IN MEMORIAM
Ha muerto Adam Zagajewski y nos hemos
quedado huérfanos. Huérfanos de una mirada sobre nuestro confuso presente,
“hecho con los añicos de diversas creencias”, en palabras del poeta. Huérfanos
de una mirada que aunaba la mesura intelectual, la inspiración poética y la
modestia de considerarse un hombre corriente, que pretendía conservar —y lo
lograba— la mirada limpia de un niño. Se definía a sí mismo como un eterno
buscador de lo nuevo, honesto en la medida de sus facultades, que consideraba
que tanto el colectivismo radical como el individualismo exacerbado constituían
la misma amenaza para la vida espiritual, cuya pervivencia defendía.
Aprendió muy pronto la arbitrariedad de la
circunstancia que le hizo nacer en un pueblo polaco, Lwów, que fue anexionado
por la Unión Soviética y obligó a su familia a trasladarse a una antigua población
alemana (Gliwice), que a su vez Polonia acababa de anexionarse. De esa
experiencia nace su novela Dos ciudades,
que le catapultó al éxito. Era ya un poeta consolidado, que cultivó
posteriormente el ensayo en libros como Solidaridad
y soledad y En defensa del fervor.
Nacido en 1945 su vida transcurrió entre las
dos sociedades que alumbró el siglo XX en Occidente: la dictadura
marxista-comunista del régimen estalinista y el capitalismo consumista. De su
experiencia bajo el régimen de Stalin, su mirada, siempre humanista y burlona,
encontró la definición precisa. Era un complot para reducir la enorme variedad
del colectivo humano —el Parlanchín, el Borracho, el Trotamundos, el Artista,
el Seductor, el Sacerdote, el Propietario etc., en sólo tres clases de hombre:
el Funcionario, el Obrero y el Policía. De toda la variedad del colectivo
humano, añadía con sorna, curiosamente sólo sobrevivió el más demonizado: el
del propietario.
De la experiencia en su juventud
estalinista, hubo sin embargo un tesoro que conservó ya como oriente de su
vida. Y es que el horizonte de la vida espiritual, que aprendió de adolescente
en los grandes escritores, adquiría su valor más alto en una sociedad
totalitaria, precisamente porque el régimen se esforzaba en eliminarlo. Aquello
que nos quieren arrebatar, cobra una importancia primordial que no apreciamos
en una situación de supuesta normalidad. Y esa normalidad fue la que encontró
cuando en 1982 se exilió a Occidente, a París y luego, a Estados Unidos: “Una
cotidianeidad frívola, despreocupada, poco seria, no sometida a ninguna razón
superior e infestada de peluqueros, artistas de cine y empleados de banca
tostados por el sol”. Nada que ver con la gran sed de verdad, de libertad, de
dignidad, de libros, que desde la oscuridad de la Rusia soviética se
identificaba con Europa. En los primeros momentos su fe en Occidente empieza
tambalearse. Piensa que ha perdido “su tesoro más valioso”, sus convicciones, y
escribe:
“Son cosas que no suelen decirse pero las
voy a decir. Allí, en aquel campo de concentración lúgubre, en aquella barraca
fría, en aquel país ruin, yo era alguien especial y les aseguro que mi
substancia, lo que hay debajo de los párpados, detrás de la frente y dentro del
corazón, era más duro que el diamante y totalmente inmune al paso del tiempo”.
Adam Zagajewski no se deja arrastrar por el desaliento, sabe que, desde la experiencia de la defensa desesperada ante un peligro mortal, puede nacer un hombre mejor, invulnerable a las flaquezas y enfermedades del siglo XX. La realidad no es sólo social. Conocerla no es únicamente saber cómo es el hombre y su sociedad. La realidad no es el corsé de la ideología que le imponemos, la realidad es inabarcable y esconde muchos secretos, la alegría de ver florecer un árbol, escuchar música, oír la risa de un niño o defender la libertad que reside en nuestra propia intimidad. Hay que ser modestos en nuestras pretensiones y reconocer la ambigüedad de la vida espiritual: unas veces, sus contornos se dibujan netamente; y otras, se diluyen en la inseguridad y la melancolía; pero es el fondo que nos constituye y que hay que preservar.
Gracias, Adam Zagajewski, por habernos dejado participar de tu mirada y enriquecernos con tus reflexiones.
Buenos días a todas:
¿Cómo van esas vacaciones y días de
descanso?
Todo llega, aunque llegue con retraso. Os adjunto la lista de libros que hemos leído desde que empezó la tertulia, ¡casi un centenar! Creo que quizá me falte alguno, sobre todo del principio, de esos inicios en los que María Luisa Maillard me propuso a mí y a no sé si a alguien más, leer Nunca me abandones de Ishiguro y Memorias de un europeo de Zweig y a tomarnos un café mientras comentábamos las lecturas en un centro comercial de lujo de la Calle Lagasca, que creo que ha desaparecido. No me acuerdo de nadie más que de Luisa (no sé si acaso había una persona más) mientras tertuliábamos, pero sí recuerdo lo prendada que quedé con Memorias de un europeo y con Nunca me abandones.
También recuerdo que pensé: "esta mujer es un potosí, si me ha descubierto a dos autores maravillosos, ¡cuántos más quedarán por descubrir!". Así fue como me convertí en su alumna fiel y disciplinada y así fue como apoyé incondicionalmente su inquietud intelectual que nos enriquecía a todos.
Así se fraguó también un bonita amistad con muchos proyectos, teatrales y literarios. Incluso nos animó a embarcarnos en la colección de biografías de mujeres, mucho antes de que el tema "mujer" estuviera tan de moda. Nos presentábamos allí donde nos lo pidieran para presentar la colección, recorriendo algún que otro pueblo de la comunidad de Madrid, todo ello al lado de Susi, cual Quijotes y Sancho Panzas y de muchas más mujeres maravillosas entre las que estáis vosotras.
https://us02web.zoom.us/j/8695208434?pwd=Q09wc3JBYWtidVdCWUdkTmVzZFkrdz09
Juan Bonilla sigue los pasos de
Vladimir Maiakoski, una de las figuras más carismáticas de la vanguardia rusa.
Nueva York, Londres, París, Moscú y México son algunos de los escenarios de
esta apasionante novela, en la que Bonilla se adentra en la vida de un
personaje rompedor que vivió con una intensidad desbordante su apasionada
relación amorosa con Lily Brik, permitida y alentada por su marido, en uno de
los tríos más famosos de la literatura mundial.
