De izda. a dcha. Ana de Mujeres&Cía, A.Pilar Rubio, María Luisa Maillard, Natalia Velasco e Inés Alberdi. Foto de Jaime G. Navajo. |
SERÁ EL
COMENTAREMOS LOS LIBROS
DEL VERANO
Plena de emoción y crudeza, Tatiana Ţîbuleac muestra una intensísima fuerza narrativa en este brutal
testimonio que conjuga el resentimiento, la impotencia y la fragilidad de las
relaciones materno-filiales. Una poderosa novela que entrelaza la vida y la muerte
en una apelación al amor y al perdón. Uno de los grandes descubrimientos de la
literatura europea actual.
TATIANA ȚÎBULEAC
La moldava Tatiana Tibuleac es consciente de
que sus libros son “duros y atormentados” y reconoce que no sabe escribir de amor
aunque lo haya intentado, una dureza que golpea en la primera novela que
publica en español: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes. Afincada
en París, Tibuleac ha recibido el Premio de la Unión de Escritores de Moldavia,
el Observator Cultural y el Lyceum por esta novela, editada en español por
Impedimenta, una historia sobre la muerte, la redención, la maternidad y la
reconciliación.
El
Guardián entre el Centeno (The Catcher in the Rye) es una novela del esquivo
escritor JD Salinger, publicada en el año 1951 y de la que el autor admitió en
alguna ocasión, como era de prever, que se trataba de una historia propia,
cuando menos “semiautobiográfica”. En la narración se nos muestra la historia (en
tan solo dos días) de Holden Caulfield, un joven que se encuentra en el paso de
la adolescencia a la madurez. Una etapa de la existencia humana compleja que a
veces encuentra dificultades, como en el caso de Holden, caminando entre el
deseo y el temor a la madurez, combinado con la ilusión de aferrarse a su
visión idealizada de la infancia.
Jerome
David Salinger (Nueva York, 1 de enero de 1919-Cornish, Nuevo Hampshire, 27 de
enero de 2010) fue un escritor estadounidense conocido principalmente por su
novela El guardián entre el centeno, que se convirtió en un clásico de la
literatura moderna estadounidense casi desde el mismo momento de su publicación
en 1951.
DALLOWAY DAY: UNA CELEBRACIÓN LITERARIA
AMPARO SERRANO DE HARO
En 2017 la crítica literaria norteamericana
Elaine Showalter, académica, escritora y una de las «madres fundadoras» de la
historia literaria femenina, propone desde las páginas del periódico inglés The
Guardian, la celebración de un día Dalloway para honrar la famosa novela de
Virginia Woolf.
Como la propia Showalter explica, al
igual que el Ulises, y con pocos años de diferencia, la novela Mrs Dalloway, inaugura
la modernidad literaria inglesa y universal. También, al igual que el Ulises, tiene
lugar durante un solo día en una sola ciudad, Londres, pero mientras Bloomsday,
el 16 de junio, es la ocasión de grandes celebraciones en Dublín, y en distintas
partes del mundo, el día de la fiesta de Mrs. Dalloway ha sido, hasta ahora,
ignorado.
Showalter va al origen de la
tradición del Bloomsday, una especie de promoción literaria que inaugura Adrienne
Monier, la pareja lésbica de la primera editora del libro, Silvia Beach, con un
almuerzo en honor al libro, llevada por el deseo de paliar la ansiedad autoral
de James Joyce que tiene miedo de que su proeza literaria caiga finalmente en
el olvido, después de su complicado nacimiento entre la dificultad lingüística
y la censura. Luego, el 16 de junio 1954, un grupo de escritores irlandeses y otros
admiradores de su obra deciden celebrar una especie de homenaje-mascarada,
recorriendo la ciudad disfrazados de Joyce, con gafitas redondas, canotiers o
sombreros de bombín, comiendo, bebiendo (sobre todo) y leyendo pasajes del
libro, justamente en los distintos lugares en los que transcurre la trama del
mismo: un maratón “cuasi literario” que dura 36-horas.
La novela de Woolf, la Sra. Dalloway,
publicada en 1925, no resulta sencilla de parodiar o celebrar. Aparentemente
refleja el sentir y el fluir de un día en la vida confortable, burguesa, pero
desgraciada, de Clarissa Dalloway, que sale de su casa por la mañana, un
límpido día de junio, para elegir las flores de la recepción que dará esa
noche, pero enracimado a ese deambular por Londres de Clarissa Dalloway nos
topamos, de modo que es a la vez extrañamente coherente y doloroso, con que la novela
trata también de la locura y la muerte de otro paseante, un hombre, Septimus, aquejado
de una demencia lúcida y obsesiva, a resultas del trauma sufrido en la primera
guerra mundial. Con ese juego de luces y sombras, de narraciones paralelas, la
novela de Woolf, no es tan solo un relato introspectivo de gente y tiempo (el
tiempo es crucial en Woolf tanto como en Joyce), de historias grandes y
pequeñas, sino un complejo fresco que pretende abarcar todo, las épicas gestas que
no son nunca tales, y los detalles que nos delatan, que permanecen brillantes
en nuestra memoria, cuando, curiosamente, ya nada queda… sino la “vida” en sí.
No hay duda de que las dos novelas
son fundacionales, inauguran un lenguaje, el monólogo interior, la llamada “corriente
de la conciencia” y una perspectiva nueva, en que reina lo subjetivo que brilla
entonces con el exotismo prohibitivo de un continente quizás ilimitado. En
ambas también, macrocosmos y micro-cosmos se funden.
Es verdad que Joyce le dio al Ulises
una fecha concreta, el 16 de junio, mientras que Woolf, no dejó la narración
así anclada, sino que, como nuestro Cervantes, lo situó en el lugar incierto,
por sentimental y colorido, de las ensoñaciones privadas, el territorio
limítrofe entre la realidad y el recuerdo, de un “miércoles a mediados del mes
de junio”. Por eso el primer problema de un Dalloway Day estriba en decidir de
qué miércoles se trata y el consenso ha sido estimar que se trata del tercer
miércoles del mes de junio (que, por lo tanto, caería cada año en un día
distinto).
También es cierto que mientras la
celebración del Ulises se ha ido “perfeccionando” con tradiciones diversas de desayuno,
comida, bebidas y comportamientos sexuales desinhibidos, siendo casi una
especie de “San Valentín” de la literatura de altos vuelos, y sobre todo
adquiriendo un atractivo turístico dudoso de carácter festivalero, borrachín, de
carnaval, el Dalloway Day, no ha encontrado todavía su “forma”, aunque es
verdad que lleva tan solo cinco años de andadura.
Ambas celebraciones estarían encaminadas,
en su versión más idealista, a lograr el soñado proyecto de las vanguardias de
romper la barrera entre arte y vida.
Ni la gula, ni la “franqueza sexual”,
ni la ingesta desproporcionada de alcohol convertirán nunca al Dalloway Day, si
es que llega a pervivir, en una fiesta literaria atractiva y popular. Se
producirán lecturas, itinerarios, y quizás también un sabor a Bloomsbury en
primavera, con regusto a buses rojos, té inglés y rosas muertas...
Por la mañana una mujer sale a
comprar flores para una fiesta, por la tarde un hombre muere. Un hombre de cuyo
recuerdo no quedará nada, su muerte resulta trágicamente oportuna y ni una sola
flor se gastará en su memoria. Las flores que por la mañana son
superficialmente alegres, resultan símbolos tan mortales como inútiles, al
anochecer. Por eso, precisamente, sería bueno que el Dalloway Day existiera. A
veces parece que la única verdadera función de la buena literatura es la
“resistencia” a la banalización de nuestra existencia humana.
AMPARO
SERRANO DE HARO
Profesora
de Universidad y escritora.
