HIJOS DE LA LIBERTAD
ISABEL BANDRÉS
Thomas Jefferson escribe en una carta a Francis
Hopkinson: “No soy un federalista, porque jamás he sometido el conjunto de mis
opiniones al credo de ningún partido de hombres, ya se trate de religión,
filosofía, política o cualquier otro asunto con respecto al cual yo sea capaz
de pensar por mí mismo. Tal adicción a los credos partidistas representa la
última degradación de un agente libre y moral. Si la única forma de que yo
pudiese ir al cielo consistiera en ir de la mano de un partido, no iría jamás
allí. Así pues, debo manifestarle a usted que no soy del partido de los
federalistas. Pero estoy mucho más lejos aún del partido de los
anti federalistas.” Hay que recordar que Thomas Jefferson (1746-1826) fue el
tercer presidente de los Estados Unidos, defendió los ideales republicanos, fue
el principal autor de la Declaración de Independencia y uno de los Padres
Fundadores de la Nación. Su legado: la defensa a ultranza de la democracia, la
libertad religiosa y de educación, la separación de poderes, la libertad de
prensa… Era un libre pensador, uno de esos pocos personajes políticos que
prefiere pensar por su cuenta a unirse al rebaño. Hannah Arendt dice que
representaba “un partido de uno”. No en la acepción de ser un solitario, él
pertenecía al partido demócrata, pero se distinguía por pensar por sí mismo y
mantener la autonomía de pensamiento y, en lo posible, de acción.
La libertad de pensamiento es un concepto muy manoseado que hoy, en una sociedad altamente polarizada, ha perdido su sentido. Pensar libremente o pensar por uno mismo de manera cualificada es algo sumamente difícil. Los medios de comunicación de masas, el acceso a las nuevas tecnologías por toda la comunidad, la vida basada en el consumo, la política espectáculo y un sistema de educación que apoya el utilitarismo más que el saber, hacen muy difícil pensar por uno mismo y, no digamos, pensar contra uno mismo. Eso requiere mucho esfuerzo, mucho tiempo y, sobre todo, mucha humildad, virtud casi insistente en una época de egos inflados y de narcisismo galopante. Lo que sí abunda, es la gran capacidad que tenemos de absorber opiniones que refuercen nuestras creencias. Se nos inculca la fe ciega sin dudas y sin pensamiento flexible. La realidad ya no existe, solo las representaciones que nos muestran las diferentes plataformas. Los creadores de opinión son listos, carecen de ética y saben muy bien cómo ganar seguidores y así es difícil no caer en las trampas de la constante manipulación.
En
una sociedad llena de “capillitas” ideológicas con sus respectivas
sub-capillitas se espera de nosotros la fidelidad y el sometimiento absoluto a
alguna de ellas. La sociedad necesita etiquetar ideológicamente al ciudadano y las
ideologías, un subproducto de las ideas, hoy son lo que dictan los lideres y
sus pregoneros. Tener pensamiento propio y revisarlo constantemente te condena
a estar en los márgenes sociales. Así ha sido siempre.
Miguel Servet (1509-1553) aragonés, teólogo, jurista, médico, matemático, descubridor de la circulación pulmonar y formado en las mejores universidades europeas tuvo como lema: “No deben imponerse como verdades conceptos sobre los que existen dudas”. Era católico y participó en la Reforma Protestante y fue repudiado por católicos y protestantes por sus estudios sobre la Santísima Trinidad. Fue arrestado en Ginebra, sometido a juicio y condenado a morir en la hoguera por Calvino. El libro Castellio contra Calvino de Stefan Zweig, muy recomendable, narra ese enfrentamiento y nos hace reflexionar sobre el poder, el dogma y la libertad de pensamiento. La muerte de Servet fue un gran escándalo en toda Europa y fue revindicado por los partidarios del pensamiento libre. Muchas ciudades europeas le erigieron estatuas en reconocimiento de su valor y su sabiduría. Marian Hillar, estudioso polaco-estadounidense de la obra de Servet, hizo la siguiente evaluación: “Fue un punto de inflexión en la ideología y mentalidad dominantes de su época”. A Miguel Servet se le ha considerado como punto de arranque de la libertad de pensamiento y de expresión.
Sócrates, Susan Sotang, Adorno, Hannah Arendt y otros muchos filósofos, pensadores, juristas… nos animan a pensar por nosotros mismos. Hannah Arendt, tras los desastres que supusieron el nazismo y el comunismo que rompieron todos los diques, decía que pensar era como subir una escalera sin barandillas, sin apoyos. Pensar por uno mismo no es algo automático que se consigue por ciencia infusa. En una cultura de masas es muy dificultoso pensar sin barandillas, pero podemos, dentro de nuestras posibilidades, huir de los gurús que invaden nuestro espacio, preguntarnos el porqué de sus palabras y creer en los hechos más que en las apariencias. Sería muy bueno para la democracia poner en duda nuestro propio pensamiento. Tener el suficiente valor y humildad para auto desdecirnos. Los políticos tienen mucha responsabilidad de esa falta de pensamiento libre y nosotros también. No deberíamos dejarnos marcar como las reses. Intentemos pensar libremente y de manera cualificada y si esto no es posible, al menos, preguntémonos, evitando la trivialidad, el por qué de toda acción política.
Hay
un grupo de ciudadanos españoles (un 20%) que son considerados como moderados.
Son los que defienden el diálogo, huyen del enfrentamiento populista, protegen la
democracia y un mundo donde predomine el humanismo. Son gentes raras que cuando
se informan por un medio de comunicación de derechas o de izquierdas se
preguntan que hay tras la información recibida. Los moderaditos, como muchos les
llaman despectivamente, son unos descreídos que buscan algo de racionalidad y
de sentido común en la actual vida política sin encontrarla. Son los que, sin
algaradas y sin venas hinchadas, se hacen preguntas y ponen en duda hasta su
propio pensamiento, eso es lo que se llama pensar contra uno mismo. Los
moderados, tan mal vistos por muchos, son los que nos dan esperanza ante la
cizaña y el odio de enfrentamiento irracional que destila la vida política. 
ISABEL BANDRÉS
LA GRAN PARADOJA
MARÍA LUISA
MAILLARD 
El
mundo occidental y su lugar de origen, es decir, Europa, se hayan inmersos en
una gran paradoja que lleva años macerándose hasta alcanzar niveles que, desde
otras culturas, se observan con estupor complaciente. Mientras la evolución del
orden mundial avanza como un galgo desbocado hacia el futuro, a lomos de la
globalización y la tecnología, el rostro más visible de la mentalidad
occidental se encuentra encastillado en el pasado, en el rechazo a la herencia
de un pasado ya extinto, anclado en la tradición greco-latina y cristiana.
María Zambrano distingue tradición (“una buena circulación histórica en la que
el pasado, sin estancarse, fluye dejando paso al porvenir”), del
tradicionalismo, que es cuando el pasado se solidifica y obstruye el porvenir.
Se diría que hoy en día el Occidente progresista, se encuentra en el segundo
caso.
