PRÓXIMA TERTULIA
LITERARIA AMMU
SERÁ EL
COMENTAREMOS LOS LIBROS
DEL VERANO
El Guardián entre el Centeno (The Catcher in the Rye) es una novela del esquivo
escritor J.D. Salinger, publicada en el año 1951 y de la que el autor admitió
en alguna ocasión, como era de prever, que se trataba de una historia propia,
cuando menos “semiautobiográfica”. En la narración se nos muestra la historia
(en tan solo dos días) de Holden Caulfield, un joven que se encuentra en el
paso de la adolescencia a la madurez. Una etapa de la existencia humana
compleja que a veces encuentra dificultades, como en el caso de Holden,
caminando entre el deseo y el temor a la madurez, combinado con la ilusión de
aferrarse a su visión idealizada de la infancia.
Plena de emoción y crudeza, Tatiana Ţîbuleac muestra una
intensísima fuerza narrativa en este brutal testimonio que conjuga el
resentimiento, la impotencia y la fragilidad de las relaciones
materno-filiales. Una poderosa novela que entrelaza la vida y la muerte en una
apelación al amor y al perdón. Uno de los grandes descubrimientos de la
literatura europea actual. La moldava Tatiana Tibuleac es consciente de que sus
libros son “duros y atormentados” y reconoce que no sabe escribir de amor
aunque lo haya intentado, una dureza que golpea en la primera novela que
publica en español: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes.
Afincada en París, Tibuleac ha recibido el Premio de la Unión de Escritores de
Moldavia, el Observator Cultural y el Lyceum por esta novela, editada en
español por Impedimenta, una historia sobre la muerte, la redención, la
maternidad y la reconciliación.
https://us02web.zoom.us/j/89644179091?pwd=WjB1MTA5bjhjcFpGSU9oai9uaWNkQT09
EL IGUALITARISMO
MARÍA LUISA
MAILLARD
El
concepto de igualdad de derechos —económicos, sociales y jurídicos—, unido a la
conversión del ser humano en ciudadano, ha ido derivando hacia un igualitarismo
omnímodo, que llega hasta pretender eliminar las diferencias entre los seres
vivos, como es el caso de los “especistas”. Todo ello es fruto de un abandono,
en los años 80, de las grandes reivindicaciones universalistas que potenció el
marxismo, por luchas minimalistas, siguiendo la consigna “posmoderna” de
diseminar la lucha contra los focos de poder del “antropocentrismo capitalista”
—familia, escuelas, cárceles, psiquiátricos—, sin dejar por ello de apoyar la
ideología utópica inicial: la creación de un hombre nuevo desde el poder
absoluto de un Estado totalitario.
Esta
diseminación no altera un ápice la deformación de la realidad, a través de los
anteojos de la ideología, que ya denunció Hanna Arendt, a mediados de los años
50 en Los orígenes del totalitarismo.
“La ideología, dice allí la pensadora, se postula como una explicación total
del mundo, independizándose de la experiencia y de la realidad misma. Pretende
explicarlo todo deduciéndolo de una sola idea, a la que posteriormente se le
aplica un proceso lógico, convirtiéndola en premisa incuestionable que se
impone de forma arrolladora”.
La
idea que ahora vamos a tratar, a rebufo de la actualidad, es la de la igualdad
de enfermos mentales graves con el resto de los ciudadanos, que pretende torcer
el brazo a la misma naturaleza la cual, en el seno de la misma ideología
igualitaria, es inviolable, debido a su bondad intrínseca, como se refleja en
la actual Ley de Montes 21/2015; pero la naturaleza es injusta. No reparte sus
dones de forma igualitaria entre todos los hombres: hay hombres sanos y hombres
que padecen una enfermedad mental grave. Hablamos de casos de esquizofrenia,
trastorno bipolar, demencias o trastornos obsesivo-compulsivos—¿Qué hacer al
respecto? Sencillamente eliminar o minimizar el componente biológico de la
enfermedad y achacar su existencia a la opresión ejercida por los poderes
médicos y sociales, mediante una práctica ya habitual en otros asuntos:
trasladar, al presente de las sociedades occidentales, un pasado coercitivo, en
este caso contra los enfermos mentales.
Es
lo que postula la nueva Proposición de Ley de Salud Mental 122/000158, ya en
trámite en las Cortes, que considera la enfermedad mental como un “constructo
social” y un medio para discriminar a las personas diferentes, primando la
ideología sobre el conocimiento científico de los expertos. Estos aparecen
estigmatizados, al entender dicha Proposición de Ley que el uso farmacológico
es una práctica coercitiva, cuando no iatrogénica, según denuncian asociaciones
como la SEP (Sociedad Española de Psiquiatría) y la SEPL (Sociedad Española de
Psicología Legal). Estas asociaciones rechazan una ley que ignora que el
deterioro mental de algunas patologías puede hacer perder el control de
decisión del que la sufre y que la utilización de farmacología adecuada no solo
controla la enfermedad, sino que disminuye el riesgo de suicidio e incluso
prolonga la vida. El problema actual, concluyen, no es de restricción de los
derechos de los pacientes, que se encuentran suficientemente protegidos en la
actualidad; sino de que no existan recursos comunitarios y profesionales
suficientes para atenderlos. Algo que la ley no soluciona porque postula crear
nuevas instituciones y organismos de control, lo que dificultaría, cuando no
imposibilitaría, reforzar los asistenciales ya existentes.
La
Proposición de Ley iguala en el ejercicio de todos los derechos y libertades
fundamentales: políticos, jurídicos y económicos, al enfermo mental con el
resto de los ciudadanos. En el ejercicio de su libertad y autonomía, el enfermo
puede tomar decisiones respecto a sus deseos, su vida sexual y reproductiva y,
lo que es más grave para sus cuidadores, los dota de capacidad legal para
decidir si aceptan o no el tratamiento que determinan los expertos para mejorar
su situación. En el caso de enfermos con potencial agresivo, dificultan su
internamiento y, si este se produce, se prohíbe cualquier forma de contención
mecánica o práctica coercitiva farmacológica, lo que entorpece, para ser
suaves, la labor de los profesionales.
Los
profesionales y las personas que atienden voluntariamente a este tipo de
enfermos — que ahora se llaman “curatelas representativas”, en vez de
tutores—deben respetar en todo momento las decisiones del enfermo. ¿Y qué
sucede si este, al negarse a tomar su medicación tiene un brote psicótico y su
decisión es atentar contra otras personas o contra sí mismo? ¿O simplemente
que, en familias con recursos escasos, decide gastarse en una semana la
asignación mensual que le concede el Estado? Si el enfermo goza de todos los
derechos, también debe responder de sus actos; pero en este caso, la
penalización recae de forma “solidaria” sobre sus cuidadores y allegados, que
ahora se denominan, como hemos indicado, “curatelas representativas”. ¿Se puede
penalizar de esta manera a las personas que, desde el cariño y el parentesco,
sacrifican gran parte de su vida para cuidar a estos enfermos?
El
respeto a la vida y libertad de cualquier ser humano, se encuentre en la
situación en la que se encuentre, es, desde luego, una premisa incuestionable.
