EMILIO
GONZÁLEZ MARTÍNEZ PRESENTÓ SU LIBRO
SOBRE
EL PACIENTE QUE MÁS ME PREOCUPA
El
pasado 9 de octubre, nuestro querido amigo y colaborador Emilio González
Martínez, presentó su libro Sobre el
paciente que más me preocupa. El acto se desarrolló en la sala Miguel
Hernández del Centro Socio-cultural Amando Rodríguez—Covibar, de Rivas-Vaciamadrid.
Después de varios poemarios de este gran poeta, editados por Vitrubio, como Palabrando o La vida es una herida absurda, ahora presenta —editado por Visión libros—, su nuevo libro: Sobre el paciente que más me preocupa.
“Conócete
a ti mismo”, es una de las acertadas sentencias con que José Luis Escudero,
inicia la presentación del último libro de Emilio González Martínez, añadiendo
que “Emilio escribe porque canta la vida, la suya y la nuestra”. Los versos del
poeta con los que inicia el acto, lo refrendan:
Que las palabras lleguen
a ser lo que son
que nos abran las puertas
de la vida
y que alienten siempre
sus latidos.
El
libro, señala José Luis Escudero, es una miscelánea de textos en donde “las
palabras se funden y fluyen en aguas poéticas y narrativas, vertidas de cuento
o de diario, sin un hilo temporal coherente, sino más bien unidas al azar, al
capricho, al simple revivir de los recuerdos”.
En
el libro encontraremos pues poemas, especialmente en la primera parte titulada
“Embrionario” como el titulado “Hoy hace cuarenta años”, una severa mirada al
pasado de Argentina; pero también textos publicados en la revista Grupo Cero, entrevistas y cuentos, entre
los que el presentador destaca “Mi apartado en la oficina de correos”.
Como
siempre, la poesía es capaz de decir en palabras contadas el resumen de una
vida y así cierra su presentación José Luis Escudero con estas palabras del
poeta: “Somos, antes que nada, terráqueos, provincianos de la única patria de
la que me siento patriota; este magnífico planeta”.
https://www.rtve.es/play/videos/la-hora-cervantes/19-10-23/6993612/
31.
LUGARES PARA LEER. EN UNA HAMACAINÉS
ALBERDI
A la
hora de decidir la pose de las lectoras al aire libre, hay un cierto número de
estos retratos de mujeres que las sitúan tumbadas en una hamaca. La disposición
de la lectora, medio tumbada en la hamaca, evoca el disfrute del aire libre más
que ninguna otra forma.
E. Phillips Fox, Australia (1865-1915) Una historia de amor, 1903 Art Gallery of Ballarat, Australia |
La
hamaca ofrece una imagen de descanso y relajación, que evoca el abandono y el
deleite, la nonchalance, que puede acompañar a la lectura.
Podríamos
pensar incluso qué lecturas son las que se pueden leer en una hamaca: la poesía
y las biografías; las lecturas que tienen algo de filosofía.
John Lavery, Gran Bretaña (1856-1941) La hamaca verde, 1905 Colección particular |
A
veces, los retratos de estas mujeres parecen dar más importancia a la naturaleza
que rodea a la lectora que a la persona misma.
Walter Palmer, Estados Unidos (1854-1932) Atardecer en la hamaca, 1882 Colección particular |
Como
las hamacas evocan el descanso y el sueño, también se encuentran retratos de
lectoras que, habiendo dejado el libro por un momento, se entregan a la reverie
o el sueño.
Adela Forbes, Canadá (1859-1912) Atenta compañera, s/f Colección Particular |
Otras
veces, la acompañante es la que cae en el sueño.
Joseph Milner Kite, Gran Bretaña (1862-1946) En la hamaca, s/f Colección particular |
Algunas de las acompañantes de estas lectoras pueden estar
concentradas en otras actividades, como este retrato que hace Feron de una
lectora a la que acompaña un mujer cosiendo.
William Feron, Suecia (1858-1894) Verano divertido, 1878 Colección particular |
En
otras ocasiones parece que las pequeñas acompañantes siguen las huellas de la
madre y se van iniciando, ellas también, en la lectura.
Jean Puy, Francia (1876-1960) Mujer en una hamaca, 1911 Colección particular |
Tanto
los retratos que enfocan a la lectora, como los que dan más importancia a la
visión del conjunto, las lectoras tumbadas en una hamaca resultan imágenes muy
atractivas.
Un
ejemplo interesante de lectora en una hamaca, es la bellísima obra de Kroyer en
la que se ve a la mujer sentada en una hamaca al fondo del jardín, resaltando
en primer plano un arbusto en flor, como si quisiera hacer más idílica e íntima
la situación de la lectora.
Peder Severin Kroyer, danonoruego (1851-1909) Marie en una hamaca leyendo, 1891 Colección particular |
Es
un retrato precioso que hizo P. S. Kroyer de su mujer en 1891. Tan contento
debió quedar de la obra —que enfocaba ampliamente el conjunto del jardín—, que
la repitió enfocando más concretamente la figura de su mujer. En ambas obras se
recrea la idea de aislamiento y lectura dichosa.
Peder Severin Kroyer, danonoruego (1851-1909) Marie en el jardín, 1893 Colección particular |
Fue
Kroyer un artista danés-noruego que tuvo bastante relación con Sorolla y en las
obras de uno y de otro podemos encontrar similitudes en cuanto al uso de la luz
y del color. Ambos retrataron en numerosas ocasiones a sus esposas, aunque las
relaciones en el seno de ambos matrimonios parece que fueron muy diferentes. De
Sorolla sabemos que estuvo muy unido a “su Clotilde” hasta el final de su vida.
De Kroyer, sin embargo, se ha sabido recientemente lo difícil que tuvo que ser
la vida de la esposa por la enfermedad mental que atacó a este artista.
INÉS ALBERDI
INHUMANIDAD
MARÍA LUISA
MAILLARD
Aceptar
o justificar, aun parcialmente, la inhumanidad es el fin de nuestra
civilización tal como la conocemos: es convertir a los seres humanos en objetos
desechables. Degollar a bebés en presencia de sus padres, abrir en canal a una
embarazada, violar analmente a una mujer y mostrar públicamente los despojos de
la barbarie es, sin duda, un claro y terrorífico ejemplo de inhumanidad. Es lo
que ha sucedido en el ataque de Hamas contra la población civil en Israel.
