LAS
COLABORADORAS DE ESTE BLOG
¡¡LE DESEAN UNAS MUY FELICES NAVIDADES!!
Y
HABLANDO DE COLABORADORAS…
Damos
nuestra más calurosa bienvenida a este blog a Asunción Valdés Nicolau, a quien
tuvimos la fortuna de conocer cuando pergeñaba lo que más tarde sería su
estupenda y completísima biografía sobre Carmen de Burgos, REVIVIR, La nueva
Carmen de Burgos, que verá la luz muy pronto. Asunción es, por encima de todo
“periodista de raza” y su fulgurante carrera así lo demuestra: Directora de la
Oficina del Parlamento Europeo en España; Directora de Relaciones con los
Medios de Comunicación Social de La Casa de Su Majestad el Rey; Directora
General de la Fundación Euroamérica y Directora General de Relaciones Externas
de Editorial Prensa Ibérica. Estamos más que seguras de que Asunción Valdés nos
enriquecerá a todos con su pluma.
NAVIDADES CON COLOMBINE
ASUNCIÓN VALDÉS
Me gusta estrenarme en el selecto
Blog de la AMMU con noticias positivas. Porque eso fue la Navidad: la buena
nueva del nacimiento del Niño Dios. Empecé probando suerte con el sorteo del
jueves, 22 de diciembre. ¡Por primera vez Carmen de Burgos era reconocida
oficialmente como miembro de la Generación del 98! ¡Su efigie y su firma
aparecían en el mágico billete de Loterías del Estado! ¿Qué había ocurrido para
que, tras décadas ignorándola, la Biblioteca Nacional de España la incluyera?
Pues que en el último trimestre de 2022 se cumplieron noventa años de su muerte
—el 9 de octubre—, y el 10 de diciembre, ciento cincuenta y cinco de su
nacimiento.
En una campaña de esas dos
instituciones dedicada a ilustres intelectuales noventayochistas tenía que
figurar la maestra, periodista y escritora almeriense que sufrió con los
vencidos el final del Imperio español. Ahí están Pío Baroja, Antonio Machado,
Unamuno, Azorín, Valle-Inclán, Blasco Ibáñez y Ángel Ganivet. Carmen es la
única mujer que aparece en los décimos de los jueves, desde este mes hasta
enero de 2023. ¡Ya era hora! Un amigo catedrático de Geografía e Historia me
dijo al saberlo: “gracias por descubrirme a tan desconocida señora”.
Biblioteca Nacional de España y Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado |
Estos días he recibido otra noticia
estupenda. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de
Alicante comienza su felicitación navideña con Colombine, el seudónimo
más famoso de la andaluza universal. !Qué buena idea, cocinar con Carmen de
Burgos unos almendrados navideños sacados de su libro ¿Quiere usted comer
bien? ! Otra magnífica idea es seguir sus consejos para poner la mesa
perfecta en celebraciones especiales como la Nochebuena.
Lo increíble es que en 1949 el
editor barcelonés Ramón Sopena tuvo que pedir permiso a la censura franquista
para publicar de nuevo esa obra. Su autora, fallecida en 1932, ¡Fue perseguida
después de muerta por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y
el Comunismo! De ahí que cayera en el olvido durante décadas. Primero fue la damnatio
memoriae. Después el miedo. ¡Cualquiera se atrevía a reivindicarla!
Cuando vivía en Madrid, su sueldo
exiguo de profesora le hizo buscar nuevas fuentes de ingresos. Se lanzó a
traducir grandes éxitos de las letras y a adaptar manuales prácticos que
triunfaban en el extranjero. Además, Carmen de Burgos, quería sacar de la
monotonía a las postradas españolas. Llevó sus ideas regeneracionistas a la
cocina. Porque se podía ser defensora a ultranza de los derechos de la mujer y
buena ama de casa, aprendiendo economía doméstica, nutrición, higiene y
decoración; conocimientos para lograr autonomía en la vida. Además, Carmen
trufaba sus libros con notas cultas de la historia de la gastronomía o del
vestido, si escribía sobre belleza o cosmética. ¡Erudición hasta en la despensa
y el tocador!
La felicitación navideña de la BVMC
(Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes) sigue con otra faceta de Colombine:
viajar para traer a España las reformas de los países más avanzados; por
ejemplo, la ley del divorcio y el sufragio femenino. Con becas de la Junta de
Ampliación de Estudios y de Investigaciones Científicas, Carmen recorrió Europa
y América, como atestiguan sus excelentes crónicas periodísticas o sus libros Peregrinaciones,
Cartas sin destinatario o Mis viajes por Europa.
Siento gran satisfacción al recordar
que fui quien sugirió a Roberto Cermeño, presidente de la Agrupación Carmen de
Burgos del Ateneo de Madrid, que cediera su extenso archivo particular a la
BVMC. Lo cuento en mi libro REVIVIR, La nueva Carmen de Burgos, próximo
a aparecer. Biografía que nació gracias al impulso impagable de Inés Alberdi,
María Luisa Maillard y Susi Trillo. A las tres, de nuevo, muchísimas gracias.
Retrato de Carmen de Burgos de Lucie Geffré (2022). Galería de Retratos del Ateneo de Madrid |
Por cierto, lectores del Blog AMMU,
no dejéis de ir a la docta casa de la madrileña calle del Prado. Desde el 16 de
diciembre, Colombine está donde le corresponde, en la Galería de Retratos, un
mosaico de la Historia de España en el que hasta hace poco parecía que escribían solo
los hombres, con una excepción: Emilia Pardo Bazán ha estado sola un siglo
entre más de cien señores uniformados o vestidos de negro.
En 2021 empezaron a llegar Clara
Campoamor, Carmen Laforet, Almudena Grandes y ahora, del pincel de la joven
anglo-francesa, Lucie Greffé, Carmen de Burgos. Una iniciativa del Ministerio
de la Presidencia y Memoria Democrática. ¡Bienvenida sea! La pintora afincada
en España la ha vestido de rojo granate. Otra buena noticia para la Navidad.
ASUNCIÓN VALDÉS
MADRE, HIJA Y ESPÍRITU SANTO
NATALIA VELASCO
No sé cómo aprendí a rezar. Creo que fue mi abuela quien me enseñó; mi abuela, con la que dormí durante muchos años, cuando dormir con los hermanos o los abuelos no tenía nada de extraño y era simplemente una manera de darse compañía. Solíamos rezar: “Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que la acompañan: San Lucas, San Juan, San Mateo, Nuestro Señor y a la Virgen la llevan en medio” o “Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo; Dios conmigo, yo con él, él a la cabecera y yo a los pies”. Ahora que lo pienso, la cama estaba llena de gente y por eso no teníamos miedo ni necesitábamos melamil para dormir. ¿Qué poder iba a tener melamil comparado con el mismo Dios? Dice Boris Cyrulnik en su libro Psicoterapia de Dios, que el desarrollo de la religiosidad se construye de la misma manera que se adquieren las lenguas. De uno a tres años las palabras vehiculan más afecto que información y los padres impregnan en el cerebro del pequeño la felicidad de amar un país, un Dios, una cultura. Cuando se accede al mundo de las palabras, hacia el tercer año de vida, si los padres han hablado al niño de Dios de forma tranquilizadora, se impregnará en el niño una forma de apego que caracteriza su forma de amarlo.
Dios estuvo presente en mi infancia y en mi adolescencia porque mi madre era y es muy creyente. Ella no solo cree en Dios, sino en Santa Gema, en El Corazón de Jesús, en San Judas Tadeo, en la Virgen del Carmen o en la Immaculada Concepción. Toda una familia de santos y presencias a quienes podíamos recurrir e implorar consuelo. Yo me llevaba tres o cuatro estampitas a la escuela cuando tenía exámenes y las ponía sobre la mesa para que me inspiraran y ayudaran a optimizar el esfuerzo que había hecho estudiando. Nunca me consagré a los santos sin haber cumplido con mi parte del trabajo, sin haberlo dado todo para sacar la mejor nota. A los que nacimos a finales de los sesenta nos enseñaron que, con esfuerzo, espíritu de sacrificio y trabajo, se podía alcanzar la meta deseada. Además de todo ello, yo me aferraba a mis santos y creía en la mano protectora y divina que templara mis nervios, o iluminara mis lapsus de memoria. Me fue bien. Sin embargo, estudiar es lo que tiene, mi fe empezó a resquebrajarse cuando leía San Manuel Bueno, mártir y estudié a Nieztche. Por eso, cuando estaba preparando la selectividad y mi madre ofreció una novena al Corazón de Jesús para que me ayudara a pasar la prueba, me rebelé contra ella y contra la divinidad misma porque durante la plegaria ella decía: “que mi hija apruebe la selectividad si la conviene”. “¡Claro que me conviene, mamá!” exclamé, “¡deja de decir si me conviene!”. Pero mi madre se negó con contundencia porque consideraba que los designios divinos no los disponía el hombre y que no estaba en mis manos esa decisión, sino en las manos de Dios y que era soberbio por mi parte no pedir ayuda con humildad. La novena consistía en ir andando al pueblo de al lado y volver, unos ocho kilómetros en total, rezar la oración de la estampita y un padre nuestro. Para mí ese paseo era oxigenante porque me había pasado el día estudiando y porque podía disfrutar de la dulzura de mi madre sin la premura que imponían en ella los otros cuatro miembros de la familia, a los que atendía tan devotamente como a sus santos. ¡Qué madres, aquellas madres, que servían sin descanso a todos, renunciando absolutamente a sus sueños o sus deseos más íntimos! Sé que le hizo mucho daño que yo no quisiera rezar, pero ninguna de las dos dimos nuestro brazo a torcer y aunque no renunciamos al paseo vespertino, la unión íntima que habíamos encontrado desapareció y los tres últimos días anduvimos mohínas y tristes, sin necesidad. Fue como un divorcio. Yo arriesgué mucho porque, aunque era mayor y había elaborado ya mi propia idea de Dios, el desafío no era lo más adecuado para mi cerebro a tres días del examen. Al fin y al cabo, el miedo a la desprotección podía inundarme. El caso es que superé los exámenes y comencé una nueva andadura en la vida en la que me mantuve dentro y fuera de la religiosidad aprendida en mi infancia. Aún así, seguí acompañando a mi madre en sus quehaceres religiosos y en sus escapadas a Madrid que visitaba una vez al año, no para ver a sus hijas, sino a sus santos: San Judas Tadeo y Santa Gema Galgani. Mi casa es perfecta porque dos autobuses la dejaban en la puerta de sendos templos y si no podíamos acompañarla, iba sola, sin remilgos. El Covid, rompió su peregrinación anual porque estuvo muy muy enferma. Mis sobrinos y mi hijo decían que los santos de la abuela, sus santos, la iban a ayudar, que ella les había rezado mucho y que seguro que preferían que siguiera haciéndolo aquí, con nosotros, en la tierra. Y así fue.
