El
día 26 de abril a las 19 horas tuvo lugar en el Ateneo de Madrid la
presentación del libro Revivir. La nueva
Carmen de Burgos, escrito por nuestra colaboradora Asunción Valdés. El
acto, no solo fue capaz de congregar a un numeroso público, entre los que se
encontraban ex ministros, antiguos jefes de la Casa del Rey y altos cargos del
Estado; sino de hacerlo en homenaje a dos mujeres de trayectoria ejemplar, que
constituyen un faro para el conjunto de las mujeres: Asunción Valdés y Carmen
de Burgos.
Tony Cabot, Asunción Valdés, Benita Ferrero-Waldner y Roberto Cermeño Foto: José Luis Roca |
Asunción
Valdés es una periodista de larga trayectoria en prensa, radio y televisión,
que nunca dejó de enriquecer sus conocimientos y que, entre otros trabajos,
dirigió la Oficina del Parlamento Europeo en España de 1986 a 1993, fecha en la
que fue nombrada Directora de Comunicación de la Casa Real, cargo que ejerció
hasta el año 2003.
Carmen
de Burgos (1867-1932) pertenece por derecho propio a ese grupo de mujeres
pioneras que bregaron en la España del convulso siglo XIX por su derecho a la
vida profesional y, paralelamente, por los derechos de todas las mujeres:
Concepción Arenal (1820-1923), Rosalía de Casto (1837-1885), Rosario de Acuña
(1850-1923), Emilia Pardo Bazán (1851-1921) y Sofía Casanova (1861-1958), para
sólo mencionar a las más destacadas.
Asunción Valdés, firmando su libro Foto: José Luis Roca |
En
dos tomos de 300 páginas cada uno, Asunción Valdés, después de una exhaustiva
labor de investigación, se introduce en el “alma” de Carmen de Burgos
(Colombine) para narrar la vida de una mujer vitalista, luchadora y creadora de
una obra amplísima, capaz de superar todos los obstáculos que la época puso en
su camino. Tuvo en sus inicios una fructífera carrera en el magisterio, que
señaló el introductor del acto, el subsecretario del Ministerio de Educación,
Liborio López y, posteriormente, una intensa carrera periodística (fue una de
las primeras corresponsales de guerra) y literaria. Colaboró en El diario Universal, El Globo y en El Heraldo de Madrid,
donde en 1907 desarrolló una campaña a favor del voto de la mujer. Escribió más
de 200 novelas y fue compañera durante más de 20 años de Ramón Gómez de la
Serna, con quien mantuvo una tertulia literaria.
Presentaron
el acto Benita Ferrero Waldner, exministra de Asuntos Exteriores de Austria y
excomisaria europea; Roberto Cermeño, presidente de La Agrupación Carmen de
Burgos y el editor del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Toni Cabot. Entre los asistentes
al acto, los exministros Íñigo Méndez de Vigo y Fernando Ledesma. También
estuvieron presentes antiguos jefes de la Casa del Rey, como Fernando Almansa y el Secretario General de la Casa del Rey, Domingo Martínez Palomo.
Nuestra
enhorabuena a Asunción Váldes y su fructífera labor por rescatar a una de
nuestras “mujeres olvidadas”.
Irene Chikiar Bauer, periodista, docente y escritora (suya es la mayor investigación sobre Virginia Woolf realizada en idioma español, publicada en Latinoamérica y Europa), visitó Madrid el pasado día 17, para presentarnos su flamante nueva publicación: Virginia Woolf y Victoria Ocampo, biografía de un encuentro. El acto tuvo lugar en la Librería Alberti y estuvo acompañada por Ara de Haro, doctora en Historia del Arte y colaboradora de nuestro blog.
Larga vida al nuevo libro de
Irene Chikiar, que viene a profundizar en esa relación entre dos escritoras
fundamentales del siglo XX.
Irene ChiKiar Bauer y Susi Trillo Tras la presentación, hubo intercambio de libros |
Fernando Rodríguez de la Fuente, María Luisa Maillard y Juan Manuel Bonet |
PENSAR
EN ESPAÑOL
Nuestra
colaboradora María Luisa Maillard, intervino en el ciclo de conferencias
organizadas por El País y la
Fundación Ortega-Marañón, bajo el lema “Pensar en español”.
Fue
el martes 13 de abril, en la sala María de Maeztu de la Fundación
Ortega-Marañón. Participó junto a Juan Manuel Bonet en una mesa redonda,
moderada por Fernando Rodríguez Lafuente, bajo el título “Cien años pensando en
español”.
María Luisa Maillard |
LAS LEYES
MARÍA LUISA
MAILLARD
En
los últimos años una batería de leyes —48 en los últimos dos años— han
trastocado nuestro ordenamiento jurídico. No debemos confundir las leyes con la
justicia. La justicia es una idea que se materializa en leyes; pero en sí misma
es un concepto vacío. Se debe rellenar con la conciencia estimativa, es decir,
con la consideración de lo que está bien y de lo que está mal. La consecuencia
lógica es ir a la búsqueda de la motivación estimativa que se encuentra en el
trasfondo de unas leyes que, en muchos casos, atentan contra nuestro sentido
común: La Ley de Educación, la Ley del sí es sí, la Ley del bienestar animal,
la reforma del Código Penal respecto a los enfermos mentales, La Ley de
vivienda… para no hablar sino de aquellas que más se ajustan a la conciencia
estimativa que vamos a desarrollar.
No
hay duda de que uno de los conceptos que se ha ido introduciendo de forma
progresiva en la conciencia estimativa del mundo occidental, ha sido el de igualdad
y tampoco hay duda de que ha supuesto un progreso moral. Sin embargo, el
concepto jurídico de igualdad no implica abolir la diferencia entre los seres
humanos ni entre el hombre y la mujer ni entre los seres humanos y los
animales; ni entre los seres humanos de diversos territorios; sino una conducta
igual ante contenidos iguales.
Todos
somos iguales como criaturas humanas que merecemos respeto y un trato
equitativo por la ley, en cuanto igualdad de oportunidades en la sociedad; pero
respetar la diferencia supone respetar los dos componentes básicos que nos
constituyen, el destino y la finalidad. El destino es —aunque no solo—, nuestro
cuerpo, un cuerpo que no hemos elegido. Y la naturaleza es injusta. No reparte
de forma igualitaria sus dones. No todos somos inteligentes y hermosos; incluso
hay genios que han acrecentado nuestra humanidad y no todos somos genios. La
finalidad es fruto de nuestra libertad, de la capacidad para elegir nuestros
objetivos vitales, en brega siempre con la circunstancia que nos ha tocado
vivir. No todo el mundo dedica el mismo esfuerzo en mejorar su vida intelectual
y moral. Podemos escoger, y escogemos, entre el bien y el mal. De ahí, de
nuestra libertad, surgen desigualdades legítimas que las leyes deben respetar.
En nuestras últimas leyes, se aprecia el intento de dar una vuelta de tuerca a la idea de igualdad, en una desviación que denominamos igualitarismo y que en ocasiones deriva, como intentaremos demostrar, en una paradoja: la de la devaluación si no la supresión, del concepto de igualdad.
Para
poner un ejemplo, esta devaluación se hace patente cuando la igualdad, es
decir, la nivelación, se produce a la baja como viene sucediendo en las
sucesivas leyes de educación que, para llevar a cabo el igualitarismo, deben recurrir
a una rebaja sistemática de contenidos y de controles. Sin embargo, el sentido
común nos dice que todo proceso de igualación debe hacerse hacia arriba, no
hacia abajo; acrecentar la humanidad, no disminuirla. Ya Hanna Arendt,
contestando a la pregunta de Mary McCarthy de cuál era la causa de que los
intelectuales de su época se hubiesen "vuelto imbéciles", contestó que una de las
causas era “la pérdida del sentido común”.
