LA INOCENCIA
MARÍA LUISA MAILLARD
¿Por
qué la palabra inocencia ha acabado sonándonos a impunidad, es decir, a
ausencia de responsabilidad y de castigo para el que ejerce el mal? ¿Qué ha
sucedido con los valores que regían la vida en Occidente?
Escribe
Eugenio Trías, en su libro Pensar la
religión de 1997, que una de las
razones de la disminución de valores en las sociedades actuales es el
predominio de la razón científica y técnica
en forma de verdad. Ninguna de estas disciplinas es capaz de instituirse
como factor generador de fines últimos, aclara, no son creadoras de valores:
“Los fines y valores se hallan en una galaxia cultural a la cual ni la ciencia
ni la técnica acceden”. Y tal galaxia, según Trías, no es otra que el hecho del
misterio que visibilizan las religiones y su mitología, por lo que nos incita a
enfrentarnos al hecho de la religión sin anteojeras previas.
Estas
anteojeras derivan del proceso de conversión de la religión en mera
superstición fruto de la ignorancia, que inició el periodo ilustrado. Sin
embargo, ese subsuelo de la naturaleza humana que dio lugar a las religiones y
su correspondiente manifestación simbólica, permanece, según el autor.
Simplemente se oculta y sigue residiendo en el fondo de las sociedades. La
razón es que cada religión es el fragmento de cierta revelación del misterio,
que se manifiesta a través del símbolo y su exégesis narrativa que es el mito.
Y esa verdad atañe a la naturaleza humana y a los valores que rigen su lugar en
el mundo.
Si
analizamos la obra de los tres grandes pensadores que más contribuyeron al
diseño del panorama mental del hombre contemporáneo: Marx, Freud y Nietzsche,
nos topamos con el mito, la manifestación de ese subsuelo cultual del que habla
Trías: el del Paraíso terrenal, en la utopía de una sociedad libre y feliz; el
de Edipo para explicar el fondo de la naturaleza humana; el regreso a los
orígenes identificados con el dios Dioniso y los mitos de Eleusis. Aquí y allá,
en el teatro, en la pintura, en la poesía, en algunos pensadores, los mitos
siguen estando presentes, así como, también lo estuvieron en la Tragedia griega
que, según María Zambrano, heredó el problema de la vida: “del padecer humano
en todo su misterio y enigma”, que la filosofía había dejado atrás.
Existe,
sin embargo, un mito que el hombre contemporáneo no sólo ha rechazado de plano;
sino que le ha dado la vuelta y lo ha convertido en bandera de su estar en el
mundo. Es el mito del pecado original, aquel que cometió el primer hombre,
Adán, al comer del fruto prohibido. La elección de ser hombre mortal nos aboca
a la libertad y con ella, a la elección entre el bien y el mal. Dicha elección
fruto inevitable de la libertad y que conlleva la idea de responsabilidad, ha
sido revertida con la afirmación de la bondad natural del ser humano. Sin
embargo, el mal existe, no se puede eludir, ¿qué hacemos con él? Pues situarlo
fuera de la naturaleza humana: en la religión, en la sociedad, en la familia
patriarcal, en la moral vigente… y, a través de ciertas ideologías que
monopolizan el bien, en “el otro”, en el supuesto enemigo en el que se deposita
el mal sobre la tierra. Según María Zambrano en El hombre y lo divino: “uno de los afanes más persistentes del
hombre moderno y actual es el de inocentarse”.
Las consecuencias de este “avance” del pensamiento occidental —la proclamación de la bondad natural del ser humano—, son descritas de forma irónica por Gottfried Ben en la temprana fecha de 1933. Señala el autor en su libro El yo moderno, las dos obvias correspondencias con la tesis de la bondad y que han alcanzado nuestros días. La muerte del esfuerzo para lograr un ser moral y la disminución de la responsabilidad de aquel que ejerce el mal: “El hombre es bueno, lo que no quiere decir que deba llegar a ser bueno, que deba luchar por una excelencia, por un rango interior […] tan sólo debe vivir y disfrutar y si asesina a alguien, se le debe consolar diciéndole que el asesino no es culpable, sino que la culpa recae sobre la víctima”.
El
problema de la inocencia, derivada de la bondad innata, no es sólo que hoy en
día sea más rentable ser víctima que verdugo, “la víctima es el héroe de
nuestro tiempo”, dictaminó Gabriel Giglioli en 1917, sino que dicho postulado
acaba por introducirse en las legislaciones occidentales y afecta a asuntos tan
graves como el tratamiento de la delincuencia y el diseño de nuestros sistemas
educativos.
Así,
la prioridad del delincuente frente a la víctima se refleja en el excesivo
garantismo de algunos aspectos de la legislación penal. Para muestra, la
tolerancia frente a los “ocupas”, y frente a delitos “menores”, mediante la
cual el propietario se queda sin casa y los delincuentes entran y salen de
forma continua de las dependencias policiales; pero tampoco olvidemos su
permeabilidad en la mentalidad colectiva. ¿Quién no ha oído en alguna ocasión
en España ante un asesinato de una banda terrorista: “Algo habrá hecho”? Es la
introducción de la inocencia en los ideólogos que monopolizan el bien, frente a
la vida y los derechos del hombre concreto de carne y hueso.
A
pesar de la gravedad de estos asuntos, vamos a finalizar con aquel otro que
afecta, aunque no sólo, a la devaluación del esfuerzo individual, citada por
Gottfried Ben: el diseño de la educación pública y concertada en las sociedades
occidentales de las que un ejemplo paradigmático es el de la sociedad española.
Ahí
nos encontramos en estado puro con la coartada de la bondad natural del ser
humano. Si el hombre es bueno por naturaleza, ¿cómo no lo va a ser el niño que
aún no ha sido pervertido por la bruja? Lo que hay que hacer es protegerlo de
la autoridad del maestro, un claro representante de la malvada sociedad,
maestro que, todo hay que decirlo, en determinados centros escolares, cobra “un
plus de peligrosidad social”. La realidad no importa. Todos los niños son
iguales y buenos y tienen un instinto natural para el aprendizaje, sólo hay que
dejar que desarrollen su creatividad y buena predisposición. Sólo hay que
aumentar su libertad y, en muchos casos, su impunidad.
¿Y qué hacemos con los niños malos que se comportan con crueldad no sólo con sus maestros sino con sus compañeros?, ¿con el ya famoso acoso escolar, mediante el cual uno o varios niños escogen una víctima a la que dedican de forma continua insultos, agresiones físicas, amenazas, chantajes y un largo etc. que pueden incrementarse hoy, respecto a otros tiempos, con el recurso de los medios digitales? ¿Qué hacer con una práctica que conduce incluso al suicidio de los acosados, como recientemente ha ocurrido con la niña Sandra de 14 años que cursaba estudios en el Colegio Irlandesas de Loreto de Sevilla?
El
informe Pisa estima en un 16% el problema del acoso escolar; aunque otras
fuentes lo sitúan en más del doble. Por ejemplo, la ONG Bullying Sin Fronteras
concede a España el baldón de ser el país con más casos en el mundo. Exacto o
no su informe, el caso es que el problema del acoso escolar crece en nuestro
país y alarma a los padres. ¿Cuál es la causa? La experiencia y el sentido
común nos indican que, cuando se limita o menoscaba la autoridad de los
funcionarios públicos que deben ejercer el control sobre un colectivo, la
autoridad se desplaza hacia aquellos miembros del colectivo más fuertes o
malvados.
La
autoridad lo reconoce. Se ha creado un problema en la sociedad, dicen, pues
vamos a establecer protocoles largos y complejos para combatirlo. Todo, menos
atacar la raíz del problema. En el caso del público escolar, todos los
profesores sabemos que la detección precoz y la respuesta inmediata es la única
forma de acabar con la impunidad de los agresores; pero ello es imposible o
sumamente difícil sin autoridad.