La próxima, 8 de abril a las 19:00h, será Salamanca y correrá cargo de María Luisa Maillard, novelista y ensayista, presidenta de AMMU y directora de la colección de biografías de mujeres de Eila Editores. Es la presencia en una antigua ciudad castellana de la mirada de la mujer, marginada, herida, apartada “tras los visillos”, la ciudad de fray Luis de León y de Unamuno.
LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LA LECTURA
RETRATOS FEMENINOS (3)
Dice Amelia Valcárcel que “las mujeres son un objeto casi privilegiado de representación”. Las figuras femeninas aparecen históricamente por doquier: en los frescos, en los cuadros, en los tapices y en las esculturas. Estas representaciones ofrecen numerosos y variados arquetipos. Con los retratos se va configurando la imagen de mujer culta, distinguida y bella a la que, a veces, la acompañan sus libros.
El retrato supone la existencia del individuo. El concepto de individuo llama a la presentación original de la persona y esa es una de las razones por las que aparecen los libros en los retratos. Los individuos van a identificarse por sus cualidades y las mujeres lectoras encuentran el símbolo de su personalidad en los libros. A través de estos aparecen las alusiones a la cultura elevada, el conocimiento, la afición a las bellas artes, al conocimiento musical, etc. como rasgos que se quieren destacar y adjudicar a la mujer retratada. Para Todorov todo retrato es un elogio y podemos añadir que en los retratos en que las mujeres aparecen leyendo, el elogio que se les hace encuentra su vehículo en el libro que se pone en sus manos.
Pompeya. Retrato de mujer con papiro. |
Los retratos de mujeres escribiendo o leyendo, los retratos con libros, aparecen muy tempranamente. Los encontramos ya en algunos frescos romanos, los volvemos a encontrar en la Edad Media y aún son más numerosos en el Renacimiento.
Lucas De Heere, Holanda (1534-1584).
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Los retratos de mujeres con libros se multiplican a partir de la Edad Moderna cuando los libros pasan de ser algo minoritario a ser objetos de uso común.
Beatrice Offor, Reino Unido (1864-1920). La dama de rojo. |
Taller de Francisco de Zurbarán, España (1598-1664).
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Estas tres interpretaciones de los retratos de damas con libro las veremos en sucesivas entradas del Blog.
INÉS ALBERDI
Algo que me encanta de la narración oral es lo mucho que te hace leer en voz baja, buscando no sólo buenos cuentos, sino que sean narrables y que puedas encarnar esa voz. Lees, y descartas, tal vez te ha encantado el cuento, adoras a la escritora, pero descartas, por un motivo o por otro. Encuentras otro, y nada, descartas... Pero, de repente, en esa búsqueda ávida y sedienta afloran tesoros escondidos, como ha sido para mí el caso de "Atracción sexual" de Lucia Berlin (1936-2004).
Sus fotos me recuerdan a las de las actrices de Hollywood de los años 60, con ese glamour de estrella distante, inalcanzable y con un aire nostálgico en la mirada. Una elegancia innata que sigue arropándola a pesar de la difícil vida que le tocó vivir. Y así son sus cuentos, elegantes, sencillos, sin artificios, sin enjuiciar a sus personajes, que normalmente encarna en primera persona. Retratan magistralmente la vida en su belleza y dureza. Cuadros que te atrapan por su veracidad.
"Atracción
sexual" se llama la historia que viviré en esta ocasión. El título es sencillo,
preciso, sin rodeos, pero con una carga semántica brutal. "...Es pan
comido" dice Bella Lynn, la protagonista. ¿De verdad?, Uhm... Asómate
conmigo al tablero de la batalla sensual y dime qué piensas.
ELENA G. DEL PINO
EN LA ESPUMA DE LAS COSAS
ISABEL BANDRÉS
En un país, el nuestro, que tiene una tasa de paro del 16%, solo comparable con Grecia,
y el doble de la media de la Eurozona; y eso sin contar a los 746.000
trabajadores que están en ERTE ni a los 919.173 autónomos que se encuentran en
cese de actividad que corren el peligro, algunos de ellos, en transformarse en
parados. La economía de nuestro país tiene “el honor” de ser la que más ha
caído en el 2020 y su PIB se situará, según todas las previsiones, durante 2022
por debajo del de 2019. Si a esto añadimos que los españoles hemos perdido, por
vez primera en la historia, un año en nuestra esperanza de vida, que la
cohesión social es cada vez menor, que la brecha de las desigualdades se amplía
día a día, que falta una educación apropiada para los retos del futuro, que
nuestra sanidad se sostiene más por el voluntarismo de los sanitarios que por una
inversión continuada y racional, que por la desprotección del Estado muchos
ciudadanos tienen que acudir a las colas del hambre para poder comer, que tenemos
a las puertas la cuarta ola de la pandemia… deducimos que tenemos un país en
decadencia y que sería bueno aunar fuerzas y proyectos realistas para superar
tanta ruina.
Ante tanto infortunio, nuestros políticos han decidido organizar una
verbena muy costosa, pagada por todos nosotros, con muchos fuegos artificiales:
mociones de cesura; tránsfugas; elecciones autonómicas anticipadas; huida de un
vicepresidente para ser “algo” en la Comunidad de Madrid; un partido (CS) que
se suicida buscando su identidad; un ministro de sanidad que se va a otras
tareas y que ya hemos olvidado; en Cataluña, cuando escribo estas líneas,
todavía no ha terminado de cuajar un nuevo gobierno... Artifico, banalidad,
palabrería hueca que nada soluciona que no sea el mantenerse en el poder, en el
sillón y en las prebendas. No tienen límites a la hora de asegurarse su sitio
al sol del poder. Se declaran seguidores de la máxima de Marx, Groucho Marx:
“Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Durante un mes convulso, no hemos escuchado de los políticos ni
una idea que afronte nuestros problemas. Todo han sido enfrentamientos,
conspiraciones, mascaradas, escenificaciones propias de un reality show de baja estofa. La política se ha convertido en una
escenificación para tapar con humo su incapacidad para afrontar la realidad.