Pero el ser humano no es de forma exclusiva el ciudadano sometido a derechos,
que es el trasfondo de la ideología que sustenta esta ley. No está exento de su
herencia genética, como ya hemos señalado; pero posee en cambio un reducto de
intimidad, que es el que le permite reaccionar contra el mal y la injusticia,
aún en situaciones extremas. “Hay algo en el ser humano que escapa y trasciende
a la sociedad en la que vive”, escribe María Zambrano en Persona y democracia, “de no ser así, no hubiese habido más que una
sola sociedad y no habría historia. […] El hombre no se agota en la historia,
porque en alguna dimensión de su ser está más allá de ella. Y por eso la
produce”.
Es
“ese algo” que trasciende la sociedad, y que Simone Weil, en su afán por
negarse a reducir lo humano a la etiqueta de “ciudadano”, denomina “lo
impersonal” que habita en todos los hombres, aquello que dificulta la
existencia del mal. En su propia argumentación, si el hombre fuera solo un
ciudadano, ¿qué impediría a alguien, por ejemplo, arrancarle los ojos, si eso
le divierte y tiene licencia para ello? No alteraría su sustancia, seguiría
siendo un ciudadano, aunque sin ojos. Lo que puede detener la mano que causa el
daño es que en el fondo del corazón humano se encuentra la esperanza de que se
le haga el bien y no el mal. El bien es lo sagrado que hay en el ser humano, su
sustancia, la fuente de su libertad íntima. “Salvo la inteligencia, la única
facultad humana interesada en la libertad es esa parte del corazón que clama
contra el mal”, sigue argumentando Simone Weil en su libro “La persona y lo sagrado“.
Es precisamente ese fondo
insobornable, que conduce a algunos hombres a levantarse contra la injusticia
de la ley, en situaciones extremas, en las que arriesga en ello su vida y que
nos unifica a todos como criaturas, el que permite el trato con todo aquello
que es diferente a nosotros, que está en otro nivel de nuestra propia realidad.
Ese fondo, tan próximo al amor, es el que creo moviliza el corazón de todas
aquellas personas que cuidan —por parentesco o por convicciones— a las personas
que sufren enfermedades mentales graves. Respetémoslas.
MARÍA LUISA MAILLARD
Las ilustraciones de este artículo corresponden a “The Uncomfortable", “lo incómodo”; añadiría yo, “lo absurdo”. Se trata de una colección de objetos cotidianos deliberadamente inconvenientes, creados por la arquitecta ateniense Katerina Kamprani. Para Katerina, rediseñar todos estos objetos cotidianos haciéndolos incómodos o hasta desagradables de utilizar, no es una venganza, sino un estudio útil del uso de los objetos que nos rodean en el día a día. Como ella misma dice: “Mi objetivo es deconstruir el lenguaje de diseño invisible de los objetos cotidianos simples y modificar sus propiedades fundamentales para sorprenderte y hacerte reír. Pero también, para ayudarte a apreciar la complejidad y profundidad de las interacciones con los objetos más simples que nos rodean. Este proyecto todavía en curso puedes seguirlo en la página web de Katerina.
WEB DE KATERINA KAMPRANI - KKSTUDIO.
https://www.theuncomfortable.com/
LA GRAN SULTANA
DOÑA CATALINA DE OVIEDO
NURIA ALKORTA
El enunciado de este título, por un lado, nos presenta
a este maravilloso personaje cervantino ―nos
habla de su identidad y de su circunstancia―
y, por otro, también sugiere su conflicto personal y el asunto principal de
esta «comedia de cautivos».
El autor, Miguel de Cervantes, incluyó esta obra tardía
en la recopilación que hizo de su teatro en 1615 ―bajo
el título Ocho comedias y ocho entremeses
nuevos nunca representados― como Comedia famosa intitulada La gran sultana doña
Catalina de Oviedo.
El primer aspecto que quiero resaltar ―aunque
obvio, no menos relevante― es el papel central que en
La gran sultana Cervantes otorga a
una mujer: una joven castellana de unos diecisiete años, una cristiana cautiva
en el harén del Gran Sultán otomano en Constantinopla. El tema del cautiverio ―que
el autor sufrió en sus propias carnes en Argel y que reprodujo en varias de sus
obras―
cobra aquí su máxima expresión por medio de ella.
Aun con un estilo ligero propio del género cómico, la
obra muestra los rigores de la esclavitud en uno de los principales destinos de
la trata de personas en el siglo XVII: Constantinopla, capital del Imperio
Otomano. En esta comedia Cervantes representa una abigarrada mezcla de personas
de distintas procedencias, estatus y religiones que coexisten en una situación
fundamentalmente injusta y peligrosa donde la vida de unos (los cautivos) está
a merced de los otros (su amo y sus servidores). En la cúspide de esa jerarquía
de dominio absoluto se erige el Gran Turco. Pero a diferencia de los demás
personajes masculinos cautivos, el personaje de Catalina es además víctima del
comercio humano y, luego, de la esclavitud en el harén del sultán. En su caso,
como en el de muchas de aquellas cristianas cautivas, el sometimiento sexual del
cuerpo y de su capacidad reproductora también implicaba un grave problema de
conciencia. Tal es el supuesto que plantea la obra.
El «caso» del personaje ―con
su subjetividad y circunstancia concreta―
puede también relacionarse, salvando las distancias, con el posible problema de
conciencia de su autor en la España de comienzos del siglo XVII bajo el reinado
de Felipe III. Sin duda, por un lado, las penalidades y los conflictos morales de
doña Catalina de Oviedo pueden referirse a la difícil supervivencia de Miguel
de Cervantes y tantos otros como él en el cautiverio argelino, pero, por otro
lado, pueden expresar los problemas de conciencia del autor, ya de vuelta a la
patria, respecto a la acuciante situación española en el tablero político del Mediterráneo
y ―relacionado
con ello― a
la difícil realidad de los moriscos en España que, como sabemos, se saldó con su
expulsión forzada iniciada en 1609. Para el eminente profesor de Harvard
Francisco Márquez Villanueva ―fallecido en 2013 y a
quien aquí recuerdo con cariño y admiración―
la «utopía» cervantina de La gran sultana
podría sugerir la posibilidad de normalizar los matrimonios mixtos entre
moriscos y cristianos como una vía de convivencia y cohesión nacional.
Pero vayamos a los hechos del argumento de la obra. Cervantes
ambienta esta peculiar comedia de cautivos en torno a 1607 o 1608. Para ello compone
un variopinto mosaico de escenas que transcurren en la corte del gran sultán Amurates
y los alrededores de su serrallo de Constantinopla, y en las que interactúan cautivos
cristianos de distintas procedencias (la mayor parte de ellos parecen ser renegados),
eunucos del harén, espías mercenarios y judíos, el Gran Turco y su Gran Cadí (máximo
juez y líder religioso musulmán) junto a varios altos dignatarios de la corte
otomana y un embajador persa. El primer plano de los personajes cervantinos se
superpone a un fondo que muestra la gran política euroasiática de principios
del siglo XVII y en el que también podemos divisar la corte española y su rey,
Felipe III.
