres que poblamos el mundo. Solo por eso merece la
pena su lectura.
PS:
Elogio de las manos, de Jesús Carrasco; Un
jour ce sera vide, de Hugo Lindenberg y Ritmo
lento, de Carmen Martín Gaite, completaron mis lecturas veraniegas que
comentaré próximamente.
NATALIA VELASCO POSTIGO
¿SOMOS TODOS HIJOS ÚNICOS?
LIDIA ANDINO
Cuántas veces hemos escuchado este
reclamo, cuántas veces tuvimos que escuchar protestas de nuestros niños porque
el cuento de hoy no era igual —hasta el más mínimo detalle—, al de ayer. Se
trata de un reclamo de repetición que es, aunque parezca raro, donde anida la
posibilidad de la diferencia.
Así nos lo enseña entrar en nuestra
casa y comprobar que cada hijo es, entre nuestros hijos de la misma familia,
hijo de una familia diferente. Cada hijo es, entre otros hijos con el mismo
apellido, a su manera, un hijo único.
Únicas son las condiciones de la
fecundación, el embarazo, el parto, las conversaciones previas —cuando las haya—,
entre los gestantes sobre el sexo, el nombre que va a llevar, el lugar que se
le va a dar en la casa, en la familia, en el amor y el deseo de los padres, de
la madre, del padre, de los que lo recojan en el salto deade su cabeza encajada
a nuestros brazos.
Por eso, no deja de ser una
tapadera afectiva cuando se niegan —como ocurre tantas veces—, a aceptar la
menor diferencia entre sus hijos. Esto sin contar con el estorbo que representa
para los hijos no verse reconocidos en su diferencia en la palabra de los
padres. Insisto, en las palabras de los padres, que es donde
verdaderamente se libra la batalla.
Por ejemplo: cuando el primer hijo
llora, toda la familia sale corriendo a atenderlo y a intentar interpretar el
llanto del rey de la casa. Cuando el segundo hijo llora, la familia
tarda en acudir mientras murmura: “llorar un poco le hará bien a los pulmones”.
Cuando llega el tercero…
La misma familia, pero diferentes
maneras y tiempos de acceso al lenguaje, donde se juega el crecimiento, el
deterioro, la enfermedad, la inteligencia, la locura, la imaginación.
LIDIA ANDINOPsicoanalista
PIONERAS
DEL CINE ARGELINO: ASSIA DJEBAR
ALEJANDRA
VAL CUBERO
Assia
Djebar fue una de las primeras directoras que rodó a finales de los años
setenta y ochenta en Argelia. De sus dos documentales, La Nouba de las
mujeres del Monte Chenoua (La Nouba des femmes du mont Chenoua) de 1977
y La Zerda o los cantos del olvido (La Zerda ou les chants de l’oubli)
de 1982, vamos a comentar este primero, no solo por ser el que relata la
implicación de las mujeres en la Guerra de la Independencia con mayor
detenimiento, sino también porque tiene un mayor contenido autobiográfico. El
documental, además, obtuvo el apoyo de la televisión argelina y ganó el Premio
Internacional de la Crítica en el Festival de Venecia de 1979.
Assia Djebar |
La directora nació en 1936 en Cherchel, al norte del país. Su padre influyó en su educación afrancesada, al ser profesor de este idioma, y Djebar continuó sus estudios superiores en l’École normale supérieure de jeunes filles de Sèvres, institución francesa de carácter elitista de la que sería expulsada por participar en la Unión General de Estudiantes Musulmanes Argelinos y colaborar en el periódico del Frente de Liberación Nacional El Moujahid (El Militante). Tras finalizar su doctorado en literatura por la Universidad de Montpellier, trabajó en la facultad de Argel y falleció en París en 2015. Su vida transcurrió entre Argelia y Francia y fue elegida miembro de la Academia Francesa por el conjunto de su obra literaria, convirtiéndose en la primera escritora de la zona del Mediterráneo en ostentar esta distinción. El francés y el árabe marcaron su obra literaria y también cinematográfica, y esa dualidad lingüística —muy común en otros intelectuales del Magreb—, fue compleja, ya que, como ella misma indicó: “La lengua materna del colonizado, la que se sustenta en sus sentimientos, emociones y sueños, aquella en la que se expresan la ternura y el asombro, la que encierra el mayor impacto emocional, era precisamente la que menos se valoraba”. El francés era el idioma impuesto, pero también el que abría nuevas posibilidades creativas.