Esta
opción perjudica al conjunto de los alumnos que no pueden recurrir a la enseñanza
privada; pero especialmente a los más dotados, a los que se les priva de su
derecho a competir en igualdad de condiciones para ocupar un puesto en la
sociedad. Este derecho también se ve mermado por la progresiva reducción de las
oposiciones libres, que son sustituidas por otros procedimientos, entre los más
gravosos, la progresiva ampliación a los niveles más bajos de la Administración
de los puestos de libre designación.
También
habría que introducir en este apartado la igualdad de hombres y mujeres que se
traduce en una igualdad automática de resultados, plasmada en una política de
cuotas fijas, en las que se privilegia a un “grupo victimizado” como el de las
mujeres, frente a la competencia individual. Si la maternidad sigue siendo una
desventaja a la hora de acceder al mercado laboral y la maternidad es
indispensable para la sobrevivencia de las sociedades, ¿por qué el Estado no
corrige esta dificultad, creando suficientes guarderías estatales y actividades
en los Ayuntamientos en los periodos de las vacaciones estudiantiles? Sería un
dinero muy bien empleado.
Hablemos de la violencia contra las mujeres. Es un delito específico, de acuerdo. No creo que se pueda eliminar porque no existe ninguna sociedad en la que los delitos hayan desaparecido; pero en España tenemos hace tiempo una de las legislaciones más avanzadas al respecto en el contexto europeo y hay unidades como la UFAM que prestan un servicio policial integral, ¿Por qué no se refuerzan esos mecanismos de control y prevención? Todos los datos avalan la precariedad de medios en los que trabajan los policías pertenecientes a esas unidades. ¿Por qué no se amplían las casas de acogida de mujeres maltratadas? ¿Por qué no se dota de más recursos a los jueces para que las mujeres no se enfrenten a juicios interminables? La realidad es que, a pesar de contar con un Ministerio de Igualdad, a pesar de las manifestaciones, y de múltiples formas de propaganda, a pesar de La Ley del sí es sí, el número de delitos específicos contra la mujer no ha disminuido.
Y este pobre resultado ha dejado algunas plumas en el camino, no solo la de la rebaja de penas a los violadores violentos, tan publicitada; sino la de la igualdad, mediante la diferente consideración del testimonio de la mujer y del hombre. Todos somos seres humanos que podemos escoger entre el bien y el mal; la verdad y la mentira. Las mujeres no son buenas y los hombres malos por naturaleza. No se puede torcer el brazo a la realidad mediante una ley, la realidad reacciona. Un trato desigual a los ciudadanos, quienes teóricamente son iguales ante la ley, puede provocar el efecto no deseado del resentimiento.
Ya
hemos llegado a la consecuencia más nefasta del igualitarismo: el
“resentimiento”, concepto que introdujo Nietzsche en la filosofía occidental, que
desarrolló Max Scheller, en oposición a Nietzsche y que, en nuestros pagos,
tuvieron en cuenta autores como Unamuno y Gregorio Marañón. El resentimiento
fue definido por Max Scheler como una autointoxicación, un estancamiento de la
sensibilidad, fruto de una impotencia prolongada. Y el resentimiento no solo
falsifica el juicio estimativo; sino que su utilización es uno de los motores
principales del populismo para manipular a las masas. ¡Gran descubrimiento!
Una
vez creado en los países occidentales el estado del bienestar y logradas las
reivindicaciones de igualdad jurídica de las mujeres, los motores de las
protestas tradicionales contra las sociedades democráticas y capitalistas —el
proletariado y las mujeres marginadas por las leyes— quedaron desactivados, las
casillas vacías. ¿Cómo rellenarlas, desviando la atención de los verdaderos
problemas que surgían en las nuevas sociedades occidentales?: la corrupción,
las desigualdades abusivas, la excesiva burocratización, la manipulación de la
información, la ignorancia, la aparición de nuevas castas, la pérdida de
intimidad? Creando una sociedad de víctimas: Las mujeres, los niños, los
alumnos, los gordos, los homosexuales, los grupos “racializados”, los animales;
para no hablar de las naciones “victimizadas” por un Estado opresor, que hoy en
día parece que tienen el derecho a saltarse la ley, en lo que a la enseñanza se
refiere, frente al conjunto de los ciudadanos. Y todo ello rechazando o
manipulando la realidad frente a la subjetividad del deseo, que se acaba
introduciendo en las leyes.
Como
vemos la conciencia estimativa que ha orientado las leyes bajo las que tenemos
que vivir los ciudadanos, no solo atenta contra el derecho a las desigualdades
legítimas fruto del esfuerzo y de la voluntad; sino que, en muchos casos,
atentan contra el principio de igualdad y nos hacen volver de nuevo la mirada
al fenómeno del resentimiento.
MARÍA LUISA MAILLARD
IMÁGENES SOBRE LAS
MUJERES Y LOS LIBROS
26. LUGARES PARA LEER. INTERIORES DOMÉSTICOS
INÉS
ALBERDI
El retrato de mujeres leyendo un libro puede servir de
excusa para presentar un interior doméstico, ya sea de gran riqueza o de gran simplicidad.
En la pintura, y desde muy temprano, se muestran hogares que ofrecen una imagen
de confort y reflejan los ideales burgueses de la vida familiar.
La mujer leyendo en un interior es una imagen frecuente
en el arte. La asociación de la lectura con la intimidad doméstica lleva la
impronta de un lugar femenino. La vida familiar y el orden doméstico son
expresiones de una nueva ideología que combina el confort doméstico con la
intimidad familiar. Las mujeres van a ser las que desarrollen este ideal y las que
lo encarnen.
William Chadwick, Estados Unidos (1879-1962) Salón delantero (pintura de la casa de Florence Griswold), c. 1905-8 Florence Griswold Museum, Old Lyme, Connecticut, EE.UU. |
La lectura añade un rasgo de espiritualidad al ideal del
encierro femenino. La lectura conlleva ecos de un desarrollo espiritual que
permite la conexión con el mundo exterior a pesar de mantener la imagen femenina
en el recinto limitado de lo familiar.
En esos interiores donde transcurre la vida de las
mujeres burguesas el libro va a completar un mensaje de educación y cultura. El
libro añade valor al entorno y a las mujeres que lo tienen entre sus manos.
Donde primero aparecieron imágenes de interiores domésticos,
limpios y cuidados, en los que había una figura femenina leyendo, fue en los Países
Bajos.
Pieter Hendricksz de Hooch, Países Bajos, (16-29-1684) Die goldwägerin (La pesadora de oro), 1664 Gemäldegalerie, Tiergarten, MItte, Berlín, Alemania |
Con el tiempo, esta moda se extendió por toda Europa,
pero es en los países nórdicos donde encontramos mayor cantidad de imágenes
femeninas dentro de entornos domésticos. En ellos, la vida femenina con un
sentido de orden y de confort se muestra especialmente en los retratos de mujeres
leyendo.
Paul Gustave Fisher, Dinamarca, (1860-1934) A good book as a dessert (Un buen libro es un postre), 1917 Christie's Londres, Reino Unido |
Algunas de las imágenes que encontramos de mujeres
leyendo en el interior de la casa evocan primordialmente la idea de un hogar
que queda al abrigo de las inclemencias del tiempo. Aparece la imagen del hogar
como algo separado y protegido del mundo exterior.
Kitty Lange Kielland, Noruega, (1843-1940) Interior, 1883 Colección particular |
También se hace, en estos retratos, algunas veces, ostentación
de riqueza. En el XIX son numerosos los retratos de mujeres en interiores
elegantes que utilizan el libro como complemento para presentar la vida femenina
en un entorno de prosperidad. Algunos de estas obras se recrean en el lujo de los
interiores, como se advierte en las telas, los cuadros o las esculturas que aparecen
en el cuadro.