¿Y qué hacemos los ciudadanos? Algunos asistir abatidos y hartos a una
representación teatral bufa. Y otros, desgraciadamente, creer que la
representación es la realidad. Ese es el gran peligro de la democracia: confundir
lo que es con lo que no es. Así pasamos los días, confundidos, asqueados y
mientras los políticos que deberían gobernar se mantienen en la espuma de las
cosas sin ir al fondo de la solución, surfean hábilmente montados sobre
palabras como fascismo, comunismo, libertad, tú menos y yo más, nunca pero
nunca haremos o nos uniremos con, siempre al servicio de… Palabras que de tanto
manosearlas han pedido su significado. Somos los ciudadanos los que cargamos sobre
nuestros hombros problemas abrumadores porque nuestros gobernantes no van a las
cosas, a las cosas que de verdad son importantes. Ortega y Gasset, en un
discurso que dio en Buenos Aires dirigido a los argentinos y que ahora podemos
aplicarlo a los españoles, señaló: ”¡A las cosas, a las
cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de
narcisismos. No
presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres
se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse
y preocuparse de ellas, directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva,
de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias,
su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los
complejos de lo personal.” (OC IX, p. 263)
A este espectáculo nauseabundo, hay que añadir que desde los medios de
comunicación recibimos presiones constantes para que nuestro voto vaya en una u
otra dirección. Los periodistas se han convertido en activistas. Debemos
recordar que el voto es nuestro y solo nuestro. Y somos nosotros los que
debemos decidir su destino sin dejarnos manipular por la presión social que nos
llevaría a la inautenticidad y a la renuncia de nuestra libertad. Hoy votar
significa elegir con las narices tapadas el hedor que consideremos menos
pestilente. La Constitución nos da a cada uno de nosotros la prerrogativa de
ejercer nuestro derecho al voto, ejerzámoslo en libertad.
ISABEL BANDRÉS
AUTORAS DE UTOPÍAS
A.PILAR RUBIO LÓPEZ
La sala Canal de Isabel II de Madrid exhibe
en estos días hasta el 2 de mayo de 2021 la exposición Autoras de utopías,
con fotografías vídeos e instalaciones de la artista canaria Carmela García,
quien reivindica a través de sus obras la figura femenina como protagonista de
un cambio de perspectiva en el mundo.
Carmela García es una artista consagrada —a la que hemos visto en diferentes ediciones de ARCO— y premiada a lo largo de su carrera profesional. En su currículum ha atesorado galardones como el Premio Revelación PHoto España de 2001, la inclusión en la lista Exit de 2005 seleccionada entre los 100 mejores fotógrafos españoles y el premio de Fotografía de la Comunidad de Madrid de 2019, entre otros.
Fotografía de la serie 'Paraísos'. |
La exposición, comisariada por Margarita
Aizpuru, construye un relato recordando a mujeres de la Historia que
protagonizaron retos relevantes y sobre la premisa de que en su época ellas
pasaron por cosas que hoy día le pasan a otras mujeres. Para lograrlo, Carmela funde
el pasado con el presente, la realidad con la ficción y la fotografía con las
artes plásticas, haciendo uso de su dominio del espacio compositivo, para
deconstruir modelos del pasado y reconstruir el ideal de mujer liberada de
clichés, poniendo el acento en modelos de mujeres inteligentes y transgresoras
que han realizado la ruptura de la hegemonía de la heterosexualidad.
Joven británica, fotografía de la serie 'I want to be'. |
Las secciones de la muestra —Chicas,
deseos y ficción; Paraísos; Escenarios; Casting; I
want to be; y las proyecciones Espacio y silencio y Seres
equívocos—, giran en torno a
un mundo de mujeres que expresan la realidad actual, al mismo tiempo que
recuerdan el silencio que pesó sobre la vida y la obra de muchas mujeres y de
los obstáculos a los que se enfrentaron para alcanzar la libertad. Del mismo
modo, responden a las utopías preconizadas por Carmela y que son la base de su
pensamiento.
Fotografía de la serie 'Chicas, deseos y ficción'. |
La sororidad está presente en todo el
recorrido de la muestra pues, parafraseando a la autora: “Siempre he estado
rodeada de mujeres porque es lo que más me gusta”, es ella misma la que invita
a la solidaridad entre las mujeres y a la lucha por su empoderamiento, poniendo
de manifiesto la conexión entre ellas en todos los ámbitos, incluso en su
intimidad. Lo que Carmela quiere es visibilizar las relaciones y las utopías femeninas,
del pasado y del presente, y para ello se apoya en el recuerdo de actrices que
interpretaron a mujeres avanzadas de la reivindicación feminista.
Carmela García, fotógrafa |
García explora la idea del descubrimiento,
basándose en documentos que evidencien la realidad y den pie a la búsqueda. La
artista inventa, crea, proyecta la realidad desde su punto de vista y quiere
mostrar la utopía desde lo personal, “como si en cada uno de nosotros latiera
el deseo de una utopía que, si se dan las condiciones, se desarrollará”.
Con una concepción artística muy plástica y
moderna, la exposición abraza el universo femenino, con la intencionalidad de
dar visibilidad al mundo de las mujeres; y sugiere que, al investigar en otras
vidas, es la autora la que entiende su propia trayectoria, pues todas las
historias que se relatan son un poco la suya propia.
A.PILAR RUBIO LÓPEZ
En esta ocasión quiero presentaros al
personaje de Leonor de Castro y con ella a su autora: la célebre dramaturga,
estudiosa y poeta mexicana Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, conocida mundialmente,
en su tiempo y en nuestros días, como sor Juana Inés de la Cruz.
Leonor protagoniza su comedia de enredo
titulada Los empeños de una casa,
escrita y representada por primera vez en 1684 como parte de una fiesta teatral
en la corte virreinal de México. Conviene apuntar que los saraos teatrales
cortesanos al estilo palaciego de los Austrias consistían en la representación
de una comedia de tres actos, separados entre sí por dos obritas cómicas breves
tipo entremés,
precedida
por una loa y culminada por un baile también entremesado, o una mojiganga, como fin de fiesta. Conservamos el
conjunto textual íntegro de aquella celebración teatral presidida por los
virreyes don Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y su esposa doña María
Luisa, condesa de Paredes, quienes fueron grandes admiradores y protectores de
la genial dramaturga mexicana.
