ASAMBLEA ANUAL AMMU 2015
21 JUNIO 12:00H
Mujeres de Argel, Delacroix 1834 |
PRESENTACIÓN DE NUESTRA BIOGRAFÍA Nº 28
VIDA DE APARNA SEN,
DE ALEJANDRA VAL CUBERO
EN CASA DE LA INDIA - VALLADOLID
La Casa de la India en España se constituyó en Valladolid el 17 de marzo de 2003 como fundación de carácter cultural, y con tres patronos fundadores: la República de la India, a través de la Embajada de la India en Madrid; el Ayuntamiento de Valladolid; y la Universidad de Valladolid.
Actualmente existen dos centros culturales amparados por el Gobierno de la India en Europa Occidental, uno en Londres (Nehru Centre ) y otro en Berlín (Tagore Zentrum ), con los que la Casa de la India comparte sus objetivos, aunque bajo una fórmula jurídica diferente. La Casa de la India en Valladolid es por tanto el referente de las relaciones bilaterales y multilaterales con la India en el Sur de Europa.
Presentó el acto, el director de Casa de la India, Don Guillermo Rodríguez Martín
De izda. a Dcha. María Luisa Maillard, directora de la colección de biografías,
Alejandra Val Cubero, autora de Vida de Aparna Sen
y Enrique Gavilán, profesor de Historia de la Universidad de Valladolid
que intervino en el acto.
María Luisa Maillard y Alejandra Val Cubero, con Shamina y David,
activos colaboradores de Casa de La India de Valladolid
Detalle de un rincón de la preciosa Casa de la India de Valladolid
Agradecemos a su director, Don Guillermo Rodríguez Martín
y a todo el personal de CASA DE LA INDIA de Valladolid
su cariñosa acogida
FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2015
EL PASO DE NUESTRAS BIOGRAFÍAS POR LA FERIA
CON NUESTRA LIBRERÍA PREFERIDA
Caseta de Mujeres&Cía, La Librería
Ana, de Mujeres&Cía y María Luisa Maillard, que firmó su libro Vida de María de Zayas
Ana, María Luisa Maillard y Susi Álvarez que firmó su libro Vida de Thoraya Obaid
María Luisa Maillard y Susi Álvarez
María Luisa Maillard, Susi Álvarez y Alejandra Val que firmó su libro Vida de Aparna Sen,
con su hijo Mario
NUESTRA PRESIDENTA, MARÍA LUISA MAILLARD, COLABORA CON LA REVISTA DE LA BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA - MÉXICO, A INVITACIÓN DE LA PROFESORA DÑA. ROSARIO HERRERA GUIDO.
AÑORANZA DE LA CIUDAD
MARÍA LUISA MAILLARD
Algunas
de las más bellas páginas de María Zambrano han estado dedicadas a las
ciudades: Segovia, la ciudad de sus recuerdos infantiles y juveniles, que se
alza al nivel justo de la luz y cuyos lugares la filósofa recorre de la mano de
los símbolos del fuego y del agua; Roma, la ciudad laberíntica y secreta;
Florencia, cofre que guarda la historia, y cuna de Dante, Leonardo, Miguel
Ángel, y Galileo; La Habana, donde la filósofa encontró su patria prenatal, la
inocencia primera, el fundamento poético de la vida y que revela el alma del
hombre que habita ese lugar privilegiado… Sería largo de enumerar todos los
escritos que Zambrano dedicó a las ciudades que conoció y amó en su largo
peregrinaje de exiliada.
Nada
es ocioso en el pensar de Zambrano. Como ella misma ha dejado escrito, todo su
pensamiento se mueve en torno a un centro que llama, aunque rara vez se
manifiesta. En sus propias palabras, su obra sería como "un árbol cuyo
germen o raíz no se pierde aunque se ramifique"[I]. Ese
centro o raíz no es otro que el logro de un ser humano completo que no haya
renunciado a nada; ni a su razón ni a sus entrañas, aunque sea ese un camino no
exento de esfuerzo y de atención a todo aquello que hay aunque no se le haya
concedido el ser, camino que desde siempre ha seguido la poesía[II]. Como
enuncia en uno de sus últimos libros, Claros
del bosque, en los que ya lleva al lenguaje de forma plena su razón
poética, hay que encontrar el estado exacto de vigilia que requiere cada una de
esas dos formas de conocimiento:"Hay que dormirse arriba, en la luz. Hay
que estar despierto abajo, en la oscuridad".