Edward John Pointer, Gran Bretaña, (1836-1919) Evening at home (Noche en casa), 1888 Colección particular |
Albert Chevalier Tayler, Gran Bretaña, (1862-1925) The quiet hour (La hora tranquila), 1913 Alfred East Gallery, Kettering, Reino Unido |
Otras veces. los retratos femeninos presentan interiores donde no
es tanto la riqueza lo que se muestra como el confort y el sentido de la
elegancia. Son ejemplos en los que, más allá del retrato de la mujer que lee,
hay un despliegue de elegancia y buen gusto.
Willard Metcalf, Estados Unidos, (1858-1925) Summer at Hadlyme (Verano en Hadlyme), c. 1900 Colección particular |
Una obra española de estas características es la de
Ricardo López Cabrera que titula “Descanso” y en la que se ve a una mujer
leyendo en un interior decimonónico muy cuidado y elegante.
Ricardo López Cabrera, España, (1864-1950) Una joven leyendo, 1898 Museo del Prado, Madrid, España |
INÉS ALBERDI
POBREZA
(y III)
LA
DIFICULTAD DE LAS RELACIONES ASIMÉTRICAS
ISABEL
BANDRÉS
“¿Es posible vivir con y desde el otro en una sociedad que exalta el yo?”. H. Daniel Dei (Filósofo)
¿Quién
es el otro? Todo aquel que no es yo. ¿Y quién soy yo para el otro? El otro.
Cuando hablamos de “los otros” debemos recordar que nosotros somos también “los
otros” para todos los que nos rodean. Las relaciones humanas son, en general,
muy difíciles, y si se producen entre los muy diferentes, se hacen más
complejas. Normalmente tendemos a relacionarnos con aquellos con los que
tenemos mayor afinidad por edad, carácter, estrato social, aficiones… Es decir,
con los que son más iguales a nosotros y abandonamos a los que son más desiguales.
Tendemos a la simetría, a una cierta armonía, no nos gustan los sonidos
discordantes. Toleramos al diferente, y más si está en estado de necesidad, por
breve tiempo. Cuando hace un año Ucrania fue invadida por Rusia, todos sufrimos
una conmoción. Buscamos la manera de ayudarles, de hacerles llegar lo más
necesario a través de organizaciones. En nuestras conversaciones, hablábamos de
su sufrimiento, nos manifestamos en las calles y nos emocionamos con las escenas
que veíamos por televisión. Un año más tarde, esa emoción del principio había
desaparecido. Los ucranianos siguen sufriendo, pero nosotros nos hemos
distanciado y no por una maldad intrínseca sino porque se nos hace difícil
gestionar el sufrimiento de los otros durante un largo plazo. Por eso, a veces,
culpamos a las víctimas de su situación, para alejar de nosotros cualquier tipo
de auto-reproche que pueda alterar nuestra comodidad cotidiana y nuestro
confort interior. Las víctimas, esas que sufren, nos decimos, algo habrán
hechos para ser pobres, enfermos y carentes de cualquier bien del que nosotros
disfrutamos por “méritos propios”, por supuesto.
En
la sociedad del yo y del narcisismo, olvidamos lo que recibimos de los padres,
educadores, amigos, médicos, inventores, creadores… No reconocemos que son los
otros los que nos sostienen, los que han configurado nuestra subjetividad y de
los que dependemos, además, para subsistir en el día a día ¿Qué sería de
nosotros sin el panadero, el agricultor, el zapatero, el dentista, el cineasta,
el escritor…? Deberíamos recordar las
palabras de Grossman en su novela Vida y destino: “Lo esencial es que los
hombres son hombres y luego son obispos, rusos, tenderos, tártaros, obreros”.
El filósofo Lévinas va un poco más lejos y nos invita a “mirar el rostro del
otro”. Algo así como tener un cara a cara de ser humano a ser humano, más allá
de toda diferencia de raza, ideología, carácter, clase social… Y tras ese cara
a cara, el rostro del otro, es decir su humanidad, nos interpela y nos hace responsables
de su destino. Esta exigencia ética, de responsabilizarnos del destino del
otro, es difícil llevarla a cabo. Solo uno pocos son capaces de hacerlo, porque
va mucho más allá de la compasión.
En
el libro Vecinos, Jan T. Gross nos narra la historia del
exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, Polonia. Un día de julio de 1941
la población católica, no los nazis, mataron a mil seiscientas personas, sus
vecinos durante generaciones, por ser judíos. Solamente una familia católica no
miró a otro lado, los Wyrzykowski, y salvaron la vida de siete miembros de una
familia judía ocultándoles en su granja. Su decisión ética de ver la humanidad
en el diferente tuvo graves consecuencias. Los Wyrzykowski tuvieron que huir de
su ciudad tras vivir un infierno y fueron calificados de judíos, con todas las
connotaciones negativas que, en aquellos años, ser considerado judío
significaba. Su acción mostró que las cosas se pueden hacer de otra manera, que
el humanismo es posible y por eso sus vecinos católicos, como ellos, les
odiaron. Les fue imposible mirarse en el espejo del otro y reconocer su propia
barbarie.
Los
que se comprometen con el otro no suelen recibir premios ni agradecimientos. A
las víctimas no les gustan recordar situaciones pasadas de necesidad y los
verdugos no están dispuestos a reconocer la dignidad de los que tuvieron el
valor y la generosidad de ayudar a los que sufrían en tiempos de oscuridad.
Para los actos humanitarios no hay premios tangibles. El premio está en ser de una
manera y no de otra. Y ese ser de otra manera, es para muchos imperdonable. A
los Wyrzykowski, como a tantos otros, no se lo perdonaron. Todorov lo explica muy bien en Memoria del mal, tentación del bien
cuando afirma: “El buscar la aprobación exterior hace el acto ético interesado.
La vía de la acción moral es solitaria porque la felicidad de los demás hace la
nuestra. Dar lecciones de moral a los demás nunca ha sido un acto moral”. De
allí que los predicadores del bien que se ponen como ejemplo nos den un cierto
repelús. Nos suenan a falso. Y que vivir considerando al otro, al diferente, un
ser humano, sea poco comprendido. En un documental televisivo de la 2, algunos
médicos cooperantes en el Tercer Mundo comentaban la soledad que sentían
durante los periodos vacacionales que pasaban con sus familias y amigos. No se
sentían ni escuchados ni comprendidos por lo que no solían comentar sus
experiencias.
En
la sociedad del yo y del individualismo tendemos a considerar a los demás como
un estorbo para nuestra comodidad que confundimos con felicidad. Tenemos muchos
amigos virtuales y pocos reales. Nos ocupamos de los que carecen de casi todo
enviando algún WhatsApp solidario. Está acción tan pueril nos crea una buena conciencia
sin afrontar la difícil realidad de establecer unas auténticas relaciones
personales. Solo con mover un dedo, sin molestarnos y sin mayores
inconvenientes que perturben nuestras vidas, solucionamos los problemas del
mundo y mantenemos nuestra cuota de narcisismo moral cubierta. Cómo nos gusta
practicar lo que Bauman denomina “amor liquido” y qué lástima, pensamos, que no
fuese gaseoso y volátil.
En
la sociedad que nos ha tocado vivir, nos miramos más nuestro propio rostro
(espejito, espejito quién es más y mejor en todo), que el ajeno. Cuidamos más
de nosotros mismos que de los otros. Confundimos la máxima cura
sui, cuidar
de uno mismo, que nos recomiendan algunos filósofos y el sentido común y, que
tiene un significado socrático de “conócete a ti mismo”, con vivir mirándonos
el ombligo, pendientes de cualquier mínimo cambio perturbador en nuestras
vidas. Y nos cuidamos tanto que no dejamos espacio ni tiempo para los otros. ¿Y
quién ha dicho que cuidar de los otros no es cuidarse uno mismo? Otra vez nos
confundimos, cuidar de los otros no debe ser un acto de masoquismo o de
sumisión. Eso es otra cosa. Todorov nos
señala en su obra Frente al límite: “El
cuidado es un acto moralmente superior solamente en la medida que no daña la
dignidad de quien lo practica… y no daña el respeto a uno mismo”.