En
El futuro de las escuelas, Nietzsche
apunta las causas del deterioro de los estamentos educativos en Alemania. El
imperativo de generalizar la enseñanza estaba siendo contrarrestado por los
poderes públicos con un igualitarismo, que acababa con “la alta cultura” con el
fin de crear una población ignorante y sumisa. Algo que constata Roberto
Calasso cuando señala, en su libro La
literatura y los dioses, que “en sus esfuerzos por difundir la educación,
el mundo moderno se ve dominado por una aversión a la cultura misma”.
¿Habrá
que revisar el dogma de la bondad natural del ser humano?
MARÍA LUISA MAILLARD
HANNAH
ARENDT, UNA AMIGA
ISABEL
BANDRÉS
Hannah
Arendt nació en Alemania en 1906 en una familia judía acomodada, secularizada e
intelectual y falleció, de manera súbita, el 4 de diciembre de 1975. Ahora
celebramos los cincuenta años de su fallecimiento, sin embargo, nunca nos dejó
solos. Su manera de interpretar el mundo y su humanidad lúcida y valiente nos
siguen acompañando. Somos muchos los que nos sentimos en deuda con ella y
buscamos en su pensamiento refugio ante el devenir de la política y de la vida.
Hoy,
su obra y su espíritu siguen siendo unos referentes válidos. Cuando en 2016
Trump ganó las elecciones, se agotó en muchas librerías estadounidenses su obra
Los orígenes totalitarismo. En estas fechas, con la guerra en Gaza,
hemos consultado sus escritos y su postura sobre el sionismo. Su obra nos
invita a dialogar con ella sobre la libertad de pensamiento, la verdad, la
manipulación, el amor al mundo, la amistad, la acción… Ha fallecido hace 50
años, pero sigue más presente que nunca. Fue una trabajadora infatigable y hoy
día se siguen publicando libros que recogen sus múltiples artículos
periodísticos, conferencias y entrevista radiofónicas y televisivas. Además,
son muchos los filósofos que siguen ahondando en su pensamiento y en su vida.
Su obra es como un pozo sin fondo, cuanto más la lees y buceas en él más
matices enriquecedores encuentras.
Su
infancia y primera adolescencia la pasó en Königsberg. Su padre, un brillante
ingeniero e intelectual, muere cuando ella contaba siete años. En la escuela,
sufrió acoso y despreció por ser judía y dio muestra de tener un carácter firme
y una inteligencia privilegiada. A los 14 años leía a Kant y organizó un grupo
de lectura de griego para sus amigos fuera del horario escolar. En 1924 inicia
los estudios universitarios en Marburgo donde conoció a Martin Heidegger con
quien mantuvo una estrecha relación intelectual y sentimental, fue su amante
con diecisiete años. Siguió estudiando filosofía en Friburgo y se doctoró en la
Universidad de Heidelberg en 1928 con la tesis El concepto del amor en San Agustín
bajo la dirección de Karl Jasper. En 1929 la publica ligeramente modificada. En
1933, la persecución de los judíos impulsada por Adolf Hitler nada más llegar
al poder, le obligó a trasladarse a París, donde trabajó ayudando a los jóvenes
judíos que aspiraban a emigrar a Palestina. Cuatro años después, el régimen
nazi le retiró la nacionalidad, vivió como apátrida en Estados Unidos desde
1941 hasta que obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1951, gracias a la cual
pudo desarrollar una intensa actividad profesional.
El sentimiento de desgarro interior que sufre al tener que dejar Alemania lo describe poéticamente en su ensayo Nosotros, los refugiados, publicado en 1943. “Hemos perdido —nos dice—, nuestro hogar, es decir, la familiaridad de lo cotidiano. Hemos perdido nuestro trabajo, es decir, la fe en que somos útiles para el mundo. Hemos perdido nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las relaciones, la simplicidad del gesto, la expresión no afectada de los sentimientos. Dejamos a nuestros familiares en los guetos de Polonia y nuestros mejores amigos han sido asesinado en los acampos de concentración, es decir, nuestras vidas privadas han sido rotas”.
Además
de ejercer como periodista sobre temas políticos y sociales en diferentes
medios de comunicación, Arendt fue
profesora en las universidades de Nueva York, Chicago, Columbia
y Berkeley. En 1959 se convirtió en la primera mujer docente en la
Universidad de Princeton. En todos los foros, defendió que “no
hay pensamientos peligrosos. Pensar, en sí mismo, es peligroso” y desde su
radical imparcialidad nos anima a pensar en libertad, incluso a pensar contra
nosotros mismos. Y nos advierte sobre la verdad en política, un tema que le
obsesiona, y la manipulación de esa verdad. En su ensayo Verdad y política
publicado en 1974 escribe: “Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que
la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha
colocado la veracidad entre las virtudes políticas. Las mentiras han sido
siempre una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de los
políticos y los demagogos, sino también del hombre de Estado”
En 1961, viaja a Jerusalén como corresponsal de la revista The New Yorker para cubrir el juicio contra Eichmann. Allí descubrió que el hombre responsable de la planificación del Holocausto no era la representación de un psicópata demoniaco ni del mal radical. Era un burócrata gris, un hombrecillo que repetía sin cesar: “Simplemente cumplía órdenes”. De esta experiencia surgió el concepto de “la banalidad del mal”. Arendt nos dice que el mal puede surgir no solo del mal radical sino de la falta de pensamiento propio, por no cuestionar y reflexionar moralmente y preferir dejarse llevar por los acontecimientos que nos hacen la vida privada más cómoda y seguir las reglas dictadas desde arriba en vez de aferrarse a un pensamiento propio y crítico con el poder. Ese acomodarse de tantos hace posible que el terror se extienda en los pueblos. No dijo nunca que el Holocausto fuese banal, como muchos afirmaron, sino que el mal puede surgir, y de hecho surge, de la falta de pensamiento y reflexión.
Este concepto le trajo múltiples quebraderos de cabeza. Muchos de sus amigos la abandonaron acusándola de traidora, pero ella no se movió ni un milímetro de su reflexión. La explicó, eso sí, pero no rectificó y, ahora, es considerada como uno de los razonamientos más brillantes y lúcidos, que nos explica cómo los totalitarismos más abyectos son posibles en las sociedades cultas y demócratas como era la Alemania de su época. En 1951 publica su obra más representativa, Los orígenes del totalitarismo donde escribe: “El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido sino el tipo de persona para quien la diferencia entre realidad y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y entre verdadero y falso (es decir, las pautas del racionamiento) ya han dejado de existir”.

Su
amigo Hans Jones la llamaba “genio de la amistad”. Una de sus frases más
conocidas nos lo explica: “Nunca
en mi vida he 'amado' a ningún pueblo ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al
francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nada semejante. En
efecto, sólo 'amo' a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el
que creo es el amor a las personas”. Y lo demostró
sobradamente. “El otro” fue el objeto de sus desvelos. Durante un tiempo,
cuando en la Alemania de posguerra se carecía de todo, enviaba al matrimonio
Jasper tres veces al mes un paquete con ropa, medicinas, comida, libros… a pesar
que en aquellos momentos su economía era bastante precaria. Escribió cientos de
cartas a su marido, a sus amigas Mary McCarthy, Hilde Fränkel, a Anne Weil
Mendelsohn y a tantos otros como a Walter Benjamin, Heinrich Blüche, Karl
Jasper… En una de las cartas que escribe a Karl Jasper le comunica el
fallecimiento de Hilde Fränkel, tras una larga lucha contra el cáncer: “Se me
hace muy difícil volver a acostúmbrame al mundo”. Su casa era un lugar habitual
de reunión y encuentro. Toda su vida siguió la máxima de Kant “cada individuo
representa a la humanidad” y eso significa que tenemos obligaciones morales los
unos con los otros.