Este verano, recuperada ya, la acompañé a hacer su peregrinaje particular una vez más, una vez menos. Me impactó el perdón suplicante que se intercalaba en su rostro envejecido por haber faltado a la cita el año anterior, la emoción de sus ojos al mirar al altar, un año más, viva todavía, acompañante y acompañada. Me pareció ver un halo de Espíritu Santo en torno a su cabeza. La admiré en esa relación absoluta e íntima que ha sabido proteger y que tanto bien le ha hecho. Y deseé que no tuviera fin.
NATALIA VELASCO
VELO
MARÍA LUISA MAILLARD
Hoy,
día 12 de diciembre, ha sido ahorcado en Irán el joven de 23 años, Majidreza
Rahanavard, acusado de “guerra contra Dios”. El 8 de diciembre había encabezado
la lista el joven también de 23 años, Mohsen Shekari, el primero de los 11
condenados a muerte, a raíz de las protestas contra el régimen fundamentalista
islámico, cuyo símbolo es la obligatoriedad del uso del velo en las mujeres. El
13 de septiembre, una joven kurda de 22 años, Nasha Amini, había sido golpeada
hasta la muerte en los calabozos iranís por no llevar bien puesto el velo. Fue
la gota que colmó el vaso.
El
Hijab o velo islámico que oculta el
cabello y el pecho de las mujeres y que tiene variaciones extremas como el
Burka o el Chador, ha supuesto, desde finales de los años 70 un debate enconado
en el movimiento feminista. Para unas feministas, es el símbolo de la
esclavitud de la mujer por el varón; para otras, es un signo de una diversidad
e identidad religiosa y cultural que hay que respetar. Esta última aserción es
la que se va imponiendo en el feminismo del mundo occidental; pero, ¿hay que
respetar la obligatoriedad del velo como identidad cultural cuando va unida a
la sumisión de la mujer al varón y en contra de la libertad individual?
Hay
que señalar que la obligatoriedad del velo islámico no es un dictamen claro del
Corán, como los son otros preceptos. Su imposición en algunos países proviene
del derrocamiento del Sha Mohammad Reza Pahlevi de Persia en 1979 y la
instauración en Irán de un régimen fundamentalista islámico, que pronto se
expandió como la pólvora a otros regímenes como los de Sudán, Egipto, Arabia
Saudí o las monarquías del Golfo, manifestándose ya de forma extrema en el
actual gobierno talibán de Afganistán que prohibe, entre otras libertades, la
de la enseñanza de las niñas.
Parece ser que la causa del mandato del Corán es la
recomendación de modestia en las mujeres para frenar la lascivia del varón,
quien también debe presentar una actitud de comedimiento en su vestimenta. Este
mandato pertenece a tiempos primitivos y violentos, en los que la diferente
sexualidad de hombres y mujeres se manifestaba de forma agresiva mediante
violaciones, especialmente en épocas de conflictos bélicos. Este mandato de
modestia —ya solo para las mujeres— se traslada a la época actual como
exigencia de la fe islámica.
En Occidente, por el contrario, la fuerza del instinto
pasó por el tamiz de la cultura — Edad Media y Renacimiento— y, finalmente, la
mujer occidental, dentro del nuevo orden derivado de la Ilustración, pudo ir
corrigiendo el papel marginal que inicialmente se le había adjudicado en las
primeras constituciones que dieron inicio a las Estados democráticos. La mujer
pudo estudiar, votar y elegir libremente su destino. Y entonces llegó el
cuestionamiento de la Modernidad y de los valores ilustrados, que asume el que,
vamos a denominar, feminismo postmoderno.
Según Darío Villanueva en su libro Morderse la lengua. Corrección política y
posverdad, para este pensamiento posmoderno: “La Ilustración, lejos de representar
el gran triunfo de la razón y el alba de un nuevo régimen basado en la libertad
y la igualdad, fue el caballo de Troya de una interpretación hegemónica y
eurocéntrica de la historia que dio alas al colonialismo, el imperialismo y la
explotación”.
El pensamiento postmoderno, al que se acoge el actual
feminismo, por ser “más progresista y de izquierdas”, supone la destrucción del
legado de la Modernidad — la verdad, la razón, la objetividad, el
progreso—desde varios frentes. El que nos interesa ahora es el cuestionamiento
del concepto unitario de ser humano, de alcance universal. Según Michel
Foucault, uno de los adalides del postmodernismo: “El hombre es una invención
cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro
pensamiento”. Sólo habría que cambiar las condiciones del saber que lo alumbró
para “que el hombre se borrase, como en los límites del mar un rostro de
arena”.
No existe pues una idea válida de ser humano ni, por
tanto, derechos humanos; sino una diversidad de entidades culturales y
religiosas que hay que respetar, siempre, claro, que no pertenezcan al legado
cultural y religioso de Occidente, que es la bestia negra del pensamiento
postmoderno.
¿Hasta
dónde debe llegar ese reconocimiento? Porque ese reconocimiento da lugar a una
serie de contradicciones difíciles de resolver para el feminismo posmoderno.
¿No reivindica el feminismo el derecho de las mujeres a no ser discriminadas en
razón de su sexo, el derecho a la igualdad? ¿Y no pertenece tal concepto, como
el derecho a la vida y a la libertad, al universalismo eurocéntrico, heredero
de la Ilustración? ¿Cómo usarlo entonces como bandera si se trata de
combatirlo? ¿O sólo es una reivindicación válida para ese Occidente cuyo legado
se quiere destruir, utilizando ese mismo legado?
Las
contradicciones del feminismo postmoderno se han puesto de manifiesto con los
recientes sucesos acecidos en Irán, donde las mujeres y el pueblo en general,
se han sublevado contra la opresión, simbolizada para las mujeres, en la
obligatoriedad del uso del velo islámico. Las revueltas se iniciaron a raíz de
la muerte el 13 de septiembre de Nasha Amini, una joven kurda de 22 años,
después de haber sido detenida y golpeada brutalmente por la Policía Moral
iraní, por no llevar bien puesto el velo. No hubo ninguna protesta clamorosa
del movimiento feminista español. No hubo manifestaciones multitudinarias de
apoyo a las mujeres iranís. Tampoco hubo respuesta a la reciente detención de
la cineasta Taraneh Alidoosti. ¿Sólo es condenable la muerte de una mujer en la
intimidad del hogar y no en los calabozos de la policía? ¿Sólo la mujer obtiene
la categoría de víctima cuando pertenece al mundo occidental, dónde ha
alcanzado unos derechos y una libertad que no pueden ni soñar en otras
culturas?
A
día de hoy, se mantienen las protestas en Irán con pancartas como “Mujer, vida
y libertad” y ya se contabilizan más de 15.000 detenidos y 400 fallecidos,
algunos niños —más de 30—, amén de más de 11 condenados a muerte —dos de ellas
ya ejecutadas—. No es lógicamente solo la obligatoriedad del velo que muchas
mujeres usan voluntariamente en Occidente como símbolo de identidad cultural y
religiosa, lo que ha dado lugar a las protestas. Todos los aspectos de la vida
de más de 40 millones de mujeres en Irán están regulados por leyes
discriminatorias. La edad del matrimonio —muchas veces concertado— ha
descendido a 13 años. La mujer se ha convertido en una muñeca sexual a la que
el hombre puede llevar a los tribunales si se niega a sus requerimientos
sexuales. ¿Y el consentimiento? ¿Sólo tienen derecho a consentir las mujeres
occidentales? Si por esta causa, el hombre pide el divorcio, la mujer
automáticamente pierde la custodia de sus hijos. Tampoco la mujer puede tener
ningún cargo político de relevancia ni ser jueza ni estudiar determinadas
materias —de humanidades, física o ingeniería—ni realizar ciertos trabajos y
necesita el permiso de su marido simplemente para aceptar una oferta laboral o
acceder a un pasaporte.
Donde
más se aprecia la contradicción del feminismo postmoderno es en el origen de la
ideología que lo sustenta: la batalla contra el pensamiento eurocéntrico, por
pretender colonizar al resto de las culturas sin tener en cuenta ni la voluntad
de los afectados ni sus legítimas tradiciones. ¿Ha tenido en cuenta el
movimiento feminista postmoderno el clamor de las mujeres y los hombres
iraníes, dispuestos a perder su vida, ser torturados o ahorcados para eliminar
la opresión que sufren, y que ellas simbolizan en la obligatoriedad del velo
islámico? ¿Ha escuchado a Taraneh Alidoosti? ¿O ha obviado su protesta para
seguir defendiendo su ideología? Y en tal caso, ¿No está haciendo lo mismo que
reprocha al que denomina pensamiento eurocéntrico? ¿No nos encontramos ante un
nuevo tipo de eurocentrismo, ahora postmoderno, que quiere imponer su ideología
frente a los que viven y padecen las consecuencias “de la identidad cultural”,
en este caso, del islamismo extremo?