Es
difícil y complejo coser la brecha que nos separa de los demás porque no es
algo estable; se cose, se descose y se vuelve a coser constantemente. La otra
salida es agrandar dicha brecha, alejarnos de los otros. De esas brechas y sus
consecuencias sabemos mucho los seres humanos: guerras, hambrunas, genocidios, vidas
al límite, totalitarismos, falta de libertad… Sin embargo, echando la vista
atrás, hay que reconocer que hemos hecho un largo y arduo camino desde “el ojo
por ojo” de la ley de Hammurabi hasta el “…odia el delito y comparece al delincuente”
de Concepción Arenal y desde el garrote vil hasta la anulación de la pena de
muerte... A pesar de todo lo adelantado, seguimos en la indiferencia hacia el
diferente.
Nuestros
políticos están en campaña electoral. Vamos a oír de todo. Ninguno va admitir
ningún error propio y todos van a señalar los ajenos. Van a la yugular. El otro
no es un adversario, es el enemigo a batir. Esos son los juegos por el poder. Pero
tengo la impresión, que quizá confunda con el deseo, de que cada vez hay más
ciudadanos hastiados con una determinada manera de hacer política. Muchos
votantes, 895.257, se han dado de baja en las listas del INE para no recibir
propaganda política en sus buzones. Manifiestan que se despilfarra un dineral, 35
millones de euros, y toneladas de papel. Estamos en una democracia liberal y si
los políticos pueden influirnos, nosotros también a ellos. Nuestra actitud puede
crear un clima social que haga que los políticos, aunque solo sea por ostentar
el poder, viren hacia comportamientos más racionales, menos corruptos, menos
agresivos con el contrario y ya, de paso, practiquen lo que se ha dado en llamar
“una democracia sensible” y yo añadiría, razonable. Se podía resumir en coser
más y desgarrar menos, en ser más humanos y más reflexivos.
De
momento sufrimos de racanería, la más dañina de las enfermedades. La falta de
generosidad es la peor de las pobrezas pues fomenta todas las demás. ¿Y quién
no tiene algún déficit de humanidad en su ADN?
ISABEL BANDRÉS
“MAMÁ, CUÉNTAME EL MISMO CUENTO”
LIDIA ANDINO TRIONE
Cuántas veces hemos oído este reclamo, cuántas veces habremos tenido que escuchar airadas protestas de nuestros niños porque el cuento que le estábamos relatando no era igual —hasta el mínimo detalle— al de ayer. Siempre que se le cuenta una historia, la próxima vez quiere oír exactamente la misma, se muestra implacable y corrige toda variante introducida por el cuentista. Esta exigencia de una consistencia definida de los detalles del relato está destinada, más tarde, a desaparecer.
El niño exige en sus actividades, en el juego mismo, lo nuevo, pero ese deslizamiento esconde el verdadero secreto de lo lúdico, la diversidad más radical que constituye la repetición que es, aunque parezca raro, donde anida la posibilidad de la diferencia.
Así nos lo enseña entrar en cualquiera de nuestras casas y comprobar que cada hijo es, entre otros hijos de la misma familia, hijo de una familia diferente. Cada hijo es, entre otros hijos con el mismo apellido, a su manera, un “hijo único”.
Únicas son las condiciones de la fecundación, el embarazo, el parto, las conversaciones previas entre los gestantes sobre el sexo, el nombre, el lugar que se le va a dar en la familia, en el amor y el deseo del padre, de la madre, de los que lo recojan en el salto desde su cabecita encajada a nuestros brazos.
Por eso no deja de ser una tapadera afectiva cuando los padres niegan, como ocurre tantas veces, la menor diferencia entre sus hijos. Esto sin contar el estorbo que representa para los hijos no verse reconocidos en su diferencia en las palabras de los padres. Insisto, en las palabras que es, verdaderamente, donde se libra la batalla.
Cuando el primer hijo llora, toda la familia sale corriendo a atenderlo e intentar interpretar el llanto del ¨rey de la casa¨. Cuando el segundo hijo llora, la familia tarda un poco más en acudir mientras murmura: “llorar un poco le hará bien a los pulmones”. Cuando llega el tercero, se encuentra en otra situación.
La misma familia, pero diferentes maneras y tiempos de acceso al lenguaje. Acceso al lenguaje donde se juega el crecimiento, el deterioro, la enfermedad, la inteligencia, la locura, la imaginación.
LA CULTURA IMPRESA
ROSARIO HERRERA GUIDO
Al final de cada año me hago una promesa:
el año próximo renunciaré a los laberintos,
a los tigres, a los cuchillos, a los espejos.
Pero no hay nada que hacer, es algo más fuerte que yo.
Comienzo a escribir y, de golpe,
he aquí que surge un laberinto,
que un tigre cruza la página,
que un cuchillo brilla,
que un espejo refleja la imagen.
Jorge Luis Borges, Borges el palabrista.
LA CULTURA ES ESCRITURA
La cultura Impresa. ¡Qué título tan ambicioso para esta breve y humilde exposición! Permítanme empezar por las obligadas raíces latinas. Cultura procede de las palabras latinas cultus, colere, cuyos sentidos son cuidar y cultivar, y que a partir del s. XV designa a un ciudadano ilustrado, cultivado y civilizado, a saber, no bárbaro.
Imprimir es una voz latina formada por in, que significa en, y premere, que significa oprimir, presionar con algo, y que desde el s. XIV, quiere decir dejar rastro o señal sobre una cosa. Ambas palabras se encuentran, ya que no hay cultura sin impresión, en los dos sentidos: como huella y como estremecimiento.
Georges Bataille, el filósofo francés, cuyas fuentes de inspiración reconoció en Sigmund Freud, Ferdinand de Saussure y Karl Marx, funda su conocido pensamiento sobre el erotismo, en una definición: “El erotismo es la afirmación de la vida hasta en la muerte”. Y en su espléndido y original libro Las Lágrimas de Eros, deslumbra al afirmar que sólo después de la conciencia de la muerte aparecen tumbas en el planeta Tierra, cual improntas, signos y escritura, no sólo del deseo de apaciguar la violencia de la muerte sino de dejar huella de lo humano, cien mil años a.e. (Bataille, las lágrimas de Eros, Tusquets, 1981:35). Un dato científico probado con Carbono 14, y del que extrae trascendentes conclusiones: 1) lo humano es conciencia de la muerte; 2) la tumba es una huella (es)cripta de la finitud humana, que gesta la memoria histórica e historiza a la humanidad y 3) la muerte es la madre de la escritura, que trata de inmortalizarse en la huella, la impronta, la escritura, o como le llama Derrida a una mínima traza: Grama.
Para dar cuenta del origen de la cultura, Freud inventa en Viena un mito: Tótem y tabú (1913), en el que los hijos asesinan al padre, un mono cretino que al apropiarse de todas hembras, les prohíbe su goce sexual a todos sus hijos (Freud, Tótem y tabú, Amorrortu, 1979:103-162). No es el único mito moderno, pues también Karl Marx, en un opúsculo que lleva por nombre El modo de producción tributario asiático, inventa el mito de la horda primitiva que asesina al padre porque pone a trabajar a los hijos y les expropia todos los satisfactores.