Poseyó
una mente privilegiada que nos enriqueció a todos. En su obra nos recuerda la
necesidad de la soledad para pensar, pero sin olvidar la necesidad de la
cercanía con los otros y del valor del diálogo. En una de sus últimas
conferencias afirmó: “Humanizamos lo que ocurre en el mundo y en nosotros
mismos solo hablando de ello, y al hablar de ello aprendemos a ser humanos”. El
diálogo constante con uno mismo y con los demás es, nos viene a decir, lo que
nos hace humanos. Alguien dijo, no recuerdo quien, que leerla no es un mero
ejercicio intelectual, es una experiencia. Ella nos enseñó la importancia de
pensar sin asideros (cómo pensar) pero no qué pensar. Esa, fue una de sus
grandezas. Muchos de nosotros consideramos a Hannah Arendt como una amiga que
con sus obras y su personalidad enriqueció y sigue enriqueciendo nuestras vidas.
ISABEL BANDRÉS
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
54.
MUJERES LEYENDO CARTAS
INÉS
ALBERDI
Las
cartas han sido un medio de comunicación importante desde la antigüedad hasta
bien entrado el siglo XX. Durante siglos, las cartas fueron la forma de enviar
noticias, de contar los sucedidos y de conocerlos. La lectura de cartas ha
sido, históricamente, la forma de saber de los acontecimientos ocurridos, de
los amigos y de los seres queridos.
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| Jean Baptiste Santerre, Francia (1651-1717) Joven leyendo una carta a la luz de las velas, c.1700 Museo Pushkin de Bellas Artes, Moscú-Rusia |
A
comienzos del siglo XX, con la invención del teléfono las cartas fueron
perdiendo importancia, pero siguieron existiendo como forma de comunicación
hasta la llegada de Internet. En la comunicación actual, las cartas son apenas
residuales.
La
imagen de una mujer leyendo una carta forma parte del imaginario social y, por
tanto, ha sido frecuente en el trabajo de los artistas. Cuando retrataban a una
mujer la representaban muy a menudo con una carta en las manos. No tenía por
qué ser una gran intelectual, como Madame de Sevigné en el siglo XVII, sino que
podía ser cualquier dama ilustrada que recibiera misivas.
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| Pietro Antonio Conte Rotari, Italia (1707-1762) Leyendo, s/f Colección particular |
Es
sobre todo en Holanda en el siglo XVII, donde los retratos de mujeres leyendo cartas
se hacen extremadamente populares. La mayoría de los artistas holandeses nos
ofrecen imágenes de mujeres lectoras de cartas.
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| Gerard Terboch, Holanda (1617-1681) Mujer leyendo una carta, c.1662 Colección Wallace, Londres-Reino Unido |
El más brillante de los artistas holandeses, Vermeer de Delft, desconocido hasta bien entrado el siglo XX, no es una excepción a esta costumbre. Son varias sus telas que representan mujeres leyendo una carta.
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| Johannes Vermeer, Holanda (1632-1675) Mujer leyendo una carta, c.1662 Museo Nacional de Ámsterdam, Países Bajos |
La
moda sigue y por toda Europa se multiplican los retratos que representan
mujeres que se recrean en la carta que parecen haber recibido recientemente.
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| Emile Munier, Francia (1840-1895) La carta (de amor), s/f Colección particular |
Es sobre todo en el siglo XIX cuando se multiplican los retratos de mujeres leyendo cartas. En algunas ocasiones parecen representar una mujer que lee cartas antiguas, como si quisiera recordar algo del pasado, como este caso del inglés Calthrop.
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| Claude Andrew Calthrop, Gran Bretaña (1845-1893) Cartas antiguas y hojas muertas, 1875 Colección particular |
Otras
veces, las noticias que trae la carta hacen pensar y la retratada queda en
suspenso ante las novedades que recibe.
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| Alfred Stevens, Bélgica (1823-1906) Sinfonía en verde, c.1890 Colección particular |
No
siempre son mujeres burguesas y elegantes las que reciben cartas, sino que también
encontramos campesinas o mujeres de pueblo a las que les llegan las nuevas por
una carta.
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| Franz Defregger, Austria (1835-1921) Joven leyendo una carta en una ventana, c.1880 Colección particular |
Incluso
tenemos retratos de mujeres muy jóvenes que reciben cartas.
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| Charles Joshua Chaplin, Francia (1825-1891) La carta, s/f Colección particular |
En algunas ocasiones, no es posible saber donde está la mujer
que lee esa carta porque el enfoque cercano no deja ver el ambiente que la
rodea.
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| Federico Zandomeneghi, Italia (1841-1917) La lectora de cartas, c. 1890 Colección particular |
En otras ocasiones, sí se retrata todo el ambiente en el que
se sitúa la lectora. Puede ser un interior doméstico con chimenea, como este
retrato inglés.
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| Henry John Hudson, Gran Bretaña (1862-1911) La carta, s/f Colección particular |
O
puede ser el caso de que la retratada lea su carta en el campo, rodeada de la
naturaleza.
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| William Oliver II, Gran Bretaña (1823-1901) Retrato de dama leyendo una carta, s/f Colección particular |
Muchas
veces las cartas se leen a solas, pero también se comparten. Por ejemplo, con
una amiga a la que se hace partícipe de lo que se ha recibido.
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| Julius LeBlanc Stewart, Estados Unidos (1855-1919) Una carta interesante, 1884 Colección particular |
Otros
retratos presentan a una madre y una hija leyendo juntas la misma carta.
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| Julian Scott, Estados Unidos (1846-1901) Mary y Emily Willard, s/f Museo de Arte Americano Smithsonian, Washington-EE.UU. |
Y
otras veces, es toda una familia la que se reúne para conocer las noticias de
alguien que está muy lejos. Este cuadro de Woltze nos hace recordar a los
emigrantes europeos que fueron a abrirse paso en América a lo largo del siglo
XIX y bien entrado el XX. Una situación a la que España no fue ajena y en la
cual las cartas eran el único lazo de unión entre los que se iban y los que se
quedaban.
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| Berthold Woltze, Alemania (1829-1896) Una carta de América, c.1860 Museo de Historia Alemana, Berlín-Alemania |
A
veces, los retratos de mujeres que leen cartas reflejan el patetismo de las
malas noticias. En esta obra, el mismo Woltze, parece retratar a una mujer,
junto a la que está su hija de corta edad, que casi se desmaya al leer una
carta.
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| Berthold Woltze, Alemania (1829-1896) La carta, c.1875 Colección particular |
INÉS ALBERDI
JANE AUSTEN: LIBROS Y
CELEBRACIONES
ARA DE HARO
La escritora inglesa Jane
Austen (1775-1817), a la que el insigne Harold Bloom incluyó en su libro El canon
occidental, es una gran escritora que tiene seis espléndidas novelas
completas (y otras piezas de interesante e irónica escritura juvenil además de
aquello que dejó sin terminar a su muerte), pero que se ha hecho famosa en
tiempos recientes fundamentalmente por la adaptación al cine o al formato
televisivo de sus obras. La relativa brevedad de su obra completa, tan fácil de
abarcar, el éxito que han tenido las películas o series dedicadas a ella, la
temática aparente de su obra de tipo amoroso, le han garantizado que se la
incluya, a pesar de que es un error de juicio, en un tipo de literatura feel-good
o “confortable” que nuestro atribulado momento histórico, valora
extraordinariamente. Pero esa visión de ella es excesivamente reduccionista y
oculta, en parte, los verdaderos méritos o intereses de su aportación
literaria.