¿Cómo desde Occidente se puede aceptar o justificar, aún parcialmente, dicha inhumanidad? ¿Qué existe de diferencial en la situación del pueblo palestino, respecto a la de otros pueblos? ¿Qué en el pueblo de Israel para ser considerado “objeto desechable?
Sin duda uno de los más graves problemas del mundo en la actualidad es el de las personas que se han visto obligadas a abandonar su hogar. Según datos de ACNUR existen hoy en día 108,4 millones de personas desplazadas de su lugar de origen, debido a conflictos bélicos, de religión, nacionalidad, etnia, persecución política o hambrunas. Sólo el conflicto bélico de Siria provocó el desplazamiento de 7 millones de personas. Irán, Irak, Sudán, Afganistán, Somalia, Venezuela y Yugoeslavia, entre los países más destacados, nutren el resto. De los 108,4 millones de personas, 35,4 tienen la consideración de refugiados y no de desplazados; 29, 4 bajo la protección de ACNUR y 5,9 bajo la de UNRWA. Estos últimos son refugiados palestinos.
Los actuales refugiados palestinos provienen de la expulsión en 1948 de 750.000 árabes, tras el resultado de la primera guerra árabe-israelí. El origen es de todos conocido. En 1947, la ONU aprueba la creación de dos estados con sus fronteras delimitadas en la región de Palestina, debido la imposibilidad de convivencia en un mismo Estado de judíos y árabes. La región, primero bajo dominio del Imperio turco y, posteriormente bajo mandato británico, carecía hasta ese momento de un estado propio. Los palestinos rechazan el acuerdo y una coalición de países árabes, integrados por Egipto, Irak, Siria, Líbano y voluntarios procedentes de Libia, Arabia Saudí y Yemen, declaran la guerra al recién creado Estado de Israel. La victoria de Israel provoca la expulsión de los árabes del 23 % del nuevo territorio conquistado, que añaden al ya adjudicado por la ONU. Desde entonces el conflicto ha ido enquistándose —nuevas guerras en el 56 y el 67, ataques terroristas…—, a pesar de los reiterados intentos de apaciguamiento: conversaciones de paz auspiciadas por los Estados Unidos, como la Cumbre de Camp David en 1978 , los Acuerdos de Oslo de 1993 o el desmantelamiento de los asentamientos judíos en Gaza en el año 2005, para no hablar de los 30.000 palestinos que diariamente acudían a trabajar a Israel, percibiendo sueldos diez veces superiores a los que recibían en Palestina.
Ya
vimos que el problema de los refugiados palestinos es tan sólo una parte de un
problema mucho mayor que afecta a un número elevado de personas, cuyas justas y
comunes reivindicaciones —volver al hogar— no obtienen, sin embargo, la
adhesión inquebrantable que sí tienen las reivindicaciones palestinas, por
parte de un sector de la población occidental, que llega hasta el punto de
minimizar la inhumanidad. ¿Será tal vez un problema de arbitrariedad de las
fronteras?
Desgraciadamente existen en el mundo muchas fronteras arbitrarias, creadas por las guerras denominadas mundiales, otros conflictos bélicos, y el proceso de descolonización, algo que en África se deja sentir en las periódicas matanzas entre etnias diferentes, y que también se aprecia en muchos países árabes. No somos ajenos en Europa a dichos conflictos de fronteras en países como la anterior Yugoeslavia, Ucrania, Polonia o Bélgica.
Pudo
haber falta de visión en la creación por parte de la ONU de dos estados en
Palestina, región que nunca había gozado de estado propio. En la zona había
pobladores árabes y judíos, aunque estos últimos, que eran una minoría, habían
ido acrecentándose desde 1888, a raíz del crecimiento del antisemitismo en
Europa, generando el rechazo de los árabes. Pudo haber mala conciencia por el
genocidio de los judíos en el periodo nazi; pero también hubo motivaciones e
intereses variopintos en la creación de otras fronteras artificiales.
¿Cuál
es entonces el elemento diferencial? ¿Será tal vez que el Estado de Israel es
un representante de la cultura occidental, odiada por el islamismo radical, de
valores tan diferentes a los nuestros? ¿Tendrá algo que ver el conflicto actual
con la subida al poder en Gaza del islamismo radical de Hamás? ¿Qué es lo que
une a una parte de los ciudadanos europeos con Palestina? ¿No será el común
rechazo de la cultura occidental? Rechazo que encuentra hoy el apoyo del
fundamentalismo iraní, entre otros gobiernos que apoyan a cualquier grupo
terrorista o radical que desestabilice Occidente y, en el caso concreto de
Irán, que destruya el Estado de Israel, representante de Occidente y sus
valores en suelo que consideran árabe. Pero no es el único objetivo. El llamamiento
de Hamás a perpetrar atentados terroristas en suelo europeo ya ha obligado a
Francia a declarar el estado de alerta en París y a evacuar el Louvre y el
Palacio de Versalles. Ya se ha producido el primer atentado terrorista en
Bélgica con el resultado de dos muertos y varios heridos. ¿Tanto rechazamos la
cultura occidental como para preferir la inhumanidad?
La
historia ya nos ha mostrado las consecuencias de esta elección.
MARÍA LUISA
MAILLARD
ROSAURA
de PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
NURIA ALKORTA
A lo largo de bastantes meses he esquivado en esta
sección a uno de mis personajes más amados del teatro universal: Rosaura,
protagonista de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca. Ya es
hora de que me ocupe de ella en estas páginas.
Calderón se ha prodigado con sus personajes femeninos.
Pese al supuesto rigor doctrinario, frío y dogmático, que, superficialmente,
los desconocedores de su teatro atribuyen al “dramaturgo del honor”; es la suya
una dramaturgia ocupada y preocupada por la condición humana y, en particular,
por la realidad femenina y su problemática en un tiempo histórico especialmente
difícil para las mujeres.