El parecido de Leonor con Juana de Asbaje es
notorio. Gracias a su personaje la poeta deja entrever algunos rasgos de su propia
persona (para delicia de sus estudiosos y admiradores) y, por añadidura,
expresa la situación de las mujeres en las élites de aquel tiempo, particularmente
la de aquellas jóvenes hijas de familias nobles con pretensiones de
preeminencia, pero sin patrimonio. Una circunstancia que sin duda era común en el
México virreinal de sor Juana Inés de la Cruz, así como en el resto del
continente americano, nuestra Península y otros países europeos.
Juana de Asbaje/Sor Juana Inés de La cruz |
La casa
de los dos hermanos es, en efecto, una trampa de amor y de celos en la que
acabarán cayendo todos los personajes y de la que no podrán escapar por más que
lo intenten; de ahí los empeños. Las
dos horas que viene a durar la comedia son un prodigioso baile de personajes dentro de una casa, persecuciones, puertas que
se abren y cierran, escondrijos, tapadas y embozados, escenas de oscuridad… En
suma, es una perfecta maquinaria dramática que retuerce las contradicciones de
un sistema social y familiar poniendo en riesgo el amor, la vida y el honor de
todos ellos.
No olvidemos tampoco que sor Juana era una
gran lectora y admiradora de Cervantes y de Calderón. El poder simbólico del
espacio de Los empeños de una casa nos
refiere a otras «casas de los celos» como las de algunos
protagonistas cervantinos, bien del entremés El viejo celoso o bien de la novela ejemplar El celoso extremeño; y, muy particularmente, como la casa de la
comedia calderoniana titulada El
escondido y la tapada. Tanto la comedia de Calderón como la de sor Juana muestran
magistralmente cómo un mínimo de elementos escénicos (temas, localizaciones y personajes)
puede lograr un máximo de acción y de conflicto, de confusión y de caos, que es
en suma el caldo propio de la comedia de enredo.
Como Leonor, Juana de Asbaje mostró una
prematura inclinación por el estudio desde la infancia. Como su personaje, la
dramaturga fue admirada por su belleza y su inteligencia durante su primera juventud,
que pasó en la corte como dama de compañía de la virreina doña Leonor, marquesa
de Mancera. Episodios de aquel tiempo cortesano, tanto de un posible primer
amor como de un memorable examen a su saber del que salió victoriosa, dan idea
de la fascinación que causó la joven Juana y también de su peligrosa situación en
palacio pues, según ella dejó dicho en algún lado, «la
buena cara de la mujer pobre es una pared blanca, donde no hay necio que no
quiera echar un borrón». Hasta aquí, salvando sus distancias, se traza un
camino vital en paralelo con su Leonor, la de los empeños.
Con diecinueve años, doña Juana de Asbaje abandonó
la vida cortesana y profesó como monja carmelita descalza en el Convento de San
José, del que en breve salió por enfermedad, para al cabo de dos años, profesar
la clausura definitiva en el Convento de San Jerónimo de la Imperial Ciudad de
México. Allí pasó el resto de su vida dedicada a la oración, al estudio y a la creación
literaria hasta su prematuro fallecimiento a causa de una pestilencia
infecciosa que asoló la ciudad y se adueñó del convento de las Jerónimas. Como
bien hemos aprendido en nuestros días, semejante a otros muchos hoy, también
sor Juana se contagió asistiendo a sus hermanas enfermas.
Firma de Sor Juana Inés de La Cruz |
Conocidos son los trastornos que padeció a
causa de su Carta atenagórica,
escrita a petición del cardenal de Puebla para rebatir las razones teológicas
del jesuita Antonio Vieira, y la posterior Respuesta
a sor Filotea de la Cruz. Reveses tan traídos y llevados para explicar su
realidad de mujer, poeta y monja en el mundo de su tiempo y en el seno de la Iglesia. Sor Juana Inés, también
en esa ocasión, se enfrentó a su condición y a los límites de su circunstancia,
siendo ella misma vivo ejemplo de sus versos: «claro honor de las mujeres,
/ de los hombres docto ultraje,/que probáis que no es el sexo/de la
inteligencia parte». Padeció, resistió y trascendió. Por eso, personalmente,
atesoro estas palabras suyas: «Para el alma no hay encierro/ni prisiones que la
impidan,/porque solo la aprisionan/las que se forma ella misma».
NURIA ALKORTA
EL
EMPEÑO DE NURIA ALKORTA POR MONTAR LOS EMPEÑOS
DE UNA CASA, CON ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD DE WISCONSIN-MADISON, DONDE FUE
PROFESORA VISITANTE DURANTE EL CURSO 2020, EN LO LO PEOR DE LA PANDEMIA COVID EN EE.UU.
YO NO SIENTO ENVIDIA
LIDIA ANDINO
El
sufrimiento neurótico es el modo que tenemos de defendernos de ese dolor
intolerable que comporta la existencia para todo ser humano (parlante,
deseante, sexuado y mortal), como respuesta al vacío y a la incertidumbre de su
propia identidad y posición en el mundo. Un sufrimiento en el que destaca la
pasión ciega y estructural de la envidia; definida por la RAE como
tristeza o pesar del bien ajeno.
En
la tradición cristiana la envidia aparece
como uno de los siete pecados capitales. La vemos representada en la mortal
disputa entre Abel y Caín, hecho del que resulta la expresión: “la furia de
Caín” para designar las malvadas intenciones del envidioso que lleva en este caso a un desenlace fatal.
Haciendo
una recapitulación histórica -en todas las lenguas, desde las primitivas hasta
las indoeuropeas, arábigas, japonesas y chinas- hay un amplio consenso que
reconoce la condición envidiosa de los seres humanos y la radical malignidad de
este sentimiento. El verbo que dio origen a la palabra envidia es invidere que se traduce como “mirar con
malos ojos”, “ver negativamente” o “mirar con hostilidad”.
En
lo que se refiere a la verdadera función del ojo como órgano, es propicio
señalar aquí la universalidad del mal de ojo, el ojo voraz, el ojo malo. En
cambio, llama la atención las pocas huellas que encontramos de un ojo bueno, de
un ojo benéfico. El ojo entraña la función mortal de estar dotado de un poder
que va más allá de la visión nítida, así
se le atribuyen poderes de acarrear enfermedad y desventura. ¿Habrá una mejor
imagen de ese poder que la envidia?