La obra comienza con la voz de alarma del eunuco Mamí cuando
descubre en el harén a una esclava llamada Zoraida (Catalina), quien ha estado escondida
durante siete años gracias a la ayuda del otro eunuco, el cristiano renegado
Rustán. Alertado de tal traición ―pecado,
según la ley mahometana― y advertido de la
belleza sin igual de la esclava, Amurates quiere verla e inmediatamente cae
rendido ante la joven. Haciendo gala de gran inteligencia y de una
determinación inusitada, antes de entregarse al sultán, Zoraida-Catalina exige
unas condiciones y ―de modo absolutamente
inusual― el
joven sultán las acepta de buen grado. Estas peticiones se refieren fundamentalmente
a su libertad individual y son: recuperar y usar su verdadero nombre (Catalina
de Oviedo), asegurar su libertad religiosa y de culto reuniéndose con otros
cristianos, vestir en público a la española, convertirse en esposa legal del
sultán, perdonar la vida a los dos eunucos y otorgar diversas mercedes a otros
cautivos. En el tercer acto Rustán dice asombrado: «¡Extraño caso es este! /
Ámala [el sultán] tiernamente; / su voluntad se rige / por la de la cristiana».
Silvia Marsó en La gran sultana, bajo la dirección de Adolfo Marsillac CNTC, 1992 |
La principal línea de acción de esta utopía histórica
y teatral se desarrolla según discurre el curso de la negociación entre
Amurates y Catalina y, por ello, tiene que ver con el ardiente deseo del sultán
que todo lo allana y los conflictos de conciencia de nuestra protagonista, pues
ninguna de las excepciones otorgadas por el sultán a la joven esclava alivia la
situación de pecado mortal que en la época suponía para una cristiana católica
amancebarse o, incluso, contraer matrimonio con un musulmán. Puesto que siendo
esclava no puede impedir las demandas del sultán, Catalina decide mantenerse firme
en sus creencias: «No triunfará el inhumano / del alma; del cuerpo, sí, /
caduco, frágil y vano». Su protector y confidente Rustán persuade a la joven:
Si pudieras huir
dél;
te lo hubiera
aconsejado;
mas cuando la
fuerza va
contra razón y
derecho,
no está el pecado
en el hecho,
si en la voluntad
no está:
condénanos la
intención
o nos salva en
cuanto hacemos.
Entre tantos otros, el ejemplo de Rustán muestra la
proverbial humanidad de los personajes cervantinos, alejados del rigorismo y siempre
propensos a la comprensión de las circunstancias de cada acto humano. Por otro
lado, aun sin renunciar a su potestad, el joven sultán Amurates también da
muestra de prudencia cuando replica a Catalina: «No quiero gustos por fuerza /
de gran poder conquistados: / que nunca son bien logrados / los que se toman
por fuerza». En efecto, en su comedia, Cervantes idea un «extraño caso».
Amurates y Catalina ―cada
cual en un extremo del conflicto―
sufren a su vez y por separado las presiones y el juicio del Gran Visir y,
luego, del padre de la joven. La determinación de los dos jóvenes debe vencer
los impedimentos y restricciones de la costumbre y la religión musulmana y
cristiana. Si para el Visir supone una amenaza la libertad religiosa de la
nueva sultana así como su preeminencia en el harén como única madre de los futuros
herederos ―rompiendo la costumbre y el ordenamiento
sucesorio que determinaba que cada concubina solo diera un hijo al sultán―,
para el padre de doña Catalina ―un viejo hidalgo hecho cautivo,
aparecido de improviso como «sastre» en la trama de la comedia―
es una deshonra ver a su hija como concubina de un moro.
En la escena de gran tensión dramática del
reconocimiento entre el padre y la hija, cuando este toma medidas a Catalina para
confeccionarle un vestido a la española, el sastre se dirige a la sultana
diciendo con velada intención: «Venid acá, buena alhaja; / tomaros he la
medida, / que fuera más bien medida / a ser vuestra mortaja». A continuación,
el anciano profiere amenazas más claras de muerte y, como consecuencia,
Catalina cae desvanecida: «¡No más, padre, que no puedo / sufrir la
reprehensión; / que me falta el corazón / y me desmayo de miedo!». El sultán ignora
la identidad del sastre y le manda apresar de inmediato para que lo ajusticien
con tormento. Catalina vuelve en sí y con su intercesión logra liberar a su
padre de la muerte, a quien el sultán ordenará colmar de «pompa y aparato» en
su nuevo alojamiento en la Judería: es decir, el personaje del padre representa
la figura de autoridad cristiana que se contrapone a la del Visir, figura de autoridad
musulmana. La utopía cervantina protagonizada por dos jóvenes triunfa sobre la
autoridad y costumbre de los viejos.
La gran sultana, montaje del Centro Nacional de Teatro Clásico, 1992 |
Se suele identificar el personaje cervantino del
sultán Amurates de la comedia con el histórico Murad III, quien rigió el
imperio otomano entre 1574 y 1595. De tal modo, el personaje de la gran sultana
doña Catalina de Oviedo, podría estar inspirado en la histórica Safiye Sultán:
una esclava cristiana ortodoxa de origen albanés, quien se convirtió en esposa
legal de Murad y en madre de su heredero, con quien el sultán mantuvo una
relación monógama durante varios años ―como
ya se ha dicho― desviándose de la costumbre y los usos
sucesorios en el harén de la dinastía Osmanlí. En suma, la obra se ambienta en
una época conocida como «sultanato de las mujeres» por el poder que ostentaron
las esposas legales y madres reales en la corte otomana entre los siglos XVI y
XVIII.
Una línea secundaria de acción se entrelaza con la principal
de la gran sultana doña Catalina. Está protagonizada por una pareja de
enamorados transilvanos (rumanos) llamados Clara y Alberto, también cautivos en
el harén donde se les conoce como Zaida y Zelinda. Durante varios años de
cautiverio han logrado disimular su amor y la verdadera identidad de Alberto
(travestido de mujer); hasta que una vez consumado el matrimonio con Catalina y
siguiendo la petición del Gran Visir, Amurates busca una nueva concubina y
elige a Alberto-Zelinda. Clara-Zaida pide clemencia a la sultana y confiesa que
está embarazada de Alberto. Doña Catalina intercede para impedir el
descubrimiento de la profanación del harén (que les hubiera costado la muerte)
y para exigir a su esposo fidelidad, pues, según anuncia, espera darle más hijos
además del que lleva en sus entrañas desde hace tres meses. Como vemos, la
ficción se trenza con la realidad en el personaje cervantino de la Gran Sultana
doña Catalina.
Nunca he visto una representación de La gran sultana. La obra ha estado ausente
de los escenarios a lo largo de algo más de cuatrocientos años salvo la versión
«multicultural» de un espectáculo dirigido en 1992 por Adolfo Marsillach para
la Compañía Nacional de Teatro Clásico y protagonizado por la actriz Silvia
Marsó en el papel principal de doña Catalina. También veo que más recientemente,
en 2011, el Teatre Garou representó un nuevo espectáculo de la obra, adaptada
por Mavi Pastor, en el CCC L´Escorxador de Elche. Sirvan estas líneas para
invitar a dar voz y cuerpo a la Gran Sultana cervantina en nuevos espectáculos.
NURIA ALKORTA
IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LA LECTURA
18. DIFERENTES TIPOS DE
LECTURA
LIBROS RELIGIOSOS
La
religiosidad que, tradicionalmente, se ha fomentado en las mujeres se traduce,
en la pintura, en una multiplicación de las imágenes de mujeres leyendo libros
religiosos.
En
contradicción con las dificultades que las mujeres han tenido para leer, se ha hecho
una excepción con los libros religiosos y ha habido una incitación a su
lectura. Con los libros religiosos se ha producido, muy tempranamente, una
excepción a la desconfianza de la lectura femenina por parte de padres, maridos
y confesores.