Para
una gran parte de la población europea y de los políticos que la guían, el
esfuerzo por desarrollar una postura racional y moral, ante los problemas de
nuestras sociedades, ha sido sustituido por una ideología —heredera de las
propuestas más radicales de la llamada “crisis de fin de siglo”—, que comparten
algunos de los países más dictatoriales del planeta: la destrucción de la
tradición cultural de Occidente y de sus logros más importantes: la libertad y
la democracia.
Mientras
tanto, el tablero de la política mundial cambia sus fichas. Europa deja de ser
el centro del mundo, como subrayó en una reciente conferencia Florentino
Portero, analista de relaciones internacionales. No existe ya una Europa
imperialista y explotadora, representante de una burguesía liberal que avasalla
al resto de las culturas y oprime a las mujeres, los débiles o distintos —entre
los que se encuentran los pobres animales—, y destruye el planeta tierra. La
economía capitalista —cada vez más globalizada—, el poderío militar y el
destino del mundo —y de las mujeres, no lo olvidemos—, no están ya en nuestras
manos.
Durante
los últimos tiempos y a rebufo de esa desgastada batalla contra “un moro
muerto”, nuestra economía se ha debilitado arrastrando al estado del bienestar
logrado en la segunda mitad del siglo XX. Nuestras democracias, uno de los
mayores logros del pensamiento occidental, se tambalean. ¿Será la ausencia de
los valores que sostuvieron nuestra cultura, la que conduce a que gran parte de
nuestra clase política se hunda en el terreno pantanoso de la corrupción y el
populismo? 
El hecho cierto es que la economía capitalista, ligada al desarrollo tecnológico y a la globalización, ha cambiado de manos. Su avance imparable, que ya se había puesto de manifiesto con el desarrollo de los medios de comunicación digitales, ahora se ha evidenciado con la vertiginosa rapidez con la que la inteligencia artificial (IA) se ha instalado en nuestras vidas. La IA maneja datos a gran velocidad, superando la capacidad del cerebro humano. ¿Quién le proporciona los datos? No está al alcance de cualquiera. Se necesitan grandes hectáreas de terreno para almacenar en naves los servidores de datos, una enorme cantidad de energía eléctrica para mantenerlos y Europa no tiene ni lo uno ni lo otro; en mucha mayor medida carece de ello España. Con lo cual, la argumentación: “La tecnología no es mala en sí, es el ser humano quien la hace buena o mala” no va con nosotros. Ese control ya no nos pertenece. Se encuentra en manos de dos países —uno de ellos férreamente totalitario, que parece que va a la cabeza—, China, y Estados Unidos que acaba de dar la espalda a Europa.
¿Y
qué sucede en esta situación con la defensa de lo que queda del mundo
occidental? Se está debilitando a esa clase media profesional que valora el
esfuerzo y el mérito y a la que tal vez se le ocurra pensar que la paz no
depende en exclusiva de nuestro deseo, que no es un derecho ni una
reivindicación, sino un logro fruto de un esfuerzo inteligente, como fue el
caso de la creación de organismos supranacionales en Europa, después de la
Segunda Guerra Mundial: la OTAN y la Unión Europea. Para lograr la paz no
bastan las buenas intenciones; en ocasiones, ni siquiera el diálogo, cuando lo
que se tiene enfrente es un enemigo que se guía por el odio y sólo admite el
uso de la fuerza como argumento.
Si
España, después de un costoso proceso, es un país europeo de pleno derecho, la
deriva de nuestros actuales gobernantes parece ir a la cabeza de la paradoja
que compartimos con Europa. Un ejemplo: la argumentación central de nuestros
actuales políticos es que son ellos los únicos adalides del rechazo a un pasado
dictatorial —el del general Franco (1939-1975)—, a la vez que se alían de hecho
con férreas dictaduras nacionalistas o fundamentalistas como las de Venezuela,
Rusia, China, Irán o la más sanguinaria de Hamás. Resulta curioso —otra
paradoja—, que la complacencia con la actual dictadura China sea la de haber
desarrollado una economía capitalista, paliando así el hambre del pueblo chino,
justo lo que logró el General Franco durante su dictadura. La diferencia
estriba en que en España pudo producirse una transición democrática; algo
impensable en la China de Xi Jinping, donde los opositores no tienen ninguna
opción de sobrevivir. Algunos ejemplos: la represión devastadora contra más de
un millón de chinos de la etnia Uigur en la provincia de Xinjiang; el
encarcelamiento y tortura durante tres meses de la periodista Zhang Zhan o la
imposición de condenas masivas a la oposición Hongkonesa. 
Las
actuales alianzas de nuestros gobernantes nos alejan de lo que queda de Europa,
como nos aleja nuestra resistencia a participar en igualdad de condiciones en
la defensa común, en aras de un anti belicismo pueril. Kásparov, el genial
ajedrecista ruso exiliado en Estados Unidos, alertó a España sobre las
intenciones de Putin en la conferencia de clausura del Foro La Toja 2025, donde
afirmó que en Ucrania se juega el futuro de Europa porque si gana Putin, a
Ucrania le seguirán Finlandia y Polonia (que ya están pidiendo a EE.UU. alojar
en sus territorios armas nucleares de la OTAN), y el resto de los antiguos
países satélites de la extinta Unión soviética; pero ni la amenaza de una Rusia
dictatorial, ni el creciente poderío económico y tecnológico de China, que es
el horizonte donde se está labrando nuestro futuro, tienen cabida en nuestro
cerebro, ocupado en las mil batallitas de “matar moros muertos”.
MARÍA LUISA MAILLARD
|  | 
| Centro de datos Harbin, provincia de Heilongjianj, China. Cuenta con una superficie de más de dos millones de m2 y consume 150 MW (Mega Watios) de energía. | 
|  | 
| The Citadel-Switch, Tahoe-Reno, EE.UU. 120.000 m2 y terminará ocupando 650.000 m2. Consume 130 MW y acabará soportando 650 MW, | 
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
53.
MUJERES ESCRIBIENDO CARTAS
INÉS
ALBERDI
Escribir
refleja un nivel cultural que va más allá de leer. Damos por supuesto que los
que escriben se han familiarizado antes con la lectura, porque la actividad de
escribir refleja mayor conocimiento que la de leer.
De
modo que los retratos de mujeres escribiendo reflejan un nivel cultural más
elevado que los de mujeres leyendo. Por otra parte, nos encontramos con el dato
de que, aunque hubiera una minoría de mujeres cultas, apenas hubo escritoras en
el pasado. ¿Qué escribían las mujeres cultas? Las mujeres escribían cartas.
