miércoles, 31 de diciembre de 2025

 


¿Qué te sugiere la palabra “progreso”?

Avance armonioso y coherente en la vida.

¿Qué cualidad valoras más en el ser humano?

Su capacidad de empatía, de respeto hacia los seres humanos y el planeta

¿Cuál consideras que es su peor defecto?

La codicia, la crueldad.

Color favorito

Varios: el azul, el verde, el blanco.

Si tuvieses más tiempo, ¿en qué lo emplearías?

En cuidar la naturaleza.

Animal preferido

El tigre.

Elige un paseo

Por los bosques de Irati.

¿Cómo combates el miedo?

Lo atravieso temblando, no queda otra, y a veces acompañada.

¿Qué habilidad te gustaría tener?

La música, y habilidades sociales.

¿Qué opinas de la IA (Inteligencia artificial)

Como todo, ha venido para ser bien utilizado y para hacernos la vida mejor, salvo si lo utilizamos para lo contrario. Hay que acotar con reglamentos y leyes.

¿Crees que ha cambiado la percepción del tiempo?

Todo lo que ha traído la tecnología ha cambiado la percepción del tiempo; desde el teléfono o la televisión, por lo tanto, internet y ahora la IA es otra aceleración mayor.

Autor literario preferido

Imposible elegir uno, pero sin duda elijo a una autora de las últimas que he leído Siri Huvsted o Cristina Peri Rossi o Marta Sanz.

Ciudad donde vivirías

En un montón y según la etapa de vida en la que me encuentre, una ciudad con bosque cerca al que pueda llegar andando.

Elige una parte del día

La mañana temprana.

¿Echas de menos el silencio?

No, yo me lo procuro mucho, cierto que para eso hay que aislarse y no bajar al centro.

Contesta el cuestionario: Nieve de Medina Ruiz

Fecha: 14 de noviembre de 2025


NIEVE DE MEDINA RUIZ

Actriz, escritora y directora de teatro, nacida en Madrid, empezó a estudiar interpretación con María Ruiz, y completó su formación en el Laboratorio Teatral William Layton. Es titulada en dirección de escena por La Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (RESAD), y se formó como actriz de doblaje en Taurus.

Se dio a conocer en el año 2000 en la película El Bola, de Achero Mañas, pero el punto de inflexión en su carrera fue Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa, dos años más tarde.

Ha escrito relatos cortos y obras de teatro como Ni con el pétalo de una rosa, representado en el Teatro Lara de Madrid en 2010, con dirección de Juanfra Rodríguez, y Finados y confinados, que se representó en los Teatros del Canal en 2021 bajo su dirección. Ha escrito y dirigido los documentales Por si te vas te quedas en 2017 y Normalidad 20º en 2021, un cortometraje sobre la pandemia de Covid-19.

Como directora de escena los trabajos han sido puntuales debido a su entrega a la interpretación: La fiesta del vino, Madrid 1988; La Húngara, de Mario Fratti, (1990); Noche de guerra en el Museo del Prado, de Rafael Alberti (1998); Enfermos de Esperanza, de Enrique Mijares (1998); Una fiesta para Boris, de Thomas Bernhard 2001, Finados y confinados, Teatros del Canal (2021).



MILAGRO
MARÍA LUISA MAILLARD

Estamos en Navidad, la época de los ritos por excelencia, al menos, del de más larga duración. Los rituales son sin duda acciones simbólicas, inicialmente ligadas a la religión, aunque se fueron extendiendo a otros sectores de la sociedad de ámbitos radicalmente diferentes, curiosamente relacionados con la muerte como, por ejemplo, al ejército o a la fiesta de los toros. Se trataba en sus orígenes, según constata María Zambrano, de la aceptación de algo sagrado que afectaba a todos los miembros de una comunidad. Conjugaba así dos tipos de tiempo: el propio de la intimidad y el tiempo comunicante de todos los que estaban bajo el influjo de la misma acción simbólica.

El filósofo coreano, Byung-Chul-Han, analista de las sociedades contemporáneas, en su libro La desaparición de los rituales, lamenta las consecuencias de esta pérdida, subrayando precisamente la de su acción comunicante. Ya no existen valores que afecten a toda la comunidad y que perciban lo duradero frente a la inmanencia del presente, que es la que domina en las sociedades occidentales.

¿Desaparición de los rituales? ¡Si los tenemos en estas fechas delante de los ojos y precisamente con su sustrato religioso! Pero, ¿unen a la comunidad con sus luces, su bullicio y sus belenes, bajo valores duraderos? En nuestras sociedades laicas occidentales, el sustrato religioso tiende a ser sustituido por el recurso del amor universal, volcado en la familia, los amigos y la fraternidad del jefe con sus empleados. Habría que señalar que los amigos han ido ganando terreno frente a la familia, que lleva más de un siglo sufriendo la crítica acerba de sus elementos represivos desde diversos ámbitos artísticos. En cualquier caso, el amor es la palabra clave de la Navidad. ¿Se recuerda al niño, cuyo nacimiento se celebra y que, ya adulto, pronunció por vez primera la frase: “ama al prójimo como a ti mismo?

Se produce la paradoja de que los rituales de la Navidad son celebrados en Occidente por una gran mayoría de ciudadanos que enarbolan el laicismo como bandera. No es de extrañar que el consumismo haya ido cubriendo con su manta omnívora ese factor comunicante que el ritual de la Navidad tenía en sus orígenes. No es azaroso que los días previos a la Navidad irrumpa con gran aparato propagandístico el Black Friday, un gran festival del consumo. Tampoco hay que olvidar la celebración del elemento festivo del largo periodo navideño, que rompe la monotonía laboral y estudiantil. ¿Estamos celebrando realmente el nacimiento de un niño que cimentó las bases de la cultura occidental? ¿Qué es lo que celebramos? ¿La añoranza de los rituales que crean comunidad? ¿La fiesta y las vacaciones en sí mismas? ¿O simplemente la legitimación del consumo desaforado?

 

Existe un elemento de la Navidad que vamos a destacar hoy porque atañe a un componente básico de la naturaleza humana que es la esperanza. Movimiento íntimo que abre la puerta a la fantasía y que es el sostén del milagro. Es difícil que la esperanza desaparezca del corazón del hombre, como se comprueba en otro de los actores imprescindibles de la Navidad actual: el Gordo de la lotería. Desde hace meses, colas interminables en determinados establecimientos loteros, certifican el número inmenso de ciudadanos que esperan el milagro de que el azar les toque con su varita mágica y su vida se traslade del penoso trabajo diario a una hamaca bajo el sol del Caribe.

Dejemos de lado al Gordo y vayamos a ese episodio del rito de la Navidad que ha acaparado la noción de milagro, un suceso ajeno a las leyes de la naturaleza e incluso a su origen divino, según un dicho popular: “Hágase el milagro y hágase aunque sea el diablo”. El milagro se encarna en Los Reyes Magos que vienen de Oriente, subidos a sus camellos, para cumplir los deseos de los niños y cuya cabalgata por el centro de las ciudades se ha convertido en uno de los acontecimientos más destacados de la Navidad.