El añorado Antonio Regalado |
Para profundizar en el tema nada mejor que acudir a Antonio Regalado —gran estudioso, mentor y querido amigo, ¡a quien tanto extraño!—, autor de la insuperable obra Calderón. Los orígenes de la modernidad en la España del Siglo de Oro. En este libro se pueden encontrar numerosas páginas dedicadas al estudio de los personajes femeninos de Calderón, protagonistas indiscutibles de todos los géneros dramáticos que cultivó: desde la comedia al drama, pasando por la tragedia, el auto sacramental, el drama mitológico, la zarzuela, la ópera y su espléndido teatro breve. También recomiendo la lectura del reciente estudio de Mercedes Alcalá Galán titulado «Con esta carga nacemos las mujeres»: Discursos sobre el cuerpo femenino en la España de Cervantes. En este maravilloso libro la autora examina algunos personajes femeninos cervantinos en base al estudio de numerosos textos de la época (médicos, científicos, legales, morales…): un corpus normativo que fundamentó las restricciones impuestas a las mujeres —sobre su cuerpo y su sexualidad— que conflictuaron la autonomía femenina y, muy particularmente, el amor, la maternidad y la crianza, en el seno de una sociedad de violencia sexual y rivalidad masculina por mantener el reconocimiento de su linaje.
En su libro, Antonio Regalado indica que el punto de
partida de Calderón supone la indiscutible paridad entre hombres y mujeres —en tanto que el
alma no tiene sexo— y, por ello, que las leyes humanas deben proteger por igual su inalienable dignidad
y libertad. En su teatro el dramaturgo expone (y “problematiza”) la conflictiva
situación femenina en una sociedad donde el código del honor —especie de
“pensamiento único” de la época— tiranizaba
a los hombres y, particularmente, a las mujeres. Con sus personajes femeninos, Calderón
de la Barca da voz a unas mujeres que, en mayor o menor medida, también han interiorizado
las normas de una sociedad injusta —por lo que a
menudo afirman con orgullo o resignación “yo soy quien soy” y “tuve amor, tengo
honor”— y
quienes, aunque no quieran, viven sometidas a la autoridad de padres, hermanos,
esposos y amantes.
Como trata en su libro Mercedes Alcalá respecto a los
textos cervantinos, también muchas de las obras calderonianas están
protagonizadas por mujeres (principalmente doncellas) que sufren la violencia
sexual (violaciones, estupro…) y, al tiempo, el acoso reproductor a fin de controlar
la sexualidad femenina y asegurar la pureza del linaje. Las vemos en situaciones
donde a menudo está en juego su vida y honor, y podemos sentir la complicidad,
cuando no el compromiso con su suerte, del dramaturgo. A diferencia de otros
autores de su tiempo (conocido como los Siglos de Oro), Cervantes y Calderón se
atreven a indagar en la subjetividad femenina y dar aliento a sus quejas. Sin
duda, con sus obras manifestaron “el sentir” (y cuando no, mostraron “el sufrir”)
de la mayoría de las mujeres de su tiempo.
Todos los personajes femeninos de Calderón expresan la
dureza de su existencia por razón de su sexo. Ya sean reinas, nobles o plebeyas,
ya vivan en la villa de Madrid o en la corte de la lejana Suecia, en el tiempo
pasado o en el presente de los espectadores, en cada obra luchan por ampliar su
margen de libertad asumiendo considerables riesgos. A menudo solo encuentran
amparo en el secreto, pues desconfían —por sagacidad o
por prudencia— de la justicia del mundo. Como consecuencia, en todos los casos, el secreto de
un silencio auto-impuesto “victimiza” por segunda vez a la mujer. De entre
innumerables ejemplos, oigamos las quejas de doña Leonor, protagonista de la
obra: No hay cosa como callar, cuando se dice a sí misma:
“callemos honor, tú y yo; / que no ser de nadie dicha / una desdicha, ya es
dicha; / y para obligarte a dar / el sepulcro singular / de mi pecho a mi
dolor, / honor, en trances de honor, / no hay cosa como callar”.
Estas reflexiones generales de la época barroca y del
teatro de Calderón también explican las circunstancias y el conflicto del
personaje de Rosaura en La vida es sueño.
Una metáfora escénica de gran impacto y asombrosa
eficacia nos presenta al personaje: en la oscuridad del ocaso, una mujer “en
hábito de hombre” cae despeñada por un monte escarpado y rocoso pues ha sido arrojada
al suelo y arrastrada por su cabalgadura. Como vemos, en la presentación de
Rosaura son dos las imágenes que aluden al secreto: el traje masculino que confunde
la identidad de la joven y la noche que oculta su caída y su vergüenza. El
motivo de la caída del caballo, tan común en el teatro calderoniano, por un
lado resalta el estado emocional del personaje: Rosaura cabalga a Polonia “ciega
y desesperada”. Por otro lado, sobre todo, el motivo esclarece su condición existencial,
tal como su “suerte” adversa “lo dice”: arrojada a la vida, Rosaura es una
“infelice” por culpa de su “destino”.
Ya en Polonia, el personaje de Rosaura se presenta
como un enigma, despertando con su equívoca presencia violentos sentimientos y
obligaciones en dos hombres: Segismundo, el príncipe encerrado desde su
nacimiento en una lóbrega torre, y Clotaldo, valido del rey Basilio, tutor y
carcelero del legítimo heredero.
Para Segismundo, Rosaura es el asombroso antídoto que
por primera vez logra calmar su furor (cuando la ve en la torre: percibiéndola
hombre y sintiéndola mujer). También es la fuerza generadora del amor: uno ligado
al asombro que como “bruto” siente en la torre que luego le “imanta”
violentamente a ella en palacio (cuando ve a Rosaura por segunda vez vestida de
mujer), y por cuyo imborrable recuerdo (ya devuelto a su prisión) se arrepiente
y, a la postre, consigue mantener la cordura y la esperanza. Por último, una
vez que Segismundo controla el deseo de poseerla por la fuerza (cuando en el
campo de batalla se encuentra con ella, vestida de mujer con pertrechos
militares), Rosaura se revela como el norte que desde su encuentro ha guiado al
príncipe en la conquista de sí mismo y de su corona. Como la hiedra se aferra
al tronco, el destino de Rosaura se enlaza al destino del también “infelice”
Segismundo: se salvarán juntos o ambos perecerán.