¿ES LA MUJER UNA
VÍCTIMA?
MARÍA LUISA
MAILLARD
Con
La palabra “víctima” sucede en nuestros pagos, algo parecido a lo que ya
comentamos en anteriores entregas que sucedía con la palabra “facha”: su uso
indiscriminado y partidista ha devaluado el término. En su sentido primigenio,
víctima aludía a la persona o animal abocado al sacrificio, aunque su
significado ha ido extendiéndose —sin perder por ello su primitiva carga
emocional—, a cualquier persona que sufra daño por causa ajena o fortuita,
según el Diccionario de la Real Academia. Nos interesa esta última acepción.
¿Es la mujer en Occidente una víctima por el azar de su nacimiento? ¿En esto ha
quedado reducida, después de haber salido triunfante en su lucha para lograr
sus derechos ciudadanos? Tal parece ser la tesis de la representante en
Andalucía de Unidas Podemos, cuando en debate público denuncia que en Andalucía
hay más de dos millones de mujeres víctimas, tesis que debe compartir el
Ministerio de Igualdad, encargado de velar por los derechos de las mujeres
españolas.
Sin duda la mujer es víctima, en su sentido primigenio, en muchas zonas del planeta. Estamos hablando de prácticas como la ablación del clítoris, de matrimonios forzados de niñas, de la impunidad de la violación, convertida en algunos conflictos en arma de guerra… para no hablar de la privación de la educación y de una ciudadanía de pleno derecho. Esa es la batalla que ha presentado y ganado la mujer occidental, desde el mismo momento en que las primeras Constituciones la despojaron de sus derechos como ciudadanas. Recordemos a Olympe de Gouges, quien ya en 1791 publicó “Derechos de la mujer y la ciudadana”, contestando a la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, y que pocos años después fue condenada a muerte en la guillotina.
El
victimismo se ha convertido en Occidente, de la mano de “lo políticamente
correcto” en una importante baza de afirmación, promoción personal y
rentabilidad política. Ya en 1993 Robert Hughes, analizando la situación de la sociedad
americana en su libro La cultura de la
queja, dictaminó que “la víctima es el héroe de nuestro tiempo”, algo que
se ha institucionalizado, mediante un proceso que sustituye la reflexión por
los sentimientos personales; pero el victimismo puede tener también su lado
oscuro. Hay daños colaterales. ¿Y si las niñas no quieren ser víctimas? Esto
viene a cuento porque el otro día me saltó la alarma, cuando un médico,
encargado de tratar con los adolescentes que solicitaban cambio de sexo,
comentó que la mayoría de las niñas que trataba, no es que se sintieran
hombres, es que no querían ser niñas. ¿Nadie les ha hablado del orgullo de ser
mujer?
Una
vez logrados los derechos educativos y ciudadanos, la lucha de muchos de los
movimientos feministas dominantes en la actualidad, ha resucitado, al rebufo de
la consigna de los años 70, “lo personal es político”, una denuncia que se
inició en el siglo XV con “La Querella de las Mujeres” y que se mantuvo vigente
hasta bien entrado el siglo XVII: el maltrato que los hombres infringían a las
mujeres. Eran otras épocas, proliferaban los escritos misóginos, en los que los
hombres calificaban de necias a las mujeres, amén de las prácticas en las que
las engañaban con promesas falsas y luego las difamaban; de ahí la célebre
estrofa de Juana Inés de la Cruz:
“Hombre necios que
acusáis
a la mujer sin
razón,
sin ver que sois
la ocasión
de lo mismo que
culpáis:
Si con ansias sin
igual solicitáis su desdén
¿Por qué queréis
que obren bien
si las incitáis al
mal?”.
Denuncia
repetida por nuestra primera novelista, María de Zayas y por el mismo Lope de
Vega en las novelas de Marcia Leonarda: “Si esto saben hacer y decir los
hombres, ¿por qué después infaman la honestidad de las mujeres? Hácenla de cera
con sus engaños y quiérenlas de piedra con sus desprecios”.
No
estamos en esa época; ahora el maltrato que se publicita se centra —aunque no
sólo—, en el asesinato de mujeres en la intimidad doméstica, de mano de sus
maridos o compañeros. Dentro del mundo del delito es éste un problema complejo.
El delincuente —asesino en este caso—, a diferencia de otros contextos, con
frecuencia se suicida o se entrega a la policía. Se da el caso de que la mujer,
en muchas ocasiones, no denuncia el maltrato previo, o si lo ha denunciado
retira la denuncia. Es un problema complejo que requiere un gabinete combinado
de expertos; pero no va en esa dirección el dinero destinado por el Estado para
combatir este tipo de delitos. Publicidad, manifestaciones y propaganda del
victimismo es la consigna. En ese victimismo, se llega a confundir una
interpretación laxa del acoso con la violación.
Los
datos carecen de importancia. Se omite de forma voluntaria que España no sólo
se encuentra con una prevalencia baja de muertes por violencia de género entre
los países de nuestro entorno —no hablemos de India, Siria, Afganistán o la
República Democrática del Congo, que encabezan la lista—; sino que posee, ya
desde el año 2014 una de las legislaciones más avanzadas al respecto. Se omite
que el número de muertes anual se mantiene estable desde hace décadas, de forma
ajena al partido gobernante.
Se puede combatir el delito, pero ¿se puede eliminar? Las únicas sociedades que lo han conseguido lo han hecho a cambio de trasladar el delito y el crimen a la práctica habitual del Estado, por supuesto, totalitario. Es la naturaleza humana, dotada de un libre albedrío, que se puede inclinar hacia el bien o hacia el mal. Por eso hay policías y Tribunales de Justicia. ¿Es una forma válida de combate la victimización generalizada de las mujeres? Señala María Zambrano —y muchos otros autores—, que el hombre es un ser indigente, sometido a la injusticia, la enfermedad y la muerte, que aspira a más de lo que puede ser. Obviemos nuestro destino mortal. Aparte de la sociedad, ya la propia naturaleza es injusta: no reparte igualitariamente sus bienes: no todos los hombres nacen sanos, guapos y listos. Pero de la indigencia de partida del hombre, nace su poderío, añade la filósofa, porque de ahí, de ese querer ir más allá, de la superación, han surgido la historia y el arte y la cultura.
La
mujer occidental, situada en un lugar privilegiado, respecto a otras mujeres
del mundo, quizá debiera seguir el camino, no de la victimización; sino del
orgullo y la superación; de enriquecer el mundo mediante aportaciones propias
en terrenos antes vedados: el arte, el pensamiento y la apuesta por una
educación que, desde el conocimiento por los logros de nuestra cultura,
promueva el respeto a la vida humana individual, con independencia del sexo,
raza o religión: un camino más transitable y, desde luego, más efectivo. Muchas
mujeres nos han precedido en ese camino, en circunstancias más adversas que las
que nos condicionan hoy en día.
MARÍA LUISA MAILLARD
EXPOSICIÓN
INCUNABULA:
550
AÑOS DE LA IMPRENTA EN ESPAÑA
A.
PILAR RUBIO LÓPEZ
La
Biblioteca Nacional del Madrid exhibe en estos días, hasta el 23 de julio de
2022, la exposición Incunabula, una muestra organizada por el Gobierno
de España, el Ministerio de Cultura y Deporte y la Biblioteca Nacional para
celebrar los 550 años de la aparición de la imprenta en España.
La
muestra, de recorrido breve pero intenso, comisariada por María José Rucio
Zamorano y Fermín de los Reyes Gómez, recibe al visitante con una pieza de
museo muy especial: un modelo de chibalete aportado por la Imprenta Municipal,
el curioso mueble de cajones que servía para mantener clasificados los
distintos tipos utilizados para componer en el proceso de impresión. La parte
de atrás del cajón o parte alta estaba ocupada por las mayúsculas y la parte de
delante o caja baja era la ocupada por las minúsculas. Al contemplar el
chibalete es inevitable pensar que la minuciosidad y la paciencia se dan la
mano con el arte y el detallismo en la historia que quiere trasmitir la exposición
Incunabula.
