lunes, 1 de noviembre de 2021

 





LA FUNDACIÓN ORTEGA-MARAÑÓN, DENTRO DEL CICLO DEL AYUNTAMIENTO “MADRID OTRA MIRADA”, ORGANIZÓ UNA CHARLA TITULADA “DE LOS FELICES 80 AL SOMBRÍO PRESENTE”, EN LA QUE PARTICIPÓ NUESTRA PRESIDENTA MARÍA LUISA MAILLARD.



https://www.youtube.com/watch?v=z1q2r87Gi-w



NUESTRA COMPAÑERA. A. PILAR RUBIO LÓPEZ, INTERVINO EN EL HOMENAJE AL POETA JOSÉ IGLESIAS BENÍTEZ, EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO, QUE TUVO LUGAR EN EL ATENEO DE MADRID.





CON MOTIVO DE LOS 30 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE MARÍA ZAMBRANO, LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID (UCM), HA ORGANIZADO RECIENTEMENTE UN CONGRESO EN EL QUE INTERVINO NUESTRA PRESIDENTA, MARÍA LUISA MAILLARD CON LA PONENCIA: “EL LEGADO DE MARÍA ZAMBRANO”. 




EL LEGADO DE MARÍA ZAMBRANO

MARÍA LUISA MAILLARD

RECEPCIÓN

Creo que, al reflexionar sobre el importante legado espiritual de Zambrano, no podemos menos que recalar en su recepción, en el interés que despiertan y siguen despertando las reflexiones de la filósofa en este siglo XXI, en el que la filosofía está de capa caída y estamos asistiendo al declive de la razón en el mundo occidental de la mano de los epígonos del posmodernismo y del avance imparable de los medios de comunicación digitales. Zigmun Bauman denomina “modernidad líquida” a esta situación y muchos otros autores comienzan a tildar la época como la era del post: poshumanismo, posdemocracia, posfeminismo, posverdad, la era del relativismo y de la opinión subjetiva frente al discurso razonado. Yo añadiría el dato curioso del resurgir de ideologías decimonónicas que han demostrado ampliamente su fracaso. 

¿Cuál es la causa de este interés por la filosofía de Zambrano? Creo que lo que en el fondo atrae a tantos estudiosos es su labor perseverante en recuperar la legitimidad de nuestro espacio interior, lo que Adam Zagayesky denomina “la vida espiritual” y María Zambrano “los saberes del alma”. Pues bien, el poeta mencionado Adam Zagayesky constata que “La cultura de masas actual, a veces divertida, no siempre nociva, se caracteriza por no tener ni la menor idea de lo que es la vida espiritual. No solo es incapaz de crearla, sino que la mina y la destruye”. Y la vida espiritual, añade, es el baluarte y la base de nuestra libertad. 

“Estamos inquietos y turbios”, dice la María Zambrano de la situación del hombre de principios del siglo XX. Ahora seguimos estando inquietos y turbios, aunque quizá estemos más entretenidos y dispersos y, desde luego, seamos menos racionales y nos encontramos totalmente ajenos a la vida espiritual. Siguiendo con las reflexiones de la filósofa, ya no estamos en crisis, situación crítica, que puede ser positiva porque impele al hombre a buscar una salida. Nuestra situación ahora es la de orfandad, tal como dictaminó la filósofa en la reedición de Persona y democracia en 1986, y en esta orfandad nos aferramos a dioses menores que para nosotros tienen la misma vigencia que un dios absoluto.




PRÓXIMA... 



SERÁ EL DÍA


COMENTAREMOS EL LIBRO

La historia de un extraño triángulo sobre un fondo dramático y desgarrado de fin de época. Pocas veces en la literatura del siglo XX se ha descrito con tanta agudeza una historia de amor tan arrebatadora. El amor que une a Eric y Conrad, el amor no realizado entre Eric y Sophie, están marcados por el signo de la muerte. El tiro de gracia tiene el desarrollo de una tragedia clásica. Desde el principio se sospecha el terrible final. Sin embargo, la lectura fluye siempre hacia delante gracias a la prosa de Marguerite Yourcenar que consigue evocar a la perfección un ambiente opresivo y fantasmal y traza con mano firme unos personajes plenos, dotados de singular carnalidad.

MARGUERITE YOUCERNAR

Fue una de las escritoras más respetadas en lengua francesa y la primera mujer en entrar en la Academia de este país (Francia). Publicó novela, ensayo, poesía y tres volúmenes de memorias familiares que tuvieron una gran acogida por parte de la crítica y los lectores.

https://us02web.zoom.us/j/85601902139?pwd=Q0syVUNMRnEvNnAvK2xYS2NKT0ZEZz09

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LO QUE QUIZÁS NO MOLA, DESPUÉS DE TODO

AMPARO SERRANO DE HARO

 

Este año el habitual circo del Premio Planeta ha tenido un sabor más amargo de lo acostumbrado para las mujeres escritoras, todavía una minoría en los Premios, en los jurados, en el número de obras publicadas; también para lectoras y lectores, que se han visto engañados por la supuesta identidad del autor; y finamente, para las mujeres, en general, que hemos sentido de nuevo el peso implacable y presente de los estereotipos de género.


Un trío de hombres, novelistas y guionistas de relativo éxito, se ha hecho con el primer premio de un millón de euros. El hecho de que sean tres y que se hayan dividido la novela en partes (como si estuviesen construyendo el monstruo de Frankenstein), atendiendo a sus propias “especialidades”, denota una fabricación “en cadena”  habitual en un tipo de literatura-producto que ahora se estila, lo que, además, no han tenido ningún problema en precisar para la prensa, con esa bonhomía expansiva que da el dinero en el bolsillo, y el Premio en las manos, sin recordar, quizás, el adagio latino sobre la fragilidad del triunfo.


Pero no es solo que con su “sistema de trabajo” se quiebran las expectativas, quizás románticas y anticuadas, pero vigentes todavía, de lo que se supone que es una novela, es decir, no un “producto”, sino un escrito orgánico, personal, revelador, consciente e inconscientemente, de una mente y una sensibilidad que razona, siente y vislumbra en presente sobre nuestro mundo (y de ahí que sea interesante leer literatura contemporánea y no solo los clásicos).