Sus orígenes se remontan al evangelio de San Mateo: Los Reyes Magos, con el tiempo Melchor, Gaspar y Baltasar, representantes del mundo conocido en la época, honran al recién nacido con mirra por su condición de hombre, con oro como rey y con incienso como Dios. Sin embargo, su implantación en las sociedades de tradición cristiana es relativamente reciente. No es sino hasta 1866 que hay constancia en Alcoy de la primera cabalgata de los Reyes Magos; aunque el ritual de los regalos a los niños de sus majestades data del siglo XVI para sustituir una tradición medieval de origen francés.

Es un rito dedicado a los niños, quizá porque su inocencia es aún capaz de aunar la esperanza y la fantasía. Hasta cierta edad los niños creen en los Reyes Magos. Luego, dejan de creer, al igual que sus padres lo hicieron. Las sociedades laicas permiten a los niños la fantasía y la creencia en el milagro. ¿Qué hacen los adultos laicos con su esperanza, aparte de depositarla en el azar del juego? La evolución de las sociedades occidentales muestra cómo uno de los mayores riesgos que hemos corrido y seguimos corriendo en nuestra convivencia es la manipulación de la esperanza, una vez trasladada del más allá al más acá. Dicha manipulación es la fuente del populismo en democracia. Líderes políticos que prometen a los ciudadanos la solución irreal de sus problemas, mediante la demagogia de una fórmula milagrosa, que moviliza sus peores instintos contra los supuestos enemigos que se oponen a ella.

 

Cuando el milagro se deposita de forma demagógica en las sociedades humanas, siempre se produce una deriva peligrosa, porque las sociedades, así como los hombres que las componen, son complejas y ni la libertad ni la igualdad pueden ser nunca objetivos absolutos. Mi libertad choca con el límite de la libertad del otro, y la igualdad, con la enorme diversidad de tipos humanos y su libertad. ¿Queremos que se altere la naturaleza humana y su múltiple diversidad, en aras de una uniformidad forzada? Se podrá llegar a un relativo perfeccionamiento en la relación libertad-igualdad, pero nunca a una solución final y absoluta; a no ser que se recurra a la creación de una sociedad artificial, mediante el terror absoluto que, dada la condición humana, preservará los privilegios y, por tanto, la desigualdad y la impunidad de los encargados de aplicar “la solución milagrosa”, respecto al resto de los ciudadanos.

MARÍA LUISA MAILLARD



EN BUTÁN NO SON FELICES
AQUÍ, TAMPOCO
ISABEL BANDRÉS

He leído en Le Monde que Bután, considerado el país más feliz del mundo, pierde población por la inmigración de sus habitantes, principalmente, a Australia. Los butaneses eran considerados como los ciudadanos del mundo más serenos y felices, pero parece que su vida pacífica y de calma está llegando a su fin. La situación económica del país ha empeorado y necesitan atraer inversión extranjera. Adiós a la serenidad estoico-budista y bienvenidos el capitalismo derrochador y bullanguero. Aquí, nunca hemos sido considerados un país feliz, pero sí fiestero y bullicioso. Y aunque parezca que es lo mismo, no lo es.

Para que los habitantes de un país sean felices, o algo parecido, tiene que existir una sensación de seguridad económica entre sus habitantes y altos índices de igualdad. Los ciudadanos deben tener sus necesidades básicas cubiertas y la seguridad de que, si vienen mal dadas, el Estado en su conjunto gestionará recursos y formas de no dejar a nadie a la intemperie. Y aquí, eso no se da. Nos lo dice el prestigioso Informe FOESSA1 en su IX edición publicado en noviembre de 2025. Tras dos décadas —comenta—, de crisis endémicas, las fases de recuperación no han cerrado y han llevado a España a contar con una de las tasas de desigualdad más grandes de Europa, muy por encima de la de 2007”.

Existen, según el informe, cuatro factores multiplicadores: la educación, el origen familiar, la salud y las relaciones sociales. Y demuestra que la ESO ya no protege de la exclusión. El cortafuegos para la pobreza se desplaza al Bachillerato y la Formación Profesional. Por otra parte, los hijos de padres con bajo nivel educativo tienen el doble de posibilidades de caer en la pobreza que los que tienen progenitores altamente formados. La conclusión es que “[…] la exclusión social se hereda y es necesario actuar para compensar las desigualdades de origen porque el código postal y la mochila familiar pesan más que la capacidad y el esfuerzo”.

Otras de las causas del empobrecimiento son la vivienda y el empleo. El 45% de las familias que viven en alquiler se encuentran en riesgo de pobreza. El empleo mejora macroeconómicamente, pero la subida de los precios hace que muchos trabajadores tengan que hacer grandes sacrificios para poder llegar a final de mes. 

Existe el mito de la pasividad de las personas en situación de exclusión. Se tiene la falsa idea que viven de las prestaciones sociales sin buscar soluciones o emprender acciones para su inclusión. En realidad, tres de cada cuatro personas en exclusión severa activan estrategias de inclusión: buscan empleo, se forman, se movilizan en redes y ajustan gastos. Sin embargo, chocan con barreras administrativas insuperables. Una rígida burocracia y la falta de adaptación de los servicios sociales hacen que no puedan llegar a recibir ayuda y orientación. Y, si añadimos, la falta de una red de relaciones sociales situamos a los menos favorecidos en la incomunicación y la soledad que agravan su situación. El nivel de aislamiento de las personas en exclusión severa se ha quintuplicado, pasando del 3,2% en 2018 al 16,6% en 2024. El informe nos alerta: “Nuestro ‘escudo comunitario’, se está debilitando justo donde más se necesita. Donde se tejen vínculos, la exclusión se vuelve reversible; donde se rompen contactos sociales, la dependencia se acelera. Reconstruir esos lazos exige reconocer lo relacional como estratégico: las políticas deben medir y fortalecer el capital social (familia, vecindad, asociaciones…) con acciones preventivas y comunitarias”.

El Informe FOESSA introduce otro factor determinante, la salud. La desigualdad también se mide en años de vida. Además, del deterioro de la salud asociado a la malnutrición. El informe detecta que las listas de espera y la dificultad para conseguir cita están minando el acceso a la sanidad. El dato más grave es que el 6% de las familias más vulnerables que tenían una enfermedad grave no recibió atención médica el año pasado. El doble que en el conjunto de la sociedad. La salud mental también se resiente. Los diagnósticos de depresión, ansiedad o trastorno adaptativo alcanzan al 6% de la sociedad, pero superan el 12% entre quienes viven en exclusión severa. El informe pone sobre la mesa que cuando el sistema público se atasca, y retrasa la detección precoz de enfermedades, o no cubre completamente puntos fundamentales como la salud mental, la única alternativa es el pago, convirtiendo un derecho fundamental en un privilegio. Lo mismo sucede con la educación.

