¿Qué
te sugiere la palabra “progreso”?
Avance
armonioso y coherente en la vida.
¿Qué
cualidad valoras más en el ser humano?
Su
capacidad de empatía, de respeto hacia los seres humanos y el planeta
¿Cuál
consideras que es su peor defecto?
La
codicia, la crueldad.
Color
favorito
Varios:
el azul, el verde, el blanco.
Si
tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?
En
cuidar la naturaleza.
Animal
preferido
El
tigre.
Elige
un paseo
Por los bosques de Irati.
¿Cómo
combates el miedo?
Lo
atravieso temblando, no queda otra, y a veces acompañada.
¿Qué
habilidad te gustaría tener?
La
música, y habilidades sociales.
¿Qué
opinas de la IA (Inteligencia artificial)
Como
todo, ha venido para ser bien utilizado y para hacernos la vida mejor, salvo si
lo utilizamos para lo contrario. Hay que acotar con reglamentos y leyes.
¿Crees
que ha cambiado la percepción del tiempo?
Todo
lo que ha traído la tecnología ha cambiado la percepción del tiempo; desde el
teléfono o la televisión, por lo tanto, internet y ahora la IA es otra
aceleración mayor.
Autor
literario preferido
Imposible
elegir uno, pero sin duda elijo a una autora de las últimas que he leído Siri
Huvsted o Cristina Peri Rossi o Marta Sanz.
Ciudad
donde vivirías
En
un montón y según la etapa de vida en la que me encuentre, una ciudad con
bosque cerca al que pueda llegar andando.
Elige
una parte del día
La
mañana temprana.
¿Echas
de menos el silencio?
No,
yo me lo procuro mucho, cierto que para eso hay que aislarse y no bajar al
centro.
Contesta
el cuestionario: Nieve de Medina Ruiz
Fecha:
14 de noviembre de 2025
NIEVE DE MEDINA RUIZ
Actriz,
escritora y directora de teatro, nacida en Madrid, empezó a estudiar
interpretación con María Ruiz, y completó su formación en el Laboratorio
Teatral William Layton.
Es titulada en dirección de escena por La Real Escuela Superior de
Arte Dramático de Madrid (RESAD), y se formó como actriz
de doblaje en Taurus.
Se
dio a conocer en el año 2000 en la película El
Bola, de Achero
Mañas, pero el punto de inflexión en su carrera fue Los
lunes al sol, de Fernando León de Aranoa,
dos años más tarde.
Ha
escrito relatos cortos y obras de teatro como Ni con el pétalo de una rosa,
representado en el Teatro Lara de Madrid en 2010, con
dirección de Juanfra Rodríguez, y Finados y confinados, que se
representó en los Teatros
del Canal en 2021 bajo su dirección. Ha escrito y dirigido los
documentales Por si te vas te quedas en 2017 y Normalidad 20º en
2021, un cortometraje sobre la pandemia de Covid-19.
Como
directora de escena los trabajos han sido puntuales debido a su entrega a la
interpretación: La fiesta del vino, Madrid 1988; La Húngara, de
Mario Fratti, (1990); Noche de guerra en el
Museo del Prado, de Rafael
Alberti (1998); Enfermos de Esperanza, de Enrique
Mijares (1998); Una fiesta para Boris, de Thomas
Bernhard 2001, Finados y confinados, Teatros del Canal
(2021).
MILAGRO
MARÍA LUISA MAILLARD
Estamos
en Navidad, la época de los ritos por excelencia, al menos, del de más larga
duración. Los rituales son sin duda acciones simbólicas, inicialmente ligadas a
la religión, aunque se fueron extendiendo a otros sectores de la sociedad de
ámbitos radicalmente diferentes, curiosamente relacionados con la muerte como,
por ejemplo, al ejército o a la fiesta de los toros. Se trataba en sus
orígenes, según constata María Zambrano, de la aceptación de algo sagrado que
afectaba a todos los miembros de una comunidad. Conjugaba así dos tipos de
tiempo: el propio de la intimidad y el tiempo comunicante de todos los que
estaban bajo el influjo de la misma acción simbólica.
El
filósofo coreano, Byung-Chul-Han, analista de las sociedades contemporáneas, en
su libro La desaparición de los rituales,
lamenta las consecuencias de esta pérdida, subrayando precisamente la de su
acción comunicante. Ya no existen valores que afecten a toda la comunidad y que
perciban lo duradero frente a la inmanencia del presente, que es la que domina
en las sociedades occidentales.
¿Desaparición
de los rituales? ¡Si los tenemos en estas fechas delante de los ojos y
precisamente con su sustrato religioso! Pero, ¿unen a la comunidad con sus
luces, su bullicio y sus belenes, bajo valores duraderos? En nuestras
sociedades laicas occidentales, el sustrato religioso tiende a ser sustituido
por el recurso del amor universal, volcado en la familia, los amigos y la
fraternidad del jefe con sus empleados. Habría que señalar que los amigos han
ido ganando terreno frente a la familia, que lleva más de un siglo sufriendo la
crítica acerba de sus elementos represivos desde diversos ámbitos artísticos.
En cualquier caso, el amor es la palabra clave de la Navidad. ¿Se recuerda al
niño, cuyo nacimiento se celebra y que, ya adulto, pronunció por vez primera la
frase: “ama al prójimo como a ti mismo?
Se
produce la paradoja de que los rituales de la Navidad son celebrados en
Occidente por una gran mayoría de ciudadanos que enarbolan el laicismo como
bandera. No es de extrañar que el consumismo haya ido cubriendo con su manta
omnívora ese factor comunicante que el ritual de la Navidad tenía en sus
orígenes. No es azaroso que los días previos a la Navidad irrumpa con gran
aparato propagandístico el Black Friday,
un gran festival del consumo. Tampoco hay que olvidar la celebración del
elemento festivo del largo periodo navideño, que rompe la monotonía laboral y
estudiantil. ¿Estamos celebrando realmente el nacimiento de un niño que cimentó
las bases de la cultura occidental? ¿Qué es lo que celebramos? ¿La añoranza de
los rituales que crean comunidad? ¿La fiesta y las vacaciones en sí mismas? ¿O
simplemente la legitimación del consumo desaforado?
Existe
un elemento de la Navidad que vamos a destacar hoy porque atañe a un componente
básico de la naturaleza humana que es la esperanza. Movimiento íntimo que abre
la puerta a la fantasía y que es el sostén del milagro. Es difícil que la
esperanza desaparezca del corazón del hombre, como se comprueba en otro de los
actores imprescindibles de la Navidad actual: el Gordo de la lotería. Desde
hace meses, colas interminables en determinados establecimientos loteros,
certifican el número inmenso de ciudadanos que esperan el milagro de que el
azar les toque con su varita mágica y su vida se traslade del penoso trabajo
diario a una hamaca bajo el sol del Caribe.
Dejemos
de lado al Gordo y vayamos a ese episodio del rito de la Navidad que ha
acaparado la noción de milagro, un suceso ajeno a las leyes de la naturaleza e
incluso a su origen divino, según un dicho popular: “Hágase el milagro y hágase
aunque sea el diablo”. El milagro se encarna en Los Reyes Magos que vienen de
Oriente, subidos a sus camellos, para cumplir los deseos de los niños y cuya
cabalgata por el centro de las ciudades se ha convertido en uno de los
acontecimientos más destacados de la Navidad.