A raíz de todo esto y particularmente
odioso me resultan las “familiaridades” que parece suscitar ahora de forma tan “natural”
y fácil, y que es tan frecuente como embarazoso, en mi modesta opinión. Así,
por ejemplo, la supresión de su apellido, algo que ocurre muy a menudo con las
creadoras mujeres, escritoras, pintoras, etc. al referirse a ellas simplemente
por su nombre de pila, como si fuesen eternas niñas a las que no es necesario
que se les otorgue una identidad civil completa. Sería impensable hablar de
Carlos o Carlitos, para referirse a Dickens, de Will o de Billy en el caso de Shakespeare,
de León en el caso de Tolstoi o de Vladímir para Nabokov… suena realmente
insensato, además de irrespetuoso. Sin embargo, es tan desesperantemente común oír
Maruja para hablar de Maruja Mallo, de Dora para hablar de Dora Maar o de Frida
al referirse a Frida Kahlo. En el caso de Austen, por si fuera poco, ahora se
empieza a oír muy a menudo hablar de la “tía Jane”… que consciente o
inconscientemente, hace alusión a la condición célibe de Austen, y a esa triste
situación de las mujeres solteras tratadas con cansina condescendencia como
apéndices molestos e inútiles dentro de la institución de las extensas familias
burguesas de antes, de las que con tanta sutileza y justicia han escrito Balzac,
Maupassant… O perdón: ¿Debería de decir el tío Honorio y el tito Guy?
Este año 2025 se han celebrado
los 250 años del nacimiento de la escritora inglesa Jane Austen (1775-1817) con
numerosos eventos, principalmente en las localidades donde ella vivió en Hampshire,
que son la rectoría de Stevenson, que ya no existe, y que fue donde vivió sus
primeros veinticinco años, cerca de una iglesia del s.XII donde su padre,
ministro de la iglesia anglicana y dos de sus hermanos predicaron, y,
especialmente, la localidad de Chawton donde vivió el restante de su breve
existencia, ya que murió con cuarenta y dos años. En esta icónica casa o cottage
se ha organizado una exposición permanente titulada "Jane
Austen y el arte de escribir" que quizás sea lo más interesante
de todas las diversas actividades organizadas en torno a esta escritora.
La “locura” por Austen ha incluido también lugares que visitó y que se mencionan en sus libros como son Bath, una ciudad balnearia romana muy de moda en su época y la marinera ciudad de Southampton, además de Winchester, donde murió y está enterrada en la catedral.
Las festividades
incluyeron el gran festival de Jane Austen en Bath (12-21 de septiembre pasado),
que se estima es el evento de disfraces de época más grande del mundo, con
desfiles, bailes y actividades temáticas. También hubo exposiciones y aperturas
especiales en lugares como 8 College Street en Winchester, donde vivió, la casa
de Jane Austen en Chawton y el SeaCity Museum de Southampton. El festival
incluyó también una variedad de eventos menores y de diversa calidad
“pintoresca” como pueden ser distintas representaciones teatrales, talleres de
costura, partidas de croquet y tours por los escenarios de películas de Austen.
No puedo evitar pensar
en el inmenso sentimiento irónico y de suave pero decidida repulsa con el que
seguramente Austen habría acogido la mayoría de esas actividades que se han
celebrado en su nombre, siendo ella una mujer inteligente, de buen gusto y tan
atenta a detectar todo tipo de desatinos sociales y desafinos varios.
Antes de exponer
algunos pensamientos míos sobre su obra quiero recomendar dos de los recientes
libros de autoras españoles sobre Jane Austen que considero excelentes:
rigurosos, amenos y una lectura tremendamente agradable. En el caso de Espido
Freire, famosa novelista y también ensayista, lleva muchos años dedicada al
estudio y la difusión de algunas escritoras inglesas, en especial las Brönte y
Austen. La devoción de Freire por Austen, su exhaustivo conocimiento de todos
los detalles de su vida y su comprensión inteligente de la escritora y su mundo
queda plasmada en una serie de obras (nada menos que cuatro) de gran claridad
expositiva y también de lectura deliciosa y delicada. De todos ellos recomiendo
Tras los pasos de Jane Austen (Ariel 2021) que va justificadamente por
su cuarta edición y que me parece una obra estupenda para conocer y profundizar
en la escritora.
También y coincidiendo
con este aniversario, la editorial Lumen ha sacado oportunamente una obra Jane:
una biografía literaria de Jane Austen (2025) con texto de Cristina Oñoro e
ilustraciones llenas de vida y color de Ana Jarén. Oñoro, profesora e
investigadora, presenta un texto inteligente y eficaz sobre Austen que es una
buena introducción a la vida y el contexto intelectual en el que se puede
entender y situar a la escritora. Un lujo de libro que sirve para acompañar la
obra de la autora con sugerencias valiosas.
Ahora me siento en la
obligación de dibujar levemente con unos breves trazos algo sobre mi relación
personal con la escritora y mi opinión sobre su obra, opinión modesta,
subjetiva y plenamente personal, opinión de lectora entusiasta y no de
investigadora, ni de profesora.
Es curioso, pero
mientras escribo siento sobre mí la imaginaria mirada sonriente de Austen, ella
tan ágil para detectar y reproducir acertadamente en sus libros, la indomable
vanidad de los seres humanos y nuestra inherente comicidad cuando jugamos a
presentarnos con esmero o a lucir en los autorretratos de cualquier tipo…
Está bien. No voy a
decir que leí a Austen con siete años, la edad filosófica, y que mis barbies se
llamaban Elizabeth, Elinor, Marianne y Emma mientras que mis Ken eran Darcy, Brandon,
Willougbby y Mr Knightly… No. Leí a Austen, y aunque me encantó, casi no
entendí muchas cosas de sus libros, en la adolescencia de mis catorce años, ya
que la primera mitad de mi vida infantil y juvenil transcurrió fuera de España,
bajo el influjo de la cultura inglesa y norteamericana, lo que me puso el libro
al alcance de modo muy directo. Todo eso fue positivo, claro, pero ha hecho de
mí una eterna extranjera. Ya has dicho demasiado —me regañaría Jane Austen.
Jane Austen nació en el
siglo XVIII y muere en el XIX, en sus obras se mezclan el espíritu ilustrado y
el incipiente romanticismo, en igual medida y a pesar de ser claramente
antitéticos: ese es también uno de los temas subyacentes de algunas de sus
obras como en Sentido y sensibilidad. ¿Cuál de esas posturas es la correcta?
¿Y cómo se aplica eso a la forma de vivir correcta, y a la vez plenamente, la
vida?

Sus puntos fuertes como
escritora son el sentido del humor y la creación de personajes
extraordinariamente cercanos, identificables en extremo, a veces entrañables,
otras veces odiosos, pero con los que uno no puede evitar entrar en colisión o
al menos entablar una relación muy directa. Aunque su humor es más de sonrisa
que de carcajada, hay excepciones particularmente hilarantes, por ejemplo, Mr
Collins o Mr Elton y su esposa (sus retratos de párrocos anglicanos de los que
ella tenía un conocimiento directo son extraordinarios), Lady Catherine de
Bourgh (la torpe autosatisfacción de la nobleza ignorante), Fanny Ferrars
Dashwood o Miss Caroline Bingley (también con cinco hermanos sabía mucho de “cuñadas”),
Lucy Steele, Palmer, los Dashwood y muchos más. Estos personajes están ligados
entre sí con naturalidad en tramas con mucha acción y suspense a pesar de
tratarse ¡¡”tan solo de vidas femeninas” comunes y corrientes de clase media!!