El primer grupo que sufre especialmente la fractura social son las mujeres. La exclusión sigue creciendo y penalizando a los hogares encabezados por mujeres, pasando del 17% de exclusión en 2007 al 21% en 2024 y, especialmente, en las familias monoparentales que han pasado del 12% en 2007 al 29% en 2024. De hecho, del total de hogares excluidos graves, casi la mitad están encabezados por mujeres (el 42%, más de 15 puntos porcentuales desde 2007). 

En definitiva, este informe nos sitúa ante una encrucijada. Podemos seguir por el camino actual, el del individualismo, la desigualdad y la insostenibilidad, que nos lleva a una sociedad del miedo. O podemos elegir un cambio de rumbo valiente, construir un nuevo imaginario social basado en el cuidado mutuo, la justicia y la responsabilidad compartida. Esta sociedad insatisfecha, acomodaticia y ciega ante las injusticias sociales y las desigualdades está creando un mundo deshumanizado y del “yo” que excluye al “otro” y más si ese “otro” es un marginado. A pesar de todo, el informe también detecta capacidad de resistencia: “Las vemos —dice—, en los movimientos sociales, en las redes comunitarias que persisten, en la acción cotidiana de miles de personas. Existe una voluntad de transformar la realidad, una negativa a resignarse que necesita expandirse”

“Necesitamos —añade—, un cambio radical de paradigma civilizatorio, un nuevo pacto social basado en valores diferentes que ponga en el centro la interdependencia y el cuidado. No somos individuos aislados y autosuficientes. Dependemos los unos de los otros”. Nuestro país ocupa el número 12, entre todos los países del mundo, como potencia económica. ¿Cómo es posible que nos encontremos a personas durmiendo en las calles y en el aeropuerto, sin asistencia médica ni social? ¿Qué hacen las administraciones? ¿Qué hacemos nosotros? ¿Y no nos da vergüenza? No, nos la da, pero ni un poquito.

Sería conveniente alejar la mirada fijada solamente en nuestro bienestar y girarla hacia el malestar del “otro”. No olvidemos que todos somos seres frágiles y aunque nos rodee mucha gente o tengamos muchas cosas estamos solos, es la condición del ser humano. Como nos recuerda María Zambrano: “Somos soledades en convivencia”. ¿Qué sería de nosotros sin esa convivencia y sin esas redes personales que nos sostienen? Quizá, nunca seremos tan felices como lo fueron en su día los butaneses, pero si nos esforzásemos cuidándonos mutuamente podríamos avanzar hacia una “democracia del cuidado” más humana y así ser un poquito más felices. El cuidado del otro es la piedra angular del humanismo y de la democracia. Lo dicen Sócrates, Hannah Ardent, Aristóteles… La filosofía y la religión se juntan para animarnos a cambiar el rumbo. Les deseo para 2026, menos ombligo y más apertura. Es decir, felicidad de la buena.

ISABEL BANDRÉS

 

1Sobre la Fundación FOESSA

La Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) fue creada por Cáritas Española en 1965 con el objetivo de servir a la sociedad a través de la realización de estudios de investigación sobre la realidad social, cultural y económica de España. A lo largo de estas seis décadas se han presentado nueve macrodiagnósticos: 1966, 1970, 1975, 1980-83, 1994, 2008, 2014, 2019 y 2025. “El IX Informe FOESSA sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, está realizado por un equipo de 140 investigadores procedentes de 51 universidades, centros de investigación, fundaciones y entidades del Tercer Sector. 






IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
55. LEYENDO CARTAS DE AMOR
INÉS ALBERDI

Muchas de las cartas que vemos leer a nuestras modelos son cartas de amor. Algunas veces es el propio artista el que nos lo indica y, en otras ocasiones, somos nosotros las que lo imaginamos ¿por qué no? Con esa atención, esa mirada ilusionada, ese aire de soñar con la felicidad, buena parte de los retratos de mujeres que leen cartas, son retratos de mujeres enamoradas, que reciben, a través de la lectura, un alimento para sus ilusiones.

Jean-Honoré Fragonard, Francia (1732-1806)
Joven leyendo, c.1770
Galería Nacional de Arte en Washington D.C.

Muchos de los filósofos y confesores que defendieron en su día que a las mujeres no había que educarlas, pusieron como justificación que si aprendían a escribir y a leer lo iban a usar para recibir cartas de amor y que ello podía poner en juego su virtud.

Estos reparos daban una excusa para sus posiciones misóginas que no se atrevían a confesar, porque ¿Qué daño puede hacer una carta de amor? Desde el origen de los tiempos el amor sube la autoestima, hacer florecer lo mejor del ser humano y da alas a la felicidad.

Jean-Honoré Fragonard, Francia (1732-1806)
La carta de amor, c.1770
Museo Metropolitano de Arte (The Met), Nueva York

Quizás fueron los pintores del rococó francés los que comenzaron a retratar mujeres jóvenes leyendo cartas de amor, o leyendo cartas con aspecto de ser misivas amorosas.

Jean Étienne Liotard, Suiza (1702-1789)
Retrato de Mlle. Lavergne (sobrina del pintor), s/f
Rijksmuseum, Amsterdam

Son épocas en las que la cultura femenina se pone de moda entre la aristocracia francesa, en la que surgen los salones como lugar de encuentro de intelectuales y damas de alcurnia, y es de muchas de estas mujeres de las que tenemos retratos leyendo cartas de amor. Son retratos que además de profundizar en la belleza de la modelo reflejan también su nivel cultural y su valor social. Son mujeres jóvenes, elegantes y deseadas.

Jean Raoux, Francia (1677-1734)
Joven leyendo una carta, s/f
Museo del Louvre, París

La moda se extendió y uno de los pintores italianos que se movía por Europa en aquellos tiempos, Rotari también retrató a jóvenes leyendo cartas de amor. Los encargos más cuantiosos y más curiosos le vinieron a Rotari de la Gran Emperatriz de Rusia Catalina II, que cuando quería conocer las modas europeas le encargaba una multitud de retratos femeninos con vestidos y peinados que se llevaran en Paris. Rotari nació en Verona y posteriormente trabajó en Venecia, Roma y Nápoles. Fue en su Verona natal donde recibió la llamada de la Gran Catalina y terminó mudándose a San Petersburgo donde se convirtió en pintor oficial de la corte. Una de las colecciones más importantes de estos retratos se enseña actualmente en el palacio de Tsarskoye Selo en los alrededores de San Petersburgo.

Pietro Antonio Rotari, Italia (1707-1762)
Joven leyendo una carta de amor, 1750-1760
Colección privada

La pose de leer cartas de amor cundió, se mantuvo y podemos encontrar ejemplos a lo largo de toda Europa.

Gainsborough, el pintor de la aristocracia inglesa del XVIII, tiene una preciosa estampa de ello. Los peinados y los vestidos popularizados en la época por Gainsborough nos hacen ver esta época como una de las más brillantes en combinar la belleza de los paisajes ingleses con la elegancia de sus atuendos.

Thomas Gainsboroug, Gran Bretaña (1727-1788)
Frances Browne, Mrs. John Douglas, 1783
Colección privada

En el XIX seguimos encontrando estos retratos de mujeres leyendo cartas de amor; algunos de ellos en los Estados Unidos.