Ya
veremos cómo sus reflexiones sobre la ciudad acaban encajando con naturalidad
–y consolidando- sus reflexiones sobre la crisis de la cultura occidental, y de
forma especial, sobre el futuro de la democracia, el régimen, según la filósofa,
más adecuado para el logro de la persona, pero sobre el que la sociedad
occidental no ha reflexionado aún de forma suficiente, al haberla aceptado, después
de haber vivido la noche oscura de los totalitarismos, como algo acabado cuando
aún se encontraba en estado naciente.
Pero
vayamos por partes. ¿Qué es para Zambrano la ciudad? Su pensar inspirado
percibe, ya en su época de madurez, la inspiración que subyace en toda ciudad, y,
al hacerlo, la afirma como la creación más lograda de la cultura occidental. La
ciudad para Zambrano tiene un rostro y una figura y por ello es lo que más se
aproxima al modo de ser persona en la vida histórica; pero también la ciudad es
la creación más propia de lo humano por ser capaz de aunar la Naturaleza, la
Historia y un más allá de ella, que la filósofa a veces simboliza en su relación
con la luz, diferente, según la diferente inspiración que subyace en el sueño
inicial que dio lugar a su nacimiento. Así, hablando de las ciudades españolas
en su artículo "Un lugar de la palabra: Segovia"[III],
comenta cómo Toledo persigue la luz, Cuenca está a punto de abrasarse en ella y
Granada de desleírse; mientras que Segovia se alza hacia la luz en el punto
justo en que la luz se da como una ofrenda.
Trascendencia
de la ciudad, referida a la especial luz que la envuelve, no sólo debida a que guarda
la huella de todos aquellos que dejaron su impronta a lo largo de los siglos,
propiciando esa comunión con el pasado, que la convierte en "receptáculo
del trascender que mana de un vivir propiamente humano"[IV], sino
lo que es más importante, cada ciudad, con su peculiaridad propia, es un camino
hacia lo universal, desde su arraigo en la inmediatez de la vida, fiel a ese
especial lugar en el que se encuentra entre el cielo y la tierra, lo que la
convierte en un espacio sagrado, especie de templo nos dice la filósofa:
"era la ciudad ante todo un templo"[V]. Y es
que la ciudad aúna lo más íntimo y concreto: un lugar físico, una arquitectura;
una lengua con sus rumores y sus silencios; unas costumbres y unas tradiciones
religiosas; e incluso una cocina; y la vocación de universalidad, sustentada sí
en las huellas del pasado, pero también en la vocación de ser una imagen que
responda a las imágenes dibujadas que alberga el alma de sus habitantes, lo que
la dota de un peculiar estilo.
El
estilo de una ciudad tampoco es algo baladí ya que revela, según Zambrano, no
solo los ensueños de quienes la fabricaron y usaron, sino que nos habla de la
propia vida de sus habitantes, de ese otro anhelo de trascendencia que consiste
en haber resuelto armoniosamente el conflicto entre la necesidad elemental y la
belleza. El estilo, dice Zambrano, ennoblece la necesidad sin ignorarla, Pero
que Zambrano intente desvelar con su pluma el núcleo trascendente y creador que
encierra la ciudad, no quiere decir que no perciba como uno de los más claros
síntomas de la crisis de la cultura occidental el "desvanecimiento casi
completo de la creencia en la ciudad y en el vivir por ella inspirado"[VI].