PREPARACIÓN PARA EL PARTO
LIDIA
ANDINO TRIONE
En
nuestro país, las instancias sanitarias cuentan —entre otras—, con una
actividad realizada por las matronas, dirigida a mujeres gestantes y que tiene
como finalidad los cuidados de la madre y del/la bebé, el extrañamiento que
ella siente y la disminución del dolor. Podríamos escucharle decir: “Nada más
íntimo a mí que ese ser que estoy gestando en mi propio cuerpo, nada más
extraño que ese desconocido cuyo rostro intento continuamente imaginar”.
Mientras
va estirando su piel sobre los meses y con los primeros movimientos inusuales
dentro de su vientre, la mujer irá teniendo la certeza del embarazo, un hecho
biológico con muy relevantes facetas psíquicas. O sea que si la palabra
“embarazo” no sufriera los sobresaltos de la palabra estaríamos ante un ciclo
más de la reproducción y la “crianza” animal.
Debemos
pensar que la gestación está condicionada por la historia familiar y por una
cierta trama de deseos inconscientes que impiden considerarlo sólo como un
proceso fisiológico. De hecho, al nacer, antes de caer en los brazos del
profesional que lo recibe, el niño, la niña, nacen en el lenguaje que lo
antecede: caen en un nombre propio que los está esperando, en frases eficaces
tan desconocidas como precedentes a su propia existencia; y nace en un estado
de indefensión que lo hace depender absolutamente de un otro humano. En
psicoanálisis, ese otro cumple la “función materna”, que puede coincidir con la
madre, el padre, el tío, la abuela, una enfermera o quien se ocupe de asegurar
esa vida humana en expectativa de humanidad.
La
preparación para la llegada de un hijo es trabajar con una familia y esto
implica situaciones fuertes y continuas, con las diferentes alteraciones y entorpecimientos que éstas puedan provocar porque, como dice el refrán: “cada
casa es un mundo”. Cada hijo lo es de
una familia siempre diferente; pero siempre es, aún entre otros, un “hijo” único. Únicas
son las condiciones de la fecundación, el embarazo, el parto, las
conversaciones entre los gestantes sobre el nombre y el amor y el deseo de
sus padres. Muchas veces, los padres niegan las diferencias que ellos establecen entre sus hijos.
Cuando el primer hijo o hija llora, salen corriendo a atenderlo, cuando nace el
segundo y llora se encuentran en otra situación, la familia tarda un poco más
en acudir mientras murmura: “Llorar un poco le hará bien a los pulmones”.
Es la
“misma” familia, con diferentes maneras y tiempos de acceso al lenguaje, que es donde se juega el crecimiento, la alegría, la tristeza, la enfermedad, la
inteligencia, la imaginación.
Se
trata de un enfoque innovador en el campo de la prevención, sin concesiones a
los modelos ideológicos imperantes. Así se ha cristalizado socialmente como el
método más eficaz para los profesionales y para los implicados en este proceso
tan antiguo como el propio ser humano, pero no por ello más conocido.
"El retrato de la madre estaba colgado en el comedor: una señora sentada con sombrero de plumas y una cara larga y cansada, con gesto de susto. Siempre había tenido mala salud, le daban mareos y palpitaciones, y cuatro hijos habían sido demasiados para ella. Murió poco después de que naciera Anna".
Una niña. Una familia. Otra familia.
Una casa enfrente de otra. Mirar la casa de uno desde la casa de enfrente. Los
hermanos. Los novios de la hermana. Un padre que escribe sus memorias. El
fascismo. El amante de la madre. Las amigas. Los panfletos clandestinos. La
política. La cárcel. El miedo. El amor y el desamor.
Natalia
Ginzburg, de nombre Natalia Levi, nació en Palermo en una familia culta de
ideas socialistas y antifascistas. En 1919, se trasladó a Turín y en 1927
estudió en el Instituto Clásico Vittorio Alfieri. Dos años más tarde cursó
Letras en la Universidad de Turín, estudios que no llegó a finalizar. Publicó
su primer relato en la revista Solaria a los dieciocho años, escribiendo
también en otras revistas. En 1938 se casó con Leone Ginzburg, de quien
tomó el apellido, militante de Giustizia e Libertá y director de la Editorial
Einaudi. Por sus convicciones políticas sufrieron persecuciones y fueron
confinados en un pequeño pueblo, del que escaparon a Roma. En 1943, su marido
fue detenido y asesinado. Tras esto, Ginzburg trabajó para la Editorial Einaudi
para ganarse la vida. En 1950 la autora contrajo segundas nupcias y se marchó a
vivir a Roma, donde fijó residencia, comenzando su etapa más productiva
literariamente. Años más tarde fue diputada durante dos legislaturas por el
Partido Comunista Italiano, no dejando de escribir hasta su muerte.
Pastora Pavón, La Niña de los Peines, por Julio Romero de Torres (1917/18) |
PASTORA PAVÓN
LA NIÑA DE LOS
PEINES
(1890-1969)
MARÍA LUISA
MAILLARD
“Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño
fundido,
con su voz cubierta de musgo”.
Federico
García Lorca (1933). “Teoría y juego del duende”.
Cuando
Federico García Lorca, en su conferencia en Buenos Aires de 1933 quiere mostrar
“el espíritu oculto de la dolorida España” recurre a una palabra, “el duende”, que convierte en un concepto artístico universal; pero que proviene, como todo
el mundo sabe, del mundo del arte flamenco y gitano. Arte, cuya universalidad
defiende de forma intuitiva, nuestra protagonista, Pastora Pavón, cuando
responde así a una pregunta de Josefina Carabias, que la está entrevistando en
1935 en el camerino del Circo Price de Madrid: ”Yo soy flamenca, ahora se lleva
eso del folklore; pero a mí eso me suena a hortaliza, a coles” y añade “Mi arte
es un “soplo”, no se pue enseñá, se es o no se es y nosotros
somos flamencos”.
“Soplo”,
“duende”, ¿A qué se refiere esa enigmática palabra? El duende proviene, según
García Lorca, de “las últimas habitaciones de la sangre” y se traduce
musicalmente en “sonidos negros”. Esas “últimas habitaciones de la sangre”
podrían identificarse con lo que la filósofa María Zambrano denomina
“entrañas”, el mundo del padecer humano en todo su misterio y enigma. El
duende, sigue diciendo Lorca, “quema la sangre como un trópico de vidrios […]
se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo”.