No es que los ganadores eligieran un nombre femenino, Carmen Mola, y una personalidad ficticia, “una profesora de Instituto, madre de tres hijos, cuya propia madre no sabe que escribe y de lo que escribe”, una mujer que se supone anodina y discreta, como supuesta autora de sus productos… En esto como en el apellido elegido, “Mola”, hay un cierto regusto a “chiste” añejo.


Las mujeres que hemos sido, y seguimos siendo, un blanco fácil de ese tipo de dudoso “humor”, el humor que se pretende “normal”, pero que es simplemente patriarcal, resultado de una desigualdad vivida desde siempre con aquellos que tienen “las de ganar” en la balanza del poder, no podemos reírles la gracia. Ellos bromean, con alegría e inconsciencia, quizás incluso, y apena pensarlo, con satisfacción, en todo caso, sin ver, ni empatizar, con la situación de privilegio sobre la que se basan sus risas… Pero para nosotras, como ocurre siempre que no existe todavía, y no ha existido en el pasado, una relación de verdadera igualdad, no es más que una burla.


Pocos días después del Premio Planeta se celebró el día de la mujer escritora, y fue terriblemente oportuno. La mujer escritora, esa de la que dijo Virginia Woolf: “Escribid, mujeres, escribid, que durante siglos se nos ha negado” o bien esa otra frase célebre: “Yo me atrevería a pensar que “Anónimo” que escribió tantos poemas sin firmarlos, es una mujer”. Porque durante mucho tiempo, muchos siglos, la creatividad femenina fue penalizada de una forma u otra, rechazada, negada, además de ridiculizada… Y volviendo al presente, con el dato nada sorprendente de que, según las encuestas de los libros registrados en España en 2018, solo el 23 % están escritos por mujeres.




En esta situación, y para aquellos que no han leído y no vayan a leer las novelas que no Molan, quiero explicar el “chiste”. Lo supuestamente “gracioso”, el gancho, es que esas novelas tremendamente explícitas en su violencia sexual, a veces pedófila, de descripciones tan macabras que llegan a ser plenamente asquerosas, no parecen “escritas por una mujer”. Por eso era supuestamente hilarante y escandaloso que la autora fuese, precisamente, una mujer y comprensible que por esa “transgresión” la tal Carmen Mola no quisiese que su madre leyese su obra. Esto se basa en un prejuicio bastante común: que las mujeres no son capaces de escribir ciertas cosas, lo que hay que decir que es falso (no tenemos ahora espacio para incluir un listado), pero que apela a otro prejuicio, y entre los dos tenemos todavía que movernos las mujeres del siglo XXI y que es, como se dice popularmente, que “cuando hay una que sale mala, es más mala que todos los hombres”, o que “cuando hay una que sale guarra” es la súper guarra, lo que, y también parece obligado precisar, es falso.


La verdad es que no hay diferencia entre escritores y escritoras. La prueba es simple y cualquiera puede comprobarlo desde la comodidad de su propia casa. Si se lee un párrafo de una novela sin saber quién es su autor es imposible distinguir su sexo. Igual ocurre con el arte, la música, y todo lo demás. Dejemos atrás los chistes sin gracia, con la teoría de que la tierra es plana.


AMPARO SERRANO DE HARO






IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LA LECTURA
9. LA ANUNCIACIÓN

INÉS ALBERDI

El momento inicial de la presentación de María en la mitología cristiana es la Anunciación, cuando un ángel la avisa de que va a ser la madre de Dios. Las imágenes nos la presentan como una mujer joven, casi una niña, de clase social elevada, de porte elegante y de elevada instrucción pues, casi sin excepción, tiene un libro entre sus manos.

La joven que acepta en silencio y humildemente el destino que le anuncia el ángel, ha sido el ejemplo propuesto por padres y educadores a generaciones de mujeres a las que se ha tratado de educar cristianamente desde la infancia.

Pedro Berruguete, España (1450-1503). La Anunciación, 1485
Cartuja de Miraflores, Burgos.

La imagen de María recibiendo la visita del Arcángel San Gabriel para anunciarle que va a ser la madre de Dios es una de las más frecuentes de la imaginería religiosa cristiana. Y el aspecto que nos interesa destacar de esta escena es la frecuencia con la que María aparece con un libro entre sus manos.

La escena de la Anunciación se introduce en la Historia Sagrada a partir de los evangelios de San Lucas. No hay en el texto de Lucas ninguna referencia a que María estuviera leyendo y, sin embargo, la representación de María con un libro se generaliza de una forma extraordinaria. Ya lo tenga en sus manos, lo apoye en el reclinatorio, en el suelo, o en la mesa que tiene a su lado, la imagen de la joven Virgen María se vincula a los libros y la lectura desde los primeros momentos de su representación en imágenes.

Sandro Botticheli, Italia (1445-1510). Anunciación, 1490.
Gallería Ufiuzzi, Florencia. 

Casi siempre, María aparece leyendo un libro cuando es interrumpida por la visita del ángel. La mayoría de las veces se refleja una escena tranquila en el centro de la cual hay una joven serena; y quizás el libro quiere resaltar esa tranquilidad y ese ambiente de recogimiento y soledad en el que ella pasa sus horas. En algunas imágenes María sigue mirando el libro, en otras lo deja a un lado cuando se presenta el Ángel.

Roger Van der Weyden, Flandes (1399-1464). Anunciación, hacia 1435.
Museo del Louvre, París.

María, inspirada sin duda por el libro que acaba de leer, suelta esa frase que ha marcado a generaciones de mujeres cristianas: “He aquí la esclava del señor. Hágase en mi según su palabra”.  El evangelio viene a decir que Maria no duda ni por un momento en doblegarse a la voluntad divina, ni se le ocurre pedir explicaciones de lo que se le viene encima.

Juan Correa de Vivar, España (1510-1566). La Anunciación, 1559.
Museo Nacional del Prado

La joven que lee es una imagen de cultura, de distinción y a la vez de espiritualidad. Con el libro se enriquecen y completan las cualidades excelsas que se atribuyen a la Virgen María.

Estas imágenes de María han representado un refuerzo positivo a las mujeres que leen y han tenido que producir efecto en generaciones y generaciones de mujeres que, aun no pudiendo alcanzar esa práctica de lectura, han soñado con los libros y con lo que los libros pueden aportar. Creemos que las imágenes de la Anunciación han tenido que ser un antídoto potente contra las peroratas de padres y confesores contrarias de la lectura femenina.