Ejemplo de Chibalete |
Bien
es sabido que, hasta mediados del siglo XV, los libros se elaboraban a mano o
con planchas de madera grabadas en relieve. Los primeros incunables guardaban
similitudes con los manuscritos: tipo de letra, ornamentación de orlas decorativas
y letras capitulares correspondientes a versales iniciales.
La
llegada de la imprenta favoreció la divulgación de la cultura al permitir
multiplicar las tiradas de los libros y las temáticas diversas. La Iglesia, de
gran tradición literaria, favoreció el incremento de libros impresos con la
publicación de libros religiosos y textos litúrgicos. La Corona española,
incluso en la época de los Reyes Católicos, además de permitir en nuestro suelo
la colaboración de impresores extranjeros, practicó la exención de impuestos a
los libros y publicó innumerables textos legislativos, como Ordenanzas Reales
de Castilla, obra impresa en 1485, exhibida en la muestra y donde se puede
apreciar la imagen de los monarcas.
Gramatíca de Nebrija, Salamanca 1492 |
Desde
entonces, libros de todas las disciplinas: Medicina, Ciencias, Historia… fueron
impresos y divulgados, como, la famosa Gramática de Nebrija, una joyita
de la exposición, que fue impresa en Salamanca en 1492, con letra gótica
redonda a dos tintas, y donde el espectador puede observar los huecos en blanco
para las letras capitulares.
Es
muy curioso que en los primeros incunables se dejasen espacios en blanco para
ser ornamentados. Incluso, a veces, los propietarios los llevaban a un taller
para ser iluminados. Y frecuentemente la imprenta utilizaba la técnica del
grabado en relieve sobre una matriz de madera (xilografía). Estas imágenes
insertadas embellecían el libro y favorecían la comprensión del texto.
En
la exposición, el visitante puede advertir que, en cuanto a tipografía, los
diseños góticos, caracterizados por su verticalidad y rasgos angulares, son los
más utilizados, conviviendo con la letra redonda. Así como que los tipos
hebreos también se utilizaron en España en las imprentas de la Puebla de
Montalbán, Guadalajara, Zamora e Híjar.
El primer libro impreso en España, Sinodal de Aguilafuente, 1472 |
De
la mano de impresores alemanes, la llegada de la imprenta a España está documentada
en 1472 en la ciudad de Segovia, corte de Enrique IV, donde el alemán Juan
Párix de Heidelberg trabajaba para el obispo Juan Arias Dávila, un obispo de
origen judeoconverso, director de un estudio de Gramática, Lógica y Filosofía
Moral e impulsor de la imprenta. El primer libro impreso en España es el Sinodal
de Aguilafuente, está fechado en 1472 y versa sobre las actas del sínodo
celebrado ese año en la ciudad segoviana que da título a la obra.
Tras
Segovia, la imprenta se implantó en otras ciudades españolas y la exposición ha
reunido libros que se editaron en ellas. En Valencia: Fabulae Aesopi, de
Esopo; en Zaragoza: De las mujeres ilustres, de Giovanni Boccaccio; en Toledo:
Missale toletanum, un libro litúrgico encargado por el cardenal Cisneros
e impreso en pergamino, en Sevilla: Lux bella seu Artis cantus —el
primer libro impreso en España con tipos musicales…—, y otras ciudades, algunas
de ellas anteriormente mencionadas, donde las imprentas estaban dirigidas por
impresores alemanes, hebreos o españoles.
Merece
la pena parar el reloj y hacer que el tiempo se detenga para contemplar la
belleza de los primeros libros que en España tuvieron el olor a tinta de
imprenta.
A.PILAR RUBIO LÓPEZ
IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LA LECTURA
17. DIFERENTES TIPOS DE
LECTURA:
PERIÓDICOS Y REVISTAS
INÉS ALBERDI
Las imágenes de mujeres
leyendo periódicos y revistas se multiplican en la pintura del XIX y el XX. Muchas
de las que encontramos se pueden clasificar por el tipo de lectura que estas
mujeres hacen. Las vemos con libros religiosos, con novelas, con periódicos y
revistas, o pareciendo leer poesía. A veces lo intuimos o nos lo imaginamos y
algunas veces lo dice el artista que las retrata. En las entradas siguientes
vamos a mostrar ejemplos de estos diversos tipos de lecturas.
Entre las que hemos reunido,
hay varias que muestran mujeres leyendo periódicos o revistas ilustradas. Mas
frecuentemente revistas, publicaciones de gran formato, cargadas de imágenes que
han sido y siguen siendo un vehículo frecuente de cultura femenina.
Charles Courtney Curran, Estados Unidos
(1861-1942 Confortable corner American Art (depósito cedido por George D. Pratt). |
Las revistas de actualidad
se convierten muy tempranamente en instrumentos de difusión de una cultura
femenina que empieza a interesarse por los acontecimientos sociales. En menor
medida, encontramos retratos de mujeres leyendo los periódicos diarios. Muy
tempranamente se produce una especialización, o un estereotipo, que lleva a
considerar los diarios asunto masculino y las revistas como prensa femenina.
Ello no siempre es así, pero si puede hablarse de una cierta diferenciación
entre hombres y mujeres en el consumo de prensa.
Federico Zandomeneghi. Italia (1841-1917) La rivista di moda Colección privada |
La lectura de periódicos y
revistas conlleva un sentido de modernidad. Ya sea en el hogar o en un lugar
público, los periódicos y revistas conectan a las mujeres con el mundo
exterior. Ello evoca la idea de una mujer urbana, activa, interesada por las
novedades de la política o de la moda.
Alexander Mann, Escocia R.U., (1853-1908) Portrait of Helen Gow Colección privada |
Estas imágenes, de una mujer
joven que aparece interesada en conocer la moda o los comentarios de
actualidad, y ofrece una estampa de modernidad, aprovechan para retratar en
entorno doméstico y el contexto que la rodea.
Hay un aire innovador en las
imágenes de lectura de prensa que se acentúa cuando incluyen aspectos íntimos
de domesticidad. No es infrecuente encontrar mujeres leyendo tumbadas en su
cama o apenas levantadas de ella.
William MacGregor Paxton, Estados Unidos (1869-1941) The morning paper, 1913 Colección privada |
Un ejemplo paradigmático y
muy bello es el retrato que hace Mary Cassat de su hermana Lydia en el ambiente
tranquilo y matinal del desayuno. Es una imagen de domesticidad en la que la
lectora parece absorta en las noticias del día, presentando a la vez una imagen
serena e intelectual de la joven.
Mary Cassatt, Estados Unidos (1844-1926) Lidia Cassatt reading the morning paper, 1878 Colección particular |
Laurits Andersen Ring, Dinamarca (1854-1933) Ved frokostbordet og morgenaviserne, 1898 (La mesa del desayuno y los periódicos de la mañana, 1898) Colección particular Estocolmo |
SEXO Y SEXUALIDAD
LIDIA ANDINO
“En
este momento no estoy copulando, les estoy hablando y, sin embargo, puedo
alcanzar la misma satisfacción que copulando. Ese es el sentido del asunto:
preguntarse si efectivamente se copula cuando se copula”.
Jacques
Lacan
En varias
oportunidades he escuchado decir que el psicoanálisis “todo lo explica por la
sexualidad”. Un prejuicio que suele venir montado en otro que es adjudicar a la
espontaneidad un valor de verdad, cuando lo más espontáneo es el prejuicio y no
lo transparente de nuestro pensamiento.