Podemos
decir que suele provocarla la posesión de bienes que quizá no tendrían ninguna
utilidad para quien los envidia y cuya verdadera naturaleza ni siquiera
sospecha. Hace que quien la padece se ponga pálido. ¿Ante qué? Ante la imagen
de una plenitud que supone, porque eso que el otro posee puede ser aquello que
-ante mis ojos- lo satisface, lo completa (el ascenso de mi compañero, el coche
nuevo de mi vecina, etc).
En
la envidia se desea estar en el lugar que ocupa el otro eliminándolo, o bien,
destruir eso que posee y que tanto nos amarga suponer que lo colma. Pero nada
de esto sucedería si el otro no existiese o no tuviese esos bienes. Si los
poseemos nosotros son un valor; si los posee otro lo vivimos como una carencia
insoportable.
Volviendo a nuestra vida cotidiana, se trata de un sentimiento que suele cursar de manera inconsciente y sólo se nos muestra en sus efectos (cuando al pasar y “sin querer” rayamos el coche nuevo de la vecina…). Esto es lo que expresamos cuando decimos “ yo no siento envidia”.
Muchas impotencias, inhibiciones e incapacidades en el amor, en el trabajo, en los estudios, se deben a la gran energía vital y tiempo que malgastamos en este sentimiento que normalmente “no sentimos”.
Condesa de Campo Alange
MARÍA LUISA MAILLARD
A diferencia de otros países europeos, los
españoles han sido históricamente rácanos a la hora de reconocer a sus
personajes ilustres. Con frecuencia éstos han empezado a ser considerados a raíz
de la admiración que lograron despertar fuera de nuestras fronteras. Valga como
ejemplo los casos de Cervantes y de Calderón de la Barca. Después del éxito
obtenido en Europa por Don Quijote
durante el siglo XVII, leído como un cómico libro de caballerías, son los
escritores ingleses los que en el siglo XIX empiezan a subrayar la importancia
de Cervantes como creador de la novela moderna. ¿Y qué decir de Calderón,
redescubierto por el romanticismo alemán y que gozó de la admiración, entre
otros de Goethe y Wagner?
Las mujeres, a la hora de recuperar nuestra
memoria, no deberíamos mimetizar el camino de nuestros compañeros varones, hay
veces en que la igualdad no es el camino más aconsejable. Esta introducción
viene a cuento del olvido en que la memoria feminista tiene a María Laffite,
condesa de Campo Alange, como firmaba muchos de sus libros, pionera del
feminismo de la diferencia, y cuyo libro La
secreta guerra de los sexos, aparece en 1948, un año antes que El segundo sexo de Simone de Beauvoir.
Libro éste, inspirador del feminismo de la igualdad, triunfante en los años 70,
y que sigue hoy vigente en la política y muy presente en la mentalidad
colectiva de las mujeres actuales.
María Laffite nació en Sevilla en 1902,
contrajo matrimonio a los 20 años con José Salamanca, conde de Campo Alange y a
los 24 años tenía ya tres hijos. Como comenta con desparpajo su amiga Lili
Álvarez: “Empezó por tener cuatro hijos y luego se puso enseguida a hacer
cosas”. “El estupor de la maternidad”, que diría Ortega, no mermó, sino que
acrecentó su curiosidad intelectual y artística. Durante su estancia en París,
a resultas de la Guerra Civil española, decide cultivarse y asiste todos los
días desde las ocho de la mañana a clases arte, visita museos por la tarde y
decide dedicarse a la pintura, aunque pronto abandona ese camino, al darse
cuenta de que sus trabajos no alcanzan la excelencia. Sin embargo, a raíz de
los conocimientos acumulados publica dos importantes libros: en 1943 una
biografía de María Blanchard, amiga de Juan Gris y Diego Rivera, pionera de las
vanguardias artísticas y otra de las grandes mujeres olvidadas; y en 1953, en Revista de Occidente, De Altamira a Hollywood.
A su regreso a Madrid forma parte de la
“Academia Breve de Crítica de Arte”, fundada por Eugenio D’Ors y se relaciona
con el círculo de Ortega y Marañón. Pronto su interés se centra en los estudios
feministas y en los cambios que se estaban produciendo respecto a la situación
de la mujer en el siglo XX. La fecha de 1948, en plena dura posguerra
ideológica y económica del franquismo, es una fecha cuando menos osada para
sacar a la luz La guerra de los sexos,
editado por Revista de Occidente.
Antecedente de El segundo sexo, María
de Campo Alange coincide con Simone de Beauvoir en una crítica demoledora de la
época del patriarcado. Valga como ejemplo esta reflexión: “El hombre ha luchado
ferozmente, denodadamente, por apartar a la mujer de la gigantesca obra
cultural, aún por realizar. Presentía en la mujer un distinto criterio, una
visión del mundo que a él no le acomodaba. La guerra de los sexos se comporta
en este aspecto de forma implacable”. Remontándose a los orígenes, Campo Alange
profundiza en las características del matriarcado y cómo fue derrotado por el
patriarcado de forma aplastante, sin ninguna concesión a las vencidas. Especialmente,
señala, respecto a la mujer destinada al hogar, que debía permanecer inculta y
alejada de toda comunicación espiritual con el hombre. La faceta del ser
humano, que ella denomina la “maternidad psíquica o íntegra”, un abrirse a todo
lo creado, más propia de la mujer que del hombre, puesto que la mujer crea
vida, fue reducida a una “maternidad animal, triste y automática”. Las
aptitudes y conocimientos dimanantes de la peculiaridad de la mujer, aquellos
que María Zambrano denomina “los saberes del alma” fueron invertidos en
servicio del varón: la abnegación convertida en sumisión; la intuición
revertida en infantilismo e ignorancia. El hombre eliminó el elemento positivo
de lo femenino, no sólo de la mujer, sino también de él mismo, porque todos
participamos, en desigual medida, del elemento masculino y femenino.
Cuando la mujer se “emancipa” y entra en el
mundo históricamente acotado por el varón, ese mundo ya está hecho. Dice Campo
Alange. Las grandes épocas de la originalidad han pasado, sigue diciendo con
una visión profética. Sólo queda la máquina, la tecnología. Todo lo demás está
ya formado: la economía, la justicia, el estado y la utopía tienen nombre
masculino, y la mujer decide integrarse, asumiendo esa tradición, porque ¿quién
es ella?, se pregunta nuestra protgonista, ha olvidado su tradición, su
peculiar sabiduría y ahora sólo quiere mimetizarse en igualdad con el varón en
el mundo que él ha creado, renegando incluso del cuerpo que la define, como
hace Simone de Beauvoir. El cuerpo social es en la actualidad, sigue diciendo
la autora, únicamente varonil; pero no humano, no integral, porque no está
constituido por las dos tendencias que lo constituyen —masculino-femenino— y no
cabe equilibrio social, en el seno de una fórmula unilateral.