Sus
orígenes se remontan al evangelio de San Mateo: Los Reyes Magos, con el tiempo
Melchor, Gaspar y Baltasar, representantes del mundo conocido en la época,
honran al recién nacido con mirra por su condición de hombre, con oro como rey
y con incienso como Dios. Sin embargo, su implantación en las sociedades de
tradición cristiana es relativamente reciente. No es sino hasta 1866 que hay
constancia en Alcoy de la primera cabalgata de los Reyes Magos; aunque el
ritual de los regalos a los niños de sus majestades data del siglo XVI para
sustituir una tradición medieval de origen francés.
Es
un rito dedicado a los niños, quizá porque su inocencia es aún capaz de aunar
la esperanza y la fantasía. Hasta cierta edad los niños creen en los Reyes
Magos. Luego, dejan de creer, al igual que sus padres lo hicieron. Las
sociedades laicas permiten a los niños la fantasía y la creencia en el milagro.
¿Qué hacen los adultos laicos con su esperanza, aparte de depositarla en el
azar del juego? La evolución de las sociedades occidentales muestra cómo uno de
los mayores riesgos que hemos corrido y seguimos corriendo en nuestra
convivencia es la manipulación de la esperanza, una vez trasladada del más allá
al más acá. Dicha manipulación es la fuente del populismo en democracia.
Líderes políticos que prometen a los ciudadanos la solución irreal de sus
problemas, mediante la demagogia de una fórmula milagrosa, que moviliza sus
peores instintos contra los supuestos enemigos que se oponen a ella.
Cuando
el milagro se deposita de forma demagógica en las sociedades humanas, siempre
se produce una deriva peligrosa, porque las sociedades, así como los hombres
que las componen, son complejas y ni la libertad ni la igualdad pueden ser
nunca objetivos absolutos. Mi libertad choca con el límite de la libertad del
otro, y la igualdad, con la enorme diversidad de tipos humanos y su libertad.
¿Queremos que se altere la naturaleza humana y su múltiple diversidad, en aras
de una uniformidad forzada? Se podrá llegar a un relativo perfeccionamiento en
la relación libertad-igualdad, pero nunca a una solución final y absoluta; a no
ser que se recurra a la creación de una sociedad artificial, mediante el terror
absoluto que, dada la condición humana, preservará los privilegios y, por
tanto, la desigualdad y la impunidad de los encargados de aplicar “la solución
milagrosa”, respecto al resto de los ciudadanos.
MARÍA LUISA MAILLARD
EN
BUTÁN NO SON FELICES
AQUÍ,
TAMPOCO
ISABEL
BANDRÉS
He
leído en Le Monde que Bután, considerado el país más feliz del mundo,
pierde población por la inmigración de sus habitantes, principalmente, a
Australia. Los butaneses eran considerados como los ciudadanos del mundo más
serenos y felices, pero parece que su vida pacífica y de calma está llegando a
su fin. La situación económica del país ha empeorado y necesitan atraer
inversión extranjera. Adiós a la serenidad estoico-budista y bienvenidos el
capitalismo derrochador y bullanguero. Aquí, nunca hemos sido considerados un
país feliz, pero sí fiestero y bullicioso. Y aunque parezca que es lo mismo, no
lo es.
Para
que los habitantes de un país sean felices, o algo parecido, tiene que existir
una sensación de seguridad económica entre sus habitantes y altos índices de
igualdad. Los ciudadanos deben tener sus necesidades básicas cubiertas y la
seguridad de que, si vienen mal dadas, el Estado en su conjunto gestionará recursos
y formas de no dejar a nadie a la intemperie. Y aquí, eso no se da. Nos lo dice
el prestigioso Informe FOESSA1 en su IX edición publicado en
noviembre de 2025. “Tras dos décadas —comenta—, de crisis
endémicas, las fases de recuperación no han cerrado y han llevado a España a
contar con una de las tasas de desigualdad más grandes de Europa, muy por
encima de la de 2007”.
Existen,
según el informe, cuatro factores multiplicadores: la educación, el origen
familiar, la salud y las relaciones sociales. Y demuestra que la ESO ya no
protege de la exclusión. El cortafuegos para la pobreza se desplaza al
Bachillerato y la Formación Profesional. Por otra parte, los hijos de padres con
bajo nivel educativo tienen el doble de posibilidades de caer en la pobreza que
los que tienen progenitores altamente formados. La conclusión es que “[…] la
exclusión social se hereda y es necesario actuar para compensar las
desigualdades de origen porque el código postal y la mochila familiar pesan más
que la capacidad y el esfuerzo”.
Otras de las causas del empobrecimiento son la vivienda y el empleo. El 45% de las familias que viven en alquiler se encuentran en riesgo de pobreza. El empleo mejora macroeconómicamente, pero la subida de los precios hace que muchos trabajadores tengan que hacer grandes sacrificios para poder llegar a final de mes.
Existe
el mito de la pasividad de las personas en situación de exclusión. Se tiene la
falsa idea que viven de las prestaciones sociales sin buscar soluciones o
emprender acciones para su inclusión. En realidad, tres de cada cuatro personas
en exclusión severa activan estrategias de inclusión: buscan empleo, se forman,
se movilizan en redes y ajustan gastos. Sin embargo, chocan con barreras administrativas
insuperables. Una rígida burocracia y la falta de adaptación de los servicios
sociales hacen que no puedan llegar a recibir ayuda y orientación. Y, si añadimos,
la falta de una red de relaciones sociales situamos a los menos favorecidos en
la incomunicación y la soledad que agravan su situación. El nivel de
aislamiento de las personas en exclusión severa se ha quintuplicado, pasando
del 3,2% en 2018 al 16,6% en 2024. El informe nos alerta: “Nuestro ‘escudo
comunitario’, se está debilitando justo donde más se necesita. Donde se tejen
vínculos, la exclusión se vuelve reversible; donde se rompen contactos sociales,
la dependencia se acelera. Reconstruir esos lazos exige reconocer lo relacional
como estratégico: las políticas deben medir y fortalecer el capital social
(familia, vecindad, asociaciones…) con acciones preventivas y comunitarias”.
El
Informe FOESSA introduce otro factor determinante, la salud. La desigualdad
también se mide en años de vida. Además, del deterioro de la salud asociado a
la malnutrición. El informe detecta que las listas de espera y la dificultad
para conseguir cita están minando el acceso a la sanidad. El dato más grave es
que el 6% de las familias más vulnerables que tenían una enfermedad grave no
recibió atención médica el año pasado. El doble que en el conjunto de la
sociedad. La salud mental también se resiente. Los diagnósticos de depresión,
ansiedad o trastorno adaptativo alcanzan al 6% de la sociedad, pero superan el
12% entre quienes viven en exclusión severa. El informe pone sobre la mesa que
cuando el sistema público se atasca, y retrasa la detección precoz de
enfermedades, o no cubre completamente puntos fundamentales como la salud
mental, la única alternativa es el pago, convirtiendo un derecho fundamental en
un privilegio. Lo mismo sucede con la educación.
El primer grupo que sufre especialmente la fractura social son las mujeres. La exclusión sigue creciendo y penalizando a los hogares encabezados por mujeres, pasando del 17% de exclusión en 2007 al 21% en 2024 y, especialmente, en las familias monoparentales que han pasado del 12% en 2007 al 29% en 2024. De hecho, del total de hogares excluidos graves, casi la mitad están encabezados por mujeres (el 42%, más de 15 puntos porcentuales desde 2007).