Por
eso voy a plantear en este breve artículo algunas consideraciones sobre la
diferencia entre sexo y sexualidad que ayuden a deshacer la fusión conpulsiva
entre genitalalidad y sexualidad. El sexo como cumplimiento genital está al
servicio de la dominación y el control. Dicho de otra manera, cuando se funde
sexo y sexualidad, la ideología es la de la reproducción, la ampliación de la
familia… Ni Sigmund Freud ni ningún analista ha dicho que esto no es necesario,
lo que se dice es que ahí no se juega la sexualidad, sino el mandato de la
especie.
La
moderna exaltación de la soberanía del cuerpo de la mano de la escenificación
del sexo (televisiva, técnico-sexual, cirujano-plástica) ha provocado el mayor
grado de intrusión y dominio que se conoce en la historia. Hasta ahora sabíamos
del dominio sobre los territorios, sobre los bienes y las riquezas, pero no
sobre los cuerpos.
La
sexualidad no es un objeto de evidencia, no está donde creemos que está, nunca
es observable ni visible, está —como dice el epígrafe—, siempre descolocada,
tramada en palabras. Por esto ninguna técnica puede dar cuenta de ella. Ahí
donde el sexo se hace ostensible a través de posturas ensayadas, procedimientos
calculables y maniobras predeterminadas que tratan de hacer previsible la
imprevisible, la sexualidad se recluye en moradas incalculables, fuera de las
representaciones habituales y de sus estrategias de captura.
Es
precisamente mediante ingeniosos aparatos, profusos recetarios, avanzados modos
de confort intelectual y “control mental”, que la sexualidad se disocia de la
dimensión humana del lenguaje para someterla a los vaivenes de la fisiología y
de la neuroanatomía. En la misma línea se la equicompara con la del mundo
animal donde, para nuestra fascinación, nunca se va a pérdida ni se falla,
porque la pistola es disparada cuando el instinto ya dio en el blanco.
Esa
exhibición de sexo con que se decoran tantos escenarios mediáticos y protésicos
solo sirve para abatir y reprimir los laberintos de una sexualidad que siempre
deriva por otros pasadizos, en otra escena.
LIDIA
ANDINOPsicoanalista
CLAIRE ZACHANASSIAN, LA VIEJA DAMA
NURIA ALKORTA
Si en nuestra pasada entrega hablábamos de perdón y
reconciliación, en esta ocasión hablaremos de una venganza llevada a cabo en un
ruinoso y destartalado pueblo de Europa central: Güllen, un topónimo inventado,
derivado del adjetivo golden (dorado).
Frente a la Nawal Marwan, protagonista de Incendios,
en esta ocasión os presento al personaje de Claire Zachanassian (de soltera Kläri
Wäscher) quien da título a la obra La
visita de la vieja dama del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt.
La inminente llegada a su pueblo natal de la vieja
dama, una multimillonaria de 62 años, precipita las maniobras de sus habitantes
y, muy especialmente, las de sus autoridades, a fin de que la ricachona
devuelva la prosperidad económica del lugar y les salve de la ruina. Los
pormenores de la historia de la vieja
dama ―aclamada mundialmente como Claire aunque
en Güllen todos la conocen como Kläri, la pelirroja―, se
desvelan desde el comienzo de la obra.
Siendo una jovencita de tan solo 17 años Kläri se
enamoró de Alfred Ill, tres años mayor que ella. Pronto quedó embarazada y él
la abandonó casándose por interés con la hija del dueño de la tienda de
ultramarinos, Mathilde Blumbard. Kläri demandó a Ill en los tribunales a fin de
probar la paternidad de su futura hija, pero él fue absuelto tras presentar dos
testigos falsos quienes afirmaron haber mantenido relaciones sexuales con ella.
Traicionada por Ill y humillada por sus vecinos, Kläri tomó el tren y se fue a
la ciudad. Dio a luz a su hija (quien, dada en adopción, murió un año después)
y acabó como prostituta en un burdel de Hamburgo. Allí conoció a un viejo
multimillonario de origen armenio y se casó con él: a su muerte se convirtió en
la mujer más rica del mundo.
A partir de entonces la Zachanassian fue aumentando su
poder financiero y social, se convirtió en una gran benefactora mientras iba encadenando
sucesivos matrimonios y divorcios. Durante esos años también fue llevando a
cabo su calculada venganza contra todos los que participaron en aquel juicio.
Se ocupó del juez y de los dos testigos falsos. Ahora los tres trabajan para
ella: el primero, apodado por ella como Boby, es su mayordomo, y los segundos,
convertidos en dos eunucos ciegos apodados Koby y Loby, son torpes bufones. Con
esta visita triunfal tras cuarenta años de ausencia, Claire Zachanassian culminará
la venganza asestando el golpe definitivo contra su viejo amante y contra el
resto de habitantes de Güllen. Esta comedia trágica de Dürrenmatt recuerda, de
algún modo, a aquel memorable y sombrío relato de Marc Twain titulado El hombre que corrompió a Hadleyburg.
Al final del primer acto, la vieja dama expresa su
propósito y sus condiciones: donará 1.000 millones (500 para el pueblo y otros
500 a repartir entre sus arruinados habitantes) a cambio de que se subsane
aquel error judicial, de modo que se haga «justicia», dando muerte a su antiguo
amante Alfred Ill. Claire exige una justicia
parcial y absoluta ―pues en su papel de juez
y parte ya ha dictado su desorbitada sentencia―,
y con ello pone a prueba a sus antiguos vecinos proponiéndoles un diabólico experimento
social, que llega a definirse en toda su crudeza: «Güllen por un asesinato,
prosperidad general por un cadáver». Más tarde, la multimillonaria reconocerá
fríamente: «Con mi capacidad financiera es posible reorganizar el mundo. El
mundo me convirtió en una puta y yo lo convierto ahora en un burdel».
La obra es, en realidad, una tensa espera. Por un
lado, la espera de la vieja dama instalada en el hotel «El apóstol dorado» y, por
otro, la que soporta su víctima: el tendero ve cómo todos sus vecinos (también su
mujer y sus dos hijos) comienzan a vivir una vida más holgada e incluso
caprichosa, creyendo que no habrá consecuencias y alentados inconscientemente
por la posibilidad de recibir, aun sin tomar parte, la recompensa ofrecida a
cambio de su cabeza.
Bien es cierto que en un primer momento, el alcalde
rechazó la propuesta de la excéntrica millonaria porque, según dijo en nombre
de la comunidad: «preferimos seguir siendo pobres a mancharnos de sangre»; pero
según la comunidad va endeudándose irreflexivamente y, luego, va reconociendo
que no puede hacer frente a sus créditos, la idea de la muerte de Ill deja de parecer
una aberración inmoral para insinuarse, poco a poco, como algo necesario que
reporta un beneficio a la sociedad e, incluso, puede justificarse como un acto
de justicia humana y divina. Sin apenas darse cuenta, los inconsistentes ciudadanos
van cayendo en la tentación.
A media que pasan los días, Ill irá constatando que está
amenazado de muerte pues vive rodeado por sus potenciales asesinos (quienes,
además, compran a crédito en su tienda con progresiva desenvoltura). En sus
encuentros con el alcalde, el policía y el pastor protestante, Ill descubrirá
que no podrá encontrar defensa ni consuelo en las instituciones que estos dirigen.
Después comprenderá que, aun intentándolo, no podrá tomar ningún tren que salga
de Güllen y que, aunque logrará huir eludiendo la pasiva obstrucción de sus
vecinos, la Zachanassian le daría caza en el último confín del mundo. Finalmente,
una vez superado el miedo a morir, Ill reconocerá que fue culpable de la
perdición de Kläri, y que también él ha malogrado su propia vida arrastrándose,
dice, «como un tendero mezquino e inconsistente». Mientras que la heroína
trágica Claire se mantiene rígida e inmutable a lo largo de la obra como una
fuerza del destino, el burdo personaje de Alfred Ill va convirtiéndose en héroe.