Stephan Lochner, Alemania (1400-1451). Annunciation.
Wallraf-Richartz  Museum, Colonia.

La escena de la Anunciación es central en la historia del cristianismo y ha sido repetida por innumerables artistas desde la Edad Media hasta nuestros días, pero es en el Renacimiento cuando cobra un mayor interés y cuando encontramos un número más extenso de ejemplos que, con ligeras variaciones, van a representar a María en esa situación de mujer lectora que a nosotros nos interesa.

Filippo Lippi, Italia (1406-1469). La Anunciación.

Acompañando este mensaje de acatamiento y sumisión femenina, aparece, desde la más temprana Edad Media, la imagen de María como una joven instruida. María aparece casi siempre ante un reclinatorio, un taburete o una mesita en la que hay un libro. Nos interesa entender esa combinación de humildad en la postura corporal y de elevación en el aspecto espiritual.

INÉS ALBERDI

 



MUJERES EN LA ESCENA. LA SEÑORITA JULIA.

NURIA ALKORTA

La señorita Julia es una de las protagonistas femeninas más significativas del teatro de August Strindberg (1849-1912). Este autor nos puede conmocionar y asquear por el trato a sus personajes, como un ácido que corroe una superficie y arranca por igual la suciedad incrustada en la pátina junto a la belleza del grabado. Strindberg se vale de la fragilidad de unos personajes apresados en un universo determinista, condenados y arrastrados al infierno de su autor.

Como muchos de sus personajes femeninos, Julia exhibe una quebradiza fortaleza: una especie de anemia de la voluntad que lastra sus esfuerzos. Su triste peripecia discurre como si fuera un delirio, y surge en mí un deseo de que Julia se resista a las sugestiones que enmarañan su debilitada capacidad de raciocinio. La señorita (con muy poco dominio de sí misma) libra un combate desigual contra un destino impuesto por su autor, que en el transcurso de la obra es fielmente consumado por los demás personajes: Juan y Cristina, criados del conde.

Cubierta original de la primera edición. Suecia 1889


Datada en 1888, en palabras del dramaturgo, La señorita Julia es una «tragedia naturalista». La obra se ambienta durante la noche de san Juan en la cocina del castillo del conde, donde ausente el padre, su hija Julia y el criado Juan mantienen un violento pulso sexual y un combate de dominación que, con las primeras luces del día, les encadena en un catastrófico desenlace.

Strindberg escribió un extenso prólogo a la obra donde (a modo de justificación) explicando sus intenciones creativas. El dramaturgo declara que el tema de su obra está extraído de la vida misma y, al margen de luchas partidistas del momento, en ella trata el problema universal «del ascenso o la caída social, del conflicto entre superior e inferior, mejor y peor, hombre y mujer».

Todo eso cobra vida en el despiadado “cuerpo a cuerpo” entre Juan y Julia, recortado sobre un violento segundo plano compuesto por la servidumbre, siempre latente con sus burlas, canciones y bailes, y la presencia (cómplice, hipócrita o acusadora) de Cristina, una cocinera que “se entiende” con Juan. Subyugada por el espíritu trasgresor de la noche estival del solsticio (como si la ocasión fuera la cerilla encendida que prende fuego a una mecha ya dispuesta) la señorita Julia ha descendido desde la planta señorial y está sola entre los sirvientes del castillo: la mirada de los criados no es compasiva ni amable con ella y de ahí el título de la obra, La señorita Julia.

La señorita Julia, dirigida por Liv Ullman en 2014,
con Jessica Chastain y Colin Farrel 

El título reúne y define los conflictos que polarizan la mente del dramaturgo y que enfrentan a la hija del conde con su criado por su estamento social, calidad personal y sexo. También expresa sus dos deseos antagónicos: de ascender en él y de descender en ella. Pero el título también nos indica desde dónde miramos al personaje de Julia, es decir, implica que nos situamos en el lugar de los criados. Su juicio a la joven aristócrata “cosifica” a Julia, como si fuera la mariposa clavada con un alfiler en una cartulina.

La atenta y constante mirada del servicio del castillo está siempre presente: en la mesa y en la alcoba, o en la barca y en el establo cuando habla de sexo con su amiga o adiestra a su ex prometido. La señorita Julia provoca escándalo: su conducta es la de una mujer caprichosa y desquiciada, con los nervios a flor de piel o inestable por las alteraciones menstruales, es autoritaria e incluso sádica, sexualmente desvergonzada y luego repentinamente digna hasta el punto de querer matar a su perra Diana tras haberse dejado montar por el «chucho» del guarda.

Fuera del ambiente natural del mundo de los señores, acortadas las distancias, el respeto y la fascinación por la señorita disminuyen hasta eclipsarse, y, al fin, es un ídolo al que hay que abatir. Strindberg reconoce en los sirvientes del conde su hipocresía y descubre la misma brutalidad que Buñuel retrató en los mendigos de su película Viridiana. Pero a diferencia de la protagonista del cineasta español, la Julia del sueco Strindberg no cuenta con la compasión de su autor.

Liv Ullman, actriz, directora de teatro y cine

En su prólogo el dramaturgo consigna, como si fuera un contable, las circunstancias que provocan el catastrófico fin de la protagonista: el carácter indómito de la madre junto a su feminismo y su participación en la ruina del castillo; la equivocada educación de un padre débil; la manera de ser de Julia y la influencia del prometido en su cerebro “débil y degenerado”. A todo eso se suman otras circunstancias concretas que concurren esa noche de san Juan: el ambiente festivo, la ausencia del padre, la indisposición premenstrual de Julia, su trato con los animales, la excitación del baile, el crepúsculo, la sensualidad de las flores y los árboles del jardín, la carnalidad y, claro, el «atrevimiento de un hombre excitado».

La realidad del personaje de Julia es que ha sido “cosificado” por su verdadero enemigo, el autor, un antifeminista compulsivo. Esa es la verdadera fuerza trágica que provoca su muerte y el fin de su estirpe. Con su obra literaria, Strindberg se venga de la mujer autosuficiente y emancipada, a quien llama despectivamente “la mujer a medias” y a la que considera: “esa forma raquítica del ser humano que está entre el niño y el hombre”. El dramaturgo también aboga por el desmoronamiento de un sistema social caduco, representado por los privilegios de una aristocracia guerrera, y, por ello, considera al personaje de Juan, el criado: «el fundador de una especie, un ser en el que se aprecian las características que explican el salto en la evolución de las especies». Al ser mujer, hija de una feminista y de un conde, Julia personifica las fobias de su autor.