John Edmund Califano, Estados Unidos (1864-1946)
La carta de amor, c.1890
Colección privada

Emile Lévy, Francia (1826-1890)
La carta, 1874
Colección privada

Auguste Toulmouche, Francia (1829-1890)
La carta de amor, 1883
Colección privada

Thomas Sully, Gran Bretaña (1783-1872)
La carta de amor, 1834
Colección privada

No son únicamente las mujeres cultas y elegantes las que reciben cartas de amor. También tenemos ejemplos de campesinas que leen cartas de sus enamorados.

George Smith, Gran Bretaña (1829-1901)
San Valentín, s/f. 
Colección privada

Muchas veces esta lectura se hace al aire libre, permitiéndose el autor un retrato de los campos y las flores.

Edmund Blair Leighton, Gran Bretaña (1853-1922)
La carta de amor, 1884
Colección privada

Marcus Stone, Gran Bretaña (1840-1921)
La carta de amor, s/f
Colección privada

Los artistas españoles también entran en esta moda en el XIX, aunque este ejemplo es de Madrazo, un pintor que desarrolló casi toda su obra en París.

Raimundo de Madrazo, España (1841-1920)
Felicitación de cumpleaños o La carta de amor, 1884
Colección privada

Las poses son similares a las de otros retratos de mujeres leyendo, unas lo hacen debajo de una ventana.

Emil Pap, Hungría (1884-1955)
La carta de amor, s/f
Colección privada

Y otras, pierden la vista soñadoramente en el horizonte mientras disfrutan del mensaje amoroso.

Pierre Auguste Renoir, Francia (1841-1919)
Joven con una carta, 1890
Museo de l'Orangerie, París

INÉS ALBERDI


NOCHEBUENA/NAVIDAD
NATALIA VELASCO POSTIGO

Rebusco entre mis recuerdos para comprender mi relación con esta inevitable época del año y encuentro estampas de belenes vivientes en los que yo actuaba de pastorcita que lleva viandas al portal de Belén. Recuerdo también mi anhelo y mi inquietud por llegar a ser algo más que una simple pastorcita y conquistar el papel de Virgen María con su toga blanca y su velo azul cielo que mira extasiada al recién nacido hecho de yeso o de resina. Recuerdo el frío de la estatuita en mis manos, suave, límpido. Las sensaciones se prenden en la memoria como una huella indeleble e inalterable. Recuerdo la alegría, la espera y el deseo, la emoción y el desencanto. Recuerdo a mi madre cansada e infatigable preparando un belén lleno de figuritas que habían permanecido envueltas en el trastero todo el año y que cobraban vida como los juguetes de Toy Story en un repetido ritual familiar. Recuerdo cantar villancicos en torno al belén y que éramos felices. Los rituales tienen esa valía, siguen un orden establecido y refuerzan la identidad grupal. Hasta que se hacen añicos. Hasta que los anhelos quieren salir volando por encima del belén. Hasta que los conflictos se vuelven musgo suave y húmedo. Hasta que el grupo se dispersa y empiezan a caer copos de nieve en el corazón. Y ya no quiero y no puedo recordar más.

Como un puzle de piezas dispersas, mis Navidades se fueron forjando en otras ciudades, con otras gentes, en soledad a veces y en inesperados reencuentros. La familia, pilar de familias, fue reemplazada por desconocidos con los que compartir el día de Nochebuena cuando ya la Nochebuena no significa la llegada del Niño Jesús cargado de luz y esperanza. Observo a mi alrededor y contemplo una fiesta, un tanto impostada, que algunos celebran con alegría porque aún sigue viva la llama de la fe o porque el reencuentro familiar es una fiesta verdadera y los preparativos se sazonan con risas y guiños tejidos con el hábito del tiempo, que echaron raíces y tienen brotes verdes. Otras veces, en cambio, el miedo o la desgana asoman, al atisbarse conflictos y rencillas no resueltas. Cada uno salda como puede sus cuentas en esta época del año en la que se imponen las luces, el consumo, los preparativos eternos. La soledad de muchos se disipa en cenas con los amigos, el hogar privilegiado donde no hay que rendir cuentas, porque a los amigos los elegimos a conciencia, los aceptamos sin rozaduras, los admiramos sin defectos.

Una vez me dijeron que el amor, contrariamente a lo que pueda parecer, no es solo pasión, deseo, admiración; me dijeron que el amor era también una decisión. Con la Navidad sucede lo mismo: decidir con libertad cenar solo, en familia, con amigos; decidir adorar al Niño, salir de viaje o quedarse en casa, sin que la fuerza de la costumbre nos arrastre por el río de la vida, a contracorriente. El caso es poder decidir, eligiendo. Nada hay tan poderoso como la libertad de elección en el banquete de la vida.

Con mis mejores deseos, ¡que ustedes elijan bien!

NATALIA VELASCO
Madrid, 23 de diciembre de 2025.

JÜRGEN HABERMAS
Y LOS DILEMAS DE OCCIDENTE (1)
El Occidente escindido. J. Habermas (2006)

FELIPE VEGA

“No es el peligro del terrorismo internacional lo que ha escindido Occidente, sino una política del actual gobierno de Estados Unidos que ignora el derecho internacional, margina a las Naciones Unidas y está dispuesta a asumir el coste de una ruptura con Europa”.

De manera tan rotunda arranca el primer párrafo de este libro. Primero, hago hincapié en el año de su publicación, 2006. George W. Bush era por entonces el presidente norteamericano, y la observación de Habermas llega después de cinco años de una War on Terror (No podemos negar a los norteamericanos su capacidad para escoger títulos pegadizos. Desde el cine de superhéroes hasta este, creado con el propósito de recorrer el mundo en busca de venganza por el 11S, que ha quedado materializada en dos estériles campañas militares y en la creación de un limbo jurídico: el centro de internamiento de Guantánamo, sin resultado alguno, como sabemos). Esa Guerra contra el terror ha tenido —y sigue teniendo—, efectos que colaboran con la parálisis intelectual y política de muchas reflexiones, dando por bueno un espectáculo vacío de contenido, que ha quedado limitado a gestos grandilocuentes y propaganda convertida en “información”. “¡Ay, del país que necesita héroes!”, en palabras de Bertolt Brecht.

La cita del párrafo inicial tiene un significado evidente, entre otros motivos porque, veinte años después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, continúa incidiendo en la misma senda de pensar Europa que la de su antecesor Bush. Es cierto que, en este segundo caso, Trump lo hace con un tono grosero y zafio, recurriendo a un lenguaje de enorme mediocridad, aunque no utilizando los mismos argumentos porque estos nunca han existido, un acto de absoluta prestidigitación. ¡Abajo las máscaras…!, según el viejo dicho francés.

Y la pregunta es simple: ¿y todo esto por qué? Este es el momento en el que deberíamos de intentar entender el punto de vista del pensador alemán y, de paso, averiguar qué hace (o que puede hacer…) un filósofo en una época como esta. Ambas cuestiones son inseparables.

En el ambiente del siglo XXI sobrevuela una operación de negación de ese pensamiento que entendemos como occidental, y que podríamos considerar como una OPA hostil a la cultura europea.