La aportación que más
se resalta de Austen es su contribución a la “trama nupcial” una estructura que
ha llegado hasta las Romcom de nuestros días y que, en mi opinión amateur
y quizás errónea, surge de la Commedia dell'Arte italiana y así aparece en muchas operas y operetas. En
esa estructura teatral el interés fundamentalmente amoroso, pero a menudo
también económico o incluso antagonistamente económico, sigue una estructura de
dos por dos, cuatro en total, en la que dos jóvenes de la clase alta un hombre
y una mujer y dos de la clase baja (también de distinto sexo) se enredan en la
búsqueda de la felicidad personal. Austen también va a desarrollar un esquema
originalmente cuadrado como las danzas de su momento (estoy pensando en el cuadrillé)
o la trama de un tapiz, al que sin embargo la escritora va añadiendo una
creciente complejidad de personajes y de subtramas. Llegado el momento de mayor
extensión que coincide también con el pico dramático de la historia (en el caso
de Austen: la enfermedad de Marianne o el rapto de Lydia), como de un barco que
recoge sus velas, se van encajando todos sus personajes por parejas de forma
geométrica y psicológicamente satisfactoria.
Finalmente, quizás lo
que constituye para mí la verdadera modernidad de su estructura literaria es la
capacidad para equivocarse, que tienen y en el que incurren, todos sus
personajes. Los principales y los secundarios. Esto dota de una gran
flexibilidad y naturalidad a la narración, dándole un realismo que no era
frecuente por entonces. Todos sus personajes comenten errores, pero algunos
logran aprender de ellos (Catherine, Emma, Elizabeth, Darcy, Edward Ferrars,
Marianne, Brandon, el Sr. Bennet, Anne…) y otros no (Lydia, Wickham, Catherine
de Bourgh, la señora Bennet…). Austen nos mantiene expectantes en la esperanza
de que ellos vean la luz, que tampoco vemos nosotros, y nos guía por el
trayecto en el que puedan superar su equivocación. Ese es el necesario heroísmo
con el que enfrentar la propia vida y un mensaje siempre válido.
ARA DE HARO
LA MIEL. TONINO GUERRA O LA BONDAD
FELIPE VEGA
La
poesía acerca miradas y sentimientos con más intensidad que el resto de géneros
literarios. Es el espacio más libre en el que habitan palabras, un continente
tan recóndito como el de la Antártida. No por el frío, sino por su ubicación. Reino
de bondad y alma de la narración, como diría Peter Handke.
Un
poema es el modo de comunicarse más democrático que existe. No hay intolerancia
en sus líneas. Los prejuicios se ahogan entre verso y verso. La realidad se
disfraza de palabra. El lector, al sentirse respetado, descansa: la violencia
no es una amenaza. ¡Por supuesto que existen los malos poemas y los malos
libros de poesía!
Un
mal libro de poesía es un acto de irresponsabilidad en manos de un ser
irresponsable, un asesino de las palabras que utilizamos diariamente. Su delito
es gratuito y gran cantidad de criminales como él andan sueltos. Periodistas,
políticos, comunicadores y gente que hoy vive oculta tras seudónimos como influencers,
consejeros, analistas… Unos no han leído jamás poesía; otros carecen de
escrúpulos. Y aunque la hubieran leído serían incapaces de valorar el poder de esas
palabras que secuestran para discursos, arengas o negocios. La vanidad se lleva
mal con la poesía. Es una unión que suele acabar como las relaciones entre los
amantes desgraciados.
Pueden
existir (y existen a puñados) malos libros de ficción que, no obstante, se
leen. Pero no deberían leerse —ni comprarse—, malos libros de poesía. Es una
utopía. Pero poesía rima con utopía.
Tras
hacer una afirmación como esa nos arriesgamos a escuchar la demagógica pregunta:
¿y quién puede decir cuándo un libro de poesía es bueno y cuando malo? Solo se
me ocurre una respuesta: leyendo mucha poesía.
Si
no somos capaces de distinguir entre Machado —por ejemplo—, y un libro de autoayuda
camuflado entre supuestos versos, entonces no hay escape… Porque la poesía es
el proceso creativo más vulnerable del mundo: carece de sistemas de defensa y
contrataque. Tal vez el equívoco más grande respecto al verso resida en que un
poema, en realidad, no busca decir nada. La narración es lo contrario de
la opinión. O, como diría Josep Pla: “en este país sobra opinión y falta
descripción”.
Quiero
recomendar La Miel, de Tonino Guerra.
Guerra
es un hombre imprescindible en el mundo artístico italiano posterior a la
última guerra mundial. No solo como enorme poeta, sino porque es el guionista
de Fellini, Petri, Monicelli, Antonioni o Andrei Tarkovsky, entre otros. El guion
fue su oficio. La Miel es un libro escrito en dialecto romañolo, propio
de la región de La Emilia-Romagna. Su versión original comparte una traducción
italiana y existe una buena versión española. Conozco pocos libros de poesía
con tanto aliento popular en su ritmo interno: “Tenía ya setenta años cumplidos
y cuatro días cuando cogí/ un tren en marcha. No podía soportar ni un día más
en la ciudad/ con todas aquellas uñas delante de la boca”.
Los
versos de Guerra contienen, siempre, un secreto fascinante e indescifrable. Sus
palabras provienen de su pluma del mismo modo que la respiración nace de los
pulmones: “Vivo en un lugar tan alto/ que, a veces, / puedo escuchar la tos de
Dios”. Ese lugar es su pueblo, Pennabilli, donde vivió desde los dieciocho
años.
La
obra de Guerra vive orientada en una dirección. Escribir sobre una cultura —la campesina
italiana—, combatiendo los intentos de la posmodernidad por destruirla. Guerra ordena
su libro La miel en cantos, dieciocho en total. Cantos que recuerdan a
personajes de La Ilíada y La Odisea a la altura de los gastados
zapatos de los paisanos. El aroma de muchos versos lo hermana con los Diálogos
con Leucó, de Cesare Pavese. Senderos atravesados por una forma de mirar
que prenden en las piedras, sobre un viejo asno, en los alféizares de las
ventanas, brazos que se acercan, hermanos que se buscan… Justo lo contrario a esa
rígida visión de cómo hablar de lo trascendente. Entre —por ejemplo—, la
mística de Santa Teresa y la descripción de una chaqueta remendada, Guerra pone
con sus versos en evidencia las idealizaciones en donde la vida se trata de
modo exclusivista. Y en los versos de Tonino Guerra no hay nada
exclusivo ni de altura, donde lo único elevado sería su pueblo: “A las
cuatro salió el sol/ y en la ventana brillaba el vaso / lleno hasta rebosar”.
¡Qué versos tan pequeños!, dirán algunos. Cierto, respondería Guerra bebiendo del vaso. Y si todo lo que trato de decir necesita de una mayor explicitud para que se entienda poco más puedo hacer. ¡Ah!, y un consejo, no intenten imitar estos versos. Dios dejaría de toser en el acto…
PD/
Existe una versión, en español, de toda la poesía de Tonino Guerra.
FELIPE VEGA
ROSALÍA
NATALIA VELASCO
El propio nombre es atractivo e
inspirador: una rosa simboliza el amor, la belleza, la pasión. Y el hecho de
que no se llame Rosa sino Rosalía, me hace pensar en colectivo, en un conjunto,
en un ecosistema pleno. Y es que sí, parecía predestinada a brillar, pero no,
no nos equivoquemos, no es el destino el que le abre las puertas a Rosalía,
sino el esfuerzo, el estudio, la voluntad. Podría haber sucumbido al fracaso
tras no ser admitida en el programa “Tú sí que vales” a los 15 años y dejarlo
todo, o conformarse con los bares y las calles de Barcelona donde cantaba
rumbas y flamenco. Pero no lo hizo. Ese es su gran valor. Entendió que solo el
estudio, la formación y la perseverancia podrían hacerle crecer y supo hablarse
a sí misma en la intimidad para luchar por su sueño y luchar con humildad,
inspirándose en los grandes y respetándolos. Espero que sea inspiración para
nuestros jóvenes.