“El
duende” puede con las convenciones humanas y entre ellas, con la concepción
patriarcal de la etnia gitana, que siempre reconoció el “duende” que habitaba
en muchas de sus mujeres y que, por tanto, las admitió en las más altas cimas
del arte. El “duende” no se puede negar. Cuenta Josefina Carabias en la
entrevista, antes mencionada, que la muchedumbre se agolpaba a las puertas del
teatro para oír a la cantaora porque, “para los aficionados del cante, La Niña
de los Peines es algo así como Lenin para los comunistas. No hay más que ella
en el mundo”.
Pastora Pavón, La niña de los Peines |
La
Suma Flamenca rinde este año homenaje a Pastora Pavón, La Niña de los Peines, y
nos queremos sumar a este homenaje, introduciéndola en nuestra galería de
mujeres olvidadas porque, siguiendo a Lorca, “Pastora Pavón, sombrío genio
hispánico, es equivalente en su capacidad de fantasía a Goya o a Rafael, el Gallo”.
Pastora
Pavón, de nombre artístico La niña de los Peines, nació en cuna gitana en el
barrio sevillano de Puerta Osario en 1890. Provenía de una larga saga de
cantaores, siendo su progenitor el cantaor Francisco Pavón Cruz “El Paiti” y su
madre Pastora Cruz Vargas. Sus hermanos Tomás y Arturo Pavón también se
dedicaron con éxito al cante.
Siendo
una niña de ocho años inicia su carrera, contratada en una caseta de La Feria
de Sevilla. Tres años después, en 1911, debuta con gran éxito en Madrid en El
Café del Brillante. Ya por aquel entonces comienza a ser conocida como La Niña
de los Peines, por unos tangos que continuamente tatareaba; aunque siempre se
negó a grabarlos:
"Péinate
tú con mis peines
Que
mis peines son de azúcar
Quien
con mis peines se peina
Hasta
los dedos se chupa".
Cuando
se le preguntaba por su precocidad, contestaba: “Pa esto no hacen farta
estudios. Es una grasia, ¿sabe usté? Y si se tiene esa “grasia” pues se nace con ella”. Durante
cerca de 30 años recorrió con éxito todos los escenarios de España y ya en los
años 20 era tan popular que los Reyes le solicitaron que cantara unas saetas en
la Semana Santa Sevillana, según recoge el periódico El Liberal de Murcia en mayo de 1920. Unió su nombre a “los
grandes” como Antonio Chacón, con el que participó como jurado en 1922, en el
Concurso de Cante Jondo de Granada; Manolo Caracol, Manuel Torre o Pepe
Marchena. Trabó amistad temprana con Manuel de Falla, Ignacio Zuloaga, Julio
Romero de Torres, quién le pintó un retrato, y Federico García Lorca, a quien
conoció, en casa de La Argentinita, gran amiga del poeta, y al que inspiró en
sus reflexiones sobre el cante jondo.
La Niña de los Peines y su marido, Pepe Pinto Fuente: Canal Sur TV |
El
1931 se casó con el cantaor Pepe Pinto y tuvo una hija que, según ella, bailaba
muy bien; pero a la que desaconsejó que se dedicase al espectáculo. No acumuló
fortuna. Así contesta a Josefina Carabias, en la entrevista mencionada, cuando
ésta le pregunta si había ganado mucho dinero:
“Mucho,
hija, muchísimo. Pero a esta fecha estoy más probe que una rata. He tenío siempre muchísima familia y mucha
gente a la que mantené, y aluego, que yo no pueo ve una lástima sin ponerla remedio. Pastora Pavón, La Niña de
los Peines no sirve pá guardá una
peseta”.
Después
de la Guerra Civil siguió trabajando en espectáculos como Las calles de Cádiz, con Concha Piquer o España y su cantaora. Fue una cantaora total, según los expertos,
insuperable en los tangos y bulerías que dignificó como cantes grandes. Cultivó
la petenera, la seguirilla y la soleá, cantes que no frecuentaban las mujeres. De
ella dijo el cantaor Aureliano de Cádiz:
“Pronto
hizo desaparecer a los cantaores de la época y quedó sola, repartiéndose sus
triunfos, nada más y nada menos, que con Chacón y con Torre. Caso igual de
mujer no se ha conocido”.
La Niña de los Peines Fuente: Canal de Cultura Contemporánea Universidades Públicas de Andalucía. |
El
flamencólogo Ricardo Molina afirmó que “Pastora es la encarnación misma del
cante flamenco, como Bach lo fue de la música”. Son sólo dos de las muestras de
la unanimidad con la que ha sido reconocido su arte.
Murió
en 1969; pero su legado pervive. En 1968 se le erigió un monumento en la
Alameda de Hércules en Sevilla, cuando ya estaba muy enferma, y en 1999 el
Centro Andaluz del Flamenco consiguió reunir las grabaciones perdidas de la
cantaora en 13 discos compactos que la Junta de Andalucía declaró Bien de
Interés Cultural.
Su
memoria sigue y seguirá viva en todos los servidores de “el duende”.
OCTAVIO PAZ, POETA DE LA MUERTE
ROSARIO HERRERA GUIDO
“Estoy presente en todas partes
y para ver mejor;
para mejor arder, me apago”.
Octavio Paz
La
obra de Octavio Paz puede ser considerada una Elegía Ininterrumpida a la muerte. Desde 1938 comienza el
recuento de sus muertos más amados, con los que mantiene un diálogo interior
con la muerte, hasta sentirla dentro de sí mismo. La partida del abuelo
inolvidable, cuyo bastón aprendió a adivinar los peldaños de la escalera, al
que la muerte sorprende una tarde en su sillón para pedirle la hora en que va a
morir. El sombrío poema a la muerte de su padre: Del vómito a la sed, / atado
al potro del alcohol, / mi padre iba y venía entre llamas. /Por los durmientes
y los rieles de una estación de moscas y de polvo, / una tarde juntamos sus
pedazos/ Yo nunca pude hablar con él. / Lo encuentro ahora en sueños, / esa
borrosa patria de los muertos. La muerte, que en Pasado en Claro es
“[...] la madre de las formas y
los años y los muertos”.