Hay
que señalar, en primer lugar, que Zambrano distingue con toda claridad la
organización humana que es el Estado, de la organización que fue
originariamente la ciudad. Hay una diferencia clara entre el lugar que el
individuo ocupa en el Estado y el que ocupa en la ciudad. En el Estado, el
ciudadano se siente dentro de un espacio homogéneo regido por un sistema de
derechos y deberes, pero en el que su intimidad queda a la intemperie y su
inspiración sin espacio donde alojarse; en la ciudad, por el contrario, el
hombre encuentra – o encontraba más bien- no sólo un albergue acogedor, con su
centro, donde se solía situar la Iglesia y el mercado; sus lugares de
encuentro, los casino y cafés; los personajes que la poblaban; sino una fuerza,
proveniente de un lugar que ha engendrado historia y puede seguir
engendrándola. Era la ciudad un lugar donde el hombre, conservando su soledad,
estaba en comunicación y compañía, y era también un camino y a la vez el
espacio donde se han dado las creaciones del espíritu humano "como una
planta que en ciertas ciudades especialmente brotara"[VII].
Pero
la distinción más importante que señala Zambrano es la diferencia entre
producir y crear. La producción es lo propio del Estado y es fruto de una
acción de la voluntad conjugada con las circunstancias. Su duración en el
tiempo es limitada y se extingue en un periodo más o menos largo. Lo propio de
la ciudad, por el contrario, ha sido la creación, "pocas cosas hay en la
humana historia que tengan más carácter de creación que la ciudad"[VIII],
afirma Zambrano. Y la creación se caracteriza porque es capaz de trascender los
acontecimientos y enriquecer el mundo con la aportación de algo nuevo y que
pronto se revela como algo esencial. La creación no sólo perdura sino que es
fuente inagotable de nuevas creaciones y, desde luego, tiene vocación de
perdurar en el tiempo.
En
este pensar en espiral de Zambrano no podemos dejar de señalar que su
concepción del Estado, como fruto maduro del racionalismo y el capitalismo, y
de la ciudad como expresión de esa inspiración que aún convivía con la razón en
el origen de las sociedades occidentales, se encuentra en estrecha relación con
ese doble saber que la filósofa reclama desde sus primeros escritos filosóficos
y que hemos señalado al inicio de esta exposición. Ya en su artículo "Hacia
un saber sobre el alma" de 1934, donde se encontraba, según sus propias
palabras, el germen de la razón poética lo enuncia de forma clara: "Pero
había un doble saber: por una parte saber de la razón que domina; y de otra, un
decir poético del cosmos, de la naturaleza, como no domeñable". El Estado
sería así la organización social, fruto del saber dominador de la razón, mientras
que la ciudad sería el ámbito que albergaría la posibilidad de ese segundo
saber inspirado.
Por
las mismas fechas en que Zambrano abunda en sus escritos sobre la ciudad, está
reclamando en su libro Persona y
democracia[IX]
la preservación de una organización social que no ahogue la inspiración de
los habitantes que viven bajo su sistema y que procure así el surgimiento de
nuevas ideas y nuevas formas de habitar el planeta tierra, entendiendo la
democracia como una organización social en perpetuo movimiento desde abajo, en
vez de un sistema de gobierno fijo, al modo de una estructura arquitectónica,
que confunde el orden con la quietud. El orden de una sociedad democrática,
según Zambrano, debería estar más próximo a un orden musical, armonizador de
diferencias, que al orden arquitectónico. Para Zambrano la verdadera democracia
debe ser el resultado de una sociedad democrática, y dicha sociedad sólo se
puede lograr si el hombre, que debe ser el sostén del orden social, va
adquiriendo una visión más justa de su propia realidad. Es por ello que
Zambrano, ya desde mediados de los años sesenta, va abandonando sus reflexiones
referidas a la historia o lo social por la búsqueda gnoseológica de una nueva
antropología y de los caminos para alcanzarla, en su convicción de que el
problema no era ya la historia, sino el hombre; pero aún en los años sesenta,
Zambrano sigue atenta a la evolución que se estaba produciendo en las
sociedades occidentales.