Es importante señalar que, mientras la obra literaria de Djebar está en francés, sus dos documentales fueron rodados en árabe. En La Nouba de las mujeres del Monte Chenoua se aprecia el influjo de la literatura y de la poesía clásica argelina, pero también del baile y la música popular de esta región rural de Argelia. Es una obra compleja dedicada a Zoulikha (1916-1957) joven militante que luchó contra los franceses y cuyo nombre era Yamina Oudaï. Para Djebar, como muestran sus guiones, novelas, poemas y documentales, era importante visibilizar la participación activa de las mujeres en la escena pública argelina porque las energías estaban dirigidas a construir una nueva Argelia y las historias de las mujeres y de otros grupos sociales, como los amaziges o bereberes, no solo no estaban siendo tomados en consideración, sino que estaban siendo ocultados.
En la Nouba, la autora, a través del personaje de la joven Leila, narra su relación ambivalente con Argelia: “Soy una extraña en mi propio país”. Leila vuelve a las montañas de Chenoua en compañía de su hija y de su marido Ali; la joven busca información sobre la desaparición de su hermano y contacta con diferentes personas, la mayoría mujeres de mayoría de edad avanzada: aquellas que vivieron antes, durante y después de un conflicto que duró seis años y que inauguró una nueva etapa en la historia de Argelia, con la subida al poder del Frente de Liberación Nacional. Leila viaja sola en un viejo coche, su marido, en silla de ruedas, no puede salir de la casa debido a un accidente que le imposibilita desplazarse, justo lo contrario de lo que estaba pasando en una Argelia que estaba recluyendo a las mujeres dentro del hogar. La comunicación entre ellos no existe, metáfora de un país que, tras el conflicto, sigue sin entenderse. O, como señala una voz en off: “Hace algún tiempo mucha gente de nuestro país murió. Ahora entiendo por qué. ¡Porque hay paredes, paredes entre la gente, entre los corazones!”.
Djebar filma el mundo rural. El campo es árido y pobre y las mujeres trabajan sin descanso: aran, alimentan al ganado, cocinan, cuidan de los hijos y de los mayores, van al pozo a por agua, acarrean la paja; mientras sus compañeros aparecen siempre en un segundo plano. Y solo cuando están sentadas, a veces solas, a veces con otras mujeres, se animan a contar sus historias, que son historias de tragedia, de dolor, pero también de valentía: una mujer narra el asesinato de su padre y de su hermano, cuenta cómo recogió sus cuerpos sin vida, abandonados en una cuneta, para después enterrarlos sola. Otra, con lágrimas en los ojos, describe la participación de su hija de trece años en la guerra de liberación, su tortura y su desaparición. Una tercera detalla que escondió a numerosos combatientes en su casa pese al peligro que suponía para su familia. La directora consiguió recoger, en un documental de corte artístico y alejado de la tradición clásica del documental histórico, voces muy distintas que rompen con el silencio y el olvido de las mujeres del campo.