Ello
se va a reflejar en el arte. Es en Holanda, sobre todo en el siglo XVII, donde
encontramos numerosos retratos de mujeres escribiendo cartas. Fue en aquella República
de comerciantes y burgueses cultos, donde proliferan los retratos de mujeres
escribiendo cartas. Holanda es también donde encontramos una serie de artistas
dedicados a representar a sus vecinos burgueses. Mientras que en el resto de
Europa los pintores se dedican al arte religioso o a retratar a reyes y príncipes,
en esta República comienza el arte a interesarse por los ciudadanos y su vida
cotidiana.
|  | 
| Gerard Ter Borch, Holanda (1617-1681) La escritora de cartas (Gesine Ter Borch), c.1655 Galería Real de Pinturas Mauritsuits, La Haya, Países Bajos | 
Encontramos
numerosos retratos de mujeres burguesas que, de mayor o menor nivel económico,
no son princesas ni aristócratas. Y muchas de ellas se representan en el
momento en que escriben una carta.
|  | 
| Gabriel Metsu, Holanda (1629-1667) Elegante dama escribiendo en su despacho, 1662-64 Galería de Arte de Linz, Holanda | 
Los interiores son más o menos cuidados,
más o menos elegantes, y representan el nivel social de esas mujeres que saben
empuñar la pluma. Y sobre todo, su nivel intelectual.
|  | 
| Eglon van der Neer, Holanda (1635-1703) Una dama dibujando, c.1665 Colección Wallace, Londres, Reino Unido | 
La mayoría de estos artistas holandeses
tuvieron una clientela burguesa y se ganaron muy bien su vida. Todos ellos nos
ayudan a conocer mucho mejor lo que fue esa sociedad nueva, económicamente rica
y culturalmente brillante.
Un caso especial de aquella época fue el
de Vermeer de Delft, un artista que en su época no tuvo apenas éxito, que llevó una vida relativamente oscura, y que fue redescubierto por la crítica a
partir de los elogios literarios de Marcel Proust.
Vermeer nos parece actualmente como el más
fino y elegante retratista de esa Holanda del XVII. Y, como es natural, tenemos
varis obras de Vermeer representando mujeres que escriben cartas.
|  | 
| Johannes Vermeer van Delft, Holanda (1632-1675) Una mujer escribiendo una carta, c.1665 Galería Nacional de Arte, Washington D.C., EE.UU. | 
|  | 
| Johannes Vermeer van Delft, Holanda (1632-1675) Señora y criada, 1667 Colección Frick, Nueva york, EE.UU. | 
Aunque
sea en Holanda donde la sociedad parece más favorable al desarrollo intelectual
de las mujeres, en muchos otros países europeos encontramos mujeres cultas e
intelectuales, aunque fueran minoritarias.
Es
el caso de Francia, en donde las mujeres de la aristocracia comienzan a tener
una importancia grande en el desarrollo de las ciencias y de las artes y donde,
con la costumbre de reunir a su alrededor a artistas y literatos, dan un impulso
significativo a la ilustración. Esto tendrá su desarrollado mayor en el siglo
XVIII, pero ya en el XVII francés tenemos un caso paradigmático de escritora de
cartas, como es el de Madame de Sevigné. 
Marie
de Rabutin-Chantal, marquesa de Sevigné fue una intelectual de su época, muy
familiarizada con los círculos elevados de la corte de Luis XIV. Ha pasado a la
historia por sus cartas. Quedó viuda muy joven y dedicó su vida a la corte y a
cuidar de su hijo y de su hija. Parece ser que idolatraba a su hija y cuando
esta se casa y se va a vivir al sur de Francia entra en la costumbre de
escribirla una carta a diario. Estas cartas, posteriormente publicadas, ayudan
a conocer las actividades cotidianas de la corte del Rey Sol, sus intrigas y
sus cotilleos. El amor desmedido que tenía por su hija se trasluce en sus
epístolas y le ha dado fama universal.
|  | 
| Escuela Francesa Madame de Sevigné, 1626-1696 Colección particular | 
A lo largo de los años ha continuado la
moda de retratar a las mujeres escribiendo cartas y son numerosos los ejemplos
de damas elegantes que posan así en el siglo XIX.
La peculiaridad que aparece en el siglo
XIX es la de retratos de mujeres escribiendo cartas que no son mujeres elegantes,
sino que parecen ser campesinas u obreras por su aspecto y el medio en el que
son retratadas. Estos retratos reflejan como crece la capacidad intelectual de
las mujeres. No son ya únicamente las mujeres burguesas las que escriben cartas,
sino que también alcanzan ese nivel cultural las mujeres de las clases
populares. 
Son numerosos los artistas de países
europeos que nos han dejado obras representando estos avances femeninos en la
forma de campesinas que se disponen a escribir cartas.
|  | 
| Franz von Defregger, Austria (1835-1921) Joven escritora, 1879 Colección particular | 
|  | 
| Johann Georg Meyer von Bremen, Alemania (1813-1886) La carta, 1851 Colección particular | 
Con el siglo XX se expande enormemente la
cultura entre las mujeres y ya no es novedad que escriban cartas o incluso que
publiquen sus libros. Pero continúa la moda de retratar a las mujeres
escribiendo cartas. Es como una forma de sorprenderlas en uno de las actos más
personales e íntimos de su vida cotidiana.
|  | 
| Pierre Bonard, Francia (1867-1947) La carta, c.1906 Galería Nacional de Arte, Washington D.C., EE.UU. | 
Son muchos los artistas que han consagrado
sus mejores obras a este tipo de retratos. Con el avance del siglo, las mujeres
ya no empuñan plumas de ave, sino que empiezan a usar el lápiz y el plumín
mojado en tinta cuando se disponen a escribir cartas.
|  | 
| Jan Goedhart, Holanda (1893-1975) La carta, s/f Colección A.J.A. Abbemuseum, Eindhoven, Países Bajos | 
|  | 
| Edmund Charles Tarbel, EE.UU. (1862-1938) Joven escribiendo, 1917 Colección particular | 
|  | 
| Albert Edefelt, Finlandia (1854-1905) Mujer escribiendo una carta, 1887 Colección particular | 
Tenemos un retrato muy bonito que hace
Larsson de su mujer en la que ya escribe con lápiz. La escena se sitúa en ese
entorno doméstico que daba Larsson a sus obras y no olvida dejar su paleta
también sobre la mesa para representar el ambiente familiar que siempre dio a
sus obras.
|  | 
| Carl Larsson, Suecia (1853-1919) La carta, s/f Colección particular | 
El italiano Zandomeneghi también retrata a
una escritora moderna que parece usar la novedad del momento que fue la pluma estilográfica.
|  | 
| Federico Fandomenehgi, Italia (1859-1944) Joven escribiendo una carta, 1874 Colección particular | 
Y finalmente, tenemos un retrato interesante
de Misia Sert que la presenta concentrada en el despacho de su correspondencia.
Misia es un buen ejemplo de mujer fuerte y original de ese siglo que pondría la
emancipación femenina entre sus banderas.
Misia Sert (1872-1950), pianista de origen
ruso, se movió toda su vida en los ambientes artísticos europeos y estuvo
casada con el pintor español José María Sert que realizó los hermosos murales
del Rockefeller Center, del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra y del
convento de San Telmo en San Sebastián. Fue musa y patrona de numerosos
artistas que la retrataron con frecuencia. En este caso, el suizo Vallotton.
|  | 
| Felix Vallotton, Suiza (1865-1925) Misia en su escritorio (Misia Sert), c.1897 Colección particular | 
INÉS ALBERDI
ALBERTO
IGLESIAS O LA BELLEZA
 DE
LA MÚSICA EN EL CINE
FELIPE
VEGA 
“El
cine sonoro ha inventado el silencio”, escribía el cineasta Robert Bresson en
sus Notas sobre el cinematógrafo de 1974.