María Campo Alange, aunque incursione en
otros terrenos, ya no abandonará el del feminismo. En 1960, después de haber
finalizado el libro La mujer en España:
cien años de su historia, decide que había que pasar a la acción. Era
urgente poner en marcha el proceso de integración de la mujer en la vida activa
del país, que había sufrido una paralización si no un retroceso. Así
constituye, con la ayuda de Lilí Álvarez y un reducido grupo de mujeres
universitarias: María Salas, Consuelo
Berges, Elena Catena, María Telo, y Concepción Borreguero el Seminario de
Estudios Sociológicos sobre la Mujer (SESM), que dirige de 1960 a 1980. En ese
periodo el trabajo conjunto se traduce en artículos como “Habla la mujer”, una
encuesta entre la juventud, publicado en Cuadernos
para el Diálogo, en la intervención en debates públicos y en la publicación
de cuatro libros: La mujer como mito y
como ser humano; La mujer española: de la tradición a la modernidad; Mujer y aceleración histórica; y Diagnosis sobre amor y sexo.
Aún tuvo tiempo para escribir un libro de
relatos La flecha y la esponja, una
biografía documentadísima sobre Concepción Arenal, una mujer cuya obra
admiraba, y dos relatos autobiográficos: Mi
niñez y su mundo y Mi atardecer entre
dos mundos. Fue vicepresidenta del Ateneo y miembro de la Academia de
Buenas Letras de Sevilla. María Laffite, condesa de Campo Alange, fallece en
1986, pero como señaló su amiga Consuelo Berges en su obituario, nos dejó “una
obra interesante, singular y muy diferente de la publicada por los demás
escritores importantes de nuestra posguerra”. Y, añadimos:
una reflexión sobre la mujer y el feminismo, que deberíamos valorar y recuperar
para el debate.
MARÍA LUISA MAILLARD
Ilustración de cubierta: Elena G. del Pino, Autorretrato |
Acacia lleva semanas conmigo, me sorprende
en el autobús cuando voy a trabajar, en la carretera cuando paso por el
polígono de Hontoria, en el silencio de mi habitación antes de acostarme. Creo
que no hay mejor termómetro para valorar lo que te ha gustado una novela.
Cuando ves una película o una obra de teatro, cuando lees un libro o escuchas
una canción, si sus protagonistas invaden tu rutina diaria y te acompañan
durante días como si fueran confetis lanzados al aire, entonces, podremos decir
que ha merecido la pena. Esa es la función de la literatura, de la pintura, de
la expresión artística, ampliar los horizontes de tu vida, enseñarte a mirarla
con otros ojos, habitar contigo la existencia modificada una y otra vez.
Acacia es joven, alta y fuerte como el árbol
que representa, capaz de crecer en el desierto. Una mujer a la que le gusta
tocar el harpa y que por su singularidad es juzgada de extraña por la familia.
Sin embargo, en la universidad, Acacia llama la atención de Hugo, líder de los
estudiantes que anda envuelto en enredos políticos y juveniles y que presume de
ella como si se tratara de la dama de la Casa Blanca, a pesar de no hacerle
partícipe de sus andanzas. Sin embargo, cuando los asuntos políticos se
enturbian y Hugo enferma, los amigos buscan a Acacia para que recupere
documentos que este guarda en su ordenador y que pueden salir a luz y
perjudicar al grupo. Es entonces cuando Acacia, que tenía preparado un viaje a
Vietnam, se ve obligada a suspenderlo porque su mejor amiga le da la espalda.
Ella no cede ante la presión del grupo, se niega a robar documentos que no le
incumben y empieza un viaje de reencuentro consigo misma y su propia identidad
por tierras gallegas. Allí, se topa con Pedro, otro viejo
compañero de la universidad, que siempre había estado enamorado de ella, pero
que no sabe conquistar a la mujer que finalmente vuelve a Madrid, a la casa
paterna, para acercarse al padre, hacerse amiga de la cuidadora ecuatoriana y
tomar las riendas de su existencia sin complejos. Acacia es una mujer libre,
que lejos de abandonar a su progenitor a la más sórdida vejez, se instala en el
hogar paterno y recupera su pasión por la música y por la literatura. Un viaje
a la inversa, poco propicio del siglo XXI y, sin embargo, muy coherente. Pedro
escribirá la historia, que entregará años más tarde, cuando el pasado duele
menos, a su amigo escritor, en una noche de confidencias rociadas de alcohol.
Maillard, con una prosa límpida y
filosófica, describe el desencanto de estos “hermanos pequeños de los rebeldes
antifranquistas”, que no consiguieron formar parte de aquella época en la que
la palabra escrita tenía un valor sagrado. Las reflexiones de los personajes y
del narrador invitan al lector a repensar el presente: “el esfuerzo ha
abandonado el terreno del pensamiento y ha quedado relegado a la práctica de
los instrumentos musicales clásicos y a la alta competición”. Sus metáforas,
“recuerdos que parecían un grumo en su memoria”, nos deslizan por una historia
corriente, con situaciones comunes que podemos aplicar a nuestro tiempo y que
no restan fuerza al caso particular que vamos descubriendo. Un viaje, donde la
honestidad tiene como recompensa el éxito.
NATALIA VELASCO
ARA DE HARO. La esfera de los libros, Madrid, 2021
MARÍA LUISA MAILLARD
Ara de Haro, pseudónimo literario de Amparo
Serrano de Haro, es una escritora de raza. Y eso se aprecia en cuanto
comenzamos a leer el relato que escribe Nieves, la protagonista de la novela,
recogiendo en primera persona las impresiones de un personaje estrambótico y
libre, llamado simplemente Kay, inspirado en la pintora Lee Krasnner: “Mi
nombre es Kay. Como Kansas, el Estado norteamericano en que nací. Pronto se
desechó el Katherine de mi pila bautismal como una fantasía de un solo día, un
exceso innecesario”.