No voy a decir que Rosalía es una
gran empresa y que el equipo que la acompaña es excelente y que la campaña de
marketing del disco Lux será estudiada en las universidades porque todo eso ya
se ha dicho. De hecho, se han dicho tantas cosas sobre su disco en tan poco
tiempo, que mis palabras son vanas.
Sé muy poco de música, por eso no
puedo hacer una crítica musical. Pero la música es un arte que te eleva o te
deja en tierra. Y a mí Lux, me ha sacado de la tierra, curiosamente, mientras
planchaba, mientras cocinaba o conducía por la meseta castellana. Sí, me gusta
que el disco apele a mujeres que conectaron con la divinidad, que trascendieron
el amor terrenal, que se escucharon y anhelaron otro cielo en la tierra; sí, me
gusta que cuando se analice el disco se hable de Simon Weil, de Clara de Asís,
de Matilde de Magdeburgo, de Hildegarda de Bingen, de Ryōnen
Gensō,
de Rabia al-Adawiyya; sí, me gusta que se reúna la mística de diferentes
religiones como una unidad. Me gusta sentir que escucho un aria, un fado, la
orquesta sinfónica, la música electrónica francesa, una balada de Leonard
Cohen.
Aún así, mi Rosalía preferida es, sin
lugar a duda, la que canta flamenco, la que reinterpreta “Se nos rompió el
amor, ¡ay de tanto usarlo!” o el “Me quedo contigo”. Sí, Rosalía, nos quedamos
contigo. Sigue con nosotros.
NATALIA VELASCO
LA CIUDAD NO ES PARA MÍ,
YO SOY PARA LA CIUDAD
BIENVENIDO PICAZO
Como dijo Karl Marx “el hombre
construye la ciudad y la ciudad destruye al hombre”. Esta afirmación u otra
similar, parece que también tiene otras autorías, en cualquier caso, no nos
quedemos mirando el dedo y vayamos a lo que nos ocupa. Indefectiblemente me
asalta esta aseveración cuando visito tal o cual urbe, ya sea ésta una
megalópolis o Teruel, porque tengo para mí que poco a poco nos estamos
convirtiendo todos en urbanitas de aluvión y consumidores más de aluvión
todavía.
Antiguamente, o sea, no hace
tanto, cuando alguien visitaba cualquier lugar y pensaba agasajar a alguien,
volvía cargado de manjares locales para contento de propios y extraños; en
estos tiempos que corren, la posibilidad de sorprender a alguien se ha convertido
en quimera. Todo está en todos lados, suena a aforismo filosófico con ínfulas,
pero no es más que un grito desgarrador y algo claustrofóbico, aunque tal y
como va el artículo, mejor, agorafóbico.
Hace tiempo que caí en la cuenta
de que da igual pasear por aquí o por allá, ¿dónde quedaron aquellas tiendas
tan particulares de cada lugar?, ¿esas farmacias con sus entrañables
mostradores y anaqueles de madera histórica y evocadora? No hablo de las
tiendas de ultramarinos, porque no quiero delatar mi edad, pero ¡cómo echo de
menos aquellos decorados tan reales! Entonces uno distinguía la ciudad o, ¡ay!,
el país en donde estaba, ahora las franquicias nos impiden ver el bosque, los
mismos reclamos publicitarios, las mismas bobadas callejeras, hasta el personal
viste de uniforme por mor de las modas, aún a sabiendas de que la moda es lo
único que pasa de moda.
En parte, pero sólo en parte,
todo esto es debido al turisteo al que, por cierto y sin ánimo de
señalar, todos contribuimos. Antes se viajaba, hogaño sólo se hace turismo.
Donde digo turismo, quiero decir turismo de selfie y foto de los
manjares a degustar para enviar y engordar el estado del imprescindible
celular. El ejemplo paradigmático de Madrid, sirve como botón de muestra, ya
que el centro de la ciudad es todo un homenaje al trampantojo posmoderno. Todo
son neones, pintamonas y brocha gorda, sin ánimo de detenerme en el vestuario
del personal, porque esto nos llevaría a otro artículo más lacerante aún. Andar
en calzoncillos o enseñando juanetes, lorzas y tatuajes, parece que es la
norma. ¿Decoro, dice usted? ¿Urbanidad, acaso? Sorry, I don’t understand!
Se diría que ciertamente, sí, el
hombre construye las ciudades y los ciudadanos nos estamos convirtiendo en
peones que van y vienen. Desconozco si los arquitectos, urbanistas y poderes
locales u otros menos castizos lo hacen adrede, pero diríase que todo obedece a
un plan de demolición del individuo. ¿Por qué me estaré acordando de Fritz Lang
y su casi centenaria “Metrópolis”?
BIENVENIDO PICAZO
¿QUIÉN
CUIDA A LOS CUIDADORES?
LIDIA
ANDINO TRIONE
El objetivo es propiciar la implicación del paciente en su tratamiento y problemática, apoyándolo en momentos de crisis o en aquellas situaciones que lo requieran, tendiendo a favorecer la integración del paciente, colaborando con este en la búsqueda de nuevos espacios de socialización. A su vez posibilita la continuidad, así como el retorno al ámbito familiar luego de un ingreso hospitalario o la reinserción del paciente en actividades laborales, educativas o recreativas, momentos estos de alto riesgo para recaídas. No es un tratamiento en sí mismo, sino que crea las condiciones para articular diferentes aspectos de la vida del paciente y el trabajo clínico en situaciones de crisis, de soledad, brindando apoyo a la familia que, en general, se encuentra sin respuestas ante patologías psíquicas de uno de sus integrantes.
Ante la fuerte exclusión social que sufren las personas afectadas por una patología mental, acompañar al paciente es una herramienta que opera sin establecer un protocolo, sino consensuando actividades con familiares y fundamentalmente con el propio paciente en función de sus posibilidades clínicas y situación social.
La
estrategia del tratamiento definirá la del acompañamiento en relación al
paciente, al profesional, a la institución que intervenga directa o
indirectamente y a la propia familia y será elaborada por las partes implicadas
de manera no estereotipada, considerando la singularidad de cada caso —en base
a los objetivos terapéuticos planteados—, evitando la rigidez, aprovechando las
situaciones que puedan surgir, para lograr los objetivos propuestos aún
recorriendo caminos no previstos.
LIDIA
ANDINO TRIONE
MARI LUZ MORALES
(1889-1980)
MARÍA LUISA
MAILLARD
Mari
Luz Morales pertenece con todos los honores al grupo de mujeres que, en los
años 20, abrieron puertas antes cerradas en el arte, el pensamiento, la
jurisprudencia y tantas otras profesiones de las que habían sido excluidas.
Nacida en La Coruña, su vida profesional se desarrolló en Barcelona; aunque
nunca olvidó sus orígenes, como lo prueba la novela, en gran parte
autobiográfica, que publicó en la última etapa de su vida: Balcón al Atlántico.