Friedrich Van Amerlich, Austria (1803-1887) Lost in her dreams, (Perdido en sus sueños), 1835 Liechtenstein Museum, Viena |
No
hace falta llegar al siglo XIX para encontrar retratos de mujeres con libros
religiosos. Con la Reforma de Lutero, a comienzos del XVI, la lectura se
acrecienta por Europa. Frente a la norma del papado de que sean solo los
sacerdotes los que lean e interpreten la sagrada escritura, Lutero defendió la
lectura directa de la Biblia para todos los creyentes. Esto produjo una enorme
extensión de la instrucción básica de la población en los países protestantes
ya que todos, hombres y mujeres, debían ser capaces de leer los textos
religiosos.
El
hábito de leer la Biblia explica las elevadas tasas de alfabetización femenina
en los países que adoptaron la Reforma, mientras que los países católicos,
mayoritariamente las regiones del sur de Europa, presentan hasta bien entrado
el siglo XX unas tasas muy elevadas de analfabetismo femenino. La lectura de la
Biblia es el tema que encontramos frecuentemente en retratos de mujeres leyendo
en los países del norte de Europa.
Marianne Stokes, Austria y Reino Unido (1855-1927) Candlemas day (Día de la Candelaria), c.1901 Tate Britain, Reino Unido |
Aunque
las tasas de alfabetización femenina sean más bajas, en los países católicos
proliferan los libros religiosos con recomendaciones de piedad, obediencia y
silencio, como virtudes femeninas. Se reitera en ellos la idea de superioridad
de los hombres, de la autoridad del marido y de la obediencia de las mujeres.
Los
evangelios, la historia sagrada o las vidas de los santos, han sido por años
lectura recomendada para las mujeres. Creemos que, en muchos de los retratos de
mujeres leyendo que hemos encontrado, se trata de estos devocionarios o
misales.
Stuart G. Davis, Rerino Unido (1890-1905) A good book (Un buen libro), c.1860-70 Colección particular |
¿Como
podemos saber que son libros religiosos los que aparecen en un retrato? Por
supuesto que son suposiciones. Para decir que las mujeres de estos retratos
leen un libro religioso nos hemos dejado influir por el contexto y nos hemos
permitido una cierta imaginación acerca de quién es la lectora, dónde y cómo
posaba para su retrato. Y aunque se encuentran desde el Renacimiento retratos
de mujeres con libros religiosos, aquí nos limitaremos a obras de la misma
época en la que presentamos diferentes tipos de lectura, el siglo XIX y
comienzos del XX.
Marie Spartalli Stillman, Reino Unido (1844-1927) Beatrice, 1896 Delaware Art Museum, Wilimington, Estados Unidos |
Hemos
encontrado numerosas imágenes de mujeres que “parecen” estar leyendo libros
religiosos, ya que los artistas impregnan de espiritualidad los retratos de las
mujeres que nos presentan. No podemos saber lo que están leyendo, pero lo
imaginamos. Algunos de estos retratos están tan cargados de sentimentalidad que
más parecen querer acreditar la bondad y la inocencia de la joven que cualquier
otro aspecto de la protagonista.
James Sant, Reino Unido (1820-1916) La novicia, 1856 Harris Museum, Preston, Lancashire, Inglaterra |
España
no es una excepción a esa costumbre de retratar a las mujeres con un
devocionario y hemos encontrado hasta seis ejemplos de uno de los pintores más
singulares del cambio de siglo, Julio Romero de Torres, en los que creemos
adivinar que el libro que se pone en manos de estas mujeres son misales o
devocionarios.
Julio Romero de Torres, España (1874-1930) Mujer en oración, 1910 Real Academis de San Fernando, Madrid, España |
INÉS ALBERDI
LLORAR EN
MADRID
NATALIA
VELASCO
El
jueves, al salir de trabajar, me dirigí a la academia de matemáticas Kumon para
entregar los cuadernillos que había hecho mi hijo la última semana. La ola de
calor azotaba la ciudad a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la
tarde y todo mi ser fue impregnándose poco a poco de dolor: el dolor que a mi
hijo le produce hacer los ejercicios de Kumom, a pesar de no emplear más de 15
minutos en dicha tarea; el dolor que me produce a mí invitarle incesantemente a
que los haga con amor, sin recelo, con la suavidad con la que nos tomamos un
chupachús o una caña, porque los beneficios que le van a reportar cuadruplican
el esfuerzo; el dolor de mis rodillas que me dejan avanzar con dificultad y que
se vuelve omnipresente; el dolor del planeta cansado de nuestro desdén que echa
fuego por el asfalto de las ciudades. Con
todo ese dolor a mis espaldas, me senté en una terraza para descansar y
refrescarme y esperar a que la profesora preparara más cuadernillos para mi
hijo, más dolor, en definitiva. Y es que no se puede forzar el amor por el
aprendizaje. Ni puede forzarse ni puede prohibirse. Forzar y prohibir abocan a la opción contraria
a la deseada. Así pasó conmigo. Mi padre no podía verme estudiar, ni hacer
deberes, ni leer. No le gustaba. Recuerdo estar sentada en el suelo en mi
habitación, recostada contra el lateral de la cama en las tórridas tardes de
agosto apurando la lectura de Los renglones torcidos de Dios, llorando a moco
tendido, y a mi padre irrumpir en la habitación y exclamar: “¡no solo pierde el
tiempo leyendo, sino que además sufre haciéndolo!”. “¿Se puede ser más tonta?”,
“¡vamos!”,”¡a comer he dicho!”. En realidad, mi padre, inteligente como es,
sabía que quien lee mucho no se conforma con vender filetes de cerdo en una
carnicería o con recoger paquetes de paja en los amarillentos campos de Castilla.
Con razón intuía mi padre que los libros alejarían a sus hijos de la
servidumbre del campo y, por lo tanto, de su sueño de convertirse en señor de
una vasta hacienda que gobernara con autoridad y celo. Razón no le faltaba, tres de sus cuatro hijos
fueron a la universidad y el único que se dedicó a las labores del campo, no le
dirige la palabra.
Dos mujeres en un café, Ernst Ludwig Kichner |
Yo solo
tengo un hijo y me está pasando lo mismo que a mi padre, pero al contrario: las
baldosas de la universidad no sentirán las pisadas de Kosta, ni a él acudirán
la emoción y el temblor que encierran las paredes de los campus universitarios.
Dos sueños frustrados con horizontes distintos y una misma forma de proceder.
¿Acaso me estaré equivocando?
Enredada en
esos pensamientos andaba yo, sorbiendo recuerdos y cerveza cuando empecé a
llorar, quedamente, sin otro afán que el descanso que proporciona la tristeza
que fluye del alma por los ojos. Era un
llanto libre, sereno, que daba salida a mi desazón y me aliviaba. Una mujer
buscaba dónde sentarse y se fijó en mí. Posó sus delicados ojos azules sobre mi
rostro y con discreción afirmó: “¡no corre el aire en ningún sitio!”. Yo seguía
llorando y ella seguía mirándome, precavida, con la mirada tendida, alerta y
llena de discreción. “¿Estás bien?, me preguntó. “Sí”, le contesté, “bueno,
estoy llorando”. Entonces se acercó a mi mesa, la invité a sentarse y se sentó.