Ara de Haro no es sólo una escritora dotada,
sino también una experta en Historia del Arte, específicamente en la época de
las vanguardias artísticas y una feminista combativa. Son las tres vertientes
de su personalidad que sostienen el hilo de esta narración. En el arranque de
la novela, Nieves, una mujer de mediana edad “malmaridada”, busca una salida a
su vida, aparentemente cómoda y privilegiada, pero lanceada por la frustración,
en la escritura. Acude a ver a su amiga Yolanda Hernández, quien tiene un
puesto importante en una editorial, y ésta, después de desechar sus relatos, le
encarga la autobiografía de Kay, centrada en la relación con su famoso marido,
John Storn, inspirado en el mítico pintor del expresionismo abstracto Jackson
Pollock, que deslumbró en los años 50 con su técnica de “chorrear pintura” (dripping).
Lee Krasner |
Esta es la estructura de la novela: la
narración transcrita en primera persona de una mujer independiente, desclasada y
estrambótica, que aprende ya de niña el lenguaje de los colores; intercalada
con la de su amanuense, Nieves, quien, conforme va avanzando en la escritura sobre
el personaje, se va liberando de sus ataduras y, con todas sus contradicciones
a cuestas, comienza una nueva vida. Sin duda, el personaje de Kay no nos deja
indiferentes. Una mujer, con un físico peculiar, en la que su personalidad y su
obra aparecen indisolublemente unidas. Se muestra tremendamente erótica,
dispuesta a satisfacer su deseo sin ningún tipo de culpa. Aunque viva en
pareja, no puede evitar saciarse con otros hombres. Ese erotismo se vuelca en
la violencia y ferocidad de su pintura. Desde niña ha optado por el color, al
que vuelve, después de un aprendizaje de la forma que finalmente desecha.
Entiende que el lenguaje figurativo es una jaula mental, la máscara con la que
el mundo se disfraza, mientras que el color es el alma del mundo. Ella además
vive voluntariamente en el caos, porque el caos es la verdad, aunque en
ocasiones, le cuesta trabajo asumir sus contradicciones. Su enamoramiento de John,
fue el enamoramiento de su obra. Ella no había visto nada semejante y lo besó
intentando robar el aliento del elegido de los dioses. Una vez casados, se
dedicó a promocionar su obra, relegando la suya. Según le dijo a Nieves, para
ella era tan importante ser reconocida como pintora como haber sido la mujer
que supo seducir a John Storn.
Combat, 1965, Lee Krasner |
Lógicamente, los personajes masculinos son
los que salen peor parados de este minueto,
de dos mujeres. El marido de Nieves, quien nunca la satisfizo sexualmente,
se convierte en su imaginario en “un filete”, que acaba cobrando vida y sacando
sus garras cuando tiene una amante y propone a su mujer un divorcio amañado
“por abandono de hogar”. El difunto marido de Kay tiene un comportamiento aún
peor. Después de que ella, siendo ya una pintora reconocida y con contactos,
abandonase prácticamente la pintura para apoyar la carrera de su joven y
desconocido marido, éste, no sólo se apropia de sus cuadros, sino que, ante el
embarazo de ella, se busca una amante, provocando el aborto de su mujer. En el
libro se deja traslucir que las últimas obras del famoso pintor son en realidad
fruto del pincel de Kay.
No sabemos qué hay de verdad en el relato de la relación de Lee Krasner y John Pollack en la que está inspirada la novela. Sí sabemos que, en su momento, John Pollack, alcohólico reconocido, fue mucho más famoso que su mujer, que ella no pintó o pintó poco durante su matrimonio y que fue reivindicada en los años 70 a raíz del ascenso del movimiento feminista. Hoy ocupa un lugar de honor en los museos más importantes del mundo, siendo la única mujer a la que se dedicó una retrospectiva en el MOMA. En 1920 el Museo Guggenheim siguió su estela y expuso la obra de Krasner. Debemos pues leer la novela como un relato ficticio en el que la autora se demora en la dificultad de la relación entre los sexos, en las trampas del amor y en el misterio de la creación. Subraya de forma especial la incapacidad del hombre para comprender la valía de una mujer inusual, fuerte y creadora, que no por ello deja de seducirlo. En este proceso de desencuentros nos vamos adentrando sin sentir en algunas de las claves del arte contemporáneo. Muy recomendable.
DÍA
INTERNACIONAL DE LA POESÍA
ROSARIO HERRERA
GUIDO
El concepto de creación es muy amplio [...]
todo lo que es causa de algo [...]
pase del no ser al ser es ‘creación’ [...]
todas las actividades que entran en la esfera
de todas las artes son creaciones
y los artesanos de estas, creadores o ‘poetas’ [...]
Pero, sin embargo sabes que no se les llama poetas [...]
que del concepto de creación se ha separado una parte,
la relativa a la música y al arte métrica [...}
‘Poesía’ se llama tan solo a esta,y a los que poseen esa porción de ‘creación’, ‘poetas’.
Platón, El
banquete, o del amor.
LA POÉTICA
En
griego, ποίησις (poíesis) es la dimensión
más vasta de la creación, poesía en sentido específico, y ποιητής (poietés), creador o poeta. Poíesis para Aristóteles es lo verosímil
(εικος).
En palabras de Aristóteles: “Esto es verosímil, teniendo en cuenta lo que dice
Agatón: es verosímil que muchas cosas ocurran en contra de la verosimilitud” (Aristóteles,
“Poética”, Obras, Madrid, Aguilar, 1973:95).
Así reconocemos en Octavio Paz que: “lo poético no
es algo que está fuera, en el poema, ni dentro, en nosotros, sino algo que
hacemos y que nos hace” (Paz, El arco y la lira, México, F.C.E., 1979:168).
Pues lo poético, según Paz, abarca la creación y auto-creación del universo. La
naturaleza y la cultura forman un todo. Pero sólo los actos que desgarran el
tiempo progresivo de la duración y la historia con el instante son poéticos. En
lo poético adviene la otra voz que irrumpe en el poema o en la obra de
arte, con un decir inesperado, algo que no había sido dicho o acontecido, que
cuestiona al yo moderno como autor, que se aliena en su obra, y abre la
dimensión colectiva y anónima del arte.