No estamos ante un descuido o un caso de amnesia temporal, sino enfrentados a una agresiva postura, a escala social, política y mediática, con el propósito de detener (alterar) un flujo intelectual forjado a lo largo de dos mil años: el uso de la razón como medio de limitar los excesos del poder y su fuerza.

En el centro del dilema: el valor que concedamos a la palabra democracia y si somos capaces de advertir la interesada instrumentación de su contenido, que llega a ser tratado como revolucionario frente a la libertad de mercado, por ejemplo… El poder no necesita cambiar el nombre de las cosas. Le es suficiente con vaciarlas de significado. De modo que cuando se apela, histéricamente, a la palabra libertad tanto en las democracias como en las dictaduras algo no funciona. Y esto proviene, en parte, de una torcida evolución de las ideologías del siglo XX. Argumento que sostiene Habermas a lo largo del libro, con toda clase de detalles. Como filósofo, Habermas recurre a una concepción filosófica y política apoyada en sus predecesores. Es un “superviviente”, un heredero natural de la mal conocida Escuela de Frankfurt, y como tal persevera en buena parte sus planteamientos sobre el acto político.

En una época como esta, dotada de tan feroz hipocresía, cinismo y mala fe, da la impresión de que todo lo que pueda ser compatible y compartible dentro de la sociedad resulta sospechoso, y se tilda de comunismo en menos que canta un gallo. Poco a poco, la definición de democracia y una falaz noción del comunismo acaban pareciéndose, al parecer. De ese modo, el bienestar social se convierte en enemigo del individualismo, ya que lo limita, nos recuerdan. Lo mismo que decir que un aislamiento personal, movido por el egocentrismo y con raíces profundamente orwellianas, es el camino correcto a seguir… Cuando se dejan de discutir las cosas, la pasividad entra en acción.

Hablamos de un individuo en manos de los nuevos liberales que suplantan —por poner un ejemplo—, a Isahiah Berlín, desnaturalizando su pensamiento abierto y sustituyéndolo por intereses cerrados. De la elasticidad dialéctica se evoluciona hasta el dogma más rígido. El individuo deja de ser independiente una vez separado del contrato social volteriano —con todas las pegas a las que pueda someterse este modelo. La palabra libertad deriva en demagogia y se convierte en un cajón de sastre en donde ejercer la manipulación y destrucción de su sentido convertido ahora en una abstracción idealizada, producto de una metafísica prisionera de su propia trampa, de un idealismo moral estrangulado académicamente por sus acólitos. Justo cuando el único sentido (y contenido) de la palabra libertad (siempre con minúscula, diría Fernando Savater) reside en una sola pregunta y en su concreción: ¿libertad de qué y para quién? O, regresando a Isahiah Berlín, efectuando la distinción entre lo que él mismo define como libertad positiva y libertad negativa.

La reflexión de Habermas discurre, en el comienzo del libro, de manera tormentosa, por las venas de dos sociedades: la iraquí y la norteamericana. Las heridas son grandes y ninguna de las dos sabe cómo curarlas, y tampoco se lo ponen fácil. Una de las más destacables cualidades del filósofo alemán consiste en vigilar el camino que recorre, a través de la historia y el pensamiento, ese intento de democratizar lo democrático. Dice Habermas: “Las malas consecuencias pueden deslegitimar una buena intención”. ¿Pero se agota con esto el problema?

Una parte del libro se compone de conversaciones y la otra de conferencias. Su densidad hace difícil ofrecer una explicación simple, que, por otro lado, solo supondría adulterar los principios del propio autor. Habermas es un filósofo contemporáneo consciente de lo que significa el acto de filosofar y cómo está siendo arrinconado. No obstante, observa con lucidez: “Los pragmáticos creen en la fuerza normativa de lo fáctico y se entregan confiadamente a un enjuiciamiento que aprecia el fruto de la victoria con una especial sensibilidad para los límites políticos de la moral”.

El primer problema del pensamiento, sea cual sea este, es que suele ser invadido por la hipocresía, y es entonces cuando esos límites de lo moral se difuminan haciéndonos creer (por conveniencia) que no existe tal diferencia. La práctica actual de la política supera, pues, ese marco normativo, que peca de ingenuidad frente a lo cínico que logra subvertirlo, tanto de un lado como de otro. Habermas ayuda a entender cómo, poco a poco, el artificial choque, incluso entre pensamientos distintos, se encuentra en un atolladero: sus principios son papel mojado, y el cinismo se esponja entre el cuerpo social convirtiéndolo en un ente escéptico, lo que conviene. Esa es la tarea a realizar por todo interés superior a la política y a sus patéticos intentos de supervivencia en nombre de la democracia, “el peor de los sistemas políticos, después de todos los demás…”, diría Churchill.

CONTINUARÁ…

FELIPE VEGA



VILLAREJO DE SALVANÉS
 O EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
BIENVENIDO PICAZO

   Villarejo de Salvanés, ¿dice usted?

   Sí, sí, ese lugarón que se ubica allá al fondo, ya muy cerquita de donde Rocinante y la acémila, propiedad de Teresa Panza, dejaron sus improntas.

   Pero, ¿de qué trata la excursión?

   Pues, ¿cómo se lo podría explicar sin que me tomara usted por un orate visionario cualquiera? ¿Le gusta a usted el cine? ¿La historia? ¿El pasado efímero?

 Hombre, el cine y la historia sí, pero vamos, no me venga con zarandajas ni con letras pequeñas.

  Anote: Museo del Cine “Carlos Jiménez”. Como aperitivo, puede darse una vuelta por internet, pero sepa que nada puede sustituir las jugosas explicaciones del bueno de don Carlos, porque es él mismo quien ofrece una visita divertida, pedagógica, histórica, nada melancólica, acogedora pero, sobre todo, una visita que derrocha amor a raudales ya desde el momento en que uno tiene que comprar el boleto de la visita en una taquilla de las de toda la vida. De las de toda la vida de antes, quiero decir.

   Si usted lo dice.

  Fíjese en el título de este resumido, resumidísimo resumen, porque no se lo voy a explicar, ya que Carlos Jiménez, en el primer encuentro, le desvelará tan shakesperiano acertijo.

Llevábamos un tiempo con ganas de acercarnos a un lugar que llamó nuestra atención desde que cayó en nuestro radar. El lugar y las condiciones (sólo se puede visitar los sábados a las 12:30h, salvo colegios y grupos), nos habían impedido descubrir un espacio que bien podría ser catalogado como meca del cine ¿español?, no necesariamente, pues no sólo de España nos habla don Carlos Jiménez, académico con derecho a voto en la rimbombante Academia del Cine y poseedor de un flamante Goya, no de los de El Prado, sino de los anhelados cabezones. El cine París sito en Villarejo de Salvanés, es el lugar donde se acumulan doscientas cincuenta cabinas, cientos de carteles, mágicas máquinas pioneras originales y, naturalmente añosas, todo aderezado con anécdotas que, en buena medida, son provocadas por el interés de los participantes en el recorrido. Ni que decir tiene que los visitantes todos, teníamos ya bastantes trienios, cosa que facilitó los movimientos, puesto que todos pusimos un desaforado interés en las explicaciones. Más que veteranos, parecíamos infantes la mañana del 6 de enero. Cómo sería la cosa que, subiendo al gallinero, nos llamó poderosísimamente la atención toda una pared así de alta con decenas de trofeos.