Acepta que la visita de la vieja dama con su demanda es ineludible y acaba
sometiéndose voluntariamente a la justicia del concejo municipal: «quiera Dios
que no tengan que arrepentirse de su veredicto ―dice
Ill al alcalde―, no puedo librarles del peso de su
acción».
Vicky Peña y Xabier Capdet, en La visita de la vieja dama |
El viejo maestro es consciente del dilema moral al que
están sometidos y, tras los intentos fallidos de convencer a la millonaria
apelando al bien común y de salvar a Ill, acaba sucumbiendo como los demás. Su
derrota, sin embargo, ofrece un aviso: «tengo miedo, Ill, así como usted tuvo
miedo. Sé que también a nosotros, algún día, vendrá a vernos una vieja dama, y
que nos pasará lo mismo que ahora le ocurre a usted».
En La visita de
la vieja dama su autor, Friedrich Dürrenmatt, evita colocarse en el lugar privilegiado
de los que tienen razón ―pretensión,
por otra parte, tan habitual en nuestros escenarios―, pues
él mismo confiesa que esta historia fue escrita por alguien que «en modo alguno
se distancia de estos personajes y no está muy seguro de que no acabaría
actuando como ellos». El dramaturgo tampoco pretende comunicar pretenciosamente,
por medio de simples alegorías, confusos pensamientos de aparente profundidad
ni arengas sobre la salud moral en los países desarrollados ni sobre el poder
mundial ni la decadencia de Europa. Según escribe Dürrenmatt en la primera
edición de la obra de 1956, «Claire Zachanassian no representa la justicia, ni
el plan Marshall, ni menos aún el Apocalipsis. Deberá ser solamente lo que es:
la mujer más rica del mundo que, gracias a su fortuna, está en condiciones de
actuar como una heroína de la antigua tragedia griega, de forma cruel y
absoluta, como Medea, por ejemplo. Puede permitírselo».
Y así es. Durante años la vieja dama ha ido comprando por
medio de sus agentes la ciudad entera, «calle por calle, casa por casa», y también
ha adquirido cada una de sus industrias y fuentes de riqueza con el único fin
de arruinarlas: la siderúrgica «Un lugar al Sol», Bockmann y las empresas
Wagner, las reservas de petróleo y los yacimientos de minerales. Su venganza
incluye la devastación de la ciudad: las empresas están en quiebra o en la bancarrota,
los ciudadanos viven gracias a los subsidios. Como en la tragedia griega, la
ciudad sufre las consecuencias de un empobrecimiento deliberado tan mortal como
la peste, y todos sus ciudadanos, sin ellos saberlo, son víctimas de una
maldición. Desde hace tiempo es Claire Zachanassian quien «impone las
condiciones» de la vida en Güllen y ha sentenciado el futuro de sus habitantes.
Pero además de esas «bagatelas», la multimillonaria
también es la propietaria de los escenarios donde vivió su desgraciado amor: el
granero de Peter y el bosque de Konradsweiler. Es allí donde la vieja dama se
encuentra con Ill para revivir en el recuerdo su apasionado romance: aquella traición
sigue siendo el motor de su venganza total e infinita. Pero también se refugia
allí porque ―entre los enganches y tiros de caballo del
granero, entre los troncos y piedras del bosque―,
Claire puede sentir más intensamente el vacío que dejó «el sueño de amor y la
confianza que alguna vez fue real». Tal vez sean esas escenas, las de Claire en
el bosque o en el granero, sola o con Ill, las que más me interesan del
personaje: nos muestran a una mujer despechada y perdida en el abismo de su
odio y, también, el encuentro de dos viejos amantes que encaran las cuentas
pendientes con la vida.
La rígida esfinge de la vieja dama, aunque rezume
humor y encanto perverso (según nos señala el autor), expresa el duro cinismo
de quien solo cree en el poder del dinero y actúa desde la certeza de que puede
comprar el mundo y los seres humanos para someterlos. La realidad social es la
cáscara vacía de esa triste verdad y no hay ideales ni virtudes que puedan
escapar a ella: «vuestra esperanza ha sido una quimera ―dice
Claire al viejo maestro y al médico―,
vuestra perseverancia un absurdo, y vuestro sacrificio una estupidez; habéis
tirado por la borda vuestra vida». Pero también es verdad que frente al cálculo
cínico del poder se alza el heroísmo de quien reconoce la derrota y se aferra a
su última capacidad de decidir.
Y sin embargo en el interior de esa esfinge de venganza y odio aun alienta un débil sentimiento, casi imperceptible, en el hueco de aquella inocencia definitivamente perdida. Ahí radica la última esperanza de que la vieja dama, este ser casi mítico por su inhumanidad, pueda volver a la vida y sufrir las consecuencias de la crueldad. Pero nada apunta a que ella cambie su destino. En su último encuentro, Claire confiesa a su antiguo amante que por medio de sus millones solo quiere recuperar aquel sueño de amor: «cambiar el pasado destruyéndote». Sin embargo, el tiempo se ha fosilizado: Claire abandona el pueblo con el cadáver de Ill, su codiciada presa, pero con ello no logra cambiar el pasado ni recuperar la paz. La obra aun proyecta una triste imagen si pensamos en la vieja dama sentada junto a la tumba de su viejo amante, en el mausoleo frente al mar de su mansión de Capri: dos rocas salpicadas por la brisa y el suave oleaje de la playa.
NURIA ALKORTA
ELENA GARRO Y EL PORVENIR DE SUS RECUERDOS
ROSARIO HERRERA GUIDO
y la memoria que de mí se tenga”.
Elena
Garro ha sido recordada en el mundo de habla hispana y más allá durante todo
2016 por el Centenario de su Natalicio (Puebla de los Ángeles, 11 de diciembre
de 1916), la guionista, periodista, dramaturga, cuentista, poeta y novelista,
por considerarla, al lado de la obra de Juan Rulfo, creadora del movimiento
literario latino-americano “realismo mágico”, a partir de sus obras Un hogar sólido (teatro, 1958), Los recuerdos del porvenir (novela,
1963) y La semana de colores (cuentos,
1964), quien además dejó muestra de su poética vida hasta el fin de su
existencia real, que se prolonga en la Ciudad de México hasta su inmortalidad
simbólica el 23 de agosto de 1998.
¿Quién
no recuerda que con frecuencia, Octavio Paz, regañaba a su compañera Elena por
ociosa y porque no se ponía a escribir en serio? ¿Y quién no recuerda, que
después de la publicación y el éxito de su novela Los recuerdos del porvenir, a pesar de que Paz la felicita, a
partir de su carrera como narradora le resulta insoportable? Y es que, no cabe
duda que sólo por la novela Recuerdos del
Porvenir, Elena Garro merece en vida o postmortem el Premio Nobel de
Literatura.
Un
relato mítico, es decir poético, que cual poesía está escrito en un tiempo
circular, o más bien espiral, como el rizoma de Gilles Deleuze, donde en
compañía de Sigmund Freud reina la repetición con diferencia, pues está pergeñado
en un tiempo verbal que no solemos usar, el futuro perfecto, “habrá sido”, un pasado
que regresa como futuro, un decir poético y profético, que habla de lo que
siempre está sucediendo, cual palimpsesto del poder, que al tomar prestado un
término pictórico, presenta en un instante el eterno retorno de la repetición, que
al descarapelar una pintura permite develar a otros personajes pero sobre un
mismo tema: el poder, como espectáculo, miseria e ironía.