En
definitiva, este informe nos sitúa ante una encrucijada. Podemos seguir por el
camino actual, el del individualismo, la desigualdad y la insostenibilidad, que
nos lleva a una sociedad del miedo. O podemos elegir un cambio de rumbo
valiente, construir un nuevo imaginario social basado en el cuidado mutuo, la
justicia y la responsabilidad compartida. Esta sociedad insatisfecha,
acomodaticia y ciega ante las injusticias sociales y las desigualdades está
creando un mundo deshumanizado y del “yo” que excluye al “otro” y más si ese
“otro” es un marginado. A pesar de todo, el informe también detecta capacidad
de resistencia: “Las vemos —dice—, en los movimientos sociales, en las redes
comunitarias que persisten, en la acción cotidiana de miles de personas. Existe
una voluntad de transformar la realidad, una negativa a resignarse que necesita
expandirse”
“Necesitamos
—añade—, un cambio radical de paradigma civilizatorio, un nuevo pacto social
basado en valores diferentes que ponga en el centro la interdependencia y el
cuidado. No somos individuos aislados y autosuficientes. Dependemos los unos de
los otros”. Nuestro país ocupa el número 12, entre todos los países del mundo,
como potencia económica. ¿Cómo es posible que nos encontremos a personas
durmiendo en las calles y en el aeropuerto, sin asistencia médica ni social?
¿Qué hacen las administraciones? ¿Qué hacemos nosotros? ¿Y no nos da vergüenza?
No, nos la da, pero ni un poquito.
Sería
conveniente alejar la mirada fijada solamente en nuestro bienestar y girarla
hacia el malestar del “otro”. No olvidemos que todos somos seres frágiles y aunque
nos rodee mucha gente o tengamos muchas cosas estamos solos, es la condición
del ser humano. Como nos recuerda María Zambrano: “Somos soledades en
convivencia”. ¿Qué sería de nosotros sin esa convivencia y sin esas redes
personales que nos sostienen? Quizá, nunca seremos tan felices como lo fueron
en su día los butaneses, pero si nos esforzásemos cuidándonos mutuamente
podríamos avanzar hacia una “democracia del cuidado” más humana y así ser un
poquito más felices. El cuidado del otro es la piedra angular del humanismo y
de la democracia. Lo dicen Sócrates, Hannah Ardent, Aristóteles… La filosofía y
la religión se juntan para animarnos a cambiar el rumbo. Les deseo para 2026,
menos ombligo y más apertura. Es decir, felicidad de la buena.
ISABEL BANDRÉS
1Sobre
la Fundación FOESSA
La
Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) fue
creada por Cáritas Española en 1965 con el objetivo de servir a la sociedad a
través de la realización de estudios de investigación sobre la realidad social,
cultural y económica de España. A lo largo de estas seis décadas se han
presentado nueve macrodiagnósticos: 1966, 1970, 1975, 1980-83, 1994, 2008,
2014, 2019 y 2025. “El IX
Informe FOESSA sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, está realizado
por un equipo de 140 investigadores procedentes de 51 universidades, centros de
investigación, fundaciones y entidades del Tercer Sector.
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
55.
LEYENDO CARTAS DE AMOR
INÉS
ALBERDI
Muchas de las cartas que vemos leer a
nuestras modelos son cartas de amor. Algunas veces es el propio artista el que
nos lo indica y, en otras ocasiones, somos nosotros las que lo imaginamos ¿por
qué no? Con esa atención, esa mirada ilusionada, ese aire de soñar con la
felicidad, buena parte de los retratos de mujeres que leen cartas, son retratos
de mujeres enamoradas, que reciben, a través de la lectura, un alimento para
sus ilusiones.
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| Jean-Honoré Fragonard, Francia (1732-1806) Joven leyendo, c.1770 Galería Nacional de Arte en Washington D.C. |
Muchos
de los filósofos y confesores que defendieron en su día que a las mujeres no
había que educarlas, pusieron como justificación que si aprendían a escribir y
a leer lo iban a usar para recibir cartas de amor y que ello podía poner en
juego su virtud.
Estos
reparos daban una excusa para sus posiciones misóginas que no se atrevían a
confesar, porque ¿Qué daño puede hacer una carta de amor? Desde el origen de
los tiempos el amor sube la autoestima, hacer florecer lo mejor del ser humano
y da alas a la felicidad.
![]() |
| Jean-Honoré Fragonard, Francia (1732-1806) La carta de amor, c.1770 Museo Metropolitano de Arte (The Met), Nueva York |
Quizás
fueron los pintores del rococó francés los que comenzaron a retratar mujeres
jóvenes leyendo cartas de amor, o leyendo cartas con aspecto de ser misivas
amorosas.
![]() |
| Jean Étienne Liotard, Suiza (1702-1789) Retrato de Mlle. Lavergne (sobrina del pintor), s/f Rijksmuseum, Amsterdam |
Son
épocas en las que la cultura femenina se pone de moda entre la aristocracia
francesa, en la que surgen los salones como lugar de encuentro de intelectuales
y damas de alcurnia, y es de muchas de estas mujeres de las que tenemos
retratos leyendo cartas de amor. Son retratos que además de profundizar en la
belleza de la modelo reflejan también su nivel cultural y su valor social. Son
mujeres jóvenes, elegantes y deseadas.
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| Jean Raoux, Francia (1677-1734) Joven leyendo una carta, s/f Museo del Louvre, París |
La
moda se extendió y uno de los pintores italianos que se movía por Europa en
aquellos tiempos, Rotari también retrató a jóvenes leyendo cartas de amor. Los
encargos más cuantiosos y más curiosos le vinieron a Rotari de la Gran
Emperatriz de Rusia Catalina II, que cuando quería conocer las modas europeas
le encargaba una multitud de retratos femeninos con vestidos y peinados que se
llevaran en Paris. Rotari nació en Verona y posteriormente trabajó en Venecia,
Roma y Nápoles. Fue en su Verona natal donde recibió la llamada de la Gran
Catalina y terminó mudándose a San Petersburgo donde se convirtió en pintor
oficial de la corte. Una de las colecciones más importantes de estos retratos
se enseña actualmente en el palacio de Tsarskoye Selo en los alrededores de San
Petersburgo.
![]() |
| Pietro Antonio Rotari, Italia (1707-1762) Joven leyendo una carta de amor, 1750-1760 Colección privada |
La
pose de leer cartas de amor cundió, se mantuvo y podemos encontrar ejemplos a
lo largo de toda Europa.
Gainsborough,
el pintor de la aristocracia inglesa del XVIII, tiene una preciosa estampa de
ello. Los peinados y los vestidos popularizados en la época por Gainsborough
nos hacen ver esta época como una de las más brillantes en combinar la belleza
de los paisajes ingleses con la elegancia de sus atuendos.
![]() |
| Thomas Gainsboroug, Gran Bretaña (1727-1788) Frances Browne, Mrs. John Douglas, 1783 Colección privada |
En
el XIX seguimos encontrando estos retratos de mujeres leyendo cartas de amor; algunos
de ellos en los Estados Unidos.