De
mediados de los años sesenta datan las principales reflexiones de Zambrano
sobre las ciudades y, como no podía ser menos, reflejan el cambio que se estaba
produciendo en ellas, debido al segundo gran éxodo del campo a la ciudad, que
refleja la autora en uno de sus
artículos de 1964 "Los centros de población"[X]. No se
puede sin embargo olvidar que, ya desde mediados del siglo XIX, la metamorfosis
de la ciudad, de algunas ciudades, que se encontraban a la cabeza del progreso,
gracias a la industrialización, se había convertido en una de las claves de la
modernidad. El espejo de esa ciudad ideal que en el Renacimiento, fue capaz de
invertir el paradigma de la ciudad platónica, en la que cada hombre debía
definirse por un patrón de identidad; por la de un hombre polimorfo, hacedor y
productor, verdadero creador de la ciudad, y que Zambrano toma en ocasiones
como referencia, estaba ya sufriendo un cambio radical, cuyo germen había que
buscarlo en el siglo XIX.
Eugenio
Trias en su libro El artista y la ciudad[XI],
recorre la evolución que el concepto renacentista de ciudad, sintetizado por
Pico della Mirandola[XII] estaba
sufriendo en los pensadores europeos del siglo XIX. Este autor había concedido
un sujeto -el hombre- y un objeto –la ciudad-a la síntesis platónica del Alma y
la Ciudad, introduciendo un elemento de movilidad y energía en el cerrado
cosmos platónico y alumbrando la idea del hombre universal y singular a la vez,
hacedor de la ciudad. Tal concepción va perdiendo fuelle, según Eugenio Trías,
a partir del siglo XIX. En Goethe esa posibilidad aún es real, aunque ya
aparece menguada; en Hegel la síntesis sólo se hace posible en el terreno del
pensamiento, y ya en Nietzsche, la síntesis entre alma y ciudad presenta una
quiebra absoluta, desplazándose la creación del espacio externo de la ciudad,
al paisaje interno del alma.
La
sensibilidad alerta de los poetas, no va a ser ajena a este fenómeno. Baudelaire,
ese gran profeta de la modernidad, contemporáneo en tantas cosas de Nietzsche y
cuya vida se desarrolló a caballo entre el romanticismo decreciente y la
consolidación de la época burguesa, cultiva en Las flores del mal, como uno de sus temas centrales, el efecto que
el cambio de fisionomía de la ciudad moderna estaba introduciendo en la vida de
sus habitantes, atosigados ya por las prisas y en enloquecida búsqueda de lo
nuevo: "De este modo va, corre, busca. ¿Qué busca?"[XIII],
seres anónimos en "el desierto de la multitud", que buscan extraer
"lo eterno de lo fugitivo" y que ya están tocados en lo más íntimo
por una nueva concepción del amor, que Baudelaire condensa en su poema "La
paseante", en donde la intensidad de la experiencia amorosa –reducida a
los sentidos- está relacionada con la fugacidad y el anonimato, y refleja el
cambio de signo del erotismo al insertarse en la tierra de nadie de las grandes
ciudades.
La calle atronadora aullaba en torno
mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un
dolor de reina,
una dama pasó, que con gesto
fastuoso
recogía oscilantes, las vueltas de
sus velos. […]
Un relámpago. Noche. Fugitiva
belleza
cuya mirada me hizo, de un golpe,
renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de
verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal
vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas
mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado! ¡Oh, tú,
que lo supiste!
El
cambio se estaba produciendo en las grandes urbes europeas, París y Londres,
especialmente, aunque aún seguía habiendo en Europa, ciudades como la Viena
anterior a la Primera Guerra Mundial, tan bien descrita por Stefan Zweig, tanto
en El mundo de ayer, como en alguno
de sus numerosos cuentos como "Primavera en el Prater", que conservaba
la inspiración de la ciudad hecha a la medida del hombre y a la vez con vocación
de universalidad: "Acogedora y dotada de un sentido especial de la
receptividad, la ciudad atraía a las fuerzas más dispares, las distendía, las
mullía y las serenaba; vivir en semejante atmósfera de conciliación era un bálsamo,
y el ciudadano, inconscientemente, era educado en un plano supranacional,
cosmopolita, para convertirse en ciudadano del mundo"[XIV].