No
debemos extrañarnos. Ya estamos habituados a que la ideología prime sobre la
realidad y la voluntad de todos aquellos que viven bajo un régimen político
cuyos resultados no responden a los previstos por la ideología que los
sustenta. ¿Cómo se atreven los cubanos a protestar porque el comunismo no es
liberación, sino represión, hambre y miseria? ¿Cómo se atreven los ciudadanos
de Hispanoamérica a protestar y huir de aquellos países, englobados bajo la
“Revolución bolivariana? —Nicaragua, Venezuela, Bolivia y un largo etc.—
cuestionando el paraíso socialista?
No
estamos en Occidente para lanzar las campanas al vuelo. Existen problemas
graves en nuestras sociedades; pero parece que la solución no va a venir de un
pensamiento postmoderno que magnifica la crueldad de nuestra historia, minimiza
o denigra los logros de nuestra tradición cultural y, sin embargo, minimiza la
crueldad de la historia de otras culturas o su mismo presente que no respeta ni
la vida ni la libertad de los ciudadanos que viven bajo su égida.
MARÍA LUISA MAILLARD
IMÁGENES SOBRE LAS MUJERES Y LOS LIBROS
22. ACTITUDES. CONCENTRACIÓN.
INÉS ALBERDI
Un
rasgo que aparece frecuentemente en las imágenes de mujeres leyendo es la
concentración, la intensidad con la que la mujer atiende a lo que está haciendo,
la sensación que transmiten estos retratos de que la lectora está absorta en el
libro que tiene delante.
Mary Cassatt, Estados Unidos (1844-1926) La sra. Duffee, sentada en un sofá a rayas, leyendo. 1876 Boston Arts Museum |
Las
mujeres de estos retratos van más allá de la seriedad en su atención a la
lectura, podríamos pensar que están estudiando a fondo el libro que tienen ante
ellas. Y parte del placer de esta forma de leer es el estar absorta, el perder
la noción del tiempo y del lugar.
Alfred Stevens, Bélgica (1823-1906) Tranquilos placeres. 1896 Colección particular |
La
concentración es una actitud que cuenta Marcel Proust cuando recuerda su
infancia. Durante las vacaciones, la familia se trasladaba a Illiers y allí él
pasaba las horas leyendo, tranquilo y aislado en su habitación o en el jardín,
concentrado y absorto como si no existiera nada más a su alrededor. Habla del
gozo intenso de aquellas horas “Acaso no haya habido días de nuestra infancia
tan plenamente vividos como los que creímos que transcurrían sin vivirlos, los
pasados con un libro preferido” (Journées de lecture 1905).
Daniela Astone, Italia (1980) Sin título Colección particular |
Encontramos una serie de retratos pictóricos que ofrecen estas características. Sentadas en la mayoría de los casos, pero también tumbadas o arrodilladas, estas mujeres que se presentan absortas, que parece que mientras leen han olvidado lo que pasa a su alrededor, que no podrían oírnos si las llamáramos. Y hay que recordar que esta es una de las situaciones en las que en algún momento de nuestra vida todas nosotras hemos experimentado y puede que hallamos recibido reproches por ello: por estar tan absortas por la lectura, por estar tan concentradas en ella, que nos hemos olvidado de atender a lo que pasaba a nuestro alrededor.
William W. Churchill, Estados Unidos (1858-1926) Mujer leyendo en un sofá. 1910 Boston Arts Museum |
La concentración parece impregnar todo el ambiente que rodea a estas lectoras, como si su alrededor se confabulara con ellas y ayudara a permitir esa entrega en lo que están leyendo.
Frances Jones Bannerman, Australia (1855-1944) En el invernadero. 1883 Nova Scotia Archives |
Son
frecuentes los entornos burgueses y acomodados, pero también encontramos imágenes
de lectoras concentradas en ambientes más austeros y pobres, como el retrato que
hace Hölzel de una mujer de edad que lee sentada en una cama a medio hacer.
Adolf Hölzel, Austria (1853-1934) Devoción privada. 1888/91 Nueva Pinacoteca, Munich |
En
algunas ocasiones la sensación de concentración se hace más evidente cuando la lectora
apoya sus codos sobre la mesa sujetando la cabeza o se coge la cabeza con ambas
manos. La actitud de estudio y concentración se refuerza con este gesto de
sostener la cabeza entre las manos.
Frantisek Dvorak, Checoslovaquia (1862-1927) Lectora reflexiva. 1906 Colección particular |
Un
ejemplo de este aire concentrado, casi que parece estar estudiando, es como se
retrata a si misma, leyendo sus diarios, la pintora ucraniana María Bashkirtseff
a finales del XIX.
Marie Bashkirtseff, Ucrania (1858-1884) Con un libro. 1882 Russiam Musseum, Moscú |
INÉS ALBERDI
CARMEN, DE LOURDES ORTIZ
NURIA ALKORTA
En esta ocasión me mueve a escribir el recuerdo y
agradecimiento a la escritora y dramaturga Lourdes Ortiz, quien, en los años
ochenta, fue nuestra profesora de Historia del Arte como catedrática de la Real
Escuela Superior de Arte Dramático, de la que años después también fue su
directora. Entre las mujeres que protagonizan su narrativa y sus obras
teatrales ―a las que luego aludiré―,
he elegido su versión del celebérrimo personaje de Carmen, protagonista de una
obra homónima en forma de monólogo, fechada en 2002 y que ha sido publicada
recientemente por la editorial Antígona ―junto
a otras dos piezas de la autora y un prólogo de Daniel Sarasola―, bajo
el sugerente título Palabras de mujer.
El mito de Carmen trata la fatalidad ocasionada por la conjunción de la pasión amorosa, los celos y la muerte, protagonizados por el binomio Carmen/José. La Carmen de Lourdes Ortiz se ha despojado de cualquier fantasía exótica propia del gusto romántico y ―tal vez, al ser un personaje de mujer creado por otra mujer, nacida en España a mediados del siglo XX―, ha normalizado su relación con los hombres como una relación de igualdad y su pulsión sexual como la experiencia femenina de un ser liberado de falsos tabúes.
Fiel a su historia, esta Carmen también se mueve en el
mundo marginal y así, en ausencia de García, su rom, sigue trapicheando con su cuadrilla de traficantes. Por su
parte, en esta versión, José es un joven guardiacivil navarro, trasladado al
sur por no poder soportar la presión terrorista del País Vasco y Navarra. Allí
conoce a Carmen y, a causa de su pasión por ella, va introduciéndose en el
mundo delictivo: primero como colaborador, aun dentro de la Benemérita, y
luego, cuando le descubren y expulsan del Cuerpo, como miembro de la banda.
García sale del trullo y Carmen vuelve con él dejando a José, a quien intenta
alejar del grupo sin éxito: en una reyerta José apuñala y mata a García. Carmen
queda sola y se gana la vida bailando en tablaos flamencos y en fiestas de la gente guapa de Marbella. Allí conoce a
un ricachón que se convierte en su protector. Pronto, la gitana se cansa de esa
jaula de oro, provechosa pero aburrida, y vuelve a liarse con José hasta que se
enamora de un joven torero. Fiel a su seña de identidad, Carmen no duda en
seguir a su corazón y en dejar a José, y se dispone a comunicarle la ruptura. Estos
son los antecedentes de la Carmen de
Lourdes Ortiz que definen la situación: la obra en sí, es la repetición del
momento previo al anuncio de separación de Carmen y la muerte de la mujer a
manos de su despechado amante.
Como su precedente operístico esta Carmen se arraiga en el sur, en una Andalucía
finamente sugerida por la autora a fin de que ninguna nota folclórica empañe la
agónica repetición de los instantes previos a su muerte y la pureza trágica,
desnuda y nada engolada, de la protagonista. Solo percibimos un ligero acento andaluz
en el habla de Carmen y algunos rasgos culturales en su comportamiento, también
reconocemos cuál es el centro de operaciones de sus trapicheos cerca del
Estrecho y en la Costa del Sol, así como el pálpito racial de la música y
estilo flamenco de sus bailes.
Las hebras de este tapiz aparentemente real y contemporáneo
andaluz, también transpiran el aroma musical y enunciativo que tradicionalmente
ha definido al personaje; de modo que esta Carmen también baila la famosa
habanera de Bizet, cuya letra es parafraseada por la protagonista cuando, casi
al final de la obra, dice: «Carmen es libre como un pájaro, tan libre como el
amor que va y viene y es ciego y que, por tanto, igual que llega se marcha». En
asombrosa conjunción de autonomía y sometimiento, Carmen trata la fuerza de una naturaleza fogosa que, por encima de
cualquier otra consideración, obliga
a la protagonista a «bailar» por el hombre que ama, precipitándola con ardiente
amor como un cometa en el cielo.
A excepción de esta idea, la Carmen de Lourdes Ortiz apenas
retiene los acordes originales del personaje romántico creado por el erudito
escritor-arqueólogo, enamorado de España, Prosper Mérimée en 1845 y publicado
íntegramente dos años después. Sin embargo, pese a sus notables diferencias,
logra armonizarse (en alguno de sus rasgos y en una mínima parte de su
trayectoria vital) con la famosa versión operística, estrenada en 1875, de Georges
Bizet y libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac. Como no podría ser de otro
modo, esta Carmen contemporánea es una
recreación personal de la dramaturga que se configura en torno a la versión
decimonónica de la gitana y su amante, y que, a su vez, es la expresión local
de un mito universal presente en la tradición ancestral y, por ejemplo,
representado en el mundo clásico por las historias de Pandora y Epimeteo, Diana
y Acteón, o la diosa Venus. La Carmen de Lourdes Ortiz reafirma explícitamente su
naturaleza humana en su autonomía e igualdad frente al hombre y en su declarada
libertad sexual y amorosa. Este empeño innegociable forma parte de la fatalidad
del personaje y, por ello, en esta obra (un soliloquio) Carmen refiere su ineludible historia pero, sobre todo, gracias
al don de la palabra y del baile, parece querer repeler el homicida intento de
su celoso amante, José: Carmen lucha contra el mito.