![]() |
| John Edmund Califano, Estados Unidos (1864-1946) La carta de amor, c.1890 Colección privada |
![]() |
| Emile Lévy, Francia (1826-1890) La carta, 1874 Colección privada |
![]() |
| Auguste Toulmouche, Francia (1829-1890) La carta de amor, 1883 Colección privada |
![]() |
| Thomas Sully, Gran Bretaña (1783-1872) La carta de amor, 1834 Colección privada |
No
son únicamente las mujeres cultas y elegantes las que reciben cartas de amor.
También tenemos ejemplos de campesinas que leen cartas de sus enamorados.
![]() |
| George Smith, Gran Bretaña (1829-1901) San Valentín, s/f. Colección privada |
Muchas veces esta lectura se hace al aire libre, permitiéndose
el autor un retrato de los campos y las flores.
![]() |
| Edmund Blair Leighton, Gran Bretaña (1853-1922) La carta de amor, 1884 Colección privada |
![]() |
| Marcus Stone, Gran Bretaña (1840-1921) La carta de amor, s/f Colección privada |
Los
artistas españoles también entran en esta moda en el XIX, aunque este ejemplo
es de Madrazo, un pintor que desarrolló casi toda su obra en París.
![]() |
| Raimundo de Madrazo, España (1841-1920) Felicitación de cumpleaños o La carta de amor, 1884 Colección privada |
Las poses son similares a las de otros retratos de mujeres
leyendo, unas lo hacen debajo de una ventana.
![]() |
| Emil Pap, Hungría (1884-1955) La carta de amor, s/f Colección privada |
Y
otras, pierden la vista soñadoramente en el horizonte mientras disfrutan del
mensaje amoroso.
![]() |
| Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919) Joven con una carta, 1890 Museo de l'Orangerie, París |
INÉS ALBERDI
NOCHEBUENA/NAVIDAD
NATALIA VELASCO POSTIGO
Rebusco entre mis recuerdos para
comprender mi relación con esta inevitable época del año y encuentro estampas
de belenes vivientes en los que yo actuaba de pastorcita que lleva viandas al
portal de Belén. Recuerdo también mi anhelo y mi inquietud por llegar a ser
algo más que una simple pastorcita y conquistar el papel de Virgen María con su
toga blanca y su velo azul cielo que mira extasiada al recién nacido hecho de
yeso o de resina. Recuerdo el frío de la estatuita en mis manos, suave,
límpido. Las sensaciones se prenden en la memoria como una huella indeleble e
inalterable. Recuerdo la alegría, la espera y el deseo, la emoción y el
desencanto. Recuerdo a mi madre cansada e infatigable preparando un belén lleno
de figuritas que habían permanecido envueltas en el trastero todo el año y que
cobraban vida como los juguetes de Toy Story en un repetido ritual familiar. Recuerdo
cantar villancicos en torno al belén y que éramos felices. Los rituales tienen
esa valía, siguen un orden establecido y refuerzan la identidad grupal. Hasta
que se hacen añicos. Hasta que los anhelos quieren salir volando por encima del
belén. Hasta que los conflictos se vuelven musgo suave y húmedo. Hasta que el
grupo se dispersa y empiezan a caer copos de nieve en el corazón. Y ya no
quiero y no puedo recordar más.
Como un puzle de piezas dispersas,
mis Navidades se fueron forjando en otras ciudades, con otras gentes, en
soledad a veces y en inesperados reencuentros. La familia, pilar de familias,
fue reemplazada por desconocidos con los que compartir el día de Nochebuena
cuando ya la Nochebuena no significa la llegada del Niño Jesús cargado de luz y
esperanza. Observo a mi alrededor y contemplo una fiesta, un tanto impostada, que
algunos celebran con alegría porque aún sigue viva la llama de la fe o porque
el reencuentro familiar es una fiesta verdadera y los preparativos se sazonan
con risas y guiños tejidos con el hábito del tiempo, que echaron raíces y
tienen brotes verdes. Otras veces, en cambio, el miedo o la desgana asoman, al
atisbarse conflictos y rencillas no resueltas. Cada uno salda como puede sus
cuentas en esta época del año en la que se imponen las luces, el consumo, los
preparativos eternos. La soledad de muchos se disipa en cenas con los amigos,
el hogar privilegiado donde no hay que rendir cuentas, porque a los amigos los
elegimos a conciencia, los aceptamos sin rozaduras, los admiramos sin defectos.
Una vez me dijeron que el amor,
contrariamente a lo que pueda parecer, no es solo pasión, deseo, admiración; me
dijeron que el amor era también una decisión. Con la Navidad sucede lo mismo:
decidir con libertad cenar solo, en familia, con amigos; decidir adorar al
Niño, salir de viaje o quedarse en casa, sin que la fuerza de la costumbre nos
arrastre por el río de la vida, a contracorriente. El caso es poder decidir,
eligiendo. Nada hay tan poderoso como la libertad de elección en el banquete de
la vida.
Con mis mejores deseos, ¡que ustedes
elijan bien!
NATALIA VELASCOMadrid, 23 de diciembre de 2025.
JÜRGEN
HABERMAS
Y
LOS DILEMAS DE OCCIDENTE (1)
El
Occidente escindido.
J. Habermas (2006)
FELIPE
VEGA
“No
es el peligro del terrorismo internacional lo que ha escindido Occidente, sino
una política del actual gobierno de Estados Unidos que ignora el derecho
internacional, margina a las Naciones Unidas y está dispuesta a asumir el coste
de una ruptura con Europa”.
De
manera tan rotunda arranca el primer párrafo de este libro. Primero, hago
hincapié en el año de su publicación, 2006. George W. Bush era por entonces el
presidente norteamericano, y la observación de Habermas llega después de cinco
años de una War on Terror (No podemos negar a los norteamericanos su
capacidad para escoger títulos pegadizos. Desde el cine de superhéroes hasta
este, creado con el propósito de recorrer el mundo en busca de venganza por el
11S, que ha quedado materializada en dos estériles campañas militares y en la
creación de un limbo jurídico: el centro de internamiento de Guantánamo, sin
resultado alguno, como sabemos). Esa Guerra contra el terror ha tenido —y
sigue teniendo—, efectos que colaboran con la parálisis intelectual y política
de muchas reflexiones, dando por bueno un espectáculo vacío de contenido, que
ha quedado limitado a gestos grandilocuentes y propaganda convertida en
“información”. “¡Ay, del país que necesita héroes!”, en palabras de Bertolt
Brecht.
La
cita del párrafo inicial tiene un significado evidente, entre otros motivos
porque, veinte años después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump,
continúa incidiendo en la misma senda de pensar Europa que la de
su antecesor Bush. Es cierto que, en este segundo caso, Trump lo hace con un
tono grosero y zafio, recurriendo a un lenguaje de enorme mediocridad, aunque
no utilizando los mismos argumentos porque estos nunca han existido, un acto de
absoluta prestidigitación. ¡Abajo las máscaras…!, según el viejo dicho francés.
Y
la pregunta es simple: ¿y todo esto por qué? Este es el momento en el que
deberíamos de intentar entender el punto de vista del pensador alemán y, de
paso, averiguar qué hace (o que puede hacer…) un filósofo en una época como
esta. Ambas cuestiones son inseparables.
En el ambiente del siglo XXI sobrevuela una operación de negación de ese pensamiento que entendemos como occidental, y que podríamos considerar como una OPA hostil a la cultura europea.