Son
testimonios que muestran, por una parte, la represión que sufrió la población
indígena a manos de los franceses y que en el documental alcanza su máxima
expresión con la inclusión de imágenes de archivo en las que los colonizadores
disparan, controlan y vigilan a la población argelina. Pero también recoge la
represión de los propios argelinos hacia sus compañeras, hacia sus mujeres: “Con
velo o sin velo, somos siempre vigiladas”, dice la protagonista en uno de los
momentos más dramáticos del documental. Esta obra es un alegato al sentimiento
de traición que las mujeres argelinas sintieron al finalizar la independencia, al
pasar de ser participantes activas a, supuestamente, víctimas pasivas, porque
lo que es cierto es que en el primer gobierno de este periodo ninguna mujer fue
elegida para la Asamblea Nacional bajo el mandato de Ben Bella, que gobernó
Argelia de 1962 a 1964. Assia Djebar tardó diez años en finalizar los dos
documentales y luego se consagró definitivamente a la escritura. En sus novelas
trató temas relativos a la condición de las mujeres y el peso del colonialismo
y poscolonialismo. Djebar fue una pionera en el campo audiovisual y literario
en todo el Magreb y, aunque dejó de rodar en los ochenta, participó como
guionista en otros documentales. Lean, lean sus libros en estos últimos días del
verano…
ALEJANDRA VAL CUBERO
Para conocer más en profundidad sobre esta y otras
directoras léase: Val Cubero, A. (2024). Directoras argelinas disidentes: documentales, guerra/s y memoria. Asparkía. Investigació Feminista. https://doi.org/10.6035/asparkia.7735
CAMBIA, TODO
CAMBIA…
NATALIA
VELASCO
Agosto trascurre caluroso y lento desde la ventana del salón que mira al arroyo vacío. Las noches de agosto no refrescan y las ranas han dejado de cantar. “Cambia, todo cambia” cantaba Mercedes Sosa en una de las canciones más bellas y actuales que existen: “cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”.
Mi pueblo cambia: las mujeres que charlaban sentadas en sillas de enea a la puerta de casa; los abuelos que se sentaban en el cantón y predecían el tiempo en función del dolor de sus rodillas; las pandillas de adolescentes calle arriba, calle abajo, comiendo pipas; las bicicletas que son para el verano; los tractores cargados de paquetes de paja; los bares que eran intersecciones donde anidaba la cotidianeidad, han desaparecido.
Se cierran los bares de los pueblos y no por falta de clientela sino de personal que los atienda. Los hijos de los dueños no quieren ser hosteleros, los hijos de los panaderos no quieren panaderías, los hijos de los agricultores no quieren las tierras y los hijos de los mecánicos se han convertido en ingenieros. Los inmigrantes que pueblan los pueblos no participan de sus tradiciones, les resultan ajenas, estrambóticas y prefieren, antes que comprenderlas, mantenerse al agrego con los suyos e invertir literalmente el menor tiempo y dinero posibles en los festejos. Les ofrecemos celebrar sus tradiciones para compartirlas, pero rechazan la oferta porque los vestidos tradicionales se olvidaron en los baúles de sus países y la espontaneidad y la alegría también. “Cambia el clima con los años, cambia el pastor su rebaño y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”, me contestan.
El trabajo manual que implica fuerza física y horas de dedicación y sacrificio no están de moda. No les gusta a nuestros jóvenes. EL frutero del mercado no encuentra quien recoja los productos de su huerto o quien le cargue la furgoneta a las seis de la mañana. Paseo con mi madre y me señala casas, terrenos que se venden: “Antes, nuestro afán era comprar, hija mía, hoy el afán de todos es vender y vivir. Yo lo he aprendido demasiado tarde”, me dice. La miro con dulzura y pienso cuánto he disfrutado yo si me comparo con ella a pesar de haber trabajado también física e intelectualmente, a pesar de haber cumplido con la vida como me enseñaron, sin perezas, con esfuerzo.
¿Y si comparo a mi hijo
conmigo? Entonces el vértigo se instala en mí, la desproporción me hunde.
"Cambia el rumbo el caminante, aunque esto le cause daño, cambia el pelaje
la fiera, cambia el cabello el anciano y así como todo cambia, que yo cambie no
es extraño." Me agarro con fuerza a la canción, porque no es posible
educar al margen de los tiempos, aislarse de las tendencias de la sociedad, ir a
contracorriente, dejar sin móvil al adolescente, comprarle un despertador, pero
sobre todo porque, en mi caso, no es posible cambiar la raíz de su esencia por
mucho empeño que le ponga. Reconozco la nostalgia que encogía el corazón de mi madre,
que es también mi nostalgia al sentir cómo se escurren los valores del pasado y
al no poder abrazar los del presente que, en muchos casos, tanta desazón me
causa.