Pero el mito de Freud, es un relato que piensa la gregariedad humana no como una respuesta a las necesidades de la división del trabajo en función de la supervivencia, sino como fundante de los diques, prohibiciones o interdictos, impuestos a la sexualidad, a través de la represión de los impulsos sexuales (las pulsiones), que permiten establecer lazos amorosos en torno a una causalidad trascendente, que anuda simbólicamente a los hombres y a las mujeres a través del tótem, el jefe, el padre, Dios, el maestro, el santo Patrono y hasta el equipo de futbol. Un mito que no es histórico sino genealógico, según Michel Foucault, pues no parte de la inocencia originaria humana como J.J. Rousseau. En tótem y tabú los hermanos asesinan al padre y lo devoran en el banquete totémico, porque les impide el goce de las mujeres, y la culpa por violentar lo prohibido, lo sagrado, conduce al crimen, que ya no les dará acceso al goce sexual de la madre, motivo del asesinato, por lo que en el lugar del banquete totémico, se erige el tótem como objeto de culto, al padre muerto, ante el que se prohíben el incesto y el parricidio, leyes fundentes de la cultura, y se juran lazo fraterno.
El filósofo y psicoanalista francés, Gérard Pommier, en su libro Freud ¿apolítico? (Pommier, Nueva Visión, 1987:9), desde la enseñanza del pensador y psicoanalista francés Jacques Lacan, concluye que no habría lenguaje si no nos autorizáramos a hablar en nombre de nuestro tótem, pues cada vez que firmamos invocamos el nombre de nuestro tótem, el nombre del padre, el nombre patronímico, fundamento de la ley de la cultura y de todas las significaciones posibles, cuya función no es oponer la ley al deseo, provocando un conflicto sin salida, como es el caso del padre terrorífico, el dictador o el tirano, sino de unir la ley al deseo, a través de la ley del deseo, en los dos sentidos: como una ley que ordena desear y por lo mismo ordena el goce incestuoso y parricida, a través de rescatar el goce incestuoso perdido por la escala invertida del deseo.
El mismo Freud, en una nota a pie de página, en su libro Tótem y Tabú, advierte que hasta la alianza del pueblo hebreo con Yahvé, a través de la ley mosaica, la escritura jeroglífica pasa de la imaginaria a cuneiforme, es decir, simbólica. Un dato que recuerda al Platón de la República, quien enseña que todos los asuntos de la polis son asuntos del lenguaje, es decir, de ley. No hay cultura sin ley, no hay escritura sin ley. Entonces ¿la historia de la humanidad es la lucha de la cultura contra la crueldad? ¿La escritura contra la barbarie? ¿Los libros contra la cultura apantallada de nuestro tiempo, como ya sugería el filósofo español Eduardo Subirats?
El mito de Tótem y tabú —como Freud mismo afirma— es un mito transhistórico, cuyas pruebas científicas positivas son escasas, lo que lo hace un auténtico mito moderno, que permite actualizar al seno de toda cultura el fundamento del linaje, la descendencia y el culto, origen de toda cultura, de cuya dimensión ética se despliega una estética a través de las artes: la arquitectura (el templo), la música, la danza ritual, la escultura de lo sagrado, la pintura (la imagen de la divinidad) y la literatura (salmos, ensalmos, oraciones, rezos y poesía mística), como se puede comprender a partir de los desarrollos del filósofo español Eugenio Trías (Trías, Lógica del límite, Destino, 1991:367-97). Porque sin falta, sin caída, sin pecado original —sigo a Trías— no hay sacrificio, trasgresión de lo sagrado, ni culto ni cultura ni arte, pues sería reducido al falso juego virtuoso de l'art pour l'art. Ya desde Wittgenstein o Mallarmé, sólo se puede postular una est-ética, un neologismo que expresa el fundamento ético del arte. Tal vez por ello, Freud no duda, en una de sus obras maduras de definir a la cultura como “todo aquello que nos eleva por encima de la condición animal”. Por supuesto, en contra de la barbarie, advirtiendo que si la humanidad no pone a la Pulsión de Muerte al servicio de Eros, está en peligro de sucumbir (Freud, El malestar en la cultura, Amorrortu, 1930).
EL LABERINTO DE BORGES
En su cuento La biblioteca de Babilonia, el escritor argentino Jorge Luis Borges, da algunas respuestas (¡jamás definitivas!) a las grandes preguntas sobre la escritura, el lenguaje y la cultura impresa. En su biblioteca están los temas del diálogo socrático Cratilo, o de las palabras, el diálogo de San Agustín con su hijo Adeodato en su De Magistro, las reflexiones de Nietzsche o de Heidegger sobre la naturaleza poética del lenguaje y muchas de las interrogantes y respuestas del siglo XX en torno a la escritura y el lenguaje.
Borges nos lleva por la estantería de su Biblioteca como por laberintos, por las palabras como por la pasión y la ternura, por los tigres como por una selva de signos, por las páginas como por espejos.
La Biblioteca está llena de eróticas letras que se mecen al compás de un número infinito de danzas. En los corredores, una procesión de espejos con la mirada perdida en el horizonte, duplica ilusiones. Interminable es la Biblioteca como la búsqueda de un texto que por fin lo diga Todo. Aunque hubo un tiempo en que se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros y todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto de tal suerte que el universo bruscamente usurpó las dimensiones de la esperanza (...) la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo...
En la Biblioteca de Borges, todo lo que se puede
decir es que no se puede decir todo. No hay un lenguaje definitivo, ni un Amo
de la Verdad. En nosotros hay paraísos artificiales más ignotos que la
Sierra Madre Oriental, cuyas tonalidades son dichas con aullidos y gruñidos,
que significan todos los misterios del alma, la agonía del tiempo y el
inarticulable deseo.
LAS
LEYENDAS DE LEONORA CARRINGTON:
UNA
CUESTIÓN DE ARTE Y VIDA
AMPARO
SERRANO DE HARO
Las
ventajas de una larga vida para un artista son muchas: puede legar su obra de
la forma que juzgue más conveniente para su recuerdo y valoración, puede
desdecir a los rivales que han muerto antes, puede dejar explicaciones en
primera persona sobre su vida o su obra que serán difíciles de contradecir… Esto
es, que dejará el relato de su vida y obra bien establecido, bien hilado y tan
cerrado como le sea posible. Todas estas circunstancias se cumplen en el caso
de la pintora y escritora inglesa Leonora Carrington, que falleció en 2011, con
94 años.
EL ARTE DE CARRINGTON
La
obra de Carrington ha quedado ligada al arte del pasado por su aspecto
figurativo y narrativo, y por su admiración indisimulada por el Renacimiento
italiano y la obra de El Bosco. Pero también tiene vinculaciones con el futuro
por sus preocupaciones ecológicas, feministas, y visionarias. Sobre todo,
persistirá en el tiempo como creadora surrealista y, consecuentemente, por su
incesante juego metafórico en el que se mezclan símbolos de toda procedencia, tanto
zoológicos como lingüísticos, legendarios como vitales.
Las
pinturas de Carrington, inmensas en su pequeñez, pequeñas en su inmensidad —ese
juego ambiguo con la escala de lo que se narra es una de sus peculiaridades—,
cuentan una "escena" inquietante, casi siempre la misma, aunque los
personajes varíen.
Leonora Carrington, Artes, 110, 1994 Colección Stanley and Pearl Goodman |
Es
un acto de "revelación" (como consta en
el título de la exposición de la Fundación MAPFRE) el que tiene lugar en sus
lienzos y en ellos los protagonistas y los observadores que se combinan, se
desdoblan, se asocian y se alternan, son, a la vez, simbólicos y trasuntos de
una posible realidad que desconocemos, o que solo podemos suponer, caligrafía
caprichosa y detallada de un transmundo no del todo incomprensible, no del todo
“otro”, pero, ciertamente, vestido y travestido de un voluntario misterio. En
el corazón de cada cuadro, está presente un acto misterioso en torno al cual
los personajes se encuentran reunidos. Es un descubrimiento que puede ser
individual o colectivo, pero que tiene lugar en público.