En esta versión, Carmen habita un espacio y un tiempo indeterminados,
vive una especie de «fantasmagoría que se repite una y otra vez». A pesar del
verismo estilizado de su habla y del aparente realismo de la situación, a ratos
deliberadamente coloquial, la obra se alza sobre «una atmósfera de sueño y humo»
porque, como ya se ha dicho, es la repetitiva actualización de los últimos
momentos con vida del personaje. Podría interpretarse que la Carmen de Lourdes
Ortiz se hace real al revivir su anhelo de libertad frente a la amenaza cierta
de la muerte.
El relato de esta Carmen ―a
uno o varios interlocutores imaginarios, y que también abarca a los
espectadores―, se enhebra en el baile de la protagonista:
es una danza que jalona algunos hitos de su vida y contiene su destino, expresa
el fuego de su pasión y el hielo de la muerte que le acecha. En esta Carmen el baile es parte primordial de
la línea del personaje y de su fatalidad pues ―a
pesar del empeño de la mujer que danza por seguir bailando―,
traza inexorable las ligaduras de su vida con las de su matador.
Vista desde esta perspectiva, la obra propone la
evocación, dialogada y bailada, de Carmen con la sombra de José, también
presente en el escenario. Como se ha dicho, Carmen repasa frente a los
espectadores los sucesos y los argumentos de su historia de pasión y celos, y baila
con la sombra del hombre para engañarle, seducirle, expresar la plenitud de su
amor por él, para calmarle y hacerle frente. Con cadencia febril y enardecida al
son de clarines taurinos ―en expresiva superposición
con la faena en el ruedo de su nuevo amante―, su
baile acaba transformado en una danza de muerte solo detenida por un disparo
seco que abate a la mujer y, al fin, logra inmovilizarla tendida en el suelo. Poco
antes, recordando los días pasados en la jaula de oro marbellí junto al viejo multimillonario,
Carmen había dicho: «El baile era lo que nadie podía quitarme».
Ya se ha dicho que, en el período romántico, la obra
original y, luego, su variante operística, recreaban la temática tradicional del
amor desgraciado: un mecanismo de pasión y muerte que, en este caso, une a un
amante celoso y a una mujer fatal. Lourdes
Ortiz da un paso más y, sin perder de vista la fuerza inexplicable del mito, se
fija en el rasgo distintivo del carácter del personaje y en la sociología
española de un tiempo moderno no concretado pero, en todo caso, posterior al
Franquismo. En su prólogo, Daniel Sarasola cita las palabras de Lourdes: «Me
interesaba esa independencia, esa bravura de Carmen, con su ruptura de las
normas, con ese segundo plano impuesto a la mujer, que se siente libre y capaz
de tomar decisiones, de elegir y compartir con el hombre la independencia, el
juego y la alegría. Pero nunca la sumisión». Se reconocen en estos propósitos creativos
de la autora, los ideales y la lucha de sucesivas generaciones de mujeres
españolas.
Muchas de las numerosas protagonistas del teatro y la
narrativa de Lourdes Ortiz recrean los personajes míticos y literarios. Sus
textos reinventan, entre otras, la historia de Dido, Circe, Penélope, Fedra,
Electra y Pentesilea, archiconocidas protagonistas del mito clásico; la de La
Gioconda, titular del enigmático retrato de Leonardo; y la de Eva, Betsabé,
Salomé e, incluso, de María, madre de Jesús de Nazaret, todas ellas mujeres
notables en la historia sagrada hebrea y cristiana. Incluso reutiliza el
episodio de la muerte del asirio Holofernes a manos de la judía Judith (una de
las mujeres fuertes de la Biblia) y
lo traslada al País Vasco, al contexto de los años de plomo de ETA, para crear
el personaje de una joven terrorista llamada Yudita, encargada de matar a un
empresario secuestrado por la banda. En este caso, a diferencia del original,
la terrorista acaba con su propia vida: ha descubierto que está atrapada en una
organización que justifica la necesidad de sus violentas acciones proclamando
la liberación del pueblo pero, en realidad, con ello encubre un liderazgo cruel
e inhumano y la corrupción de los ideales. La obra fue estrenada en 1988 en el
Círculo de Bellas Artes de Madrid, protagonizada por la gran actriz Marta
Belaústegui.
Sin lugar a dudas, en nuestro país, Lourdes Ortiz ha
sido precursora de una literatura ocupada en la igualdad entre la mujer y el
hombre. Para ello, como en el caso de Carmen, ha refundado a conocidos
personajes femeninos dándoles voz propia en su obra y, especialmente, en su
teatro. Al recrear el espacio de su intimidad la autora logra redefinir a estas
mujeres y, gracias a ello, reinterpretar libremente la historia en su conjunto.
Veamos algunos ejemplos. Con la coronación de su hijo Salomón, Betsabé culmina
su venganza contra el rey David, por haber vivido unida a él contra su voluntad
al ser separada violentamente de su primer esposo, el hitita Urías. De similar
modo, tras la expulsión del Edén ―entendido
como el mundo de la igualdad y de la palabra creadora―,
la anciana Eva se ha replegado en el afecto tierno de su hijo Abel a resguardo del
ambicioso y competitivo Adán, convertido en ansioso dominador de la tierra, y de
su otro hijo, Caín, el fiero agricultor celoso de su hermano pastor: el primer fratricidio
perpetrado por su hijo mayor la ha dejado sola en un mundo de dolor. Por su
parte, en ausencia de Ulises y bajo la atenta vigilancia de su hijo Telémaco,
durante largos años Penélope ha agasajado a los pretendientes mientras esperaba
fielmente la llegada de su esposo; el bullicio febril de los combates
pugilísticos y celebraciones de estos jóvenes, las orgías y los banquetes, cesaron
con la llegada del viejo rey y la muerte de todos ellos a sus manos; ahora, en
el tibio lecho junto a su esposo, la envejecida Penélope siente cómo su vida se
ha ido y «deja que los fantasmas de los pretendientes le devuelvan el eco de un
goce que ya no puede ser». La recreación de estas mujeres emociona pues todas
ellas protagonizan, a mi ver, historias tristes de resiliencia y el anhelo por
un amor irremediablemente perdido.
La autora tiende a emplazar el relato y la obra
dramática cuando todo está perdido o a punto de perderse definitivamente, ya lo
hemos visto con su Carmen y con los
demás personajes hasta aquí mencionados. Sin embargo, en esa situación extrema,
sus protagonistas femeninas mantienen la esperanza de que la resistencia de
toda una vida genere su fruto y, en efecto, pueda provocar un quiebro liberador
de su existencia.
Las mujeres de Lourdes Ortiz son, como ella misma: libres,
curiosas e inteligentes. Circe, Salomé y ―de
modo original―, María con su Hijo, se ligan al hombre amado
en cuerpo y en inteligencia. Para estos personajes el amor y su seguimiento,
aún en la separación del ser amado, es uno de los motores principales de su
existencia, si no el mayor. Amor que, para Lourdes Ortiz, no es sino «lengua de
fuego que abrasa la inteligencia y soplo que eriza la piel. Poder fecundante».
NURIA
ALKORTA
UN REGALO DE NAVIDAD
AMPARO SERRANO DE HARO (ARA DE HARO)
El pasado contado a grandes rasgos parece muy lógico, muy
coherente… pero, como todos sabemos, no lo es. Sentí muy pronto la llamada de
los libros, como una inmensa felicidad, lo justifico por la infelicidad que
sentía, desde muy pequeña, aún habiendo nacido en afortunadas circunstancias,
de padres razonablemente equilibrados y cariñosos. No, este no es un relato de
violencia y abusos. Pero qué niño no se enfrenta muy pronto al caos, la falta
de certezas y la violencia de la vida en sí. Mi refugio fueron, siempre, desde
que puedo recordar, las historias, las imágenes, los libros…
Mis primeros libros fueron cuentos, tenía varías colecciones y
también Tintín que mi padre compraba para mi hermano, pero yo me adelantaba, y
lo leía antes, a una velocidad “supersónica” y luego, de nuevo, después de él,
para regodearme en los detalles.
Ya entonces disfrutaba mucho la relectura. Y no me sentía
ofendida por leer libros que no se habían comprado para mí. Quizás sentía de un
modo certero que los libros solo pueden ser de los que quieren leerlos.
Uno de mis recuerdos más felices fue una tarde en el que
vinieron a visitar mis tíos a mis padres; nosotros, mi hermano y yo, ya
estábamos acostados, pero pasaron a darnos un beso y nos trajeron dos libros de
regalo. Se trataba de Flor de leyendas y Corazón de Eduardo de
Amicís. Aunque muy pronto íbamos a tener que apagar la luz, me sentí
extraordinariamente contenta, tanto, que muchos años después todavía puedo
recordarlo.
Flor de Leyendas se
convirtió en mi libro preferido por mucho tiempo. Y recuerdo siempre, en mis
muchas pequeñas enfermedades infantiles, estar entre las sábanas blancas de la
cama, como entre las páginas de un libro a mi medida, con, para mayor
redundancia, un libro entre las manos y sentirme extraordinariamente
satisfecha, protegida, sabiendo que los libros son navíos que dan la mayor de
las compañías y de las certezas, aunque solo sea que a una página acompaña
siempre otra y que la travesía está (literalmente) en nuestras manos.