Era menuda; sus ojos, todo mar y horizonte, azules hasta el infinito, sabían
arroparte como hace una madre en los duros días de invierno. Pilar tenía el
pelo corto y rubio, a lo garçon y el movimiento de sus manos destilaba
confetis de paz. Me contó que hacía un mes que se había jubilado y que, desde
entonces, todos los días bajaba a las cinco de la tarde a tomar un café. Su
marido ludópata, su nieta de cinco años, su sentimiento de libertad y mis
recuerdos, se trenzaron como espigas y se apagó el llanto.
Dos meses atrás,
había leído un artículo en El País. Un anciano jubilado relataba cómo cada día durante
ocho meses, lloraba por las calles de Barcelona la pérdida de su amada y cómo
ningún día de esos ocho meses, había encontrado una mirada amiga que recogiera
su llanto. Pensé en él, en el consuelo que le habría proporcionado una Pilar,
un Jordi. Pensé en él y en mi ciudad, en lo distinto que había sido para mí
llorar en Madrid.
NATALIA
VELASCOMadrid,
Julio 2022
CORRUPCIÓN
ISABEL BANDRÉS
Corrupción,
purulencia, putrefacción, perversión, hedor, degradación y muerte. La
corrupción, y en especial la política, a mí me evoca, sobre todo, a la muerte. Muerte
social y económica de los ciudadanos pertenecientes a las clases más
desfavorecidas que se quedan sin unos servicios públicos de calidad y sin
suficientes ayudas económicas que les permitan vivir dignamente. Y muerte de
quienes ejercen la corrupción en sus múltiples facetas porque renuncian a su
humanidad dejándose conducir por la avaricia, la soberbia, la envidia y, en
definitiva, por el más miserable de los instintos: la destrucción del otro.
La
corrupción política forma parte de nuestra historia, pero quedémonos con los
ejemplos más cercanos en el tiempo. “La corrupción ha formado parte de la
política española durante el último siglo y medio”, afirma el historiador Paul Preston
en el prólogo de La España corrupta. De la Restauración a nuestros días,
1875-2016, de Jaume Muñoz Jofre, discípulo de Preston. En 1935 los
escándalos de corrupción del Partido Radical de Lerroux provocaron la caída del
Gobierno. Más adelante, en la época de la dictadura, Franco utilizó la
corrupción para mantenerse en el poder y controlar a sus cercanos. “Pese,
señala Preston, a su hipócrita política retórica contra los criminales económicos
(…). Después, ya en la democracia, España ha cambiado mucho y para bien, pero el
ritmo incesante con el que se destapan casos de corrupción en los últimos años no
ayudan a generar un clima de confianza con la actual clase política".
Los
españoles tenemos la percepción de que la corrupción de nuestros políticos es
muy alta. Ocupamos el puesto 34 de 180 países en las encuestas sobre la
corrupción, muy lejos de países como Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda seguidos
de Suecia, Noruega y Singapur donde sus ciudadanos apenas perciben que exista corrupción
entre sus políticos. FILESA, MATESA, AVE, PUNICA, ERES, Gürtel, Malaya, Fondos
reservados, Palau … son el recuerdo de que miles de millones han sido desviados
a paraísos fiscales o han servido para engrasar la maquinaria de los partidos
políticos. Muchos han pagado con la cárcel y con su patrimonio gracias a la
labor de la judicatura que no lo ha tenido fácil. Todos recordamos a Mercedes
Alaya (ERES), a José Ricardo Prada y Julio de Diego (Gürtel) que fueron
machacados por una jauría compuesta por políticos, ciudadanos y medios de
comunicación cargados de razones tan banales como falsas. Y es que, en nuestro
país, sentimos admiración por los pícaros y por los bandoleros. Nuestra mejor
literatura lo avala. Siempre tenemos un gesto de compresión y simpatía para
aquellos delincuentes pertenecientes al partido político que votamos. Ah, esos
compañeros listos, inteligentes y esforzados perseguidos por unos jueces
venales y corrompidos hasta el tuétano. Y a pesar de todo, la judicatura pudo,
en muchos casos, hacer su trabajo y la ciudadanía hizo el suyo alejando del
poder a los partidos manchados por la corrupción: al PSOE con González en 1996,
al PP con Casado en 2019, el PP perdió la autonomía de Valencia y el PSOE fue
vencido en Andalucía.
Pero
hay, además, que admitir que nuestra legislación permite muchas veces casos de
corrupción. Un ejemplo: en una ciudad europea media de menos de 500.000
habitantes, perteneciente a un país con bajo nivel de corrupción, puede haber —incluyendo
al alcalde—, dos o tres personas cuyo sueldo depende del partido que gane las
elecciones. En España, eso no sucede, hay barra libre. El partido vencedor puede
nombrar multitud de altos cargos y asesores sin cortapisas. La Central Sindical
Independiente de Funcionarios (CSIF), estima que existen un total de 20.000
asesores de libre designación en las Autonomías, Diputaciones y Ayuntamientos que
le cuestan al Estado 1.000 millones al año (aquí no se contabilizan los 383
asesores que tiene el Gobierno Central). Ante el secretismo del que gozan estos
nombramientos, el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno se ha manifestado a
favor de que se hagan públicos los nombres, currículos y salarios de estos
asesores. El Gobierno entiende que al no hacerlo les protege. ¿De qué, de
quién? ¿De sentir vergüenza de sí mismos? No se sabe. Quizá, si se limitasen
por ley el número de asesores y si su contratación fuese transparente, los
políticos gozasen de un mayor crédito entre nosotros.
Pero
hay algo peor que la corrupción económica y es la corrupción política que la
hace posible. Las oligarquías políticas junto con las mediáticas y las
económicas, tanto de derechas como de izquierdas, no quieren perder sus parcelas
de poder y se niegan a hacer cualquier cambio de calado que consideren
perjudicial para sus intereses. Las reformas que cambiarían realmente y para bien
la democracia (listas abiertas, mayor separación de poderes, transparencia,
reorganización de la administración, financiación de los partidos…), se dejan dormir
sine die. Nuestros gobernantes se quedan en la anécdota, en el cortoplacismo
y el tacticismo político. Se ponen tiritas y se barre la basura bajo la
alfombra allí donde se necesitan cirugía y desinfección.
Sin
embargo, debemos admitir que la democracia es lo mejor que nos ha pasado. La
verificación de la corrupción que malogra la convivencia y frustra tantas
posibilidades sociales, no debe obstruir la búsqueda de salidas alternativas
para una convivencia democrática de mayor calidad. Hay países en los que ya
existe una mayor preocupación ética por el ejercicio del poder. La corrupción
política y la avaricia de las oligarquías no son inalterables. Contra esas
lacras están la reflexión, la crítica no partidista, el ejercicio responsable
del voto ejercido como castigo y la exigencia de la ciudadanía de unos mayores
controles y transparencia en la gestión. No normalicemos ni banalicemos la
palabra corrupción y démosle su auténtico significado. Viene del latín corruptio
y es la acción de destruir, o alterar globalmente por putrefacción; también es
la acción de dañar, sobornar o pervertir a alguien. No, no es algo trivial.