Octavio
Paz crea una escritura de la muerte y escribe sobre la muerte de la escritura,
una poesía de la destrucción que es una destrucción de la poesía y una cultura
que hacemos, nos hace y nos deshace. Porque Octavio Paz no es un poeta que sólo
se dedica a festejar las alegrías y los goces de los hombres y las mujeres,
también canta sus desgracias: una poética de la tragedia. Hasta la destrucción
de su querido barrio de Mixcoac es motivo para un Epitafio sobre ninguna
piedra (1989): “Mi casa fueron mis
palabras, mi tumba el aire”.
En
alguna de sus tantas conversaciones, Octavio Paz dice que el destino de los hombres, nuestra condición
mortal, es que somos capaces de amar, que nacemos, trabajamos, que hacemos
cosas, todo un conflicto histórico, que sigue presente en la ciudad del siglo
XX. SE trata de lo que lo que no encontró en la poesía de sus maestros y quiso
escribir. Tal vez por ello en su poema El cántaro roto,
Octavio Paz clama por una nueva síntesis de lo dividido, una de las más
ambiciosas aspiraciones poéticas: Vida y muerte no son mundos contrarios, /
somos un solo tallo con dos flores / gemelas...
Estamos hechos de tiempo y de historia —dice Octavio
Paz— esta es nuestra condición mortal.
Pero hay salidas instantáneas a través de la cultura, cual acto poético,
que disuelve el tiempo, para escapar de la historia y de la muerte. Por ello la
poesía dispersa las arenas muertas de todos los relojes, y sin dejar de pasar
parece suspenderse. Esta es una poética de la muerte que abre una ventana a la
eternidad. Una experiencia poética conocida por los místicos. Pero —advierte
Octavo Paz— nosotros no necesitamos ser santos para tener una experiencia de
eternidad. Y la poesía es la experiencia más cercana a esta vivencia de
instantánea infinitud. Mas la poesía no crea esos instantes de inmortalidad; la
poesía sólo los revela.
Octavio
Paz propone una clave fundamental para leer la cultura mexicana, donde la vida
y la muerte son compañeras inseparables. Ante la muerte —indica Octavio
Paz— que concierne a todos los seres
humanos, existe una tarea irrenunciable: develar que la vida y la muerte
constituyen una Totalidad, más aún, que la muerte hace más vital la vida,
gracias a la cultura, a través del arte y la poesía, que tienen el poder de
curar de la desgarradura de la existencia y de las ilusiones sin porvenir (como
la promesa de inmortalidad en otra vida, que ofrecen las religiones), pero sin
abismar a los mortales a un destino fatal: vivir para esperar la muerte.
Octavio
Paz rechaza tanto la vida eterna de las religiones como la muerte eterna o la
pura afirmación de la vida de algunos filósofos, para dar paso a una vida que
implica morir, para dar un sentido vital y poético a la muerte, que sirve de
acicate a la vida. La muerte es análoga a la vida y viceversa. La analogía
entre la vida y la muerte es para Octavio Paz como en su ensayo El mono
gramático: “transparencia
universal: en esto ver aquello” (Octavio Paz. El mono
gramático, Barcelona, Seix Barral, 1974:137). La muerte es una metáfora de
la vida; vivir metaforiza la muerte. Porque la muerte pacta con la vida a
través de los gramas de este mono poético que es el ser humano.
Todo
gran poeta comprende el sentido vital de la muerte. Sin embargo, Octavio Paz no
la entiende como la expresión de la Pulsión de Muerte, ni como un destino
funesto en el que no hay lugar para la esperanza. La otra faz de la muerte es
la vida misma, expresada en la fuerza avasalladora de la Pulsión de Eros o
Vida, que no deja de pujar y empujar hacia la trascendencia. El torrente de las
Correspondencias de Octavio Paz crea toda una cosmología, un ritmo
poético universal, donde la vida y la muerte son instantes, alternancias que
hacen del universo una totalidad indestructible.
En
su laberíntica soledad, los hombres y las mujeres, mantienen una íntima
relación con su muerte. Una intimidad con la muerte de la que el pueblo
mexicano es el paradigma por excelencia. La soledad anticipa la muerte, como
pensamiento y sensación. En el nocturno laberinto, la soledad es muerte y vida,
pérdida y asidero, fin y trascendencia. En soledad, cobijados por la noche, los
hombres y las mujeres transcurren, son tiempo, sensación y pensamiento de ese
transcurrir. En palabras de Martin Heidegger: “conciencia de su ser para la muerte”. En esta esquina de la
poética de la muerte Octavio Paz se encuentra con Vladimir Jankélévitch: “[...] quien piensa la muerte piensa la vida (Vladimir
Jankélévitch, La mort, París, Flamarion, 1966: 37-38). No es posible
hablar del Palacio de la Muerte porque cuando se entra en él ya no hay palabras
para narrarlo o poetizarlo. Ningún discurso puede atravesar las tinieblas de la
muerte. Las únicas experiencias que logran merodear su misterio son el arte y
la poesía.
Ernest —una interpretación soberbia de
Leonardo DiCaprio—, es un hombre que ama el dinero y a las mujeres. Es, también,
una persona con poco criterio, ningún sentido ético y muy manipulable. Podría
decirse que en su interior resuena el vacío. Este hombre, todavía joven, ha
regresado, después de prestar servicio militar, a casa de su tío William Hale —gran
interpretación de Robert De Niro—, quien le ofrece un trabajo junto a su hermano
mayor Bryan —Scott Shepherd—, un hombre curtido y de poco fiar. Hábilmente
guiado por su tío, Ernest se enamora y se casa con una india perteneciente a la
tribu de los Osage; las personas, entonces, más ricas del mundo. Sus tierras
poseían grandes reservas de petróleo que el hombre blanco se las irá
apropiando.