Las
figuras de sus lienzos actúan y hablan, pero sobre todo miran, son testigos de
algo que anteriormente estaba escondido, en sueños, en acciones secretas o en
palabras enigmáticas... Sus cuadros narran el momento único en el que secretos,
relaciones improbables o verdades, de repente, se evidencian, salen a la luz, por
un momento eterno, antes de volver a quedar ocultas.
La
pintura —y también la literatura— que realiza Carrington, desafía de modo
directo, a veces amablemente y otras con crueldad, el entendimiento
convencional, el curso “normal” de las cosas, lo previsible… con la promesa —o
amenaza— de que hay otra capa de sentido bajo la evidencia, otra verdad tras
las apariencias, un velo más tras la "desnuda" verdad... Su arte implica
la certeza de que las “realidades” engañan y es posible presentir que en muchas
de sus obras también la figura de la propia pintora está presente oculta bajo
distintos disfraces.
Leonora Carrington, La casa de enfrente, 1945 West Deam College of Arts and Conservation, Reino Unido |
LA
INICIACIÓN DE CARRINGTON
Carrington
dejó muy claro en numerosas declaraciones y entrevistas cómo deseaba ser interpretada,
juzgada y admirada. La magnifica exposición de MAPFRE, la primera antológica consagrada a la artista que se celebra en España,
nos
permite juzgar por nosotros mismos, al incitarnos a un acercamiento más
detenido, detallado, atento e indagatorio a su obra.
En
esta exposición aparecen, por primera vez, algunos de sus trabajos iniciales.
Además de acuarelas de figuras femeninas convencionales y alargadas —las más
numerosas—, dos óleos pequeños: Hiena en Hyde Park y En casa de las
máscaras, llaman la atención. Esas obritas se presentan torpes, pero
densas, con una aglomeración de intenciones que oscurecen su sentido y que delatan
un magma primigenio de inspiración que más tarde dará lugar a la indudable
fecundidad creativa de Leonora y al desarrollo posterior de su talento.
¿Cuándo
y cómo se produjo entonces su verdadera iniciación artística? En realidad, de
una forma indirecta queda explícita en la exposición por medio de la aparición
de algunas obras de las dos personas que fueron más importantes en su vida y
obra: el artista alemán Max Ernst y la pintora española Remedios Varo.
CARRINGTON
Y ERNST
La
propia Carrington hizo un inmenso esfuerzo en vida por disminuir la importancia
que tuvo Max Ernst en su trayectoria, en su destino y en su pintura. Y, aunque
nunca podamos saber con exactitud lo que realmente ocurrió entre ellos después
de ese inicio de amour fou y pasión desatada, con el que iniciaron su
relación amorosa en Inglaterra, a pesar de sus dieciséis años de diferencia de
edad, de lengua, de país y de contexto, y su huida a París, es evidente que Carrington
era muy joven y no se había desarrollado como pintora. Los primeros años fueron,
sin duda, extremadamente felices y Leonora empezó
en seguida a exponer y publicar con el apoyo de los surrealistas. Toda esa
felicidad se truncó cuando al estallar la Segunda Guerra Mundial en Francia, Ernst
fue arrestado y encarcelado —por ser alemán— y Carrington, desesperada, huyó de
Francia y acabo en un hospital psiquiátrico en Santander (España). Pese a que
ambos volvieron a reencontrarse en Nueva York, casados con otras personas por
cuestiones de supervivencia más que de amor (Ernst con Peggy Guggenheim, Carrington
con el diplomático mexicano Renato Leduc), y aunque, seguramente, fueron
amantes de nuevo, no pudieron volver a encarrilar su relación. La negación posterior
de Carrington a reconocer la importancia de Max en su vida es tan deliberada que
indica que algo muy grave o simplemente muy triste tuvo lugar.
Max Ernst, Árbol solitario y árboles conyugales, 1940 Museo Thyssen Bornemisza, Madrid, España |
Por
una parte, es lógico que ella quisiese librarse simbólicamente de esa historia
tan dolorosa que estuvo a punto de matarla, de hundirla en la locura. Sin
embargo, a todas luces él fue su primer maestro. Eso se puede ver en lo mucho
que se asemejan sus obras a las que Ernst estaba realizando durante el tiempo
que estuvieron juntos desde su fuga de Londres en 1937, hasta su último
refugio, la casa en Saint-Martin-d’Ardèche, comprada con el dinero de la madre
de Carrington en 1938, donde residieron hasta 1940. Las obras que ambos
hicieron juntos en la casa d’Ardèche nos hablan de una inmensa simbiosis
artística entre los dos y hemos de suponer que, posiblemente, también personal
y amorosa.
CARRINGTON
Y VARO
En
1943 Carrington se instaló definitivamente en México. Había renunciado a Ernst
y se había separado de Leduc. Remedios Varo y su pareja, el poeta Benjamin
Péret, la acogieron en su casa de la calle Gabino Barreda, en la colonia Roma.
Varo y Carrington se conocían de París, por pertenecer a la vanguardia más
importante de esos años, el surrealismo. Pero entonces Varo pasaba casi
desapercibida, no era nada más que una pintora más, una refugiada pobre de un
país derrotado por la guerra fratricida y pareja del poeta más humilde del
surrealismo francés, mientras que Carrington fue acogida como una reina, por su
belleza, juventud —y estatus social— que, junto con la gran importancia de Max
Ernst en el grupo, hacían de ellos una power couple celebrada por Breton
e inaccesible a los menos importantes, con lo que casi no se trataron.
En
México, sin embargo, Carrington era una desconocida y Varo se había hecho con
un gran círculo de amistades, muchas provenientes del exilio español. Allí,
Varo la acogió casi inmediatamente y la introdujo en su grupo de amigos, que
sería quien la protegería y nutriría durante esos años iniciales de México. Incluso
le presentó al hombre que luego sería su esposo, el fotógrafo húngaro Chiki
Weisz, y a Kati Horna, amiga entrañable de ambas, fotógrafa también y esposa de
José Horna, un artista comunista español compañero de Varo de la Escuela de
Bellas Artes de San Fernando.
Kati Horna, Leonora Carrington pintando su cuadro Paisaje de monjas en Manzanillo, h. 1956 Archivo Privado de Fotografía, Kati y José Horna |
Remedios Varo, El Minotauro, 1959 Colección Stanley and Pearl Goodman |
La
importancia de Varo en esos años iniciales de Carrington en México no me parece
haber sido suficientemente reconocida, ni tampoco creo haber leído que
Carrington hubiese expresado un agradecimiento explícito alguno hacia Remedios
de modo voluntario, intencional y claro. Tampoco está presente en los que
escriben sobre ella, aunque sí, por supuesto, está referida su gran amistad con
Varo.
Incluso
se encuentra, a menudo, insinuado desde el entorno de Carrington, que Varo se
inspiró artísticamente en Leonora… Sin embargo, desde una perspectiva de sus
conocimientos técnicos de pintura, es más probable que fuese al revés, ya que,
contrariamente a Carrington, cuyos estudios artísticos fueron escasos e irregulares,
Varo sí había cumplido con unos estudios profesionales
de arte, tanto en la Escuela de Artes y Oficios como, posteriormente, en
la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, ambas en Madrid.
No
creo que sea adecuado entrar en discusiones por situar a una artista por encima
de la otra. Aunque, como el triunfo artístico es un éxito solitario, entiendo
la lógica capitalista de aislar a Carrington, para convertirla en una nueva
Frida Kahlo y alejarla de una “rival” artística como Varo. Pero ambas son creadoras
extraordinarias, amigas intimas y con vivencias comunes, lecturas similares e
intereses intelectuales hacia las ciencias ocultas y las distintas dimensiones
presentes en el tiempo y en el espacio, temas que seguramente trataron en sus largas
conversaciones y del que queda constancia en sus bibliotecas personales; lo que
explica fácilmente muchas de sus convergencias.