Hagamos
nuestras las palabras de Emilio Lledó en Identidad y amistad: “La
democracia es una forma de vida, una armonización en el vivir, una conformación
de la existencia humana. Una conformación, pero no un conformismo. Si hay un
aspecto determinante del concepto ‘democracia’ es el inconformismo, la no
aceptación de un poder que la tradición, los intereses de distintas formas de oligarquías,
los fanatismos religiosos y las inercias mentales se hubieran impuesto sobre
los individuos”.
ISABEL BANDRÉS
ESTAR EN SU SITIO
ROSA MASCARELL
DAUDER
De
vez en cuando necesitamos movernos de sitio, estar fuera de lugar, pretender
ser quienes no somos, inventarnos, disfrazarnos... Según la filósofa francesa
Claire Marin, estas melodías inéditas son las que dan otra tonalidad a
lo cotidiano, aunque algo muy serio nos jugamos en estas sustituciones efímeras
y ésta es precisamente la fuerza del arte: Desplazarnos a un lugar que nunca
antes hemos ocupado nos descoloca, nos empuja a ponernos en otro sitio que no es
el nuestro, a vivir brevemente y sin riesgo otras vidas.
El
término que se usa en poética desde Aristóteles es catarsis. Si
recurrimos a la RAE, esta palabra griega (κάθαρσις
kátharsis) significa literalmente 'purga' o 'purificación' y entre los
antiguos griegos, purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna
impureza. Aristóteles, como sabemos, lo aplica al teatro para describir el efecto
purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la
compasión, el horror y otras emociones. Pero hay una definición más, la que
se aplica en biología y que se refiere a la expulsión espontánea o provocada
de sustancias nocivas al organismo. El organismo, tras la purga, sigue
siendo el mismo pero exento de sustancias nocivas. Pero para aplicar el
remedio, antes hay que averiguar qué nos hace daño y cómo curarnos. Parece que esto
es más fácil cuando pensamos en nuestro ser biológico y la medicina que cuando
nos referimos al cuerpo como construcción cultural e histórica.
Muchas de las sustancias tóxicas lo son en sentido figurado, vienen de eslóganes basados en el culto al cuerpo que nos impiden aceptar el nuestro porque no encaja en lo que se espera. No es fácil expulsar estas toxinas y aceptar el espacio que ocupamos, la manera en la que sentimos y disfrutamos o lloramos. Según Claire Marin, el cuerpo es un verdadero campo de batalla ocupado por otros deseos y otras proyecciones que no son las propias: “Sometidos a la brutalidad de los deseos de otro o a la autoridad de discursos científicos sesgados, algunos de nosotros experimentamos muy pronto el sentimiento de estar desposeídos de nuestra propia experiencia corporal. Mi cuerpo ya no es mi territorio, es algo anexo.” (Marin, 2022).
El
quid está en cómo combinar mi propio territorio, mi cuerpo con su propia música
y movimiento, con esas otras melodías inéditas sin evadirme enteramente,
volviendo a estar en mi sitio. El libro de Claire Marin, Être à sa place,
plantea este antiguo dilema con un lenguaje cuidado y poético al mismo tiempo
que dialoga y argumenta con y contra la tradición filosófica. Al fin y al cabo,
nuestra vida es la trama que se va urdiendo entre nuestro texto central y
nuestros márgenes, “no coincidimos nunca completamente con la narración de
nuestra vida, nos construimos bordando en los márgenes, en los espacios
vírgenes de la pagina” (Marin, 2022).
ROSA MASCARELL DAUDER
Claire
Marin (París, 1974), es Doctora en Filosofía por la Universidad de París
y miembro del Centro Internacional de Filosofía Francesa Contemporánea, trabaja
como profesora asociada de la escuela secundaria Ionesco en
Issy-les-Moulineaux. Debutó con la novela Hors de moi (2008) y su último
ensayo, Être à sa place (2022), reflexiona sobre los conceptos y temas
que fueron el germen de aquella novela: el deseo, el cuerpo, las disonancias,
el lugar, las derivas... Es una de las filósofas más reconocidas y leídas en
Francia ahora mismo. Su ensayo Rupture(s) (2019) vendió 50.000
ejemplares en el primer año y está también traducido al castellano (Rupturas,
2020).
MONSERRAT
TORRENT (1926…)
MARÍA
LUISA MAILLARD
La
concesión en el año 2021 del Premio Nacional de Música a Monserrat Torrent
contribuyó a proporcionar rostro y voz a una mujer excepcional, cuya larga
trayectoria no ha estado carente de reconocimientos y galardones, aunque fuera
una gran desconocida para la mayoría de los ciudadanos de este país. Nacida en
1926 en Barcelona, esta mujer de 95 años, que continúa activa recorriendo la
geografía nacional, allá donde haya un órgano que la reclame, ha sido el
artífice de la renovación de este instrumento, luchando no sólo contra la
decadencia en que se hallaba sumido tras la posguerra, sino contra una época
que consideraba que su ejecución era un territorio reservado a los varones.
En
su larga vida dedicada a la música, ha dado conciertos por todo el mundo, ha
bregado de forma incansable por la recuperación de órganos antiguos destruidos
en la guerra civil española, así como de numerosas partituras inéditas de
autores ibéricos, para lo que ha contado con la colaboración de la musicóloga
Ester Sala; ha creado una escuela de interpretación que ha inspirado a varias
generaciones de organistas y ha logrado llevar el órgano a los auditorios y las
salas de concierto.
Escucharla
en cualquiera de las entrevistas que ha concedido, es siempre una lección de
vida. Es una mujer alegre, sencilla y humilde, pero de fuertes convicciones.
Hace carne y vida una enseñanza que sus muchos alumnos no han olvidado. Para
tocar, mejor, acariciar un instrumento, hay que olvidarse del “ego” y ser fiel
a la música que se interpreta, transmitir emoción. Ella no parece tener un gran
“ego”. Se considera una humilde sierva de la música, a la que ha dedicado toda
su vida “con devoción y constancia”. Y es que está enamorada de la música y eso
es, en sus propias palabras, lo mejor que le puede pasar a alguien en este
mundo porque la música siempre te corresponde.
Fuente: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid |
No
se vanagloria de su éxito y, cuando le comunicaron que le habían concedido el
Premio Nacional de Música, pensó que era una broma, que como se lo iban a dar a
ella, que qué había hecho para merecerlo. Cuando llegó la carta oficial y
comprobó que era cierto, se limitó a comentar: “Bueno, me lo habrán dado por mi
edad. Habrán pensado: ¡que se vaya contenta de este mundo!”.
Es
consciente de su avanzada edad; pero no limita su actividad. “Si fuera un
desastre tocando, lo dejaría, dice, pero ¿por qué tengo que dejarlo solo por
ser mayor?”. Y sigue ensayando y tocando en silencio, a pesar de su sordera, no
solo como una forma de luchar contra el desprecio a la vejez y mostrar que no
es un periodo de la vida meramente vegetativo; sino porque ama la vida y
entiende que hay que aprovecharla al máximo porque nunca podremos repetir lo
que no hemos hecho. Solo se vive una vez. También sabe que la vida no son los
premios y las condecoraciones por lo que, aunque no se jacta de los que a lo
largo de su vida ha recibido; es agradecida y dice “que los guarda en un
relicario en su corazón, junto a los seres queridos que ya la han dejado”.