No
estamos ante un descuido o un caso de amnesia temporal, sino enfrentados a una
agresiva postura, a escala social, política y mediática, con el propósito de detener
(alterar) un flujo intelectual forjado a lo largo de dos mil años: el uso de la
razón como medio de limitar los excesos del poder y su fuerza.
En
el centro del dilema: el valor que concedamos a la palabra democracia y si somos
capaces de advertir la interesada instrumentación de su contenido, que llega a
ser tratado como revolucionario frente a la libertad de mercado, por ejemplo…
El poder no necesita cambiar el nombre de las cosas. Le es suficiente con
vaciarlas de significado. De modo que cuando se apela, histéricamente, a la
palabra libertad tanto en las democracias como en las dictaduras algo no
funciona. Y esto proviene, en parte, de una torcida evolución de las ideologías
del siglo XX. Argumento que sostiene Habermas a lo largo del libro, con toda clase
de detalles. Como filósofo, Habermas recurre a una concepción filosófica y
política apoyada en sus predecesores. Es un “superviviente”, un heredero
natural de la mal conocida Escuela de Frankfurt, y como tal persevera en buena
parte sus planteamientos sobre el acto político.
En una época como esta, dotada de tan feroz hipocresía, cinismo y mala fe, da la impresión de que todo lo que pueda ser compatible y compartible dentro de la sociedad resulta sospechoso, y se tilda de comunismo en menos que canta un gallo. Poco a poco, la definición de democracia y una falaz noción del comunismo acaban pareciéndose, al parecer. De ese modo, el bienestar social se convierte en enemigo del individualismo, ya que lo limita, nos recuerdan. Lo mismo que decir que un aislamiento personal, movido por el egocentrismo y con raíces profundamente orwellianas, es el camino correcto a seguir… Cuando se dejan de discutir las cosas, la pasividad entra en acción.
Hablamos de un individuo en manos de los nuevos liberales que suplantan —por poner un ejemplo—, a Isahiah Berlín, desnaturalizando su pensamiento abierto y sustituyéndolo por intereses cerrados. De la elasticidad dialéctica se evoluciona hasta el dogma más rígido. El individuo deja de ser independiente una vez separado del contrato social volteriano —con todas las pegas a las que pueda someterse este modelo. La palabra libertad deriva en demagogia y se convierte en un cajón de sastre en donde ejercer la manipulación y destrucción de su sentido convertido ahora en una abstracción idealizada, producto de una metafísica prisionera de su propia trampa, de un idealismo moral estrangulado académicamente por sus acólitos. Justo cuando el único sentido (y contenido) de la palabra libertad (siempre con minúscula, diría Fernando Savater) reside en una sola pregunta y en su concreción: ¿libertad de qué y para quién? O, regresando a Isahiah Berlín, efectuando la distinción entre lo que él mismo define como libertad positiva y libertad negativa.
La
reflexión de Habermas discurre, en el comienzo del libro, de manera tormentosa,
por las venas de dos sociedades: la iraquí y la norteamericana. Las heridas son
grandes y ninguna de las dos sabe cómo curarlas, y tampoco se lo ponen fácil.
Una de las más destacables cualidades del filósofo alemán consiste en vigilar
el camino que recorre, a través de la historia y el pensamiento, ese intento de
democratizar lo democrático. Dice Habermas: “Las malas consecuencias pueden
deslegitimar una buena intención”. ¿Pero se agota con esto el problema?
Una
parte del libro se compone de conversaciones y la otra de conferencias. Su
densidad hace difícil ofrecer una explicación simple, que, por otro lado, solo
supondría adulterar los principios del propio autor. Habermas es un filósofo
contemporáneo consciente de lo que significa el acto de filosofar y cómo está
siendo arrinconado. No obstante, observa con lucidez: “Los pragmáticos creen en
la fuerza normativa de lo fáctico y se entregan confiadamente a un
enjuiciamiento que aprecia el fruto de la victoria con una especial
sensibilidad para los límites políticos de la moral”.
El
primer problema del pensamiento, sea cual sea este, es que suele ser invadido
por la hipocresía, y es entonces cuando esos límites de lo moral se difuminan
haciéndonos creer (por conveniencia) que no existe tal diferencia. La práctica
actual de la política supera, pues, ese marco normativo, que peca de ingenuidad
frente a lo cínico que logra subvertirlo, tanto de un lado como de otro.
Habermas ayuda a entender cómo, poco a poco, el artificial choque, incluso
entre pensamientos distintos, se encuentra en un atolladero: sus principios son
papel mojado, y el cinismo se esponja entre el cuerpo social convirtiéndolo en
un ente escéptico, lo que conviene. Esa es la tarea a realizar por todo interés
superior a la política y a sus patéticos intentos de supervivencia en nombre de
la democracia, “el peor de los sistemas políticos, después de todos los
demás…”, diría Churchill.
CONTINUARÁ…
FELIPE VEGA
VILLAREJO
DE SALVANÉS
O EL SUEÑO DE
UNA NOCHE DE VERANO
BIENVENIDO
PICAZO
— Villarejo
de Salvanés, ¿dice usted?
— Sí,
sí, ese lugarón que se ubica allá al fondo, ya muy cerquita de donde Rocinante
y la acémila, propiedad de Teresa Panza, dejaron sus improntas.
— Pero,
¿de qué trata la excursión?
— Pues,
¿cómo se lo podría explicar sin que me tomara usted por un orate visionario
cualquiera? ¿Le gusta a usted el cine? ¿La historia? ¿El pasado efímero?
— Hombre,
el cine y la historia sí, pero vamos, no me venga con zarandajas ni con letras
pequeñas.
— Anote:
Museo del Cine “Carlos Jiménez”. Como aperitivo, puede darse una vuelta por
internet, pero sepa que nada puede sustituir las jugosas explicaciones del
bueno de don Carlos, porque es él mismo quien ofrece una visita divertida,
pedagógica, histórica, nada melancólica, acogedora pero, sobre todo, una visita
que derrocha amor a raudales ya desde el momento en que uno tiene que comprar
el boleto de la visita en una taquilla de las de toda la vida. De las de toda
la vida de antes, quiero decir.
— Si
usted lo dice.
— Fíjese
en el título de este resumido, resumidísimo resumen, porque no se lo voy a
explicar, ya que Carlos Jiménez, en el primer encuentro, le desvelará tan shakesperiano
acertijo.
Llevábamos
un tiempo con ganas de acercarnos a un lugar que llamó nuestra atención desde
que cayó en nuestro radar. El lugar y las condiciones (sólo se puede visitar
los sábados a las 12:30h, salvo colegios y grupos), nos habían impedido
descubrir un espacio que bien podría ser catalogado como meca del cine
¿español?, no necesariamente, pues no sólo de España nos habla don Carlos
Jiménez, académico con derecho a voto en la rimbombante Academia del Cine y
poseedor de un flamante Goya, no de los de El Prado, sino de los anhelados
cabezones. El cine París sito en Villarejo de Salvanés, es el lugar donde se
acumulan doscientas cincuenta cabinas, cientos de carteles, mágicas máquinas
pioneras originales y, naturalmente añosas, todo aderezado con anécdotas que, en
buena medida, son provocadas por el interés de los participantes en el
recorrido. Ni que decir tiene que los visitantes todos, teníamos ya bastantes
trienios, cosa que facilitó los movimientos, puesto que todos pusimos un
desaforado interés en las explicaciones. Más que veteranos, parecíamos infantes
la mañana del 6 de enero. Cómo sería la cosa que, subiendo al gallinero, nos
llamó poderosísimamente la atención toda una pared así de alta con decenas de
trofeos.