La
aparición del sonido no solo llena un universo mudo de cientos de sonidos y de
voces, sino que es donde la música interviene en la narración como un nuevo
observador que camina junto a la historia. Como la imagen, la voz y los efectos
sonoros, la música añade un punto de vista, puede que acertada o
desacertadamente, y esto es lo verdaderamente importante. Si la música falla en
su función narradora simplemente sobra, aunque sea tarde para prescindir de
ella. La copia, una vez hecha, permanece. Rehacerla sería muy costoso. Si, por
el contrario, triunfa, el film crecerá hasta alturas creativas sin límites… Escúchense,
si no, Psicosis, de Bernard Herrman, El Padrino de Nino Rota o Espartaco
de Alex North… la lista es infinita. Escuchen sin ver las imágenes… En ese
mundo tallado por nombres de compositores de bandas sonoras existe un pequeño asteroide
con nombre español: Alberto Iglesias.
No
es asunto de este apunte ninguna pretensión nacionalista, o lo será para todos los
que se toman demasiado en serio el valor de un premio Oscar, el origen nacional
del poseedor y el concepto de patria. Nada más que un pasatiempo.
En
esta ocasión las cosas van por otro derrotero. Primero el de la música, pensada
para una película y con su capacidad creativa tan pobremente estimada. Segundo,
el estúpido conocimiento que da la fama, que, cuando se aplica a un oficio —el
de director, por ejemplo—, goza de un prestigio indudable, pero que si
desciende a otras categorías —la música, por ejemplo—, pierde todo interés para
el público. Carecerá de glamour, y el público manda…
Alberto
Iglesias ha estado nominado cuatro veces al Oscar por la banda sonora de sus
obras; tiene la Palma de Oro de Cannes y la lista de sus galardones mundiales
es larga… ¡Que no se la nombren! Su timidez es tal que al hacerlo solo se
provocará que trate de esconderse en alguna parte, rápidamente. Una timidez
genuina, que le hace parecer dispuesto a pedir perdón al público cada vez que
recibe un premio. No es modestia. Tampoco la necesita. Su auténtico placer es
componer música. La traspira. Lo importante es su obra, el sonido de sus
violines y violoncellos, la suavidad de las flautas, la delicadeza de los
timbales, esas sutiles armonías que permanecen suspendidas, inquietantes y
ligeras en su cine. Por un lado, Alberto es el músico oficial de Pedro Almodóvar,
el cineasta con el que más bandas sonoras ha producido.
Es
un auténtico placer tomar una de sus partituras, Julieta, por ejemplo, y
escucharla sin saber de donde procede. Lo más probable es que, si conocemos el
film, durante la escucha aparezcan en nuestros recuerdos planos, y puede que
secuencias enteras, de la película. Pero no es eso lo importante, creo yo. Lo
importante es la fuerza de la música más allá del propio cine, su poder para
evocar o sumirnos en un mundo…
Así
llegamos a una de sus obras maestras: El Topo, adaptación
cinematográfica de la novela de John Le Carré, Calderero, Sastre, Soldado,
Espía, traducción original de la obra. Si la novela es un maravilloso texto
de Le Carré sobre la fragilidad del ser humano y los avatares incontrolables de
la vida, la música de Iglesias no solo no se queda atrás, sino que se eleva
(algo que verdaderamente solo logra ella) sobre la sordidez de un mundo oscuro,
oculto, lleno de miserias, y que contiene todos los adjetivos, verbos y
elementos que ocupan un texto y los convierte en sonidos que sobrevuelan
imaginación y sentidos.
Ese
es el genio de los creadores de la música para el cine. Muchos de ellos —como
confiesa Alberto Iglesias—, fracasados compositores de música sinfónica.
¡Benditos fracasos! Tratad de escuchar a unos cuantos, y veréis lo mucho que
han ganado siempre el cine y sus espectadores.
FELIPE VEGA
Para
muchos de sus lectores, la muerte de Paul Auster el 11 de marzo de 2024 en su
casa de Brooklyn supuso el fin de una era. La era de la herencia del “flâneur”
de Baudelaire y la era de las palabras. En un brevísimo cuento del libro que
comentamos, el escritor hondureño Ricardo Kattan simboliza la nueva era,
mediante una caja abandonada en las calles de Manhattan, con primeras ediciones
de escritores rumanos “acomodados como jilgueros muertos de frío”. En las
calles de la ciudad:  “El ritmo del hip-hop se destila en las venas y las
canciones se esfuman como alientos de cristal”.
Paul
Auster, poeta, traductor, guionista, director ocasional y, siempre, narrador,
fue un autor intuitivo, que recuperaba el misterio y el azar de la realidad
porque era un incrédulo. No creía que el mundo se redujese a relaciones de
causa-efecto. Era un buscador siempre a la caza del momento de “gracia” que le
permitiese encontrar la palabra adecuada a la realidad que percibía.
Pertenecía, quizá como último eslabón, a una larga serie de autores “esclavos
de la palabra”. Había elegido, siguiendo los pasos de Baudelaire, el caminar
azaroso por una ciudad, para captar aquello que somos en el mundo en que
vivimos. La ciudad era Nueva York y Nueva York se convirtió poco a poco en
todas las ciudades.
Decía
que escribía no por elección, sino porque no podía dejar de hacerlo. Añadía que
no le producía un gran placer, pero que era mucho peor si no lo hacía.
Necesitaba esa actividad para sobrevivir. No elegía sus libros, ellos se le
imponían; pero, sobre todo, se le imponía “decir lo que debe decirse. Si
realmente debe decirse creará su propia forma”, contesta a la pregunta del
entrevistador Joseph Mallia, acerca de si su obra
ha creado una nueva forma de narrar. 
Paul
Auster se convirtió en un personaje mítico, en un icono, especialmente en
Europa, como subraya Juana Libendinsky, en otro cuento del libro que
comentamos. En Francia la gente hacía cola en sus presentaciones, se
desesperaba por un autógrafo y las autoridades le concedían premios
honoríficos. Lourdes Ventura escenifica en otra narración dicha conversión en
la mitomanía de una mujer que vivía en Manhattam sólo para lograr entrar en la
casa de Paul Auster “sentarme en su sofá, tocar la suavidad de sus sábanas,
saber de qué hablaba en la cocina con su mujer”. Felipe Vega escoge otra
perspectiva para acercarse al personaje icónico: los gestos cotidianos de un
joven de 31 años, de aspecto iraní, según los policías de la aduana, que arriba
a una ciudad española para promocionar una película, en la que había
intervenido como director. El personaje que lo recibe, Pablo, es el instrumento
para que el autor introduzca en la narración fragmentos significativos de la
obra de Auster.