Cuando después por el trabajo de mi padre, acabé viviendo en
Nueva York, una Navidad descubrí a Louisa May Alcott. Me pareció extraordinario
comprender que la escritora había sido una chica como yo, que escribía sobre
otras chicas normales y que todo eso también era un libro.
Recuerdo esas Navidades, recién instalados, la casa llena de
cajas, los edificios demasiado altos, calles nevadas y oscuras, la gente
extraña y todo era nuevo, extraordinario y terrorífico a la vez… A la edad
filosófica de los ocho años, la mañana de Reyes, recibí, entre otras cosas que
no recuerdo, un libro y una pluma. Creo que mis padres debieron de añadir la
pluma a última hora, un regalo que quizás alguien había hecho a mi padre, y que
pusieron para incrementar mi lote que les debió de parecer exiguo. El libro era
de Alcott, un libro escrito por una mujer, llamado Mujercitas, que
también empieza en Navidad. Cogí con una mano el libro y con la otra la pluma y
un relámpago de entendimiento me recorrió, indicándome que lo uno estaba ligado
a lo otro, que uno era fuente y otro, consecuencia, que uno era posibilidad y
otro, un hecho cuyo futuro no se acababa nunca y que ambos eran quizás mi carta
de identidad y podrían ser mi camino. ¿Fue una revelación, una epifanía? “Uno
no nace mujer, se deviene mujer”, dijo Beauvoir. En mi caso también, uno no
nace escritor, pero se da cuenta, en un momento cualquiera, que es a la vez un
momento extraordinario, de que es posible serlo, de que es posible que uno lo
sea ya. Basta con sujetar una pluma en una mano, un libro en la otra y que la
corriente eléctrica sea tal que salten chispas. La novela de Alcott puede
leerse de muchas maneras, pero es un “retrato de la artista adolescente”, un
testimonio en primera persona de cómo una chica cualquiera, una chica con
hermanos y familia, con tristezas e ilusiones, se puede convertir en escritora
y eso, amigas y amigos, no da mucho dinero (ya lo dice Alcott), ni cura los
dolores de la vida, pero lo cambia todo.
Entonces no lo sabía, pero ese libro presentaba una novedad
temática de primer orden: después de que, en el siglo XIX, las pocas novelas
que incluían protagonistas femeninas que fueran artistas tuvieran siempre
finales trágicos y desgraciados (sin duda una clara advertencia a no seguir esa
senda peligrosa), por primera vez, en 1868, se relata la historia de una
artista, una joven escritora, que sin que tenga que ocurrir nada
extraordinario, es decir, sin hadas, ni duendes, ni barcos piratas, ni príncipes,
ni tesoros escondidos, ni aventuras en la jungla o panteras que hablan, ni
conejos con reloj, ni pastillas mágicas… consigue triunfar económica, social,
familiar y sentimentalmente. El camino estaba abierto, podía vislumbrar su
blancura de nieve entre los árboles altos y oscuros, algo amenazadores.
La mujer artista podía “ser” y “triunfar”. Un mensaje que
todavía hoy —espero—, alumbra los caminos secretos de tantas chicas soñadoras
que aman los libros.
AMPARO SERRANO DE HARO (ARA DE HARO)
LA PINTORA
PELIRROJA VUELVE A PARÍS
MARÍA LUISA
MAILLARD
Hay
ocasiones en que un personaje —sea real o ficticio—, atrapa a un autor. Se pega
a su piel, se introduce en los recovecos de su cerebro y alcanza sus más
recónditos sentires. En el año 2019, Ara de Haro había publicado una espléndida
biografía de Remedios Varo. La proximidad con el personaje elegido se apreciaba
ya en el prólogo que, a modo de carta, dirigía la autora a “esa desconocida”
que era su biografiada. La sombra de Remedios, sin embargo, la seguía
persiguiendo.
Las
exigencias de una biografía impiden dejar suelta la pluma, trasladar al papel
la libertad, el arrojo, a veces, la angustia; siempre la creatividad, de una
figura que se derramaba en sus cuadros. Es así como surge La pintora pelirroja vuelve a París. La libertad de una novela era
el género adecuado para captar la esencia de una mujer que simplemente
pretendía compaginar su necesidad de amar con su creatividad. Pocas
explicaciones nos ofrece la novela sobre la complicada vida amorosa de su
protagonista. Su libertad sexual fluye libremente en el río de una época,
proclive a las liberaciones. Sólo estas palabras con las que la autora
interpreta los pensamientos de su protagonista, después de haber estado con su
amante: “El amor la anclaba en la realidad, le despertaba deseos sencillos y
primarios. El arte, sin embargo… El arte le permitía volar”.
Ara
de Haro quiere subrayar que ese simple deseo de aunar los dos impulsos que
regían su vida, era la cuadratura del círculo en un ambiente,
el de las vanguardias artísticas de los años 30, poco propicio a conceder la
genialidad creativa a la mujer.
La
autora condensa en apenas cinco años el perfil de una mujer excepcional en
tiempos turbulentos. Una mujer que huye de dos guerras y, en medio de ellas, se
sumerge en el mundo de las vanguardias parisinas, representadas por el
movimiento surrealista, dirigido con mano férrea por André Breton y al que
pertenece su compañero de entonces, Péret. Será modelo ocasional, falsificadora
de cuadros, y colaboradora, al final de su estancia en París, en un grupo
antinazi, al que pertenecían sus amigos pintores, mientras juega a las cartas
con sus amantes, Frances, Péret, Brauner y consigue conservarlos, aunque nunca
que respeten en serio su arte.
Finalmente
es detenida por la Gestapo, sufre un aborto y logra huir a México, donde su
último amante, Walter, un enamorado del arte, promociona su pintura y ella
logra el reconocimiento. París, la ciudad a la que regresa veinte años después,
será el espejo en el que intente reconciliarse con su pasado.
Desde
las primeras líneas Ara de Haro deja suelta su pluma como Remedios sus
pinceles. Se mete en la piel de su protagonista, de su pánico, de su soledad,
en los primeros meses de exilio: “Era valiente, pero el terror se había
prendado de sus cabellos, enamorado de su atrevida temeridad”. Se introduce en
sus alucinaciones, en sus pesadillas, en su hambre: “Le parecía que podía pasar
la lengua por los tejados azules de las casas y que sabrían a sorbete de
arándanos”.
Con
los tres hombres más importantes de su vida: Frances, Péret y Brauner, Remedios
comparte amistades e incluso, por un breve tiempo, domicilio. El ambiente en el
que se desenvuelven es el París bohemio de los años 30, donde el surrealismo se
alza con la corona del prestigio. La descripción de ese ambiente, con el
apartado insuperable del de la moda de las mujeres, contiene no sólo algunas de
las páginas más brillantes del libro; sino el nudo de la cuerda que tensa toda
la novela: la negativa de los artistas a aceptar a la mujer como a una igual.
La libertad lograda por la mujer se resuelve en la aceptación —con reservas—de
su libertad sexual; pero no en la de entrar en el territorio del Olimpo
reservado a los varones.
Libro
de fácil y sugerente lectura, con un estilo limpio, no exento de metáforas
audaces, nos adentra en un periodo clave de la evolución de la historia de
Occidente, haciendo hincapié, a través de la figura de Remedios Varo, en la
reivindicación de la mujer de vivir la sexualidad y la imaginación, tal como lo
han hecho los hombres a través de la historia. Muy recomendable su lectura.
MARÍA LUISA MAILLARD
Ara
de Haro, pseudónimo literario de Amparo Serrano de Haro, es doctora en Historia
del Arte, especialista en arte contemporáneo y mujeres artistas, profesora y escritora.
Ha estudiado en la Universidad Complutense y en la New York University. Como
escritora ha participado en distintas colecciones de cuentos, entre las que
destacan Otro final, de la que también fue editora con Manuel Hidalgo, y
los relatos autobiográficos 27 de septiembre. Ha publicado Mujeres de
mármol (1999); Mujeres en el arte (2000); Nocturno de Nueva York (2002);
La luna de Artemisia, sobre la pintora del Barroco italiano Artemisia
Gentileschi, por la que recibió el premio Marguerite Yourcenar de 2013; Ciudades
en las que un día naufragamos (2019) y, en nuestra Colección de Biografías
de Mujeres Relevantes, Vida de Remedios Varo (2019).
Es
conferenciante en los centros Cervantes, el Museo Thyssen-Bornemisza, la
Fundación March, el Museo del Prado y distintas universidades europeas y
norteamericanas.
Además,
tenemos la fortuna de que sea colaboradora de este blog.
POÉTICA DE LA NAVIDAD
ROSARIO
HERRERA GUIDO
I
La
poíesis, desde el diálogo El Banquete o del amor es definida por
Sócrates como “la causa que hace que lo que no es, sea” (Platón, “El Banquete”,
Obras Completas, Aguilar,1974), la dimensión más vasta de la
creación, en el horizonte del diálogo democrático impulsado por la mayéutica,
método de la paideia, en un tiempo en
que la poética y la educación constituyen una síntesis trascendente que tiende
hacia la verdad, el bien y la belleza, los más altos peldaños de la cultura
griega, que se despliegan en la plaza pública, el Ágora, como una ética
política de la polis, la ciudad. En
contraste con la era de la modernidad técnica, en la que el “saber hacer”
siempre renovado de la tekne griega
se desforma en “hacer como” de la razón instrumental técnica, con su desprecio
a la poesía y los poetas, porque no producen mercancías ni contribuyen al
progreso (categoría sagrada de la modernidad).