Ciudades que no habían roto su vinculación con la naturaleza: "Las últimas
casas de la ciudad se reflejaban en la corriente impetuosa del Danubio o daban
a la extensa llanura o se perdían entre jardines y campos o subían por las
suaves colinas de las últimas estribaciones de los Alpes".[XV]
Apenas
transcurridas dos décadas y después de que la Gran Guerra, hubiese tambaleado
los cimientos del "seguro mundo europeo" del siglo XIX, otro poeta,
Federico García Lorca, retoma en 1929 el desasosiego de Baudelaire frente al
crecimiento de las ciudades, siguiendo la estela imparable del progreso. El
poeta se traslada en junio de 1929 al nuevo mundo para impartir una serie de
conferencias en la Universidad de Columbia, New York, y en Cuba, y el resultado
es su poemario Poeta en New York, que
no es sino un grito desgarrador ante la deshumanización de la ciudad moderna y
la injustica y discriminación que alberga en su seno:
"La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
[…]
Los primeros que salen comprenden
con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores
deshojados:
Saben que van al cieno de números y
leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin
fruto".
Ha
transcurrido medio siglo, estamos ya en los años sesenta y Estados Unidos se ha
convertido en el nuevo imperio de Occidente, imponiendo poco a poco su sistema
de vida y valores a los países europeos e hispanoamericanos. María Zambrano
contempla con pesar como van metamorfoseándose las viejas ciudades, a las que
ahora se adhieren como tumores malignos grandes extensiones urbanísticas, donde
los hombres se alojan, pero no pueden albergarse. Parece haberse olvidado –y la
filósofa no cree que haya sido fruto del azar- que los hombres no sólo se
alojan en una casa, sino también en una ciudad. En tales urbanizaciones, fruto
de la construcción y no ya de la inspiración, no sólo se ha perdido ese
espacio, que era antes un cobijo donde el hombre se albergaba; sino ese otro
simbólico donde se ponía en relación la tierra y el cielo, conjugándolos.
Parece que las ciudades, con su nuevo perfil, con su diseño de colmenas,
responda a una pérdida de confianza en lo que la ciudad ha sido a lo largo de
la evolución de la historia occidental, y que ya no tiene cabida en un
progreso, que no atañe a la evolución moral del hombre ni a su capacidad
creadora, sino sólo a su bienestar personal y a su enriquecimiento material.
En
su artículo "Los centros de población", Zambrano reflexiona sobre
este desmesurado crecimiento de las ciudades, que en Europa va adquiriendo ya
"pavorosas proporciones" y que ha sido precedido por un fenómeno
similar en el Nuevo Mundo, como si la vieja Europa no supiera recoger las virtudes
de América; sino sólo las adherencias más contrarias a su tradición. Es un
fenómeno sin duda paralelo al masivo abandono del campo en la fase de la
segunda industrialización, que a las pocas décadas desembocará en la tercera
fase del capitalismo, ahora ya dominada por un conglomerado financiero
internacional que está convirtiendo poco a poco el mundo en el gran lugar del
exilio, porque el desplazamientos de grandes masas de población ya no se
produce en el interior de los países; sino desde las zonas de hambruna y de
guerra de los países poco desarrollados, hacia el "paraíso" del
llamado "primer mundo".
Zambrano
no olvida que en las antiguas ciudades también existían los arrabales, lugares
de miseria; así como los palacios y sus mazmorras; pero no cree que el camino
para remediar eso, consista en la creación de los que hoy se llamaría
"ciudades dormitorio", con la progresiva destrucción de lo que antes
era la ciudad. Que ese camino no ha conducido al logro de una vida digna en las
nuevas ciudades lo demuestra la existencia, cada vez mayor, de un tercer mundo
en el primer mundo. Desde que Zambrano avistara las consecuencias del olvido de
lo que la ciudad representó para la cultura occidental, y de lo que debe
representar para una democracia cumplida, el proceso ha adquirido en algunas
ciudades proporciones dantescas. Las ciudades, en vez de ser un lugar de
encuentro, se están convirtiendo en un lugar de separación. Algunos de sus
barrios comienzan a parecerse a cárceles de la que no está permitido salir, con
muros invisibles, pero también visibles como es el caso del levantado en Padua
de 84 metros de longitud y tres de alto para aislar un barrio de emigrantes
africanos; o el muro de exclusión de tres metros de altura erigido en el centro
de Sao Paulo en el año 2011 para aislar la favela de Moinho y que fue
parcialmente destruido por sus habitantes en el 2013. También a la inversa, lo
que en Brasil se denomina "condominio fechado" y en Estados Unidos
"gated comunities" son urbanizaciones en las que se privatiza el
espacio, impidiendo la libre circulación de personas, cuya seguridad pretende
garantizarse de la furia de los "desheredados", no procurándoles su
parte de herencia de la tierra que todos compartimos; sino levantando una
muralla frente a ellos.