Porque en la historia de la novela, el relato de los hechos, sólo se vislumbra, por ejemplo, cuando lamenta que han cerrado los templos y que ahora con quien van a hablar y a quejarse las gentes del pueblo, a las que sólo los santos escuchan tan callados y atentos; una viñeta de la novela que por un instante susurra el cierre de los templos por los jerarcas de la Iglesia Católica, para levantar al pueblo creyente en armas contra el gobierno de Plutarco Elías Calles, para poder regresar por sus fueros y espacios de poder despojados por Benito Juárez tras la Guerra de Reforma.
Al
acercarse a la obra de Elena Garro, se comprende que Esther Seligson afirme que
la infancia tiene el poder de la lámpara de Aladino, pues transfigura el mundo acorde
a los deseos y la imaginación (Esther Seligson, “In Illo Tempore”, La fugacidad como método de la escritura,
México, Plaza y Valdés, 1988:23), y al mismo tiempo se pregunte por qué con el
paso de los años vamos perdiendo la infancia.
Porque
la infancia es el tiempo que no pasa, el secreto de las palabras y las palabras
secretas, la verdad de lo increíble, lo verosímil que, desde la Poética de Aristóteles, en compañía del
poeta del Banquete, Agatón, concibe
como lo que puede suceder incluso en contra de lo verosímil, es decir, lo
inverosímil: la tragedia. Como el mundo de los sueños y los sueños del mundo, cual
enceguecedora luminosidad. Las hadas, la proyección de la fantasía infantil,
que con su varita mágica convierten en un sueño todo lo que tocan. Lo canta
Elena Garro: “De niña, Señor Brunier, el tiempo corría como la música en las
flautas. Entonces no hacía sino jugar, no esperaba...” (Elena Garro, La semana de colores, México,
Universidad Veracruzana, 1964:67).
El
juego, rito cosmogónico, consagración de sueños y deseos: libertad de la
felicidad. El juego es el mundo de la infancia, el espejo de agua, el vuelo
aéreo, el terruño originario, el fuego tentador y temible (como dice Gaston Bachelard
en su Psicoanálisis del fuego: “Difícil
de prender y difícil de apagar”).
Más
tarde emerge el paraíso perdido del artista, el jardín de las delicias, de
todos los colores, los sonidos y formas. Un jardín donde no reina la inocencia,
pues es un bosque habitado por deleites y horrores. Porque lo paradisíaco es
bello, simétrico, placentero, bueno, pero también es monstruoso, cruel, gozoso
y mortífero. Lo familiar (Heimlich)
—como descubre Sigmund Freud— es también lo desconocido (Unheimliche), que se encuentra dentro de nosotros, cual claroscuro
de la existencia. Lo devela Elena Garro: “En el tiempo mítico de la infancia, un
tiempo sin tiempo, el instante, las palabras existen por sí mismas,
multiformes, con el peso de su propio significado, palabras extrañas y
extrañadas, que provocan la melancolía de un estanque en el que sumergirse”
(Elena Garro, Los recuerdos del porvenir,
México, Joaquín Mortiz, 1963:78).
Palabras
que con sólo decirlas, como por arte de magia, hacen aparecer las cosas.
Palabras encantadas y encantamiento de las palabras. Palabras que al nombrar
las cosas las crea y las comunica a otras almas. Pues “En la tarde de la vida,
se descubre que se pueden descongelar días y que se puede recuperar la memoria
de otro tiempo y otro espacio.
Después
de todo, el porvenir es el retroceso hacia la muerte, el estado perfecto en el
que se puede recuperar la otra memoria” (Elena Garro, Recuerdos del porvenir,
Joaquín Mortiz, 1963:33). Fuera del principio, sólo está la convicción de lo
perdido, de los actos inalterables, la certeza de que para asirnos a la
realidad no nos queda más que el recuerdo.
Recordar,
rescatar, recuperar. El paso hacia una nueva vida es la muerte. Pero nada nos
asegura que hay otra vida. Podría ser que sólo exista el barruntar por los
mismos deseos y pérdidas. El porvenir de los recuerdos de Elena Garro, nos
enseña que nos desconocemos por reconocernos en los otros y que por ello de
generación en degeneración repetimos los mismos actos: “Extraviados en sí
mismos, ignoraban que una vida ni basta para descubrir los infinitos sabores de
la menta, las luces de una noche o la multitud de colores de que están hechos
los colores. Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la
anterior. Sólo un instante antes de morir descubren que era posible soñar y
dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente.
Y descubren también que hubo un tiempo en que pudieron poseer el viaje inmóvil
de los árboles y la navegación de las estrellas, y recuerdan el lenguaje cifrado
de los animales y las ciudades abiertas en el aire por los pájaros. Durante
unos segundos vuelven a las horas que guardan su infancia y el olor de las
hierbas, pero ya es tarde y tienen que decir adiós y descubren que en un rincón
está su vida esperándoles y sus ojos se abren al paisaje sombrío de sus
disputas y sus crímenes y se van asombrados del dibujo que hicieron con sus
años. Y vienen otras generaciones a repetir sus mismos gestos y su mismo
asombro final. Y así las seguiré viendo a través de los siglos, hasta el día en
que no sea ni siquiera un montón de polvo y los hombres que pasen por aquí no
tengan ni memoria de que fui Ixtepec” (Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, México, Joaquín Mortiz, 1963:249).
Elena
Garro busca regresar al principio del tiempo, al tiempo de la infancia, al
tiempo reencontrado. La infancia no es un capítulo de la memoria y la historia
que se cierra, pues somos narración, somos contados y nos contamos, somos el pasado
que regresa como futuro. Como dice Jacques Lacan: “Eso que hemos querido lo
podemos saber”. Y sólo entonces la vida se nos presenta como en el realismo
mágico, realmente mágica, como el llano de Ixtepec: “Aquí estoy, sentado sobre
esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me
recuerdo, y como el agua al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en
una imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí
misma y condenada a la memoria y a su variado espejo [...] Por las noches
estallan los cohetes y las riñas: relucen los machetes junto a las pilas de
maíz y los mecheros de petróleo. Los lunes, muy de mañana, se retiran los
ruidosos invasores dejándome algunos muertos que el Ayuntamiento recoge. Y esto
pasa desde que yo tengo memoria” (Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, México, Joaquín Mortiz, 1963:9-10).
Pero
como los instantes poéticos vividos de la infancia nada tienen qué ver con la
duración, que se divide imaginariamente en pasado, presente y futuro, se
prolongan en el futuro, pues la vida es la continuación que fluye en el origen,
que es el antes que deviene después, un pasado que nunca sucedió tal cual y un
porvenir que no es propiamente el futuro inesperado. Porque “el porvenir de los
recuerdos de Elena Garro” es profético, espiral mítica, repetición de la diferencia
imperceptible, que proviene de la experiencia imaginaria que retorna cual verdad
del futuro. Porque para Elena Garro, la vida es la memoria poética del porvenir
de los recuerdos.
Los
personajes de la memoria poética de Elena Garro se encuentran con la muerte
como si fuera el envés de la temporalidad de la vida, para encontrarse con el
verdadero rostro de la vida. La muerte no es rival de la vida. Morir permite
ser la memoria de todas las cosas, con lo que llegamos al mundo y la nostalgia
de nuestra partida. Como tras los sueños de la noche nunca nos recobramos, así
tras la muerte no hay resurrección. Lo armoniza Elena Garro a través de la voz
del pueblo de Ixtepec: “Después de esta tarde una mañana que ahora está aquí,
en mi memoria, brillando sola y apartada de todas mis mañanas.