Como
tantas de las pioneras de la época, atravesó circunstancias penosas —de las que
nunca quiso hablar—, que impidieron que se volcase en su primera vocación: el
teatro y, durante más de diez años, en la profesión por la que fue denominada
“la dama del periodismo”. Sin embargo, asombra su versatilidad y su dedicación
inquebrantable a la cultura, en la que abarca casi todo su amplio espectro:
periodismo, teatro, cine, novela, biografía, edición, adaptaciones… Fue pionera
en el periodismo cultural y en ser la primera mujer en pertenecer al Consejo de
Redacción de un periódico, La Vanguardia,
y dirigirlo durante un breve periodo durante la Guerra Civil, en el que el
diario fue expropiado por el gobierno de la Generalitat y pasó a pertenecer a
la CNT. Fue esa la razón por la que, una vez finalizada la guerra, fuese
detenida y vetada para la actividad periodística hasta 1948.
Nació
en 1989 en la ciudad de La Coruña, hija de José Morales y Zoa Godoy y tuvo dos
hermanos, Francisco y Adela. El padre, funcionario de Hacienda, se trasladó a
Barcelona, contando la niña con seis años de edad. Estudió bachillerato en el
Institut de Cultura de la Dona y Filosofía y Letras en la Universidad Nova.
Poco más sabemos de ella, ya que fue muy celosa de su privacidad. A pesar de
cultivar el género biográfico, sólo en su última etapa nos dejó dos escritos
referentes a su vida: Alguien a quien
conocí, en el que habla de los personajes que enriquecieron su vida, entre
los que se cuentan Marie Curie, Paul Valery, André Malraux o Víctor Catalá; y
la novela con tintes autobiográficos ya mencionada, Balcón al Atlántico.
![]() |
| Mari Luz Morales Fuente: Carlos Pérez de Rozas/Arxiu Fotogràfic de Barcelona |
Comenzamos
a tener noticias suyas cuando decide entrar en el mundo profesional a la edad
de 32 años. Nos encontramos en 1921 y en un momento en el que la prensa
española empezaba a dar respuesta al creciente aumento de público femenino,
creando revistas y abriendo secciones para la mujer en los periódicos. La
revista El Hogar y la moda abre un
concurso público para cubrir la plaza de dirección y Mari Luz Morales se
presenta con una serie de trabajos sobre crónicas de moda. Es elegida y
dirigirá la revista durante cinco años, iniciándose allí en el periodismo
literario. En 1923 da un gran salto profesional y comienza a colaborar en La Vanguardia en la sección “Vida
cinematográfica”, esta vez bajo el pseudónimo de Felipe Centeno, conocido
personaje de Galdós. También en esta ocasión la iniciativa fue suya, al
presentar al periódico dos trabajos: un ensayo sobre don Juan y otro sobre el
teatro infantil. La colaboración se mantendrá hasta 1939. En 1933 y en la misma
revista dará un nuevo giro, ahora hacia la crítica teatral, una de sus primeras
pasiones. Traduce obras de teatro de Carlos Soldevila y escribe una primera
comedia en colaboración con Elisabeth Mulder, hoy inédita, Romance de media noche que se presentó en el teatro Arriaga de
Bilbao en 1936.
Es
este un periodo de gran actividad en la vida de Mari Luz Morales. En 1926
comienza a colaborar con El Sol, con
la página semanal “La mujer, el niño y el hogar”, colaboración que se mantendrá
hasta 1934. Ese mismo año de 1926 recibe el Premio Cámara del Libro de
Barcelona, por su artículo “Elogio del libro”. Su fama se extiende y es
contactada por la Paramount Pictures
que la contrata como asesora literaria, traductora y adaptadora de diálogos en
el doblaje de películas. Hay que señalar que Mari Luz dominaba siete idiomas:
español, inglés, francés, catalán portugués e italiano. Se inicia en el género
biográfico, publicando Biografía de
Cervantes en1926, Julio César
en1936 y el mismo año, Madame Curie.
En 1930 deriva hacia el ensayo con su libro Las
románticas (1830-1930).
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| El Hogar y la Moda, portada del 15 de agosto de 1929 durante la época en que Mari Luz Morales fue su directora |
Su
actividad se extiende al compromiso con la mujer y participará en las
actividades del Lyceum Club de Barcelona, creado en julio 1931, con sede en Vía
Layetana,39, donde conoció a Gabriela Mistral, de la que será gran amiga. El
mismo año, formará parte del Patronato de la Residencia Internacional de
Señoritas, que tendrá su sede en el palacio de Pedralbes.
Al inicio de la Guerra Civil, La Vanguardia es expropiada y pasa a manos de la CNT. El director huye y el Comité Obrero la insta a tomar la dirección del periódico, algo a lo que accede, matizando que no entrará en el debate político. Seis meses después es sustituida, pero se mantiene en el Consejo de Redacción hasta 1939.
Una
vez finalizada la guerra con el triunfo de Franco, permanece en España, a pesar
de tener un salvoconducto, ya que su madre se encuentra muy enferma y fallecerá
el 25 de enero de 1940. Comienza a sufrir lo que ella denominará en carta a Max
Aub, “varias muertes” y “resurrecciones”, de las que no quiere hablar. De
febrero a noviembre de 1939 sufre un proceso judicial y es encarcelada en la
antigua cárcel de mujeres de Les Corts, ahora dirigida por las monjas de la
Hija de la Caridad de San Vicente de Paul. La cárcel, en la que vivirá 42 días
se encuentra hacinada y en un estado de suciedad y abandono extremos. Hablan en
su favor antiguos compañeros y conocidos, algunos relevantes en el nuevo
régimen, a los que durante la guerra ha ayudado a pasar al bando nacional, ante
el peligro de sus vidas. Es absuelta, pero se le incoa otro proceso por el que
será vetada para la actividad periodística hasta 1948. El periódico que era su
casa, La Vanguardia, le da la
espalda.
![]() |
| Portada de La Moda. Historia del traje en Europa. Siglo XX, de Mari Luz Morales. Tomo Décimo, Barcelona, Editorial Salvat, 1947 |
Mari
Luz Morales no se amilana y se pasa al mundo de la edición. En 1940 monta una
editorial, Surco, en el domicilio familiar de Vía Layetana, en el que sigue
residiendo, donde publica 52 obras, la mayoría traducciones de grandes autores
anglosajones como Georges Eliot, Henry James o Jane Austen. Comienza a trabajar
con la editorial Araluce, encargada de las ediciones infantiles de los más
importantes autores de la literatura universal: Homero, Esquilo, Dante,
Shakespeare, Goethe, Cervantes y Tirso de Molina, entre muchos otros. Desde
1943 colabora con la editorial Salvat dirigiendo La Enciclopedia Universal, El
traje y las costumbres en la 1ª mitad del siglo XX e Historia ilustrada del cine.
En
1948 es rehabilitada como periodista y comienza a escribir de nuevo en la
revista Lecturas y en el Diario de Barcelona, donde retoma la
crítica teatral y en donde permanece activa hasta 1980. En 1955 escribe dos
novelas, Balcón al Mediterráneo y la
ya mencionada Una ventana al Atlántico.
En 1963 recibe el Premio Nacional de Teatro, en 1979 el Premio del Periodismo
Barcelonés y en 1976 la Medalla del Mérito del Teatro.
Fallece
en Barcelona, el 22 de septiembre de 1980, dejándonos el legado de una mujer
celosa de su intimidad, inteligente y luchadora, a la que no detuvieron las
circunstancias adversas que empedraron su camino.