Una
de las consecuencias del nuevo perfil que estaban adquiriendo las ciudades y
que toca muy de cerca la sensibilidad de Zambrano, es lo que ella lama el éxodo
de "cierto tipo de personas, cuya presencia viva y relativamente visible y
aun asequible, daba tono, cualidad, vida a una ciudad"[XVI]. Se
refiere la filósofa a los escritores, políticos de cierto nivel, poetas,
pintores y artistas en general, que daban pulso y diseñaban la imagen de una
ciudad, como aún la tuvo el París de entreguerras. Hay que tener presente que
Zambrano vivió su entrada en la vida adulta en una capital de pequeñas
dimensiones como Madrid, en la que cualquier visitante podía conocer y oír a
los hombres más preclaros del momento, recorriendo los cafés y las tertulias
que se diseminaban en un pequeño radio de no más de 1 Km. Fue el caso de Alejo
Carpentier, quien en 1933 visitó Madrid y en una entrevista posterior contó
cómo en un solo día se podía conocer a los autores españoles de las
generaciones del 98, del 14 y del 27, recorriendo los cafés. En el Nuevo Café
de Levante en la Calle Arenal, tertuliaban los miembros de la Generación del
98, con Valle Inclán a la cabeza, quien también participaba en otras tertulias;
en el Café Gato Negro, en la calle del Príncipe, se ubicaban los modernistas,
encabezados por Jacinto Benavente; en la Granja del Henar, en la calle Alcalá
40, Ortega y Gasset prolongaba las tertulias de Revista de Occidente; en el Café del Pombo era Ramón Gómez de la Serna,
quien se erigía en defensor de las vanguardias artísticas y la lista podría alargarse
con otros muchos lugares públicos de reunión y debate. Claro, que el Madrid de
los años veinte, el Madrid de la "Edad de Plata", de la Residencia de
Estudiantes, de la Residencia de Señoritas y de Revista de Occidente, apenas contaba con 750.000 habitantes y
España era un país sin industrializar. María Zambrano conoció y vivió una
concepción de la ciudad, cuya desaparición comenzó de forma generalizada en los
años sesenta en todos los países de Europa.
Al
constatar este éxodo cualitativo de la ciudad, Zambrano percibe un fenómeno,
que no sólo se ha acrecentado, sino que ha adquirido proporciones de sainete:
el carácter de Museo que adquieren las ciudades, cuando, a la ausencia de
presencias vivas se suma la proliferación de los fantasmas, las estatuas de
otros tiempos. Casas de antiguas personalidades, convertidas en lugares de
culto y donde se han reproducido hasta los más mínimos detalles de su vida
cotidiana. Fenómeno curioso y motivo de alarma, dice Zambrano en los años
sesenta, que hoy, cuarenta año después, se ha extendido de forma desmesurada,
llegando a convertir el centro histórico de las ciudades en una especie de parque
temático, como muy bien señala James Nolan en su artículo "A solas en el
museo urbano"[XVII], en
donde adquiere la misma importancia a los ojos de las mesnadas de turistas una
catedral gótica, que la casa del Ratoncito Pérez o los lugares donde se han
producido crímenes sangrientos.