— ¿Trofeos,
dice usted?
— Sí,
sí, copas y entorchados.
— Pero,
¿lo que vienen siendo oropeles y laureles?
— Sí,
tal cual; recuerdos del ciclista Mariano Díaz, pero eso es otra historia. Vaya,
vaya a que se lo explique Carlos.
Y
hasta Jacinto Benavente nos sale al paso, ¿qué pinta aquí don Jacinto? y una
ducha en la cabina… esto más parece un vodevil, pero no, ya que hasta 1960 era
obligatorio tener una ducha en el cubículo de la proyección, tales eran los
peligros que acechaban a los operarios. Inevitables son las referencias a la
mítica cinta de Tornatore “Cinema Paradiso”.
Carlos
Jiménez, empezó con seis añitos subido en una caja de madera de aquellas de
cervezas o gaseosas, a manejar máquinas nada fáciles ni inocentes y a
responsabilizarse de cientos de espectadores, o sea que sí, que empezó pronto a
manejarse con la alquimia. A tenor de lo visto no se ven señales flagrantes de
traumas arrastrados por el trabajo infantil o cosas peores.
En
suma, a media hora de la diosa Cibeles, nos encontramos una joyita escondida
que sobrevive por el amor y abnegación de Carlos Jiménez, ya que los poderes
públicos y las academias, como es del dominio público, están para otros
menesteres.
Tras
casi dos horas, que se hicieron cortas, tuvimos ocasión de saciar nuestro
apetito —ya saben, no sólo de celuloide viven los cinéfilos—, en un lugar de lo
más agradable. Diría su nombre pero mejor, pregunten a don Carlos.
BIENVENIDO
PICAZO

VICISITUDES
NAVIDEÑAS
LIDIA
ANDINO TRIONE
Estamos
en plenas Fiestas, celebraciones que se distinguen por muy precisas
particularidades: la Navidad reviste un carácter íntimo y familiar, en cambio
la llegada del Año Nuevo es más expansiva y desbordante, aunque ambas caigan
siempre con el balance o no de todo el año.
No
podemos negar las contradicciones y sensaciones que experimentamos cuando se
acercan estas fechas: expectativas, malestar, ilusión por los encuentros, el
brillo de la mirada de los niños, angustia, anhelos, fobias repentinas, son
algunas de las “delicias” que conforman los días previos al momento de alzar
las copas y brindar. Quejas también por tener que someterse al imperativo
cultural y por la incapacidad para romper el molde.
Las
familias se enfrentan a una serie de tareas y decisiones acerca de dónde
reunirse para comer y cenar, cuántos serán los invitados, qué lugar ocupará
cada uno en la mesa, los menús, qué regalos comprar, los gastos…
En
las consultas de atención primaria cada vez más pacientes piden ansiolíticos
para poder llevar tanto trajín. Su malestar se abre también al ámbito de lo público:
accidentes de tráfico, incendios, heridas por fuegos artificiales, hasta los
servicios de emergencia por atracones de comida, consumo excesivo de alcohol y
otras drogas.
En
salud mental sinsabores, amarguras que estos encuentros a veces arrastran
consigo. A veces la política suele servir de pretexto para reproches sobre lo
que prometió y no cumplió. Fantasmas del pasado que se actualizan en medio de
la efervescencia etílica.
El
año nuevo nos coloca ante un final; aún quedan cosas por hacer, nuevos
proyectos que plantear. Las fiestas celebran entonces un duelo y un pacto; el
primero es por algo perdido: lo que no se pudo hacer y, sobre todo, por
aquellos que ya no están. Ausencias difíciles de sustituir. Y el pacto es por
un nuevo acuerdo con la vida, lo irremediable, lo imposible, etc.
Entonces
estas fiestas actualizan una mirada que atestigua nuestra fragilidad y
contingente condición existencial en medio de los festejos.
Queridas
lectoras y lectores, les deseo un nuevo año con salud, trabajo y amor.
LIDIA ANDINO TRIONE
LUISA IGNACIA ROLDÁN VILLAVICENCIO
“LA ROLDANA”
MARÍA LUISA MAILLARD
Traemos
hoy a nuestras páginas a la gran escultora del Barroco español, conocida como
“La Roldana”. Queremos compartir la alegría de que el Museo del Prado haya anunciado
el 18 de diciembre de este año 2025 la incorporación a su fondo de una de sus
obras: Descanso en la huida de Egipto.
El
conjunto escultórico, hecho en terracota y cuya bella policromía se encuentra
casi intacta, data de1691, época de madurez de la Roldana y muestra el
virtuosismo técnico y la expresividad, que serán el sello personal de sus
obras. El Museo del Prado salda con ello una deuda histórica. Su obra,
desperdigada por España en museos y monasterios, se encuentra también en la
Hispanic Society of America y en el Victoria and Albert Museum de Londres.
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| Luisa Roldán, Descanso en la huida a Egipto, 1691 Museo del Prado |
La
vida y la copiosa obra de nuestra protagonista contribuye a desmitificar el
tópico —del que se hace eco Octavio Paz en su biografía de sor Juana Inés de la
Cruz—, de que en el Barroco español de la Contrarreforma las mujeres que
querían dedicarse al estudio o al arte debían recluirse en un convento. No lo
hicieron la mayoría de las diez mujeres convocadas por la Fama en el Parnaso
para recibir su galardón, que Lope de Vega incluyó en su obra El Laurel de Apolo. No lo hicieron María
de Zayas y Sotomayor, novelista de éxito, ni Ana Caro de Mallén, dramaturga
profesional ni Luisa Roldán, escultora, cuyo arte se codeó con el de Gregorio
Fernández, Pedro de Mena, Alonso Cano o Juan Martínez Montañés.
La
Roldana fue una niña precoz y una joven audaz y decidida. Se casó a los 19 años
sin el consentimiento paterno, gracias al apoyo de los tribunales
eclesiásticos, a los que recurrió a través de su joven prometido de 19 años,
como ella. Vemos ya aquí el carácter voluntarioso e independiente de la joven
Luisa Roldán, que mantendría a lo largo de una vida no exenta de dificultades.
Su carrera profesional comenzó antes de los 20 años y tuvo que desarrollarse en
una España que se precipitaba en la decadencia económica, demográfica y
política. Esta situación afectó su economía familiar que sufrió periodos de
gran penuria, a pesar del intenso trabajo que ella y su marido realizaron a lo
largo de su vida. Al margen de las penurias económicas y personales —fallecimiento
temprano de sus primeros cuatro hijos—, Luisa Roldán fue una escultora de éxito
en su época y obtuvo el reconocimiento de sus pares. Fue la primera mujer en el
registro de autores y en ser nombrada escultora de cámara en la Corte española,
bajo los reinados de Carlos II y Felipe V. El mismo día de su fallecimiento fue
nombrada académica de mérito por la Academia de San Lucas de Roma. Otra cosa
fue la posteridad.