August Strindberg

La línea argumental de la obra es sencilla. El peligroso juego de seducción de la señorita y el criado termina con la rápida consumación sexual en el cuarto contiguo a la cocina. A partir de ahí Juan estira la ilusión de un amor realmente inexistente y pretende que marchen juntos del castillo en el primer tren, para evitar a Julia la vergüenza y la humillación. Propone el tentador proyecto de abrir juntos un hotel en Suiza, en el lago Como, para lo cual se requiere el dinero de Julia, «socio capitalista» de la empresa. Descubiertas las verdaderas intenciones del criado, sus seductoras mentiras y su cínico proceder con el conde, la extenuante negociación discurre agónicamente hasta que Juan convence a Julia para que se vaya sola. Una débil amenaza por parte de Julia de denunciarle por seducción y la certeza de la inminente llegada del conde al castillo, muestran al criado el peligro de su situación. Amanece y Cristina descubre lo ocurrido. El conde llegará de un momento a otro y han perdido la ocasión de huir. Julia está hundida y Juan le sugiere hipnóticamente un modo de acabar con su deshonra, la muerte. Llega el conde y llama al servicio: en media hora Juan debe llevarle un café y sus botas. Julia está anonadada, Juan teme el castigo del conde si todo llega a saberse, entrega a Julia la navaja de afeitar y ella sale con paso firme de la cocina.

La dificultad de la interpretación de la obra estriba en los giros del diálogo y en los resortes ocultos que lo impulsan en el curso de la seducción y de la negociación posterior. Es una «lucha de cerebros» tan del gusto del autor: la mente superior del hombre logra manejar manipuladoramente la situación (antes y después del acto sexual) y anular la capacidad de razonar de la mujer, quien desde el comienzo acepta sus engañosas sugestiones de deshonra y vergüenza. Pero aún más, con su tragedia, Strindberg plantea un experimento amañado: hace actuar a Julia como si estuviera bajo el influjo de un narcótico; en un estado extremo de agotamiento y confusión del que a veces brota en ella un destello de lucidez, y puede exclamar: «¡Pero si yo ni siquiera tengo un “yo” propio»!

NURIA ALKORTA

 





LAS ENFERMEDADES MENTALES

LIDIA ANDINO

A las llamadas enfermedades mentales se las ha nombrado y clasificado cuidadosamente, en la mayoría de los casos, sin entender ni escuchar a los llamados enfermos mentales. Esos nombres se convirtieron rápidamente en “etiquetas” aplicadas como estigmas: nombres sabios para la ignorancia. Si uno le dice a alguien que es histérico, obsesivo o hipocondríaco, le está rebautizando, le da estatuto de anormal, sustituye su nombre propio por un nombre común o por un adjetivo que descalifica a una persona y que atrae sobre ella una de las dos formas del desprecio: la compasión o el rechazo.

Se extiende la idea de que todos los habitantes del mundo, se quejen o no, son susceptibles de un diagnóstico y también de un tratamiento acorde con ese rótulo. Esta situación abarca, últimamente, también a los niños: los desobedientes, los que tienen frecuentes rabietas, los distraídos en clase, los precozmente interesados en el sexo, todos deben ser educados desde pequeños en la idea de que cualquier conducta —por mínima que sea su desviación con respecto a la norma— debe ser medicalizada.

El diagnóstico se realiza a partir de un cuestionario donde el paciente o los padres del niño o de la niña, deben ir tildando los síntomas y su intensidad. Luego, con las respuestas, se deduce el tipo de medicamento a aplicar, según la prescripción de los expertos que, generalmente, son las “compañías farmacológicas”.

Como se ve, lo que se evita es escuchar al paciente y, al mismo tiempo, uniformizar las dolencias, esquivando el particular camino subjetivo, cuando el problema no está dentro del cerebro, sino entre cada uno y los otros, ya que nada de lo humano se puede entender fuera de la interacción con el otro. Como ejemplo: no cabe entender una polonesa de Chopin conociendo el ADN del compositor, las manos del ejecutante, ni desmenuzando las descargas cerebrales de las zonas estimuladas por la música en quien la escucha.

Los trastornos mentales o enfermedades mentales suelen responder a un rechazo o a una dificultad en vivir en un mundo con otros y también un clamor por ser escuchado y entendido en su singularidad. Es en este camino donde la psiquiatría y el psicoanálisis pueden tener un punto de encuentro.

LIDIA ANDINO

Psicoanalista






MERCEDES SARDÁ URIBARRI (1875-1963)

MARÍA LUISA MAILLARD

No es posible narrar los logros educativos que se produjeron en España desde finales del siglo XIX sin mencionar a la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Sus ideas innovadoras y sus múltiples iniciativas en el terreno de la enseñanza desde 1876, año de su fundación, fueron la mecha que encendió la llama que prendió en el Ministerio de Instrucción Pública con la creación de la Junta de Ampliación de Estudios y que propició ese estallido cultural que fue la denominada Edad de Plata de las letras españolas.

No hubieran sido posible los logros de la emancipación femenina a principios del siglo XX, que se produjeron de forma paralela, sin la labor constante de la Institución en su defensa de la coeducación, el acceso de la mujer a todos los niveles educativos y la reivindicación de sus derechos civiles. (01)

Queremos hablar hoy, con el nombre de Mercedes Sardá Uribarri, de todas aquellas mujeres que, afines al ideario de la ILE, participaron desde la tarima de las Escuelas de Magisterio y desde las aulas de los lugares más recónditos de España en la difusión de los principios de la ILE para lograr la modernización de España, a través de la educación y la moral de la ciencia. Mujeres como Isabel Sama, Carmen López Cortón, Alice Pestana, Elvira Alonso, María L. Navarro, Margarita Comas, María Sánchez Arbós y tantas y tantas otras. Sin ellas, la lenta difusión por toda la geografía española, tanto de la reforma educativa, como del acceso de la mujer a la escena pública, no hubiera sido posible. (02)

Mercedes Sardá nace en Madrid un 15 de mayo de 1975 de padre oriundo de Tarragona y de madre de origen vaco. Su padre, Agustín Sardá fue un pedagogo, periodista y político, afín al ideario de la ILE. Desde 1898 ejerció como profesor de la Escuela Normal de Magisterio de Madrid, reconvertida en Escuela Superior en el año 1909. Apenas un año antes, en 1897, su hija Mercedes se convierte con 22 años en la primera mujer que obtiene el título de bachiller en el Instituto San Isidro de Madrid. Ya había cursado estudios de Magisterio, para los que sólo se requería instrucción primaria y había entrado en contacto directo con la ILE, asistiendo a las clases de La Asociación para la Enseñanza de la Mujer, primera iniciativa de los institucionistas, seis años antes de la fundación oficial de la Institución en 1976, y liderada por Fernando de Castro. Allí trabó amistad con otras mujeres pioneras como María Goyri y María Lejárraga, con las que siguió manteniendo una relación de larga duración. Desde esa temprana fecha, Mercedes Sardá, se mantuvo de forma activa en la ILE, incluso en los difíciles momentos de la Guerra civil española y hasta su disolución en 1939.