Lo
que resulta realmente chocante es que esta directa consecuencia del progreso,
la decadencia de las ciudades como lugar de convivencia y creación que, como
hemos señalado, ya comenzó a ser denunciada por poetas y filósofos desde mediados
del siglo XIX, y que Zambrano liga estrechamente a la crisis de valores de la
civilización occidental, no haya tocado la idea misma de progreso, que sigue
siendo el mito indiscutible de nuestro mundo contemporáneo que, por otra parte,
sigue venerando a los autores detractores del progreso, como focos alumbradores
de la modernidad. Como muy bien señala Rafael Argullol[XVIII],
Baudelaire fue moderno a través de un encendido odio al progreso como síntesis
y mito fundacional de la Modernidad. ¿No podemos decir lo mismo de Lorca, de
Nietzsche y de la filósofa María Zambrano?
Quizás
esta paradoja sea reflejo de la evolución que ha sufrido el concepto de crisis
que ha perdido su elemento dinamizador de la creación de nuevos retos y nuevas
ideas para devenir en lo que Zambrano llama orfandad. La época contemporánea ha
descubierto que la forma de neutralizar una palabra de verdad no es prohibirla
sino homologarla a una palabra banal. Finalizamos con una reflexión de Zambrano
de 1987, en el prólogo a la reedición de Persona
y democracia: "La historia se nos ha convertido hoy en un lugar
indiferente donde cualquier acontecimiento puede tener lugar con la misma
vigencia y los mismos derechos que un dios absoluto que no permite la más leve
discusión. Todo está salvado y al par vemos que todo está destruido o en
vísperas de destruirse. Es mi sentir".
[I] Zambrano, M-212 (nota manuscrita)
[II]
"La realidad poética no es sólo la que hay, la que es: sino la que no es;
abarca el ser y el no ser en admirable justicia caritativa; pues todo, todo
tiene derecho a ser hasta lo que ha podido ser jamás" Zambrano (1939) Filosofía y poesía, Vol. I de O.C. Galaxia Gutenberg, 2014.
[III] En España, sueño y verdad, Vol. III de O.C.
de María Zambrano, pp. 787-802, Galaxia Gutenberg, 2011.
[IV] Ibidem, p. 802
[V] María
Zambrano (1964). "La ciudad, creación histórica", Semana, San Juan de Puerto Rico, Vol. X,
nº 304.p.6.
[VI]
"Y es cosa en extremo grave este desvanecimiento casi completo de la
creencia en la ciudad y del vivir por ella inspirado. Entre los indicios que se
muestran, quizá sea el más delator, el más significativo de que algo pasa, allá
en las raíces de este Occidente"."Un lugar de la palabra:
Segovia" en España, sueño y verdad, Vol.
III de O.C. de María Zambrano, p. 803,
Galaxia Gutenberg, 2011.
[VII]
"La ciudad, creación histórica", Semana,
San Juan de Puerto Rico, vol. X, nº 303, 15 de abril de 1964, pp. 7 y 10
[VIII]
Zambrano (1964)."La ciudad. creación histórica", Semana, San Juan de Puerto Rico, vol. X, nº 304, p. 6
[IX]
Zambrano (2011). Persona y democracia,
en O.C. Vol. VI, pp. 363-474, Galaxia Gutenberg.
[X]
Zambrano (1964). "Los centros de población", Semana, San Juan de
Puerto Rico, Vol. X, nº 312.
[XI]
Eugenio Trías (1976). El artista y la
ciudad, Barcelona Anagrama.
[XII]
Giovanni Pico della Mirandola (1970). Oración
acerca de la dignidad del hombre, Edición de la Universidad de Puerto Rico,
traducción de José María Bulnes.
[XIII]
Charles Baudelaire (2005). Salones y
otros escritos sobre arte, "La modernidad", p.361, La Balsa de
Medusa, Madrid.
[XIV]
Stefan Zweig, (2001). El mundo de ayer.
(Memorias de un europeo), p. 31, Madrid, Acantilado
[XV]
Ibidem, p. 32
[XVI]
Zambrano, María (1965). "La huída
de las ciudades", Semana, San
Juan de Puerto Rico, Vol. XI, nº 325, p. 8.
[XVII]
James Nolan (2005). "A solas en el museo urbano" en Fundadores en manos de un dios enfurecido,
Madrid, Enigma editores.
[XVIII]
Rafael Argullol (1994). Sabiduría de la
ilusión, Madrid, Taurus.
S.Trillo
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