Por
ello, Roger Munier, traductor al francés de El
arco y la lira de Paz, susurra: “El arco y la lira es […] más que un
ensayo sobre la poética, es una meditación sobre la condición humana, sobre eso
otro que nosotros mismos somos y que la poesía nos revela por instantes”
(Munier, “L’arc et la lyre”, Octavio Paz ou la raison poétique, París,
Blandin, 1991:51).
EL
POEMA
Les
recuerdo que Ramón Xirau, el filósofo español, naturalizado mexicano canta: “El
poema es cuestión de vida y es cuestión de muerte porque el ritmo es el hombre
mismo manándose” (Ramón Xirau, Poesía y conocimiento, México, Joaquín
Mortiz, 1978:196-197). Porque el poema busca fijar el poder poético, las
imágenes fugaces del mundo, sin alcanzar el último sentido. Y el mismo Octavio
Paz advierte que en el poema: “[...] las frases de alinean una tras otra sobre
la página y al desplegarse abren un camino hacia un fin provisionalmente
definitivo” (Paz, El mono gramático, Barcelona, Seix Barral, 1974:56).
El
poema se resiste a la interpretación, pues es un eco de eco que no quiere ser concepto.
Aunque el poema aspira a una verdad más extensa que el concepto, ya que ante la
imposibilidad de decir y aprehender el ser, se resigna a ser poema: “fugaz
alegoría de los nombres verdaderos” (Paz). De modo que “[...] La poética más
que un sentimiento es un trabajo al interior del lenguaje, es un proceso de
construcción-denominación de lo real” (Javier González, El cuerpo y la
letra, México, F.C.E., 1990:206).
“Lo que caracteriza al poema, es su necesaria dependencia de la palabra tanto como su lucha por trascenderla” (Paz, El arco y la lira, México, F.C.E., 1979: 185). De lo que se desprende que el poema moderno evoca el lenguaje original que quiere decir el mundo, cantar al ritmo del tam-tam. Como lo sugiere Roger Munier: “La célula del poema es la frase poética. Pero a diferencia de la prosa, la unidad de la frase [...] no es el sentido o la intención significante, es el ritmo” (Mounier, “L’arc et la lyre”, Octavio Paz ou la raison poétique, París, Blandin, 1991:52).
Ante
el acaecimiento más indefinible, Octavio Paz sólo musita: “La poesía pone al
hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo
vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la
frase que es ritmo, que es imagen, el hombre, ese perpetuo llegar a ser, es. La
poesía es entrar en el ser” (Paz, El arco y la lira, México, F.C.E.,
1979:113). Una experiencia con la verdad de lo posible y de lo imposible, ya
que es permanente deslizamiento de sentido que aspira a tocar lo sublime, en el
sentido más kantiano: “lo grandioso, comparable a las pirámides de Egipto o el
cielo estrellado”.
La
poesía acerca singularidades opuestas sin anular su singularidad. Lo mismo hace
la ciencia, pero las empobrece al mutilar su peculiaridad. La poesía es el
corazón de la imagen poética que desafiando el principio de no contradicción,
canta a través de San Juan de la Cruz “una música callada”, un oxímoron, un nuevo ser que no existía. Por
ello la poesía lleva a su máxima tensión a la imagen poética a través de la
analogía: “transparencia universal: en esto ver aquello” (Paz, El mono
gramático, Barcelona, Seix Barral, 1974: 137).
La
poesía es conocimiento. Este es el heraldo de El arco y la lira. La
poesía nos inscribe en el mundo; es creación de conocimiento, de nuevos
sentidos y otros seres. La poesía se cuela por las fisuras del pensamiento
racional discursivo y se disputa la verdad. Pero la poesía pretende alumbrar el
mundo antes que comprenderlo y explicarlo (para ponerlo a la luz y hacerlo
nacer). La poesía, antes que someterse al pensamiento conceptual de la
estética, es poética: aparición simultánea del hombre y el mundo. La poesía
aborda una dimensión trágica censurada por la ciencia: la locura, la muerte, el
sueño, el dolor, la pasión, el temor y el erotismo. La poesía es revelación,
oráculo de nuestro destino trágico. Tal vez la poesía cura de la existencia,
como la elevación mística, pero sin renunciar a la vida ni esperar la
inmortalidad.
EL
POETA
Desde
Aristóteles, “poeta es sólo aquel que percibe las relaciones entre todas las
cosas (Aristóteles, “Poética”, Obras, Madrid,
Aguilar, 1973:100). Y es atravesado por la voz de la cultura y el pueblo: “La
poesía, el más infalible heraldo, compañero y seguidor del despertar de un gran
pueblo que se dispone a realizar un cambio de opinión y las instituciones. En
tales períodos hay una acumulación del poder de comunicar y recibir intensas y
apasionadas concepciones respecto del hombre y la naturaleza” (Percy Shelley, Defensa de la poesía, Barcelona, Península, 1986:65).
El
poeta es el maestro de la analogía que capta la: “Analogía, transparencia
universal, en esto ver aquello, más aún, esto es aquello” (Paz, El mono
gramático, Barcelona, Seix Barral, 1974:137). Porque “[…] el decir del
poeta es un acto que no constituye originalmente, al menos una interpretación
sino una revelación de nuestra condición” (Paz,
El arco y la lira, México,
F.C.E., 1979:148). El poeta es el que baja al abismo tras las huellas de los
dioses que se han ido, a riesgo de regresar demente, que no es quien ha perdido
la mente sino el que vaga por otros caminos (Martin Heidegger).
El
Poeta experimenta que el aprendizaje de la vida debe dar, al mismo tiempo
conciencia de que la ‘verdadera vida’, según Rimbaud, no está en las
necesidades utilitarias sino en el propio desarrollo y en la calidad poética de
la existencia, que para poder vivir cada uno necesita, lucidez y comprensión y,
las capacidades humanas. (Edgar Morin, La
cabeza bien puesta, Buenos Aires, Nueva Visión, 2002:56-57).
El poeta filósofo, el filósofo poeta, como Platón o Schopenhauer, para quienes la filosofía era música, aunque comprometido con la exigencia conceptual, debería acceder a la elegancia poética e la escritura, como Parménides, San Agustín, Friedrich Nietzsche, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Martin Heidegger y Michel Foucault, con sus poemas, diálogos, aforismos, ditirambos a Dioniso, novelas, entrevistas (Eugenio Trías, Pensar en público, Madrid, Destino, 2001:341-345).
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