Desde Aristóteles la poética, la poíesis, es lo verosímil (eikós), la
mesura (phrónesis) entre la verdad y la mentira, lo similar a la verdad,
creación humana distinta a la fabricación, dominio de la práctica (Aristóteles,
“Poética”, Obras, Aguilar, 1973, p. 95). La poíesis crea algo que es imposible
que nos llevemos a casa. Lo poético es la creación pura, una obra que se
realiza en sí misma, que remite a sí misma, y cuyas claves están en sí misma. Así,
el poema se agota en su belleza o en la inquietud que provoca. El poema no es
una producción, una praxis, sino una poíesis, la creación de algo único e
irrepetible. Octavio Paz lo descifra: “[...] La experiencia literaria quiere
decir: conversión de lo vivido en literatura. Esta conversión es creación [...]
¿Creación o producción? Ahora está de moda hablar de producción literaria. A mí
me parece que se trata de una confusión [...] En la producción, trátese de
zapatos o de semillas, no interviene un elemento imprevisible que cambia
radicalmente el proceso productivo: la imaginación. Cuando la naturaleza
produce árboles todos los eucaliptos se parecen; cuando el zapatero produce
zapatos, todos los zapatos se parecen [...] En cambio, la llamada producción
literaria es una operación que convierte a cada objeto en un ente único. El
elemento que cambia al objeto de la serie en ejemplar único es la imaginación”
(Paz, Octavio Paz, El arco y la lira, FCE, 1979, p. 37).
Contra la crisis de valores, la falta de una ética-política ciudadana, la
ausencia de una auténtica democracia republicana representativa y
participativa, la opacidad en las finanzas públicas, la indigente procuración
de justicia, la avalancha de actos psicópatas y genocidas, que va del horror al
terror: la permanencia de la poética, la literatura y la poesía. Porque la
poesía, como advierte Octavio Paz, siempre late aunque a veces condenada a
vivir en el sótano de la cultura. En el alba del siglo XXI, la poética y la
poesía viven en la incertidumbre. Pero no olvidemos que justo en los tiempos de
malestar en la cultura, florece la imaginación, la poética, las artes y la
cultura, produciendo las más excelsas creaciones. Al margen del marketing
globalizado, el crimen organizado globalizado, como canta Octavio Paz, la
poesía es el antídoto de la técnica, el mercado y la política demagógica, pues a
eso se reduce su función, para nuestro tiempo y el por venir: “¿Nada más? Nada
menos” (Octavio Paz, “La otra voz”, Obras Completas, FCE, 1994, p. 592).
II
La Navidad ha
sido un motivo de inspiración poética para escritores que contribuyeron con la
literatura navideña: Hans Christian Andersen, Ernst Theodor Amadeus Hoffmann,
Dickens, Oscar Wilde, Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán, y modernos como
Ciro Alegría, Truman Capote, Blasco Ibáñez o Agatha Christie. En general, los
protagonistas de las historias navideñas son niños pobres, abuelos entrañables,
animales fieles o espíritus malignos, que han arraigado costumbres, tradiciones
y sueños, como parte de nosotros mismos.
Algunos grandes
autores abandonaron ciertos estereotipos y escribieron una poética más profunda
y atractiva, como “El Cascanueces”, de Hoffmann. El escritor nacido en
Königsberg (1776), es una de las grandes figuras del Romanticismo alemán.
Dotado de una imaginación que él mismo calificó de fantástica, se dedicó a una
intensa actividad artística, tanto musical como literaria. Sus obras presentan
una gran variedad de figuras y personajes fantásticos que intervienen en la
vida real y personajes de la vida real que forman parte de la fantasía. “El
Cascanueces” (1816), es todo un clásico de la literatura fantástica universal.
El relato se realiza en la casa del respetable juez Stahlbaum, quien tiene dos
adorables hijos. En Nochebuena una niña espera junto a su hermano la llegada
del Niño Jesús. En la víspera el juez ofrece una fiesta a la que están
invitadas las familias más respetables de Nurenberg, además del excéntrico
padrino de Clara: Herr Drosselmeyer, quien asiste a la reunión con su sobrino
Daniel. El padrino es fabricante de relojes y fantásticos juguetes mecánicos, y
como mago tiene el don de divertir a los niños, para quienes inventa alegres
bailes y realiza increíbles trucos. Para la fiesta, el padrino de Clara le
lleva de regalo a Cascanueces: un soldado de madera que sirve para romper
nueces. A Clara le encanta el Cascanueces y juega con él toda la fiesta. Al
finalizar el festejo navideño, Clara se queda dormida en un sillón de la casa y
emprende un fabuloso sueño: regresa a escondidas al árbol de Navidad para
recuperar a su muñeco Cascanueces y se sorprende al encontrar que el salón está
lleno de ratones gigantes. Su padrino aparece en su sueño y como acto de magia
desaparecen los muebles de la casa, crece el árbol de Navidad, Cascanueces se
transforma en real y los soldados de su hermano Fritz en un pelotón. Se desata
la guerra entre los ratones y los soldados de madera. Cascanueces dirige la batalla.
Clara ayuda a ganar la batalla lanzando una de sus zapatillas al Rey de los
Ratones, quien cae derrotado. Al final, el padrino Drosselmeyer convierte el
salón en un bosque invernal donde Clara y Cascanueces —transformado en un
apuesto Príncipe—, bailan junto con los copos de nieve, la Reina y el Rey de
las Nieves. Clara y su Príncipe Cascanueces continúan su viaje por el mundo de
los sueños, se despiden del Reino de las Nieves y siguen su camino rumbo al Río
de la Limonada, hasta llegar al Reino de las Golosinas, donde su Reina les
espera con bailarines que bailan con ellos. Pero cuando sus padres la
despiertan para que despida a su padrino, Clara se da cuenta de que todo ha
sido un sueño. Aunque para su sorpresa, cuando sale al pórtico de su casa reconoce
que el Príncipe Cascanueces es Daniel, el sobrino de su padrino Drosselmeyer.
El gran músico Piotr Ilich Thaikowsky se fascinó tanto con este cuento de
Hoffman, que a sus 52 años estrenó en San Petersburgo “El Cascanueces”, una de
sus últimas obras (1892).
LAS FIESTAS
LIDIA ANDINO
Las
Fiestas, como su nombre lo indica, son celebraciones, pero se distinguen por
muy precisas particularidades. Las reacciones personales son variadas, pues
encontramos quienes prefieren disfrutar de un descanso, realizar paseos,
visitas culturales, hacer viajes al exterior; y otros que con “desgana” acuden
a compromisos, porque “tienen la obligación” de asistir y no pueden negarse.
También
están los que manifiestan un estado “acelerado” para que todo esté perfecto,
como nos lo presenta la publicidad. No podemos negar que, a lo largo de estos
días, todos en algún momento hemos deseado que se acaben cuanto antes.
Por
cierto, la Navidad reviste un carácter más íntimo y familiar, el nacimiento del
Niño, como toda llegada de un recién nacido, además de la inmensa alegría pone
en primer plano la condición mortal que nos distingue como humanos.
El
Año Nuevo es más expansivo y desbordante; mientras comemos las uvas con las
doce campanadas, el reloj marca que un ciclo ha terminado y que, aunque haya
sido productivo —en el mejor de los casos—, aún quedan cosas por hacer.
Las
Fiestas, cargan con el balance —explícito o implícito—, de todo un año y
celebran a la vez un duelo y un pacto. El primero es por algo perdido, los que
no están, lo que no se logró y el pacto es un nuevo acuerdo con la divinidad,
sea Dios, la vida, la contingencia, lo irremediable, lo imposible, etc.
De
ahí que no está de más estar advertidos del delicado desfiladero de
sentimientos que recorremos en estos días tan especiales y no prestarnos a las
provocaciones que generan nuestros fantasmas
particulares y, eventualmente, sus cómplices ocasionales.
Queridos lectores/as.
Les deseo un venturoso
2023, con salud, trabajo y amor.
LIDIA
ANDINO TRIONEPsicoanalista
LA “VIDA DE VICTORIA OCAMPO”
DE LIDIA ANDINO TRIONE
Juan Javier
NegriPresidente,
Fundación SurBuenos Aires
¿Una nueva biografía de Victoria Ocampo? Así es; esta vez aparecida en España. No es una ocurrencia casual, pues en la Madre Patria se ha publicado, poco tiempo atrás, una bellísima reedición de De Francesca a Beatrice, hecha con esmero y afecto por Miguel Ángel Blázquez a través del sello Bookman en Madrid. Esta obra constituyó uno de los primeros eslabones de la cadena (a veces fuerte, a veces frágil y muchas veces sacudida por los vientos de la historia) que unió a Victoria Ocampo con España y con muchas de las figuras relevantes de su intelectualidad durante el siglo XX.
Ahora esta biografía de Ocampo, gracias a la pluma de Lidia Andino Trione, tiene la virtud no sólo de narrar una vida larga, rica y compleja como la de Victoria, sino también de reforzar esa perspectiva española, al incluir muchas referencias a tantos intelectuales de la Península con los que ella trabó relación; una lista que se extiende desde Ortega y Gasset a Juan Ramón Jiménez pasando por Victoria Kent y Soledad Ortega. Esos materiales, habitualmente dispersos, han sido incluidos en esta nueva publicación de modo tal de explicitar la vinculación de la biografiada con la España tan querida.
Ha sido mérito de Lidia el haber logrado resumir la trayectoria de su biografiada en un libro de lectura agradable. Tiene también el beneficio relativo de la distancia: para muchos de nosotros, argentinos enamorados de Victoria Ocampo, nos cuesta alejarnos de ella para convertir nuestro entusiasmo en un sentimiento algo más ecuánime y balanceado. ¡Es tanto lo que debe la Argentina a Victoria!
En un país resquebrajado por grietas políticas como el
nuestro, Victoria no ha sido la excepción: su figura también ha quedado
atrapada en debates menores e innecesarios. Para quienes estamos al tanto de su
trascendencia como escritora, ensayista, biógrafa, memorialista, editora,
traductora y mecenas y quienes conocemos su trayectoria de mujer amante de la
libertad (y somos cada día más), nada de eso nos afecta. Pero, de todas
maneras, una frase de Lidia Andino Trione en la introducción de su libro tiene
la virtud de cifrar en ella todo cuanto este libro significa: “destacar su
figura es hacer justicia”.