La corrupción, el terror y la
manipulación más abyecta, serán los instrumentos para dar satisfacción a la
avaricia sin freno de unos personajes podridos en su esencia. Los Osage son
para los blancos objetos a los que desposeer, no solo de todos sus bienes sino
de su dignidad, de su humanidad y hasta de su vida. No hay piedad. Las
relaciones de amistad y de amor que entablan con ellos son meras tapaderas para
poder hacerse con sus bienes y, como buenos depredadores, si para ello hay que
matarlos, se les mata con saña. En Los
asesinos de la Luna se nos narra, durante más tres horas y media, lo que
fue la fundación de Norteamérica, a partir del exterminio de los nativos a los
que se consideraba poco más que animales. La tierra de las oportunidades fue,
en realidad, una tierra sin control para asesinar, robar y dar salida a todas
las pulsiones perversas que hiciesen posible alcanzar la riqueza y el poder. No
había límites legales y menos morales. Era un sírvase usted mismo a coste cero.
Hay en esta película de Martin Scorsese
algo shakesperiano. El personaje de William Hale parece haber escuchado los
consejos de Lady Macbeth: “Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia;
pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el aspecto
de una flor, pero sé tú la víbora oculta”. Hale, es un personaje retorcido que,
con apariencia de benefactor campechano y amable, corrompe todo lo que toca. Y
Ernest es un hombre débil, sin cualidades, amante de la vida fácil, pero
enamorado, a pesar de todo, de su mujer. Va a la deriva incapaz de decidir por
sí mismo o poseer un criterio ético firme. Es, a pesar de su culpa y sus
fantasmas, el perfecto brazo ejecutor. Se diría que en él hay más de estupidez que
de maldad. Son los acomodaticios y blandengues Ernest del mundo los que dan el
triunfo a los que siembran y se alimentan del auténtico mal.
Otro de los personajes principales es
Mollie —una excelente y para mí desconocida Lily Gladstone—, perteneciente al
clan de los Osage y mujer enamorada de Ernest. Está dominada por un miedo
profundo a ser asesinada en cualquier momento. Su vida es un infierno lleno de
angustia. Como mujer y como india no puede tomar ninguna decisión, está atada a
la voluntad de los demás. Cualquier paso que dé será investigado y limitado por
el poder de hombre blanco. Todos sus intentos de acercarse a la verdad y
defenderse son abortados por una mano invisible, pero certera. El mal siempre
va un paso por delante de ella. Mollie nos roba el corazón. Es la víctima:
sola, enamorada, rodeada de alimañas y sabiendo que un día, no muy lejano, vendrán
a por ella. Hay una humanidad en este personaje silencioso y sufriente que nos
conmueve y hace que suframos por ella. Contiene una dignidad callada que se evidencia
cuando, al fin, se le cae la venda de los ojos y se enfrenta a la verdad.
Scorsese, a sus 81 años, nos ofrece
generosamente una gran película. Narrada de manera clásica y algo fría, nos
sujeta en la butaca más de tres horas y media sin que se nos haga pesada o
larga. Nos hace pensar de la pasta que estamos hechos, de cómo se han
construidos las naciones, de las terribles consecuencias de la avaricia sin
freno y sobre el racismo enmascarado. Hace suya la frase de John Steinbeck: “El
mundo es una mierda que está lleno de seres humanos horribles”. Pero también
nos ofrece la visión de la bondad, la inocencia y la nobleza del ser humano, en
medio del lodazal. No se la pierdan.
ISABEL BANDRÉS
Nanni
Moretti se divierte en esta película. Él, como es habitual, es el director y el
actor que hace de sí mismo: un personaje dicharachero, activo, ácrata e
inaccesible al desaliento. El sol del futuro encierra varias
narraciones: la vida privada del actor-director, su ideario político y ético,
las dificultades de rodar hoy con la competencia de las plataformas
televisivas, la nostalgia del pasado, el mantenimiento, a pesar de todo, de una
ética personal. En uno de los momentos dice: “No es la estética lo que importa,
es la ética”. Y en otro asegura: “No importa que todo el mundo lo haga, importa
que tú lo hagas”.
La
película cuenta cómo un director se enfrenta a las dificultades de rodar una
película sobre el levantamiento de Hungría contra la Unión Soviética en el año
1956 y cómo una delegación del partido Comunista Italiano apoya dicha revuelta,
invitando a un circo húngaro a actuar en su barrio. Y a partir de ahí, es como
si Moretti echase una piedra en un lago y las ondas circulares se fuesen
expandiendo de manera gozosa hasta tocar su fin.
Es
una película sobre el amor a la vida y al cine, eso lo transmite en cada
fotograma y sobre el empeño de mantener la propia esencia, pase lo que pase. Y
la esencia de Moretti es la resistencia. Ante una situación de crisis personal
y laboral, tras un ligero titubeo, Moretti se inclinará por la vida, por el eros
y no por la pulsión de muerte. Toda la narración mantiene un tono vivaracho y
un humor vitriólico. Es el rey del coraje y de la superación.
¿Y
qué nos aporta El sol del futuro? Alegría y ganas de vivir. Salimos del
cine con una sonrisa en la cara y con el corazón contento. No sabemos muy bien el
porqué y lo mejor es que no nos importa. La película de Moretti es como encontrarse
con una de esas personas que tienen la extraña y grata cualidad de iluminar el
ambiente con su sola presencia. No se sabe muy bien en que consiste esa virtud,
pero allí está. Moretti derrocha una simpatía envolvente durante los 90 minutos
que dura su narración. Es como acompañar a un buen amigo de toda la vida,
entrañable y vital, en sus correrías, en sus vicisitudes, en sus momentos de
indignación y en sus crisis.
El
sol del futuro no es una gran película, no está entre
sus mejores trabajos y a algunos les parecerá poco lineal y un tanto
“amontonada”. Pero a pesar de estos inconvenientes, no se la pierdan. Está bien
hecha y, sobre todo, saldrán con una sonrisa en la cara y un impulso vital
renovado. Y eso no es poco en los tiempos que nos toca vivir. Se nota que
Moretti se ha divertido haciéndola y nos transmite ese jolgorio. Una película
deliciosa, libre y un tanto ácrata como el mismo Moretti.
ISABEL
BANDRÉS
La
película empieza con otra película. Es brillante. Erice, el director, nos
sujeta a la butaca. ¿De qué va, qué nos quiere decir? ¿A dónde nos va a llevar?