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| Luisa Roldán, El Arcángel San Miguel aplastando al demonio, 1692 Galería de Las Colecciones Reales, Madrid
|
Luisa Ignacia Roldán Villavicencio nació en 1652 en Sevilla, hija del escultor Pedro Roldán y de Teresa de Jesús Ortega y Villavicencio. Fue bautizada en la Iglesia de Santa Marina, bajo cuya advocación se encontraba su padre, siendo la quinta de doce hijos, cuatro de los cuales murieron a edad temprana. El padre era propietario de un taller de escultura en el barrio de Santa María, y muy pronto sus tres hijas mayores comenzaron a colaborar como aprendizas, dado el volumen de encargos del taller.
Era
una época floreciente para el arte escultórico. El Concilio de Trento, en
oposición al protestantismo, había impulsado la creación de imágenes sacras
humanizadas, para aumentar el fervor de los fieles católicos. No iba a quedarse
atrás una España que había liderado la Contrarreforma y no apreciaba aún la
profundidad de su decadencia. Ayuntamientos, monasterios, e instituciones
religiosas de todo tipo, competían en la adquisición de imágenes. Esculturas de
tamaño natural para procesionar, retablos y grupos de devoción para conventos y
particulares, salieron de los talleres de los componentes de la Escuela
Castellana —con nombres como Gregorio Fernández, Juan de Ávila o el portugués
Manuel Pereira—, y de la Escuela Sevillana con los de Juan Martínez Montañés,
Alonso Cano, Pedro de Mena o Pedro Roldán, padre de nuestra protagonista.
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| Luisa Roldán, detalle de mano San Ginés de la Jara, 1692 Museo Jean Paul Getty, Malibú |
Desde su temprano trabajo en el taller de su padre, Luisa Roldán destacó entre sus hermanas por el dominio del dibujo, disciplina de la que su padre era profesor en la Academia sevillana, y por el manejo de la gubia, el instrumento artesanal de la época para el trabajo de la madera y la terracota. Probablemente el padre no quiso prescindir de su aventajada alumna, por lo que se opuso al matrimonio de su hija de 19 años con Luis Antonio Navarro de los Arcos, de la misma edad que ella. Ambos lograron la intermediación del Juez de la Iglesia, Matías de los Reyes Balenzuela, a través de Vicente Ballesteros, procurador de los tribunales, y contrajeron matrimonio el 25 de diciembre de 1671, sin la presencia del padre.
El
joven matrimonio instaló taller en Sevilla, donde residió durante 15 años,
cambiando con frecuencia de domicilio. Se sabe que ambos cónyuges trabajaron
juntos, aunque la figura principal fue siempre la de Luisa Roldán, dedicándose
el marido a la labor de estofado, dorado y policromía. Sin embargo, en este
primer periodo, Luisa no firmaba las obras, muchas de ellas anónimas, aunque
los expertos le atribuyen, por ejemplo, las imágenes de la Virgen de la Sede o Virgen
con el niño que se encuentra en la Academia de Medicina de Sevilla. También
se ha comprobado que son suyas las imágenes de los cuatro ángeles en el paso de
la Exaltación, que firmó su padre y
de las dos figuras de los ladrones. En este periodo Luisa Roldán alumbró seis
hijos de los que tan sólo llegaron a edad adulta los dos últimos, Francisco
José, nacido en 1681 y Rosa María en 1684.
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| Luisa Roldán, detalle de la talla San Antonio de Padua Ermita El Sauzal, Tenerife |
En
1686, contando Luisa 34 años, el matrimonio se traslada a Cádiz, contratado por
el Cabildo municipal y catedralicio para realizar una serie de figuras de
patriarcas y ángeles para el Monumento que estaban edificando. Permanecerán dos
años. El matrimonio recibe otros encargos y Luisa Roldán comienza a firmar sus
obras, entre ellas varios Ecce Homo, san Servando y san Germán, que se
encuentran en una capilla de la Catedral de Cádiz, El señor de la humillación o La
Sagrada familia en el Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad.
En 1688, estando de nuevo embarazada Luisa, la familia se traslada a Madrid, sin duda confiando en mejorar en la Corte su precariedad económica y lograr un reconocimiento oficial. Por algunos documentos encontrados, sus expectativas no se cumplieron y la precariedad aumentó con el nacimiento de la última hija, María Bernarda, bautizada en Madrid en 1689.
Bajo el reinado del último de los Austrias, Carlos II, la decadencia se precipita. A estas alturas España había perdido sus últimos territorios europeos. Los Países Bajos en 1648, tras la Paz de Westfalia y el Rosellón y la Cerdeña en 1659, tras la Paz de los Pirineos. en 1668 Portugal se separa de España. Las guerras, la peste y las hambrunas habían desertizado el país, que buscaba su sustento bajo el manto de la clerecía, aumentando así la crisis demográfica. En 1692 Luisa Roldán consigue por fin el nombramiento como escultora de Cámara de las Cortes españolas, pero no percibe por ello salario alguno. La Corona no tiene dinero. La Roldana sigue trabajando.
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| Luisa Roldán, El Niño Jesús o Quitapesares Monasterio de San Leandro, Sevilla |
De
esta última época, datan algunos de sus conjuntos escultóricos más logrados y
hoy recuperados por el Estado. El ya mencionado Descanso en la huida de Egipto, al que hay que añadir La Virgen aprendiendo a leer, san Joaquín y
Santa Ana, destinado al Museo nacional de Escultura de Valladolid y el
precedente de la restauración en 2023 de El
arcángel san Gabriel venciendo al demonio, encargada por el rey Carlos II
para el Monasterio de El Escorial y hoy en la Galería de las colecciones
Reales. Al carecer de modelos, la Roldana se había inspirado en su rostro para
realizar el del Arcángel y en su marido para la figura del demonio. A la muerte
de Carlos II, Luisa Roldán solicita de nuevo su puesto como escultora de la
Corte, que le es concedido por Felipe V en 1701, aunque parece que no logró
mejorar su situación ya que en la partida de defunción consta que muere “pobre
de solemnidad”.
Fallece
Luisa Roldán en 1707 y no podemos dejar de destacar el testimonio de sus
últimas cartas a la realeza pidiendo ayuda “ya que no tenía dónde vivir ni ella
ni sus hijos” o “que le faltaba lo preciso para el sustento de cada día” o que
“carecía de vestimenta con que cubrirse”, por lo que demandaba alojamiento y vestido.
Situación de desamparo vital, al que se unirá el desamparo de su arte en los
siglos posteriores.
MARÍA LUISA MAILLARD
Esta
película, que solo se puede ver en Netflix, nos cuenta la vida de un hombre
corriente, Robert Granier (un magnífico Joel Edgerton), que nace a finales del
siglo XIX, crece sin conocer a sus padres y se gana la vida como leñador y como
peón para la compañía del ferrocarril construyendo vías y puentes para
comunicar la costa este y oeste. En plena juventud se enamora, funda una
familia y construye su propia casa junto al curso de un río. Sueños de
trenes nos cuenta la vida de un buen hombre corriente con sus sueños, sus
desgracias, su trabajo, su felicidad y sus remordimientos que termina engullido
por una tragedia que le llevará a la postración y a un hondo quebrantamiento
vital.