NATALIA VELASCO
MARÍA TERESA
PRIETO (1896-1982)
MARÍA LUISA
MAILLARD
Las
mujeres siempre han estado próximas a la música. Tal vez por inclinación
natural; pero no puede decirse que haya sido una actividad vedada para ellas,
como lo fueron tantas otras. Cuando en la Edad Media comenzó a pensarse en su
educación, la música, junto a la pintura y las lenguas, eran consideradas
disciplinas idóneas para la enseñanza femenina. Sin embargo, estos
conocimientos difícilmente atravesaban el muro del hogar o del convento en el
que estaban recluidas. Conforme la historia proseguía su, por aquel entonces,
lenta marcha, algunas mujeres, con dotes musicales ya desde niñas, llegaron a
ser intérpretes o cantantes profesionales; pero la composición musical era otra
cosa, era territorio colonizado por el varón.
Hubo,
sin embargo, excepciones difíciles de documentar en su gran mayoría, porque,
durante muchos siglos, la historia y los logros de las mujeres no interesaron
ni a los historiadores ni a los críticos. No fue el caso de Hildegarda de
Bingen en el siglo XII. La monja benedictina cuenta en su haber con una copiosa
obra teológica y musical, esta última compuesta por sesenta y ocho
composiciones, la mayoría en monofonía sacra, entre las que destaca Ordo Virtutum. Hildegarda defendía sus
composiciones, alegando que el canto era una manifestación del espíritu divino
en el hombre; algo difícil de rebatir por las autoridades eclesiásticas de la
época. Otras primeras huellas, también del siglo XII han llegado hasta nosotros
como el poema con notación musical de Blanca de Castilla, conservado en la
Biblioteca Nacional de Francia.
En
el siglo XVI, nos encontramos con Magdalena Casulana, compositora, intérprete
de laúd y cantante, la primera mujer laica en ver impreso y publicado en
Portugal, en 1568, su obra Il primo libro
di madrigali. En lo que respecta a España, contamos con la partitura de
órgano a tres voces de la religiosa Gracia de Baptista, Conditor alme, publicada en 1557. Las mujeres también componían.
La
época romántica favoreció en Europa la visibilidad de estas mujeres
compositoras como Clara Schumann (1819-1896), Fany Mendelssohn (1805-1847) o
Luise Ferrenc (1804-1875); y en Estados Unidos, unos años más tarde, Amy Marcy
Cheney (1867-1944). En España, debemos esperar a finales del siglo XIX para que
la navarra Emiliana de Zubeldía e Inda y María Teresa Prieto, volvieran a abrir
el camino de la mujer compositora en nuestros lares; aunque la larga carrera
profesional de ambas se desarrollara fuera de España. Coincidieron las dos en
México hacia los años 40, uniéndose a ese gran legado cultural de los
intelectuales y autores españoles, muchos de ellos mujeres, del que nos privó
el exilio a raíz de la Guerra Civil Española.
María
Teresa Prieto nace en Oviedo en 1896, en el seno de una familia dedicada a la
música —su madre era pianista—, que no se opuso a la formación musical que
podía adquirir una mujer en la época. Estudió en la Academia de Bellas Artes de
San Salvador, creada a instancias de la Institución Libre de Enseñanza, a
través de la Sociedad Económica Amigos del País. En dicha Academia impartió
clases de piano desde 1903 a 1916, Saturnino del Fresno, quien volvió a su
tierra natal, después de haber culminado sus estudios en el Real Conservatorio
de Madrid con los máximos laureles, e impartido conciertos en la mayoría de las
capitales europeas, acompañando entre otros a Pablo Sarasate y Pablo Casals.