Diciembre de 2022
Lara Pintos, Retrato de María Blanchard |
MARÍA BLANCHARD
(1881-1933)
MARÍA LUISA
MAILLARD
La
denominada con toda justicia “dama del cubismo”, nació jorobada en la bronca y
atrasada España de los inicios de la Restauración. Nadie mejor que Federico
García Lorca para expresar de forma poética su figura:
“La
lucha del ángel y el demonio estaba expresada de forma matemática en tu cuerpo.
Si los niños te vieran de espaldas exclamarían “¡la bruja!”. Si un muchacho ve
tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla,
exclamaría: “¡el hada, mirad el hada!”.
En
su “Elegía a María Blanchard” Federico García Lorca utiliza con frecuencia el
término “jorobada”, hoy políticamente incorrecto; pero ningún término más
preciso para expresar lo que esa deformidad supuso para María en la España y la
circunstancia en que se alumbró su vida. Se vio obligada a abandonar la
docencia por las burlas de sus alumnos en la Escuela Normal de Salamanca, y en
uno de sus viajes a Brujas con Angelina Beloff y Diego Rivera, tuvo que
recurrir a la gendarmería, debido a los ataques y burlas que sufría cuando
pintaba en la playa con su amiga.
Sin
embargo, los poetas y pintores que la trataron lo que vieron en ella fue al
“hada” asomada a una ventanita con “su mirada susurrante de pájaro con triste
alegría”, según palabras de Gómez de la Serna. Diego Rivera, uno de sus grandes
amigos, aparte de elogiar la belleza de sus manos dice de ella que “evocaba
pureza y luz y era asombrosamente inteligente”. García Lorca en la citada
elegía señala que “la lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como
rama de encina y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo
contrario, dulce, piadosa y virgen”.
María
Blanchard, una mujer valiente en su adversidad, derramó su vida en el arte, su
patria invisible, y en una fraternidad con los desheredados del mundo, que todo
lo ofrecía sin pedir nada a cambio. Para ella el arte era “una imagen que
empieza donde la naturaleza y la razón terminan”. Esa búsqueda de lo intangible
condujo su obra a todos los grandes museos de Europa.
María
Eustaquia Adriana Gutiérrez y Blanchard nació en Santander en el seno de una
familia perteneciente a la alta burguesía cántabra. Hija de Enrique Gutiérrez
Cueto y Concepción Blanchard, en su última y definitiva estancia en París, se
hizo llamar María Blanchard, reivindicando la ascendencia de su abuelo materno.
Nació con una desviación en la columna que limitó su crecimiento y deformó su
figura. El padre, que aparte de su profesión de secretario de la Junta de Obras
del Puerto, era un excelente pintor, alienta los primeros pasos de la niña en
el mundo de la pintura. Le imparte clases desde los 10 años y le fabrica sillas
y caballetes adecuados a sus dificultades físicas, ya que estuvo obligada desde
niña a llevar un rígido corsé.
El
padre, ya aquejado de una grave enfermedad, envía a su hija a Madrid, al
cumplir 21 años, para que continúe sus estudios de dibujo y pintura en el
taller de Emilio Sala, algo que María hizo con gran aplicación, continuando en
los talleres de Benedeito y Sotomayor; sin embargo, nunca logró acceder a la
Escuela de San Fernando. Dos años después fallece el padre, su gran apoyo, y su
tío Domingo se hace cargo de los estudios de su sobrina.
María Blanchard, Mujer con vestido rojo, 1912-1914 |
La
familia de María se traslada a Madrid, a la calle Castelló, nº 7 y María
comienza a presentar sus trabajos, logrando en 1908 la tercera medalla en la
Exposición Nacional de Bellas artes con su lienzo Los primeros pasos; pero ella no se encuentra cómoda en el ambiente
pictórico de Madrid y busca un entorno más propicio para ese arte que intuye
puede salir de sus manos. Ese mismo año solicita y obtiene de la Diputación de
Santander una beca de tres años para ampliar estudios en París, que logrará se
prolonguen dos años más. Está a punto de comenzar una aventura que, con algún
intervalo, durará toda su corta vida.
En
1909 se traslada a París y se reencuentra con Diego Rivera, al que había
conocido en el Museo del Prado, y durante más de diez años les unirá una fuerte
y cómplice amistad, compartirán casa y viajes por Francia, Bélgica e
Inglaterra, en compañía de Angelina Beloff, que se convertirá en la primera
mujer de Diego. En 1910 consigue el 2º Premio en la Exposición Nacional de
Bellas Artes con Ninfas encadenando a
Sileno.
En
1914, huyendo de la guerra, María y Diego Rivera se trasladan a España.
Frecuentan la tertulia del café Pombo y Ramón Gómez de la Serna decide
organizarles en marzo de 2015 una Exposición, en la que también participarán
Agustín Choco y Luis Bagaría, y que titulará “Pintores íntegros”. Diego Rivera
presenta un retrato de Gómez de la Serna, que es retirado de la exposición por
“escándalo público”. María presenta entre otras obras Mujer con abanico, Eva, Madrid y Figura en movimiento. La crítica afiló sus dientes recurriendo a la
descalificación y a la sorna, cebándose de forma especial en la obra de “la
señorita Gutiérrez”, que había abandonado la figuración para representar una
mujer esperpéntica con roña en los pies”.
María Blanchard, Naturaleza muerta, 1917 |
La
familia teme por el futuro incierto de María y le propone que se presente a
unas oposiciones de profesora de dibujo en la Escuela Normal de Salamanca. La
orientación tradicional de la Institución y las crueles burlas de sus alumnos
por su aspecto físico, convertirán la estancia de un año en la Escuela en una
verdadera penitencia. María Decide abandonar España y no volver jamás. Se
llamará a partir de ahora María Blanchard y con ese nombre alcanzará fama
mundial.
María
vuelve a París y, según comenta Gómez de la Serna que la fue a visitar en sus
primeros tiempos, vivía en estudios abandonados por los caídos en la cruel
Guerra, donde colgaban las ropas fuera de los armarios, mostrando la
provisionalidad del hogar; pero ella pintaba sin parar: vasos, cafeteras,
pieles, jaulas… A través de su profesora, María Vassielef había entrado en
contacto con Juan Gris, y ya, antes de su partida a España, había comenzado a
adentrarse en el mundo del cubismo.
Junto
a Juan Gris, que sería su gran amigo, tertulian en su casa y elaboran un “nuevo
cubismo” a la búsqueda de una pintura pura, que se valores por sus formas y por
su material plástico; pero que no renuncia a tener un encuentro con lo visual.
En ese camino, ambos se van distanciando de Picasso y Braque. Es la gran etapa
cubista de María en la que se centra en la descomposición de los objetos,
mediante una serie de bodegones como Composición
cubista (1916-19) y Nature morte
(1919), en los que ya se aprecia ese cubismo sintético de tonalidades más
atrevidas que los habituales grises y tierra y que proporciona a los cuadros
mayor viveza cromática.
María Blanchard, El bodegón del pan, 1919-1920 |
Llega
el periodo de entreguerras y el arte pictórico comienza a presentar nuevas
orientaciones, entre ellas, La Nueva Objetividad. A partir de 1927, María se
une a esta tendencia y regresa al arte figurativo, aunque introduciendo las innovaciones
del cubismo en cuanto al color y el tratamiento de las figuras. Su éxito se
había iniciado ya en 1921 cuando presenta en el Salón de los Independientes de
París su lienzo La comulgante,
comenzado durante su breve estancia en España. Repite en 1922 con los lienzos La femme au chaudron y la femme au panier. La crítica sigue siendo
muy elogiosa y María tiene un marchante y el acceso a las más prestigiosas
galerías. Ya puede alquilar una vivienda y tener cierto desahogo económico, que
nunca será muy grande, porque ella no era mujer de números ni de ambiciones que
no fueran las de su arte. De esta época datan sus obras de La cocinera (1923), Maternité
(1924), Niño con helado (1925) o Niña leyendo (1928).
En
1920, su amigo Diego Rivera abandona París, a su mujer Angelina Beloff y a una
amistad de más de diez años con María. En 1927 fallece de una insuficiencia
renal Juan Gris a la edad de 40 años y María Blanchard sufre una depresión de
la que logra salir mediante un misticismo que le hace barajar la idea de entrar
en un convento, de lo que es disuadida por su confesor.
Su
salud, siempre precaria, sufre un progresivo deterioro, aunque ella nunca
dejará de pintar. Sus últimas palabras fueron: “Si vivo, voy a pintar flores”.
Falleció en 1932 en París a los 51 años y fue enterrada en el cementerio de
Bagneaux. Nos dejó el recuerdo imborrable de su pintura y de las emotivas y
precisas palabras de todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerla,
como las que le dedicó a su muerte, el pintor y teórico del cubismo André
Lothe.
María Blanchard, Petit garcon au canotier, 1923 |
¿Y
en España? El 1 marzo de 1932 a las 7 de la tarde, a instancias de sus amigos,
el Ateneo de Madrid rinde un homenaje a su figura en el que participan Gómez de
la Serna, Federico García Lora y Concha Espina, prima de la fallecida. Pasarán
casi 80 años hasta que la figura de María, salvo episódicos recordatorios, sea
unánimemente reconocida en España. Entre esos recordatorios se encuentran la
Exposición de 6 cuadros en la Galería Biosca, por iniciativa de la Condesa de
Campo Alange, su primera biógrafa, y Eugenio D’Ors; y una mayor muestra en la
misma Galería en 1976, que se repite ese mismo año en la Galería de la Vía
Layetana.