Ya con su título de bachiller, Mercedes Sardá, cursó la carrera de Filosofía y Letras, recibiendo clases de Nicolás Salmerón y Francisco Giner. Hay que señalar que, hasta 1910, en que se derogó el decreto de 1888, que exigía una previa petición de permiso para cursar estudios universitarios, tan sólo 50 mujeres habían logrado licenciarse. Siguiendo el criterio de sus maestros, se desplazó a Francia, donde asistió a la prestigiosa Escuela Normal Superior de Fontennay-aux Roses y allí fue discípula de Buisson y Felix Pecaut. Con posterioridad, amplió sus conocimientos en Inglaterra, Bélgica y Suiza.

Hay que destacar la enorme importancia de estos viajes, ya que las instituciones educativas europeas llevaban décadas de ventaja sobre las españolas, que habían caído en un estado deplorable en cuanto medios y temario, por lo que, en los Congresos Pedagógicos de 1888 y 1892, los dos objetivos centrales de la ILE: la reforma educativa, con la introducción de la Pedagogía, junto a mejoras materiales inmediatas; y la defensa de los derechos de la mujer, fueron los temas estrella. Y, como paso previo, era imprescindible la preparación, lo más amplia posible, de las profesoras que impartieran clase a las futuras maestras. 

Al finalizar su preparación, Mercedes inicia su vida laboral en la Escuela Normal de Lérida, después de haber ejercido de auxiliar de la sección de Letras de la Escuela Normal de Madrid, para trasladarse ya de forma definitiva a la capital en 1909 para impartir clases en la recién creada Escuela Superior de Magisterio, donde desarrolló la asignatura de “Pedagogía Fundamental”. Algunas de sus alumnas fueron Gloria Giner de los Ríos y María Sánchez Arbós.

Su compromiso con la ILE la llevó a participar como miembro de la Junta Directiva de la Corporación, y hay constancia de que llevó ese compromiso hasta los últimos momentos de la Guerra Civil española porque su nombre aparece en las últimas actas de las Juntas ordinaria y extraordinaria de 14 de mayo de 1937 y 10 de marzo de 1938, junto a Julián Besteiro, Manuel Ontañón y Bernardo Giner de los Ríos.

Extendió su compromiso social a su participación como vocal en el Consejo de Instrucción Pública y al ejercicio de vicepresidenta en la Asociación Femenina de Educación Cívica, fundada el 24 de junio de 1931 por María Lejárraga, María Rodrigo y Pura Maortua, con el fin de fomentar la cultura y la responsabilidad ciudadana en las mujeres de clase media.

Al crearse en 1932 la Facultad de Pedagogía, la Escuela Superior de Magisterio quedó suprimida y, a partir de ese momento, Mercedes Sardá, desaparece de la escena pública, a excepción de su compromiso inalterable con la ILE, hasta la finalización de la guerra en 1939. En esa fecha fueron destituidos de su puesto docente todos aquellos profesores que habían colaborado con la ILE. Estuvo casada con el inspector Natalio Utray y tuvo cuatro hijos: Félix, Sara, Natalia y Francisco. Murió en 1963, a los 88 años de edad.

MARÍA LUISA MAILLARD






OCTAVIO PAZ, POETA DE LA MUERTE

ROSARIO HERRERA GUIDO

 

"Estoy presente en todas partes

y para ver mejor;

para mejor arder, me apago”.

Octavio Paz 

La obra de Octavio Paz puede ser considerada una Elegía Ininterrumpida a la muerte. Desde 1938 comienza el recuento de sus muertos más amados, con los que mantiene un diálogo interior con la muerte, hasta sentirla dentro de sí mismo. La partida del abuelo inolvidable, cuyo bastón aprendió a adivinar los peldaños de la escalera, al que la muerte sorprende una tarde en su sillón para pedirle la hora en que va a morir. El sombrío poema a la muerte de su padre: Del vómito a la sed, / atado al potro del alcohol, / mi padre iba y venía entre llamas. /Por los durmientes y los rieles de una estación de moscas y de polvo, / una tarde juntamos sus pedazos. / Yo nunca pude hablar con él. / Lo encuentro ahora en sueños, / esa borrosa patria de los muertos. La muerte, que en Pasado en Claro es “[...] la madre de las formas y los años y los muertos”.  

Octavio Paz crea una escritura de la muerte y escribe sobre la muerte de la escritura, una poesía de la destrucción que es una destrucción de la poesía y una cultura que hacemos, nos hace y nos deshace. Porque Octavio Paz no es un poeta que sólo se dedica a festejar las alegrías y los goces de los hombres y las mujeres, también canta sus desgracias: una poética de la tragedia. Hasta la destrucción de su querido barrio de Mixcoac es motivo para un Epitafio sobre ninguna piedra (1989): “Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire”.

En alguna de sus tantas conversaciones, Octavio Paz dice que el destino de los hombres, nuestra condición mortal, es que somos capaces de amar, que nacemos, trabajamos, que hacemos cosas, todo un conflicto histórico, que sigue presente en la ciudad del siglo XX. SE trata de lo que lo que no encontró en la poesía de sus maestros y quiso escribir. Tal vez por ello en su poema El cántaro roto, Octavio Paz clama por una nueva síntesis de lo dividido, una de las más ambiciosas aspiraciones poéticas: Vida y muerte no son mundos contrarios, / somos un solo tallo con dos flores / gemelas...