Fue el primer maestro de María Teresa y el que la introdujo en la música de
Johann Sebastian Bach, cuya inspiración ya nunca la abandonará. En 1917, con 21
años, María Teresa publica su primera composición Escena de niños, en la revista Música.
Se traslada a Madrid y estudia en el Real Conservatorio con el maestro Benito García de la Parra, quien la introduce en el uso de las escalas modales, de gran influencia en su obra posterior. Regresa a Oviedo para cuidar a su madre enferma y tras su fallecimiento y el estallido de la Guerra Civil, se traslada a México, reclamada por su hermano Carlos, quien ha hecho fortuna y tiene una mansión en la Colonia San Ángel de la mencionada ciudad. Allí, en un ambiente favorable, se desplegará el genio de María Teresa, quien elaborará una copiosa obra en la que se dan cita un nacionalismo basado en la añoranza, un tardío romanticismo, el neoclasicismo y el dodecafonismo.
Era
un momento de gran esplendor de la música mexicana y la casa de su hermano
Carlos era un centro intelectual, frecuentado, entre otros, por Igor Stravinsky
y Rodolfo Halffter; pero también por los músicos más importantes de México como
Manuel Ponce, con quien, ya a finales de 1937, Teresa comienza a trabajar en
composición y su discípulo Carlos Chávez, director de la Orquesta Sinfónica de
México, con quien estrenará algunas de sus obras más importantes.
Comienza
su carrera en 1940 en un género que retomará en su última etapa: la canción
musicada o lied, con Seis melodías para canto y piano, con
letras de Federico García Lorca, de Juan Ramón Jiménez y de ella misma. Pronto
se dedicará a la composición de obras sinfónicas para gran orquesta. En el
teatro de Bellas Artes de México y, bajo la dirección de Carlos Chávez,
estrenará Sinfonía asturiana en 1942,
Chichen-Iza en 1944 y Adagio y fuga para violoncello y orquesta en 1947. Esta última obra, después de
haber enriquecido su música estudiando dos años en California con Darío
Milhaud.
A
partir de 1956, bajo la influencia de Rodolfo Halffter, se introduce en la
música dodecafónica con obras como Variaciones,
Cuadros de la Naturaleza y Fuga serial para aliento. Ya en su
última etapa, regresa a las canciones de su comienzo y a sus raíces españolas
con obras como Córdoba lejana y sola
de Federico García Lorca o Anoche
mientras dormía de Antonio Machado.
No
quiso regresar a España en 1951 para presenciar en Oviedo la representación de
su obra Cuarteto para cuerda en sol
mayor, ni en 1957, su obra sinfónica para gran orquesta Chichen-Iza, dirigida por Ataulfo
Argenta. Falleció en México en 1982 sin haber vuelto a ver su Oviedo natal que
tanto añoraba.
MARÍA LUISA
MAILLARD
https://www.youtube.com/watch?v=cKkKZyUn1PU&list=OLAK5uy_nB9vzMGfmEtG_PJ3wvZDWX_nlD_bjsKAU
Yôji
Yamada, el director, nos cuenta cómo enfrentan la vida tres generaciones de una
misma familia: madre-abuela, hijo y nieta. Los tres viven en mundos diferente.
La madre y abuela es una mujer viuda y jubilada que frecuenta la iglesia,
cultiva la amistad, es voluntaria atendiendo a los sin techo y, de vez en
cuando, hace calcetines a medida, negocio al que se dedicaba su difunto
marido. Su vida es sencilla, tranquila y
sin pretensiones. Lo pasa bien con lo que hace. Vive en su casa de siempre y su
círculo de amistades son los de toda la vida. Su hijo, sin embargo, es un
hombre con estudios que trabaja en una gran empresa como director de recursos
humanos, es divorciado y tiene una vida laboral agitada, un solo amigo y sufre
de ansiedad. Su hija, una adolescente desubicada, como todos adolescentes, no
sabe muy bien lo que quiere. Es una buena chica, pero el mundo de su padre no
le satisface y admira a su abuela. Como joven inmadura busca su lugar en el
mundo. Los tres viven en mundos diferentes y los tres se quieren. Poco a poco, la
visión del mundo la madre irá influyendo en el hijo y la nieta.