   ¿Trofeos, dice usted?

   Sí, sí, copas y entorchados.

   Pero, ¿lo que vienen siendo oropeles y laureles?

  Sí, tal cual; recuerdos del ciclista Mariano Díaz, pero eso es otra historia. Vaya, vaya a que se lo explique Carlos.

Y hasta Jacinto Benavente nos sale al paso, ¿qué pinta aquí don Jacinto? y una ducha en la cabina… esto más parece un vodevil, pero no, ya que hasta 1960 era obligatorio tener una ducha en el cubículo de la proyección, tales eran los peligros que acechaban a los operarios. Inevitables son las referencias a la mítica cinta de Tornatore “Cinema Paradiso”.

Carlos Jiménez, empezó con seis añitos subido en una caja de madera de aquellas de cervezas o gaseosas, a manejar máquinas nada fáciles ni inocentes y a responsabilizarse de cientos de espectadores, o sea que sí, que empezó pronto a manejarse con la alquimia. A tenor de lo visto no se ven señales flagrantes de traumas arrastrados por el trabajo infantil o cosas peores.

En suma, a media hora de la diosa Cibeles, nos encontramos una joyita escondida que sobrevive por el amor y abnegación de Carlos Jiménez, ya que los poderes públicos y las academias, como es del dominio público, están para otros menesteres.

Tras casi dos horas, que se hicieron cortas, tuvimos ocasión de saciar nuestro apetito —ya saben, no sólo de celuloide viven los cinéfilos—, en un lugar de lo más agradable. Diría su nombre pero mejor, pregunten a don Carlos.

BIENVENIDO PICAZO

 


VICISITUDES NAVIDEÑAS
LIDIA ANDINO TRIONE

Estamos en plenas Fiestas, celebraciones que se distinguen por muy precisas particularidades: la Navidad reviste un carácter íntimo y familiar, en cambio la llegada del Año Nuevo es más expansiva y desbordante, aunque ambas caigan siempre con el balance o no de todo el año.

No podemos negar las contradicciones y sensaciones que experimentamos cuando se acercan estas fechas: expectativas, malestar, ilusión por los encuentros, el brillo de la mirada de los niños, angustia, anhelos, fobias repentinas, son algunas de las “delicias” que conforman los días previos al momento de alzar las copas y brindar. Quejas también por tener que someterse al imperativo cultural y por la incapacidad para romper el molde.

Las familias se enfrentan a una serie de tareas y decisiones acerca de dónde reunirse para comer y cenar, cuántos serán los invitados, qué lugar ocupará cada uno en la mesa, los menús, qué regalos comprar, los gastos…

En las consultas de atención primaria cada vez más pacientes piden ansiolíticos para poder llevar tanto trajín. Su malestar se abre también al ámbito de lo público: accidentes de tráfico, incendios, heridas por fuegos artificiales, hasta los servicios de emergencia por atracones de comida, consumo excesivo de alcohol y otras drogas.

En salud mental sinsabores, amarguras que estos encuentros a veces arrastran consigo. A veces la política suele servir de pretexto para reproches sobre lo que prometió y no cumplió. Fantasmas del pasado que se actualizan en medio de la efervescencia etílica.

El año nuevo nos coloca ante un final; aún quedan cosas por hacer, nuevos proyectos que plantear. Las fiestas celebran entonces un duelo y un pacto; el primero es por algo perdido: lo que no se pudo hacer y, sobre todo, por aquellos que ya no están. Ausencias difíciles de sustituir. Y el pacto es por un nuevo acuerdo con la vida, lo irremediable, lo imposible, etc.

Entonces estas fiestas actualizan una mirada que atestigua nuestra fragilidad y contingente condición existencial en medio de los festejos.

Queridas lectoras y lectores, les deseo un nuevo año con salud, trabajo y amor.

LIDIA ANDINO TRIONE


LUISA IGNACIA ROLDÁN VILLAVICENCIO
“LA ROLDANA”
MARÍA LUISA MAILLARD

Traemos hoy a nuestras páginas a la gran escultora del Barroco español, conocida como “La Roldana”. Queremos compartir la alegría de que el Museo del Prado haya anunciado el 18 de diciembre de este año 2025 la incorporación a su fondo de una de sus obras: Descanso en la huida de Egipto. El conjunto escultórico, hecho en terracota y cuya bella policromía se encuentra casi intacta, data de1691, época de madurez de la Roldana y muestra el virtuosismo técnico y la expresividad, que serán el sello personal de sus obras. El Museo del Prado salda con ello una deuda histórica. Su obra, desperdigada por España en museos y monasterios, se encuentra también en la Hispanic Society of America y en el Victoria and Albert Museum de Londres.

Luisa Roldán, Descanso en la huida a Egipto, 1691
Museo del Prado

La vida y la copiosa obra de nuestra protagonista contribuye a desmitificar el tópico —del que se hace eco Octavio Paz en su biografía de sor Juana Inés de la Cruz—, de que en el Barroco español de la Contrarreforma las mujeres que querían dedicarse al estudio o al arte debían recluirse en un convento. No lo hicieron la mayoría de las diez mujeres convocadas por la Fama en el Parnaso para recibir su galardón, que Lope de Vega incluyó en su obra El Laurel de Apolo. No lo hicieron María de Zayas y Sotomayor, novelista de éxito, ni Ana Caro de Mallén, dramaturga profesional ni Luisa Roldán, escultora, cuyo arte se codeó con el de Gregorio Fernández, Pedro de Mena, Alonso Cano o Juan Martínez Montañés.

La Roldana fue una niña precoz y una joven audaz y decidida. Se casó a los 19 años sin el consentimiento paterno, gracias al apoyo de los tribunales eclesiásticos, a los que recurrió a través de su joven prometido de 19 años, como ella. Vemos ya aquí el carácter voluntarioso e independiente de la joven Luisa Roldán, que mantendría a lo largo de una vida no exenta de dificultades. Su carrera profesional comenzó antes de los 20 años y tuvo que desarrollarse en una España que se precipitaba en la decadencia económica, demográfica y política. Esta situación afectó su economía familiar que sufrió periodos de gran penuria, a pesar del intenso trabajo que ella y su marido realizaron a lo largo de su vida. Al margen de las penurias económicas y personales —fallecimiento temprano de sus primeros cuatro hijos—, Luisa Roldán fue una escultora de éxito en su época y obtuvo el reconocimiento de sus pares. Fue la primera mujer en el registro de autores y en ser nombrada escultora de cámara en la Corte española, bajo los reinados de Carlos II y Felipe V. El mismo día de su fallecimiento fue nombrada académica de mérito por la Academia de San Lucas de Roma. Otra cosa fue la posteridad.