Convertirse en icono tiene sus riesgos y los admiradores llaman a los críticos, cuando no a los detractores. Paul Auster era engreído, impertinente y vicioso, un mal tipo. Esa otra cara de la moneda nos la ofrece Luis Artigue. Paul Auster aparece en su narración, en un tugurio de jazz de Manhattam. Posee un rostro sugerente y una cierta pose de “maldito”: “Siempre intentando exhibir una atractiva dosis de perversión”, lo que daba lugar a los bulos más escalofriantes, por ejemplo, la afirmación de otro personaje de la narración al describirlo: había matado a su secretaria, la había hecho picadillo y se la había dado de comer a los perros.
Merece
un aplauso la feliz iniciativa de la principal editora del libro, Ara de Haro,
por haber visto la necesidad de reunir a un selecto grupo de escritores y
escritoras españoles e hispanoamericanos para homenajear a Paul Auster. Un
escritor que, sin duda, ha dejado una huella imborrable en la literatura de
mediados del siglo XX y principios del XXI, huella que se refleja en el
conjunto de las narraciones de este libro colectivo. Un botón de muestra es la
narración de Ara de Haro, quien participa también en el homenaje, amén de con
la edición, con un cuento en el que el azar interviene de forma decisiva y que
la protagonista describe como una historia posible de Paul Auster.
Muchas
de las narraciones de los 26 autores que aparecen en el libro homenaje a Paul
Auster giran pues en la órbita de la aproximación imaginativa a ese icónico
escritor, lo que da cuenta de la dimensión de su impronta como personaje, pero
no sólo. Inevitablemente, la otra gran protagonista de las narraciones es la
ciudad de N.Y. convertida en símbolo de todas las ciudades. Una ciudad tan viva
en su obra que, en otra narración de Franco Chiaravalloti, el personaje,
admirador de Paul Auster, decide anular su proyectado viaje a la ciudad porque
prefiere la que ha recorrido en las páginas de su autor preferido. 
También
hace su aparición la dimensión biográfica que el autor ha introducido,
soterradamente, a veces, en muchos de sus escritos; aunque él lo niegue en sus
entrevistas. Sólo dice interesarse por su yo en la medida en que se identifica
con el yo de los demás y le ayuda a comprender el mundo: Así responde a Larry
McCaffery sobre el componente autobiográfico de La invención de la soledad: “Es un libro autobiográfico, por
supuesto, pero yo no creo que contara la historia de mi vida; sino más bien que
exploraba ciertas cuestiones comunes a todos nosotros”.
De
lo que no hay duda es de que la inspiración de la obra de Paul Auster se
encuentra en cada una de las narraciones de los 26 excelentes autores que se
han reunido en este libro indispensable, para rendir un homenaje al siempre
vivo en el recuerdo, Paul Auster.
Cinco minutos en N.Y. Cuentos en homenaje a Paul Auster. Editores, Ara de Haro y Pedro de Crenes Castro. HUERGA FIERRO editores, Madrid, 2025.
MARÍA
LUISA MAILLARD
FRASES
ENCONTRADAS
NATALIA
VELASCO POSTIGO
A estas alturas del siglo XXI a nadie
le sorprende que todos andemos en el bus, en el tren, en la terraza de un bar,
en la sala de profesores, en casa mientras cocinamos, en la consulta del
médico, en la panadería, en el ascensor, en el banco del parque y hasta en el
retrete, con un móvil en la mano, mirando una pantalla en la que podemos leer
el periódico, jugar a Brawl stars, enviar un mail, hacer scroll en Instagram,
pasar uno y otro video de Ticktock o sumar, como hacía esta mañana la mujer sentada
a mi lado en el metro: 8+2+7+1=18. No me he llevado las manos a la cabeza y he
gritado: ¡noooooo! porque he hecho un ejercicio de contención. ¡El móvil para
hacer una suma tan fácil! ¡Pero dónde hemos ido a parar! ¿Nos hemos vuelto
imbéciles o qué?
Por eso, yo me he propuesto con
ahínco y determinación, no utilizarlo en estos espacios y dedicarme a observar,
a mirar los rostros de la gente, su pelo, la comisura de sus labios, sus
rictus, el diseño de sus cejas, la ropa que lleva puesta o simplemente a mirar
cómo mira la pantalla del celular o a escuchar conversaciones cuando estas
tengan lugar, a veces también a través del móvil. Y no me siento nada
decepcionada. Me he divertido un montón y he almacenado varias frases
divertidas y sobre todo muy muy visuales que paso a compartir con vosotros, a
la vez que os invito a hacer lo mismo. 
Frase encontrada 1: Yo caminaba por
la calle Guillermo de Osma y delante de mí una mujer con el celular en la mano
y paso apresurado, bajita, melena rubia y voz juvenil, le decía a su
interlocutor: “Yo no quiero vivir como si llevara un reloj pegado en el culo” Y
eso era exactamente lo que estaba viendo yo: su culo-reloj.
Frase encontrada 2: Fui a visitar al
traumatólogo. La consulta estaba silenciosa y llena. Entró una mujer de unos
noventa años, con su bastón, agarrada a su cuidadora y se sentaron a mi lado.
La mujer nonagenaria era divertida y dicharachera, llena de vida y hablaba en
voz alta, quizá porque estaba un poco sorda y los sordos piensan que no les
vamos a oír. Contaba historias de una reunión familiar a la que fue su hermana
y de repente se detuvo, miró a la cuidadora, abrió los ojos y dijo: “Mi
hermana, que comía como una leona, ¡no pudo con el cáncer!”
Frase encontrada 3: En la parada del
autobús 27, cerca de la Cuesta Moyano. Son las siete de la mañana de un sábado
cualquiera y la ciudad está despertando a la vorágine turista, pero todavía se
puede respirar la calma que entra por el cielo azul ya amanecido. Aparecen dos
mujeres entradas en años y en carnes, hablando con acento extremeño llenas de
cansancio y desparpajo. Intuyo que han terminado una jornada laboral nocturna
cuando una le dice a la otra: “Yo ahora llego a casa, hinco el coño en el skay,
prendo la televisión y así paso el fin de semana”.
Y vosotros, ¿con qué frases os habéis encontrado?
DE BOLARDOS Y DEYECCIONES
BIENVENIDO
PICAZO
De un tiempo a esta parte, pasear por
Madrid se ha convertido en una especie de eslalon gigante, y cuando digo desde
hace un tiempo me refiero al último medio siglo. Lo que sucede ahora es que la
población canina ya es más que la infantil, con lo cual y teniendo en cuenta el
aumento de la demografía, exponencialmente les invito a tirar de calculadora.
Lo que sí ha proliferado en los últimos
quince años son los millones de bolardos que, claramente, y sin el menor ánimo
de ironizar, han sido colocados para fastidiar. La excusa fueron los criminales
atentados perpetrados por vehículos arrasando por aceras y paseos y para luchar
contra ello, alguna mente, digamos pensante, decidió que la solución
antiterrorista era incomodar a millones de viandantes. Podemos admirar esos
infames chirimbolos en cualquier paso de peatones, obligando al gentío a
esquivarlos como buenamente pueda; si
uno lleva un carrito de bebé (rara avis) o silla de ruedas o el carrito
de la compra o una maleta, le deseo la mejor de las suertes.