Podría
ser la vida de cualquiera, de allí su interés. Pero, además, nos muestra el
nacimiento de una nación a la modernidad: la desforestación, la llegada del
ferrocarril, la aparición de las grandes urbes, el racismo, la explotación
laboral… El protagonista va encontrando en su camino numerosos personajes con
los que comparte trabajo y formas de ver la vida. Hay que resaltar su encuentro
con un inmigrante chino que le dejará marcado por la culpa que revive a través
de varias secuencias oníricas durante toda su vida.
La
narración del director Bentley nos recuerda al cine de Malick, pero sin su
afectación. Bentley produce una obra delicada adaptando una novela de Denis
Hohnson. La narración se desliza de una manera admirable entre la emoción
contenida y un lirismo sin asomo de ñoñez. El leguaje que utiliza el director es
sencillo y de una sobria elegancia que nos atrapa. Quita todo lo prescindible y
deja solo lo esencial, el tuétano del espíritu humano, lo que requiere un pulso
firme para no dejarse arrastrar por el juego del artífico, tan presente
últimamente en el cine. Hoy, tenemos el gusto estragado de ver películas artificiosas
llenas de juegos malabares, de historias tramposas y de imágenes brillantes
tras las cuales solo existe el vacío creador. Son ejercicios de prestidigitación
que esconden la falta de sustancia. Sin embargo, todo el metraje de Sueños
de trenes está impregnado de sobriedad y de una sutileza admirable. La
magnífica fotografía, el original encuadre, el ritmo ajustado, la voz en off, la
música de Bryce Dessner y los sugestivos personajes que se van cruzando con el
protagonista como el joven asiático asesinado, el dinamitero anciano, el peón
que necesitaba silencio, el tendero generoso, la vigilante del parque natural… hacen
de esta película una obra admirable. En ella se nos muestra lo primigenio del
ser humano sin grandes gestos ni ostentosas manifestaciones. Nos habla de la
soledad, ese niño huérfano que es el protagonista, del amor, del trabajo, de los
deseos, de la amistad, de la crueldad, de la paternidad, de la generosidad, de la
muerte y, al final, de la aceptación de lo que la vida da y quita. Una
maravillosa película que apuesta por la forma más difícil de contar la vida de
un hombre: la sencillez poética sin caer ni en tópicos ni en amaneramientos. Si
es posible, no se la pierdan.
ISABEL BANDRÉS
En
mayo de 1816 el escritor y poeta Percy Shelley decidió llevar a Mary, su
esposa, al pueblo suizo de Cologny, en las orillas del Lago Leman, convencido
de que su soleado clima ayudaría a levantarle el ánimo. La muerte de su primera
hija, nacida de forma prematura, la había sumergido en una profunda depresión,
aunque ya había mejorado desde el nacimiento del segundo hijo de la pareja,
William. Allí se encontraron con amigos escritores y, contrariamente a lo
esperado, el clima de ese año fue terrible, tanto que 1816 se conocería como
“el año sin verano”. La lluvia les impedía salir de la mansión, que compartían
con otros amigos escritores, durante días enteros. Las vacaciones se
convirtieron en una serie de veladas junto al fuego en las que se entretenían inventando
historias. Byron propuso al grupo que cada uno escribiera una historia de
terror y así nació el germen de la obra más famosa de Mary Shelley: Frankenstein
o el moderno Prometeo, la historia de un hombre atormentado, publicada en
1818, cuando la autora tenía 20 años. Unos años más tarde la escritora diría: “¿Cómo
pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan
horrible?".Pero la obra no era casual, la llevaba dentro. La escritora
había perdido a su madre cuando era muy pequeña, su padre, al que adoraba, se
volvió a casar con una mujer que aportaba una hija de una anterior relación y,
además, tuvo más hijos con el padre. Mary nunca aprobó este segundo matrimonio.
En 1818, mientras los Shelley se encontraban de viaje por Italia, su hijo
William enfermó y murió; en 1819 lo haría también Clara, su tercera hija y,
finalmente, en 1822 sufrió un aborto en el que casi perdió la vida. El golpe
final llegaría ese mismo año, cuando Percy Shelley desapareció durante una
excursión en velero; tres días después, su cuerpo apareció en una playa de la
Toscana.
La
vida de esta original escritora fue un auténtico tormento: la muerte y las
difíciles relaciones familiares le acompañaron desde su nacimiento hasta la
tumba. No tuvo un momento de descanso. Así que no es extraño que todas esas
vivencias las volcase en su singular obra. La muerte, el complejo de Edipo, el
deseo de dar vida, el anhelo de superar al padre, el sentimiento de una soledad
devastadora, la aspiración de comprenderse y de realizarse. Todo eso lo volcó
en la que fue su mejor y exitosa obra. Novela perturbadora porque los
sentimientos de los protagonistas, Victor Frankenstein y el monstruo, no son ajenos,
de manera más matizada, claro, a ningún ser humano.
El
Frankenstein de Guillermo del Toro tiene dos partes claramente
diferenciadas. En la primera nos narra la niñez y primera juventud de Víctor
Frankenstein, hijo de un médico eminente y de una mujer rica. El joven vive la
relación con su padre, un hombre famoso y exigente, como algo traumático,
mientras adora a su madre. La llegada de un hermanito no facilita las cosas. Su
querida madre embarazada muere al dar a luz y Victor culpa al padre, el eminente
cirujano, de no haberla salvado. En el entierro de la madre, unas imágenes tan
poderosas como bellas, Victor se jura ser mejor médico que su padre: crear vida
y no muerte. En la segunda parte, Victor, convertido en médico, se dedica a dar
vida a su criatura hecha de retazos de cadáveres. Del Toro no economiza en
palacios barrocos, escaleras secretas, bodegones tenebrosos, tormentas
trepidantes, artilugios de laboratorio, bellos paisajes verdes y llanuras de hielos
eternos.
El
monstruo que nos retrata es un ente que lo que quiere es ser uno más. Sufre una
soledad abrumadora. Necesita ser considerado humano entre los humanos o morir.
Su tragedia es que no puede morir, es inmortal, y el ser aceptado por los otros
no está en su mano. El director nos muestra un monstruo humanizado y sensible
que, al final, acepta su destino porque se redescubre humano y advierte la
naturaleza de los hombres comunes, más monstruosos que él. El retratado de esta
película no da miedo, el resto de gentes normales, sí.
Una
película barroca, ampulosa y efectista, pero también tierna e intimista que
reflexiona sobre la vida, la muerte, la soledad, las difíciles relaciones
familiares y, sobre todo, la fragilidad de los seres humanos. Del Toro nos
muestra un ser más guapo y menos temible que los anteriormente llevados al cine.
Un ser “raro” que lo que busca es lo que todos ambicionamos: compañía y amor.
Esta
película la pueden ver en Netflix, pasarán un buen rato.
ISABEL BANDRÉS
¿Han escuchado cantar a Sofía Loren? Cantar y bailar. ¿Y a Brigitte Bardot, nada menos que en un fondo sevillano y de feria de abril? Esta última nos ha dejado precisamente hoy, 28 de diciembre de 2025, con el mismo silencio que adoptó hace ya 52 años, cuando con 39 se retiró de la farándula y los oropeles. Con estas dos diosas les deseo un nuevo año de música, lectura y otras aficiones...
















































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