El
sol está tan bajo que todavía no lo veo y la frescura de la noche puebla los
jardines y las plazas. Una hora más tarde alguien atraviesa mis calles para ir
a la muerte y el mundo se queda fijo como en una tarjeta postal. Las gentes
vuelven a decirse ‘Buenos días’, pero la frase se ha quedado vacía de sí misma,
las mesas están avergonzadas y sólo las últimas palabras del que fue a morir se
dicen y repiten y cada vez que se repiten resultan más extrañas y nadie las
descifra”.
Porque el sueño es la memoria del origen y el retorno al tiempo primigenio, que deviene futuro. Al lado de Sören Kierkegaard, para Elena Garro el tiempo es “un instante de eternidad”. Y como la palabra de nuestra gran escritora está fuera del tiempo, puede recordar poéticamente el porvenir.
ROSARIO HERRERA GUIDOIntegrante
del Registro Nacional de Escritoresde
Conaculta, México (desde 2016)Universidades
de Querétaro y Guanajuato, México
TRINIDAD ARROYO
VILLAVERDE (1872-1959)
Comenta
Adam Zagajewski, en su libro Dos ciudades,
que sólo en los regímenes totalitarios se cierra la posibilidad del individuo.
La razón es simple. Es uno de los objetivos principales de la política del
régimen bajo el que él vivió, “del complot”, en sus propias palabras:
transformar el colectivo humano, reduciendo la gran variedad de figuras y tipos
que se han repetido a lo largo de la historia, en solo tres clases de hombres:
el funcionario, el obrero y el policía.
En
el resto de los regímenes políticos, por muy defectuosos que sean, existen
resquicios para el desarrollo de la individualidad, no sólo para realizar la
propia vocación, sino para contribuir a la mejora de dichos regímenes. Es lo
que hicieron mujeres como Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán y lo que logró
nuestra protagonista de hoy, Trinidad Arroyo Villaverde, la primera oftalmóloga
española, quien no sólo se doctoró con sobresaliente en dicha especialidad en
1896; sino que trabajó en ella toda la vida, saltándose uno de los principales
escollos para las escasas mujeres que habían accedido a la Universidad: la
prohibición de ejercer la profesión para la que habían estudiado, por ejemplo,
la abogacía. Fue socia del Liceum Club Femenino; vicepresidenta del Comité
Femenino de Higiene en Madrid; Presidenta Honoraria de la Asociación Española
de Mujeres Médicos; y la primera mujer que votó en España, concretamente en la
elección de senadores en la Universidad Central de Madrid en 1916.
Nacida en Palencia en 1872 contó siempre con el apoyo de su padre, un industrial liberal, para su desarrollo personal. Estudiar en España en aquella época, era una odisea, pero no era imposible. No existía una específica legislación restrictiva y ya vimos en anteriores entregas cómo, desde finales del siglo XV, hubo mujeres que no sólo accedieron a la Universidad; sino que obtuvieron cátedras en ellas. El problema comenzó cuando, aprovechando esa ausencia de legislación, en la década de 1870, mujeres como Elena Masera y Dolores Areu, accedieron a la Universidad y solicitaron su licenciatura. Surge un enconado debate en las alturas de la política, que se salda con la Real Orden de 16 de marzo de 1882, mediante la cual se accede a la expedición de títulos para las mujeres que hayan completado sus estudios universitarios; pero se prohíbe la matriculación para el resto. Se suceden órdenes confusas y contradictorias hasta que, en 1888, bajo la regencia de María Cristina, se permite a las mujeres acceder al bachillerato y a la Universidad, siempre que logren un permiso especial de la Superioridad.
Fue
su padre quien solicitó la autorización para que su hija cursase el
bachillerato, acogiéndose a una reciente normativa de la Dirección General de
Instrucción Pública, que permitía a las mujeres acceder, previo examen, al
bachillerato; aunque no a la Universidad. Así la niña realizó sus estudios en
el Instituto Superior Jorge Manrique de Palencia, obteniendo calificaciones de
sobresaliente y notable, con mención especial en francés y Lengua castellana.
Concluye el bachillerato en 1888, año en que se promulga la nueva normativa y
su padre vuelve a solicitar su ingreso, ahora, en la Universidad de Medicina de
Valladolid, algo que consigue después de dos intentos fallidos, con la
condición de que Trinidad se examinase en septiembre para no alterar el orden
académico. Se licencia en 1895 y se traslada a Madrid para obtener el doctorado
en oftalmología y otología, lo que logra con sobresaliente en 1896, con la
tesis: “Los músculos internos del ojo en su estado normal y patológico”.
En
1898 regresa a Palencia y abre una consulta con su hermano, comenzando a
compaginar su atención a los enfermos, que incluye operaciones, con su
desarrollo académico, acudiendo a Congresos como el Internacional de Medicina
de Budapest, al que contribuye con la ponencia: “Sobre la analgesia ocular
local, producida por el clorhidrato de codeína sobre el ojo” y el Internacional
de Nápoles con el trabajo: “Del empleo preferente de la Atropina en las úlceras
cancerosas”.
En
1902 contrae matrimonio con su compañero de estudios Manuel Márquez
(1872-1962), al que ha convencido para que se dedique a la oftalmología,
formando a partir de entonces “una unión que se adelantó a su tiempo”, según
testimonio de su amiga en el exilio, Aurora Arnaiz. Trabajaban juntos,
estudiaban juntos y juntos compartían las labores domésticas. Manuel Márquez,
en la dedicatoria que dedica a su esposa en su Lecciones de oftalmología crítica, la menciona como “su maestra,
amiga primera, inteligente colaboradora y sensata consejera”.
En
1911 Manuel logra una cátedra en la Universidad de Madrid, siendo el primer
catedrático en la especialidad de oftalmología. El matrimonio abre una consulta
privada en la capital y al poco tiempo, Trinidad accede a un puesto de
Profesora auxiliar en la Universidad, convirtiéndose en la primera mujer
miembro del Claustro de profesores. En 1912 el matrimonio opera con éxito la
incipiente ceguera de Benito Pérez Galdós.
Trinidad
se introduce en el ambiente cultural de Madrid. Comienza a colaborar en la
revista Medicina Social Española, en la sección “De la mujer para la mujer”; se
hace socia del Liceum Club, colaborando en sus actividades; participa en el
Comité de Becas de la J.A.E. y asumirá los cargos de vicepresidenta de la
Asociación española de Mujeres Médicos y la Presidencia Honoraria del Comité
Femenino de Higiene Popular de Madrid.
En
1936 estalla la Guerra Civil y el matrimonio colabora con la República en
múltiples actividades, entre ellas, el fomento de las relaciones con Rusia,
país al que viajan. En 1938 se trasladan a Valencia y a Barcelona, desde donde
parten al exilio. Tras una breve estancia en París, llegan a México en 1939,
donde ambos continúan su labor, no sin dificultades. Publicaciones, clases,
traducciones de revistas médicas y colaboración intensa con el exilio español.
En 1940 Trinidad adopta la nacionalidad mexicana, lo que le facilitará el
ejercicio profesional.
En
1955 viaja a Madrid para legar sus bienes a una Fundación de apoyo a los
bachilleres de Palencia y a un estudiante destacado de la Facultad de Medicina
de Valladolid. Muere en 1959, dejándonos el ejemplo de una vida cumplida, en
circunstancias adversas. Su marido la seguirá apenas tres años después.
MARÍA LUISA MAILLARD
Rakel es una chica de 23 años
cuya vida transcurre entre juergas, amantes ocasionales, trabajos
inconsistentes y con poco dinero en el bolsillo. Ve su vida llena de
posibilidades y sueña con ser dibujante de comics, catadora de cerveza, guarda forestal,
astronauta… Lo que no quiere, de ninguna de las maneras, es ser madre. El
problema reside que, casualmente, descubre que está embarazada de seis meses. No
ha tenido síntomas y ha tomado precauciones, por lo que su embarazo es para
ella una desagradable e inesperada noticia. Ya es muy tarde para que le
practiquen un aborto y tiene la tarea de decidir qué hacer con el bebé y
dilucidar quién puede ser el padre.