La ciudad de Madrid tiene más perros y
gatos registrados que niños menores de diez años, aunque hay distritos en donde
las cifras son más crueles para con los españoles del futuro. Si la tendencia
se consolida y todo apunta a que será así, las mascotas, a la vuelta de un par
de décadas condicionarán absolutamente toda nuestra vida, para quien las tenga
y para quienes no. A lo peor hasta será obligatorio disponer de una.
Pet
friendly se puede leer a la puerta de un montón de
establecimientos (ante todo, políglotas de entretiempo), incluso de los de más
nombradía y empaque. Empiezan a expandirse por doquier los llamados pipicanes, para el esparcimiento y
desahogo de las mascotas, aunque por cómo están las aceras, nadie lo diría.
Sorprenden las facilidades que se les facilitan
a los dueños de los chuchos con bolsitas graciosamente cedidas por la
municipalidad, para recoger la decoración que estos simpáticos animales van
esparciendo por nuestro maltratado poblachón manchego. No veo ningún resultado
positivo, ya que seguimos obligados a caminar mirando al suelo, el menor
despiste contemplando esta o aquella fachada, puede ocasionar lamentables
consecuencias. Aunque digan que da buena suerte, maldita la gracia que tiene
ensuciarse y enfadarse.
Los bolardos, quieras que no, son un
mobiliario urbano fantástico para nuestros convecinos perrunos, tanto, que son
ideales para dejar sus improntas. ¿Lo ven? para que luego algunos nos quejemos
cuando, en realidad, los poderes públicos siempre están pensando en el bien
común y los tiquismiquis de guardia nos dedicamos a denigrarlos. Somos unos
desagradecidos.
Tentado estoy de coger una radial y
dedicarme a segar estos obstáculos, aunque, ahora que lo pienso, quizá no
seamos tantos los ciudadanos enfurruñados e inconformistas que todo lo ven
negativo. ¿Y qué me dicen de esos camioncitos de la Srta. Pepis que arrastran
una cuadrilla de succionadores de hojas o sopladores o vaya usted a saber qué,
pero lo cierto es que expanden un ruido ensordecedor, ay, el ruido, que, en mi
caso, empieza allá al final de la calle y termina en la otra punta, más o menos
una media hora de turbina de alto horno. Sin embargo, vuelvo unas líneas más
arriba, quizá sólo seamos unos pocos los malencarados que han venido a este
valle de lágrimas a ver la botella siempre medio vacía.
No sé si queda un paso de cebra sin su
media docena de molestos chismes, pero animo a nuestro insigne alcalde a que no
ceje y siga colocando pararrayos en el suelo e inaugurando parques exclusivos
para solaz de nuestros miles de animales de compañía.
BIENVENIDO
PICAZO
¿DE QUIÉN SON LOS HIJOS?
Ni los
hijos ni su educación, son propiedad de los padres.
Una
de las cuestiones que atraviesan nuestra vida cotidiana (nos demos cuenta o no)
es, la educación, siempre y cuando eliminemos de ésta toda calificación moral,
es decir, que no voy a hablar de “buena” o “mala” educación, sino de la
actividad que se lleva a cabo en la relación intersubjetiva entre maestros y
alumnos o, si se prefiere, entre educadores y educandos. Actividad tan
imposible, como Sigmund Freud nos advierte y que, por imposible, dejamos de
intentar su ejercicio consiguiendo éxitos siempre parciales y fracasos jamás
definitivos.
La
educación trabaja en el conflictivo campo cercado por las sólidas paredes
estatales y entreabierto a la ambivalente puerta familiar y debe evitar, a la
vez, dos tipos de escollos colocados en tiempos contradictorios. Se trata del
escollo del “dejar hacer” y del escollo de “la prohibición”. Allí la educación
debe encontrar su camino sin estrellarse con ninguno de ellos, tarea difícil
sobre todo en tiempos donde en esta época la autoridad está mal vista o se la
ejerce con exageración y la responsabilidad retrocede acorralada ante la culpa,
o yace inerme ante la impunidad.
Es
indudable que se trata de una actividad que requiere de leyes justas y estables
y, también, de programaciones actuales y bien estructuradas, pero muchas veces
el ruido de los debates sobre leyes y programas dejan en la sombra la
problemática esencial de la educación; la transmisión, que no es una simple
cuestión de traslado de conocimientos de los que saben más a los que saben
menos, sino de transmisión de deseos: de aprender, de leer, de saber, de
crecer, de escribir y no hay lugar para esto en un escenario educacional lleno
de quejas y acusaciones.
Mientras
los padres se quejan de que los educadores no hacen su trabajo, mientras los
educadores se quejan de que los alumnos llegan “mal educados” de su casa, los
niños y jóvenes van acumulando confusión más cerca de la violencia que de los símbolos
culturales.
Confiar
a los padres, en exclusiva, la educación de los hijos puede ser tan peligroso
como abandonarlos al cuidado integral del Estado.
Crecer
es siempre a destiempo y, además, es así para todos.
Y
si los mayores creen que esto no va con ellos y sólo es aplicable a los más
pequeños, la educación —que no es ajena a la salud—, seguirá un camino de
deterioro.
LIDIA ANDINO TRIONEPsicoanalista
JULIANA MORELL (1594-1653)
MARÍA LUISA MAILLARD
Desde
diciembre del año 2023 a abril del 2024 hubo una gran exposición en el
Monasterio de Santa María de Pedralbes, titulada “El legado reencontrado de
Juliana Morell (1594-1653)”.
¿Quién
fue esta mujer, cuyo rostro ilustra el paraninfo de la Universidad de
Barcelona, Junto a Teresa de Jesús y la reina Isabel II? Nada más y nada menos
que la primera mujer doctora extrauniversitaria en Filosofía, con tan solo 12
años.
Extraña
en primer lugar la precocidad de tal hazaña, impensable hoy en día. ¿No sería
un bulo? Se nos viene a la mente la pregunta. ¿No se habrán equivocado con la
edad de Juliana? Hay, sin embargo, varios documentos que atestiguan la
veracidad del dato. El año en el que nació y el año en que recitó su tesis en
Lyon. Ello nos conduce a detenernos en la enorme influencia que tienen en
nuestra concepción del mundo las circunstancias históricas y sociales; pero,
más allá, la percepción del tiempo concedido a la vida humana.
La
vida era corta en la época de Juliana. Había que aprovecharla. La infancia se
acortaba y la adolescencia era ya la entrada en el mundo adulto, en el trabajo
manual, en los estudios superiores y en la batalla. Dos de los más grandes
poetas del inicio de la Edad Moderna en España, Jorge Manrique y Garcilaso de
la Vega no sobrepasaron la treintena, después de haber dejado atrás una gran
carrera cortesana y militar, amén de haber renovado la lírica española.