Cuando
se empeñó en reconstruir el órgano barroco de la iglesia de Sant Felipe Neri en
la década de los 60, lo que sigue considerando “la obra de su vida” y que
finalmente está a punto de ser finalizado en los Talleres de Blancafort, fundó
la Asociación “Amigos del órgano”. Iba pidiendo contribuciones de forma
personal, utilizando el nombre que ya había conquistado en la profesión, con la
finalidad de obtener donativos para el órgano. “No lo hacía por considerarme un
mito, solo era un anzuelo”, comenta ahora. No pudo lograr su objetivo en aquel
momento; pero la Fundación Monserrat Torrent, creada en 1920, finalmente está a
punto de completar su sueño.
La
biografía de Monserrat Torrent, que vamos a resumir aquí, también es un ejemplo
de vida y de superación. Nacida en Barcelona en 1926, sexta hija de siete
hermanos, mostró a edad temprana sus dotes para la música. Se inició en el
piano con su madre, Ángela Serra, discípula de Enrique Granados y a los siete
años ya daba conciertos por la radio. Llega la crueldad de la guerra que
recuerda con horror: las bombas, los milicianos buscando a su padre, sus
hermanos varones luchando en frentes opuestos… Pero también la terrible
circunstancia le mostró el dedo del destino, en sus propias palabras: “que la
vida está tejida por unos hilos mágicos”. La familia se había trasladado desde
Barcelona a Santa Coloma de Farners y había allí un órgano en la iglesia. La
mayoría de las veces se tocaba el instrumento de forma defectuosa; pero una vez
oyó una pieza que le mostró todas sus potencialidades. Decidió que ese sería su
instrumento.
Al
finalizar la guerra, emprende su camino, con la oposición inicial de su madre
que consideraba el órgano un instrumento muy inferior al piano, “una especie de
máquina”. Ya había iniciado sus estudios de música en la Academia Marshall
—antigua academia Granados— y en 1939 se matricula en el Conservatorio
Municipal de Música de Barcelona, teniendo como maestros a Blai Net y Carles
Pellicer y logrando el Premio de Honor a la finalización de sus estudios.
Becada por el Instituto Francés y la Fundación Juan March, se admira del sonido
de los órganos franceses y de las posibilidades de hondura del instrumento, en
Siena. A su regreso sigue perfeccionándose con Luigi Ferdinando Tagliavani,
Santiago Kastner y con el padre Gregorio Estrada del Monasterio de Monserrat.
Fuente: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid |
No
fueron fáciles sus inicios en la España de los años 50. Era “una chica que
tocaba de otro modo. ¡Cómo se atrevía!”. Recibía cartas encendidas, llenas de
comentarios despectivos, que, según recuerda ahora, la acomplejó como persona,
no por ser mujer porque no tenía en cuenta su situación de inferioridad debido
a su sexo. Sin embargo, siguió adelante y ya en 1958 inició una larga carrera
docente como catedrática de órgano del Centro Superior de Música de Barcelona
hasta el año de su jubilación en 1991. En 1974 accede a la cátedra de órgano,
recién creada en “Música en Compostela”. Dejó tras ella unas enseñanzas que
inspiraron a varias generaciones de organistas. Según sus alumnos, era una
profesora accesible y cercana; pero que inyectaba en vena la disciplina en sus
alumnos para luego extraer de ellos la emoción y el sentimiento. Siempre
predicaba con el ejemplo. Compaginaba la docencia con una labor de concertista,
que la condujo a las principales capitales europeas y latinoamericanas; y su
trabajo perseverante en la recuperación de órganos dañados y partituras
antiguas. La sordera total, fruto de un error médico, no la detuvo. Aprendió a
escuchar la música en el silencio, a ensayar e interpretar en el silencio.
Tenía ya la música en la cabeza.
Fuente: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid |
El 3 de enero de 1991, a los 64 años,
tiene la gran satisfacción de inaugurar el órgano de la Sala Sinfónica del
Auditorio Nacional de Madrid y en 1918 se reencuentra allí con sus alumnos en
el ciclo Bach Vermunt del Centro Nacional de Difusión Musical. A sus 95 años
sigue activa, acudiendo allí donde la reclaman, entre otras cosas, porque “dar
conciertos es una puerta abierta a la vida”. Acaba de finalizar la grabación de
la obra Facultad orgánica de Francisco
Correa de Arauxo, compositor e intérprete del siglo XVII, del que siempre se ha
encontrado muy próxima. En plan jocoso comenta que si en el otro mundo se
encontrase con Bach se arrodillaría ante él; pero a Correa lo abrazaría “porque
es humano. Es imperfecto, pero también sublime”.
MARÍA LUISA MAILLARD
A MONTSERRAT TORRENT
!!VALE LA PENA VERLA!!
https://www.youtube.com/watch?v=NcSLKgxUNew
POR UNA CLÍNICA (PO)ÉTICAMÁS ALLÁ DE LOS AMOS DE LA CIUDADROSARIO HERRERA GUIDO “En lo concerniente a
aquello de lo que se trata,a saber, lo que se
relaciona con el deseo,con sus arreos y su
desasosiego,la posición del poder,
cualquiera sea,en toda circunstancia, en
toda incidencia,histórica o no, siempre
fue la misma.¿Qué proclama Alejandro llegando a Persépolisal igual que Hitler a París?¾He venido a liberarlos de esto o de aquello.Lo esencial es lo siguienteContinúen trabajando. Que el trabajo no se detenga.Lo que quiere decir Que quede bien claroque en caso alguno es una ocasiónpara manifestar el más mínimo deseo”. Jacques Lacan, L’étique de la psychanalyse.
I
En este ensayo espero mostrar que el neologismo
(po)ética, una ética del deseo que abre la dimensión más vasta de la creación
que es la poética, permite poner a prueba una hipótesis de trabajo: “no hay
nada más opuesto al poder que el deseo”, es decir “no hay nada más opuesto al
poder que el psicoanálisis”. Y que gracias a que el deseo del analista
introduce la diferencia radical, permite que el sujeto rescate el goce
incestuoso perdido por el camino del deseo del Otro, más allá de los amos de la
ciudad. Una (a)puesta en compañía de Aristóteles, Martin Heidegger, Eugenio
Trías, Octavio Paz, Sigmund Freud y Jacques Lacan, entre otros.
II
Debido a la oposición radical del deseo al
poder y el poder al deseo, en función de la posesión del objeto del deseo en
disputa, el dominio de la polis, la cité, el Estado y actualmente —según
Eugenio Trías—, “el casino global”, los problemas éticos convergen en la
clínica psicoanalítica, tanto del lado del analizante como del analista. Por el
lado del analizante, debido al superyo,
que a más se somete el yo a sus exigencias, es cada vez más cruel. Con respecto
al analista, porque éste debe tratar con la moral patógena y la culpa del
analizante, además de los problemas éticos que surgen durante la dirección de
la cura.
Pero el analista no debe tratar de atenuar la
culpa ni desaparecerla como una ilusión neurótica. El analista debe tomar en
serio la culpa, pues el sujeto sólo la experimenta por haber traicionado su
deseo. Por tanto, el analista no debe alinearse a la moral civilizada, pues es
patógena; tampoco promover una moral libertina sadiana, que es más moral que la
moralina nietzscheana.