En
el año 2012 se inicia su reconocimiento. El Museo de arte Reina Sofía exhibe
una primera exposición del cubismo de María Blanchard. En el año 2018 el Museo
Carmen Thyssen de Málaga inaugura la exposición, “Juan Gris, María Blanchard y
los cubismos”. En el año 2020 Baltasar Magro publica una biografía sobre la
pintora, María Blanchard: como una sombra.
En el año 2022 el Ayuntamiento de Santander organiza unas jornadas en los 90
años del fallecimiento de la pintora con diversos actos como una Exposición
física y otra virtual y un curso monográfico sobre su vida y obra en la
Universidad Menénez Pelayo. En el año 2022 Correos emite un sello con su
efigie.
Valga
esta breve semblanza como contribución a la recuperación de su admirable
figura.
MARÍA LUISA MAILLARD
PARÍS
1940
ISABEL
BANDRÉS
Josep Maria Flotats representa París 1940 que se basa en los cursos
impartidos por Louis Jouvet en
el Conservatorio Nacional de Arte Dramático entre 1939 y 1940. Claudia (una magnifica
Natalia Huarte) intenta interpretar el monólogo de Doña Elvira (acto VI, escena
6) del Don Juan de Moliére). La joven actriz recita una y otra vez de
manera obsesiva el monólogo sin que su maestro se dé por satisfecho. Mientras,
afuera los nazis entran en Francia y toman París.
La obra nos habla de muchas cosas que debemos descubrir por debajo del texto y de la representación teatral. No solo es un canto de amor al teatro, al refugio en el arte ante el dolor y la destrucción. Es, además, la dignidad del hombre ante las dificultades cotidianas o/y excepcionales. Y uno de los elementos de esa dignidad es el trabajo bien hecho y la búsqueda de la excelencia en lo que se hace. Flotats le dice a su alumna: “Cada vez que tengáis la sensación que una cosa os resulta fácil, quiero decir una cosa conseguida sin esfuerzo, no es bueno. La interpretación de un personaje, sea el que sea, siempre implica algo penoso, algo doloroso, una cosa en la que debe participar el esfuerzo. Si no, es que falta algo; una interpretación siempre supone un esfuerzo. La comodidad es la muerte del artista”. Y esta frase se pude aplicar a cualquier trabajo y contra la actitud que hoy prevalece: la comodidad, la facilidad y la conveniencia por encima de todo. Ya no buscamos la excelencia ni el sentimiento de dignidad que nos provoca cualquier trabajo bien hecho, perseguimos la auto-complacencia facilona y el relumbrón carente de base sólida.
Y nos habla, también, de la importancia de encontrar un maestro o
varios en nuestras vidas que nos guíen: “Enseñar con seriedad (nos dice George
Steiner en su obra Lecciones de los maestros), es poner las manos en lo
que tiene de más vital el ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo
más íntimo de un niño o de un adulto. Un maestro invade, irrumpe, puede arrasar
con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina
pedagógica, un estilo de instrucción que, consciente o no, sea cínica en sus
metas meramente utilitarias, es destructiva. Arranca de raíz la esperanza”. Esa
esperanza que el maestro en la obra París 1940 imbuye a sus alumnos
mientras caen las bombas sobre París. Ante la desesperanza, ante la toma de los
nazis de la ciudad el día 22 de junio de 1940, el tesón del maestro de seguir
adelante con los ensayos los salva de sí mismos. “Ahora, son más necesarios que
nunca. Hay que mantener la esperanza”. La auto-exigencia de seguir trabajando y
la superación de las dificultades ante la brutalidad y el horror conllevan el
respeto a uno mismo, que es el mejor refugio ante la barbarie.
Pero
está obra nos habla, también, de la importancia de los otros en nuestras vidas.
Los ensayos parecen repetitivos y tediosos pero, poco a poco, descubriremos que
no es una enseñanza fría, todo lo contrario, al maestro no solo le interesa la
perfección de la interpretación si no, sobre todo, el que su alumna comprenda
el espíritu que debe contener todo trabajo teatral. Desea trasmitirle toda la
sabiduría que ha acumulado a través de sus años. Esa gran donación que nos
hacen aquellos a los que podemos llamar realmente “maestros”. Nos habla de la
generosidad de la enseñanza: del maestro que da y de la alumna que consiente en
recibir, en dejarse llevar. ¿Cómo pagar la apertura de la inteligencia, del
espíritu, de la curiosidad y de la voluntad? Solo hay una manera: aceptando
esos dones y procurando que siempre nos acompañen.
París
1940
es una obra de gran belleza y mayor contenido. Es posible que para algunos se
haga repetitiva y allí está uno de sus mensajes: el trabajo que nos dignifica
nunca es fácil. Huye de todo lo que no sea auto-indagación, esfuerzo, búsqueda
de significado… y eso lleva inexorablemente a volver una y otra vez al texto.
En un mundo en el que se busca meramente la distracción y en el que todo nos
aburre, es difícil que muchos toleren esta magnífica obra. En una sociedad en
la que vemos en las plataformas series y películas vacías de contenido y
totalmente olvidables, es posible que muchos se queden solo con lo aparente: un
tipo que se empeña en que una actriz repita mil veces su papel mientras caen
bombas. Salgamos de nuestra zona de confort, quitémonos las anteojeras que nos
han colocado desde la más tierna infancia y veamos más allá de lo aparente: el
mantenerse en la esperanza y alcanzar la dignidad solo se consigue con
esfuerzo.
Paris
1940
tiene una riqueza que descubrimos en su totalidad al final de la obra, cuando
la emoción nos anuda la garganta. Nos muestra cómo la fraternidad y el trabajo
bien hecho nos dignifica y da sentido a nuestras vidas. Nos habla de la
esperanza que contiene un espíritu generoso que se da por completo y sin
masoquismos en el trabajo y en el cuidado de los demás, muy lejos de la
palabrería de los populismos altisonantes. Es una obra de calado ético, hoy que
la ética es algo decadente y en desuso. No se la pierdan.
ISABEL BANDRÉS
¿Por
qué “Los campanilleros”? Cuando llega esta época del año, en casa de mis
padres y más tarde en la mía propia, siempre alguien se arranca cantando “Los
campanilleros”. Es decir, tanto en la punta noroeste del país como aquí en el
centro, estaba y está tan presente este cante como en la propia Andalucía,
donde sigue siendo, sin ninguna duda, un verdadero himno de Navidad.
Estos
cantos (que no todavía cantes), provienen del siglo XVII cuando grupos de
campesinos acompañados de campanillas, zambombas, guitarras y lo que tenían a
mano, alertaban a sus vecinos del comienzo de los denominados “Rosarios de la
Aurora”, que consistían en una reunión de personas rezando esa sucesión de
avemarías y padrenuestros, antes del amanecer. No sólo en Andalucía, también en
algunas zonas de Extremadura y en el sur de Castilla-La Mancha. Deben el nombre
de “campanilleros” a las campanillas con que se adornaba a las caballerías y que
utilizaban los “aurores” o miembros de estos coros quienes, al parecer, interpretaban
sus melodías en compás de 3x4 y, según nos cuenta David Montes, periodista de La
Voz del Sur, no tienen nada de simples en su composición y estructura
métrica; vean ustedes: “Bajo una arquitectura de siete versos de rima asonante,
se alterna la métrica decasílaba y endecasílaba, siendo el quinto verso un
verso asimétrico al estar compuesto de cinco sílabas. Este hecho es que muchos
consideran que lo hace asemejárse en su composición, salvando las distancias, a
las del cante por siguiriyas, pero no hay que olvidar ni dejar de lado los
tintes afarrucados que también posee en su estructura musical”. ¡Pues ahí queda
eso!
Hasta
donde se sabe, Manuel Torre —gran cantaor jerezano—, grabó por
primera vez “Los campanilleros” en 1929 y, tres años más tarde, Dolores Jiménez
Alcántara, más conocida como La niña de La Puebla, la volvió a grabar,
pero esta vez con letra de su padre y adaptación musical propia. Fue precisamente
el giro aflamencado lo que confirió tantísima popularidad a “Los
campanilleros” como para que se entone por toda la geografía, llegadas estas
fechas. Por supuesto, las letras se han ido adaptando e, incluso, se han
interpretado en estilos tan dispares como el pop, el rock o el indy… Cosas veredes
Sancho… Pero como decía don Manuel Machado: "hasta que el pueblo las canta
/ las coplas, coplas no son”.
Y
después de los dos grandes del cante ya mencionados, ha habido infinidad de
intérpretes, cada cual con su versión de “Los campanilleros”. La última que
escuché fue el pasado 12 de este diciembre en el concierto de Estrella Morente
quien, junto a sus hermanos Kiki y Soleá, su madre, sus tíos y tías, cuñados, cuñadas, primas y demás familia,
nos regaló con su “Calle del aire” un espectáculo impagable e irrepetible, pues volver a
reunirlos a todos —y a cada quien con su propio arte—, será muy difícil. Allí, Ángel Gabarre
interpretó la versión más antigua de “Los campanilleros”, la de Miguel Torre,
que comienza así: "A la puerta de un rico avariento / llegó Jesucristo y
limosna pidió / y en vez de darle la limosna / los perros que había se los
azuzó. / Y Dios permitió / que los perros de rabia murieran / y el rico
avariento / pobre se quedó…"
Os
dejo varias versiones y ¡¡que las campanillas os acompañen!!
S.T.
DIANA NAVARRO
(Una de las mejores voces de España).
https://www.youtube.com/watch?v=8l9YRjJso5M
LA NIÑA DE LA PUEBLA
https://www.youtube.com/watch?v=8zWaivWnKwM
MANUEL TORRE
https://www.youtube.com/watch?v=Tz8Dz-YSajU
Asunción Valdés, celebro tu llegada al grupo de colaboradoras del blog!! Gracias, un saludo y que pases unas Fiestas, claramente jubilosas.
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