Estamos hechos de tiempo y de historia —dice Octavio Paz— esta es nuestra condición mortal. Pero hay salidas instantáneas a través de la cultura, cual acto poético, que disuelve el tiempo, para escapar de la historia y de la muerte. Por ello la poesía dispersa las arenas muertas de todos los relojes, y sin dejar de pasar parece suspenderse. Esta es una poética de la muerte que abre una ventana a la eternidad. Una experiencia poética conocida por los místicos. Pero —advierte Octavo Paz— nosotros no necesitamos ser santos para tener una experiencia de eternidad. Y la poesía es la experiencia más cercana a esta vivencia de instantánea infinitud. Mas la poesía no crea esos instantes de inmortalidad; la poesía sólo los revela.

Octavio Paz propone una clave fundamental para leer la cultura mexicana, donde la vida y la muerte son compañeras inseparables. Ante la muerte —indica Octavio Paz— que concierne a todos los seres humanos, existe una tarea irrenunciable: develar que la vida y la muerte constituyen una Totalidad, más aún, que la muerte hace más vital la vida, gracias a la cultura, a través del arte y la poesía, que tienen el poder de curar de la desgarradura de la existencia y de las ilusiones sin porvenir (como la promesa de inmortalidad en otra vida, que ofrecen las religiones), pero sin abismar a los mortales a un destino fatal: vivir para esperar la muerte.

Octavio Paz rechaza tanto la vida eterna de las religiones como la muerte eterna o la pura afirmación de la vida de algunos filósofos, para dar paso a una vida que implica morir, para dar un sentido vital y poético a la muerte, que sirve de acicate a la vida. La muerte es análoga a la vida y viceversa. La analogía entre la vida y la muerte es para Octavio Paz como en su ensayo El mono gramático: “transparencia universal: en esto ver aquello” (Octavio Paz. El mono gramático, Barcelona, Seix Barral, 1974:137). La muerte es una metáfora de la vida; vivir metaforiza la muerte. Porque la muerte pacta con la vida a través de los gramas de este mono poético que es el ser humano.

Todo gran poeta comprende el sentido vital de la muerte. Sin embargo, Octavio Paz no la entiende como la expresión de la Pulsión de Muerte, ni como un destino funesto en el que no hay lugar para la esperanza. La otra faz de la muerte es la vida misma, expresada en la fuerza avasalladora de la Pulsión de Eros o Vida, que no deja de pujar y empujar hacia la trascendencia. El torrente de las Correspondencias de Octavio Paz crea toda una cosmología, un ritmo poético universal, donde la vida y la muerte son instantes, alternancias que hacen del universo una totalidad indestructible.

En su laberíntica soledad, los hombres y las mujeres, mantienen una íntima relación con su muerte. Una intimidad con la muerte de la que el pueblo mexicano es el paradigma por excelencia. La soledad anticipa la muerte, como pensamiento y sensación. En el nocturno laberinto, la soledad es muerte y vida, pérdida y asidero, fin y trascendencia. En soledad, cobijados por la noche, los hombres y las mujeres transcurren, son tiempo, sensación y pensamiento de ese transcurrir. En palabras de Martin Heidegger: “conciencia de su ser para la muerte”. En esta esquina de la poética de la muerte Octavio Paz se encuentra con Vladimir Jankélévitch: “[...] quien piensa la muerte piensa la vida (Vladimir Jankélévitch, La mort, París, Flamarion, 1966: 37-38). No es posible hablar del Palacio de la Muerte porque cuando se entra en él ya no hay palabras para narrarlo o poetizarlo. Ningún discurso puede atravesar las tinieblas de la muerte. Las únicas experiencias que logran merodear su misterio son el arte y la poesía.

Para Octavio Paz, la amenaza de la muerte sólo puede ser conjurada a través de una poética de la vida y la muerte, una poética de la cultura de la fiesta y el duelo.  Un conjuro que no es consuelo, ni sometimiento a los dioses de la noche o creación de nuevos ídolos, sino un retorno por el río interior que le da un sentido vital a nuestra condición mortal: “[...] no con alegría, pues eso es imposible, sino con serenidad, con heroísmo alegre, con alegre sensualidad” (Octavio Paz. Solo a dos voces, Barcelona, Lumen, 1973).

Sólo el arte y la poesía pueden conducir a la humanidad a esta Voluntad Alegre, pues son los únicos que le permiten liberarse del embrujo de la muerte. Sólo una poética de la muerte y la vida enseña a los hombres y a las mujeres que la muerte es la otra faz de la existencia.

Pero la modernidad creó el mito de la historia, a través de secularizar la promesa de la religión, prometió crear el paraíso en la tierra y expulsar a la muerte del discurso y la existencia. Y la sociedad industrial se lanzó a una gran cruzada con el fin de universalizar la religión del progreso, de consecuencias conocidas: explotación, dominación, agonía y muerte del planeta.

También la modernidad produjo el mito de la vida eterna y feliz: el progreso, el bienestar, la riqueza y el placer (V. Jankélévitch., La mort, París, Flamarion, 1966, p. 45), que exige que se expulse del discurso y de la vida misma a la muerte, a fin de montar en el mismo escenario el mito del Paraíso en la Tierra, gracias al progreso de la ciencia y la técnica, con su promesa de abundancia de bienes. Gran paradoja: la promesa de vida parece convertirse en una amenaza de muerte planetaria. Octavio Paz lo advierte en El signo y el garabato: “De Washington a Moscú, los paraísos futuros se han convertido en un presente horrible que nos hace dudar del mañana” (Vladimir. Jankélévitch., La mort, París, Flamarion, 1966:45). A los mitos de la historia y de la vida les siguió otro: la muerte natural. La muerte moderna fue reducida a un proceso fisiológico, desplazando el sentido vital y poético de la finitud personal. Y la expulsión del sentido de la muerte trae aparejada la negación de la muerte misma, lo que impide que los actos humanos sean vitales, potenciales, trascendentales. Y el rechazo de la muerte por la sociedad moderna ha hecho de la vida un bienestar insensible, donde no hay tampoco lugar para el dolor, que se encuentra anestesiado (del griego an=privación y aisthésis=sentido, que significa “privado de sentido”). En la sociedad moderna sólo hay lugar para el placer, pero traducido en abulia, depresión, insatisfacción, o en una excitación artificial que llega al aturdimiento del consumo fetichista, el aturdimiento, el exceso de placer depresivo y las drogas.