Pronto veremos que los mensajes son múltiples. Nos habla de su amor al cine en
la figura del director Miguel Gary —un impecable Manolo Soto—. Nos hace
reflexionar sobre el paso del tiempo, del deseo, que todos hemos tenido alguna
vez, de ser otro, de la amistad, de la paternidad… Todos los temas se van
planteando en una larguísima primera parte. El lenguaje es limpio y no hay duda
que estamos ante un gran director, pero el tiempo transcurre demasiado despacio
y nos empezamos a inquietar. ¿Alguna vez sabremos la respuesta al enigma
planteado? La desaparición, en pleno rodaje, de Julio —magnífico, José Coronado—,
un actor amigo de Miguel Gary, es el misterio a descubrir. Pero la dimensión de
la presentación se va dilatando y el tedio empieza a hacer su aparición. He de
confesar que yo desconecté varias veces de una narración perfecta, pero
excesiva en personajes y diálogos.
Volví
a conectar a partir de las escenas del asilo. Desde ese punto, empecé a
entender algo de lo que Erice nos quería decir. En la segunda parte, se aparcan
algunos personajes innecesarios, se anulan los paréntesis explicativos y
disgregaciones que la lastraban. Por fin entiendo por el terreno que se mueven
los personajes principales: el paso del tiempo, la memoria del pasado o su
falta, los sueños frustrados, la vida que hubiesen deseado tener, lo que
hubiesen querido ser y no fueron, la melancolía de un tiempo que ya no volverá
y el mundo nuevo que deja atrás, en el olvido, lo que se conoció y vivió.
Demasiadas cosas a las que darles conexión.
Y
nos preguntamos el sentido del título. ¿Cerrar los ojos a qué y por qué? ¿Al
pasado? ¿A lo que fuimos o a lo que somos? ¿A todo a la a la vez? Y es que
Erice nos habla de muchas cosas. Es como si tuviese la necesidad de contarnos TODO
el significado de la vida en esta película. Nos señala cómo vivimos y como
debiéramos vivir. Nos muestra nuestra complejidad y nos indica el camino de la
sencillez —pareja que vive en la playa y la vida del asilo— y el valor de la
amistad auténtica. Y sigue hablando de la frustración de los deseos
incumplidos, de la fragilidad humana, de la fatalidad de no ver ni querer ver
nuestra realidad y la del mundo. Expone cómo nos engañarnos a nosotros mismos
buscando mundos felices o éxitos fuera de nuestro alcance. Describe el tedio de
vivir y de trabajar, aunque se viva bien y se trabaje con la belleza del arte. En
fin, se sugieren tal cúmulo de cosas que la narración termina siendo un batiburrillo
de difícil digestión.
Al
terminar la película, Julio —José Coronado—, abre los ojos de par en par, perplejo
ante lo que ha sido y lo que es. Contempla en la pantalla el mundo del que huyó
para buscar su paraíso personal, esa Ítaca mítica y que no existe fuera de nosotros
mismos. ¿O solamente abre los ojos a la magia del cine?
Es,
sin duda, una buena película, pero demasiado larga sin necesidad. Tiene muchas
cosas excelentes: elegante, sobria, buena caligrafía, sin vulgaridades. Y, sin embargo,
he de reconocer, que a mí no me interesó. Me pareció pretenciosa y reparte
demasiada filosofía con poca profundidad.
ISABEL BANDRÉS
https://www.youtube.com/watch?v=l8Fb4So6IC0
Con todas las entradas
vendidas en los primeros días de ser puestas a la venta, Mayte Martín nos ofreció
en Madrid, dentro de La Suma Flamenca, un recital Ab imo pectore (desde
el fondo del pecho) como, por otra parte, siempre hace.
"Hoy vengo chula",
dijo a su guitarrista, Joselito Gálvez, después de pedirle que bajase el traste
de la guitarra ya en el segundo cante de la noche, casi sin tiempo para calentar la voz. Y
despojada de artificios —sin decorados, solo una guitarra, nada de palmeros—, nos ofreció hora y media de cante “por
derecho”.
“El flamenco es mi
origen, no mi yugo”.
Delicadeza extrema,
sensibilidad y maestría, salidas directamente de sus entrañas, que combinó con
el intimismo a media voz y ese saber hacer de Mayte que no precisa de adornos
para alumbrar certidumbre. Su proverbial modestia —siempre presente en su
personal modo de cantar—, y lo que esa noche transmitió con el prodigio de su voz,
que parece estar mejor que nunca, hizo poner en pie a un público que aplaudió
largamente a la artista, aún sabiendo que no debía esperar bises.
No sería justo dejar de
comentar que su guitarrista, Joselito Gálvez, tuvo momentos extraordinarios,
asombrosos, extraterrestres; un guitarrista en estado de gracia que, en un momento determinado, no
dudó en unir su aplauso al del público, al agradarle sobremanera cómo Mayte
había cantado. Es éste un gesto de respeto, inédito en el ambiente flamenco,
que le honra al gran, grandísimo, Gálvez.
“El arte merece ese
respeto y quienes lo amamos de verdad hemos nacido para rendirle pleitesía, porque sabemos que es el oasis en este desierto que habitamos” (Mayte Martín).
Y una queja. El que los
organizadores de La Suma Flamenca adjudicasen la “Sala verde” al concierto de
Mayte Martín, me parece un error de bulto. Y la prueba está en cómo se
vendieron todas las entradas a las pocas horas de ponerse a la venta. El
público de Madrid, aficionado al cante flamento, y la propia Martín, se merecen
la sala más grande de los Teatros del Canal. Todavía recuerdo en los “Veranos
de La Villa”, el maravilloso emplazamiento de Los Jardines de Sabatini repleto
hasta la bandera para escuchar a Mayte, fuesen boleros o cante flamenco, porque
a Mayte la queremos en Madrid, cante lo que cante. A ver si alguien toma nota.
SUSI
TRILLO
CANAL ANDALUCÍA FLAMENCO
https://www.youtube.com/watch?v=9cFnYLb8WKw
PROCURO OLVIDARTE
https://www.youtube.com/watch?v=60Tv2xJ-Bc8
POR LA MAR CHICA DEL
PUERTO
https://www.youtube.com/watch?v=BEB0U7YFRDU
FLAMENCO BIËNNALE ON|OFF 2021
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