Juliana
Morell fue una mujer superdotada que pudo alimentar su inteligencia desde los
dos o tres años de edad, algo totalmente ajeno a nuestra consideración actual
de la enseñanza de los niños. A los 7 años dominaba cuatro idiomas y accedió al
conocimiento de todas las disciplinas existentes en su época, antes de los 16.
Su padre le procuró todos los medios necesarios para ello. Sin duda influyó en
su decisión el clima a favor de la enseñanza de la mujer, creado en España por
la reina Isabel la Católica. El tener en casa una hija instruida era signo de
distinción y un judío converso no podía dejar de lado ninguna oportunidad de
lograr aceptación y prestigio social. La Inquisición vigilaba.
Nace
Juliana Morell en Barcelona, el día 16 de febrero de 1594, en el barrio del
Raval. Fue hija ilegítima de Juan Antonio Morell, un acaudalado judío converso,
comerciante en telas y prestamista, que la acogió en su casa. Desde temprana
edad, la niña manifestó dotes excepcionales para el aprendizaje de las lenguas
y su padre le facilitó los maestros de la época más especializados para ello.
Hasta los seis años, edad en la que las monjas comunicaron al padre que ya no
tenían nada que enseñarla, asistió a clases en el convento dominico de Santa
María Montsió, cerca de la antigua Plaza de Santa Ana. A los 7 años, Juliana
dominaba cinco idiomas: el español, el catalán, el latín, el griego y el
hebreo, En los años siguientes añadiría el francés, el italiano, el árabe y el
siríaco. Se dice que a los 17 dominaba 14 idiomas.
A
la edad en la que abandona el convento dominico, su vida sufre una conmoción.
Su padre es acusado de participar en un homicidio —no se sabe si falsamente,
habida cuenta de su condición de converso—, y huye a Francia. Pocos meses
después su hija se reúne con él. En París, Juliana continúa su aprendizaje,
ahora en Filosofía, Matemáticas, Derecho Civil y Canónico, Física, Astronomía y
Música, llegando a ser una virtuosa del órgano y del arpa. Padre e hija se
mueven en los ambientes más cultos de la ciudad que asisten con asombro a la
erudición de la niña, que es denominada “el milagro del siglo”.
La
familia se traslada a Lyon y es allí, en una recepción en la casa familiar,
donde Juliana presenta su tesis, ante un nutrido grupo de los teólogos,
filósofos y juristas más destacados de la época. La tesis, Tum lógicas tum morales,
dedicada
a la reina de España Margarita de Austria, recibe la calificación unánime de
doctora extrauniversitaria. En ella, Juliana defiende la unidad de la lógica y
la mística erótica, una de las bases que sustentarán su posterior defensa del
catolicismo frente a la reforma protestante. Unos meses después, la familia se
traslada a Avignon y Juliana presenta su tesis ante el papa Paulo V, bajo el
título: Oración recitada ante Pablo V en
el Palacio Pontificio de Avignon, revalidando su título, ahora como doctora
cum laudem.
En
1910 Juliana tiene 16 años y su padre comienza a barajar un matrimonio
ventajoso para ella que aumente el prestigio de la familia. Juliana se niega.
Quiere continuar con su trabajo intelectual y sabe las dificultades que en la
época entrañaba el matrimonio y los inevitables partos. Así decide, al igual
que tantas otras mujeres de la época, ingresar en un convento. Su padre se
niega de forma tajante; es más, le comunica que no le proporcionará la dote
necesaria para cumplir su deseo. Juliana tiene recursos. Se ha ganado el favor
del papa Paulo V, que sabe que la precoz adolescente puede aportar mucho en la
batalla ideológica de la respuesta de la Iglesia católica a la reforma
protestante, denominada Contrarreforma. Así contribuye a la dote y Juliana ingresa
en el convento de las monjas dominicas en Santa Práxedes de Avignon.
Su
vida estará dedicada al estudio; aunque no desdeñó la gestión, ya que fue
priora de su convento en tres ocasiones. De su extensa obra se conservan las
traducciones del latín al francés de las principales obras de San Vicente
Ferrer; así como la de la Regla de
San Agustín, enriquecida con comentarios explicativos y que incluye una
biografía de Juliana a cargo de Marie Beauchamp. También se han conservado
poemas manuscritos en latín y francés, amén de su libro en prosa Oración recitada ante Paulo V. Fue
reconocida por Lope de Vega en la Siva II del Laurel de Apolo y por Benito Jerónimo Feijoo.
Falleció
en el lugar que había elegido para desarrollar su vida y su talento, el
convento de Santa Práxedes de Avignon, a la edad de 59 años, dejándonos la
prueba viviente de la capacidad intelectual que podía desarrollar una mujer de
la época, si se daban las condiciones necesarias para ello. Condiciones que,
desde el ejercicio de su libertad, ella misma se procuró enfrentándose a su
padre y al destino que la época tenía prefigurado para ella.
MARÍA LUISA MAILLARD
El
director, Jafra Panah, tiene una larga experiencia de censuras, torturas y
encarcelamientos en su país, Irán, y a pesar de todo ha seguido haciendo cine
de manera clandestina denunciando la cruel dictadura de su país. Un simple
accidente es su última obra. La narración comienza con un plano largo y,
aparentemente agradable, de un hombre cordial conduciendo una noche junto a su
feliz esposa embarazada y con su hija, una niña traviesa y juguetona, en el
asiento trasero. Cuando atropellan accidentalmente a un perro, el marido para
en un taller y convence a un mecánico para que le arregle el coche. Pero
entonces, Vahid (Vahid Mobasseri), uno de los mecánicos del taller cree escuchar
los sonidos de unos pasos irregulares de alguien que cojea y los chirridos de
una prótesis le recuerdan a quien llama Pata de Palo, un sádico interrogador
que le torturó mientras estaba encarcelado por falsos cargos de rebelión.
Impulsivamente, Vahid lo deja inconsciente con una pala y lo mete en una caja
en la parte trasera de su camioneta.
Planea
enterrar vivo a Pata de Palo en el desierto, pero Vahid siempre llevaba los
ojos vendados mientras estuvo en prisión, así que no puede estar seguro de que
el hombre que ha atrapado sea su torturador. Decide conducir hasta la ciudad
para pedirle una segunda opinión a una serie de amigos que sufrieron, como él,
torturas en la cárcel. En poco tiempo, la camioneta de Vahid se llena de ex
prisioneros discutiendo sobre el tema, incluyendo a una activa fotógrafa de
bodas, una mujer enfadada que se casa al día siguiente, su prometido y un
hombre resentido que está dispuesto a estrangular al cautivo de Vahid, sea o no
Pata de Palo. Pero existen dudas con la identidad del apresado y planea sobre
el grupo una duda moral: ¿Es ético obrar de la misma forma que el torturador? ¿Podría
cambiar y redimirse si se le perdona?
Un
simple accidente es una narración sobre el deseo de venganza
y sobre las dudas morales. ¿Es la venganza la única opción o es mejor perdonar?