Una
madre en Tokio es una película amable y serena que pone sobre la pantalla los
problemas generacionales, la deshumanización de las sociedades modernas, los
trabajos despersonalizados en las grandes empresas y la desorientación de los
más jóvenes que desean otro mundo aún sin definir. Pero no profundiza en
ninguno de ellos. Nos invita, con un humor blanco, a considerar que la vida
sencilla, la preocupación por los otros, ya sea familia, amigos o simples
desconocidos, dan suficientes satisfacciones para encontrar el sosiego y dar un
sentido a nuestro paso por el mundo. Está muy bien contada y nos engancha
haciendo nuestros las dichas y desdichas de los personajes. En este mundo
desquiciado en el que vivimos repleto de egos grandiosos, encontrar una obra
sobre las cosas pequeñas que son la esencia de la vida es con soplo de aire
fresco que nos recuerda el valor de la familia, del afecto, del trabajo que
humaniza, de la amistad y del respeto a los demás…
“Una
madre de Tokio” no es una gran película, pero no importa. Saldrá sonriente del
cine y quizá se pregunte si debiéramos rescatar algunos valores perdidos por el
camino. En definitiva, una de esas obras que sin grandes méritos nos aligera el
corazón y nos alegra el ánimo. ¿Le parece poco?
ISABEL BANDRÉS
https://www.youtube.com/watch?v=2q5dK8pQ1Jk
Ambientada
en 2006, año en el que Bután se preparaba para la democracia, esta narración
cuenta cómo los vecinos de una pequeña población rural, Ura, se disponen a
aprender a votar y a comprender lo que significa la democracia. Al mismo tiempo
un viejo lama envía a un monje a buscar un rifle para prepararse para el cambio
de gobierno. Muchos vecinos no entienden por qué tienen que votar por un
cambio, ellos se encuentran bien con su rey. Otros desean el cambio con el que
esperan un mundo mejor y más moderno. Los funcionarios se empeñan en propagar
los benéficos de la democracia sin mucho éxito. Las familias se dividen y
discuten por los partidos que representan. Un estadounidense aparece buscando
un antiguo rifle perteneciente a la Guerra Civil americana. Unos
contrabandistas logran introducir armas desde la India en una moto. Un enorme
falo rojo de madera se concede al hombre más justo y pacifico que, casualmente,
es el que introduce armas en el país. Una niña se ve marginada por sus amigas
cuyos padres son de otro partido político que el suyo. Una suegra se enemista con
su yerno. Un monje bebe Coca-Cola y ve la tele en un garito…
La
narración nos presenta una serie de personajes ingenuos y bastantes felices con
sus vidas que ven como su mundo está cambiando poco a poco. La televisión y la Coca-Cola
se han introducido en el pequeño pueblo de Ura y el Agente 007 es ya admirado
incluso por el joven monje. En esta deliciosa película vemos como Bután se
desliza hacia un mundo nuevo donde la democracia y el mundo occidental se
introducirán inevitablemente en la vida y costumbres de sus ciudadanos.
Dorji,
el director, utiliza la ironía para explicarnos la influencia occidental en un
mundo budista todavía no contaminado por la avaricia y el cinismo. Esta obra
minimalista, deliciosa, repleta de ironía y con tintes ingenuos nos divierte,
nos hace sonreír y pasar un rato agradable. Sus personajes, todos ellos, están
repleto de gracia. La naturalidad con que es contada la vida de los habitantes
de Ura y las tramas que se van desarrollando con delicadeza e ironía la
convierten en una obra atractiva en la que se realza las ventajas de una vida
sencilla y pacífica a una vida complicada y violenta. Mejor, nos viene a decir,
un falo rojo que un rifle.
ISABEL BANDRÉS
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