Luisa Roldán, El Arcángel San Miguel aplastando al demonio, 1692
Galería de Las Colecciones Reales, Madrid

Detalle del rostro de San miguel de la pieza anterior

Luisa Ignacia Roldán Villavicencio nació en 1652 en Sevilla, hija del escultor Pedro Roldán y de Teresa de Jesús Ortega y Villavicencio. Fue bautizada en la Iglesia de Santa Marina, bajo cuya advocación se encontraba su padre, siendo la quinta de doce hijos, cuatro de los cuales murieron a edad temprana. El padre era propietario de un taller de escultura en el barrio de Santa María, y muy pronto sus tres hijas mayores comenzaron a colaborar como aprendizas, dado el volumen de encargos del taller.

Era una época floreciente para el arte escultórico. El Concilio de Trento, en oposición al protestantismo, había impulsado la creación de imágenes sacras humanizadas, para aumentar el fervor de los fieles católicos. No iba a quedarse atrás una España que había liderado la Contrarreforma y no apreciaba aún la profundidad de su decadencia. Ayuntamientos, monasterios, e instituciones religiosas de todo tipo, competían en la adquisición de imágenes. Esculturas de tamaño natural para procesionar, retablos y grupos de devoción para conventos y particulares, salieron de los talleres de los componentes de la Escuela Castellana —con nombres como Gregorio Fernández, Juan de Ávila o el portugués Manuel Pereira—, y de la Escuela Sevillana con los de Juan Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena o Pedro Roldán, padre de nuestra protagonista.

Luisa Roldán, detalle de mano San Ginés de la Jara, 1692
Museo Jean Paul Getty, Malibú

Desde su temprano trabajo en el taller de su padre, Luisa Roldán destacó entre sus hermanas por el dominio del dibujo, disciplina de la que su padre era profesor en la Academia sevillana, y por el manejo de la gubia, el instrumento artesanal de la época para el trabajo de la madera y la terracota. Probablemente el padre no quiso prescindir de su aventajada alumna, por lo que se opuso al matrimonio de su hija de 19 años con Luis Antonio Navarro de los Arcos, de la misma edad que ella. Ambos lograron la intermediación del Juez de la Iglesia, Matías de los Reyes Balenzuela, a través de Vicente Ballesteros, procurador de los tribunales, y contrajeron matrimonio el 25 de diciembre de 1671, sin la presencia del padre.

El joven matrimonio instaló taller en Sevilla, donde residió durante 15 años, cambiando con frecuencia de domicilio. Se sabe que ambos cónyuges trabajaron juntos, aunque la figura principal fue siempre la de Luisa Roldán, dedicándose el marido a la labor de estofado, dorado y policromía. Sin embargo, en este primer periodo, Luisa no firmaba las obras, muchas de ellas anónimas, aunque los expertos le atribuyen, por ejemplo, las imágenes de la Virgen de la Sede o Virgen con el niño que se encuentra en la Academia de Medicina de Sevilla. También se ha comprobado que son suyas las imágenes de los cuatro ángeles en el paso de la Exaltación, que firmó su padre y de las dos figuras de los ladrones. En este periodo Luisa Roldán alumbró seis hijos de los que tan sólo llegaron a edad adulta los dos últimos, Francisco José, nacido en 1681 y Rosa María en 1684.

Luisa Roldán, detalle de la talla San Antonio de Padua
Ermita El Sauzal, Tenerife

En 1686, contando Luisa 34 años, el matrimonio se traslada a Cádiz, contratado por el Cabildo municipal y catedralicio para realizar una serie de figuras de patriarcas y ángeles para el Monumento que estaban edificando. Permanecerán dos años. El matrimonio recibe otros encargos y Luisa Roldán comienza a firmar sus obras, entre ellas varios Ecce Homo, san Servando y san Germán, que se encuentran en una capilla de la Catedral de Cádiz, El señor de la humillación o La Sagrada familia en el Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad.

En 1688, estando de nuevo embarazada Luisa, la familia se traslada a Madrid, sin duda confiando en mejorar en la Corte su precariedad económica y lograr un reconocimiento oficial. Por algunos documentos encontrados, sus expectativas no se cumplieron y la precariedad aumentó con el nacimiento de la última hija, María Bernarda, bautizada en Madrid en 1689.

Bajo el reinado del último de los Austrias, Carlos II, la decadencia se precipita. A estas alturas España había perdido sus últimos territorios europeos. Los Países Bajos en 1648, tras la Paz de Westfalia y el Rosellón y la Cerdeña en 1659, tras la Paz de los Pirineos. en 1668 Portugal se separa de España. Las guerras, la peste y las hambrunas habían desertizado el país, que buscaba su sustento bajo el manto de la clerecía, aumentando así la crisis demográfica. En 1692 Luisa Roldán consigue por fin el nombramiento como escultora de Cámara de las Cortes españolas, pero no percibe por ello salario alguno. La Corona no tiene dinero. La Roldana sigue trabajando.

Luisa Roldán, El Niño Jesús o Quitapesares
Monasterio de San Leandro, Sevilla

De esta última época, datan algunos de sus conjuntos escultóricos más logrados y hoy recuperados por el Estado. El ya mencionado Descanso en la huida de Egipto, al que hay que añadir La Virgen aprendiendo a leer, san Joaquín y Santa Ana, destinado al Museo nacional de Escultura de Valladolid y el precedente de la restauración en 2023 de El arcángel san Gabriel venciendo al demonio, encargada por el rey Carlos II para el Monasterio de El Escorial y hoy en la Galería de las colecciones Reales. Al carecer de modelos, la Roldana se había inspirado en su rostro para realizar el del Arcángel y en su marido para la figura del demonio. A la muerte de Carlos II, Luisa Roldán solicita de nuevo su puesto como escultora de la Corte, que le es concedido por Felipe V en 1701, aunque parece que no logró mejorar su situación ya que en la partida de defunción consta que muere “pobre de solemnidad”.

Fallece Luisa Roldán en 1707 y no podemos dejar de destacar el testimonio de sus últimas cartas a la realeza pidiendo ayuda “ya que no tenía dónde vivir ni ella ni sus hijos” o “que le faltaba lo preciso para el sustento de cada día” o que “carecía de vestimenta con que cubrirse”, por lo que demandaba alojamiento y vestido. Situación de desamparo vital, al que se unirá el desamparo de su arte en los siglos posteriores.

MARÍA LUISA MAILLARD



ISABEL BANDRÉS


Esta película, que solo se puede ver en Netflix, nos cuenta la vida de un hombre corriente, Robert Granier (un magnífico Joel Edgerton), que nace a finales del siglo XIX, crece sin conocer a sus padres y se gana la vida como leñador y como peón para la compañía del ferrocarril construyendo vías y puentes para comunicar la costa este y oeste. En plena juventud se enamora, funda una familia y construye su propia casa junto al curso de un río. Sueños de trenes nos cuenta la vida de un buen hombre corriente con sus sueños, sus desgracias, su trabajo, su felicidad y sus remordimientos que termina engullido por una tragedia que le llevará a la postración y a un hondo quebrantamiento vital.