La expulsión de la muerte personal y colectiva, la que es para sí y los demás, conduce a una experiencia imaginaria en la que “el que muere siempre es otro, un cualquiera” —como dice Heidegger en su Ser y tiempo. Como la muerte es proyectada en los demás a fin de negarla para sí, se convierte en anónima y se transforma en angustia de muerte, pan cotidiano de nuestro mundo feliz. Pero el rechazo a la finitud individual anula la posibilidad de darle un sentido vital y poético a la vida y a la muerte.

La modernidad, al expulsar la muerte de la sensibilidad y el pensamiento, deja ver el verdadero rostro del Paraíso: el Imperio de la Muerte. La modernidad que había conjurado la muerte en nombre de un mundo confiado y entregado a la razón, extiende hoy su helado manto de muerte sobre el planeta. El rechazo de la muerte la hace retornar siniestra y descomunal. A Sigmund Freud debemos el descubrimiento del mecanismo de la expulsión (Verwerfung en alemán), propio de la estructura subjetiva de la psicosis, por el que todo lo rechazado del lenguaje retorna, cual terrorífica alucinación, en lo Real (Freud. "Schreber” (1911), OC., Buenos Aires, Amorrortu, 1979:13–82).

El mito de la vida se ha convertido hoy en la pavorosa pesadilla del fin del mundo: la catástrofe ecológica, el exterminio de todos contra todos, el derrumbe de los antiguos monumentos de la cultura y la guerra nuclear. El mismo Octavio Paz lo advierte en el Signo y el garabato, la expulsión de la muerte por la modernidad, retornó, para poner fin a la mortandad de la Segunda Guerra Mundial, en forma de dos grandes y siniestros hongos de muerte (Octavio Paz, El signo y el garabato, Joaquín Mortiz, México: 1986).

En cambio, en la cultura mexicana, contra la modernidad y a favor del mito, cuya reactualización poética, para nuestro tiempo y el por venir es vital, conviven la muerte y la vida, el placer y el dolor, el canto y el lamento, la fiesta y el duelo. Porque si la muerte no tiene sentido tampoco la vida. Somos herederos de los antiguos mexicanos, para quienes la oposición entre la vida y la muerte no era absoluta, como para los modernos. La vida se prolonga en la muerte, la muerte habita la vida. Vida, muerte y resurrección son momentos del movimiento cósmico insaciable. El más alto fin de la vida es la muerte, su cumplimiento y complemento. Por ello nuestros antepasados alimentaban con su sangre a la vida, siempre voraz. Ellos pagaban a los dioses la deuda de la especie, con lo que alimentaban la vida cósmica y social. La muerte de cada cual alimentaba al cosmos.

Por ello, el sentido mexicano de la muerte atenta contra la filosofía moderna del progreso (que no va a ningún lado, como señalaba Scheler), que pretende esquivar la presencia de la muerte y la vital poética de la muerte. Ante los discursos del mundo moderno, que suprimen la muerte a través de los discursos políticos y comerciales que ofrecen la felicidad a bajo precio, el culto mexicano a la muerte persiste, porque insiste el deseo de retorno al caos y la naturaleza de donde surgieron los hombres y las mujeres: el principio poético de la vida y la muerte. Como dice Paz: “Un examen de los grandes mitos humanos relativos al origen de la especie y al sentido de nuestra presencia en la tierra, revela que toda cultura —entendida como creación y participación común de valores— parte de la convicción de que el orden del universo ha sido roto o violado por el hombre, ese intruso. Por el "hueco" o abertura de la herida que el hombre ha infligido en la carne compacta del mundo, puede irrumpir de nuevo el caos, que es el estado antiguo y, por decirlo así, natural de la vida. El regreso "del antiguo Desorden Original" es una amenaza que obsesiona a todas las conciencias en todos los tiempos. Hölderlin expresa en varios poemas el pavor ante la fatal seducción que ejerce sobre el universo y sobre el hombre la gran boca vacía del caos” (Octavio Paz, El laberinto de la soledad, F. C. E., México, 1993: 29).

ROSARIO HERRERA GUIDO




ISABEL BANDRÉS


La historia narra cómo Janis (Penélope Cruz), una fotógrafa, conoce a Arturo Buendía (Israel Elejalde) un antropólogo forense que se encarga de desenterrar fosas comunes y devolver los restos y el consuelo a los descendientes. Janis se queda embarazada de su relación con Buendía y se encuentra, nueve meses después, en la maternidad con la adolescente Ana (Milena Smit) y entre ambas surge la amistad. Las dos van a ser madres solteras, pero mientras Janis está feliz y contenta, Ana se ve superada por sus circunstancias y bordea la depresión. Seguidamente vemos a estas dos madres primerizas felices con sus bebés en sus respectivas casas. Una casualidad les lleva a encontrarse en un café y deciden vivir juntas. Aquí la trama se complica un poco. Almodóvar, además de reflexionar sobre la importancia de la sangre y de la elección en las relaciones filo maternales, introduce otros temas como el amor lésbico, la violación en manada, el trabajo artístico de las mujeres maduras… y retoma, en el último tramo de la narración, el tema de la memoria histórica que había apuntado muy al principio. Todos los asuntos que plantea son poderosos si se desarrollan bien, pero, para mí, aquí no es el caso.

El director manchego tiene aciertos innegables. Es un gran creador de personajes y del mundo femenino y aquí, una vez más, lo demuestra. Es hábil con la utilización de simbolismos y metáforas. Y sabe, como pocos, crear ambientes que nos trasmiten sensaciones y nos implican en la narración. Pero en esta película, yo no he logrado conectar ni emocionarme con lo que aparecía en la pantalla. Creo que es por dos motivos: está poco conexionada entre sus partes dejándonos, a ciertos espectadores, una sensación de que sus imágenes son un “corta y pega”, lo que lastra la fluidez del relato; y utiliza en sus diálogos un tonillo panfletario y mitinero que rebaja la profundidad de los temas que trata.

Para mí (insisto en el “para mí” porque hay una gran mayoría de espectadores y críticos que la han elogiado) es una película fallida. Tiene muchos, demasiados, ingredientes notables, pero les faltan un par de hervidos. Hay logros innegables: la reflexión sobre la familia de sangre y la familia no biológica que vamos conformando en el camino de la vida, la necesidad del duelo por nuestros antepasados para poder seguir adelante y dar paso a las nuevas generaciones, la idea de utilizar una referencia a la obra de Lorca, Doña Rosita la soltera, para señalar los grandes cambios de la sociedad española. Pero todos esos aciertos pierden autenticidad por la utilización de un leguaje que a mí me suena a eslóganes y a frases mil veces manoseadas.