La clínica psicoanalítica exige una posición
(po)ética, opuesta al discurso del amo (las psicologías del yo, humanistas,
adaptacionistas o normativas). La clínica (po)ética del psicoanálisis más allá
del deseo de los amos de la ciudad, se resume en la pregunta de Lacan: “¿Has
actuado conforme al deseo que te habita?”. Una pregunta que contrasta con las
éticas de Aristóteles, Kant y otros filósofos.
Mientras las éticas del bien proponen diferentes bienes que compiten
entre sí para alcanzar el Bien Supremo, el psicoanálisis ve el Bien como un
obstáculo al deseo, pues rechaza los ideales de felicidad y salud (por
imposibles). Por ello el deseo del analista no es el bien ni la cura. El deseo del analista es no desear nada por y
en lugar del analizante, a lo sumo desear que el analizante devenga deseante y
primordialmente introducir la diferencia radical, para superar la alienación
primordial en el deseo del Otro.
Mientras la ética
clásica vincula el bien al placer (que introduce el hedonismo), la ética del
psicoanálisis revela la duplicidad del placer, dado que al desbordarse se
convierte en dolor y displacer (goce: Genuss
en el alemán de Freud, opuesto a Lust:
placer). La ética tradicional se pone al servicio de los bienes, el trabajo y
la seguridad material, aplazando el deseo: “Una parte del mundo está orientada
resueltamente en el servicio de los bienes, rechazando todo lo que concierne a
la relación del hombre con el deseo —es lo que se llama la perspectiva pos
revolucionaria. La única cosa que puede decirse, es que nadie parece darse
cuenta de que, al formular, así las cosas, no se hace más que perpetuar la
tradición eterna del poder Continúen trabajando, y en cuanto al deseo, esperen sentados [...]. En
esa tradición, el horizonte comunista no se distingue del de Creonte, del de la
ciudad, más que al suponer [...] que en el campo de los bienes, al servicio de
los cuales debemos colocarnos, pueda englobar en cierto momento todo el
universo” (Lacan, Le’
etique de la psychanalyse, París, Seuil, 1986: 378).
No hay más deseo que el de ser, bajo todas las significaciones posibles, y hasta imposibles. Donde bajo la cadena del significante del deseo se desliza el significado hasta el punto de capitón que abrocha por un instante el significante al significado evocando el deseo que cae tras el corte del discurso. De aquí la interpretación de Lacan del imperativo ético freudiano: Wo es war, soll Ich werden (“Donde era ello, debo ser yo”), que permite comprender que el estatuto de lo inconsciente no es ontológico sino ético: “—No hay otro bien más que el que puede servir para pagar el precio del acceso al deseo—, en la medida en que el deseo lo hemos definido en otro lado como la metonimia de nuestro ser. El arroyuelo donde se sitúa el deseo no es solamente la modulación de la cadena significante, sino lo que corre debajo de ella [...] lo que somos y también lo que no somos, nuestro ser y nuestro no-ser, lo que en el acto es significado, pasa de un significante a otro de la cadena, bajo todas las significaciones” (Lacan, Le’ etique de la psychanalyse, París, Seuil, 1986: 370-371).
ROSARIO HERRERA GUIDO
Ali
& Ava son dos adultos en la mediana edad. Él es paquistaní, propietario de
bienes raíces y apasionado de la música rock, electrónica y rap. Está atrapado
en una relación de pareja que no funciona y de la no sabe muy bien cómo salir.
Es un tipo bonachón y alegre, pero no carente de cierta melancolía. Ava es de
ascendencia irlandesa. Divorciada de su primer marido y viuda del segundo. Su
vida transcurre cuidando de su familia (hijos y nietos) y como profesora
auxiliar en una escuela de primaria. Le gusta la música folk y country. Es una
mujer amable y cálida a pesar de haber vivido un pasado doloroso. Ambos viven
en un suburbio olvidado de Inglaterra donde la comunidad está dividida por
estereotipos.
Los dos, tras un encuentro casual, comienzan una relación de
amistad que pronto se convertirá en algo más. El nexo de unión será su amor por
la música y la soledad que les pesa a pesar de estar rodeados de muchas
personas: familia, amigos, compañeros… La directora (Clio Barnard) construye dos personalidades
encantadoras con las que pronto nos encariñaremos. Poco a poco, nos va
desvelando las penas, alegrías y preocupaciones de unos protagonistas que
empiezan su relación con gustos musicales muy diferentes que irán acercando
mientras su relación va creciendo. Cosas del amor.
La película apunta, que
no desarrolla, temas duros: el racismo, la violencia de género, el alcoholismo,
las diferencias sociales… Pero, enseguida, vuelve a la comedia romántica
ocasionando, al menos en mí, decepción. Se
puede decir que la narración pertenece al realismo social inglés pero
atemperado. Incorpora varios géneros: drama social, melodrama y comedia
romántica. Y lo hace muy bien, evitando los clichés propios de cada uno de
ellos.
¿Me ha gustado está película?
Es
raro, pero Ali & Ava me gusta más ahora que la pienso que cuando la estaba
viendo. En la butaca del cine, estaba expectante. Esperando algo más que no
terminaba de llegar. Ahora, creo que quizá su encanto resida justamente en ese
tono suave, en esos personajes amables y que con eso es suficiente. Aunque, he
de confesar, que dejar de escuchar música electrónica a toda potencia ha
mejorado mucho mi opinión sobre la narración.
Resumiendo, una película que tiene muchas cosas buenas: la excelente actuación de Adheel Akhatar y Claire Rushbrook, el encanto que destila y la recreación del ambiente de barrio en el que trascurre. A pesar de todo, opino que está sobrevalorada. Hay demasiados altibajos en la narración. Las escenas llenas de buenos sentimientos y alegrías desbordadas me parecen, a veces, exageradas y poco reales. Me he sentido, en algunos momentos, defraudada por la superficialidad con que se abordan y solucionan temas de gran calado, como el del racismo. Tengo la sensación que la directora ha evitado a toda costa entrar en cuestiones que están presentes, pero que podrían estropear la atmosfera afable en la que trascurre la película. En fin, un film que se recuerda con afecto y se ve con frustración.
SHARON KOVACS es una mujer enigma con voz de Soul. Recuerda
tanto a Amy Winehouse que, si cerramos los ojos en “50 shades of black”, no sabremos
a cuál de las dos estamos escuchando. El caso es que Sharon Kovacs es holandesa,
nacida en 1990. Estudió en el Rock City Institute, una academia de música “tan
audaz, que casi olvidarás que es una escuela”, eso dicen en su web. Su primer
trabajo, precisamente “Shades of black” es de 2015 y llegó a las listas de
éxitos en nada menos que 36 países, siendo top en Alemania y Grecia y llegando
al número uno en su holandesa tierra. A partir de entonces… No voy a aburriros,
mejor visitad su web oficial donde podréis escuchar la maravillosa “Fragile”, que canta
metida dentro de una bañera. Aviso: nada que ver con mi idolatrada Melody Gardot
en “Baby I`m a fool”; la bañera de Kovacs es, digamos… otra cosa. En su web hay
colgados algunos de sus trabajos: “Chap smeal”, “Black spider”, Bang Bang”, “Not
scared of giants” o “Tutti frutti tequila”. Y en Youtube encontraréis
algunos de sus mejores vídeos, que merecen ser vistos con las puertas de
la mente abiertas. S.T.
https://www.youtube.com/watch?v=sJJSzECNtQs
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