Esta
exposición, por lo tanto, no solo presenta una serie de notables obras de Carrington, que tanto desde el pasado
como desde el futuro abren su arte a un gran abanico interpretativo. También
realiza un acercamiento al substrato vital de su arte, a la verdad de su vida,
a la gente que la acompañó e influyó.
Leonora Carrington, Té verde, 1942 Museum of Modern Art, New York |
Leonora
Carrington. Revelación, Fundación MAPFRE, Sala Recoletos,
Madrid, del 11 de febrero al 7 de mayo de 2023.
AMPARO SERRANO DE HARO
CATALINA
BUSTAMENTE (1490-1546)
MARÍA
LUISA MAILLARD
En
Texcoco un municipio, situado a 30 Kilómetros de la Ciudad de México existe el
monumento a una mujer, erigido en una plaza pública, cuyo lema reza así:
"MAESTRA
CATALINA BUSTAMENTE,
PRIMERA
EDUCADORA DE AMÉRICA"
¿Existían
mujeres educadoras en los inicios del descubrimiento de América? ¿Y eran
españolas? Aparte del reconocimiento que nos merece su figura, a través de los
escasos rastros documentales de su trayectoria: educadora y defensora de los
derechos de las mujeres indígenas a su dignidad como personas, el hecho mismo
de su existencia nos alumbra un contexto desconocido de la conquista de
América.
La
política de Isabel, la Católica, en defensa de la educación de las mujeres y de
su dignidad como personas, llegó a América. Hubo mujeres en el periodo de la
conquista y eran mujeres cultas. Catalina Bustamante no solo sabía leer y
escribir; sino que poseía conocimientos sobre autores clásicos de la época.
La
defensa de los derechos de los indígenas en América no se redujo al caso
aislado del dominico Fray Bartolomé de las Casas, quien logró la aprobación en
1542 de las Leyes Nuevas que limitaban el poder de los encomenderos y abolían
la esclavitud. La Corona española apoyó su iniciativa y tanto los dominicos
como los franciscanos llevaron adelante una gran labor educadora y cultural,
entre ellas, la elaboración de las primeras gramáticas amerindias, gracias al
modelo gramatical que había elaborado Elio Antonio de Nebrija. El franciscano
Pedro de Gante, por ejemplo, por ceñirnos al territorio en el que Catalina
ejerció como maestra, el municipio de Texcoco, realizó esta labor con el
náhualt, idioma hablado por los indígenas en Nueva España (México en la
actualidad), donde se había establecido en 1525. El franciscano Juan de
Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México en 1528, fue nombrado
protector de los indios y fundó el Colegio de Santa Cruz, el Hospital Amor de
Dios y en 1539 llevó la imprenta al Nuevo Mundo. Catalina Bustamante merece el
honor de ser una más en esta labor civilizadora.
Composición con las imágenes de algunas de aquellas mujeres españolas que participaron en la exploración del Nuevo mundo (Desconocemos la autoría). |
Catalina
Bustamante nació en Llerena (Extremadura) en 1490 de familia hidalga, aunque no
perteneciente a la alta aristocracia. Tuvo una educación esmerada, contrajo
matrimonio temprano con Pedro Tinoco y en 1514, con apenas 25 años embarcó con
su marido, sus dos hijas María y Francisca y dos sobrinas María y Juana, en
dirección a la Isla de La Española (Hoy Haití y Santo Domingo). Desconocemos si
ya en ese primer destino, dados sus conocimientos, ejerció como maestra de las
hijas de nobles y capitanes residentes en la isla. Sí sabemos que enviudó y
profesó en la Orden Tercera de San Francisco, creada para todos aquellos
seglares que quisieran seguir la regla franciscana.
Cuando
Hernán Cortés, una vez finalizada la conquista de México, solicitó la ayuda de
misioneros franciscanos para combatir la poligamia y la venta de mujeres, que
eran consideradas por los indígenas, mercancía para sellar tratos, allí se
desplazó Catalina Bustamente. El entonces obispo y protector de los indios,
Juan de Zumárraga, le confió la dirección del primer colegio para mujeres
indígenas en un local del palacio de Nezahualcayotzin, y allí comenzó su labor
que se extendería con los años a 10 colegios con 400 alumnas cada uno.
Y
ahora viene el episodio, ampliamente documentado, que nos ofrece el perfil de
esta mujer valiente y defensora de la dignidad de las mujeres indígenas. En 1529 el alcalde de Antequera, Juan Peláez
de Berrio, hermano del presidente de la Audiencia de México, raptó a dos
alumnas indígenas para su disfrute personal. Catalina Bustamante, pleiteó
inútilmente en México para recuperarlas y finalizó por acudir a Carlos I; pero
al estar ausente, fue la regente, su mujer Isabel de Portugal quien intercedió a
favor de Catalina; primero con una Real Cédula de 24 de agosto de 1524,
dirigida a los oidores y jueces de la Audiencia y posteriormente, con otra de
1531 que establecía una multa de 10.000 maravedíes para aquellos que no
respetasen los privilegios del Convento y el Colegio anexo.
Mayte Alvarado - Diputación de Badajoz |
No
sabemos si logró sus objetivos porque la batalla por la defensa de los
indígenas, que entabló Fray Bartolomé de las Casas, siempre chocó con los
intereses de los encomenderos y de la mayoría de los nobles que ostentaban
cargos. Y sabemos que no siempre vencieron en el logro de sus objetivos, a
pesar de contar con el apoyo de la Corona. También sabemos que Catalina
continuó incansable su labor, pues en 1535 la encontramos en España solicitando
profesoras, a ser posible, hermanas terciarias para poder atender la ampliación
de colegios que, como ya hemos señalado, llegaron a cubrir las necesidades de
4.000 jóvenes indígenas. La terrible peste de 1495 acabó con su vida y con su
obra; no dejemos que también acabe con su recuerdo y el reconocimiento que se
merece.
MARÍA LUISA
MAILLARD
La maternidad,
que casi siempre asociamos con la felicidad, también puede ser una pesadilla:
la de una mujer cuyo hijo desaparece en el parque donde estaba jugando, y la de
aquella otra mujer que se lo lleva para criarlo como propio. Ubicada en un
contexto de profunda precariedad física y emocional, la historia de estas dos
mujeres, madres del mismo niño–un niño que primero se llama Daniel y que
después será rebautizado como Leonel–y madres, además, de un mismo vacío, nos
confronta con las ideas preconcebidas que tenemos de la intimidad, las
violencias familiares, la desigualdad social, la soledad, el acompañamiento,
el cuidado, la culpa y el amor.
Brenda
Navarro ha conseguido un prodigio: caminar siempre, sin caerse nunca, sobre la
delgada línea que separa —pero también une—, el olvido y la memoria, la
esperanza y la depresión, la vida privada y la vida pública, la pérdida y el
encuentro, los cuerpos de las mujeres y el acto político. Casas vacías
estremece de forma tan devastadora como ilumina: brillante y extrañamente
esperanzadora.
BRENDA
NAVARRO (Ciudad de México,1982) estudió Sociología y Economía Feminista en la
Universidad Nacional Autónoma de México y cursó un máster en Estudios de
Género, Mujeres y Ciudadanía en la Universidad de Barcelona. Ha sido redactora,
guionista, reportera y editora, y ha trabajado en diversas ONG relacionadas con
derechos humanos. Fue fundadora del #EnjambreLiterario, un proyecto enfocado en
publicar obras escritas por mujeres. Casas vacías, su primera novela, publicada
en Sexto Piso, fue premiada con el XLII Premio Tigre Juan y traducida a siete
lenguas.