La narración se hace cada vez más tensa y agobiante. Vemos sufrir
desgarradoramente a unos personajes, bien dibujados, que se preguntan si es
justo utilizar los mismos métodos (secuestro y tortura) que sus opresores han
utilizado con ellos. Se duelen y se avergüenzan de sus deseos de venganza y sus
sentimientos de odio que, de alguna manera, les iguala con sus torturadores. El
director nos muestra unos personajes humanos, víctimas de una dictadura
perversa. Buenas gentes que han visto destruidas sus vidas y sus valores a los
que, a pesar de todo, se aferran.
Es
una película sólida que, poco a poco, se va haciendo más terrorífica y donde se
nos muestra un país donde la corrupción se da en todas las capas sociales:
policía. médicos, enfermeras… El final es desolador y nos plantea preguntas
dolorosas: ¿se puede luchar contra el mal radical con buenas acciones? ¿Es
posible que los pacíficos puedan vencer alguna vez a los violentos? Una buena
película que nos deja conmocionados y nos plantea cuestiones morales para las
que nos cuesta encontrar respuestas.
ISABEL BANDRÉS
A
la directora, Alauda Ruiz de Azúa, le preceden dos magníficos trabajos donde
medita sobre la familia: el film Cinco lobitos y la serie Querer.
En Los domingos nos narra la vocación religiosa de una adolescente. Ainara,
una joven de 17 años, seria e inteligente, estudia en un colegio católico mixto
y tras unos ejercicios espirituales vuelve a casa con su familia, que incluye a
Iñaki (Miguel Garcés), su padre viudo y restaurador, su abuela Lila (Mabel
Rivera) y su tía, Maite (Patricia López Arnaiz), hermana de Iñaki, dos hermanas
pequeñas… y suelta una bomba, quiere ser monja de clausura. Poco a poco, iremos
conociendo a Ainara, espléndida actuación de la Joven Blanca Soroa, y a su
familia.
Ainara
se quedó de muy niña huérfana de madre, de la que solo sabemos que era
despreciada por la familia paterna y a quien la joven tiene idealizada. Su
padre, es un restaurador poco realista y posee una personalidad superficial lo
que hace de él un padre distraído. Su tía Maite, hermana de su padre, es atea,
con problemas en su propio matrimonio, intenta ocupar el papel de madre de su
sobrina sin lograrlo. Su oposición frontal a la decisión de ser monja de clausura
hace que Ainara se reafirme en su vocación.
La
joven se encuentra en plena adolescencia sin haber hecho el duelo de la muerte
de su madre ni haber encontrado una figura materna que ocupe ese vacío ni haber
tenido una figura paterna fuerte en la que apoyarse. Su padre está permanentemente
distraído con sus deudas y centrado en su nueva pareja con la que va a casarse
en breve. Su actitud ante la vocación de su hija es despreocupada, como si
desease deshacerse de un problema y pasar página lo antes posible. La joven,
además, tiene una relación con un chaval de su edad que va y viene, como es
propio a esa edad. Su director espiritual y la carismática madre Isabel, le
hablaran de la fragilidad del amor mundano comparado con el firme amor de Dios.
Se nota, como de una manera natural, que existe cierta manipulación para reconducir
a la joven. 
En
la primera parte, se nos muestra a la familia. El retrato de cada uno de los
personajes y la recreación del ambiente en el que se mueve la protagonista son
soberbios. La narración se desliza suavemente sin distorsiones sin maniqueísmos.
No hay malos ni buenos, sencillamente personas con sus dudas y sus debilidades.
La directora Ruiz de Azúa no juzga a nadie. Se limita a exponer la situación y
la lectura que haga el espectador es cosa suya.
¿Es
una película sobre la vocación religiosa? Sí y no. Es, sobre todo, una película
sobre la familia y sobre la búsqueda de un lugar y un refugio propio. Nos
muestra a una Ainara que siente que no hay un lugar para ella en su familia y
busca desesperadamente, como se hace en la adolescencia, su lugar y lo encuentra,
nada más ni nada menos, en un convento de clausura. ¿Por qué esa radicalidad?
¿Por qué ese cerramiento ante la vida? ¿Por qué quiere romper totalmente con el
mundo y con la familia biológica?
En
la segunda parte, tras una terrible crisis de fe en la que no siente la voz
interior de la llamada, pide con gritos desgarradores a Dios que sea su padre que
llene el terrorífico vacío interior que siente. Es como si cayese en una grieta
sin fondo. Una joven sin una identidad formada, se refugia en la transcendencia
que vive como algo liberador y glorioso. Desea la paz y el sosiego aquí y en la
vida venidera, aunque tenga que renunciar a su propio cuerpo, a su propia voz,
a su propia mente. En el convento encontrará o cree encontrar el apoyo de un
padre todopoderoso y de una madre fuerte, la priora (madre Isabel), que contendrá
todas sus penas y aclarará todas sus dudas. Desarrollará con ella una
dependencia absoluta (como un bebe con su madre).
Los
domingos es una película magnifica y elegante en la que la
directora no toma ningún partido y nos deja pensativos. Una vez que sales del
cine no te la puedes quitar de la cabeza, tal es su riqueza de contenidos, sus
matices y las múltiples preguntas que nos plantea. No se la pierdan.  
ISABEL BANDRÉS 
STACEY KENT
«La voz de Stacey no nos permite olvidar que los temas son acerca de la gente. Sus protagonistas adquieren tal vida propia con su voz, que a veces debemos recordarnos a nosotros mismos que el CD no tiene imágenes. De hecho, ella tiene mucho en común con algunos de los actores de la gran pantalla, ya que consigue retratar los complejos tonos y sombras de una personalidad, sus motivos y sentimientos, a través de su rostro y su postura».
¿Quién dijo esto de Stacey Kent? Pues nada
menos que el Premio Nobel Kazuo Ishiguro.
“Stacey Kent transforma canciones en breves historias que rebosan pasión, romance y asombro. Déjate llevar por sus declaraciones contenidas y Kent te traerá el mundo” (The New Yorker).
Stacey nación en New
Jersey, se graduó en New York como licenciada en Literatura comparada y se
trasladó a Londres, donde nada hacía presagiar que cambiaría su carrera
académica por la música, pero fue con su voz con la que consiguió
reconocimiento internacional como una de las cantantes de jazz más destacadas
de su generación.
Con un catálogo de 13
álbumes de estudio, incluyendo Breakfast On The Morning Tram (para el
que Ishiguro escribió varios temas), disco de platino y nominado al Grammy, y
una impresionante lista de colaboraciones, Stacey ha pisado los escenarios de
más de 55 países a lo largo de su carrera. ¡Quién se lo iba a decir a aquella
joven que comenzó su carrera cantando habitualmente en el Café Boheme del Soho
y otros clubs de jazz de Londres!
Stacey Kent actuará en el Teatro Pavón de Madrid el próximo 14 de noviembre. Si pueden, no se la pierdan.
SUSI
TRILLO
 
































 
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