Es una pena porque Almodóvar tiene un gran talento como ha demostrado en Mujeres al borde de un ataque de nervios, La ley del deseo, Volver, ¿Qué he hecho para merecer esto? Todo sobre mi madre…. Pero en la película que nos ocupa ha caído en la tentación de la autocomplacencia y de mostrarse más como tertuliano político que como creador profundo de historias que nos lleguen a las tripas y al corazón. Hay que destacar la interpretación de las actrices, sobre todo la de Penélope Cruz que es capaz de decir unas frases imposibles sin salir corriendo del rodaje y la de Milena Smit, un descubrimiento.

En fin, una película que tiene muchos elementos interesantes, pero están mal cosidos y el lenguaje utilizado rebaja su fuerza y autenticidad. Esperemos poder ver pronto a ese Almodóvar, en estado de gracia, que tan buenos ratos nos ha hechos pasar.

ISABEL BANDRÉS




El cine de Fernando León de Arona destaca por su preocupación por los temas sociales y por las personas más desprotegidas. El barrio, Los lunes al sol, Princesas… dan fe de su sensibilidad ante la desprotección de los más débiles. En El buen patrón nos muestra la cara del propietario de una empresa de balanzas situada en una ciudad de provincias, que ejerce de patrón paternal y bondadoso con una dosis de cinismo, manipulación y perversión notables. Blanco, un Javier Bardem magnífico, es un tipo seguro de sí mismo que presume de bonhomía, de tratar a sus empleados como si fuesen su familia, utilizando latiguillos manidos y expresiones comunes que, con su gesto bonachón, reparte a diestro y siniestro con el fin de engañar a todos y salirse con la suya. Es uno de esos tipos encantados de conocerse que va por la vida mostrando su “buen” carácter y su “buen” hacer. En definitiva, un manipulador narcisista al que no le importan ni los empleados de su empresa ni su mujer ni sus amantes ni sus amigos. Sólo le importa triunfar y salirse con la suya, a poder ser, con una corona de santo varón sobre su cabeza para lo que utilizará todas las tretas posibles. Arona, con una gran habilidad, perfila un personaje utilizando su mirada como un espejo cóncavo a la vez que convexo para lograr dar una unidad entre estas dos características tan polarizadas: un hombre de bien y el egoísta aborrecible. Lo risible viene de allí, de ver lo que Blanco es y lo que representa ser. Y lo terrible también viene de allí, porque Blanco se cree lo que representa y no lo que es. Y muchos espectadores nos vemos reflejados en esta narración porque en ocasiones nos hemos dejado “engañar”, por necesidad o comodidad, por los Blancos que se han cruzado en nuestras vidas. ¿Quién no ha tenido en su vida profesional o social algún Blanco pegado a la chepa?

Arona ha escrito un guion inteligente, lleno de un humor punzante y de una mala baba que nos hace reír a carcajadas al mismo tiempo que nos perturba. Lo que nos narra es serio: las relaciones de poder entre un empresario y sus empleados y entre esos mismos empleados. Y coloca ante nuestros ojos un panorama estremecedor: la falta de ética generalizada que lleva a ignorar al otro como ser humano, cosificándolo para lograr unos fines concretos: placer, contrato fijo, dinero, poder, una placa a la excelencia… Todo es válido para lograr los objetivos. Sólo hay un personaje que decide no tragar y lo pagará muy caro.

La frase favorita de Blanco a sus empleados es: “Somos una familia”. Cuando en realidad lo que son es un grupo de personas que deben someterse al capricho o deseos de un padre cruel disfrazado de benefactor. En la escena final, mientras cuelgan, al fin, la placa del premio a la excelencia empresarial, hay un momento, apenas dos segundos, que el rostro de Blanco nos dice que ha tomado conciencia cierta de lo que es y de lo que ha hecho. Pero no, ha sido un fugaz momento de lucidez y una levísima tentación de rectificar abortada antes de germinar. Blanco, realmente, se siente muy cómodo en su piel y con su vida.

Esta película, que tiene mucho del cine de Berlanga, Ken Loach, Wilde… nos deja, tras las carcajadas que nos provoca, un regusto amargo como la hiel. Todos sabemos que “los Blancos” no son lo peor que nos podía pasar. Hoy, hay grandes empresas que ya ni se molestan en aparentar lo que no son. Empresas que obligan a sus trabajadores a ser autónomos, les contabilizan el tiempo que pasan en los baños, les exigen poner sus coches y otros materiales al servicio de la entidad para la que trabajan y son penados por cualquier incidente que suceda en su horario laboral. Estamos ante una sociedad deshumanizada en la que solo importa el dinero y cumplir objetivos a toda costa, incluso si alguien tiene que dejarse la vida en el empeño.

Arona ha escrito un guion redondo. A pesar de algunas pinceladas de brocha gorda, el guión está perfectamente cosido y realiza, con un humor esperpéntico y muy nuestro, una sátira cruel sobre las relaciones laborales en nuestro país. Está película ha sido nominada para representaros en los premios Oscar. Es una buena elección, la duda es si allí entenderán el humor que prodiga y que tiene sus raíces en la picaresca española y en el esperpento.

Hay que desatacar la maestría de Javier Bardem al dar vida a Blanco, uno  de esos tipos vulgares, simpaticones, con ínfulas desmedidas y disimuladas tras un trato campechano. Uno de esos individuos impostados que todos nos hemos encontrado, para nuestra desgracia, alguna vez en nuestra vida laboral y personal. El actor saca toda una serie de registros gestuales y corporales que hace que nos olvidemos de Bardem y solo veamos a Blanco. Hay que señalar, además, la estupenda actuación de todos los secundarios.

No se pierdan esta película tan divertida como amarga.

ISABEL BANDRÉS 


EUGENIA LEÓN y LA SANTA CECILIA

EN EL ÚLTIMO TRAGO 

!! RE-GRANDES !!


OMARA PORTUONDO-NATALIA LAFOURCADE


TÚ ME ACOSTUMBRASTE 

1 comentario:

  1. Siempre miro vuestro Blog y siempre aprendo. Gracias por estar ahí. Garbiñe Larrazabal

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