¿Drama
o comedia? Empieza el baile,
película de la directora Marina
Seresesky, es un drama iluminado por la inteligencia y por una gran dosis de
sentido del humor. Se puede decir que es un drama con mucha retranca. El actor
Darío Grandinetti da vida, de manera brillante, a Carlos, que vive en España y
fue en su día un famoso bailarín de tangos junto con su pareja de baile —y algo
más—, Margarita, una excepcional Mercedes Morán. Carlos, por motivos que ustedes
descubrirán, viaja de Madrid a Argentina para rencontrarse con Margarita y
Pichuquito, un maravilloso Jorge Marrale.
Los tres compañeros de trabajo y amigos en
tiempo pasados, muy pasados, se reencuentran y emprenden un largo viaje por
Argentina. Por su edad y situación vital, será el último viaje que hagan juntos
y ante ellos se abre la posibilidad, no solo de rememorar el pasado si no de hacer
algo valioso con el presente: sincerarse, disfrutar del viaje, reflexionar sobre
lo que fue y es ahora su vida, ayudarse, quererse… Y estos tres entrañables
personajes lo harán desde el humor negro y el cariño.
La narración toca muchos temas, pero sobre
todo el del paso de tiempo y el de la fragilidad de la fama. Quienes fueron los
mejores bailarines de tango, Carlos y Margarita, ya no son recordados por
nadie. Sólo ellos rememoran sus momentos de éxito. El tiempo ha pasado y ahora
se está en otra cosa. Hay una melancolía en el fondo de la película sobre los
brillos del pasado y la nada del presente. Algo de nostalgia y resignación por
el paraíso perdido de la juventud y del éxito. Pero, además, existe entre los
personajes un poso de respeto y afecto que nunca han perdido a pesar de sus
discrepancias y sus diferentes caracteres. Margarita señala en algún momento
algo así como: “Las arrugas cambian el rostro, pero no el corazón”.
Lo dicho anteriormente, puede sonar a rollo
transcendental aburrido o a una narración sensiblera y ñoña. Y aunque a punto
está, en algún momento, de caer en la sensiblería, siempre la esquiva. Los ágiles
diálogos, el humor que constantemente acompaña las desventuras de estos tres
amigos, la excelente interpretación de los tres actores y el pulso narrativo de
la directora hacen que pasemos el tiempo que dura la película sonriendo, cuando
no riendo, junto con ellos.
La directora no pretende pontificar sobre
nada, lo cual es un gran alivio para el espectador, ni ser trascendente y ni
enviar un mensaje redentor. Y, sin embrago, logra que salgamos del cine siendo
amigos de esos tres gratos personajes y pensando que quizá los avatares de la
vida tengamos que tomarlos de manera menos transcendental y más natural.
Margarita le dice en un momento dado a Carlos: “Bájate de la cruz”.
Una buena película con la que lo pasará bien
a pesar que los temas que toca son duros y que nos muestra que hay maneras y
maneras de afrontar los dramas de la vida, que el humor es importante y que
estar en buena compañía es lo mejor que nos puede pasar.
ISABEL BANDRÉS
FRANÇOISE
HARDY
Nació
un 17 de enero de 1944 en rue des Martyrs (calle de los mártires donde, cosa
curiosa, también nació Johnny Halliday), en un París todavía ocupado por los
nazis, pues no sería hasta agosto de ese mismo año la entrada de los aliados
para su liberación.
Su
madre, Madeleine Hardy, era contable en una fábrica de máquinas de calcular, en
la que su padre, Étienne Dillard, era el director… pero este padre, ya casado
con otra mujer, a menudo no estaba presente en las vidas de François, su
hermana Michèle nacida en 1945 y su madre, que permaneció soltera. Más tarde se
mudarían al 24 de la rue d'Aumale, a un pequeño apartamento de dos habitaciones,
en el que debieron pasar apuros económicos pues el padre ausente, que procedía
de una familia burguesa de Blois, se olvidaba de pagar la pensión alimenticia,
se olvidaba de pagar las matrículas del colegio e, incluso, se olvidó de
reconocer a sus hijas, lo que no hizo hasta mucho tiempo después. Todo memoria,
este Étienne…
Tal
como ella misma ha comentado, no parece que disfrutase de una infancia y una
adolescencia muy agradables: «Crecí entre una madre que me valoraba en exceso,
porque no tenía a nadie más que a mí, y una abuela que era todo lo contrario:
no dejaba de decirme que era muy fea y que terminaría sola».
Introvertida,
de personalidad compleja, sentimental… Al parecer, el hecho que cambió su vida fue
el descubrimiento de una emisora de radio: “llegó a principios de los años 60,
cuando mi madre compró una radio, y al darle vuelta al botón me encontré con
una emisora inglesa que era Radio Luxembourg English, y eso fue determinante en
mi existencia, porque fue ahí donde descubrí la música que me tocó más allá que
cualquier cosa y, de repente, eso era lo único que me importaba". The
Everly Brothers, Elvis Presley, Cliff Richard (Move It, Livin' Lovin' Dol,
Travellin' Light), Brenda Lee y su canción I'm Sorry, que encontraba
excelsa y es, por entonces, cuando su desmemoriado padre le compra una guitarra
tras haber aprobado el bachillerato. Algo es algo.
Comienza
así a escribir letras que reflejan sus estados de ánimo, acompañada de los
acordes de guitarra que va aprendiendo gracias a un método rápido. Se presenta
a audiciones; se matricula en el Petit Conservatoire de la chanson de Mireille,
luego acude a Vogue Records donde hace un par de audiciones más y, finalmente, es
este sello discográfico —en el que estaba también Halliday—, el que le ofrece
un contrato: “Realmente fue la mayor felicidad de mi vida profesional. Todavía
me veo saliendo del número 54 de la rue d'Hauteville donde estaban las oficinas
de la casa Vogue, estando en la calle como en una nube y con ganas de besar a
todos los que pasan”.
Pero
la oportunidad para Francisca de ser conocida tuvo lugar el 28 de octubre de
1962; una noche de elecciones en la que una gran audiencia esperaba pegada al
televisor los resultados del referéndum sobre la elección por sufragio
universal del presidente de la República. En un “intermedio musical” aparece Françoise
Hardy cantando Tous les garçons et les filles… ¡Para qué queremos más! a partir
del día siguiente, esta canción, que tan bien conocemos todos, se convirtió en
"hit" imprescindible. A finales de ese año se habían vendido 500.000
copias en 45 rpm.
La
prensa hace su trabajo y es portada de Paris Match; Vadim se fija en ella y
debuta en la gran pantalla con Château en Suède; Festival de Eurovisión en el
63 donde queda quinta con L'Amour s'en va; galas, giras, ocho semanas en el
Olympia, un millón de discos vendidos en el 63… Y así, aquella chica andrógina
de melena lacia, de mirada lánguida y movimientos pendulares, se convirtió en
la mayor representante del Pop francés “que llora en las pistas de baile”.
Durante más de dos décadas, Françoise Hardy fue un auténtico icono del Pop.
Quizá
no se sepa tanto que escribió a lo largo de su vida unos 15 libros. Tan
dispares como Astrología Universal (1987, es muy amante de la astrología); Amour
fou, (2012) "novela-confesión", la crónica de una pasión que une a dos
seres que inevitablemente se atraen y son incapaces de separarse; Avis non
autorisés (2016), en el que evoca sin concesiones la vejez, su vejez, la
decrepitud de los cuerpos; La desesperación de los simios y otras bagatelas
(2017, vendió 450.000 ejemplares), que son sus memorias y es un recorrido
apasionante, jalonado por personajes como Mick Jagger, Paul McCartney, Bob
Dylan, Eugène Ionesco, Serge Gainsbourg, Nick Drake, Iggy Pop, Stockhausen o
Michel Houellebecq y, sobre todo, Jacques Dutronc (actor y cantautor), la
tortuosa pareja con la que la cantante compartiría su vida.
Merci,
Madame Françoise Hardy.
SUSI TRILLO
Gracias por tu inmensa labor! La ilustracion del artículo de Lidia Andino es muy bueno.
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