Podría ser la vida de cualquiera, de allí su interés. Pero, además, nos muestra el nacimiento de una nación a la modernidad: la desforestación, la llegada del ferrocarril, la aparición de las grandes urbes, el racismo, la explotación laboral… El protagonista va encontrando en su camino numerosos personajes con los que comparte trabajo y formas de ver la vida. Hay que resaltar su encuentro con un inmigrante chino que le dejará marcado por la culpa que revive a través de varias secuencias oníricas durante toda su vida.

La narración del director Bentley nos recuerda al cine de Malick, pero sin su afectación. Bentley produce una obra delicada adaptando una novela de Denis Hohnson. La narración se desliza de una manera admirable entre la emoción contenida y un lirismo sin asomo de ñoñez. El leguaje que utiliza el director es sencillo y de una sobria elegancia que nos atrapa. Quita todo lo prescindible y deja solo lo esencial, el tuétano del espíritu humano, lo que requiere un pulso firme para no dejarse arrastrar por el juego del artífico, tan presente últimamente en el cine. Hoy, tenemos el gusto estragado de ver películas artificiosas llenas de juegos malabares, de historias tramposas y de imágenes brillantes tras las cuales solo existe el vacío creador. Son ejercicios de prestidigitación que esconden la falta de sustancia. Sin embargo, todo el metraje de Sueños de trenes está impregnado de sobriedad y de una sutileza admirable. La magnífica fotografía, el original encuadre, el ritmo ajustado, la voz en off, la música de Bryce Dessner y los sugestivos personajes que se van cruzando con el protagonista como el joven asiático asesinado, el dinamitero anciano, el peón que necesitaba silencio, el tendero generoso, la vigilante del parque natural… hacen de esta película una obra admirable. En ella se nos muestra lo primigenio del ser humano sin grandes gestos ni ostentosas manifestaciones. Nos habla de la soledad, ese niño huérfano que es el protagonista, del amor, del trabajo, de los deseos, de la amistad, de la crueldad, de la paternidad, de la generosidad, de la muerte y, al final, de la aceptación de lo que la vida da y quita. Una maravillosa película que apuesta por la forma más difícil de contar la vida de un hombre: la sencillez poética sin caer ni en tópicos ni en amaneramientos. Si es posible, no se la pierdan. 

ISABEL BANDRÉS






En mayo de 1816 el escritor y poeta Percy Shelley decidió llevar a Mary, su esposa, al pueblo suizo de Cologny, en las orillas del Lago Leman, convencido de que su soleado clima ayudaría a levantarle el ánimo. La muerte de su primera hija, nacida de forma prematura, la había sumergido en una profunda depresión, aunque ya había mejorado desde el nacimiento del segundo hijo de la pareja, William. Allí se encontraron con amigos escritores y, contrariamente a lo esperado, el clima de ese año fue terrible, tanto que 1816 se conocería como “el año sin verano”. La lluvia les impedía salir de la mansión, que compartían con otros amigos escritores, durante días enteros. Las vacaciones se convirtieron en una serie de veladas junto al fuego en las que se entretenían inventando historias. Byron propuso al grupo que cada uno escribiera una historia de terror y así nació el germen de la obra más famosa de Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo, la historia de un hombre atormentado, publicada en 1818, cuando la autora tenía 20 años. Unos años más tarde la escritora diría: “¿Cómo pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan horrible?".Pero la obra no era casual, la llevaba dentro. La escritora había perdido a su madre cuando era muy pequeña, su padre, al que adoraba, se volvió a casar con una mujer que aportaba una hija de una anterior relación y, además, tuvo más hijos con el padre. Mary nunca aprobó este segundo matrimonio. En 1818, mientras los Shelley se encontraban de viaje por Italia, su hijo William enfermó y murió; en 1819 lo haría también Clara, su tercera hija y, finalmente, en 1822 sufrió un aborto en el que casi perdió la vida. El golpe final llegaría ese mismo año, cuando Percy Shelley desapareció durante una excursión en velero; tres días después, su cuerpo apareció en una playa de la Toscana.


La vida de esta original escritora fue un auténtico tormento: la muerte y las difíciles relaciones familiares le acompañaron desde su nacimiento hasta la tumba. No tuvo un momento de descanso. Así que no es extraño que todas esas vivencias las volcase en su singular obra. La muerte, el complejo de Edipo, el deseo de dar vida, el anhelo de superar al padre, el sentimiento de una soledad devastadora, la aspiración de comprenderse y de realizarse. Todo eso lo volcó en la que fue su mejor y exitosa obra. Novela perturbadora porque los sentimientos de los protagonistas, Victor Frankenstein y el monstruo, no son ajenos, de manera más matizada, claro, a ningún ser humano.


El Frankenstein de Guillermo del Toro tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera nos narra la niñez y primera juventud de Víctor Frankenstein, hijo de un médico eminente y de una mujer rica. El joven vive la relación con su padre, un hombre famoso y exigente, como algo traumático, mientras adora a su madre. La llegada de un hermanito no facilita las cosas. Su querida madre embarazada muere al dar a luz y Victor culpa al padre, el eminente cirujano, de no haberla salvado. En el entierro de la madre, unas imágenes tan poderosas como bellas, Victor se jura ser mejor médico que su padre: crear vida y no muerte. En la segunda parte, Victor, convertido en médico, se dedica a dar vida a su criatura hecha de retazos de cadáveres. Del Toro no economiza en palacios barrocos, escaleras secretas, bodegones tenebrosos, tormentas trepidantes, artilugios de laboratorio, bellos paisajes verdes y llanuras de hielos eternos.


El monstruo que nos retrata es un ente que lo que quiere es ser uno más. Sufre una soledad abrumadora. Necesita ser considerado humano entre los humanos o morir. Su tragedia es que no puede morir, es inmortal, y el ser aceptado por los otros no está en su mano. El director nos muestra un monstruo humanizado y sensible que, al final, acepta su destino porque se redescubre humano y advierte la naturaleza de los hombres comunes, más monstruosos que él. El retratado de esta película no da miedo, el resto de gentes normales, sí.


Una película barroca, ampulosa y efectista, pero también tierna e intimista que reflexiona sobre la vida, la muerte, la soledad, las difíciles relaciones familiares y, sobre todo, la fragilidad de los seres humanos. Del Toro nos muestra un ser más guapo y menos temible que los anteriormente llevados al cine. Un ser “raro” que lo que busca es lo que todos ambicionamos: compañía y amor.

Esta película la pueden ver en Netflix, pasarán un buen rato.

ISABEL BANDRÉS




SUSI TRILLO

¿Han escuchado cantar a Sofía Loren? Cantar y bailar. ¿Y a Brigitte Bardot, nada menos que en un fondo sevillano y de feria de abril? Esta última nos ha dejado precisamente hoy, 28 de diciembre de 2025, con el mismo silencio que adoptó hace ya 52 años, cuando con 39 se retiró de la farándula y los oropeles. Con estas dos diosas les deseo un nuevo año de música, lectura y otras aficiones...


ST






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