Rakel, una joven insolente y
encantadora, crea un dibujo, Ninjababy, su bebé-feto, que actúa a veces
como su alter ego y a veces con independencia. Ambos interactúan
constantemente intercambiando sentimientos, preocupaciones y dudas. Ninjababy,
ese dibujo trazado con cuatro líneas, está dotado de personalidad propia hasta
el punto que resulta ser uno de los personajes principales de la narración. Los
dialogo que mantienen madre y bebé son divertidos, desenfadados y, a veces, corrosivos.
La narración está muy lejos de los tópicos y clichés convencionales que se
aplican al aura con que se reviste a la maternidad en la mayoría de las
sociedades.
Rakel es una alegre muchacha
que le gusta vivir la vida a tope. Podría decirse, que lo que se consideran
costumbres moralizantes no van con ella. Pero posee buenos sentimientos y,
sobre todo, no se engaña sobre sí misma. Procurará, a pesar de su aversión a
ser madre, que su bebé tenga buenos padres adoptivos, incluso intentará saber
por todos los medios quién es el padre biológico. La reunión con los posibles
padres adoptivos es entre delirante y tronchante. El descubrimiento
decepcionante del padre biológico, cuyo apodo es Jesús el de las pollas es,
como poco, hilarante. Entre idas y venidas surge el amor de Rakel con Mos, un
tranquilo instructor de aikido, con el que parece encontrar cierta serenidad.
Conforme la película avanza y
el nacimiento del bebé se aproxima, el tono de la narración se hace más
dramática. Rakel se siente culpable por no haberse cuidado más durante el
embarazo, por no querer ser madre, por querer lo mejor para el bebé, pero sin
ella, por ser como es… Ya no se nos presenta como la joven alegre y desinhibida
del principio. Y el padre biológico, Jesús el de las pollas, tan remiso
al principio de hacerse cargo de su paternidad, resulta llamarse Are y ser más
sensato de lo que aparenta. Los dos van madurando a lo largo de la película,
los dos se van descubriendo y aceptando a sí mismos.
Y es que es una película sobre
la madurez, de cómo a veces hay que madurar muy deprisa porque las
circunstancias así lo requieren. Y de cómo nos enfrentamos a nuestras deseos y
contradicciones. Es sobre la difícil toma de decisiones porque nada es blanco o
negro, bueno o malo. Y, sobre todo, de cómo la vida y sus imponderables nos
llevan a tomar decisiones que nunca hubiésemos pensado que tendríamos que
tomar.
Una película bien contada y original
con la introducción de dibujos de comic de manera muy acertada y dinámica.
Tiene diálogos brillantes y destaca su naturalidad y desinhibición.
Se agradece que en este tema la
directora huya de la moralina y nos presente personajes reales con sentimientos
sinceros no exentos de ambivalencias y dudas. Vamos, verdaderos seres humanos y
no estereotipos. También, se agradece que no dé lecciones moralizantes y no
califique a sus personajes presentándolos como desvalidos seres humamos a la
intemperie de la vida y que hacen lo que pueden por salir adelante. Una
estupenda película.
ISABEL BANDRÉS
https://www.youtube.com/watch?v=jhKWgxP0Dos
Mina
es una mujer viuda. Su marido ha sido condenado a muerte y ejecutado por
asesinato. Su vida transcurre en Teherán de manera monótona y dolorosa entre la
fábrica en la que trabaja, la atención a su pequeña hija sordomuda y los
envites de su cuñado. Hasta que un día, recibe la noticia de que su marido no
había cometido el homicidio y que fue ejecutado por error. Mina quiere
recuperar la dignidad de la memoria de su marido y la suya propia. Luchará
contra el sistema para lograrlo, aun teniéndolo todo en contra. Esta mujer,
acosada por su familia política, por los vecinos y por el sistema, no se
conformará con una compensación económica, dinero de sangre, a modo de
reparación. Ella pide una disculpa pública por parte de la judicatura y que los
responsables del error sean castigados. Mina se nos presenta como una mujer
valiente que intenta salir adelante en una sociedad en la que una mujer viuda
es poco más que un mueble. Las dificultades en su día a día son agotadoras, en
una sociedad donde buscar un piso es un reto insalvable por el hecho de ser
mujer y viuda.
Y
es entonces cuando parece en su vida Reza, que se presenta como un amigo de su
marido y que le ayudará en todo de manera generosa. Poco a poco, entre ellos se
va construyendo una relación de confianza que hará que madre e hija se sientan
protegidas en medio de un mundo hostil. Pero este hombre que tiene una vida
personal complicada es, en realidad, uno de los jueces del tribunal que condenó
a su marido. Con su aparición, en la narración se plantea un dilema moral.
¿Cómo perdonar lo irreparable y, sobre todo, cómo perdonarse a uno mismo? Reza
siente una culpa implacable y no es capaz de salir de ese laberinto. Su
generosidad para con Mina y su hija nunca le parece suficiente, y su silencioso
arrepentimiento lo ata a un estado de angustia difícil de superar. Toda salida
que busca se ve taponada por la carga de la culpa. Transita por un bucle al que
no ve salida. Lo que la narración nos cuenta de él, nos hace sospechar que
quizá hay más culpas que siente tiene que expiar. Reza no es capaz justificarse.
Está claro que él no ha hecho las leyes y que las pruebas aportadas parecían
auténticas, pero él sabe que esos razonamientos no quitan que él haya firmado,
como funcionario de un sistema corrupto, la sentencia a muerte de un hombre
inocente. Es estremecedor como se nos narra lo difícil que es perdonarse a uno
mismo sus errores y así poder pasar página.
Esta
película trata de muchas cosas: la situación de la mujer en una sociedad en la
que impera el patriarcado, la religión como origen de la legislación, la pena
de muerte como castigo penal irreparable, la culpa como laberinto sin salida.
Pero, sobre todo, trata de la imposibilidad de vivir una vida digna y en
libertad en sociedades cerradas a los Derechos Humanos, en las que la religión
está presente en cualquier actividad de la vida corriente e institucional.
La
narración sencilla y efectiva nos cuenta como dos seres humanos ven ahogadas
sus vidas en una sociedad carente de oxígeno para que sus ciudadanos puedan
llevar unas vidas libres y dignas. Una película llena de matices que no nos
deja, curiosamente, un poso de amargura, pero sí de reflexión. Tanto Mina como
Reza poseen suficiente fuerza e integridad para incorporar algo parecido a la
esperanza, que da ver a dos seres humanos íntegros luchar, cada uno como puede,
para salir adelante y superar sus contradicciones, sus culpas y su dolor.
Una
excelente película y con unas excelentes interpretaciones.
ISABEL BANDRÉS
https://www.youtube.com/watch?v=TQXcbL4UlLs
Como
casi ninguna otra formación de música de cámara, Angelika Bachmann (violín),
Iris Siegfried (violín y voz), Olga Shkrygunova (piano) y Heike Schuch
(violonchelo), saben cómo seducir al público con la alegría
apasionada de tocar, las acrobacias instrumentales, el encanto y el humor. Todo
lo que se puede combinar con la música clásica que tanto les gusta, lo saben combinar: tango, chanson, música folklórica y de cine, virtuosismo
solista, espectáculo con interludios artísticos, auto-ironía... Salut Salon va
más allá del ámbito de los conciertos de música clásica y sorprende tanto a los
amantes de ésta como a los neófitos que no suelen acudir a conciertos de música. Ellas son de Hamburgo.
https://www.youtube.com/watch?v=BKezUd_xw20
https://www.youtube.com/watch?v=MMUbrOjABWM
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