MARÍA LUISA MAILLARD
La
nueva narración de Manuel Gómez Pereira mezcla enredo y comentario político con
humor negro y se apoya en unos estupendos Mario Casas y Alberto San Juan. Franco
termina de conquistar Madrid y se dispone a celebrarlo con una cena para todos
sus generales, entre los que destaca la camisa negra de Asier Etxeandia, en el
Palace. Mario Casas es un joven teniente encargado de organizar el evento, por
lo que se pone en contacto con el eficiente maître, un excelente Alberto
San Juan, del Hotel Palace que le saca del atolladero. Pero se encuentran con
varios problemas, el hotel está siendo utilizado como hospital y los mejores
cocineros son rojos y están en prisión a punto de ser fusilados. Además, hay
que recurrir al prohibidísimo mercado negro para obtener los alimentos. Poco a
poco se van logrando los objetivos y unos rojísimos cocineros terminan
cocinando para la élite franquista. Por otra parte, los camareros son acérrimos
seguidores de Franco. Y, desde el principio, los expertos cocineros preparan la
fuga. Además, aparecen enredos amorosos, salidas de armario…
El
planteamiento es ingenioso y el desarrollo de la narración es, a veces, algo
torpe y tiene algunos trazos gruesos que la lastran. ¿Se acuerdan ustedes de El
Gran dictador de Chaplin? Bueno, pues nada que ver. Y, sin embargo, La
cena, a pesar de sus imperfecciones, es una película que nos divierte. Los
dos actores principales están en estado de gracia. Aquella España triste es
retratada con humor y nos hace reír. Nos recuerda algo del cine del magnífico
Berlanga, el gran narrador de la época franquista desde un humor negrísimo, en
sus últimas obras.
Necesitamos
reírnos. Reírse no significa frivolizar, al contrario, es una manera muy seria
de darle la vuelta a la vida. ¿Qué sería de nosotros sin la risa en los
momentos más terribles? Sucede que las narraciones dramáticas son más fáciles
de hacer. El humor, tanto en la pantalla como en la literatura, es más complejo
de plasmar y por eso es de agradecer el esfuerzo de Gómez Pereira. Yo me reí y
en la sala de cine las risotadas eran notables. Existe una tendencia a pensar
que el humor no contiene una postura de pensamiento sólida que merezca la pena
tenerse en cuenta. Ahora se valoran mucho la rareza, lo retorcido, las vísceras
y el dramón, en parte porque son más fáciles de hacer y, en parte, porque
realmente no somos nada serios. Lo más serio de está vida es el humor
inteligente y reírse de uno mismo. Y desmontar los mecanismos del poder a base
de humor es algo muy serio.
ISABEL BANDRÉS
Un
grupo de personas descubre que todos descienden de la misma mujer: Adèle
Meunier, originaria de la campiña normanda que llegó a París en el siglo XIX
para encontrar a su madre. Esta lejana antepasada ha dejado una casa abandonada
en Normandía y la alcaldía desea convertirla en un centro comercial por lo que reúne
a los posibles herederos de la finca para obtener su permiso. Cuatro de sus
descendientes son nombrados para representar a todos, entre ellos: la ejecutiva
Céline (Julia Piaton), el tranquilo apicultor Guy (Macaigne), el profesor de lengua
Abdel (Zinedine Soualem) y Seb (Abraham Wapler), un joven creador de contenidos
en internet
Klapisch,
el director de la película, los pone a investigar en la vida de su tatarabuela.
Primero van a examinar la casa, donde descuben cartas y dos misteriosos
retratos de Adéle: uno es una pintura y el otro es una fotografía. Incitados
por la curiosidad someten a examen ambos hallazgos. La película nos presenta el
París de Adéle en el siglo XIX y el París de sus descendientes en el siglo XXI.
La idea es muy buena, pero el artífico con que lo hace la lastra un poco, como
la secuencia de la Ayahuasca para viajar mentalmente al pasado de su
tatarabuela.
El
director, de manera general, se maneja hábilmente con los intercambios
temporales, mostrándonos el siglo XIX, no solo como una época romántica si no
como el siglo en el que se dieron cambios radicales: apareció la fotografía, el
cine, la electricidad y, en la pintura, el impresionismo. Adéle, durante su
aventura parisina, no solo encuentra a su madre (una sensible y magnífica Sara Giraudeu)
y descubre el secreto sobre su filiación paternal. Además, conoce a Nadar, el
pionero de la fotografía, se encuentra con Sarah Bernhardt, la actriz de
teatro, y es huésped de Monet con quien pasea por su famoso jardín. El
impresionismo siempre está presente en la narración. La película se abre frente
a Los nenúfares donde un joven descendiente de Adéle fotografía a
una modelo y sugiere, de manera desenfadada, cambiar los colores del cuadro en
el vídeo para cumplir con el contrato que tiene con una marca de ropa.
La
película nos muestra dos épocas no tan diferentes en el fondo. En las dos, la
juventud arrastra hacía el futuro, desea cambiar el mundo, innovar y mejorar
como individuos: la ambición de Adéle es aprender a leer y escribir y las
aspiraciones de sus dos amigos (uno pintor y otro fotógrafo) es aportar algo
nuevo y brillante a sus profesiones. Hay un momento en el que un conductor de
autobús le dice Adéle: "Con ustedes, los jóvenes, todo va demasiado rápido
hoy en día.” La frase es un clásico de todas
las épocas.
Esta
obra tiene muchas cosas buenas, incluso excelentes, y unos actores estupendos, pero
yo no pude conectar con ella. ¿Demasiado larga? ¿Un tanto artificiosa y repetitiva?
¿Estaba yo excesivamente cansada? No lo sé, pero no terminó de cautivarme.
ISABEL BANDRÉS
ROSALÍA
En el origen de las manifestaciones del hombre se
encuentra la música. ¿De dónde proviene? La música lograda hunde sus raíces en
el misterio de esa interioridad humana que se denomina espiritualidad. Es capaz
de conducirnos a un instante de plenitud estética que escapa a cualquier
análisis científico. Rosalía recupera ese nicho de emoción al que el mundo
contemporáneo vuelve la espalda.
No hay nadie, ni en nuestro país ni fuera de él, que
haga lo que está haciendo Rosalía. Nos lo muestra con creces en su último disco, LUX (lanzado el pasado 7 de noviembre), grabado con la Orquesta Sinfónica de
Londres bajo la batuta de Daníel Bjarnason, con arreglos de la premio Pulitzer
Carolina Shaw y los coros Escolanía de Montserrat y Cor de Cambra del Palau de
la Música Catalana. Se hace acompañar también de la cantante y compositora
islandesa Björk, la cantante portuguesa de fado Carminho, las cantantes españolas Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz, la
estrella de la música mexicana Yahritza y el músico experimental Yves Tumor.
LUX, álbum en el que Rosalía canta en más de diez idiomas, desde
el español al catalán pasando por el ucraniano, el alemán, el caló, el árabe o el latín, es una demostración de la voz portentosa y
de la cantidad de registros (también notas agudísimas) con que cuenta la
cantante, ofreciendo toda una exhibición de matices, adornos y requiebros que
dan buena idea de su extensa gama sonora.
El periódico económico británico Financial Times
no se ha quedado atrás a la hora de valorar LUX: "Las canciones están
llenas de sutiles variaciones de la sección de cuerdas y el marcado redoble de
los timbales. Su música sigue una singular senda entre el pop, la balada, la
música clásica contemporánea, la ópera y la música electrónica. Las palmas y la
voz trémula revelan sus raíces flamencas".
Al contrario que ese sinfín interminable (de veras, interminable) de cantantes, asimilados uniformemente al “rap” o al “hip-hop” o al “trap-latino”, donde lo que prima es nada más que el “habla rítmica” o spoken word, en LUX Rosalía se la juega apuntando a otra diana no tan mercantil y es ella quien dice que "se trata del primer disco con el que no teme al fracaso". Porque Rosalía se encuentra en otra situación, está en otro nivel, en otra jerarquía… Se hace preguntas, es valiente contra corriente y es solo desde ahí que puede ahormar vanguardia con patrimonio cultural y tradición. Es el resurgir de la buena música.
S.T.













































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